Korsakoff
Korsakoff no es una linealidad estructurada; no es prototípica ni un código pretenciosamente explícito: es emblemáticamente enmarañada, un símbolo imprevisto. Tal vez ella, como dice un poema de César Vallejo, nació un día en el que Dios estaba enfermo. Ni siquiera su apelativo es literal: es biográfico. Por eso el prójimo se vuelve estúpido cuando intenta explicarle el contexto filológico de ese apellido. Ella los mira mientras despliegan sus etimologías estiradas y piensa: “¡Qué güevón tan cagado!” Ocasionalmente amanece como actriz, modelo, poeta y cantante. No es una mutación de cosas no-fijadas, sino de simultaneidades. Actuar es cantar; cantar es poetizar; poetizar es modelar; modelar es filosofar. Ella es un paquete donde cabe el loco, el payaso, las macetas vacías y los relojes sin cuerda. Exige como alcahueta; impide el reposo, aunque demanda una constante hibernación. En otro tiempo la gente la hubiera reprendido con una Biblia, un rastrillo y una antorcha puritana. Creerían que es la esposa del Diablo; pero en el fondo no es así de codiciosa: en el fondo se conformaría con algo simple, como un huerto lleno de yerbas inútiles para el retozo de chuchas y conejos.
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