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#Libro El Lenguaje del Adiós
saladieciocho · 2 years
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Jean-Luc Godard en ‘Habitación 666′
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Extracto de Habitación 666, vía MUBI.
Escribe: Luis Vélez.
En 1982, en pleno Festival de Cannes, Wim Wenders invitó a quince cineastas a entrar por turnos a un cuarto de hotel, dejándoles un escrito con interrogantes acerca del futuro del cine, en un tiempo de inflexión tecnológica (similar al presente), de debate sobre las estéticas de los soportes de la materialidad audiovisual y de cómo el hecho de ver películas en una sala de cine, ante al advenimiento de más dispositivos para el disfrute en casa, se convertía en un dilema social de implicancias creativas, económicas y hasta políticas. 
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El resultado del registro de las diversas reflexiones respondiendo a las inquietudes del director es la hoy imprescindible Habitación 666 (Chambre 666). Por ahí desfilaron Werner Herzog, Steven Spielberg, Ana Carolina, Michelangelo Antonioni, Rainer Werner Fassbinder, Susan Seidelman y Jean-Luc Godard. Con este último se da inicio al documental y la principal preocupación de Wenders, hace exactamente 40 años, era "la muerte del cine como lenguaje o forma de arte", a lo que Godard contestó tan sencilla como sabia y relajadamente: 
"Las películas se crean cuando nadie está mirando. Ellas son lo invisible. Lo que no puedes ver es lo increíble y es la tarea del cine mostrarte eso. Mostrarte lo que no puedes ver. 
Estoy sentado aquí en frente de la cámara, pero en realidad, en mi cabeza, estoy detrás. Mi mundo es lo imaginario y ese es un viaje entre avances y retrocesos, entre hacia y desde.
Como Wim, soy un gran viajero.
Nos vemos luego. Chau". 
Para Godard el cine siempre estuvo más vivo que nunca y apreciando sus últimas dos películas, Adiós al lenguaje (2014) y El libro de imágenes (2018), es posible sentir ello en sendos manifiestos revolucionarios de forma y sonido.
Por cierto, varios clásicos de Jean-Luc Godard están disponibles (Incluyendo Perú) en la plataforma QubitTV aquí. Pueden verse, entre otras películas del maestro, Sin aliento (1960), El desprecio (1963), Banda aparte (1964), Pierrot el Loco (1965), Alphaville (1965), La Chinoise (1967) y Sympathy for the Devil (1968). 
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En MUBI se encuentran en streaming: Masculino-femenino (1966) y Dos o tres cosas que yo sé de ella (1967), mientras Adios al lenguaje se puede comprar en Apple TV.   
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wingzemonx · 10 months
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 139. Adiós, estúpida mocosa
La camioneta estacionada que habían visto al frente del hotel al llegar seguía siendo la mejor alternativa para huir. Sólo debía subir a Lily a la parte trasera y así ambas podrían partir hacia el este sin mirar atrás. Pero antes de eso, debía encontrar las llaves del vehículo. No las había visto cuando registró la recepción en busca de las llaves de los cuartos y la bodega, pero eso no le impidió a Esther volver para poner todo patas arriba con tal de encontrarlas.
Tras inspeccionar y desacomodar todo en la recepción, no le pareció que las llaves pudieran estar ahí. Sólo dio con algunos recibos y facturas, copias de identificaciones de pasados huéspedes, y un libro de registro con nombres, fechas y notas. Le sorprendió un poco ver que estas últimas no estaban escritas en inglés. Y aunque le resultaba conocido, no identificó en un inicio de qué lenguaje se trataba. No era estonio, ni alemán, ni ruso, que junto con el inglés eran los lenguajes que más conocía. Quizás era danés, o sueco.
Aquel hallazgo trajo de inmediato a su memoria el hecho de que había captado un pequeño acento acompañando las palabras de Owen la primera vez que lo escuchó hablar. ¿De dónde habrá sido originario?
Unos sonoros golpecitos contra el cristal de la puerta de entrada la hicieron sobresaltarse y ser arrancada de su cavilación. Al alzar la mirada, divisó la figura de un hombre de pie al otro de la puerta, que tocaba con sus nudillos y se asomaba hacia el interior.
Esther tuvo un primer impulso se esconderse bajo el mostrador, pero sería inútil. Era obvio que ya la había visto, y esto se hizo más evidente cuando le llegó su voz opacada por el cristal.
—Oye —pronunció en alto aquel hombre—. Oye tú… Sí, tú.
El hombre le hizo un ademán con su mano para que se aproximara a la puerta, pareciendo más una orden que una petición.
Esther soltó una maldición silenciosa e intentó pensar rápidamente en algo. Llevó discretamente una mano a su espalda, rozando el mango de su pistola oculta. Esperaba en verdad no tener que usarla; eso sólo agregaría una complejidad adicional a esa situación, que ciertamente no necesitaba.
Con cara apacible y desubicada, Esther avanzó hacia la puerta de cristal y se paró delante de ésta, sin abrirla. El hombre pareció ciertamente confundido, quizás al mirarla de tan cerca y notar que se trataba de una (aparente) niña.
—¿Trabajas aquí? —le cuestionó a través del cristal, pero Esther no le respondió—. ¿Tienen cuartos? —Siguió callada—. Oye, ¿qué no me escuchas?
Esther permaneció en silencio unos segundos más, y entonces pronunció en alto:
—Ole vait, sitapea.
—¿Qué? —exclamó el hombre totalmente confundido.
—Mine ja keppi ennast —añadió Esther con una amplia y amistosa sonrisa.
—¿Qué maldito idioma es ese? —soltó el hombre, exasperado—. ¿No hablas inglés?
—Mind ei koti, perseauk.
—Ay, olvídalo —espetó molesto, agitando una mano con desdén en el aire. Acto seguido, se dio media vuelta y se dirigió presuroso de regreso a su vehículos—. Estúpidos migrantes.
Esther permaneció de pie delante de la puerta, despidiéndolo con una sonrisa e incluso agitando una mano en el aire. En cuanto el vehículo se alejó, su sonrisa desapareció en el acto.
—Idiota —susurró por lo bajo.
Librado ese pequeño inconveniente, pudo volver sin más demora a la búsqueda de las llaves. Ya que en la recepción no había encontrada nada, el siguiente lugar más obvio era la oficina trasera. Revolvió todas las gavetas del escritorio, hasta que las encontró: un pequeño manojo con apenas la llame de encendido, y un control remoto para para la alarma.
—Bingo —susurró con moderado entusiasmo, y se apresuró de inmediato hacia la salida para probarlas. Debía revisar si en efecto eran las llaves, y si el vehículo tenía combustible.
Antes de salir al exterior, verificó que en efecto aquel odioso individuo se hubiera ido, y que no hubiera ningún otro ojo fisgón. Corrió entonces presurosa hacia la camioneta, y oculta tras un costado de ésta, probó el control de la alarma; éste funcionó. Notó como las luces parpadeaban, y escuchó los seguros abrirse.
—¡Sí! —exclamó emocionada, y rápidamente abrió la puerta del conductor y se acomodó en el asiento. Tendría que ver la forma de acomodarlo todo a su tamaño, pero de momento lo importante era verificar que encendiera. Así que colocó la llave en el encendido, la giró y logró escuchar un intento ahogado de iniciar la marcha, pero no más—. Maldición —susurró bajo, e hizo un segundo intento, obteniendo el mismo resultado. El auto no encendía.
Echó un vistazo al indicador de la gasolina en el tablero. Como se lo temía, estaba totalmente vacío.
—¡Maldita sea! —exclamó furiosa, golpeando el volante con una mano.
Cuando llegaron, recordaba haber visto una gasolinera más adelante en la carretera. Podría aventurarse a ir hasta allá con un bidón y volver con un poco de gasolina. Sin embargo, sería difícil que los trabajadores de aquel lugar no se cuestionaran qué hacía una niña sola en ese sitio buscando gasolina, y que intentaran inmiscuirse más de la cuenta en el asunto.
«De seguro tienen gasolina guardada en algún lado» dedujo sin mucho problema. ¿De qué servía tener un vehículo en ese sitio sin gasolina? Además, como el control de la alarma había funcionado, debía significar que aún tenía batería, así que de seguro no llevaba mucho tiempo ahí parado.
Volvió hacia el interior del motel, y se dirigió a la bodega, en donde aún reposaba en la carretilla y bajo los plásticos en el cadáver del buen Owen. Esther procuró no voltearse a mirarlo más de lo necesario, mientras escudriñaba cada rincón en busca de un bidón de gasolina. Encontró muchas cosas: más herramientas, mangueras, paquetes de papel higiénico, algunos bidones de plástico vacíos (y por las manchas rosadas que se veían al fondo, dedujo que no eran para gasolina), y demás cosas. Para nada de gasolina; ni una gota.
Esther soltó otra maldición resonante al aire, y se permitió además exteriorizar su frustración en la forma de una patada en contra de una de las estanterías, lo que la hizo temblar y que varias de cosas sobre ella se tambalearan y amenazaran con caerse. Salió entonces hecha una fiera de la bodega, dirigiéndose directo hacia la única posible fuente de información que le quedaba en ese sitio.
Encontró a Eli hecha un ovillo en la tina, recostada sobre su costado izquierdo, y sus piernas flexionadas contra su pecho. Le estaba dando la espalda a la ventana, por donde entraba para esos momentos más de la luz del exterior, alumbrando un poco más el interior del baño. Por su posición, parecía a simple vista intentar ocultarse lo más posible de ésta, aunque sus brazos alzados aún atados a la llave de la tina no le permitían poder hacerlo del todo.
—¡Despierta! —exclamó Esther con ahínco, pateando la orilla de la tina para intentar llamar su atención.
Eli se sobresaltó un poco, y la miró asomando apenas un poco su mirada por encima de su hombro. Se le veía más débil, pálida y ojerosa que hace un rato. Y en algunas partes de su piel, en especial en sus brazos expuestos, se habían formado algunas manchas rojizas similares a un salpullido o irritación.
—¿Dónde está la gasolina? —exigió Esther.
—¿La qué…? —susurró Eli muy despacio.
—¡La gasolina de la camioneta! ¿Dónde está? ¿Dónde la guardan?
Eli permaneció en silencio un rato. Por su expresión adormilada y ausente, era difícil decir si acaso no la había escuchado bien, no le entendía, o simplemente intentaba decidir qué respuesta le convenía más.
—No sé nada de autos —respondió Eli con voz apagada—. Oskar era quien se encargaba de esas cosas.
—¡No juegues conmigo! —espetó Esther, jalando en un sólo movimiento su pistola al frente, pegando el cañón de ésta contra la cabeza de la vampiro.
—Te digo la verdad —susurró Eli despacio, bastante más calmada de lo esperado—. No tengo idea de lo que me estás hablando.
Esther vaciló entre creerle o no. Era obvio que aquella criatura era una maestra del engaño. Sin embargo, también era obvio que su estado actual no la tenía en la mejor condición. ¿Qué tanto podía confiar en lo que le dijera? Quizás no mucho, o nada. Y en ese sentido, intentar interrogarla podría muy seguramente terminar en una completa pérdida de tiempo.
Soltó otra maldición silenciosa, y retiró rápidamente el arma de la cabeza de Eli, para después dirigirse hacia afuera del cuarto, tan rápido como había entrado.
—¡Cubre la ventana! —le gritó Eli desde la tina, lo más efusiva que de seguro le era posible.
—¡Cúbrela tú misma! —le respondió Esther con tono agresivo, un instante antes de azotar la puerta del cuarto a sus espaldas.
— — — —
Pasó toda la siguiente hora registrando cada rincón del motel, en busca de cualquier bidón de gasolina. Incluso se tomó el tiempo de registrar algunas de las habitaciones, pero para la quinta de ellas decidió que no valía la pena.
Se dejó caer de sentón en la alfombra de la quinta habitación, y luego se recostó por completo de espaldas contra ésta. Se sentía frustrada, molesta, y en especial agotada. Tenía un vehículo sin gasolina, una vampira atada en una tina, y una niña incapaz de despertar que podía o no también ser un vampiro. Toda esa situación se tornaba cada vez más surrealista…
Intentó calmarse y pensar en sus posibilidades. Si quería sacar a Lily de ahí, necesitaba un transporte para ella. Caminar hacia la gasolinera era quizás la mejor opción, pero aún no estaba convencida de que valdría la pena correr ese riesgo. Lo mismo aplicaba para llamar un taxi o una ambulancia. Cualquier plan que involucrara a una nueva persona en el panorama, resultaba poco alentadora.
Siempre estaba la opción original: irse ella sola y dejar a Lily atrás. Tarde o temprano la policía o alguien llegaría, la encontrarían en la cama, y de seguro le darían el tratamiento que ocupaba… si es que tal cosa existía. Y claro, si Eli no terminaba liberándose y matándola primero, o si ambas no morían de hambre.
—Maldita sea —susurró despacio, extrañamente sin ningún dejo de enojo. Alzó sus brazos hacia su rostro, cruzándolos sobre los ojos.
Le dio más vueltas al asunto por unos minutos más, intentando asegurarse de que había visto todas las opciones que tenía disponibles. Tras un rato, una posibilidad más se le vino a la mente. No era una que le causara mucha emoción o alegría, y era difícil determinar si era más o menos segura que arriesgarse con la policía. Aun así, creía ya estar lo suficientemente desesperada para considerarla en serio: pedirle ayuda a Damien…
Ignoraba qué tan molesto estaría el mocoso después de haberlo desobedecido y largarse de la ciudad en lugar del volver al Pent-house  con Samara como había ordenado. Desconocía además si estaba enterado de que le había disparado a Mabel. Si ésta sobrevivió, de seguro la había acusado, y quizás incluso culpado de la muerte de su novio, o del guardaespaldas de Thorn, el tal Kurt; en su lugar ella habría hecho lo mismo.
Pero aunque no estuviera molesto por ninguna de esas dos cosas, de lo que estaba segura era que no le parecería divertido ver la cara de Leena Klammer en las noticias, siendo acusada de todos esos delitos, y que de alguna forma la relacionaran con él. Desaparecerlas a Lily y a ella sería un efectivo control de daños. Sin embargo, si había alguien con los recursos para ayudarlas de manera discreta, e incluso quizás hacer algo para ayudar a Lily con su inusual condición, ese era él.
Quizás podría jugar la carta de la “familia unida”, como él mismo los había llamado, así como el deseo que había expresado de que trabajaran para él. Quizás Esther encontraría la forma de convencerlo de que sus acciones no habían sido traicioneras, sino meramente un intento de ponerse a salvo fuera de la ciudad, como él había dicho que deseaba que hicieran a corto plazo, para luego ponerse en camino a Chicago para reunirse con él. Quizás le creería, quizás no… Pero debía al menos intentarlo.
Se dirigió entonces a la oficina de la recepción, encendió la computadora y buscó en internet información sobre la sede matriz de Thorn Industries en Chicago, justo donde Damien había dicho que tenía su mansión, y a dónde pensaba irse una vez que dejara Los Angeles. No tenía su teléfono, ni correo, ni ningún otro medio para contactarlo directamente, por lo que sólo le quedaba llamar a su empresa y conseguir a alguien que la pusiera de alguna forma en contacto con él. Su intento dio aún menos frutos de los que esperaba, pues la encargada de servicio al cliente que la atendió no fue precisamente muy cooperativa.
—Como ya le dije varias veces, señorita —pronunció la mujer en el teléfono, algo exasperada—, el joven Thorn no está aquí, y no puedo proporcionarle el número de su casa o su celular.
Esther respiró lentamente por la nariz, intentando calmarse. Tenía el auricular del teléfono de la oficina pegado contra su oído.
—Me es muy, muy urgente hablar con él —pronunció Esther con tono suplicante—. Dígale que soy… Jessica, Jessica Coleman. Nos reunimos hace unas semanas en Los Ángeles, en sus oficinas. Pregunté allá, de seguro me recuerdan. Necesito hablar con él. Por favor.
Estaba haciendo uso de su mejor voz de niña en problemas, que siempre le había ayudado a que la gente hiciera lo que quisiera. Pero aquella mujer, aunque no parecía indiferente a sus palabras, parecía bastante firme en su postura.
—Lo siento, señorita. El joven Thorn no ha venido a la oficina desde hace mucho. Y hasta donde sabemos, se encuentra en su casa descansando y no se le puede molestar.
—¿Y qué hay de Verónica? —espetó Esther—. Verónica… Selva… Selvaalgo. Ella trabaja ahí, ¿o no?
—Me temo que no estoy segura de a quién se refiere.
Esther apretó los dientes, y su puño se cerró con fuerza sobre el escritorio.
—Si hubiera algo en mis manos que pudiera hacer para… —comenzó a pronunciar la mujer, pero Esther la cortó abruptamente.
—¡Escúchame estúpida perra! —gritó furiosa al teléfono—. ¡Comunícame con Damien en este instante, o si no…!
La mujer no tuvo reparo alguno en cortar la llamada en ese mismo instante, dejándola con las palabras en la boca.
Esther soltó un fuerte gritó de desesperación al aire, mientras con sus dos manos empujaba todo lo que estaba sobre el escritorio hacia un lado, tirándolo al suelo. Después pateó los cajones, la silla, los archiveros, tiró y rompió una maceta… todo sin dejar de chillar y gritar con furia.
— — — —
Tardó bastante tiempo en poder tranquilizarse, y aún entonces su estado emocional estaba gravemente alterado. Se tomó un momento para sentarse en uno de los columpios del área de juegos para comer unas frituras, beber un poco más de lo que quedaba en la botella de whiskey, y fumar otro cigarrillo. Habiendo descartado la opción desesperada de pedirle ayuda a Damien, se vio forzada a repasar de nuevo una y otra vez sus opciones. Y por más vueltas que le daba, aquellas que resultaban más plausibles tenían algo en común: no involucraban a Lily en ellas.
Sin un transporte seguro en el cuál llevarla, sin saber qué era lo que sería cuando despertara o cómo curarla, o si acaso eso era posible… su mejor alternativa era largarse por su cuenta, justo como había sido su primer reflejo la noche anterior.
O… quizás no precisamente igual a la noche anterior. Antes de irse, había una última cosa que podía hacer.
Volvió al cuarto 303 prácticamente arrastrando sus pies. Observó a Lily en la cama; de nuevo parecía estar sumida en algún inquietante sueño. Comenzó entonces a empacar tranquilamente su ropa, sus armas, algo de comida y agua, y dinero; de esto último, tanto el que había traído consigo como que el que encontró esculcando la recepción y la oficina.
Se acomodó lo mejor posibles sus ropas, se colocó la boina, abrigo y botas; lista para salir a caminar a la carretera, aprovechando que con el sol arriba no hacía tanto frío, aunque estuviera bastante nublado. Pero antes de irse, colocó la maleta lista al pie de la cama libre del cuarto, y se sentó en la orilla de ésta, girada en dirección a Lily. Observó atenta el rostro dormido de la niña, alumbrado únicamente por la luz del buró.
—Supongo que aquí termina nuestro viaje, mocosa —susurró Esther en voz baja, su voz sintiéndose impasible, al menos de dientes para afuera—. En el fondo creo que ambas sabíamos que no duraría mucho, y que de una u otra forma terminaría con una de nosotras matando a la otra. Aunque yo no podría haberme imaginado que sería justamente… así…
Soltó un suspiro, y subió sus pies a la cama, abrazando sus piernas contra sí.
—Te voy a contar un secreto —añadió con voz risueña—. Sé que tú estabas más que convencida de que quería encontrar a Daniel y Max para matarlos; terminar el trabajo que dejé inconcluso hace ocho años, o algo parecido. Tenías tus tazones para pensar ello, no lo negaré. Pero la verdad es que no me conociste tan bien como tú creías. Cuando fui a buscar a Kate hace cuatro años, mi intención no era matarla; en serio que no. Yo… tenía esta idea en la cabeza, de que podríamos volver todos a estar como al inicio; ser una familia… Quizás no me creas, pero al principio las cosas estaban saliendo bien, y no sólo lo digo por John. Daniel era un pesado, ¿pero qué hermano mayor no lo es? Max era adorable, como un pequeño cachorrito. Kate… bueno, tenía sentimientos encontrados con ella, pero con un poco de esfuerzo de ambos lados, podríamos haber llegado a un acuerdo para que las dos estuviéramos felices. Realmente pensé que si me presentaba ante ellos, si veían que estaba viva, y que estaba dispuesta a intentarlo, me recibirían con los brazos abiertos como lo habían hecho la primera vez.
Una aguda y sonora carcajada se escapó de sus labios.
—Creo que estoy tan loca como la gente dice, o quizás más. Porque aún creo que aquello no está del todo perdido con Daniel y Max. Aún creo que ese amor que existió entre nosotros en una ocasión fue real. Y donde una vez hubo amor, siempre puede volver a surgir. Eso pensaba con mi padre, y es lo que me mantuvo a su lado tantos años, hasta que ya no pude más… Pero esto es diferente. Creo que en verdad podríamos ser una genuina familia; como siempre desee…
Se paró en ese momento de la cama y se aproximó a la de Lily. Acercó una mano a la frente de la niña, y recorrió sus dedos lentamente por ésta, retirándole dulcemente los mechones de cabello del rostro. Su piel seguía sintiéndose muy, muy fría; como el cadáver viviente que muy seguramente ya era para esos momentos.
—Y aunque tampoco me lo creas, te veía a ti también como parte de esa familia —susurró despacio, como pronunciando un peligroso secreto—. Como la hermanita o prima molesta que quiere toda la atención, y que frecuentemente tienes ganas de matarla; en tu caso, bastante literal. Damien tenía razón en una cosa: todos nosotros somos bastante parecidos, como si tuviéramos una conexión que nadie más lograría entender. A lo largo de todos estos años siempre busqué algo así. Gente con quien pudiera ser yo misma, que me aceptara y me amara por quién soy, incluso con lo realmente rota que me encuentro. Y a pesar de todo, pensé que tú podrías ser una de esas personas. Y podríamos vivir los cuatro juntos en una casita donde nadie nos molestara; tú, yo, Max, Daniel… bueno, Daniel es más opcional. Era un bonito sueño en que solía pensar de vez en cuando.
Se detuvo un momento, respiró hondo, y pasó discretamente una mano por la comisura de su ojo, como queriendo limpiar una lágrima que amenazaba con salirse. Sin embargo, no había tal lágrima. Seguía sin lograr llorar, incluso aunque en el pecho sintiera un dolor similar a un cuchillo rasgándole la carne.
—En fin —pronunció con tono más decidido—. Al final era sólo eso: un sueño. La verdad es que aunque llegue hasta Daniel y Max, lo más seguro es que todo termine igual que con Kate. Igual que contigo…
Se agachó lentamente hacia ella, aproximando sus labios a la frente ahora despejada de la niña, dándole un pequeño y apenas apreciable beso en el centro de ésta.
Se apartó entonces de la cama y se aproximó a la maleta en el suelo para tomarla y colocársela al hombro. Caminó hacia la puerta del cuarto, pero antes de llegar a ella, se desvió un poco hacia un lado: hacia la persiana que cubría la ventana. Tomó entre sus dedos el cordón de ésta, y antes de jalarlo se giró a mirar una vez más a Lily; una última vez.
—Adiós, estúpida mocosa —pronunció despacio, y entonces jaló de lleno el cordón de la persiana, haciendo que ésta subiera a más de la mitad.
La luz del sol penetró de golpe por la ventana ahora expuesta, bañando casi por completo el cuarto, pero en especial iluminando enteramente el cuerpo de Lily en la cama.
Esther desvió su mirada hacia la puerta y se apresuró hacia ella. Deseaba salir de ahí lo más pronto posible, antes de que aquello se pusiera feo. Abrió rápidamente, dio un paso hacia afuera y… entonces se detuvo.
Todo seguía en silencio, salvo los pequeños gemidos que surgían de Lily, pero ni un poco más extremos que los de hace un rato. Ya con medio cuerpo en el pasillo, se giró rápidamente hacia la cama. Lily estaba ahí recostada, el sol iluminando por completo su semblante pálido y su cabello enmarañado y grasoso. Sin embargo, la niña no parecía en lo absoluto consciente de esto. No había dolor, no había fuego, no había nada de lo que se había imaginado que pasaría.
—¿Qué? —pronunció Esther, sorprendida.
Se acercó rápidamente de nuevo a Lily, y con la luz del exterior como apoyo, la examinó con mayor diligencia. Su piel no se percibía siquiera más caliente; si acaso continuaba igual de fría que hace rato. No había manchas, ni quemaduras en ella; nada que pudiera dar a entender que el sol la lastimaba de cualquier forma.
Confundida, hizo en ese momento con más confianza lo que antes no había podido concluir: abrir la boca de Lily y revisarle sus dientes en busca de algún par de filosos y letales colmillos. Como se lo esperaba para ese momento, no había tal cosa.
—¡Esa maldita…! —exclamó furiosa, apartándose de la cama de un brinco.
Había estado todo el día pensando en que Lily se estaba convirtiendo en un maldito vampiro chupasangre, o lo que fuera, temerosa de lo que pasaría si acaso se despertaba tan fuerte y hambrienta como la que tenía atada en la otra habitación… y todo había sido una mentira; una completa y vil mentira.
«¡Pero qué estúpida fui!» soltó Esther furiosa, tirando con fuerza su maleta al suelo, y al acto siguiente tomó el arma de su escondite en su cintura.
Pensaba dejar que Lily se quemara y que el fuego acabara reduciendo todo ese hotelucho a cenizas, incluyendo la habitación de al lado. Pero ahora tendría el placer de experimentar qué tan resistente a la balas era la tal Eli en realidad.
A medio camino a la puerta para dirigirse a la habitación de al lado, se detuvo un momento.
«¿Y esto en qué cambia las cosas?» pensó para sí misma. «Aunque Lily no sea un vampiro, no tengo como llevármela conmigo. Igual tendré que dejarla aquí…»
Alzó en ese instante su mano con su arma, echándole un vistazo al largo cañón oscuro de ésta, y luego mirando de reojo hacia Lily.
«O terminar con ella de una forma más convencional…»
¿Qué más daba, realmente? Ya se había decidido a prenderle el fuego con el sol, ¿qué tan diferente sería meterle una bala en el cráneo en su lugar? Si no era un vampiro como Eli, de seguro funcionaría sin problema. Tenía lógica, era práctico, y algo en lo que ni siquiera habría dudado hacer en otras circunstancias. Y, aun así, al intentar en efecto pegar la punta del cañón contra la sien izquierda de Lily y jalar el gatillo, su dedo dudó y tembló, incluso más de lo que había hecho la noche anterior al casi desmayarse tras terminar su pelea con Eli.
—Con un demonio —maldijo por lo bajo, apartándose rápidamente de Lily, al tiempo que golpeaba su frente con el dorso de su mano.
Decidió ocuparse de Lily después. Ahora a quién realmente quería ir a visitar, era a su vecina de la tina a lado.
— — — —
El vidrio opacado de la ventana, el nublado del exterior, y su posición apretujada en la tina, eran lo único que mantenía a Eli con vida pese a su precaria situación. Aun así, la poca luz que ingresaba y que radiaba el interior de aquel baño, escurriéndose por sus paredes como humedad, era suficiente para que Eli sintiera toda su piel arder, como si tuviera su mano a unos escasos milímetros de una hornilla. Era una sensación agobiante y asfixiante, que le recorría todo el cuerpo como cientos de hormigas mordiéndola por doquier. En sus manos y muñecas, las partes de ella más expuestas, se habían comenzado a formar manchas rojizas similares a quemaduras leves, pero aun así bastante dolorosas.
No era la primera que se exponía de una u otra forma a la luz del sol, para su desgracia. En sus más de doscientos años de existencia como el ser que era en esos momentos, para bien o para mal había tenido que pasar por la horrible sensación de arder de afuera hacia adentro, en una ocasión incluso estando bastante cerca de terminar totalmente consumida por las llamas. En comparación, aquello resultaba mucho menos doloroso… pero más prolongado, y eso de cierta forma lo hacía peor.
No sabía cuánto tiempo de luz de sol quedaba, pero si lograba resistir lo suficiente la noche caería y podría ser libre de esa tortura. Si sólo resistía unas horas más…
«No puedo» pensó agobiada. «Necesito dormir… necesito comer… necesito cubrirme… Me estoy muriendo lentamente. Oskar, por favor ayúdame…»
Escuchó como la puerta del cuarto se abría, y unos segundos después logró contemplar la figura de Esther ingresando apresurada al baño.
—La ventana… —suspiró Eli, suplicante. Esther la ignoró por completo.
—¡¿Te crees muy chistosa?! —espetó la recién llegada, parándose a un lado de la tina—. ¡¿Crees que me estoy divirtiendo con todo esto, estúpida?!
—Cubre la ventana… —insistió Eli.
—¡¿Cubrir la ventana?! —exclamó Esther con mofa—. Mejor la abrimos para ver si a ti sí te hace algo. Y si es así, ¡todos comeremos brochetas de murciélago!
Dicho aquello, se dirigió amenazante hacia la ventana, aparentemente más que dispuesta a hacer justo lo que declaraba.
—¡Cubre la maldita ventana! —soltó Eli de golpe, girándose hacia ella por completo. Su voz retumbó como un estridente relámpago que sacudió las paredes, y la propia Esther sintió como agitaba su interior con la intensidad de un golpe. No había sonado como su voz normal, sino más grave, más potente… e intimidante. Y al girarse de esa forma, además, Esther logró ver la expresión de su rostro, desfigurada, con sus ojos grandes con ese brillo antinatural, sus labios separados mostrando sus afilados colmillos, y su respiración acelerada y tensa.
Esther retrocedió un paso sin quererlo; sus pies se habían movido por su propia cuenta. La observó en silencio, indecisa, mientras el coraje que tanto la había empujado empezaba notoriamente a menguar como resultado de aquel rugido… que de alguna forma la hizo recordar a los gritos de su padre cuando le daba alguna orden.
Cuando logró reaccionar, no le sorprendió demasiado darse cuenta de que caminaba de regreso al cuarto, con la intención de tomar uno de los gruesos cobertores de la cama. Volvió al baño arrastrando el cobertor, se subió a la taza, y estuvo un rato acomodando el cobertor frente a la ventana, viendo la manera que se quedara sujeto al marco de ésta. No fue sencillo, pero al final se quedó en su sitio, y la oscuridad se apoderó del baño.
Eli sintió un gran alivio al instante en que las sombras la abrazaron. El ardor de su piel se fue calmando poco a poco, e incluso las quemaduras de sus brazos y manos comenzaron a sanar.
—Gracias —pronunció Eli despacio, su voz volviendo a la normalidad.
—Qué gracias ni qué nada —exclamó Esther irritada, aunque notoriamente menos que como había entrado—. Me mentiste, maldito adefesio chupasangre.
—¿De qué hablas? —cuestionó Eli con debilidad, volteando su cuerpo hacia ella lo mejor que sus ataduras le permitían.
—Sabes bien de qué estoy hablando. Me hiciste creer que por tu estúpida mordida mi amiga se convertiría en un vampiro. Y fui tan tonta para creer en tus tonterías.
Eli arrugó su entrecejo, claramente intrigada por lo que oía.
—No era ninguna tontería.
—¿Ah no? —bufó Esther—. ¿Entonces por qué la luz del sol no la afecta como a ti?
—¿Qué dices?
—¿Qué estás sorda? Abrí la jodida ventana para que la luz entrara y acabar con esto de una buena vez, y nada pasó.
—¿Nada pasó? —susurró Eli, a simple vista apacible, pero en realidad sintiéndose bastante confundida—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—¿De qué?
—De la mordida —señaló Eli con algo de impaciencia.
—¿Y yo qué sé? —respondió Esther encogiéndose de hombros—. Unas doce horas, creo. Quizás más.
A pesar de mantener su semblante calmado, como una perpetua máscara de porcelana, fue imposible para Eli ocultar del todo su desconcierto, tanto que Esther logró darse cuenta de éste, o al menos en parte.
—¿Qué pasa? —inquirió con dureza.
—Nunca toma tanto tiempo —respondió Eli, pero aquel comentario no parecía estar del todo dirigido a Esther—. Eso es… extraño.
Se agitó un poco, como si intentara extender sus manos atadas hacia Esther.
—Desátame y llévame con ella.
—Sí, claro —pronunció Esther con ironía—. Como si fuera a hacer una estupidez como esa.
—Si quieres saber lo que le pasa a tu amiga, es la única forma en la que te lo podré decir con seguridad —indicó Eli con firmeza.
—¿En serio crees que se me va a olvidar tan rápido que justo anoche intentaste matarme con tanto ahínco? Y yo a ti, de paso.
—Y no lo has hecho porque me necesitas.
—¡Y tú no lo has hecho porque no tenías las manos libres! Y por la estúpida ventana, de paso.
Se hizo el silencio, ambas mirándose la una a la otra, transmitiendo la mayor imposición que les era posible, aunque la realidad era que ambas estaban más que agotadas, en especial la propia Eli. Al final fue ésta la que dio su brazo a torcer, dejando que su expresión se suavizara y dejara a la vista con mayor claridad lo indefensa y débil que se encontraba.
—Escucha —pronunció con voz suave—, es de día, estoy herida y debilitada. No he dormido ni me he alimentado. Lo único que tendrías que hacer es arrojarme al sol, y no podría hacer mucho para evitarlo. Tú tienes todo el poder en esta situación. Estoy a tu merced.
Esther entornó los ojos y la observó fijamente, dubitativa. Ese tono lastimero y esa cara de niña perdida e indefensa parecían sinceros, pero ella sabía mejor que nadie lo fácil que ambas cosas podían fingirse para obtener lo que uno deseaba.
No confiaba en ella, ni un poco. Lo más seguro era que le había mentido con lo de la mordida para jugar con ella, y quizás llevarla justo a ese momento, en donde por su propia voluntad elegiría liberarla con tal de que le resolviera qué estaba exactamente ocurriendo con Lily. Sería una estrategia astuta, digna de un monstruo chupasangre que se hubiera mantenido con vida por algunos cientos de años.
—Sí qué eres buena en esto —mencionó Esther con una media sonrisa—. Está bien, te llevaré con ella. Pero primero tendré que tomar un par de precauciones.
Antes de que Eli pudiera preguntarle a qué se refería con eso, Esther aproximó rápidamente su arma hacia el muslo izquierdo de Eli, presionando el cañón contra su piel y accionando el gatillo sin menor titubeo. El estadillo de la detonación retumbó en las paredes del baño, y una explosión de sangre brotó de la pierna de Eli en el instante en que la bala le atravesó de lado a lado hasta clavarse en la porcelana de la bañera.
Eli soltó un fuerte alarido de sorpresa y dolor al aire, y se retorció en su sitio.
—Eso es —pronunció Esther, complacida—. Así estaremos un poco más seguras de quién está a merced de quién, ¿verdad?
Eli se giró a mirarla rápidamente, sus ojos ardiendo de coraje. Un sentimiento más sincero, concluyó Esther. Pero aun así en su expresión fue clara la respuesta afirmativa a su último comentario: Esther era quien estaba en control.
Esther desató las piernas de Eli y liberó sus muñecas de la llave, pero por supuesto dejó éstas aún bien atadas la una a la otra. Eli se alzó como pudo de la tina, y salió cojeando del baño. La herida más reciente de su pierna no se estaba curando, o al menos no tan rápido como Esther había visto que hacían las de la noche anterior, así que intuía que lo de la falta de sueño y alimento no eran sólo palabras.
 Para poder sacarla del cuarto, Esther tuvo que echarle encima el cobertor de la otra cama, para que se cubriera por completo con él al salir al pasillo. Ya afuera, avanzaron con cuidado hacia la habitación contigua, pareciendo Eli en ese momento como una sábana que se movía sola delante de ella, como uno de esos estereotipados fantasmas de caricatura. Esther meditó sobre lo sencillo que sería simplemente arrancarle el cobertor de encima y dejarla totalmente expuesta al sol para ver qué pasaba en realidad. En ese sentido, era cierto que estaba a su merced. De momento no lo hizo, pero quizás en el viaje de regreso lo consideraría con más seriedad.
Ya en el interior del cuarto 303, Esther volvió a cerrar la persiana que había dejado abierta, y ya envueltas de nuevo en sombras le quitó a Eli el cobertor de un tirón. La atención de la vampiro se centró de inmediato en Lily, recostada en la cama, pero bastante inquieta. Pequeños espasmos la recorrían cada tantos segundos, y quejidos dolorosos escapaban de su garganta. Eli contempló aquello con una mezcla de fascinación y escepticismo. 
—¿No ha despertado? —preguntó dudosa.
—No desde anoche —respondió Esther.
La expresión de Eli se volvió aún más confusa.
—Nunca había visto a nadie reaccionar de esta forma a la infección. Normalmente ésta actúa rápidamente y de manera imperceptible, hasta que los síntomas aparecen, siendo la sensibilidad a la luz del sol el primero de estos.
—¿Qué significa entonces? —cuestionó Esther con impaciencia.
Eli negó con la cabeza.
—No lo sé… Pero quizás pueda descubrirlo.
Hizo en ese momento el ademán de querer avanzar hacia Lily, pero apenas dio un paso antes de sentir el cañón del arma de Esther presionándose contra su cabeza.
—¿Qué crees que haces? —vociferó Esther con gravedad.
—Necesito acercarme —fue la respuesta sencilla de Eli—. ¿Quieres saber qué es lo que le pasa sí o no?
Esther la contempló desconfiada. Sin bajar su arma ni un poco, comenzó a avanzar de lado en dirección a la venta.
—Bien, pero cuidado con lo que haces —le advirtió, tomando el cordel de la persiana con una mano, y su arma con la otra—, o haremos una bonita barbacoa.
Eli no tuvo problema en comprender su amenaza. Se aproximó a la cama arrastrando detrás de sí su pierna herida y se paró a un costado de ésta. Observó fijamente el rostro de Lily, analizando cada una de sus facciones, incluso cada uno de sus poros. Tras unos segundos, se inclinó hacia ella lentamente. Al principio parecía que se dirigía a su cuello, y los dedos de Esther se tensaron contra el cordón. Sin embargo, al final se desviaron hacia otra dirección: hacia su rostro, en donde pegó sus labios contra los de la niña inconsciente, en un pequeño y repentino beso.
—¿Pero qué…? —susurró Esther claramente confundida al ver aquello. Para ese momento, sin embargo, Eli ya no la escuchaba.
— — — —
Al abrir los ojos, Eli se vio a sí misma de pie en un escenario totalmente distinto a la habitación 303 del Motel Blackberg. Era un escenario abierto, totalmente cubierto en neblina y con el cielo nublado, haciendo que todo a su alrededor se viera oscuro y gris. Lo único que se lograba distinguir entre las volutas de neblina que la envolvían, eran las siluetas borrosas de algunos árboles, y nada más. Todo estaba en silencio, un silencio profundo y antinatural.
Eli avanzó con paso cauteloso entre la niebla. No supo cuánto caminó realmente, pero no le pareció que fue mucho, antes de que sus pies perdieran el suelo sólido debajo de ellos, y tocaran agua fría. Bajó su mirada por instinto, pero la neblina no le dejó ver mucho, aunque sí distinguió (y sintió) escuetamente el movimiento rítmico del agua yendo y viniendo, como un oleaje aunque menor.
Un sonido estridente rompió el silencio casi absoluto en el que aquel espacio se sumía. Alzó su mirada, y notó como la neblina se mecía ligeramente hacia los lados, como si quisiera de manera consciente abrir un camino justo delante de ella. Gracias a esto, logró distinguir mejor la superficie lisa y brillante del cuerpo del agua que se extendía a lo lejos delante de ella, que le pareció de momento más similar a un espejo con pequeño ondulaciones sobre él.
El mismo sonido de antes se hizo de nuevo presente, y Eli retrocedió por instinto. Era como un siseo, pero retumbaba en sus oídos agudos como la estrepitosa campana de un reloj. Fijó su mirada en el agua, y poco a poco logró distinguir… algo que se movía debajo de ésta. Una sombra alargada que reptaba, que se movía en ondulaciones justo en su dirección. Eli retrocedió de nuevo, apartando sus pies del agua como si instintivamente pensara que eso la pondría a salvo. Pero aquella cosa surgió en ese instante abruptamente de debajo del agua, asomando gran parte de su cuerpo.
Entre la neblina y la oscuridad, lo único que Eli distinguió fue su silueta negra, alargada y gruesa, como una enorme serpiente del tamaño de un edificio mediano, además de su cabeza redonda, y dos granes y brillantes ojos rojizos que la miraban fijamente, resaltando entre todo el gris del escenario.
Eli contempló a aquella criatura desde la orilla, apacible a su manera. Esa apariencia por sí misma no le decía nada, pues entendía que todo aquel panorama, incluida la forma de ese monstruo, eran sólo la forma en la que esa niña visualizaba todo aquello. Aun así, su cuerpo entero vibró ante su presencia, y pudo sentir con claridad de qué se trataba. Era aquello que había estado acompañándola cada segundo de su vida durante el último par de siglos, y más. Cada vez que dormía, cada vez que se alimentaba, cada vez que intentaba tener algo moderadamente similar a una vida normal, eso estaba ahí con ella.
Era la infección, maldición, virus o espíritu endemoniado que se había apoderado de su cuerpo desde el momento en que aquel ruin terrateniente al que su familia servía puso sus ojos en él y lo convirtió a la fuerza en lo que era en ese momento. Y era ese mismo mal, proveniente de ella misma, que le había transmitido a esa niña en el momento en el que la mordió. No le extrañaba que lo visualizara como una horrible y enorme serpiente reptando por su alma, envolviendo su cuerpo entero entorno a ésta hasta apretujarla y exprimirla. Ella misma podía fácilmente imaginársela de una forma parecida, siempre ahí en su corazón.
La serpiente negra abrió sus grandes fauces, soltando algo que quizás intentaba sonar como un rugido, pero que a Eli le pareció más similar al sonido de vidrios desquebrajándose. La criatura se lanzó hacia ella, con su boca repleta de colmillos dispuesta a engullirla de un sólo bocado. Eli se quedó quieta en su sitio, al parecer en lo absoluto alterada por tan aterradora amenaza. Ella sabía que aquella cosa no podía hacerle daño; no más del que ya le había hecho todos esos años.
Una segunda figura oscura y colosal saltó de entre las neblinas, tacleando a la serpiente con todo su cuerpo y haciendo que ambas chapotearan contra el agua. Aquello tomó a Eli por sorpresa, pues no distinguió la presencia de aquella otra criatura hasta que ya estuvo justo pegada contra la primera.
La serpiente y la criatura recién llegada forcejearon con violencia en agua, revolcándose en ella y alterando todo aquel escenario pacífico y silencioso. La serpiente siseo, la otra criatura rugió. Las fauces de ésta se cerraron contra la serpiente, y ésta la rodeó con su cuerpo, apretujándolo. El combate entre ambos monstruos siguió y siguió, hasta que la serpiente se liberó de las garras y fauces de su atacante, se sumergió en el agua y se alejó con rapidez, perdiéndose en las sombras.
La segunda criatura se irguió en sus cuatro patas, y pareció dispuesta en ir tras la serpiente. Sin embargo, antes de hacerlo se giró unos instantes hacia Eli, observándola con sus ojos tan grandes, brillantes y rojos como los de la serpiente. La forma de su cuerpo era algo más amorfa, como si estuviera constituido por mero humo negro y denso, que se agitaba y danzaba como llamas inquietas. Pero mientras más lo observaba, Eli pudo distinguir una forma más entendible, similar a la de algún animal, como un león, o un lobo.
Y a diferencia de la serpiente que había logrado distinguir con suma facilidad por lo bien conocida que le resultaba, ésta segunda criatura no fue en lo absoluto reconocible para ella. No era la infección que ella conocía, era… algo diferente. Algo desconocido…
— — — —
Eli se forzó a salir de aquella visión. Al volver al cuarto 303, y estar segura de que en efecto estaba de regreso en dicho lugar, hizo rápidamente su cabeza hacia atrás, separando sus labios de Lily.
—Esto… es increíble —susurró despacio, como un mero pensamiento que se escapaba por sí solo por sus labios.
—¿Qué cosa? —pronunció la voz de Esther, impaciente. Eli alzó rápidamente su mirada hacia ella, y la miró como si hubiera olvidado por completo que ella estaba ahí en primer lugar.
—Hay… —comenzó a balbucear, teniendo problemas para darle forma a sus palabras—. Hay algo más dentro de ella. Algo que está… luchando con la infección.
—¿Algo? —cuestionó Esther confundida, apartándose de la cortina y aproximándose más a la cama—. ¿Cuál algo?
—No lo sé —negó Eli, agitando la cabeza—. Es una fuerza, una energía... Algo no humano que… no sé ni cómo describirlo.
Agachó su mirada a la alfombra un momento, meditando sobre todo aquello.
—Lo mejor que se me ocurre decir es que, ese algo, “ya es el dueño de la casa”, y está evitando que la infección se propague.
Aquello sorprendió enormemente a Esther. Sus ojos se abrieron grandes, azorados, y se giraron lentamente hacia Lily. ¿Algo “no humano” que estaba combatiendo con la infección vampiro? ¿Acaso pudiera ser…?
—Nunca había visto nada parecido —recalcó Eli con aparente preocupación, una emoción que para variar se sentía real—. ¿Qué es en verdad esta niña?
Esther soltó de pronto una fuerte y estruendosa carcajada.
—Parece que un verdadero demonio, después de todo —respondió Esther, extrañamente jubilosa.
Desde que la conoció, y en especial tras su conversación con Damien en la cocina del pent-house, siempre habían tenido esa discusión sobre si Lily era o no algún tipo de demonio, y de si sus poderes tenían algún origen sobrenatural o sólo eran derivados de lo mismo que le daba sus habilidades a todos los demás sujetos raros que habían conocido durante ese viaje. Lily siempre había alegado que no lo era, o al menos que no lo sabía. Pero Esther siempre sospechó que algo debía de haber ahí dentro. Una niña de diez años no se comportaba ni pensaba como lo hacía esa odiosa mocosa.
Y lo que fuera ese algo, demonio o no, al parecer sería lo que la salvaría de convertirse en un chupasangre.
—No me alegraría tanto, si fuera tú —escuchó como sentenciaba Eli con voz sombría, haciéndola virarse de nuevo hacia ella—. Dije que eso, sea lo que sea, está luchando con la infección, pero no que la ha derrotado, o que esté siquiera cerca de hacerlo. El combate sigue dentro de ella —indicó señalando con el mentón hacia el rostro de Lily, más específico a la expresión de dolor en ella—. Y cualquiera de las dos fuerzas podría ganar en cualquier momento. Aún podría sucumbir y convertirse en algo como yo. Y… no sé si la alterativa de que esa otra fuerza gane sea mucho mejor.
Eso resultaba menos alentador, pero igual Esther decidió tomar lo positivo de aquello. Había una posibilidad de que en efecto Lily saliera bien librada de todo eso. Claro, si podía confiar en la palabra de esa mocosa vampiro, y no la estuviera intentando engañar otra vez.
Eli comenzó a moverse repentinamente, rodeando la cama con pasos lentos a como su pierna herida se lo permitía, al parecer con intención de dirigirse hacia Esther. Ésta reaccionó poniéndose tensa, y por reflejo se aproximó con apuro a la cortina, extendiendo su mano para tomar firmemente el cordel de ésta. Si acaso Eli tenía alguna otra intención en mente, la dejó de lado en cuánto vio esto, y se detuvo en seco en su sitio. Permaneció quieta unos instantes, y entonces alzó sus muñecas atadas con soga en dirección a Esther, que la observó al inicio sin comprender.
—Creo que es hora de volver a la tina —declaró Eli, tomando a Esther un poco por sorpresa.
FIN DEL CAPÍTULO 139
Notas del Autor:
—La habilidad del “beso psíquico” de Eli se muestra en la novela original de Déjame Entrar, mas nunca se mostró en alguna de las dos adaptaciones cinematográficas. En la misma novela no se da mucho detalle de qué es lo que puede hacer y qué no con exactitud, o si esto fue algo derivado de su conversión a vampiro. Por ello, aquí me he tomado mis libertades para adaptarlo más al concepto del Resplandor que hemos venido manejando en la historia hasta este momento.
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conectakidsblog · 1 year
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Terapia de lenguaje en niños
Mejore el vocabulario de su hijo con la terapia de lenguaje en niños. La terapia de lenguaje en niños es el diagnóstico, manejo y también tratamiento de personas que no pueden comunicarse de manera efectiva o que tienen dificultad para alimentarse y tragar. Los patólogos del habla y el lenguaje evalúan el habla, el lenguaje, la comunicación cognitiva y las habilidades orales. Cuando los patólogos del habla se refieren al término habla, se refieren a tres cosas: articulación, habilidades fonológicas, fluidez del habla y voz. Producir físicamente los sonidos individuales y los patrones de sonido de su lenguaje (Articulación). Ayudar a producir el habla con el ritmo apropiado y sin comportamiento de tartamudeo. Producir un discurso con una calidad vocal apropiada para su edad y sexo. Mientras que el habla implica la capacidad motora física para hablar, el lenguaje es un sistema simbólico gobernado por reglas que se utiliza para transmitir un mensaje. Los símbolos pueden ser palabras, habladas o escritas. También tenemos símbolos gestuales, como encogernos de hombros para indicar "No sé" o agitar para indicar "Adiós" o levantar las cejas para indicar que estamos sorprendidos por algo. En la terapia del habla y el lenguaje, el terapeuta trabajará con un niño individualmente, en un grupo pequeño o directamente en un salón de clases para superar las dificultades relacionadas con un trastorno específico. El terapeuta interactuará con un niño jugando y hablando, usando imágenes, libros, objetos o eventos en curso para estimular el desarrollo del lenguaje. El terapeuta también puede modelar la pronunciación correcta y utilizar ejercicios de repetición para desarrollar las habilidades del habla y el lenguaje. Los ejercicios de articulación o producción de sonido implican que el terapeuta modele los sonidos y las sílabas correctas para el niño. El terapeuta también utilizará una variedad de ejercicios orales, que incluyen masajes faciales y varios ejercicios de lengua.
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El programa de terapia de lenguaje en niños prepara a los terapeutas del habla para trabajar En el sistema moderno de educación y atención médica. Los graduados reciben competencias teóricas básicas, dominan los métodos y tecnologías modernas de atención correccional y logopédica, aprenden a navegar en las tendencias. en la educación de las personas con discapacidades. Técnicas de tratamiento A continuación, se presentan diferentes intervenciones de articulación. Muchos terapeutas usarán una combinación de enfoques. - Utilización contextual: Los sonidos circundantes en una palabra se utilizan para ayudar a obtener un sonido objetivo. - Terapia de contraste: Los pares mínimos son 2 palabras que difieren solo por un sonido o característica (es decir, atrás vs bastidor). - Intervención de Inteligibilidad Naturalista del Habla: La terapia ocurre durante una actividad natural que un niño suele jugar. No hay enseñanza directa ni señales. Los errores de un niño son refundidos por el SLP - auditivo: auditivo es un tipo de entrenamiento de percepción del sonido del habla. Esto implica exponer a un niño a los sonidos objetivo a través de múltiples repeticiones en contextos variados. - Tareas de identificación: Este es también un tipo de entrenamiento de percepción del sonido del habla. Al niño se le presentan producciones correctas e incorrectas del sonido objetivo y el niño. identifica cuáles son correctas e incorrectas. Para su hijo, la terapia del habla puede llevarse a cabo en un aula o en un grupo pequeño, o uno a uno, dependiendo del trastorno del habla. Los ejercicios y actividades de terapia del habla varían según el trastorno, la edad y las necesidades de su hijo. Durante la terapia de lenguaje en niños, el SLP puede: - interactuar a través de hablar y jugar, y usar libros, imágenes de otros objetos como parte de la intervención del lenguaje para ayudar a estimular el desarrollo del lenguaje - modelar sonidos y sílabas correctos para un niño durante el juego apropiado para su edad para enseñarle al niño cómo hacer ciertos sonidos - proporcionar estrategias y tareas para el niño y los padres o cuidadores sobre cómo hacer terapia del habla en el hogar. La terapeuta del lenguaje usa un tratamiento de salud establecido y aliado que apoya el desarrollo y la rehabilitación de la comunicación general de una persona; Incluyendo su habla, comprensión y uso terapeuta del lenguaje, habilidades sociales, habilidades de alimentación y deglución, cognición, memoria y habilidades de funcionamiento ejecutivo; También proporcionadas por un patólogo del habla y lenguaje certificado a nivel de maestría. Los patólogos del habla y el lenguaje desarrollan planes de tratamiento individualizados para enfocarse en el área específica de dificultad de cada niño dentro de un entorno grupal. De esta forma lo hacen enseñando lecciones en grupos grandes, liderando la terapia en grupos pequeños y brindando apoyo durante la instrucción académica y los tiempos, de juego no estructurados. Además de que se ofrece terapia para mejorar las habilidades del lenguaje receptivo, expresivo y / o pragmático. Los objetivos pueden incluir comprender y dar instrucciones, hacer y responder preguntas, usar la estructura de oración apropiada y comprender y usar vocabulario y conceptos. Los terapeutas del habla y el lenguaje ayudan a los niños a mejorar las habilidades del lenguaje; Es por ello que a menudo conduce a un mejor rendimiento académico en el aula, confianza en sí mismos y / o mejorar las interacciones con los compañeros. Un terapeuta del lenguaje es un especialista que se ocupa de la eliminación y corrección de los trastornos del habla en los niños. Con su ayuda, puede "poner" correctamente los sonidos, eliminar la tartamudez y otros defectos del género conversacional.‎ ‎Además, un viaje al logopeda abre muchas oportunidades adicionales en términos de desarrollo infantil: la formación física del aparato del habla, la concentración de la atención visual y auditiva, la comprobación de la correspondencia de la edad del bebé y su desarrollo intelectual. El diagnóstico y el entrenamiento se llevan a cabo en la forma y el juego, que, sin duda, será del gusto del niño.‎ ‎Las clases con un terapeuta del lenguaje La terapia de lenguaje en niños ayudará al niño a formular sus pensamientos de manera correcta y rápida. Esto da más oportunidades para la cognición de la realidad circundante y la comunicación con los compañeros. Si su hijo necesita nuestros servicios, trabajaremos estrechamente con usted para seleccionar las mejores terapias para ellos, creando un programa personalizado específico para las necesidades de su hijo y los objetivos de su familia.  Read the full article
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ivanrosadx · 1 year
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El entrenamiento de la voluntad. La precisión sin ejercicios
«Suave, amoroso y extraviado en algún sentido es este libro
Llego al suelo. Tocarlo me transforma.
Mi experiencia con el yoga y vivir en un jardín
han provocado esta invitación a presentarlo.
Quiero ir a este gimnasio de la precisión
a ese piso
conocer cuán elástica es la mente y dispuesta a pulverizarse
Es un libro linterna: están los lugares, que son templos a los que a veces entramos
no tendré más miedos, me dije
ella piensa editando
luego edita
tenemos cierta experiencia en teletransportarnos
el modo real de vivir,
escribirlo es otra cosa, y que los ensambles sean tan suaves tan enigmáticos,
lo leí de un tirón una tardecita noche del 1 de febrero en la cama y con la compu entre las piernas
las primeras páginas me ubicaron en esa Berlín fría gris y cinematográfica,
de ese plano amplio
me aparecí en un living de plantas
con el sol del sur por la ventana.
Empecé a sentir que mi cuerpo o el de Irina se iban esfumando
hasta pensar que la mente es un punto que se puede dejar pasar,
lo que vuelve es la escritura elástica, tan flexible para evaporarse.
El cuerpo es un lenguaje, los practicantes de yoga entendemos que la respiración es un lenguaje.
Mientras respira, Irina baja sus sensaciones y las modela con plastilina, las hace unos rollos, que se espiralan, otro trocito queda simplemente aplastado, otro queda bolita ensimismada, otro se estira mucho hasta convertirse en un tallarín.
Ella fue migrante, su respiración amable lo sabe y lo sentís,
cómo llegar,
dónde comer,
dónde dormir,
ella migrante
su respiración antigua familiar conoce ese tono
el libro ha dejado abierto un canal…., para que otrxs puedan
vivos y muertos alcanzarle papelitos con frases
hace días que no duerme
hace días que no duermo
pasa el gato, y quien escribe puede ser el gato, o viste cuando acaricias un gato
todos los gatos del mundo se estremecen.
Esta escritura desinteresada dona sus bienes al continuo
Hay preguntas viejas
almas antiguas son aquellas que traen paz
por el caminito de la mini conciencia.
una campana con linterna suena ilumina
va y viene de lo doméstico a lo sagradito
a lo chico sagrando.
Mientras
hay una mujer preguntándose por su estado de sangre, de tierra, de guerra, de jardín, de capitalismo, de micropolítica, de amor
La página 36 revela abre una peli la revolución
Adiós a las madres y a las hijas y a los hijos
una por una las atenciones parece enfocar
quien observa gatos sabe cuánto espacio entra en el espacio
Vuelven las cosas y la memoria de los objetos describir ahora
es observar cómo envejecen el sillón y la sandalia
se van encriptando detalles, acaso está la explosión de calle salta?
cuando asoma la palabra heterotopía, lo hace con prudencia,
corro a buscar las conferencias de Foucault,
a partir de este libro pienso que se funda otra palabra para la idea de heterotopía
más juguetona, quiero encontrarla pero no aparece.
Un libro para pasear con ella, quieres pasear con Iri, ve por el libro.
El Entrenamiento de la Mente entonces
ingresa a esa constelación de libros de autoayuda
un reflejo del estado de confianza que me ha regalado.»
Claudia del Río en Bazar Americano
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burakrevista · 1 year
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Poema del libro “Bajo el camisón sonreía una mosca”. Isaura Duarte (Venezuela)
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Foto: Isaura Duarte
C o n e x i o n e s
Minutos portátiles, rígidos,
escandalizados,
curtidos de arterias y plomo.
Recluidos bajo el suelo
de los montículos regresivos,
del resto de la toalla diseccionada
en el ataúd del baño de huéspedes,
donde se apiña el rasguño de la luz
que ya no se lava la cara.
Mi cuerpo rojo.
La llaga.
La acústica de la noche reposada.
El cromático recuerdo.
Espasmo.
El crimen de la flauta.
El último aviso de salida roído
en un ticket donde mis manos
arrojaron el adiós a su existencia.
 Esta ciudad que se ha ido al borde
de unos ojos cartesianos,
de un cuerpo que se ha quitado el pecho
porque no le late y su mirada se acumula
en el vacío amansando el fuego vivo.
 Enigma taciturno,
de nuevo llegas
con mi olor de tierra sacra anclada
a tu lenguaje mítico,
 a tu voz inadvertida de hombre herido
tras la pared de otras que no
atravesaron tus puertas.
Tus ojos.
Tus arenas.
Tus tiempos distintos
arrojados al tacto de la savia.
 Mientras me ves
mientras me veo
en este enlace acrílico
donde habitan las tecnologías
y el verbo amar se ocupa del
derrumbarse ante la caricia
que penetra la distancia entre
Alma y Alma.
 Y el silencio atardece
en las aceras que camino
con la sed de un nómada
que esquiva fronteras.
 Con el sonido del borrador
de una máquina que ya no escribe
y se ahonda el olor a tinta que
ahora está completamente seca.
Y jalo el gatillo.
Y arranco las cintas y me veo
manchada de amarillos y verdes,
de voces lejanas que se escurren
y dibujan un nuevo rostro.
 Y quedo tendida.
Absorta.
Penetrada.
Callada.
 Callada en esta nada.
+
+
Isaura Duarte
(Caracas, Venezuela)
Es poeta, actriz, artista visual y gestora cultural. Trabaja la performance y la video-poesía como un medio de expresión para sus escritos.
Autora del libro Bajo el camisón sonreía una mosca (Fundarte) y miembro fundador de Pulsión Poética
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tetha1950 · 3 years
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Meditación 16 de Junio... Hacer frente a las familias
Meditación 16 de Junio… Hacer frente a las familias
Melody Beattie, en su Libro El Lenguaje del Adiós reitera que la persona codependiente está en pleno derecho de asumir una vida lejos de su familia para alcanzar la serenidad y paz. Si deseas conocer mas sobre esta autora/Consejera y particularmente con referencia a este Libro visita la Web de Amazon y adquierelo por esa vía. Medita sobre esto: Hay muchos caminos para cuidarse a sí mismo con las…
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Busco el poema. Es decir, cuestionar que la suma de dos más dos sean cuatro. Cuestionar como cuestionan los políticos, con ese lenguaje superior y seguro. He nacido para hacerme preguntas y no dar respuestas. Eso es ser poeta. He pasado varias rupturas y eso me da derecho a escribir sobre ello. Porque cuando se acaba el amor parece que solo queda el desamor. He dicho adiós tantas veces que he acabado convirtiéndome en aeropuerto. Pero tampoco me quejo porque la vida es eso mismo: despedirse. Lo único que permanece son los libros y las botellas de vino. Quiero decir, siempre habrá un escritor y un borracho. Yo no sé a qué categoría pertenezco. Todavía. Miguel Gane no escribe del todo mal porque la caga mucho. Busco el poema ahí mismo, en el fondo de las cosas. Creo que por eso me dejan siempre. Pero qué más da. A veces pienso en la felicidad. Sobre todo cuando estoy con mis amigos y mi hermano, sobre todo cuando veo reír a mi madre. Pero el resto del tiempo pienso en mí y sueño con comprarme una casa, tener un trabajo decente, casarme. Esas cosas superficiales. Pero ahí no están los mejores poemas. A veces me obsesiono porque paso muchos días sin encontrar nada decente y duelen demasiado. Pero lo peor de todo es cuando no sé como calmar el hambre y escribo cualquier cosa. Al menos reconozco mis errores pero de vez en cuando tengo que tocar el punto débil para saber que soy fuerte, que soy fuerte. Busco el poema, es decir, cuestionar que mi punto débil es precisamente ese: la poesía.
Miguel Gane.
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jgmail · 4 years
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El conceptualismo y el nominalismo establecen la filosofía inmanentista de la Modernidad
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Javier Navascués,
En estos tiempos en donde la confusión y el error ponen en peligro la salvación de nuestra alma es muy importante que los católicos nos formemos de manera sólida y recta, con una buena filosofía y teología. Es algo muy saludable para nuestra santificación y para llevar a muchas personas a Dios. Si no estamos bien formados en los grandes ideales católicos es muy fácil caer en el indiferentismo religioso o dejarse seducir por las ideologías e incluso por las sectas.
D. Fernando Suárez, profesor de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, es licenciado en Historia. Imparte clases de Perspectiva Filosófico-Pedagógica y Epistemología e Historia de las Ciencias Sociales. Nos explica en esta entrevista los criterios para discernir entre la recta filosofía, que nos lleva a Dios, de las ideologías que ciertamente nos alejan de él y son un gran obstáculo para nuestra salvación.
¿Por qué toda sabiduría humana dimana de la Sabiduría Eterna?
Saber es algo profundo. Un animal, por ejemplo, conoce; pero es completamente incapaz de sabiduría. Por su parte Dios es el infinitamente sabio. El hombre, entonces, gracias a su capacidad de apertura al ser, tiene una tensión hacia el saber total. Por ello se equivocaba Kant cuando pretendía recortar las pretensiones de la razón más allá de lo empírico. El hombre puede y desea conocerlo todo. Por supuesto, nunca tendrá en stricto sensu la categoría de sabio, y esa es la razón por la que, interrogado por el tirano Leonte acerca de su oficio, Pitágoras le contesta: Sabio no soy, sino filósofo. Es decir, soy un amante del saber. Esto explica la relación de la Filosofía con la Sabiduría como una pasión nunca satisfecha de conocer la verdad.
Este hecho nos ilustra sobre la dependencia del filósofo con respecto a las verdades divinas. Ni siquiera el filósofo más ateo puede abandonar la tópica teológica en sus consideraciones, que es la cúspide del saber (Aristóteles, Metafísica). Nietzsche y Sartre, cuyas filosofías podrían calificarse más apropiadamente como discursos ideológicos, están obsesionados con la existencia de Dios, y todo su esfuerzo se encuentra en derivar su “filosofía” a una Antiteología. Sartre lo dice expresamente: parto de la base de que Dios no existe. El existencialismo ateo que yo represento es más coherente que el pensamiento de tantos otros, afirma, y esta coherencia significa que la inexistencia de Dios implica la total libertad del hombre. Gravísimo error que Sartre pagó con la pérdida total de su libertad personal, la esclavitud de todos los vicios y una muerte miserable, como atestiguó su inseparable compañera Simone de Beauvoir en Las ceremonias del adiós.
El saber humano, conocimiento aquilatado, saboreado por la razón (de aquí viene sabiduría, del vocablo latino sapere=inteligencia y buen gusto) es como un río que desemboca en el mar de la ciencia divina. Abundan los ejemplos históricos de pensadores honestos que han sido llevados por la reflexión filosófica a la conversión, como es el caso de San Agustín que, de la mano del “Hortensius” de Cicerón (un libro hoy desaparecido) fue abandonando las supersticiones en las que había creído en otros tiempos y su razón fue sanando y predisponiéndose a la fe. Para mencionar un personaje contemporáneo que me es muy querido por ser compatriota y mártir, Jordán Bruno Genta abandonó sus convicciones marxistas y abrazó el catolicismo después de leer a Platón y Aristóteles en su retiro forzado en la Provincia de Córdoba durante una convalecencia. Es en este sentido que Santo Tomás decía que el saber filosófico puede constituirse en prolegomena fidei (los antecedentes que llevan a la fe).
No se explicaría, si esto no fuera así, la pertinaz insistencia de la filosofía postmoderna en negar toda verdad. Si se reconoce la verdad, ésta lleva a las puertas del mundo sobrenatural. Por el contrario, la corrupción intelectual y el relativismo absoluto es el peor obstáculo para el pensamiento que busca a Dios. También esto explica el hecho de que, a pesar de que la Iglesia Católica parece estar de rodillas ante el mundo moderno, sus enemigos no estarán conformes hasta reducirla a cenizas. Cualquier católico que continúe siendo testigo de la verdad es un peligro muy real y muy concreto para una civilización corrompida.
¿Por qué es tan importante pensar rectamente?
La rectitud en el pensar es fundamental porque las acciones humanas se conducen de acuerdo a las ideas que tenemos en la cabeza. El pensamiento del hombre debe respetar la verdad, y su voluntad no debe querer otro bien, que el que coincide con la verdad. La ética enraíza en la metafísica, y no al revés. A su vez, todo este saber depende de la Fe. Esta jerarquía y orden de prelación no es ni caprichosa ni casual, y la explicación se encuentra en la dignidad de sus objetos. La Fe tiene a Dios como centro, y, por tanto, la teología que reflexiona sobre ella debe ser teocéntrica. La metafísica, por buscar la Causa de todo ser, apunta también al Creador Increado, y al Ipsum Suum Esse, la Subsistencia Misma, o Dios. Por lo tanto, toda la filosofía enseña al hombre a comportarse acorde a Quien le ha dado origen.
La inteligencia alcanza sus mayores logros en las personas moralmente buenas. Esta rectitud proviene, desde un punto de vista filosófico, de los primeros principios que rigen el pensar y el ser, fundamentalmente, del principio de “no contradicción”, como nos lo ha recordado últimamente Richard Williamson (2015). Tanto es así, que cuando Santo Tomás quiere buscar un ejemplo de corrupción ética comparable a la destrucción de los principios metafísicos, habla de la homosexualidad. La lógica de nuestro pensamiento debe respetar la ley natural que rige la creación, so pena de caer en la peor de las abominaciones. Cuando el pensamiento humano se pone en contra de la ley natural (en sus dos dimensiones: metafísica y ética), entonces produce una filosofía viciada desde su mismo origen, y este saber maldito justifica todas las aberraciones. No es extraño que la época que legaliza e idealiza la sodomía, sea la misma que promociona la abolición total de los principios metafísicos supremos. Ahora bien, para pensar rectamente, es preciso remover todo obstáculo moral que se interponga en el camino de la investigación. Josef Pieper en El ocio y la vida intelectual da a este respecto, un criterio que es absolutamente válido para discernir la rectitud del pensar: el filósofo antes de enfrentarse con la realidad, debe hacer ineludiblemente una opción intelectual. Esta opción es, sin lugar a dudas, una decisión moral.
¿De qué modo la recta filosofía lleva a Dios?
Puesto que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, el logos humano se mueve más libremente cuando es guiado por el Logos divino. Aun los filósofos paganos, que podríamos decir que han “profetizado” a Cristo desde la sabiduría humana, lo han presentido. El filósofo Heráclito de Éfeso, a pesar de sus errores cosmológicos, sin embargo, ha intuido un Logos que conducía el universo al orden. Anaxágoras de Clazomene creía que el Nous (Mente), hacía germinar las “semillas” del ser desde la materia caótica. Platón decía que todo el universo participaba de la idea del Bien, y Aristóteles que Dios era “Pensamiento de pensamiento”, o pensamiento que se pensaba a sí mismo, cosa asombrosa que lo eleva al plano de teólogo consumado. Sólo le faltó saber que Dios es Trino.
Por nuestra parte, y gracias a la Revelación, nosotros sabemos que Cristo, el Logos eterno, es expresión e imagen perfecta del Padre. Es su Pensamiento, su Plan, en base al cual Dios creó todas las cosas y también las inteligencias capaces de conocerlas. El diseño del universo entero es un reflejo de la Ciencia Divina, de la Sabiduría que es el Verbo mismo de Dios. Por lo tanto, el hombre que busca el saber por el saber mismo, no puede sino encontrarse con Dios. En tiempos en que el famoso astrofísico Stephen Hawking tenía una actitud más ecuánime en sus indagaciones filosófico-científicas, llegó a afirmar que quien lograse averiguar cómo se originó el universo, podría llegar a “conocer el pensamiento de Dios” (Historia del Tiempo). Esta expresión no se halla tan lejos de la doctrina paulina del Dios revelado en sus creaturas (Rm. 1,20).
¿De qué manera la buena filosofía complementa la teología?
En esta perspectiva podemos hablar de una Filosofía que complementa a la Teología. Pero pienso, en línea con las afirmaciones de León XIII, que no hay filosofía ni teología superiores a las escolásticas, y que de todas las posibilidades que el Medioevo nos ofrece, ninguna es mejor que la tomista, porque es la que más ha favorecido el dogma cristiano. Santo Tomás no dudaba en llamar a la Filosofía ancilla teologiae, título honorífico, si consideramos que esta esclavitud significa estar totalmente al servicio de la causa de la fe. Sin esta servidumbre, la opción intelectual está siempre en riesgo, porque nuestra razón no está libre de las veleidades de una naturaleza herida.
Los servicios principales que la filosofía cristiana ha dado a la teología católica son del orden terminológico y temático. En cuanto al lenguaje, una recta filosofía permite que los teólogos acuñen conceptos lo más cercanos posibles a las realidades misteriosas de la fe. Así, por ejemplo, durante el primer milenio cristiano, la filosofía patrística permitió distinguir las naturalezas de Cristo, y sus operaciones para resolver los múltiples errores que los heresiarcas proponían en cuanto al dogma cristológico. El dogma trinitario también difícil de definir, encontró en las nociones de sustancia y persona que le ofrecía la filosofía griega, las herramientas conceptuales que le permitieron expresar el misterio, sin la pretensión de una explicación racionalista.
El tomismo, sin embargo, fue la coronación de todos estos esfuerzos. El dogma de la presencia real de Cristo en la Santa Eucaristía encontró en el aristotelismo tomista una aliada insustituible. La explicación que daba Aristóteles de la distinción metafísica de sustancia y accidentes permitió acuñar el término teológico “transustanciación” por el cual se volvió más comprensible el cambio del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Será por ello que este término tiene tan pocos adeptos entre los filósofos y teólogos modernistas.
¿Cuáles son las principales escuelas filosóficas avaladas por la Tradición de la Iglesia?
La Iglesia sólo puede aceptar la ayuda de una racionalidad abierta a la verdad. Abrir la razón, en esta perspectiva, implica que ésta responda a determinadas intuiciones metafísicas y religiosas. Si estas intuiciones, que pueden ser simplemente filosóficas o míticas, son ayudadas por la Revelación, se produce el credere ut intelligas (creo para entender) agustiniano que en su momento fomentó la construcción de una civilización cristiana, nacida de las cenizas de la caída de Roma.
Es por ello que no podemos acordar con ciertas líneas que han partido del magisterio de los papas conciliares. En efecto, desde los sesenta en adelante, la apertura de la Iglesia al Mundo ha conllevado también una liberación de las sabias restricciones que el Magisterio siempre había impuesto a filósofos y teólogos cristianos. En este sentido, y en perfecta consonancia con el Syllabus de Pío IX, y todas las encíclicas antimodernistas no podemos considerar que la Iglesia permita filosofías que enraícen en el pensamiento moderno. Puede, sin duda, haber una discusión fructífera, para aclarar mucho más sus errores, pero no tomar principios de esas filosofías que son netamente anticristianas.
Por ello, el “personalismo” al que han adherido muchos católicos en la esperanza de que podría servir como una “ontología sustituta” a la metafísica escolástica, por referirse a un ser tan concreto como el hombre, ha sido el peor error filosófico de la Iglesia postconciliar, pues ha cedido terreno en muchos aspectos claves de la doctrina cristiana de la envergadura de la realeza social de Cristo, el derecho privilegiado de la Verdad revelada a ser difundida y la lucha contra el Mundo. Verdades que eran rechazadas por la nueva sirvienta orgullosa y mercenaria de la teología moderna.
¿Por qué si la filosofía no es recta aleja de Dios y hace perder la fe?
Se desprende de lo anterior: una mente orientada hacia la Verdad moverá a la voluntad hacia el Bien. Y en tanto que deseosa del Bien, desde la voluntad brotarán nuevos bríos para investigar la verdad. Sin la prudencia, virtud que envuelve al mismo tiempo ambas dimensiones, aunque la primera, la intelectual, es la primordial, no se puede hacer recta filosofía. La falta de prudencia filosófica es la razón de la locura moderna. La gente está loca, pero no desde un punto de vista psicológico. Las masas están ideológicamente perturbadas, pues ven la realidad desde su enajenación intelectual y su falta de espíritu crítico. Esto se debe a su amor desmedido por la libertad. Aman su libertad y odian la Verdad, sin entender que la Verdad es más importante que la libertad.
¿Cuáles han sido las corrientes filosóficas más dañinas para la cristiandad?
El Conceptualismo y el Nominalismo que establecen la filosofía inmanentista de la Modernidad, ya porque se restringe la esfera de la realidad a las meras representaciones mentales como es el caso del Conceptualismo; ya porque elimina toda realidad, en cuanto la limita su mera percepción (esse est percipi, según Berkeley: ser es ser percibido), y por lo tanto a la experiencia subjetiva de lo empírico, son las únicas filosofías con prestigio en la actualidad. Y el origen de ambas se encuentra sobre todo en el pensamiento de Occam (Ockham). Por lo tanto, el occanismo y su famosa navaja, ha sido la filosofía más deletérea de todas.
Podemos decir que las cosas empeoraron no tanto por los desarrollos de la Filosofía Moderna misma, sino por la ausencia de aquello que hubiera podido impedir sus peores efectos. El pensamiento moderno no sería tan difícil de combatir si no fuera por la censura que lo protege. En efecto, así como en la Cristiandad, la Iglesia había establecido unos límites a la discusión filosófica y teológica, censura que era completamente justificada, por la previsión del Magisterio acerca de las consecuencias de la difusión de la mala doctrina, hoy nos encontramos con la censura contraria: el pensamiento recto es impedido en forma directa o indirecta, ante todo por la formación de una opinión pública por parte de los medios, que como es evidente, están en manos de los enemigos de la Iglesia.
¿Cómo podemos discernir la recta y buena filosofía de la que es perjudicial?
La mala filosofía “muestra la hilacha”. Después de la Revelación, no hay buena filosofía que no lleve como sello la fe en Cristo, y su interpretación católica. Por supuesto que es lícito también conocer y leer a los autores precristianos, ya que se trata de una filosofía limpia de oposiciones a la verdad revelada, aunque habría que hacer distinciones. Toda la filosofía posterior a Aristóteles suele estar viciada por el escepticismo estoico y epicúreo. Habrá que esperar a Plotino para ver resurgir una filosofía valiosa.
Pero la filosofía posterior ya contiene los gérmenes de la secularización que se desató en la Modernidad: los filósofos judíos y los musulmanes del medioevo fueron discutidos profusamente por Santo Tomás de Aquino, con lo cual los criterios para el discernimiento de sus doctrinas las encontramos en los escritos del Santo Doctor. Luego de Santo Tomás son pocos los aportes al saber filosófico en línea con la Philosophia perennis. La escolástica tardía tiene elementos que van anunciando la futura rebelión.
Por supuesto que todos los autores comprendidos en el racionalismo, empirismo, idealismo (trascendental kantiano, subjetivo, objetivo, absoluto hegeliano, y neokantiano), todos los materialismos (marxista, positivista, biologicista nietzscheano), el positivismo y el neoposivismo o empirismo lógico del Círculo de Viena, la filosofía analítica wittgensteiniana, las epistemologías popperiana, kuhniana y lakatosiana, el vitalismo bergsoniano, las fenomenologías y sus derivados (la idealista husserliana, la heideggeriana de la primera etapa, el antihumanismo de la segunda etapa, la hermenéutica del último Heidegger), el neomarxismo gramsciano y frankfurtiano, el psicoanálisis de Freud y sus discípulos, el existencialismo y los personalismos ateos y “cristianos”, Lacán y los estructuralistas y postestructuralistas, los postmodernos, Levinás, Michel Foucault, Habermas y su propuesta neoiluminista, Apel y la teoría de la acción comunicativa, son todas ramas de un mismo tronco que es la Filosofía de la Inmanencia, que se han bifurcado, reunido y diversificado en distintos momentos y formas. No sólo parece algo planeado para una destrucción sistemática de la verdad, sino que sin duda lo es, y la masonería no está lejos de ser una de las principales actrices de esta tragedia.
En general lo que podemos encontrar a simple vista en las obras malas, por si acaso nos topamos con alguna y no tenemos la posibilidad de saber la inspiración del autor, hay un buen número de características que pueden estar en un mismo libro de modo, incluso, contradictorio:
-Críticas despiadadas a la Iglesia Católica.
-Pertenencia a otras denominaciones que se llaman cristianas o a sectas.
-Antitrinitarismo.
-Racionalismo que se reconoce por una mención obsesiva de la razón humana, sin apelaciones a la fe, ni a la doctrina de la Iglesia.
-Empirismo exacerbado, en el que se denosta el conocimiento racional, y se exagera el conocimiento experimental
-La cita elogiosa del pensamiento marxista o psicoanalítico.
-La exaltación del iluminismo y de la Ilustración.
-El rechazo por el Antiguo Régimen.
-La Edad Media denostada o tachada de oscurantista.
-La duda respecto a dogmas católicos.
-La desesperación.
-El ataque antihumanista.
-El ecologismo.
-La cita a otras tradiciones culturales y religiosas parangonadas con la Iglesia o con desprecio de Ella.
-El ateísmo explícito o sugerido.
-El materialismo.
-El espiritualismo exacerbado.
-El cientificismo.
-El hedonismo.
-El fideísmo.
-El inmaterialismo y fenomenismo.
-La crítica a las ideas metafísicas clásicas.
-El relativismo moral.
-El antropocentrismo.
-El desprecio por el sentido común y por la noción clásica de realidad.
-El lenguaje impío de sus autores.
Creo que estos son algunos criterios sencillos y válidos para seleccionar entre los libros que escogeremos para nuestra formación.
A modo de colofón, ¿qué consejo nos daría para pensar rectamente y estar bien formados?
Sólo recomendar algunos buenos libros: nuevamente, los catecismos y las encíclicas antiguas son ya de algún modo obras filosóficas y teológicas, así que son por supuesto, mi primera recomendación. En ellas no hay ningún veneno, y los papas han tratado todos los temas con gran rigor. Luego, obras teológicas que suponen la filosofía cristiana, como las de Garrigou-Lagrange o Royo Marín. De los filósofos neotomistas, el más recomendable es Josef Pieper. Contemporáneos nuestros: Mariano Artigas y Leonardo Polo. Jordán Bruno Genta, Hugo Wast y el Padre Castellani, entre mis paisanos. Obras literarias de valor filosófico realista: las de Dostoievski, Tolkien y Lewis.
Pero, sobre todo, es necesario animarse a profundizar los estudios filosóficos, y por tanto abordar la lógica y metafísica clásica. Hay que leer con sentido crítico las obras de Platón, Plotino y Aristóteles. Y al mismo Santo Tomás de Aquino, con la reverencia que corresponde al máximo Doctor de la Iglesia. No hay mejor forma de reforzar nuestro pensamiento católico.
Javier Navascués
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tararira2020 · 4 years
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| Rata |
CCU/CGG/CGG/GCA
¿Una nueva teoría de la cultura?
Beatriz Gez
Lo real no es el mundo. No hay la menor esperanza de alcanzar lo real por la representación. (…).
Más les valdría no estar en babia, aunque la cosa no les interese.
Pero si quieren estar al tanto, entérense ustedes mismos, basta abrir unos cuantos libritos de ciencia.
Jacques Lacan, “La tercera”
Según explican los que saben, el genoma del nuevo coronavirus (SARS-coV-2) tiene incrustado en sus 29.903 letras, cuatro: A, U, G y C que combinadas conforman una secuencia de 12 letras que los expertos señalan como principal culpable de su contagiosidad y virulencia. Un brevísimo mensaje o un Haiku, “con las instrucciones suficientes para penetrar en una célula, secuestrar su maquinaria y hacer miles de copias de sí mismo”. Coinciden en ello tanto en el virólogo francés Etienne Decroly, el virólogo de Minnesota Fang Li, el de New Orleans Robert Garry para nombrar algunos, la lista sigue.
Cada uno de estos compuestos químicos -Adenina, Uracilo, Guanina y Citocina- contienen diferentes cantidades de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno. Este material genético se denomina ARN. Una de las posibilidades es que el virus saltó de animales a personas y adquirió las 12 letras dentro de la población humana. Esta secuencia de 12 letras es la que permite que su espícula sea activada por la furina, facilitando la invasión en diversos tipos de células.
La imagen de la minúscula pelotita, de unas 70 millonésimas de milímetro, al microscopio es una bola metálica con pinchos, como el arma que se usaba durante la Edad Media. Sin embargo, la imagen más espeluznante, según afirman en el laboratorio del estadounidense Greg Bowman, es cuando se hace zoom sobre una de las espículas del virus (pinchos). Esta proteína protuberante cobra la forma del Demogorgon: el monstruo de la serie Stranger Things, un humanoide cuya cabeza es como una planta carnívora que devora a su presa.
¡Oh! ¡Diosa Tyché! ¡Diosa Némesis! Esa criatura predadora del Mundo del revés: ¿A quién responde? ¿A la mera casualidad o al Monstruo Sombra?
¡Se abren las apuestas! –dice el mecanógrafo. (¡Cada uno recibe su mensaje en forma invertida!)
El Freud de La afasia, en 1891, hizo su apuesta y creo un órgano llamado “aparato del lenguaje” deslocalizado, y llegó al resultado de que “la representación periférica del cuerpo en las partes superiores del cerebro, y también en la corteza, no es ya topográfica sino funcional.” Presume que los haces de fibras que llegan a la corteza cerebral, ya no reflejan una imagen exacta topográficamente del cuerpo, sino que “contienen la periferia del cuerpo de la misma manera que -para tomar un ejemplo del tema que nos interesa aquí- un poema contiene al alfabeto, es decir una disposición completamente diferente que está al servicio de otros propósitos, con múltiples asociaciones de los elementos individuales, en las que algunos pueden estar representados varias veces y otros estar totalmente ausentes.” (Lectura recomendable para los novedosos neurólogos sarmientinos.)
La puesta en funcionamiento de la Spaltung generalizada entre ciencia y percepción, tuvo su puerta de entrada con el texto de La Metrie El hombre máquina. Y, efectivamente, la noción de una ciega máquina universal, convirtieron a la conciencia y a la subjetividad opacas, engañosas y meras funciones de un complejo mecanismo que responde a leyes ajenas a la percepción.
Germán García lo resumía en una pregunta: ¿cómo ser capaces de acceder a un saber que no podemos percibir?
En esta encrucijada, Sigmund Freud desarrolló el método psicoanalítico antes en el tiempo respecto del surgimiento efectivo de la biología molecular -aunque ya para esa época habían comenzado las investigaciones- y es notable que la novedad del ARNm, el ARN mensajero o codificante, funciona como el poema freudiano. Es decir, dispone del alfabeto construyendo secuencias que funcionan al modo de una formación del inconsciente. Dicho de otra manera, está el alfabeto a disposición, luego el mecanógrafo -que homologo al inconsciente- genera un código y sabremos de él por sus formaciones, es decir, las fallas que produce el código en el hablante (parlêtre).
Luis Alonso y algunos otros escriben que tres ideas revolucionaron la ciencia del siglo XX: el átomo, de la materia; el bit, de la información digitalizada y, el gen, de la herencia y la información biológica. Y que “se adueñaron del pensamiento humano y transformaron la cultura, la sociedad, la política, la filosofía y el lenguaje.”
Mientras que antes Sigmund Freud y, luego, Jacques Lacan subvirtieron el orden de las razones de la ciencia del siglo XX. La razón después de Freud… provocó transformaciones, mas sin adueñarse de nada.
MÁS VALE NO ESTAR EN BABIA
En 1945 comienza la biología molecular como tal. El libro, ¿Qué es la vida? de Erwin Schrödinger indica que las leyes de la física son inadecuadas para explicar las propiedades del material genético y, en particular, su estabilidad durante innumerables generaciones. La concepción vital expresada por el físico en su obra se basa en dos supuestos: en el primero se concibe al cromosoma como “un cristal aperiódico capaz de almacenar información y memoria”. En el segundo, se establece que “los organismos mantienen su orden minimizando su entropía, alimentándose de entropía negativa o del orden preexistente en el entorno”. Es decir, la biología molecular pretende explicar los fenómenos de la vida a partir de sus propiedades macromoleculares. Mientras que la genética molecular (que forma parte de la biología molecular) busca comprender y explicar cómo se transmite de generación en generación mediante el ADN, pudiendo, hoy, editar un gen y adicionar una copia corregida (terapia genética).
La técnica de edición del genoma se llama CRISPR, y pone el poder de la evolución en manos humanas. Sin embargo, CRISPR-Cas es el descubrimiento de un sistema natural de inmunidad adquirida que se transmite a la descendencia. Cuentan que Jennifer Dounda lo describió, en 2006 tomando un café con Berkely Jillian Banfield, como: “cortas repeticiones palindrómicas agrupadas y separadas por intervalos regulares que aparecían sin cesar en sus bases de datos de ADN de bacterias y arqueas. Ubicuas como parecían ser en todos esos procariotas, cada una era sin embargo privativa de su especie.”
En el 2017, Germán García publica en la revista Descartes nº 26, un texto de Jean Claude Milner -por intermedio de Juan Pablo Lucchelli- titulado “Ida y vuelta de la letra a la homofonía”. Allí rastrea, desde 1964 en adelante, la apuesta de Lacan: “adiós a la lingüística” y la proclama de su atadura a la lingüisterie.
En este texto, se posiciona en la huella de Lacan de la “La tercera”, que indica: “Las letras como tal ahora han reaparecido en su total autonomía luego de un largo período en el cual las matemáticas habían anexado a las letras dentro de la ciencia. Por esa razón, es posible esperar mejor información respecto a la vida. ¿Por qué? Porque la reemergencia de letras autónomas en la ciencia moderna sucedió en biología. Por muchos siglos, la vida había sido la madre de todas las representaciones imaginarias cuyo ejemplo más trágico fue dado por los políticos de la raza y Lebemsraum. Gracias a la letra es posible esperar moverse más allá de las representaciones, aún en el sujeto de la vida.”
“Si literalizada la vida es lo real como tal; si la biogenética más que las matemáticas, es la ciencia de lo real, entonces todas las formas de pseudo-representación que pretenden ser basadas en la realidad de la vida llevan al mito fundamental de la humanidad moderna, llámese racismo. En cambio, el arma suprema contra el racismo no es la pena o el miedo, sino la irrepresentabilidad de los caracteres de la vida.”
Entonces, si “El Dios de Newton no cometió errores. No es claro si lo mismo pasa con el Dios de las genéticas. Una mutación genética puede ser comparada con un error tipográfico; en el código, algunos errores fisiológicos son adjudicados a errores de ortografía; es tentador comparar tal Dios a un étourdi (cabeza de chorlito), como opuesto al impecable arquitecto del llamado Gran Diseño. Tal mecanógrafo se beneficiaría, en gran medida, del psicoanálisis. El dicho de Lacan “Dieu est inconscient” (Dios es inconsciente) adquiriría, entonces, un nuevo significado. El único obstáculo es el simple hecho de que el mecanógrafo no existe, pero eso no impide la posible compatibilidad de la genética y el psicoanálisis. Por lo menos comparten la experiencia del bévue (error).”
La contratapa de Otros escritos de Jacques Lacan, que J.-A. Miller titula con la definición lacaniana del escrito: NO-PARA-LEER, esto es, “… un desafío, propuesto para tentar al deseo.”
J.-A. Miller explicita: “Los Otros escritos enseñan respecto del goce que él también es de la incumbencia del significante, pero en su unión con el viviente, que aquel se produce a partir de “manipulaciones” no genéticas sino lenguajeras que afectan al viviente que habla, el mismo al que la lengua traumatiza” (…) No hallaremos al garante de todo ello en el genoma, cuyo desciframiento sin embargo promete nuevas bodas del significante con el viviente. Presentimos el acontecimiento del Self-made-man. Nosotros lo llamaremos: LOM del siglo XXI.”
Jacques Lacan, según Milner, a la unión posible entre el genoma y lalangue, le da varios nombres; en francés, uno de estos nombres es l’homme. Tratando de provocar un eco con el desciframiento del genoma, lo transcribió como LOM, tres letras como ADN, homófonas con l’homme. “El francófono encuentra placer encontrando sus gemelos al final de génome y al principio de homophonie.”
5 de agosto de 2020
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rosaiceberg · 4 years
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Late un corazón - I Acevedo
Late un corazón
Al titular así este cuento cierro con urgencia un ciclo lleno de urgencias. Se abre un nuevo camino, lleno de urgencias también. Tengo que contar muchas cosas, y debo contarlas aquí y ahora. Lo lograré como siempre, mezclando todo con todo, y sin ocultar mi modo, diré desde el principio la sustancia que compone este relato: repasar el por qué y el para quién de mi escritura, romper con una tradición literaria, reivindicar mi derecho a amar.
Ahora es viernes, son las diez de la noche y en tres horas parto a una fiesta a la que no quiero faltar, aunque detesto la noche: “Cuando la luz empieza a cambiar, a veces me siento un poco extraña, un poco inquieta, cuando está oscuro…”. Gre se fue con Martín a la playa; quedaron por todas partes sus potes de yogur que brillan en la oscuridad. Gregorio tiene cuatro años y ocho meses, y una estatura que ya le da una experiencia acerca del género: cuando vamos por la calle, las carteras de las mujeres le golpeen la cabeza, y los codos y los cigarrillos de los varones ponen en peligro su cara. Eso es lo que vivimos cuando callejeamos por Libertad, él con paso despreocupado de chico, y yo atajando carteras, codos y cigarrillos. Dice que soy la líder de la familia y cuando vamos a las marchas, dice que soy la líder de las mujeres. Cuando echo a los gatos de la mesa de la cocina, dice que tienen tanto derecho como nosotros a estar en cualquier parte de la casa. “¡Justicia!”, me dice. A veces me dice “papi” en vez de “mami”, y no le digo nada. Tuvieron que pasar casi cinco años para que yo pudiera hablar de él; primero tuve que poder elaborar la presión social que implica ser madre… también aprender que les hijes pueden amar a sus xadres a pesar de que y a causa de que hayan muerto por una lucha política, y comprobar que ser madre te cambia mucho, pero hay cosas que siguen siendo las mismas. Nunca escribí nada sobre mi hijo, pero ahora me doy cuenta de que todo lo hago pensando en él.
 Tímidamente, desde hace un tiempo, he venido detallando cómo escribo mis historias: hilando todo con todo, tratando de enaltecer la lógica, cuando sé que la lógica no tiene ningún sentido en la vida; luchando por que los sentimientos emerjan. Hoy cierro un ciclo de veinte años de escritura, veinte años en los que la escritura me ayudó a sobrevivir en todos los sentidos posibles, incluso monetarios, pues los primeros ochos pesos que gané en mi vida, a los catorce años, fueron producto de un texto. Hoy quiero dejar algo bien claro: la primera persona del singular yo es una modalidad de la época, no es un capricho egocéntrico, y lejos de ser un gesto individual, es una necesidad colectiva: la de nombrarnos, la de decir presente, la de extender nuestra voz hacia les otres y hacia el futuro, la de derribar la clandestinidad. 
Y para llevar al extremo esa necesidad, romperé aquí y ahora una regla implícita y explícita de la literatura, aquella que indica que les artistes no deben explicar elles mismes su obra. Pues este cuento habla de mi vida y también de mi obra. 
Ser madre, hacerme lesbiana, no ser más mujer, fueron experiencias que me abrieron a las emociones. Y necesito reivindicar ahora, dentro de mi escritura, como ya lo vengo haciendo por fuera, la importancia de hablar de nuestras emociones. Necesito dejar dicho todo esto antes de irme a la fiesta donde la chica que me gusta es dj. Sé que los hilos que conectan estos temas serán muy débiles, y así quiero que sea, porque la causa y el efecto de estos hechos son un artilugio provocado por los cruces de la vida que me parecen relevantes; y a medida que crezco, cada vez me importa menos que se note que hago lo que se me canta y cada vez me importa más reivindicar mi derecho a ser libre. Por otro lado, la grave situación social que estamos transitando hace que la ficción se vuelva obsoleta, y la narrativa, ensayística. Este cuento, donde digo lo que se me da la gana, como en un discurso, es el cuento con que se cierra una etapa de mi vida, y la cerraré con un toque de batería mortal a lo Iron Maiden… Tal vez rompa el instrumento. Y que lo que se tenga que romper, se rompa.
 Hace una semana me tocó hablar en un homenaje a Hebe Uhart, a pocos meses de su muerte, y al rato de empezar, me largué a llorar enfrente de toda la gente. Antes, a los treinta, me largué a llorar frente al público en la Feria del Libro, leyendo un cuento donde el narrador se siente triste por la muerte de su galgo. Hace dos años, durante el Filba, estaba invitada a una charla en el MALBA, y mientras hablaba, Gregorio se clavó la punta de un escalón de mármol en la frente. Las chicas del museo me llevaron al baño y cuando vi sangre en la puerta creí que me moría. Vi a mi hijo sentado en el lavatorio bañado en sangre hasta la cintura. “¡Hijo! ¡Te dejé solo!”, fue lo primero que me salió decir. Una semana después, los del Filba me proponían dar un paseo con una escritora brasileña para escribir una crónica que sería leída en el cierre del festival. La consigna era ver alguna manifestación en Plaza de Mayo, pero terminamos visitando la carpa de ex combatientes de Malvinas. Le comenté a la escritora el recuerdo de mi madre, que cada vez que cantábamos el himno en la escuela se largaba a llorar. ¿Por qué llorás?, le pregunté un día. Por los chicos que murieron en la guerra, me respondió. En el relato sobre ese paseo que escribí para el cierre del festival, las dos historias de sangre se conectaron. Ahora recuerdo la frase que escribí y que me hizo romper en llanto frente a ciento cincuenta personas: “Ver a tu hije bañado en sangre es algo que no debería pasarle a ninguna persona”. Después pensé: pero por favor, ¿cómo no me di cuenta de que me iba a echar a llorar mientras leía semejante frase? Todavía consideraba que llorar en público era un accidente.
Una de las últimas veces que lloré fue acá mismo, en Casa Brandon, hace poco, leyendo “Untitled Document”, un cuento donde hablo de mi relación con Paula. En ese cuento le agradezco a Paula por ser la primera persona en llorar públicamente el aplastamiento que sufrimos a manos de los senadores el 8 de agosto, cuando pisotearon nuestra demanda impostergable de que el aborto fuera legal en Argentina… Al contar, ese día, que su llanto fue lo que me permitió derramar la primera lágrima cuando aún nadie se animaba, con pulsión negadora, a asumir ese duelo, me eché a llorar en público una vez más. Pero no me importó, pues estaba entre amigas. 
Ahora pienso que en todas esas ocasiones en que lloré en público estaba contando algo. Pero hubo una vez en que no estaba contando nada, y fue la vez en que me mandé un verdadero espectáculo del llanto. Fue la semana después del 8A, cuando fuimos a la Casa de la Provincia de Buenos Aires, el día en que murió la primera mujer por aborto luego de que el Senado aplastara la ley. Fui dispuesta al llanto, dispuesta a encontrarme con Paula para llorar en sus brazos por todo lo que implicaba para mí haber perdido esa ley, pero ella no estaba. Estaban otras amigas, y apenas las saludé, cuando me preguntaron cómo estaba, empecé a llorar. Y como el llanto me insumiría toda la energía del cuerpo, me tiré al piso. Mi última feminidad, si tal cosa existe, se diluyó en ese llanto, corriendo como un río por el asfalto de la avenida Callao. Recuerdo que miré mi ropa: mi jean, mi pulóver color claro, un tapado blanco, diciéndoles adiós, como si sacara una foto mental de mi último día con ropa de mujer. Lloré por los atropellos que sufrí como mujer, porque mis padres me descuidaron, porque mi madre me tuvo de sirvienta doméstica, por el abuso que sufrí por parte de mi hermano y del que nadie se hizo cargo.
No es, como dijo la ministra Patricia Bullrich respecto del asesinato de Santiago Maldonado, apropiándose de nuestras categorías, que la verdad le gane al relato… No es así, nunca es así. Lo que gana es la memoria, y vayas donde vayas, la encontrarás: es lo único que tenemos y es lo que nadie puede robar ni reprimir. En mi cuerpo estaba la memoria, pero el relato aún no se había formado. Fue un mes después, el 10 de septiembre, que me cayó la ficha completa de lo que me estaba pasando: al transicionar, al asumir un aspecto de varón, corría el riesgo de poner en mi propia cara la cara de mi hermano. Entender eso hizo que la historia del abuso asumiera por fin el lugar que le cabía en mi vida. Ya no era el hecho fundante que me constituía en víctima del patriarcado: era una violencia que me había estado impidiendo un encuentro con mi identidad, pero ya no más. 
Colocar el relato de la violencia en una cadena de sentido que se abre al futuro y que sea posible de reproducir: he aquí la dificultad para les que arañamos en la piedra de la memoria intentando darle forma, hacerla lenguaje. Un mes después, en el Encuentro de Docentes Trans pude contar esta historia completa sin llorar. Allí recibí un inmenso abrazo colectivo, un abrazo con el que se cerraba un largo ciclo de soledad.
Ahora entiendo por qué lloraba en público tan cómodamente, ahora entiendo también por qué escribo: porque escribir es romper la clandestinidad. Lloraba en público porque siempre me sentí protegida en público. En los escenarios, en la cálida luz, rodeada de personas cálidas, nada podía pasarme. Muchísimas veces escribí especialmente para instancias públicas, y cada vez que me invitaban a una lectura, me sorprendía por exigirme escribir un texto nuevo. Quería mostrar mi estado de la cuestión, intentaba desplegar la voz, hilar la memoria. Porque eso es lo cierto.
 Escribo ahora al día siguiente de la fiesta. Este es un cuento escrito a los tirones, antes y después de una fiesta en la que bailé por doce horas al ritmo de la música electrónica pensando intensamente en todo esto, disfrutando también de mirar a la chica que me gusta. ¿Pues qué sería de mi vida sin una historia de amor? Ya no puedo ocultar que esto es lo que quería contar, y desde el principio dudé que pudiera engarzar esta historia en el curso del relato, porque que me guste una chica no tiene nada de especial… ya me han gustado muchas y cuántas más me gustarán… Pero aunque ya le declaré que me parece linda y la invité a tomar algo, y ella me dijo que no, porque tiene novia, aunque eso generó un quiebre en mi orgullo y un poco de alivio también, porque no tengo ganas de enamorarme, yo no sería capaz, por honestidad conmigo misma, de negar mis sentimientos hacia ella y no contarlos aquí, porque además intuyo que la intensidad con que me gusta puedo narrarla de otra manera a causa de estar atravesando el cierre de una etapa de mi vida. 
Negar a Mar (así se llama ella, para qué ocultarlo, en este tren de exposición absoluta) sería deshonesto. Me niego a desecharla porque ella no gusta de mí, eso sería hacer exactamente lo contrario a lo que predico. Ayer fui a la fiesta con buen ánimo, el ánimo de ver a Mar, de disfrutar su belleza y su música. Mar, que tiene novia, y con quien chateé hace unas semanas para invitarla a una cerveza y me dijo que no, porque tiene novia, y con quien de hecho nos reímos un poco de la situación en el chat, pasó muy buena música y no me prestó nada de atención. De vez en cuando yo la miraba y pensaba en este cuento, y pensaba: ¿cómo cuento esto? Lo quiero contar. Y no voy a empezar a quejarme de que me enamoro intensamente de cualquier piba sin siquiera conocerla, solo porque me gusta ver en ella algo un tanto retorcido (Mar es zurda como yo); tampoco voy a cometer el papelón de hablar de este tema enfrente de un montón de personas que no conozco, algunas de las cuales pueden ir a contarle a Mar que yo dije que anoche seguía dispuesta a proyectar mi mirada deseante sobre su cara; tampoco quiero volverla un objeto, simple materia de un cuento; pero al mismo tiempo me decía: no. No es así. 
Sí, esta es la última vez que hablo de querer a Mar, porque, por suerte, me inclino a gustar de la gente que también gusta de mí, pero necesito hablar de esto que me pasó con ella, de algo importante que aprendí mientras la miraba. Necesito pensarlo en esta parte del cuento donde intento reivindicar mi derecho a amar. Al contarla, me distancio, y al mismo tiempo me aferro a ella… Intento explicar, de alguna manera, que lo pasado también puede ser presente con igual intensidad que lo posible. 
Con palabras parezco distanciarme del deseo, mientras que lo que quiero es mostrar, como un lingote de oro, la belleza de este dato: al comenzar su set, Mar se inclinaba sobre la consola y hacía muecas raras cada vez que algo sonaba mal. Subrayo mentalmente esta importante oración, porque es la única oración de este cuento donde se narra y se describe una acción, en el marco de una literatura cargada de ideas. Pero es una acción que a mí me conmovió profundamente. Más allá del porro que me había fumado, yo me agarraba la cabeza. No puedo estar acá bailando y mirando descaradamente a alguien que ya sé que no me da bola. Pero puedo. Puedo, me decía. Puedo tener esta cara de freak mientras la miro, estar bailando y, además, estar pensando en todo esto. Sí, soy una freak, y el hecho de saberlo no me resta ese carácter. ¿Qué puedo hacer? Disfrutar esta música, disfrutar que estoy viva, y si me tengo que hundir en la tristeza, hundirme con todo.
Así, bailamos hasta las seis, y luego fuimos a una casa a seguir bailando. Veré a Mar en un contexto más íntimo, pensé, hasta quizás pueda escuchar su voz o su risa. Es increíble que me exponga a contar algo que pasó hace tan solo una noche. Pero como dije, no tengo cara. Esa es la ventaja, ese es el deber que asumo, en realidad, junto con les que no tenemos nada que perder y mucho por ganar luego de haber sobrevivido: el de representar un riesgo permanente para las convenciones sociales del statu quo neoliberal y heterocispatriarcal. ¡Ah! Mi cara no vale nada, es cierto. Puedo jugarla en cualquier momento y lugar. Por eso tengo pocos gestos, gestos raros, lo sé. Siempre me acusaron de ser seria, pero ese comentario ya no me provoca dolor. Tengo la cara dura, sí, tan dura como la de un prócer en una moneda. Pero a cambio de esta cara dura y devaluada, tengo la ventaja de poder contar las cosas así: gratuitamente.
Fuimos a ese after, y por un rato no encajé, cuando casi todas se besaban y yo no estaba de ánimo, y yo era un monumento al amor no correspondido. Pero a pesar de todo, disfruté de bailar y amar profundamente la vida y la luz del sol de amanecer. Porque una hilacha no deja de ser un hilo, y algo bueno saldrá de todo esto, pensaba; y en un diálogo demencial me preguntaba: ¿no podés aceptar que una chica que te guste no te dé bola, no podés quedarte tranquila un minuto, ya querés capitalizar esto y darle un significado en tu vida, convertirlo en un texto? No, no, no es así, me respondía. No tengo paz, me respondía. No tengo paz, y no puedo tenerla. Tendré paz el día que esté muerta, y hasta el último minuto de mi vida me atravesará la inquietud de romper con las palabras la clandestinidad. Porque, como dijo Walsh, el verdadero cementerio es la memoria.
  Leído en Casa Brandon, octubre 2018
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rverbaljv · 4 years
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Actividad No. 11
Leer la siguiente lectura panóramica:
El ojo Silva (cuento)
de Roberto Bolaño
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Para Rodrigo Pinto y María y Andrés Braithwaite.
Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.
El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.
En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí.
No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados.  
Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción. Pero trabajó en un periódico mexicano, de eso no me cabe la menor duda, y su situación económica mejoró, al principio imperceptiblemente, porque el Ojo se había acostumbrado a vivir de forma espartana, pero si uno afinaba la mirada podía apreciar señales inequívocas que hablaban de un repunte económico.
Los primeros meses en el D.F., por ejemplo, lo recuerdo vestido con sudaderas. Los últimos ya se había comprado un par de camisas e incluso una vez lo vi con corbata, una prenda que nosotros, es decir mis amigos poetas y yo, no usábamos nunca. De hecho, el único personaje encorbatado que alguna vez se sentó a nuestra mesa del café Quito, en la avenida Bucareli, fue el Ojo.
Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile.
Una vez vino el Ojo a comer a mi casa. Mi madre lo apreciaba y el Ojo correspondía al cariño haciendo de vez en cuando fotos de la familia, es decir de mi madre, de mi hermana, de alguna amiga de mi madre y de mí. A todo el mundo le gusta que lo fotografíen, me dijo una vez. A mí me daba igual, o eso creía, pero cuando el Ojo dijo eso estuve pensando durante un rato en sus palabras y terminé por darle la razón. Sólo a algunos indios no les gustan las fotos, dijo. Mi madre creyó que el Ojo estaba hablando de los mapuches, pero en realidad hablaba de los indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro.
Una noche me lo encontré en el café Quito. Casi no había parroquianos y el Ojo estaba sentado junto a los ventanales que daban a Bucareli con un café con leche servido en vaso, esos vasos grandes de vidrio grueso que tenía el Quito y que nunca más he vuelto a ver en un establecimiento público. Me senté junto a él y estuvimos charlando durante un rato. Parecía translúcido. Esa fue la impresión que tuve. El Ojo parecía de cristal, y su cara y el vaso de vidrio de su café con leche parecían intercambiar señales, como si se acabaran de encontrar, dos fenómenos incomprensibles en el vasto universo, y trataran con más voluntad que esperanza de hallar un lenguaje común.
Esa noche me confesó que era homosexual, tal como propagaban los exiliados, y que se iba de México. Por un instante creí entender que se marchaba porque era homosexual. Pero no, un amigo le había conseguido un trabajo en una agencia de fotógrafos de París y eso era algo con lo que siempre había soñado. Tenía ganas de hablar y yo lo escuché. Me dijo que durante algunos años había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales. Hablamos de la palabra invertido (hoy en desuso) que atraía como un imán paisajes desolados, y del término colisa, que yo escribía con ese y que el Ojo pensaba se escribía con zeta.
Recuerdo que terminamos despotricando contra la izquierda chilena y que en algún momento yo brindé por los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor. Pero después de reírnos el Ojo dijo que la violencia no era cosa suya. Tuya sí, me dijo con una tristeza que entonces no entendí, pero no mía. Detesto la violencia. Yo le aseguré que sentía lo mismo. Después nos pusimos a hablar de otras cosas, libros, películas, y ya no nos volvimos a ver.
Un día supe que el Ojo se había marchado de México. Me lo comunicó un antiguo compañero suyo del periódico. No me pareció extraño que no se hubiera despedido de mí. El Ojo nunca se despedía de nadie. Yo nunca me despedía de nadie. Mis amigos mexicanos nunca se despedían de nadie. A mi madre, sin embargo, le pareció un gesto de mala educación.
Dos o tres años después yo también me marché de México. Estuve en París, lo busqué (si bien no con excesivo ahínco), no lo encontré. Con el paso del tiempo empecé a olvidar hasta su rostro, aunque siempre persistió en mi memoria una forma de acercarse, un estar, una forma de opinar desde cierta distancia y desde cierta tristeza nada enfática que asociaba con el Ojo Silva, un Ojo Silva que ya no tenía rostro o que había adquirido un rostro de sombras, pero que aún mantenía lo esencial, la memoria de su movimiento, una entidad casi abstracta pero en donde no cabía la quietud.
Pasaron los años. Muchos años. Algunos amigos murieron. Yo me casé, tuve un hijo, publiqué algunos libros.
En cierta ocasión tuve que ir a Berlín. La última noche, después de cenar con Heinrich von Berenberg y su familia, cogí un taxi (aunque usualmente era Heinrich el que cada noche me iba a dejar al hotel) al que ordené que se detuviera antes porque quería pasear un poco. El taxista (un asiático ya mayor que escuchaba a Beethoven) me dejó a unas cinco cuadras del hotel. No era muy tarde aunque casi no había gente por las calles. Atravesé una plaza. Sentado en un banco estaba el Ojo. No lo reconocí hasta que él me habló. Dijo mi nombre y luego me preguntó cómo estaba. Entonces me di la vuelta y lo miré durante un rato sin saber quién era. El Ojo seguía sentado en el banco y sus ojos me miraban y luego miraban el suelo o a los lados, los árboles enormes de la pequeña plaza berlinesa y las sombras que lo rodeaban a él con más intensidad (eso creí entonces) que a mí. Di unos pasos hacia él y le pregunté quién era. Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír.
Aquella noche conversamos casi hasta que amaneció. El Ojo vivía en Berlín desde hacía algunos años y sabía encontrar los bares que permanecían abiertos toda la noche. Le pregunté por su vida. A grandes rasgos me hizo un dibujo de los avatares del fotógrafo free lancer. Había tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros y de las que se ausentaba durante largas temporadas. Sólo cuando entramos al primer bar pude apreciar cuánto había cambiado. Estaba mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas. Noté asimismo que bebía mucho más que en México. Quiso saber cosas de mí. Por supuesto, nuestro encuentro no había sido casual. Mi nombre había aparecido en la prensa y el Ojo lo leyó o alguien le dijo que un compatriota suyo daba una lectura o una conferencia a la que no pudo ir, pero llamó por teléfono a la organización y consiguió las señas de mi hotel. Cuando lo encontré en la plaza sólo estaba haciendo tiempo, dijo, y reflexionando a la espera de mi llegada.
Me reí. Reencontrarlo, pensé, había sido un acontecimiento feliz. El Ojo seguía siendo una persona rara y sin embargo asequible, alguien que no imponía su presencia, alguien al que le podías decir adiós en cualquier momento de la noche y él sólo te diría adiós, sin un reproche, sin un insulto, una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile pero que sólo allí se podía encontrar.
Releo estas palabras y sé que peco de inexactitud. El Ojo jamás se hubiera permitido estas generalizaciones. En cualquier caso, mientras estuvimos en los bares, sentados delante de un whisky y de una cerveza sin alcohol, nuestro diálogo se desarrolló básicamente en el terreno de las evocaciones, es decir fue un diálogo informativo y melancólico. El diálogo, en realidad el monólogo, que de verdad me interesa es el que se produjo mientras volvíamos a mi hotel, a eso de las dos de la mañana.
La casualidad quiso que se pusiera a hablar (o que se lanzara a hablar) mientras atravesábamos la misma plaza en donde unas horas antes nos habíamos encontrado. Recuerdo que hacía frío y que de repente escuché que el Ojo me decía que le gustaría contarme algo que nunca antes le había contado a nadie. Lo miré. El Ojo tenía la vista puesta en el sendero de baldosas que serpenteaba por la plaza. Le pregunté de qué se trataba. De un viaje, contestó en el acto. ¿Y qué pasó en ese viaje?, le pregunté. Entonces el Ojo se detuvo y durante unos instantes pareció existir sólo para contemplar las copas de los altos árboles alemanes y los fragmentos de cielo y nubes que bullían silenciosamente por encima de éstos.
Algo terrible, dijo el Ojo. ¿Tú te acuerdas de una conversación que tuvimos en el Quito antes de que me marchara de México? Sí, dije. ¿Te dije que era gay?, dijo el Ojo. Me dijiste que eras homosexual, dije yo. Sentémonos, dijo el Ojo.
Juraría que lo vi sentarse en el mismo banco, como si yo aún no hubiera llegado, aún no hubiera empezado a cruzar la plaza, y él estuviera esperándome y reflexionando sobre su vida y sobre la historia que el destino o el azar lo obligaba a contarme. Alzó el cuello de su abrigo y empezó a hablar. Yo encendí un cigarrillo y permanecí de pie. La historia del Ojo transcurría en la India. Su oficio y no la curiosidad de turista lo había llevado hasta allí, en donde tenía que realizar dos trabajos. El primero era el típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Hermann Hesse, el Ojo y yo sonreímos, hay gente así, dijo, gente que quiere ver la India a medio camino entre India Song y Sidharta, y uno está para complacer a los editores. Así que el primer reportaje había consistido en fotos donde se vislumbraban casas coloniales, jardines derruidos, restaurantes de todo tipo, con predominio más bien del restaurante canalla o del restaurante de familias que parecían canallas y sólo eran indias, y también fotos del extrarradio, las zonas verdaderamente pobres, y luego el campo y las vías de comunicación, carreteras, empalmes ferroviarios, autobuses y trenes que entraban y salían de la ciudad, sin olvidar la naturaleza como en estado latente, una hibernación ajena al concepto de hibernación occidental, árboles distintos a los árboles europeos, ríos y riachuelos, campos sembrados o secos, el territorio de los santos, dijo el Ojo.
El segundo reportaje fotográfico era sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca.
Aquí empieza la verdadera historia del Ojo. En aquel tiempo aún vivía en París y sus fotos iban a ilustrar un texto de un conocido escritor francés que se había especializado en el submundo de la prostitución. De hecho, su reportaje sólo era el primero de una serie que comprendería barrios de tolerancia o zonas rojas de todo el mundo, cada una fotografiada por un fotógrafo diferente, pero todas comentadas por el mismo escritor.
No sé a qué ciudad llegó el Ojo, tal vez Bombay, Calcuta, tal vez Benarés o Madrás, recuerdo que se lo pregunté y que él ignoró mi pregunta. Lo cierto es que llegó a la India solo, pues el escritor francés ya tenía escrita su crónica y él únicamente debía ilustrarla, y se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías. En sus planes —y en los planes de sus editores— el trabajo y por lo tanto la estadía en la India no debía prolongarse más allá de una semana. Se hospedó en un hotel en una zona tranquila, una habitación con aire acondicionado y con una ventana que daba a un patio que no pertenecía al hotel y en donde había dos árboles y una fuente entre los árboles y parte de una terraza en donde a veces aparecían dos mujeres seguidas o precedidas de varios niños. Las mujeres vestían a la usanza india, o lo que para el Ojo eran vestimentas indias, pero a los niños incluso una vez los vio con corbatas. Por las tardes se desplazaba a la zona roja y hacía fotos y charlaba con las putas, algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas, con pinta de matronas escépticas y poco locuaces. El olor, que al principio más bien lo molestaba, terminó gustándole. Los chulos (no vio muchos) eran amables y trataban de comportarse como chulos occidentales o tal vez (pero esto lo soñó después, en su habitación de hotel con aire acondicionado) eran estos últimos quienes habían adoptado la gestualidad de los chulos hindúes.
Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada. Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un oratorio.
Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo.
En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio. Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar al cabo de un año.
La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan, de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño, días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él durante la celebración exige un cuerpo de hombre —aunque los niños no suelen tener más de siete años— sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos.
Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije. Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto.
¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío. Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice.
Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.
Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado, pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio.
Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa.
En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño. Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad.
Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo, mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica, y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él empleó no fue "otra cosa" sino "madre".
Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre.
Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu, cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él.
El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel tren misterioso.
Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y alquilaron una casa y descansaron.
Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños, no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica. En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse.
Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar. Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían.
¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado.
Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía.
En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias.
Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso no era la realidad.
Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte.
Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso.
Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel.
Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar. -
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Redacte una entrada de texto en el apartado “enviar actividades” y responda por medio de un texto (tres párrafos cómo mínimo) las siguientes preguntas acerca de la lectura “El ojo silva” de Roberto Bolaño:
¿de qué trata? ¿cuál es la propuesta ideológica?
Fecha de entrega: jueves 4 de junio de 2020
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you-moveme-kurt · 5 years
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Glee «A miserable day from the beginning to the end»
Octubre de 2040
-Que bonito esta todo Señor Hummel… —dijo Helen mirando por el vidrio delantero de su auto la entrada del 834 de la Fifth Av. -También lo creo, el Señor Jenkins se esfuerza de sobremanera en cada festividad… —añadió Kurt también mirando las múltiples calabazas que había instalado en la puerta y los alrededores— gracias por traerme Helen… estúpida huelga de taxistas… —murmuró  acomodándose para bajar del pequeño auto de su asistente. -No hay problema Señor Hummel… si quiere mañana puedo rentar una limusina para usted... -No, no es necesario… no me gusta alardear cuando se trata de los ensayos… pero cuando sea el estreno,  ahí si que quiero una «Cadillacs XTS»… —advirtió Kurt quitándose el cinturón de seguridad, tomó su bolso y otras cosas y se alistó a bajar— gracias otra vez Helen… ¿te pregunte si conoces a alguien en el «Smithsonian»?... —agregó con la mano en la manija. -Me pregunto Señor Hummel, y el dije que no… -Claro… en fin… nos vemos mañana temprano… —agregó abriendo la puerta. -De hecho Señor Hummel… hubo un cambio de planes…  —dijo Helen poniendo cara de complicación.
-¿Disculpa?... —pregunto de vuelta Kurt con un pie en la acera y el otro dentro del vehículo. -Lo que pasa… —la mujer tomó su «tablet» y pasó varias pantallas en busca de la información, Kury sintió que su pie se congelaría sin remedio -Helen… —dijo impacientándose. -Si, si… disculpe… lo que pasa es que van a inspeccionar la instalación eléctrica mañana por la mañana, se supone y lo harían el sábado pero como esta todo tan inestable prefirieron adelantarlo para mañana… —explicó enseñando el comunicado que le había llegado a su correo electrónico. -Con un demonio… —dijo Kurt leyendo la información— ¿por qué no me lo dijiste antes?, tengo planes con Baline… -Lo siento Señor Hummel, pero a mi me lo dijeron cuando terminó el ensayo… -Pues debiste decirlo entonces… -Señor Hummel... -¿Por eso ofreciste traerme?, ¿para enmendar el daño o algo?... —pregunto mirándola de medio lado. -No, por supuesto que no Señor Hummel, lo traje porque lo necesitaba… —respondió la mujer apagando el dispositivo electrónico para acto seguido, tirarlo al asiento trasero. -Bien… hay que avisarle al resto de la compañía entonces. -Ya les avise… mande un mail y un mensaje… -Que puedo decir… -Lo siento Señor Hummel… -Yo mas linda… pero bueno… te recuerdo que necesito que la vestuarista vaya al teatro, aun no me decido por las telas y necesito verlas nuevamente… —la mujer asintió y de inmediato tomó su teléfono móvil para concretar aquello— nos vemos mañana en la tarde entonces… —agrego Kurt poniendo especial énfasis cuando decía lo de tarde, Helen sonrió con complicación nuevamente— adiós...—termino por decir bajando del auto, cerró la puerta de un solo golpe, se acomodo la ropa y subió las solapas de su abrigo para protegerse el cuello del frío, camino hacia la entrada del edificio y en menos de tres segundos ya estaba dentro del lobby.
-Creo que le regalaré  un libro de lenguaje de señas a este hombre… —murmuró Kurt al ver que el Señor Jenkins hacia una serie de gestos que indicaban a un hombre que estaba de espaldas a la entrada concentrado en su teléfono móvil, a él y al cuarto de la «red seca» del edificio— creo que esta diciendo algo… —agrego concentrándose en lo que modulaba en silencio— ¿«el perro Lassie»?... ¿«los nazis»?... ¡«PAPARAZZI»! — exclamó cayendo en la cuenta, se ocultó rápido dentro de la pequeña habitación y se quedó allí en completo silencio. -¿Como?... —dijo el hombre dejando su teléfono de lado para mirar en dirección de la entrada. -¿Que?... —pregunto de vuelta  el Señor Jenkins sintiendo que sudaba bajo su gorra estilo botones de hotel elegante. -¿No escucho?... alguien dijo «paparazzi»… —insistió el hombre alistado su cámara de fotos. -Yo no… —dijo el portero rodeando su mesón de trabajo— tal vez alguien llamó a su perro, hay un perro que se llama «Lassie», muy divertido… lo acompaño a la salida… —agregó indicando en aquella dirección. -La verdad es que ya he esperado demasiado…  —respondió el reportero mirando su reloj— ¿esta seguro que le hará llegar mi tarjeta al señor Hummel?... —preguntó mientras avanzaba junto a él -Por supuesto, es lo que le dije… -¿Se la llevara directo al piso ocho?... -Buen intento… pero como le dije, no le daré ningún tipo de información, no insista.. -¿Es por que no vive en ese piso?... —insistió el hombre enseñando un billete de 100 dólares. -Salga por favor… —respondió el Señor Jenkins abriendo la puerta. -¿Esa chica ruidosa que salió?... ¿no será por casualidad la  hija de Kurt Hummel?, me entere que tiene una hija de esa edad… -Salga por favor si no quiere que llame a la policía… —terminó por decir el portero poniendo cara más seria que antes. -Bien… esperare esa llamada… —dijo el hombre saliendo por fin. -Espere sentado… —agregó el Señor Jenkins cerrando la puerta de inmediato, se quedó parado mirándolo fijo  hasta que  el reportero terminó por retirarse en la moto en la que había llegado, como si lo intimidara con un poder mental oculto o algo parecido el portero soltó una cantidad extra de aire, se quitó la gorra y  con un pañuelo se secó el sudor de la frente y el cuello, luego se dio media vuelta y abrió la puerta del pequeño cuarto de los extintores— Señor Hummel… ¿esta bien?... -¡Señor Jenkins!, ¿¡que demonios fue eso!?… —reclamo Kurt mientras se levantaba, se había sentado en el piso y trataba, de manera infructuosa, comunicarse a través de su teléfono— ¿sabía que aquí dentro no hay señal de internet?... —agrego señalando la pequeña habitación. -Lo se… lo  siento señor Hummel… pero esa persona llego y entro al edificio y no quería irse hasta verlo a usted… me puso un tanto nervioso… —dijo echándose aire con el pañuelo. -¿No subió?, ¿o si?... —quiso saber Kurt mientras salía hacia el lobby. -No por supuesto que no… yo no dejo que nadie suba  a no ser que tenga autorización de alguno de los inquilinos del edificio. -Muy bien… gracias Señor Jenkins… le juro que al principio no sabía que era lo que murmuraba, luego me di cuenta… —dijo Kurt dándose un golpe en la cabeza con el teléfono como si evidenciara estupidez- -Lo note… en fin… el Señor Anderson recogió la correspondencia, así es que no se preocupe por eso… y el reportero le dejo esto… —agregó el Señor Jenkins entregando una tarjeta de presentación. -«The Post»… ¿como no me extraña?... —respondió leyéndola— no lo llamaré, pero al menos tengo el nombre para hacer una denuncia formal… -Yo puedo servirle de testigo si lo precisa… usted ya sabe… -Gracias Señor Jenkins, lo tendré en cuenta…  y la entrada quedo muy bonita, lo felicito… —dijo Kurt como última cosa antes de encaminar sus pasos al ascensor, el Señor Jenkins hizo una especie de reverencia oriental como agradecimiento a aquello.
-Oye… llegaste sin hacer ningún ruido… —dijo Blaine guardando bajo la cama lo que comía, lo más rápido que pudo. -¿No estabas comiendo en nuestra cama?, ¿o si? -No… por supuesto que no… —contesto mascando de manera disimulada. -Pero estas masticando algo… -No… claro que no… estaba… estaba… ensayando unos acordes… ya sabes… «mmm…mmm» y todo eso… hola… —dijo haciendo una seña de saludo. -Hola… —contestó Kurt como desinflándose. -Oh,oh… ese no es un «hola» muy feliz… ¿que paso? — pregunto cruzando las manos sobre su panza. -Que no pasó más bien…este día ha sido miserable desde el principio hasta el final... —dijo mientras dejaba lo que cargaba al lado de la puerta. -Aún no termina… —advirtió Blaine viendo como se quitaba la chaqueta y el resto de exceso de ropa y las tiraba en cualquier lado. -Lo se… pero hasta ahora ha sido bien miserable… -Háblame… -Pues primero,  los estúpidos taxistas siguen en su estúpida huelga… -Escuche algo en noticiario… ¿tuviste que usar el subterráneo? -No… peor… Helen me trajo en su auto miniatura… —añadió quitándose los zapatos. -¿Y no te agrado viajar con las rodillas pegadas al pecho?… —preguntó su esposo riendo. -A nadie le agrada… creo que solo a ella… —respondió subiendo a la cama, se acomodo en su lado primero para escoger el mejor de los lugares para descansar después, el pecho de Blaine, este  lo abrazó de inmediato y le dio un par de besos en el cabello. -¿Segundo?... —pregunto mientras le acariciaba  la espalda. -Segundo… cuando venía llegado, tuve que esconderme en el cuarto de los extintores… -¿Y eso?... ¿por qué?... -Porque había un «paparazzi» en la recepción y el Señor Jenkins me aviso para evitar que me encontrara con él… -¿En serio?... ¿y de donde? -Del «Post»… le dejo su tarjeta para que lo llame… pero ten por seguro que no lo llamaré, me pareció bien imprudente que entrara hasta el edificio queriendo averiguar cosas de mi y de mi familia… -Más que imprudente, es bien ilegal… -¡Lo se!... por eso pondré una denuncia… no quiero que un dia nuestros hijos se lo encuentren.. -Bien pensado, yo te acompaño... -Gracias… —dijo Kurt acurrucandose un poco mas, movio una de sus piernas y las puso sobre las de el. -¿Hay un tercer punto en este día miserable? -Y un cuarto también… -Dime primero el tercero... -Te lo diré y te advierto que  es el peor… -Pero... ¿estás bien?... ¿no es así?... —quiso saber Blaine apartándose un poco para mirarlo a la cara, como si temiera que las siguientes palabras serian «me contagie de ébola» o algo así. -Yo si, pero nuestros planes para mañana no… ¡uy! —exclamó levantando su mano empuñada como si maldijera a unas cuantas generaciones. -¿Como?... ¿por qué? -Porque en el teatro hay un problema eléctrico —comenzó a contar Kurt trepando un poco más sobre él hasta quedar con medio cuerpo arriba— se supone y lo verían el sábado, pero lo verán mañana en la mañana, así es que el ensayo se movió para la tarde… y no puedo suspenderlo porque quedan pocas semanas para el estreno, aun no tenemos el vestuario, ni tampoco los bailarines terminan por aprenderse la coreografía al estilo «Kurt Hummel-Anderson» -¿Y eso es bien? -No bien… es perfecto… -Claro… -Así es que como podrás concluir… no podre ir contigo a Salem a la  «Outhouse Orchards» a escoger nuestras calabazas… lo siento… —dijo Kurt haciendo un mohín de tristeza infantil con su boca, -Lo siento yo también… —agrego Blaine haciendo el mismo gesto en solidaridad con su esposo— ¿no podemos ir otro día? —preguntó tocándole el pelo del flequillo. -Por supuesto que no… si esperamos más las mejores calabazas se acabarán… y yo no quiero eso… —insistió gesticulando por encima de su esposo— ¡uy!... odio que nos perdamos esta tradición… -Kurt… supimos de ese lugar hace como dos años… -¿Y?... ha sido nuestra tradición desde hace dos años… —repitió. -OK… pero te diré algo… mañana voy yo, compro las que corresponden y buscamos un día libre para ir con Noah... -¿Los tres? -Obvio… nos vendría bien un día en el campo… -Me agrada esa idea… -Y a mi… ahora el cuarto punto de este día miserable… -¡Aun no consigo encontrar a alguien que trabaje, conozca o tenga alguna relación con el «Smithsonian»!... —Blaine soltó una risa al escuchar aquello— oye, no te rías, es importante.. -Lo se… y te prometo que encontraremos la forma de conseguir las zapatillas de rubí de Dorothy… no se si las del «Smithsonian»… pero conseguiremos alguna... -Confío en ello...  ahora… Señor Anderson-Hummel… dejando de lado el tema de las miserias que amargaron mi día…   se bien que escondió algo bajo la cama… -¿Que?... no… -Blaine, tienes azúcar glass en al punta de la nariz… —insisto Kurt queriendo reír al ver que Blaine se ponía un poco colorado y se tocaba donde su esposo le dijera. -Pero el «cronuts» de chocolate no tenía azú… -¡Ah!, te engañe… y de paso te hice confesar… —agregó riendo. -¡Oye!.. —exclamó de vuelta Blaine abrazándolo para rodar con él en la cama— ¿pretende conseguir cosas engañándome  Señor Hummel-Anderson? —agrego acomodándose entre sus piernas. -No cosas… solo lo que tienes bajo la cama… ¿un «cronuts» de chocolate dijiste?... —pregunto acariciándole la espalda por debajo de la camiseta. -No... es… solo... un... «cronuts» de chocolate… —respondió Blaine dándole un beso entre palabra y palabra— son dos… —añadió sonriendo, le dio un último beso y se incorporó para buscar los dulces, Kurt lo miró pensando que al parecer ese día no acabaría siendo tan miserable después de todo.
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danielpico · 5 years
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“Desde que el hombre comenzó a comunicarse con sus semejantes ha experimentado la necesidad de proteger su información confidencial de oídos y ojos indiscretos.
A lo largo de la historia se han utilizado distintas técnicas de protección, desde la esteganografía para ocultar la existencia de los propios mensajes secretos, de manera que pasaran desapercibidos al enemigo, como por ejemplo gracias a la tinta invisible o a los micropuntos en letras de libros o periódicos, hasta la criptografía, para cifrar el contenido de los mensajes, de forma que sean ininteligibles para cualquiera que no posea la clave de descifrado, como la cifra de César, las rótulas de Tritemio, o los cuadrados de Polibio.
Tradicionalmente, la criptografía se ha enfrentado a dos problemas bien distintos, pero interrelacionados. Por una lado, el cifrado de los mensajes para ocultar la información que se desea transmitir.
Muchos algoritmos y protocolos han sido propuestos, hasta llegar a los actuales, como DES, IDEA o Rijndael. No podemos olvidar la cinta aleatoria, el único sistema de cifrado perfectamente seguro que existe, probado matemáticamente, consistente en generar como clave una secuencia aleatoria de unos y ceros, que se suma al mensaje, previamente convertido en binario. El receptor cuenta en su poder con una cinta idéntica, realiza la suma del mensaje cifrado con ella y obtiene así el texto original. A pesar de su aparente sencillez, un mensaje cifrado por este procedimiento resulta absolutamente indescifrable, ni en un año ni en millones de eones, siempre que la cinta se utilice una sola vez (de ahí su nombre en inglés, "one-timepad").
Entonces, si este sistema es tan perfecto, ¿por qué no lo usamos todos? Éste es precisamente el segundo problema de la criptografía: la distribución de la clave, en otras palabras, ¿cómo hacer llegar la clave o la cinta aleatoria al destinatario? Si se envía por medio de un mensajero de confianza, podría caer en manos enemigas o ser copiada sin que nos enterásemos. Si se transmite por teléfono o a través de Internet, la comunicación podría ser igualmente interceptada.
En definitiva, no existe forma segura de poner en conocimiento del destinatario el valor de la cinta, es decir, de la clave. Por este motivo, se han desarrollado protocolos y algoritmos que permitan compartir secretos a través de canales públicos. Hoy en día, el más usado se basa en criptografía de clave pública, como el famoso RSA.
El funcionamiento de estos algoritmos se fundamenta en la utilización de dos claves, una pública, conocida por todos, con la que se cifra la información secreta, y otra privada, sólo conocida por su propietario, con la que descifra el criptograma anterior, recuperando así la información secreta.
Matemáticamente, estos algoritmos se basan en la facilidad de realizar operaciones en un sentido y en la dificultad de realizarlas en sentido contrario. Para entenderlo intuitivamente: resulta muy sencillo elevar mentalmente al cuadrado un número, por ejemplo, 8. Sin embargo, resulta muy complicado extraer mentalmente la raíz cuadrada del mismo número, 8. RSA se basa en la dificultad de factorizar números grandes. Usando los ordenadores más potentes, se tardaría varias veces la edad del universo en factorizar una clave RSA.
Así estaban las cosas, hasta que hizo su aparición en escena la computación cuántica. Cuando ya se está alcanzando el límite preconizado por la ley de Moore, que pone límite a la miniaturización de los chips, más allá del cuál no puede seguirse reduciendo el tamaño de los transistores, los ojos de la industria se han vuelto con esperanza hacia los ordenadores cuánticos. Estos ingenios se basan en las propiedades cuánticas de la materia para almacenar información sirviéndose, por ejemplo, de dos estados diferentes de un átomo o de dos polarizaciones distintas de un fotón.
Sorprendentemente, además de los dos estados, representando un 1 y un 0, respectivamente, el átomo puede encontrarse en una superposición coherente de ambos, esto es, se encuentra en estado 0 y 1 a la vez.
En general, un sistema cuántico de dos estados, llamado qubit, se encuentra en una superposición de los dos estados lógicos 0 y 1. Por lo tanto, un qubit sirve para codificar un 0, un 1 ó ¡0 y 1 al mismo tiempo! Si se dispone de varios qubits, se podrían codificar simultáneamente cantidades de información impresionantes.
Pero la computación cuántica puede ofrecer mucho más que gran capacidad de almacenamiento de información y velocidad de procesamiento. Puede soportar formas completamente nuevas de realizar cálculos utilizando algoritmos basados en principios cuánticos. En 1994 Peter Shor, de los laboratorios AT&T Bell, inventó un algoritmo para ordenadores cuánticos que puede factorizar números grandes en un tiempo insignificante frente a los ordenadores clásicos. En 1996, Lov Grover, también de los laboratorios Bell, ideó otro algoritmo que puede buscar en una lista a velocidades increíbles. ¿Qué tienen de particular estos algoritmos desde el punto de vista de la criptografía?
Suponen la peor pesadilla de todo criptógrafo. El algoritmo de factorización de Shor demolería de una vez por todas a RSA. Si llegase a construirse un ordenador cuántico capaz de implementarlo eficientemente, se hundiría todo el edificio de la PKI: adiós al correo confidencial, al comercio electrónico, a la privacidad en línea. Por su parte, el algoritmo de Grover permite romper DES o cualquier otro algoritmo de cifrado de clave secreta, como Rijndael o RC5, en un tiempo que es raíz cuadrada del que se tardaría con un ordenador clásico.
En otras palabras, todos los secretos guardados con claves de hasta 64 bits, hoy en día consideradas invulnerables, caerían como un castillo de naipes. Supondría el fin de la criptografía tal y como la conocemos actualmente. Por fortuna, todavía no se ha construido un ingenio tal, ni se espera avanzar hasta estos extremos en los próximos 15 ó 25 años.
Como señala Simón Singh en su excelente libro "The Code Book", a medida que la información se convierte en uno de los bienes más valiosos, el destino político, económico y militar de las naciones dependerá de la seguridad de los criptosistemas. Sin embargo, la construcción de un ordenador cuántico acabaría con la privacidad, con el comercio electrónico y con la seguridad de las naciones.
Un ordenador cuántico haría zozobrar el ya frágil equilibrio mundial. De ahí la carrera de las principales naciones por llegar primero a su construcción. El ganador será capaz de espiar las comunicaciones de los ciudadanos, leer las mentes de sus rivales comerciales y enterarse de los planes de sus enemigos. La computación cuántica, todavía en mantillas, representa una de las mayores amenazas de la historia al individuo, a la industria y a la seguridad global.”
http://www.ambiente-ecologico.com/ediciones/2001/078_04.2001/078_Opinion_ElioEnriqueAlmarza.php3
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Cuando encuentro cosas de mucho interés para mi... por lo regular me lo guardo. Pero este gif resulta hasta estéticamente compatible para el FB. Cuando empecé a leer sobre ocultismo venían estas imágenes insertas en libros temáticos.. pero no había explicación. Sólo adornaban ls páginas. Pero pasó el tiempo y descubrí que eran y fue con este autor: Johannes Trithemius. Son técnicas criptográficas, lenguaje de código computacional.
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irunemendez-blog · 6 years
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Las ofertas de Radio 5
Creando que es gerundio
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Creando que es gerundio es un espacio presentado y dirigido por Carmen Cuartero. Es un programa de espacio informativo sobre noticias del sector editorial y de la creación. Se centra en todos aquellos temas relacionados con escritores, traductores, y editoriales; además de su conexión con el mundo de la propiedad intelectual. 
Programa del 7 de octubre de 2018: ¿Nuevas normas en Internet?
En este programa, el invitado Javier Diaz de Olarte, explica la situación de la propuesta directiva de los derechos de autor en internet. Este programa está en directo todos los viernes a las 12.37 en Radio 5. 
El programa comienza con la música que da entrada al programa, la presentadora da pie a la entrada de Javier. Ella le hace preguntas con respecto al tema del desarrollo de la sociedad digital con la nueva normativa sobre los derechos de autor en internet, vigente este día 12. El Parlamento ha establecido las bases para plataformas como YouTube, Instagram... esto sirve para el respaldo de los autores de las obras, La seguridad jurídica es fundamental para ellos, algunas plataformas utilizan sus obras sin su autorización, lo que les penalizaría con la entrada en vigor de la nueva ley.
El lenguaje que utilizan es claro y comprensible para el oyente, tampoco es excesivamente rápido a pesar de que la duración del programa sea de cinco minutos. 
El tema que tratan en este programa es un tema de conocimiento público, no es un debate sino una entrevista a una persona que conoce todos los detalles de la nueva ley. Por lo tanto, va dirigido a todo tipo de  públicos y no es necesario tener un pleno conocimiento del tema para entender lo que Javier quiere contar. 
Complementarios 
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Este espacio está dirigido y presentado por Soraya Rodriguez y Luisa Segura Albert; es una nueva propuesta de Radio 5 con la que pretenden dar ideas a los oyentes para vivir mejor, con menos estrés, más serenidad... Para ello utilizan técnicas profesionales de meditación, yoga, acupuntura, coaching, entre otras.  
Programa del 14 de octubre: Dejar de buscar la felicidad y decir adiós al apego
En este programa viene el psicólogo Antonio Beltrán Pueyo, que acaba de publicar 'El método del algodón de azúcar'. En él reivindica que la felicidad no hay que buscarla, sino crearla. Y para animarnos, aborda el vacío existencial, la negación de nuestros sentimientos, el miedo, el victimismo o la rigidez mental, entre otras cosas. Además, con el colaborador Xavier Caparrós se habla del apego, esa vinculación afectiva que mantenemos con los demás pero que, convertida en algo obsesivo, nos puede complicar mucho la vida.
El programa del pasado domingo, con una duración de 25 minutos, comienza con la música introductoria del programa y Beltrán comienza a hablar de los siete pasos que aparecen en su libro para comenzar una vida nueva.
Patrocina su método para resolver diferentes situaciones, para buscar motivaciones, soluciones para mejorar, gestionar las emociones, etc. Y termina con unos párrafos del libro.
El lenguaje es cercano, y con un amplio vocabulario. Se acerca a todo tipo de oyente, ya que se trata de un programa de ayuda psicológica.
Rebobinando
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Este programa está presentado y dirigido por Manolo Castro. Rebobinando nos ofrece un repaso a las anécdotas e historias no conocidas de los mejores temas desde los años 50. En Radio 5 se comparte a diario tanto aquellas canciones que llegaron al nº1 como los grupos o solistas que lo hicieron posible, sus leyendas y los lados menos conocidos, para ver los temas que marcaron parte de nuestra vida de otra manera.
El horario es variable, aunque siempre se emite de lunes a domingo.
Programa del 19 de octubre de 2018: Mick Jagger ft. David Bowie, "Dancing in the street"
Como muchos grades solistas de grupos en los 80, caso de Freddie Mercury, también Mick Jagger sintió la tentación de ver como recibía la crítica y el público su carrera en solitario.
Para esa incursión se junto a David Bowie para reinterpretar este clásico de Martha & the Vandellas.
Comienza con la música introductoria del programa, y entonces Manolo nos hace una pequeña introducción de la canción que vamos a escuchar, desde la cultura musical. Con un lenguaje muy cercano al oyente, la duración del programa abarca la introducción y la duración de la canción seleccionada.
He escogido este programa porque considero muy importe la cultura musical, y es necesario conocer todas las leyendas que han marcado el mundo de la música.
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burakrevista · 2 years
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Los malos adioses. Adriana Romano
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No sabemos despedirnos “civilizadamente” parecen decir estos cuentos atravesados por las malas despedidas.
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Por Dana Babic
El estilo literario de cada autor, la manera de expresar las historias, debe llamar la atención, emocionar, o impresionar a los lectores. Generar algo, en síntesis. Es lo que los diferencia.
Adriana Romano tiene un estilo informal, aunque también poético porque, además de ser una gran escritora de narrativa, es una maravillosa poeta.
En estos 11 cuentos van a encontrar un lenguaje directo pero con palabras que despiertan distintas emociones y sentimientos, enfrentados, en varias ocasiones.
Por algún lado, hay que salir es el primer cuento y resulta interesante por la forma como está contado:
“Marita dice que la señora dijo canelones de ricota con salsa rosa y una Seven Up bien fría. Dice que comió todo el plato y que, cuando le preguntó cafecito o postre, la señora dijo cafecito y que ella se lo sirvió y que la señora se lo tomó y que después le pidió la cuenta y que recién después fue al baño. Que no le dejó deuda y que fue generosa con la propina”
Fiesta de disfraces, La inundación  tienen una fuerza tal que el giro imprevisto planteado por la narración logra desacomodar al lector.
A Marquitos lo dejaban de lado en los recreos y no lo invitaban a los cumpleaños, decían que era raro, que era mariquita, que su familia era rara y que el viejo Martins se había acostado entre las vías y había dejado que el tren lo pisara porque tenía varias muertes encima. (Fiesta de disfraces)
Los malos adioses es uno de mis preferidos. Juan, el protagonista, es un personaje para abrazar. Y Helena logró que lo sea, porque lo libera de una vida que Juan ya no quiere, pero no sabe cómo cambiar. Un cuento muy visual.
Aprieto una estrella es la suma de los adioses de una vida. ¿Cuántas veces podemos decir adiós en una vida? A medida que pasan los años le vamos dando menos o más importancia a las cosas que dejamos atrás. Tiene un final precioso.
Aún frente al espejo cierro los ojos, me doy vuelta, los abro y veo la luz de la tarde, y la tarde y un caballo. La mujer que se me parece y que me ha bañado me entrega una llave minúscula de oro y zafiros, y me la cuelga al cuello. Soy la puerta abierta que nadie puede cerrar, dice.
Camión es el cuento donde se ve más nítido ese adiós imposible, el adiós que no llega por el miedo que paraliza. 
Y hay muchos más.
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La contratapa del libro nos advierte: “No sabemos despedirnos civilizadamente parecen decir estos cuentos”, me pregunto, después de leerlo, ¿hay manera de saber despedirse?
La dualidad en estos relatos se presenta justamente entre lo civilizado y lo salvaje que se genera en cada vínculo. Son historias que suceden, y sí, cualquiera que ame, que desee, que sueñe puede vivir algo similar, pero tienen un no sé qué impensado, súbito, repentino.
Es esa incomodidad que generan los buenos cuentos. Aquello que, por momentos, mantuvo a esta lectora en el borde de la silla, acompañando.
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Los malos adioses
Adriana Romano
Editorial Dualidad, 2021
Cuentos - 170 páginas.
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bernardjleman · 3 years
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Encantamientos y reflejos en La joven ahogada
And you sang Sail to me Sail to me, let me enfold you
Tim Buckley, Song to the Siren
 Cuando escribo esto ha pasado casi un mes desde que terminé La joven ahogada y, aunque otras lecturas han venido a ocupar su lugar, la obra de Caitlín R. Kiernan no ha dejado de invocarme, como si se reflejara con un esquivo haz de luz en las paredes de mi mente o un trémulo brillo del que no he sido capaz de deshacerme del todo.
Esa capacidad de atracción es algo que no tardé en percibir al poco de abrir sus páginas. Parte de ella se debe sin duda a la voz de su protagonista, quien te conduce por una historia (una «memoria» como indica el título completo de la obra) sinuosa, llena de ramificaciones y senderos, algunos apenas atisbados, cuyo final parece ser solo una de las posibles resoluciones.
En la lectura acompañamos a Imp (diminutivo de India Morgan Phelps[1]), una mujer joven, durante el proceso de redacción, capítulo por capítulo, de esta «memoria». En ella refiere ciertos hechos trascendentales de su vida reciente cuya realidad enseguida nos parece cuestionable. El meollo de la historia consiste en el encuentro que tiene con otra mujer (llamada Eva Canning) que se presenta, siempre desde la perspectiva de la protagonista, en dos encarnaciones distintas: como sirena y como mujer lobo.
Cuestionamos la realidad de los hechos porque, desde bien iniciada la historia, la misma narradora nos hace dudar de su propia veracidad, y es que Imp, que padece esquizofrenia paranoide[2] y tiene problemas para diferenciar la realidad de la ilusión nos refiere que está más interesada en extraer la verdad de lo ocurrido frente a su realidad.
Pero la verdad es algo subjetivo, ¿no es cierto?
Telling this ghost story, I’m beginning to think of facts and truth like bricks and mortar, only I’m not sure which is which.
Al contar esta historia de fantasmas, empiezo a pensar en los hechos y en la verdad como si fueran ladrillos y mortero, solo que no estoy segura de cuál es cada uno[3].
Imp, entonces, redacta su historia con una finalidad terapéutica. Ella misma reconoce que está hechizada («haunted», en el original) por la aparición de aquella mujer. No escribe, por tanto, para aclarar su mente, para separar lo que es realidad de lo que es ilusión, la verdad de la mentira. Muy al contrario, ella es consciente desde el principio de que esto no va a ser posible, y nos avisa al comienzo de su memoria.
Con ello, Imp persigue exorcizarse de su hechizo. Tal y como Kiernan estructura la historia, Imp no termina de salir de su encantamiento hasta que no escribe en su memoria la despedida de Eva Canning, ya al final del libro, en una escena de tono bastante romántico, con un lento adiós (más bien una especie de «dejar ir») en la playa.
Kiernan nos presenta, por un lado, no solo la narración de la historia, sino también la narración del proceso exorcizador de Imp que constituye la propia escritura de la memoria, y que va afectando y retroalimentando la manera en la que la protagonista nos cuenta su historia[4]. A medida que Imp va escribiendo su experiencia, lo va reviviendo todo. Y va sufriendo. Y nosotros contemplamos su sufrimiento e intentamos comprenderlo. Y este sufrimiento va alterando su escritura y, por tanto, la veracidad de lo que nos cuenta.
Pero, por si no fuera suficiente, a esta doble capa se añade otra: la intervención de Imp como organizadora del texto que redacta ella misma en una tercera persona que, de alguna manera, supervisa la escritura de la Imp redactora, y que aparece al principio o al final de algunos capítulos, como si la propia narradora necesitara invocar una mano que le dictara el camino a seguir:
“That’s enough for now,” Imp typed. “Get some rest. It’ll still be here when you come back.”
«Suficiente por ahora —escribió Imp—. Vete a descansar. Yo seguiré aquí cuando vuelvas».
La complejidad de la obra no se queda en el aparato formal. Como dije, durante la lectura nos cuestionamos la realidad de todo lo que Imp nos está contando. Al comienzo de la obra Imp nos confiesa que las figuras antagónicas de la sirena y de Caperucita Roja la han obsesionado desde su infancia. Esa obsesión determina, por tanto, su interpretación de los hechos. Y cuando Imp nos confiesa esto, surgen las preguntas: ¿nos está recalcando la importancia que revisten los hechos para ella o nos está advirtiendo sobre la irrealidad del carácter sobrenatural de Eva Canning, un personaje sobre el que ella ha vertido todas sus obsesiones dotándole de un carácter fantástico?
La complejidad es también referencial: Kiernan despliega a lo largo de La joven ahogada todo un elenco de referencias históricas de ambos mitos (sirena y hombre lobo) y sus distintas interpretaciones, encarnaciones, encantamientos, folklore local y arte relacionado. La Dalia Negra, los impresionistas americanos, el bosque de los suicidas, la historia de la licantropía francesa o de los colonos americanos, criaturas fluviales, la poesía gaélica medieval, poesía victoriana, o el mismísimo Moby Dick, son solo algunos de los ejemplos. Todas estas referencias Imp las asocia con sus experiencias de una manera más evocadora que causal, y cualquiera de ellas se puede tomar como punto de partida para ahondar en el misterio, pero sin llegar a resolverlo jamás.
Quedado claro, por tanto, que La joven ahogada: una memoria es una obra muy compleja, cuya construcción a este humilde redactor se le antoja titánica, no solo en la mencionada complejidad formal y de fondo, sino también en la inmersión profunda por parte del autor en la voz del personaje principal.
Es un rompecabezas de ideas, referencias, sentimientos, deseos, frustraciones y ansiedades que, según vas leyendo, te vas dando cuenta de que es irresoluble, de que existen tantas versiones como lectores, de que es como un crucigrama con casillas negras que cada cual puede completar a su antojo. Imp nos presenta sus piezas en un orden determinado para hacerlo comprensible, para mostrarlos la relación que tienen todas ellas entre sí y para garantizarnos que no se ha colado ninguna pieza de ningún otro puzle por error. Toda esa información es relevante para Imp y, por tanto, para su versión de la historia.
Como consecuencia de todo ello, la lectura no se hace fácil. Por lo menos, a mí no me lo ha parecido. Es frecuente preguntarse hacia dónde va un texto que te ha enganchado con la promesa de una explicación a determinados acontecimientos supuestamente fantásticos, que al final nunca llega (no de manera explícita, al menos). Exige un esfuerzo del lector por dejar de cuestionarse, por aceptar que la recompensa del viaje no son respuestas, sino más preguntas, y por dejarse llevar dentro de la mente de la protagonista y la profundización en los temas que la obra aborda.
El más notorio de ellos, sin duda, es el significado del lenguaje. La obra se interroga a sí misma constantemente. Duda de su propia capacidad para explicar y, no obstante, establece una relación con el lenguaje madura, pero también esquiva e inestable.
I find that I’m quickly, unexpectedly coming to realize that I’m trying to tell myself a story in a language that I’m having to invent as I go along.
 Encuentro que me estoy dando cuenta inesperada y rápidamente de que estoy tratando de contarme una historia en un idioma que me tengo que inventar a cada paso.
I don’t know the right words, and maybe that’s because there are no right words to pull a haunting out into the light and trap it in ink and paper.
No encuentro las palabras correctas, y quizá sea debido a que no existen las palabras correctas para desentrañar un hechizo y atraparlo en tinta y papel.
La obra también habla de los hechizos, de la capacidad para embrujar u obsesionar a alguien (to haunt). Se diría que Imp está obsesionada o hechizada por el hechizo en sí, por la forma en que escribe sobre ellos. Pero es que la misma obra es hechizante, como un grimorio mágico que atara al lector y lo llenara de ideas, de posibilidades, de enigmas que explorar con los que es fácil obsesionarte (si eres la clase de persona que se interesa por un libro como este, que probablemente sea tu caso si estás leyendo esto). De hecho, así fue para mí, que la leí en siente días, completamente absorbido por ella, y el hecho de terminarla supuso en cierta forma una liberación.
Pero el tema del hechizo nos retrotrae al del significado, porque un hechizo (cualquier hechizo) es consecuencia directa de los significados que otorgamos a aquello que nos hechiza, y la novela nos lo aclara: no puede hechizarte aquello que ignoras, pero sí lo desconocido porque ya lo has experimentado. Es cuando otorgamos significado a algo que aquello puede hechizarnos. Y el hechizo consiste en desentrañar su sentido para nosotros. Pero solo podemos romperlo cuando asumamos la futilidad de nuestra empresa.
[…] hauntings are contagious. Hauntings are memes, especially pernicious thought contagions, social contagions that need no viral or bacterial host and are transmitted in a thousand different ways. A book, a poem, a song, a bedtime story, a grandmother’s suicide, the choreography of a dance, a few frames of film, a diagnosis of schizophrenia, a deadly tumble from a horse, a faded photograph, or a story you tell your daughter.
[…] los hechizos son contagiosos. Son memes, pensamientos contagiosos y especialmente perniciosos, contagios sociales que no necesitan huésped vírico o bacteriológico y se transmiten de miles de formas distintas. Un libro, un poema, una canción, una historia antes de dormir, el suicidio de una abuela, la coreografía de una danza, unos pocos planos de una película, una diagnosis de esquizofrenia, una caída mortal a caballo, una fotografía desteñida o una historia que cuentas a tu hija.
Too often, people make the mistake of trying to use their art to capture a ghost, but only end up spreading their haunting to countless other people.
Muy a menudo, los artistas cometen el error de intentar atrapar a un fantasma con su arte, pero solo terminan extendiendo el hechizo a una incontable cantidad de gente.
That’s another sort of being haunted: starting something and never finishing it.
Esa es otra manera de hechizarse: empezar algo y nunca terminarlo.
Por último, la identidad. ¿Qué es la identidad sino el significado que otorgamos a una persona? Y para otorgar significado a alguien en nuestras vidas necesitamos saber quién es para nosotros. Para Imp la identidad de Eva Canning es un misterio, pero también lo es la suya propia, pues la búsqueda de Imp a través de la escritura de esa memoria lo es de su propia identidad también.
Duality. The mutability of the flesh. Transition. Having to hide one’s true self away. Masks. Secrecy. Mermaids, werewolves, gender. The reactions we may have to the truth of things, to someone’s most honest face, to facts that run counter to our expectations and preconceptions. Confessions. Metaphors. Transformation.
 Dualidad. La mutabilidad de la carne. Transición. Tener que esconder el yo verdadero. Máscaras. Secretos. Sirenas, hombres lobos, género. Las reacciones que podemos tener a la verdad de las cosas, a la cara más honesta de alguien, a los hechos que acontecen en contra de nuestras expectativas o prejuicios. Confesiones. Metáforas. Transformación.
Entre los referentes que Kiernan maneja, están elementos del gótico (esa maldición heredada entre las mujeres de la familia Phelps en la forma de enfermedad mental que Imp también sufre, o la asociación de elementos del paisaje urbano de Providence con símbolos de la novela gótica: castillos y bosques) y de novelas fundamentales para el género como La maldición de Hill House, que supone una gran influencia en la construcción de personaje y tema (ambas novelas nos muestran la interpretación de los hechos por parte de una narradora poco fiable con una mente obsesiva, y ambas novelas narran hechos que se pueden interpretar como delirios de sus respectivas protagonistas).
Pero la novela de Kiernan referencia también otra de sus propias obras. En un momento dado, Imp descubre que Eva Canning formaba parte de un culto denominado «Puerta Abierta de la Noche», liderado por Jacoba Angevine, cuyos practicantes se suicidaron en masa ahogándose en el mar. El lector en español de Kiernan recordará inmediatamente el nombre de Jacoba Angevine[5] porque es un personaje fundamental de Casas bajo el mar, relato incluido en la recopilación Ominosus, editado por la extinta Fata Libelli allá por el año 2013. Este relato es seis años anterior a La joven ahogada y, de hecho, se podría considerar como un ensayo de esta novela, en la medida de que el protagonista también trata de entender a Jacoba y los eventos que la rodean:
Todos esos momentos disociados, desconectados o conectados con tal multiplicidad que nunca seré capaz de desligarlos ni de encontrar una narrativa coherente. Ese es mi despropósito, mi engreimiento, pensar que puedo fabricar una simple historia a partir de todo lo que ha ocurrido.
 Es como la historia de fantasmas dentro de la historia de fantasmas dentro de la historia de fantasmas.
 No es cometido del escritor «contarlo todo», ni siquiera decidir qué dejar, sino decidir qué quitar. Lo que queda, la exigua suma de esa profana escisión, es la quimera bastarda que llamamos «historia». No estoy construyendo, estoy recortando. Y todas las historias, ya se anuncien como verdad o se reconozcan como falsedad, son ficciones, escindidas de cualquier hecho objetivo por la ya mencionada acción de recortar.
Podrías encontrarte cualquiera de estas frases en La joven ahogada, pero todas son de Casas bajo el mar.
Su lectura es un buen complemento a la novela. Es un relato estupendo y contiene escenas que se graban en la mente del lector, como la visita al almacén donde se reunía la secta, o las imágenes de vídeo que obsesionan al protagonista, pero en sí no aporta ninguna clave para discernir la realidad de los hechos narrados en La joven ahogada: Jacoba Angevine se desvela como un ser sobrenatural, pero seguimos sin estar seguros de si su compañera, Eva Canning (que no aparece en el relato) también lo sea.
Creo que con esto lo he dicho todo. Me da la impresión de que, intentando analizar esta obra, he acabado un poco como su protagonista, obsesionado y sin una idea clara de qué es lo que me ha pasado al encontrarme con el libro, y también de que, en cierto modo, la escritura de esta reseña persigue la liberación del hechizo que La joven ahogada ha supuesto para mí.
No creo que sea una novela de fácil lectura, no por el estilo de Kiernan, que es magnífico, sino por lo esquivo de su trama y la complejidad de su estructura. Como he dicho, me parece un trabajo titánico el ensamblaje con éxito de todas las piezas del rompecabezas, en la medida en que el lector se pueda sentir fascinado, o hechizado, por la obra misma, de lo que espero estas líneas hayan podido dar debida cuenta.
Si queréis más información sobre la obra, y una opinión mucho más fundamentada que la mía, os recomiendo el episodio 4 del podcast Todo tranquilo en Dunwich, que a partir del minuto 43 está dedicado a La joven ahogada.
[1] Imp, además, en inglés significa «diablillo»)
[2] La esquizofrenia paranoide es un tipo de esquizofrenia «en la que predominan las ideas delirantes relativamente estables, que suelen acompañarse de alucinaciones, en especial de tipo auditivo y de otros trastornos de la percepción. Sin embargo, los trastornos afectivos, de la voluntad y del lenguaje y los síntomas catatónicos pueden resultar poco llamativos […] suele ser frecuente una cierta incongruencia afectiva, al igual que una cierta irritabilidad, ira, y suspicacia, y un cierto temor […]. Constituye el tipo más frecuente de esquizofrenia en la mayor parte del mundo». Diccionario de Términos Médicos. Real Academia de Medicina de España.
[3] Las citas de la novela están extraídas del original en inglés. Esta traducción, y todas las que le siguen, son propias. Sus fallos e imperfecciones son exclusiva responsabilidad mía.
[4] Ejemplo paradigmático de ello es el capítulo 7 de la novela, en el que Imp, después de sufrir una crisis, encauza su estilo hacia un flujo de conciencia en el que el número 7 toma un carácter obsesivo.
[5] Kiernan siempre ha tenido un don especial para bautizar a sus personajes (Dancy Flammarion, la protagonista de Alabaster, es otro de esos nombres imposibles de olvidar) y sus nombres resuenan inevitablemente en la memoria del lector.
PIE DE ILUSTRACIÓN: Winslow Homer. En la orilla a sotavento (frg., 1900), uno de los pintores referenciados en la novela.
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