Tumgik
#ViajeAMí
lunalunar-blog · 8 years
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Perdonarme.
El domingo pasado me enteré de que “el traicionero” (ya perdió la palabra amor del sobrenombre que le he puesto) había vuelto con quien fue su novia. Ese día sentí un retroceso en todo lo que he logrado con mi estadía en México: volví a llorar, volví a sentirme mucho más pequeña de metro y medio, volví a pensar que todo fue para nada, que las cosas quedaron como si yo no hubiera existido.
Han sido días sumamente difíciles. Pensar en lo poco que le duró aquella idea de no poder estar con nadie, no poder ofrecerle nada a nadie, hasta que no cambiara. Como no creo en terapias exprés y yo, por lo menos, sigo con una herida muy abierta, solo queda concluir que es la persona con menos voluntad y respeto de sí mismo que hay. Aún así, fue verme de nuevo “no siendo elegida”, pensar otra vez que no están dispuestos a hacer por mí tanto como por ella. Aparte, ira roja, furia de ver cómo la vida lo está dejando salir ileso de una situación en la que fue él quien hizo daño. En medio de ese estado (que mantengo todavía, no me caigo a mentiras) entró en mi mente, como un parásito, la idea de demolerle el mundo feliz.
Hoy empecé a considerar seriamente contarle todo a su novia, explicarle cómo el hombre por quién tanto lloró estuvo con ella 9 meses, de los cuales la engañó durante 6, hasta el punto de decirle a otra mujer que estaba enamorado de ella, que no sabía cómo dejar lo que tenía, que en las noches solo quería que su novia se fuera para poder conectarse por Skype y hablar hasta que saliera el sol. El traicionero, ciertamente, no me merece, pero tampoco se la merece a ella. No son para él las segundas oportunidades que atribuimos a la gente buena, no debe él resultar inmaculado de tantos meses en los que era él quien tenía una responsabilidad mayor. Muchas veces se lo dije: no es la decisión más moralista, pero yo no tenía nada que perder, era a él a quien correspondía cuidar su relación.
Denis se negó rotundamente, con argumentos sobre el blanco y el negro, sobre ser una buena persona y dejar ir. Razón tiene, pero sus estándares morales no son de humano normal, no creo que haya muchas personas tan buenas como él, y yo, en realidad, no me sentía como una. Usé la caballería. Le pregunté a todas las personas que amo y me importan si lo harían. Descubrí que ninguna lo haría, al menos no sin meditarlo bastante, que a nadie le parecía que la venganza me haría sentir mejor, que todos coincidían en desterrar al traicionero al lugar donde todo se olvida y va a morir, que todos me hablaron de avanzar y regocijarme en las cosas nuevas y emocionantes que están pasando en mi vida: haber conseguido un trabajo en Ciudad de México que me permita tener un permiso, con un sueldo que me pagará en un futuro una vida independiente y todas las oportunidades que veré llegar. Sin embargo, mi hermana me dijo algo que me llegó rotundamente: tienes que PERDONARTE. No perdonarlo, ya eso no importa, y si llego a estar en el Nirvana de la piedad en algún momento y lo meto en mi lista de redimidos, para eso falta mucho. No. Perdonarme. No pedí especificaciones, pero sí me detuve a pensar en qué quería decir. Efectivamente, vi que mucho tenía que perdonarme de lo que ocurrió.
- Me perdono por haberme dejado deslumbrar por alguien que desde el principio me dijo cómo era. Me perdono por no escuchar mis instintos, por ser descuidada conmigo misma cuando la evidencia estaba allí, frente a mí.
- Me perdono por haber permanecido en una situación donde se me irrespetó desde el inicio.
- Me perdono por no haberle exigido nada.
- Me perdono por haber deseado ardientemente que “me escogiera”, por haberme doblado para ser percibida como flexible, por conformarme con una competencia en la que tuve la desventaja hasta el final.
- Me perdono por haberme quedado, con la excusa de un futuro que nunca dio señales reales de empezar.
- Me perdono por haberle dado prioridad en mi vida, por haberme ensimismado en cada mensaje, estuviera con quien estuviera, dejando conversaciones a medio andar o completándolas con monosílabos.
- Me perdono por haberme permitido ser una segunda opción, una nada, algo sin nombre y sin cara, una emoción pasajera en un corazón insensible.
- Me perdono por haberme expuesto a un dolor tan grande, por rebajarme a esperarlo cuando él decidiera venir, a verlo asustado en un bar porque creyó verla pasar, a soportar que en los pocos momentos que estaba conmigo estuviera en contacto con ella, a oír “cuidado con las marcas”, porque ese cuerpo no podía yo quererlo como se me antojara, a que respondiera cuando le sobrara tiempo.
- Me perdono haberme escondido.
- Me perdono por haber hecho siempre todos los esfuerzos, por haberle escrito poemas, hecho dibujos, por hacer que fuera él uno de los primeros en saber cuando salí de una anestesia, por haber querido conquistar a quien nada podía darme.
- Me perdono por haber pensado que algo extraordinario podía salir de alguien que solo me mostró vulgaridad.
- Me perdono haber querido “arreglarlo” a él, habérmelo inventado como no era, como no podía y todavía no puede ser. Mi hermana me lo dijo: “su incapacidad para amarte no depende de su estado civil, está en su cerebro”.
Finalmente,
- Me perdono por haber puesto mi amor donde no iba, por haber querido tan intensamente, me perdono por extrañarlo, por haber querido perdonarlo, por llorar el daño que me hizo y también su ausencia. Me perdono por no haber caminado sin retorno antes.
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