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#muralla de muelas
euroidiomas · 2 years
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Castillo de Frías, Burgos, España. Siglo X. Comenzaría a tener más importancia al pasar a manos del rey Alfonso VIII en 1201, dotándole de valor estratégico, ya que relevará al castillo de Petralata de las funciones de control del territorio, construido por los navarros en 1040 para defender los pasos más importantes entre La Bureba y Castilla la Vieja. La defensa de la Muela se completará en 1201 con la construcción de la muralla, y más adelante, en el siglo XV Pedro Fernández de Velasco emprende obras de fortificación para garantizar el dominio de Frías. #Spain #Burgos #SpanishinSpain #LearnSpanishinUbeda #Spanishculture #SpainHistory #History #Español #CursosEspañol #VisitSpain (en Castillo de Frías) https://www.instagram.com/p/CV6buINt3VQ/?utm_medium=tumblr
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enigma-deckard86 · 3 years
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Grabado a fuego
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Fuente de la foto: archivo personal del autor del relato (En la foto: dicho autor con su madre en Montevideo, Uruguay, noviembre de 1987)
«Entonces la tierra dará su fruto, comeréis hasta que os saciéis y habitaréis en ella con seguridad» (Levítico 25:19)
A mi madre; porque fue ella quien me inculcó el amor por la naturaleza.
Estaba en la cocina preparándome un café. Era mi día libre y quería quedarme adentro; no tenía muchas ganas de salir. Necesitaba un momento a solas para pensar. Solo yo, el café, y tal vez algún brebaje extra. Era invierno y se prestaba para eso. Y ya también iba siendo hora de prender la estufa a leña. Será la primera vez que lo hago desde el inicio de la estación. No alcanza para calentar toda la casa; pero al menos sí ese rinconcito alrededor de donde esta se encuentra. Uno se sienta allí, se pone una manta sobre los hombros, y listo. No pasa frío. Aunque ahora que lo pienso, todavía la tengo que limpiar; porque no lo hago desde el invierno pasado. Hay cosas que verdaderamente me dan mucha pereza en esta vida. Esta es una de ellas. Limpiar la estufa. No me molesta mucho que queden ahí las cenizas acumuladas, de la leña consumida por los voraces fuegos interminables, de noches y noches de estar pegado a este invento tan fantástico. Porque ¡qué lindo que es sentarse a mirar el fuego! Un día de inverno, de esos muy duros, con el cielo gris plomizo afuera, apremiante y opresor del alma. Son esos días en que uno mira por la ventana, y ni Dios se aparece por la calle; por miedo a congelarse él también. Poder quedarse dentro, si se tiene la suerte, es una dicha en estos casos. Y si uno habita en el medio rural, estando su casa rodeada de la soledad más absoluta y perpetua, y lo único que se divisa en kilómetros a la redonda es campo, campo, y más campo verde, más los animales domesticados o no por el hombre; eso, es el summum. Tomarse un buen mate amargo una mañana de inverno, rodeado de la madre tierra y sus creaciones, en compañía del fuego crepitante e hipnotizador, no tiene parangón. Pero volviendo al quid de la cuestión.
Hacía ya un tiempo que me debía unos minutos a solas conmigo mismo; para poder ordenar los pensamientos. Mi madre había fallecido hacía no mucho, y mi cabeza comenzaba a «platearse» cada vez más. Y aunque parezca un cliché, todo aquello me ponía muy reflexivo. Más de lo usual. Cuestiones básicas tales como el paso del tiempo, nuestro rol en el mundo, y el cometido en esta vida; cosas en las que uno piensa cuando ha caminado muchos caminos, cargado mucho peso sobre la espalda, y ha estado un prudencial tiempo sobre esta tierra, empezaban a hacer mella en mi cabeza. Esos pensamientos eran visitantes poco ilustres que comenzaban a volverse «habitués» en mi diario vivir. En resumidas cuentas: las mismas tres estupideces de siempre en las que es inevitable pensar «a esa altura del partido». Pero de súbito, después de haber puesto la cafetera en el fuego, una sensación me invadió todo por dentro. Un recuerdo vino a mi mente; como una ráfaga salida de la nada. Un sacudón. Un sobresalto. Seguro que fue ella quien que me lo envió.
Años atrás, cuando apenas yo era un niño, ¡vaya cómo pasa el tiempo!, fuimos en una oportunidad con mamá hasta la playa. Solo ella y yo. Mis padres se habían distanciado por ese entonces, y mi abuela se quedaba con nosotros en casa, para hacernos un poco de compañía. En aquel tiempo vivíamos en Solymar. Bastante cerca de la costa, y solíamos ir por las tardes hasta el mar a dar un paseo. Eso nos ayudaba a sobrellevar el mal momento. A despejar la mente y oxigenarse. Aquellos días de cierta amargura y desazón eran como un dolor de muelas constante. Taladrándonos el cerebro. Invadiendo y monopolizando los pensamientos; direccionándolos en un solo sentido.
Hay ciertos detalles de aquel día de la pelea que ya no recuerdo. Antes de irse, mi padre vino hasta mi habitación, en donde yo estaba; mirando la tele o dibujando. No lo recuerdo con exactitud. Cuando se paró en el umbral de la puerta, se lo podía notar un poco nervioso y algo compungido; aunque hacía el esfuerzo por controlarse y contenerse. «Vení; acercate» me dijo, y me hizo el gesto tan característico con la mano y agachando la cabeza al mismo tiempo. Entonces me levanté y fui a su encuentro. Se puso enfrene de mí en cuclillas y me abrazó muy fuerte, me dio un beso en la mejilla y me dijo con los ojos en compota: «No te preocupes. Ahora yo me tengo que ir, pero te vas a quedar con mamá y la abuela. Mamá y yo te queremos mucho. ¿Sabés? Mucho». Se levantó, y sin más, se fue. Aquello era como el diagnóstico de una enfermedad terminal. Verla llorar a mi madre, o a mi padre, no era algo que uno pudiese digerir fácilmente. Y menos a esa edad. Por aquellos días yo tenía seis o siete años. Además soy hijo único; y eso, en estas circunstancias, es un factor que me jugaba en contra. De haber tenido un hermano o hermana, no lo habría pasado tan mal. Crecer no teniendo juntos a tus padres, es una sensación de desesperanza muy fuerte. Un vacío constante. Y uno con esa precocidad intentando adivinar qué ocurre. Pensando que tal vez la culpa era mía. ¿Por qué cosas como esas tienen que suceder? ¿Por qué llegar hasta esos extremos? Por eso nunca quise tener hijos. Mejor evitarles este tipo de problemas. Porque la verdad sea dicha: uno nunca sabe cuáles pueden ser las vueltas de la vida.
Una de aquellas tardes en cuestión, nos abrigamos un poco, porque era mayo y empezaba a hacer frío, y con mi progenitora nos encaminamos rumbo a la playa. El barrio estaba tranquilo, y era muy distinto a lo que es hoy. Había mucho más verde, más árboles y plantas por doquier: eucaliptus, palos borrachos, sauces, robles, araucarias, pinos; que todavía los hay bastante, al igual que gigantescas plantas de aloe creciendo de manera salvaje en plena vía pública, y que aún también se pueden encontrar. Pero toda esta flora es hoy mucho menos de lo que solía ser en mi infancia. Las calles eran de tierra, y vivía sustancialmente menos gente. Al menos ahora cuando llueve, entre el saneamiento y las calles pavimentadas, la zona ya no se inunda como en aquel tiempo, ni se forman los «barriales» o lodazales, típicos de viejas épocas en esta geografía metropolitana. Aunque debido a estos cambios y nuevas características, en teoría para el bien de la ciudadanía, la Ciudad de la costa ha perdido aquel toque de mágico misticismo que tenía. Si uno iba en ómnibus desde Montevideo con destino a alguno de los balnearios de la costa, al bajarse allí, inmediatamente se podía respirar y percibir un aire y ambiente diferentes. Más tranquilidad con respecto a la ciudad; menos bullicio, menos automóviles, sustancialmente menos polución, y un ritmo de vida todavía más pausado del que tiene la capital. Era casi como aventurarse al Far West. Un mundo agreste donde a veces faltaban algunos servicios, pero más natural y más bello.
De a poco nos fuimos acercando a destino, y al igual que hoy, en aquel entonces ver el mar cada vez más cerca, hacía que me invadiese una sensación de excitación muy satisfactoria. Un estado de emoción por ver aquella mole azul irse agrandando a cada paso que dábamos. En cuanto entramos a la playa, y pusimos nuestros pies en la arena, sentimos ese olor a iodo y sal tan particulares. Tan penetrantes. El sabor en la boca. La sensación en las manos. El aire limpio y puro. No nos quitamos los zapatos porque la verdad que estaba frío. Pero la arena siempre invita a pisarla con los pies descalzos. Esa indescriptible y maravillosa sensación de las pelotitas escurriéndose entre los dedos. El mar se encontraba embravecido aquel día. A pesar que el cielo estaba bastante despejado, y era una bonita jornada, las olas rompían violentas contra la orilla. Había también algo de arena suelta que volaba al ras del suelo, llegando a veces hasta nuestras bocas, y que no podíamos evitar masticar. Una sensación muy particular y casi divertida. Y ya metidos en la playa, quedaban a nuestras espaldas las gigantescas dunas que flanquean el ingreso; son un espectáculo, aún hoy para mí, maravilloso y fantástico. Parecen grandes hormigueros; torres de fino grano dorado que están allí desde tiempos remotos. Arena acumulada por el paso de los siglos, y depositada por el viento y la brisa marina hasta formar estos gigantes que allí reposan; oficiando de muralla, y evitando que los a veces tempestuosos vientos no crucen del todo hacia el continente.
Nos encontrábamos casi solos en aquel lugar. Salvo por un hombre que estaba pescando a unos treinta metros de nosotros, no se veían más personas. Y al irnos acercando al agua, fue cuando comenzamos a notar algo. El impacto fue tal, de aquella visión tan espantosa, que el suceso quedó grabado en mis retinas hasta hoy: la mugre más grande que jamás haya visto. Botellas de plástico, de vidrio, bolsas de nylon y arpillera, zapatos, cuerdas, algún juguete, latas, una rueda de bicicleta, trozos de madera quemada, tablas, un tronco de árbol, algas marinas; hasta una tortuga muy grande medio comida, peces y gaviotas en descomposición. Todos muertos. Cadáveres inertes yaciendo allí. Sin vida. Todo lo que uno se podría llegar a imaginar; y que no se imaginase, también. Bastaba con nombrarlo y allí estaba. Tumbado en la arena, arrastrado por las olas en un círculo vicioso; siendo degradado lenta y minuciosamente por el paso del tiempo, por el viento y por el sol. Salvo por lo orgánico, el resto de los objetos estarían allí bastante después de que me fuese de este mundo. En mi cabeza de niño no podía entender del todo el porqué de aquel esperpento. Si bien era pequeño, había algo, creo que el sentido común, que me hacía pensar: «Algo aquí no encaja. Algo no está bien. Algo está pasando». ¿Quién podía ser tan sucio, en el amplio sentido de la palabra, como para hacer todo aquello? Al ambiente, al planeta. A nosotros mismos, en definitiva. Porque aquel lugar, como el resto del mundo, es de todos nosotros. De los animales todos, y de las plantas. De cada organismo viviente. Es nuestro hogar. Y de algo debemos estar muy seguros: vamos todos en el mismo barco. Pero a pesar de ello, no solo nos empeñamos con mucho esfuerzo en lastimar y menospreciar al que está a nuestro lado, y negarle una ayuda o extenderle una mano amiga, sino que también ponemos todo de nosotros para sabotear «El arca de Noé» y arruinar «la gallina de los huevos de oro».
Tanto era mi desconcierto ante aquel panorama, que como buen niño curioso, inocente y sincero, como somos todos a esa edad, no atiné a hacer otra cosa que preguntarle a mi madre que estaba allí de pie a mi lado. - Mamá, ¿y por qué está la playa tan así de sucia? -; a lo que me respondió: «La naturaleza está enojada y nos devuelve lo que le tiramos. Ella es la verdadera y única dueña de todo lo que tus ojos pueden ver». Y entonces hizo un gesto extendiendo sus brazos y mirando en todas las direcciones. Como queriendo abarcar la totalidad del espacio circundante. A lo que continuó: «El planeta es su casa. Y al final, termina siendo nuestra casa también; y es donde ella nos permite vivir. Los mares, bosques, desiertos, las montañas, los ríos, los animales. Todo es suyo». - ¿Todo? - le pregunté, y me dijo «Sí. Todo es de ella. Y todo es ella. Es la única con la potestad de reclamarnos para sí misma. Y es a quien debemos rendirle cuentas. ¡Y cuidado con hacer las cosas mal! Porque si no después “nos pasa la factura”. Su espíritu vive en cada uno de nosotros. En ti y en mí, y en todos los seres. Somos su creación. Y más allá del horizonte; incluso donde tus ojos no alcanzan a ver, también ella está».
Me quedé pensando unos instantes en estas palabras. En mi cabeza de niño, los pensamientos iban y venían de forma vertiginosa; se amontonaban y empujaban entre sí. Se agolpaban y luchaban por ver cuál llegaba primero. Intentaba procesar la situación tanto como podía. Mientras el viento golpeaba contra mi cara, y me hacía llorar un poco, las gaviotas, de las que hasta aquel momento no me había percatado, sobrevolaban nuestras cabezas. Sus inconfundibles graznidos debieron llamar mi atención. Estaban en plan de indagatoria e inspección de aquel «botín» diseminado por la costa y tan preciado para ellas. Por momentos bajaban hasta el suelo, y hurgaban entre los restos de la «resaca»; para ver si encontraban algún pez muerto que pudiesen llevar a sus estómagos hambrientos. Sus cantos y el de las olas se entremezclaban en una sinfonía muy antigua y relajante; de carácter místico. Una vieja y hermosa canción. Alcé mi cabeza para poder ver mejor a mi madre, pero el sol me daba de lleno en los ojos; así que tuve que protegerme con la mano, para que el reflejo no me lastimase tanto. Y entonces la pude observar: se encontraba en silencio y con aire preocupado. Su oscuro pelo de finos cabellos era arremolinado y alborotado por el viento. Su larga cara estaba petrificada, y su semblante era serio. La preocupación se reflejaba en su rostro. Era algo que se podía percibir al instante. Sus ojos estaban clavados donde el mar y el cielo se juntaban muy a lo lejos. Aquellas dos inmensidades azules. Uno salpicado de blancas nubes y el otro de blanca espuma. Casi una simetría perfecta. Reflejados entre sí. Complementándose. Y entonces, mientras seguíamos caminando por la orilla del mar, viendo aquel panorama tan siniestro en un sitio tan hermoso, me llegó la otra duda; como si un rayo me hubiese impactado. Le di unos tironcitos a su pantalón, para sacarla del trance que la desconectaba del mundo, e inmediatamente se dio cuenta que yo todavía estaba allí con ella, en aquel lugar. Inclinó su cabeza hacia abajo, para poder verme, y me escrutó por unos segundos. Ya teniendo su atención de regreso, volví a arremeter con mi curiosidad. - ¿Y nosotros, también pertenecemos a la naturaleza? -. «Solo a ella. Y a nadie más» me dijo. «No le pertenecemos a nadie. Salvo a la madre naturaleza. Ninguno puede ser dueño de nadie. Ni los humanos podemos ser dueños de otros humanos, como tampoco de otras especies. Sean animales o vegetales. Ni de las rocas, o montañas, o un lago, o un árbol, o el más insignificante de los insectos.
El concepto de propiedad es bastante peligroso. Y más en estos casos. Utilizar un caballo como medio de transporte, a un buey para arar, tener a un ave enjaulada, o un perro atado; ¿quiénes nos creemos que somos para privar de libertad o forzar a otros a hacer algo que nosotros no podemos o no queremos hacer? ¿Cómo sería si fuésemos nosotros los que ocupásemos ese lugar? Todos somos libres de ir y venir. Y nadie debería tener la potestad por sobre nada ni nadie. El ser humano es parte de la naturaleza. Como el resto de las especies. Y el resto de los organismos vivientes son nuestros hermanos. Los individuos, hombres y mujeres, creemos que somos mejores o superiores que el resto de los seres vivos y que estamos varios escalones por encima de ellos, solo porque tenemos, supuestamente, lógica y razón. ¿Más lógica y razón que una roca, o estas gaviotas que andan aquí en la vuelta? ¿Qué tan lógico o racional es hacer esto, de lo que estamos siendo testigos ahora? ¡Contaminar el planeta de esta forma tan barbárica! Somos los únicos sobre este planeta que le hacen daño a los de su propia especie. Y a los que no lo son, también. ¡E incluso por placer! Nunca vas a ver insolidaridad, injusticia, o falta de cooperación entre las hormigas o las abejas, entre los leones, o las aves. Esto solo es patrimonio de los seres humanos».
Para aquel entonces, mi madre ya estaba a los gritos, y con la cara roja y desencajada de la ira galopante que la consumía. Después de haber pronunciado todo ese discurso, casi sin pausa ni respirar, bufó un poco. Su pecho subía y bajaba como si acabase de correr diez kilómetros. Hoy más que nunca puedo entenderla; y me doy cuenta que ver aquel espectáculo tan dantesco no le hacía ningún bien. A nadie debería, en mi opinión. Cuando me dio por mirar hacia donde se encontraba el pescador, este ya no estaba. O lo asustaron los gritos de mi madre, y se mandó a mudar, o vaya a saber uno debajo de qué piedra fue a esconderse. Entonces, como un minuto después, la vieja prosiguió con su alocución. «Y acordate: Venimos a este mundo “solo por tiempo limitado”, como suelen decir los comerciales; minúsculo comparado con la edad de otras cosas. Como la del propio tiempo, el espacio, o las galaxias. U otras especies. Como las tortugas; que viven bastante más que nosotros. Por eso tenemos que aprovechar el poco tiempo del que disponemos, para verdaderamente vivir. Cooperar con los demás y coexistir mancomunados. Y no dedicarnos a «quitarnos los ojos» por cosas con tan inexistente e irreal valor. Como el dinero. Que aunque parezca contradictorio, no lo es. Porque es el dinero, tal vez, el más reaccionario de todos los inventos del hombre. Aprovechá que aún sos chico. ¡Preguntá! Nunca dejes de preguntar. Esa cualidad es algo que perdemos la mayoría en cuanto nos hacemos un poco mayores. En cuanto dejamos de ser niños. Cuestionar las cosas. Las normas. Las reglas. «Por qué» deben ser las dos palabras más revolucionarias que existen. El mundo no es un mal lugar para vivir. Somos nosotros los que lo empeoramos y complicamos nuestras vidas en vano. Sé que todo esto que te digo es mucho para absorber por un niño. Pero cuanto antes lo veas, menos problemas mañana. Las cosas se complican realmente cuando dejamos de hacernos preguntas y perdemos la curiosidad por saber los «por qué»; y cuando esa enfermedad tan grave que es la indiferencia, nos contamina el cuerpo. No aceptes la realidad tal cual es. Las reglas y el orden están bien hasta cierto punto. Pero siempre se pueden cuestionar; ¡y se deben cuestionar! Porque casi todas las leyes hechas por el hombre, y a pesar de ser este hijo de la naturaleza, por lo general no suelen acompañar el mandato natural de las cosas; y casi siempre terminan rompiendo el equilibro y la armonía del medio ambiente y los ecosistemas. Hemos desembocado en este cataclismo en el que estamos, debido al egoísmo, la codicia y la avaricia del ser humano. Siempre queriendo estar por encima de todos y todo. Y buscando el fin supremo que mueve a casi todos los individuos por igual: el poder».
Ya habían pasado sus buenas horas que íbamos charlando y caminando; a lo que el sol comenzaba a meterse tras el horizonte. Mamá se detuvo, y se inclinó un poco para acomodarme la campera y la bufanda. Me dio la mano, y concluyó: «Vamos para casa. Que se está haciendo tarde y poniendo más frío. Y ya me la veo venir a tu abuela, despotricando cuando lleguemos: “Lo hacés pasar frío a ese pobre chiquilín. Sos una inconsciente”. Seguramente tendrá la estufa a leña encendida, y estará tomando mate».
Esa conversación me acompañó a lo largo de los años, y volvería, como hoy, a presentarse una vez más ante mí. Poco a poco fui regresando al presente. Mamá, la playa, el sonido de las olas, las gaviotas, el olor y el gusto a la sal, que aún los podía sentir, se fueron desvaneciendo hasta que volví a la cocina. Al presente. A la aplastante realidad. Debe haber sido el mundano sonido de la cafetera en el fuego, con el café hirviendo en su vientre, el que me arrancó de aquella ensoñación. Aquel vapor indicando que el negro líquido ya estaba listo. Me serví una generosa taza, y le terminé poniendo un poco de licor de menta que aún me quedaba; apenas solo para «calentar el gargüero». Tampoco quería enajenarme demasiado. Ya había tenido suficiente por hoy. Le di un sorbo, y la cafeína mezclada con el alcohol surtieron su efecto. El espíritu volvía al cuerpo; ya me sentía algo mejor. Miré por la ventana, y a pesar del frío, afuera el sol brillaba a pleno; invitando a salir un poco. Al final, después que me terminé el café, me apeteció darme una vuelta por la playa. A caminar un poco en busca de aquel pasado. Ya tendría tiempo para limpiar la estufa. Eso ahora podía esperar. Y a pesar de la ausencia mi madre, no estaría solo. Porque como dijo Julio Verne: «El mar es todo […] Es un inmenso desierto, donde el hombre nunca está solo, porque siente vida por todos los lados».
Agosto de 2019
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apiagustinleon · 3 years
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Hazte con un inmueble único sito en la anterior ubicación del Castillo. Hoy totalmente reformado. Con gran salón, cuatro dormitorios, dos baños, patio, tres terrazas, calefaccion, las mejores vistas de Montoro, y a un precio reducido por sólo 📣 ! 75.000 € 📣 Castillo de la Cava. También llamado castillo de Julia o Fortaleza Nueva. No se conocen detalles sobre su construcción ni sobre las distintas fases de deterioro que sufrió hasta su desaparición definitiva. La opinión más generalizada es que fue construido por los árabes sobre ruinas romanas y que, posiblemente, ocupó gran parte del cerro de la Muela. El Padre Beltrán (Epora Ilustrada, 1755) refiere que el castillo de la Cava, "fortíssimo", parece ser obra de los moros, “a lo menos es fábrica de aquellos tiempos. Es cuadrilongo, mui alto, y vastamente ancho y de los mayores que en la alta y baja Andalucía he encontrao”. Existe la leyenda de que Florinda “La Cava”, hija de don Julián, se asiló temporalmente en el castillo. En 1776, según el historiador local Criado Hoyo, el Cabildo solicitó al Duque de Montoro que lo restaurara o lo demoliera, pues era un peligro para la población. El Duque no lo hizo y, en abril de 1867, parte de la muralla almenada se desplomó, destruyendo tres casas y provocando cinco muertos. A finales de la década de los 60 del siglo pasado, aún quedaba restos de este baluarte defensivo, hoy desaparecido en su totalidad. (en Agencia Propiedad Inmobiliaria Agustin Leon) https://www.instagram.com/p/CNH4pT6lQUd/?igshid=upev6nh6hy8p
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almas-misticas · 3 years
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La leyenda del gigante Ymir
Ymir es un gigante de la mitologia nordica, fundador de la raza de los gigantes de la escarcha; surgio de las gotas de eitr (sustancia liquida que le da origen a todas las cosas vivas) y las chispas de Muspelheim (el reino del fuego).
“...El mundo comenzo en una edad de oro, recuerdo gigantes nacidos en el comienzo del tiempo, que a mi me criaron en tiempos muy lejanos, nueve mundos yo recuerdo, nueve raices del arbol del poder que sostenia a los mundos y tambien a los mundos bajo la tierra. 
En los comienzos del tiempo no existia nada, no existia arena ni mar ni las frias olas, no existia la tierra ni los elevados cielos, solo un gran vacio surgido de la nada. 
Hasta que los hijos de Bruni levantaron las tierras, crearon la tierra del medio, un luigar incomparable. Desde el sur brillo el sol sobre un mundo de rocas, la hierba comenzo a crecer y los campos reverdecieron.
Los Aesir dioses nordicos se reunieron en altos templos y altares levantaron, establecieron forjas para hacer ricos tesoros, inventaron tenazas y herramientas. 
En el principio solo existia un gran abismo vacio llamado Ginnungagap y el Yggdrasil, el arbol cosmico que sostiene a los mundos. En las raices de este arbol habia dos grandes reinos, uno de fuego llamado Muspelheim y otro de oscuridad y niebla llamado Nifelheim. Entre los dos reinos estaba Hvergelmir, un gran caldero con agua burbujeante que alimentaba las aguas de los doce rios que flotaban sobre el gran abismo vacio.
Del sudor que salio del cuerpo de Ymir se engendraron los primeros, de su mano izquierda salieron los gigantes de una cabeza y de sus pies un hijo, Thrudgelmir, gigante de seis cabezas, abuelo de los gigantes del hielo que serian los eternos enemigos de los Aesir. Junto con Ymir surgio tambien una vaca Audumla, de cuyos cuatro rios de leche se alimento el gigante, la vaca se alimentaba chupando el hielo sagrado, y en tres dias sus lamidas descubrieron un hombre, Bruni el cual se convertiria en el abuelo de Los Aesir los dioses dominantes; Su hijo Borr se caso con la gigante Bestla, hija de Bolthorhn de quienes surgio Odin, Vili y Ve.
Los hijos de Borr mataron a Ymir y en la sangre de sus heridas se ahogaron todos los gigantes, Odin y sus hermanos llevaron el cuerpo de Ymir al centro de Ginunngagap, donde los despedazaron para formar el mundo: de su carne se hizo la tierra, de la sangre el mar y los lagos, de sus huesos las montañas, de sus muelas las rocas, de su cerebro las nubes y de su craneo el cielo, debajo pusieron a cuatro enanos para sostener al mundo Nordi, Sudri, Austri y Vestri (los cuatro puntos cardinales) de las chispas que salian del mundo del fuego formaron las estrellas, la tierra quedo rodeada del mar exterior, en su interior protegida por una muralla levantaron a Midgard la tierra Media, hogar de los hombres...”
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escritos-jmarcos · 6 years
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3 – ¡Renace, Valquiria de la Luna!
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—¡Oye, no te los comas tú!—regañó Michelle a su hermano, al este darle un mordisco a uno de los bagels que acababan de comprar.
   —Tenemos muchos aquí. No creo que ella vaya a pelear porque falte uno—le respondió Luis, su boca parcialmente llena—Además, esas tortitas rellenas que ordenaste de desayuno para nosotros se me quedaron en una muela.
   Aunque le molestó el atrevimiento de su hermano, Michelle no pudo evitar deleitarse cuando su rostro lo acarició la celestial brisa de Luzouh, la utópica metrópolis de Eziyet, el país desértico. El armonioso chorrear de las lujosas fuentes de agua que adornaban casi todas las esquinas realmente la hacían sentir como si estuviera en una villa tropical. Encima de todo, el gigantesco domo cristalino que protegía la ciudad entera de las inclemencias del clima ayudaba a regular la temperatura en su interior, manteniéndola siempre en el punto perfecto. Sumándole lo azul y templado que lucía el cielo, parecían encontrarse en la cúspide de la perfección.
   En cuestión de minutos habían llegado del área de comercio a la plaza de la ciudad, a pocos pasos de la cual estaba la salida. Justo afuera, los esperaba un paisaje arenoso que no parecía tener fin, en el cual el Karachi, junto a su piloto, se escondía casi a plena vista.
   En la plaza abundaban los niños, correteando alegremente y sin preocupación alguna. Michelle sonrió cuando algunos le pasaron corriendo justo por el lado, pero su sonrisa no tardó en desaparecer. Mientras miraba a los pequeños, se percató de un individuo aislado a la distancia, sentado de espalda contra la pared, en el borde de un callejón. Su cabello rubio, sucio y maltratado, al igual que sus ropas andrajosas y llenas de agujeros, daban testimonio de su pobreza.
   —¿No te parece increíble, Luis… que en medio de una ciudad tan próspera haya gente pasando hambre?—comentó Michelle.
   —Es una pena, sí, pero no podemos hacer nada por él—respondió Luis, caminando aún al mismo paso, con intenciones de seguir de largo.
   —Vamos, no seas así. ¿Qué diría Christian si te escuchara decir eso?—le dijo Michelle, y lo haló por el brazo, encaminándose hacia aquel individuo.
   Él los miró al percatarse que se le acercaban, revelando sus ojos azules y rostro juvenil. Seguramente no era mucho mayor que ella, asumió Michelle.
   —Hola, amigo—le dijo Michelle al muchacho con una gran sonrisa.
   —¿Qué quieren?—le respondió. Aunque su rudo tono de voz daba indicios que no deseaba su compañía, sus ojos no se despegaban de la cara de Michelle, casi como si la estudiara en busca de algo.
   Sin pedir permiso, Michelle tomó un bagel de la bolsa que Luis sostenía y se lo ofreció al muchacho.
   —Parecías tener hambre cuando te vi desde la plaza—le explicó Michelle, acercándole aun más el bagel.
   —¿En serio me lo darás? ¿Sacrificarás así parte de tu desayuno?
   —De hecho, es el desayuno de una amiga, pero creo que tú lo necesitas más—respondió Michelle, risueña.
   El muchacho les agradeció a los dos y le dio una feroz mordida al alimento que le había sido entregado. Luego de esto, sin embargo, lo apartó de su boca y, asumiendo una actitud mucho más cordial, les volvió a hablar.
   —¿Puedo preguntarle su nombre?
   —Seguro. Me llamo Michelle Estrella, y este es Luis Estrella. Somos gemelos fraternos—le informó Michelle, a lo que Luis solo añadió un “mucho gusto”.
   —“Michelle”…  Es un nombre extraño, pero aún así, hermoso—murmuró el joven en voz baja. —Ya veo, está decidido entonces—añadió, alzando la voz, y chasqueó sus dedos.
   Una puerta se abrió de golpe al lado de Michelle y Luis, y hombres en armadura de caballero, espadas en mano, comenzaron a salir de ella. De un gran bote de basura metálico que estaba dentro del callejón también comenzaron a brotar sujetos similares, a quienes no parecía molestarle su propia suciedad y pestilencia. Fue en ese entonces que Michelle primero se percató que había una escotilla de alcantarilla a solo pies de ellos, ya que de ella también salieron sujetos en armadura. En menos de quince segundos, Michelle y Luis habían quedado completamente rodeados.
   Los hermanos retrocedieron un poco y compartieron miradas perplejas. Nuevamente miraron al joven al que le habían dado el bagel. Él caminaba confiadamente entre los hombres de armadura, su postura perfecta. Mientras se les acercaba, sacó una diadema plateada del bolsillo de su pantalón y se la colocó en la frente. Finalmente, se detuvo frente a Michelle y Luis, fijándose casi únicamente en ella.
   —¡Escuchen con atención, ciudadanos de Luzouh, pues hoy ciertamente es el día que tanto esperaban!—exclamó el muchacho, procurando capturar la atención del gentío que se había detenido a observar lo que estarían haciendo tantos soldados en ese lugar. —¡Luego de considerarlo muchísimo, por fin he tomado una decisión!
   —Oye, ¿de qué hablas? ¿Qué está pasando aquí?—cuestionó Luis al muchacho, pero dos de los soldados cruzaron sus espadas frente a él, interponiéndose entre ellos.
   —¿Qué, acaso no se habían enterado?—le dijo el soldado que quedaba a su izquierda—El príncipe Salak anunció hace dos semanas que estaría seleccionando a su futura prometida entre las pueblerinas.
   —¿“Príncipe”? ¿“Prometida”?—cuestionó Michelle, sintiendo escalofríos tan pronto pronunció la segunda palabra.
   —Así es, querida Michelle—respondió Salak, acercándosele y tomándole de la mano—Tu acto de bondad hacia un pobre donnadie que ni conocías, por pequeño que haya sido, me ha demostrado que tienes un corazón dulce y compasivo como ningún otro. No eres como las chicas plásticas que ves normalmente por aquí, en Luzouh.
   Michelle zafó su mano del agarre del príncipe.
   ¡No puedo casarme contigo, príncipe! Tan solo tengo trece años—le explicó Michelle—De donde yo vengo, no está bien casarse por lo menos hasta los dieciocho.
   —Comprendo tu punto… yo mismo solo tengo catorce, así que no sentaría bien—murmuró el príncipe, llevándose la mano a la barbilla. —Ya sé—añadió—vendrás conmigo al castillo, y ahí pasarás los siguientes cinco años educándote en nuestra historia y adaptándote a la realeza. Así, cuando por fin podamos casarnos, estarás más que lista.
   Salak tomó nuevamente a Michelle por la mano, y comenzó a dirigirla entre los soldados que se habrían paso. Ella se llevó la otra mano temblorosa al corazón y miró a Luis, como implorándole que la ayudara. Él ni tuvo que mirarla, ya que había comenzado a acercársele de antemano.
   Luis tomó la mano que Michelle tenía libre y la separó del príncipe de un tirón. Luego trataron de huir, pero uno de los soldados nuevamente se apoderó de Michelle y tumbó a Luis de un empujón.
   —Nadie puede oponerse a la decisión del príncipe—le dijo el soldado a Luis, apuntándole con su espada—Seas el hermano de la futura prometida o no, si vuelves a tratar algo así te liquidaré en un instante.
   Los soldados se incorporaron nuevamente en su formación alrededor de Salak y prosiguieron su camino. En esta ocasión se aseguraron de no despegar su vista de Michelle. Mientras se adentraban nuevamente a la plaza de la ciudad, Michelle juró haber oído la voz de su hermano entre el murmullo de los ciudadanos que celebraban el futuro casamiento de su príncipe. Luis parecía llamarla por su nombre una y otra vez, desesperado, pero Michelle no logró divisarlo entre la gente.
   Luego de un odioso desfile por las calles de la ciudad, el príncipe Salak llevó a Michelle a su castillo. El mismo era blanco y dorado, con dos cascadas que caían de la pared frontal, tras la muralla que lo separaba del resto de la ciudad, y se unían en una extensa piscina que decoraba la terraza principal. Había varias torretas de aspecto futurístico en la estructura principal al igual que en la muralla.
   —¿Es hermoso, verdad?—le dijo Salak a Michelle, al llevarla a una de las salas del castillo, decorada con pequeñas fuentes de agua, candelabros dorados y ventanas con vista hacia la terraza principal, por donde además se colaba la celestial brisa que había sentido anteriormente.
   —De verdad que lo es…—le respondió Michelle, honestamente, pero también retraída y parcialmente resignada. Sin embargo, su ánimo cambió por completo al recordar un asunto importante. —Príncipe Salak, dígame, ¿ha escuchado de la leyenda del Karachi?
   —Por supuesto. No hay nadie en Eziyet que no la sepa. “El guardián metálico, protector de la tercera dimensión y la nuestra, que despierta cada seiscientos años con la ayuda de los Guare”, ¿cierto?—respondió Salak—Ya no debe faltar mucho para que despierte, por cierto...
   —¡Ya despertó! Y esa es precisamente la razón por la que no me puedo casar con usted—le dijo Michelle, luego sacó el emblema de la luna de su riñonera, y se lo mostró—Yo soy una de las Guare, ¿entiende? Sin mí, el Karachi nunca podrá alcanzar el potencial necesario para salvar el mundo. Así que debo volver con mi hermano cuanto antes.
   Salak miró el emblema en silencio antes de responder, genuinamente intrigado.
   —¡Estoy impresionado, Michelle! Esta es una muy buena imitación de uno de los emblemas del Karachi. Está casi tan bien hecha como las que tengo yo.
   —Espera… ¿qué?—respondió Michelle, turbada.
   —El Karachi es una de las leyendas más veneradas en Eziyet, y hasta hacemos celebraciones en su honor cada cierto tiempo—le explicó Salak—Durante esas celebraciones cada miembro de la familia real debe llevar uno de esos emblemas en un collar, así conmemorando el trabajo de los Guare del pasado. Obviamente, los de nosotros tampoco son auténticos, y aunque siempre hay plebeyos que hacen sus propias falsificaciones, jamás había visto una de tan buena calidad.
   Michelle había quedado oficialmente sin idea de qué más podía hacer. Por lo tanto, solo suspiró y guardó nuevamente su emblema. Salak hizo llamar a una de las sirvientas reales, a la cual encomendó la tarea de mostrarle a Michelle las áreas del castillo que estarían a su disposición. Ella la llevó al comedor, a la terraza, cuartos de baño y áreas recreativas, y a las diferentes salas de estudio donde cubriría diferentes materias. Finalmente, la sirvienta le mostró su recámara.
   —¿Qué esperas, Luis? ¡Activa el Karachi y sácame de aquí de una buena vez!—murmuraba Michelle una y otra vez mientras el día corría.
   Cuando cayó la noche, Salak hizo llamar a Michelle a uno de los balcones del castillo, desde el cual se podía ver casi toda la ciudad, iluminada por luces artificiales y la luna llena. Salak la esperaba en el borde del balcón, mientras que un par de guardias y dos de sus tutores observaban a poca distancia. Tan pronto como ella se le acercó, él la recibió con halagos y un beso en la mano.
   —Esto es una locura, príncipe. Por favor, no siga con esto—le insistió Michelle.
   —Me consta que te resulta extraño cómo hacemos las cosas aquí—le respondió Salak—pero pronto te acostumbrarás, y verás que tu vida solo mejorará de aquí en adelante.
   —¿Y qué hay de Luis? Fuimos separados tan repentinamente que él debe estar volviéndose loco.
   Antes que Salak pudiera responder, un sonido como de una explosión tomó a todos por sorpresa. Michelle miró a su izquierda, que daba hacia el este de la ciudad, la dirección de donde provino el ruido. Allí, algunos edificios se desplomaban sobre otros más pequeños. Una solitaria y enorme figura humanoide se levantaba de entre los escombros. Aunque la oscuridad de la noche y la nube de polvo levantada por la destrucción la cubrían, Michelle no tenía duda que se trataba del Karachi. ¡Por fin Luis había entrado en acción!
   —¡E-ese monstruo acaba de destruir el nuevo distrito residencial!—exclamó la fémina tutora del príncipe, al acercarse al borde del balcón para ver lo que ocurría.
   —Por lo menos nadie aún vivía ahí—añadió el otro tutor del príncipe, quien era un hombre anciano—De no ser así, las calles estarían llenas de “kétchup”.
   Ignorando el comentario morboso del anciano, todos allí observaron en asombro cómo aquella enorme figura volaba a gran velocidad hacia el castillo. Todos menos Michelle estuvieron a punto de salir corriendo cuando el gigantesco Karachi aterrizó justo frente al balcón.
   —¡Sal de ahí, Michelle! ¡Es peligroso!—le gritó Salak, pero ella solo dio la vuelta y le habló tranquilamente.
   —¿Todavía no lo comprendes, príncipe? ¿No reconoces el emblema en su pecho?
   —¡…El Karachi…!—exclamó Salak—Entonces, decías la verdad…
   El Karachi Sol colocó su mano abierta sobre el balcón, justo al lado de Michelle, destruyendo parte del borde.
   —¡Así mismo es!—respondió Michelle. Luego se paró sobre la mano del robot. —¡Ahora salgan de mi vista, a menos que ustedes quieran quedar hechos “kétchup”!—añadió, tratando de amedrentarlos.
   El Karachi despegó su mano del balcón y se la llevó al pecho. Esa parte de su armadura se levantó, revelando ser una escotilla que daba acceso a la espaciosa cabina. Antes de entrar, Michelle le echó un vistazo al castillo. Salak y sus acompañantes habían salido corriendo, lanzando insultos al aire mientras huían. Ella finalmente entró y la escotilla cerró tras ella.
   Michelle instantáneamente miró a su hermano, quien se encontraba en el panel de control superior, y lucía genuinamente preocupado por ella. Antes que cualquiera de los dos pudiese decirle algo al otro, ella habló.
   —Yuisa. Así me llamo—le notificó la mujer a Michelle desde el panel de control inferior. Se había atado el pelo en un moño, dejándose solo la pollina suelta.
   —Ah, eh… es un lindo nombre—respondió Michelle, sorprendida por la repentina declaración.
   —Estás bien, ¿verdad?—las interrumpió Luis—¿El principito ese no te tocó?
   —Estoy bien, Luis, pero ¿por qué se tardaron tanto? Estaba volviéndome loca allá dentro.
   —Perdón por eso, es que tuvimos que encontrar la vía más segura para entrar y escabullir un robot tan grande. Lo menos que necesitábamos era activar un súper sistema de seguridad o causar una mega catástrofe que matara a cientos de personas—le explicó Luis. Luego pausó, suspiró y añadió—¿De verdad no te hicieron nada, Michelle?
   —De verdad, no me hicieron nada—respondió Michelle, secretamente conmovida por la insistente preocupación de su hermano—Solo… vámonos de aquí, ¿okey?
   El Karachi le dio la espalda al balcón y activó su propulsor principal, pero antes que pudiera elevarse, una de las torretas del castillo abrió fuego contra él, impactándolo en el hombro.
   —¡Devuélveme a mi princesa, monstruosidad metálica!—gritó Salak, su voz resonando por todo el castillo gracias bocinas posicionadas estratégicamente por el lugar.
   —¡Tch! Típico hombre—comentó Michelle mientras el Karachi daba la vuelta, mirando nuevamente al balcón ahora vacío.
   —¡Tú lo has dicho!—añadió Yuisa—Una no hace más que sonreírles un poco y ya se creen dueños de nuestros corazones.
   —Oigan, creo que este no es el mejor momento para hablar de esto—las interrumpió Luis, evidentemente incomodado.
   Los cañones de las demás torretas se alinearon sobre el Karachi, luego de lo cual Salak continuó su discurso.
   —¡Seas un guerrero legendario o no, no permitiré que te robes a mi elegida! ¡Prepárate para sufrir las consecuencias de tus actos, Karachi!
   —¿Qué está diciendo, joven príncipe?—le cuestionó su tutora, sobresaltada, su voz siendo también transmitida por las bocinas—¡Se trata del Karachi! No creo que el rey y la reina estén…
   —¡Silencio!—la interrumpió Salak—Mis padres no se encuentran en Luzouh actualmente. Por lo tanto, toda la autoridad recae sobre mí, ¿comprende?—. Luego de una corta pausa, añadió—¡Disparen todo, incluyendo los Nobetcis!
   Todas las torretas dispararon láseres azules en rápida sucesión contra el Karachi. Estos no eran muy potentes de por sí, pero eran tan numeroso que lo hicieron caer de rodillas. La situación solo empeoró cuando los techos de las cuatro torres más altas del castillo se abrieron y del interior de cada cual salieron dos Nobetcis. Estos eran máquinas de forma esférica con varios agujeros en su superficie, de los cuales brotaron púas de energía.
   Aunque los Nobetcis eran relativamente pequeños comparados con el Karachi, volaban por el aire a alta velocidad. El Karachi Sol disparó un par de láseres por sus ojos, destruyendo una de las torretas, pero en ese mismo instante fue embestido por un Nobetci. El Karachi cayó de espalda contra el suelo, pero en un segundo se levantó y, activando su propulsor, trató de alejarse del castillo. Antes que pudiera pasarle por encima a la muralla, sin embargo, se encontró con un Nobetci de frente. Este lo impactó en el rostro, deteniéndolo, mientras que otro más le impactó el costado.
   Enfadado por sus pequeños contrincantes, Luis gritó, invocando la espada Sakachi. El Karachi cambió nuevamente de dirección y voló velozmente hacia el castillo. Se encontró tres Nobetcis de frente, así que preparó su espada para pulverizarlos a los tres de un solo corte horizontal. Las torretas aún disparaban contra él, y en ese preciso momento, algunos disparos conectaron con su mano derecha, haciéndolo tirar su espada. Los Nobetcis aprovecharon su descuido y chocaron contra él de golpe, tumbándolo nuevamente.
   —¿Qué rayos haces, Luis? ¡Esos cosos ni siquiera son tan fuertes!—lo regañó Michelle—¿Cómo no has podido ganarles todavía?
   —¿Qué, acaso no ves lo rápidos que son?—respondió Luis—Si no puedo darles, toda la fuerza del mundo no me servirá de nada.
   Otro Nobetci cayó sobre el pecho del Karachi, por lo que este trató de agarrarlo y aplastarlo entre sus dedos, pero la pequeña máquina se escabulló antes que tuviera oportunidad. Frustrado, el Karachi golpeó el suelo, y se levantó nuevamente. Numerosos láseres chocaban contra él, los ocho Nobetcis aún estaban intactos y su espada se encontraba demasiado lejos para poder recogerla.
   —¡Rayos!—gritó Luis, y golpeó su panel de control con el puño.
   —¡Déjame intentarlo, Yuisa!—le dijo Michelle a la piloto en el panel de control inferior—A este paso Luis solo hará que nos maten.
   —Si tomas mi lugar, y te conectas tú ahora, Luis quedará a cargo de manejar las funciones secundarias del robot—le informó Yuisa—Sería algo bastante arriesgado, considerando que ambos son pilotos novatos.
   —¡Vamos, Yuisa! No puede ser tan peligros, ¿verdad?—insistió Michelle.
   —Supongo que no—respondió Yuisa, y se levantó de su asiento, permitiendo que Michelle ocupara su lugar. Mientras Michelle ajustaba su emblema en el panel de control, Yuisa apartó su mirada y, silenciosamente, murmuró—De hecho, sí lo es, pero ¿qué otra opción nos queda?
   —¡Aquí voy!—le advirtió Michelle a su hermano, luego de lo cual presionó el emblema.
   Las luces anaranjadas del panel de control se tornaron color verde. Imitando lo que hizo su hermano la vez anterior, Michelle colocó ambas manos sobre las esferas metálicas en ambas esquinas del panel. Fue así que la joven se conectó con el Karachi, parte de su consciencia fundiéndose con la percepción del robot. Sin que ella se percatara, sus ojos también comenzaron a brillar, sus iris asumiendo una coloración azul, roja y blanca.
   Al Michelle asumir el control, el Karachi se transfiguró nuevamente. En esta ocasión, sus ojos se agrandaron y una máscara metálica cubrió la parte inferior de su rostro. Su figura pasó de corpulenta y fornida a esbelta y majestuosa, y adoptó una nueva coloración turquesa. El emblema que decoraba su pecho ahora era el de la luna, y las luces azules que brotaban de su cuerpo se tornaron anaranjadas. De su hombro izquierdo y sus caderas brotaban largos objetos filosos, siete en su totalidad.
   El Karachi, ahora sincronizado con Michelle, observaba fijamente sus manos, y movía poco a poco sus dedos en un estado de incredulidad. Fue mientras hacía esto que se percató que uno de los Nobetcis volaba velozmente hacia él. El Karachi se echó hacia el lado, esquivando el ataque en el último segundo.
   —¡Sé que es todo un viaje, Michelle, pero tienes que concentrarte!—le dijo Luis, haciéndola reaccionar.
   El Karachi retrocedió un poco, oportunidad que Michelle aprovechó para estudiar sus alrededores a través de sus ojos. Una vez Michelle logró divisar a todos los Nobetcis, gritó el nombre que no conocía, que pareció ser insertado en su mente tan pronto se conectó con el robot.
   —¡Ta! ¡Na! ¡Ma!
   Los objetos filosos se desprendieron de su cuerpo, y levitaron momentáneamente, casi inmóviles, a su lado. El Karachi señaló en la dirección del castillo y los sables remotos salieron disparados de forma sincronizada en esa dirección, dejando un rastro de luz verdosa mientras avanzaban. Cuando se habían acercado lo suficiente a los Nobetcis, las Tanama rompieron formación, cada cual tomando su propio rumbo equivalente a la posición de cada Nobetci. De esta manera el Karachi logró interceptarlos y acabar con ellos de un solo tiro.
   —Oigan, ¿acaso no habían ocho de esas cosas con pullas?—comentó Luis, interrumpiendo a las dos féminas que recién comenzaban a celebrar su victoria.
   Luis tenía razón, por lo que Michelle se concentró nuevamente, buscando el último de los Nobetcis.
   —¡Ahí!—exclamó Yuisa, tan pronto una pequeña pantalla se abrió en el monitor principal, mostrando que el Nobetci se les había ido por la espalda y buscaba impactar el propulsor principal.
   Si el Nobetci lograba destruir su propulsor principal, al Karachi se le haría imposible escapar de Luzouh, significando una victoria para Salak. Además, las Tanama con los que había atacado estaban demasiado lejos; jamás interceptarían al último Nobetci a tiempo.
   Seguramente Salak sonreía con gusto en su cuarto de control, confiado que pronto la tendría nuevamente bajo su poder, pensó Michelle. Esto, sin embargo, no terminaría siendo más que una fantasía sin realizar, ya que justo antes que el Nobetci impactara al Karachi, una octava Tanama lo interceptó, destruyéndolo en el acto.
   Resultó ser que la octava Tanama era en realidad la espada que el Karachi Sol había dejado caer. Al Michelle tomar el control del robot, no tan solo su apariencia, sino que también todas sus armas cambiaron de forma de acuerdo a la personalidad y habilidades de Michelle. Dándose cuenta en el último segundo, Michelle aprovechó dicho cambio para salvar su pellejo justo a tiempo, aunque alardeó de que eso siempre fue parte de su plan.
   —¡No! ¡No puede ser!—exclamó Salak, nuevamente por las bocinas—De verdad se atrevió a rechazarme… después que la elegí personalmente…
   —También lo hizo quedar como un tonto frente a todo el mundo—añadió su tutor—No dude que ya mañana todo Luzouh se haya enterado de lo que ocurrió aquí.
   Hubo silencio luego de esto y las torretas nuevamente se desactivaron. Parecía que Salak por fin había entendido la futilidad de enfrentar al Karachi Luna en combate, oportunidad que Michelle no desperdiciaría para salir de ahí antes que el príncipe cambiara de opinión. El Karachi inició su propulsor principal y se elevó por el aire. Las ocho Tanama lo siguieron, velozmente retornando a su lugar original sobre su cuerpo.
   El Karachi aumentó su velocidad de vuelo, y cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca del techo del domo, lo golpeó con su puño. Así creo una apertura lo suficientemente grande para poder escapar.
   —Y nosotros que pasamos el trabajo de escabullirnos bajo tierra para evitar precisamente esto—suspiró Luis al observar con pena cómo los pedazos del techo cristalino caían sobre el castillo.
   —Salak dijo que le molestaba la altanería e hipocresía de las personas de Luzouh cuando en realidad él era el peor de todos—expresó Michelle—Tal vez sufrir las inclemencias del clima por un tiempo les enseñe un poco de humildad.
   —¿Sabes algo? Tienes toda la razón—comentó Yuisa, luego de reír un poco—Además, no es como si les hubieras puesto un castigo eterno. Eziyet está podrida en dinero; dentro de poco tendrán el domo arreglado de nuevo.
   —Por cierto, ¿qué se supone que hagamos ahora?—le preguntó Luis.
   —Ustedes ya parecen haberse compuesto del shock, así que es hora de comenzar las Cuatro Pruebas de los Guare—le respondió Yuisa.
   —¿De qué tratan, y a dónde tenemos que ir para tomarlas?—le preguntó Michelle.
   —Bueno, la verdad es…—comentó Yuisa, haciendo una pequeña pausa antes de continuar—¿Saben qué? Ya es tarde, y estoy cansada. Aterricen el robot por ahí y duerman un rato. Les contaré en la mañana.
   —¿Qué? ¡Vamos, Yuisa, no seas así!—respondió Michelle, protesta que Yuisa ignoró por completo.
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placestoseein · 7 years
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Places to see in ( Cartagena - Spain ) Cartagena is a port city and naval base in the Murcia region of southeast Spain. Founded by the Carthaginians around 220 B.C., the city boomed during the Roman period. Among its many Roman ruins are a 1st-century B.C. theater and Casa de la Fortuna, a villa with murals and mosaics. The Muralla Púnica (Punic Wall) interpretation center houses the remains of a 3rd-century B.C. defensive wall. Cartagena has been inhabited for over two millennia, being founded around 227 BC by the Carthaginian Hasdrubal the Fair as Qart Hadasht, the same name as the original city of Carthage. The city had its heyday during the Roman Empire, when it was known as Carthago Nova (the New Carthage) and Carthago Spartaria, capital of the province of Carthaginensis. It was one of the important cities during the Umayyad invasion of Hispania, under its Arabic name of Qartayannat al-Halfa. Much of the historical weight of Cartagena in the past goes to its coveted defensive port, one of the most important in the western Mediterranean. Cartagena has been the capital of the Spanish Navy's Maritime Department of the Mediterranean since the arrival of the Spanish Bourbons in the 18th century. The second largest of the Iberian Peninsula after the one in Mérida, an abundance of Phoenician, Roman, Byzantine and Moorish remains, and a plethora of Art Nouveau buildings, a result of the bourgeoisie from the early 20th century. Cartagena is now established as a major cruise ship destination in the Mediterranean and an emerging cultural focus. The city of Cartagena is located in the southeastern region of Spain in the Campo de Cartagena. The Cartagena region can be viewed as a great plain inclined slightly in the direction NW-SE, bordered at the north and the northwest by pre-coastal mountain ranges (Carrascoy, El Puerto, Los Villares, Columbares and Escalona), and at the south and southwest by coastal mountain ranges (El Algarrobo, La Muela, Pelayo, Gorda, La Fausilla y Minera, with its last spurs in Cape Palos). The dominant geology of the region is metamorphic (slate, marble) and sedimentary (limestone). Cartagena’s coastal mountains have a concentration of one of the largest botanical biodiversities of the Iberian Peninsula. European and African species are both present, as well as a number of remarkable Ibero-African species, which are only found on the southern coasts of Spain (mostly in the provinces of Murcia and Almería) and North Africa. Among these, there stands out the tetraclinis articulata or Sandarac (sabina mora o ciprés de Cartagena—literally Cartagena's cypress in Spanish) endemic to Morocco, Algeria, Tunisia, Malta, and Cartagena, growing at relatively low altitudes in a hot, dry subtropical Mediterranean climate. Some species are seriously endangered like the siempreviva de Cartagena (Limonium carthaginense), the rabogato del Mar Menor (Sideritis marmironensis), the Zamarrilla de Cartagena (Teucrium carthaginense), the manzanilla de escombreras (Anthemis chrysantha), the garbancillo de Tallante (Astragalus nitidiflorus) and the jara de Cartagena Cistus heterophyllus carthaginensis ). Thanks to its strategic position on the Mediterranean, Cartagena has been inhabited by many different cultures, which have left their mark on its rich cultural heritage during a glorious and turbulent history. The “Cartagena, Port of Cultures” initiative was created to allow visitors to enjoy a wide range of activities and visits, discovering the cultural wealth and rich history of the city. It’s one of the several projects to energize the tourist possibilities of this potential major cultural destination Although the city itself is only a port, within the city limits lies part of La Manga del Mar Menor (the other part belonging to the municipality of San Javier) which encompasses the Mar Menor. Cartagena also includes part of the Murcian Mediterranean Coast. These beaches are: Cala Cortina, Islas Menores, Playa Honda beach, Mar de Cristal, Cala del Pino, Cavanna beach, Barco Perdido beach, El Galúa beach, Levante beach and La Gola beach. ( Cartagena - Spain ) is well know as a tourist destination because of the variety of places you can enjoy while you are visiting the city of Cartagena . Through a series of videos we will try to show you recommended places to visit in Cartagena - Spain Join us for more : https://www.youtube.com/channel/UCLP2J3yzHO9rZDyzie5Y5Og http://ift.tt/2drFR54 http://ift.tt/2cZihu3 http://ift.tt/2drG48C https://twitter.com/Placestoseein1 http://ift.tt/2cZizAU http://ift.tt/2duaBPE
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lookingthehorizon · 7 years
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Este nudo no me deja, se me esta alojando en la garganta y cabeza, La saliva pasa a malas y las letras se me traban, Ya no quiero abrazos, a estos pedazos, sólo humo de esa rama y una puta cama.  Quiero ser la ama, de esto que dicen que es mi vida, no una sultana, voy a hacerlo con ganas y sin celos,  aunque mis miedos vengan a verme y morderme llenos de peros, Pero no puedo, ese veneno fue el carcelero de esta loca desatada convertida en amada, amando la vida, sin amar de verdad, atrapada como lava en un volcán, de esos que te queman sin más, aniquilan, pero es fenomeno natural. Una mierda mas de este mundo anormal, artificial, donde la gente no teme, teme amar y que duela, pues aprieta las muelas, Entiérrate o vuela, lejos donde TÓ se pueda, No hagas  montañas con arena, con lluvia se van, escálalas para que la vida sea una entera, dejando secuelas, sustos y malas maneras, son parte de esta micro muerte. Maldita suerte, esa que no tengo que me falta cuando me golpean fuerte, nunca quise perderte, no supe tenerte me cegué en quererte y ahora me busco a mi eternamente.  Y si no me encuentro moriré cada vez, o en el intento, NO vale ya, to esto mu difícil y la excusa de las crisis ya está muy quemada, me parece una burrada que te quedes sentado en tu confort mientras otros lo reclaman. Buscan y fallan, dejate de muros, de velos y murallas atrevete a vivir antes de que te vallas.  No lo dudes, puede que realmente no exista el mañana.  J.Doble¢e
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euroidiomas · 3 years
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Castillo de Frías, Burgos, España. Primeras fortalezas del siglo X. El castillo defensivo se mantiene erguido sobre en peñasco de La Muela desde el siglo X, cuando comienzan a construirse éste tipo de fortalezas en la península. Ya en el siglo XIII se completará la construcción de la muralla que lo haya más impenetrable aún. Comenzaría a tener más importancia al pasar a manos del rey Alfonso VIII en 1201, dotándole de valor estratégico, ya que relevará al castillo de Petralata de las funciones de control del territorio, construido por los navarros en 1040 para defender los pasos más importantes entre La Bureba y Castilla la Vieja. #Spain #VisitSpain #VisitBurgos #VisitCastillaLeon #CastillosEspaña #HistoryTourism #CulturalTourismSpain #InnerTourismSpain #LanguageTourism #SpanishLanguageUbeda #LearnSpanishUbeda #SpanishinUbeda #SpanishCulture #SpanishHistory #MedievalTimesSpain #MiddleAgesSpain #MedievoEspaña #EdadMediaEspaña #HistoriaEspaña (en Castillo de Frías) https://www.instagram.com/p/CRt1QQpBOF3/?utm_medium=tumblr
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