Tumgik
#carlo boreal
officialhbo · 19 days
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HIS DARK MATERIALS (2019 - 2022) 2.06 | MALICE
@lgbtqcreators - creator bingo - fantasy | adaptations | POC rep | free choice
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mykashg · 1 year
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Do you know who I could have been in this world?
HIS DARK MATERIALS 2.05 “The Scholar” (2020)
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casualavocados · 1 year
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And this journey, is it folly or wisdom? This journey? I don't know.
HIS DARK MATERIALS 2.06 | Malice
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thesunsetsea · 1 year
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2.04 | 3.03
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rubivana · 2 years
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she did ask-
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queenofnabooty · 2 years
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glindaselphie · 1 year
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I was skimming through my copy of the subtle knife to try and find something earlier and one of the funniest passages is this part where boreal is saying what a horrible brat lyra is and marisa is just “do I need to remind you that you are talking about my daughter” sjhdishishd
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blog-about-daemons · 2 years
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Obsessed with how cringefail they made Marisa and Boreal in the show like its genuinely so funny they just whisper little secrets and schemes at each other like high school mean girls and then when they actually attempt anything they get twarted by 15 year olds and they'll sulk about it in the corner afterwards. They also both have so much swag and rancid vibes.
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still thinking about the part when marisa tells carlo boreal that if he had her he would know what to do with her like go off none of these men have ever seen her for who she really is!!!!
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lifewithaview · 4 days
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Anne-Marie Duff and Dafne Keen in His Dark Materials (2019) The Spies
S1E3
Lyra is rescued from the Gobblers by the gyptians that bring her to their boats. Meanwhile, Mrs. Coulter travels to the Jordan College with the Magisterium guards to press The Master of the Oxford College, Dr. Carne, to know where Lyra is and whether he has an alethiometer. When he refuses to answer the questions, she orders the guards to destroy the college. Her attitude is discussed at the Magisterium by Carlo Boreal and Pavel Rasek, since it has disrespected the Jordan College's scholastic sanctuary. Tony and Benjamin decide to go to Mrs. Coulter's apartment to rob her information about the missing kids. But something happens and Benjamin is captured by her.
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jgmail · 10 months
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Marxismo y ecología
Por Arturo Mancilla
Fuentes: Rebelión
El socialismo científico es la expresión consciente del proceso histórico inconsciente, es decir, de la tendencia elemental e instintiva del proletariado a reconstruir la sociedad sobre principios comunistas. (León Trotsky. En defensa del marxismo, 1940)
En la primavera boreal de 1845, Carlos Marx, que se encontraba viviendo en Bruselas, apuntaba en un cuaderno sus ya célebres Tesis sobre Feuerbach. En ellas, criticaba el materialismo de Ludwig Feuerbach, uno de los más prominentes de entre los llamados jóvenes hegelianos, quien como otros intentó romper con el sistema idealista de Georg W. F. Hegel que entonces predominaba en Alemania. “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach”, escribió Marx, “es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal”.
En sus estudios sobre el cristianismo, Feuerbach demostró que las ideas religiosas representan una enajenación del ser humano respecto a su propia vida terrenal, que en la religión el ser humano se aliena del mundo real, y que lo auténtico es ese mundo terrenal. Marx le critica que no basta con llegar hasta ese punto, sino que hay que comprender cuál es la fuente material de esa enajenación para eliminarla en la práctica. Feuerbach consideraba que la labor del filósofo crítico es mostrar la esencia enajenada de la religión y hacerlo comprender a la humanidad; Marx respondía que la única forma de superar esa alienación es eliminando mediante la práctica revolucionaria las contradicciones terrenales que la originan. En 1845, Marx no estaba particularmente preocupado de superar las ideas religiosas, le inquietaban más bien otras formas de alienación, pero para saldar cuentas con el materialismo meramente contemplativo, se adentró en el ámbito que había abordado Feuerbach.
En otra de esas once tesis, Marx confronta las ideas socialistas propugnadas por Robert Owen, a quien señala como ejemplo de nociones extendidas en ese momento: “La teoría materialista de que los seres humanos son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los seres humanos modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los seres humanos, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a separar la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima”. Los socialistas como Owen, a quienes más adelante Marx llamará utópicos, sostenían que las condiciones miserables en que los capitalistas tenían sometidos a los trabajadores podían ser modificadas y que en ello estribaba la emancipación del proletariado. El propio Owen invirtió mucho dinero en erigir “fábricas modelo” y “poblaciones modelo” donde las condiciones laborales, salariales y de otra índole de los trabajadores eran mucho más dignas que lo que ocurría en general. Le preocupó, sobre todo, la educación de los obreros y las obreras y la de sus hijos. Los socialistas utópicos diseñaron distintos prototipos de sociedad y las intentaron llevar a la práctica. Esto por supuesto implicaba, tal como señala Marx, que “los diseñadores” se colocan por sobre la sociedad.
Marx remata esa tesis con la siguiente frase: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. Cuando Marx escribió estas tesis, en 1845, se encontraba viviendo en Bruselas, después de haber residido poco más de un año en París, donde había tomado contacto con diversas asociaciones de trabajadores y agrupaciones socialistas; había decidido que la emancipación de los trabajadores sería obra de los propios trabajadores y que su propio rol era formar parte de ese movimiento histórico. Sería la práctica revolucionaria del proletariado la que cambiaría las “circunstancias” y al propio proletariado. Marx se preparaba para cumplir un papel en esa revolución, no colocándose por “sobre” los trabajadores, sino que avanzando junto a ellos, preparado para cambiar él también sus puntos de vista en consonancia con el avance de la lucha obrera.
La concepción marxista de la historia
Durante los dos años siguientes, Marx y su familia permanecieron en Bruselas, ya que había sido censurado y perseguido en Alemania. En esta ciudad belga ayudó a organizar varias asociaciones obreras y de “demócratas radicales”, donde participaban, entre otros, trabajadores exiliados de Alemania. En 1847, él y Engels se incorporaron a la Liga de los Justos, una organización de artesanos y trabajadores, con su sede central en Londres y comités repartidos por Europa. La cercanía de Marx y Engels a la Liga databa de sus tiempos en París. En diciembre de 1847, los miembros de esta asociación, que había cambiado su nombre a Liga de los Comunistas, le encargaron a Marx y Engels redactar el programa que la presentaría al mundo. El Manifiesto del partido comunista fue publicado en febrero del año siguiente, coincidiendo con el inicio de la revolución en Francia. En 1848 se desataron revoluciones en el continente europeo y Marx y Engels regresaron a Alemania a tomar parte en estas. Tras la derrota de estos movimientos revolucionarios, Marx fue expulsado de Colonia, de Bruselas y de París y en agosto de 1849 se asentó en Londres.
Tras unas frases de presentación, el Manifiesto inicia con la declaración: “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”. La existencia de la lucha de clases era algo reconocido por historiadores de la academia oficial y comentaristas en general, por lo menos para el período de las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX en las que la nueva clase ascendente se había enfrentado a la aristocracia feudal y le había propinado su más dura derrota en la Revolución francesa de 1789-1793. La existencia del proletariado como clase social que se organizaba en defensa de sus propios intereses también era un hecho aceptado. Lo trascendente de la concepción de la historia expuesta en el Manifiesto es que sitúa el origen de cada una de las clases en las relaciones de producción y de intercambio correspondientes a cada período histórico y que delinea la actual misión histórica del proletariado como el poner fin definitivo a la sociedad dividida en clases y, con eso, poner fin también al Estado dirigido por una clase dominante.
Es interesante la semblanza que hacen Marx y Engels del proletariado: “Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. (…) Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera”. Es decir, en total concordancia con la concepción de que la historia avanza jalonada por la lucha de clases, se requiere que entre en acción un amplio movimiento social del proletariado, no basta con la acción de grupos o individuos, por fundamental que sea el rol que jueguen esos grupos e individuos al interior de ese movimiento. Algo más de cuarenta años más tarde, Engels confirmó esta apreciación en el Prólogo a la edición alemana del Manifiesto de 1890: “En cuanto al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión”. Y fue justamente esa la labor que se asignaron a sí mismos Marx y Engels, contribuir – en forma decisiva– al desarrollo intelectual del movimiento histórico del proletariado, con la certeza de que la lucha que da una clase explotada hasta derrocar a la clase explotadora involucra también un combate entre opuestas concepciones de mundo. “Las ideas dominantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase dominante”, escribieron en el Manifiesto. “Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace más que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas”.
En febrero de 1848, cuando fue publicado el Manifiesto, estalló –una vez más– la revolución en Europa y Marx y Engels se incorporaron a ella sin titubeos, como intelectuales-agitadores, como organizadores y, en el caso de Engels, también con las armas en la mano. Ciertamente no se trataba de filósofos contemplativos como los que había criticado Marx en sus tesis sobre Feuerbach. A la par que desarrollaban las ideas estratégicas del proletariado, lo impulsaban a la organización y a la acción, única manera de fortalecer su conciencia revolucionaria. Con altos y bajos, el movimiento obrero continuó creciendo y con él lo hicieron las concepciones marxistas, de manera que en el prólogo a la edición alemana de 1890 del Manifiesto, Engels podía reivindicar con satisfacción: “La historia del Manifiesto refleja, hasta cierto punto, la historia del movimiento obrero desde 1848. En la actualidad es indudablemente el documento más extendido e internacional de toda la literatura socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores de todos los países, desde Siberia hasta California”.
La lucha ideológica que desplegaron Marx y Engels a lo largo de sus vidas apuntaba a demostrar la falsedad de las concepciones burguesas que justificaban la existencia eterna del modo de producción capitalista, que sostenían que el capitalismo es una forma “natural” de organización de la sociedad y que nublaban la conciencia del proletariado. En este ámbito, el esfuerzo principal de Marx fue enfrentar las nociones burguesas en el campo de la economía política: hizo una disección rigurosa de las relaciones de producción y de intercambio del modo de producción capitalista y, entre otros notables descubrimientos científicos, explicó la forma específica en que la clase capitalista extrae el plustrabajo de los obreros, la plusvalía. Además de esta lucha contra la ideología burguesa, dieron incontables batallas contra las diversas concepciones erradas que surgían en el seno mismo del proletariado o que postulaban en su nombre intelectuales de distinto calibre. Célebres en este respecto son La miseria de la filosofía: Respuesta al escrito «La filosofía de la miseria» de M. Proudhon (1847), de Marx, y el Anti-Dühring (1878) de Engels, que escribió con la colaboración de Marx.
En el Anti-Dühring Engels hace referencia a la relevancia de las investigaciones científicas de Marx: “El socialismo anterior criticaba sin duda el modo de producción capitalista existente y sus consecuencias, pero no podía explicar uno ni otras, ni, por tanto, superarlos; tenía que limitarse a condenarlos por dañinos. (…) Se trataba de exponer ese modo de producción capitalista en su conexión histórica y en su necesidad para un determinado período histórico, o sea también la necesidad de su desaparición, y, por otra parte, de descubrir su carácter interno, que aún seguía oculto, pues la crítica realizada hasta entonces había atendido más a sus malas consecuencias que al proceso de la cosa misma. Todo esto fue posible gracias al descubrimiento de la plusvalía. Con ello se probó que la forma fundamental del modo de producción capitalista y de la explotación del trabajador por él realizada es la apropiación de trabajo no pagado (…) Así quedaban explicados tanto el proceso de la producción capitalista como el de la producción de capital. (…) Debemos a Marx esos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y desvelar los secretos de la producción capitalista. Con ellos se convirtió el socialismo en una ciencia; la tarea es ahora desarrollarla en todos sus detalles y todas sus conexiones”.
Marx falleció en 1883 y Engels lo sobrevivió hasta 1895. La filosofía materialista dialéctica que juntos concibieron desde por lo menos la escritura en conjunto de La ideología alemana en 1846 –obra que no pudieron publicar debido a la censura– no fue expuesta por Marx en una obra especial dedicada a ello y correspondió a Engels hacerlo. La concepción materialista y dialéctica de la realidad es el fundamento de sus análisis de la historia, de la economía y de la naturaleza. La dialéctica, en particular, es la comprensión del movimiento, que es la propiedad esencial de la realidad: su eterno emerger, existir y desaparecer. La dialéctica de la historia es la que Marx y Engels expusieron en el Manifiesto Comunista, vale decir, la sucesión de modos de producción y de intercambio que se siguen, superándose unos a otros, hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas alcanza un nivel en que es posible para la humanidad erigir una civilización en que los medios de producción son apropiados por toda la sociedad, dejan de ser propiedad de una clase explotadora. El motor del movimiento es la contradicción, la lucha de contrarios, como en la lucha de clases entre proletarios y burgueses, o como la contradicción que se presenta entre el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones de producción capitalistas que ya no son capaces de controlarlas. A decir de Engels en Anti-Dühring, “la burguesía [es] una clase que posee el monopolio de todos los instrumentos de producción y todos los medios de existencia, pero que prueba en todos los períodos de loca exaltación y en todas las crisis subsiguientes que siguen a esos períodos que ya es incapaz de seguir dominando las fuerzas productivas que han crecido más de lo que su poder abarca; una clase bajo cuya dirección la sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de seguridad”, es decir, para frenar la locomotora descontrolada.
La dialéctica también es evidente en la naturaleza. En esto concordaban Marx y Engels. En las páginas iniciales de su obra Razón y revolución. Filosofía marxista y ciencia moderna, Alan Woods y Ted Grant relatan que Marx tuvo la intención de escribir una obra sobre la concepción materialista dialéctica, “pero desgraciadamente la tarea colosal de escribir El capital se lo impidió. Si excluimos sus obras tempranas, como La sagrada familia y La ideología alemana, intentos importantes aunque preparatorios de desarrollar una nueva filosofía, y los tres volúmenes de El capital, que son un ejemplo clásico de la aplicación concreta del método dialéctico a la esfera particular de la economía, las principales obras de la filosofía marxista fueron escritas por Engels. (…) Engels definió la dialéctica como ‘las leyes más generales del movimiento de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano’. En Dialéctica de la naturaleza en particular, Engels se basó en un estudio cuidadoso del conocimiento científico más avanzado de su tiempo para demostrar que ‘en última instancia, el funcionamiento de la naturaleza es dialéctico’”. Dialéctica de la naturaleza es un manuscrito que Engels no alcanzó a concluir para publicarlo, pero su obra Anti-Dühring contó con la colaboración de Marx y fue minuciosamente revisada por este antes de su publicación en 1878. En Anti-Duhring Engels expone la concepción materialista dialéctica de la historia, la economía, la naturaleza y el pensamiento, concepción que también denominó socialismo científico.
Marxismo y ciencia
“Para mí no se trataba de construir artificialmente, por proyección, las leyes dialécticas en la naturaleza, sino de encontrarlas en ella y desarrollarlas a partir de ella. (…) Se trataba de convencerme en detalle, pues en líneas generales no tenía duda al respecto, de que en la naturaleza rigen las mismas leyes dialécticas del movimiento que igualmente dominan en la historia la aparente casualidad de los sucesos; las mismas leyes que (…) llegan progresivamente a la conciencia del ser humano; leyes desarrolladas por primera vez por Hegel de un modo amplio y general, aunque en forma mística, y que nuestro esfuerzo hizo pasar de esa forma mística a otra claramente comprensible en toda su sencillez y generalidad. (…) Es posible llegar a esa concepción por el mero peso de los hechos que van acumulándose en las ciencias de la naturaleza; pero es más fácil alcanzarla si se percibe el carácter dialéctico de esos hechos con la consciencia de las leyes del pensamiento dialéctico”. (Federico Engels, Anti-Dühring, Prólogo a la segunda edición, 1885)
“Todo esto demuestra, dicho sea de paso, que nuestros métodos de pensamiento, tanto la lógica formal como la dialéctica, no son construcciones arbitrarias de nuestra razón, sino, más bien, expresiones de las verdaderas interrelaciones de la misma naturaleza (…) Se produjo un no pequeño desarrollo antes de que las relaciones internas de la naturaleza pasaran al lenguaje de la conciencia y que el ser humano llegara a ser capaz de generalizar estas formas de conciencia, de transformarlas en categorías lógicas dialécticas, creando así la posibilidad de indagar más profundamente en el mundo que nos rodea”. (León Trotsky, En defensa del Marxismo, 1940)
Durante el período en que vivieron Marx (1818-1883) y Engels (1820-1895) una serie de trascendentales avances y descubrimientos científicos cambiaron por completo la visión que existía del mundo y de la naturaleza. Hasta fines del siglo XVIII, las ciencias de la naturaleza se habían ocupado de recolectar y ordenar una gran cantidad de nuevos conocimientos en diversos campos. Linneo, por ejemplo, se dedicó a la clasificación de los seres vivos en distintas especies, géneros, etc. En geología, la tendencia predominante era la mineralogía, es decir, el estudio y clasificación de los minerales. En astronomía se trataba de dibujar el ordenamiento de los cuerpos celestes en los cielos. Nunca antes había la humanidad reunido tal cantidad de conocimientos científicos y nunca antes los investigadores habían tenido acceso a los materiales en todo el globo, en todos los continentes y océanos. La tarea era inmensa. Actuaban también como acicate las exigencias de la producción de la economía capitalista, que había surgido con ímpetu en Italia en el siglo XIV y luego se había extendido a numerosas otras regiones de Europa. Así, por ejemplo, la química se vio estimulada por las exigencias provenientes de las industrias textil y metalúrgica, siempre ávidas de nuevos compuestos para potenciar los cada vez más novedosos procesos de fabricación.
La necesidad de ordenar y clasificar había conducido a una concepción estática de la naturaleza y a la especialización de los investigadores, cada uno concentrado en su área específica, lo que les impedía desentrañar las relaciones y las concatenaciones. En Dialéctica de la naturaleza (1872-1882), Engels explica la situación en que se encontraban las ciencias de la naturaleza al concluir el siglo XVIII: “Lo que caracteriza especialmente a este período es el haber llegado a desentrañar una peculiar concepción de conjunto, cuyo punto central es la idea de la absoluta inmutabilidad de la naturaleza. Cualquiera que fuese el modo como había surgido, la naturaleza, una vez formada, permanecía durante todo el tiempo de su existencia tal y como era. Los planetas y sus satélites, una vez puestos en movimiento por el misterioso ‘impulso inicial’, seguían girando eternamente (…) Las estrellas descansaban para siempre, fijas e inmóviles, en sus puestos, sosteniéndose las unas a las otras por la ‘gravitación universal’. La tierra había permanecido invariable desde siempre o (según los casos) desde el primer día de la creación. (…) Siempre habían existido el mismo clima, la misma flora y la misma fauna, (…) las especies vegetales y animales habían quedado establecidas de una vez para siempre al nacer. (…) Se negaba en la naturaleza todo lo que fuese cambio y desarrollo. (…) Todo seguía siendo hoy lo mismo que había sido ayer y siempre y todo -hasta el fin del mundo o por toda una eternidad- seguiría siendo como siempre y desde el comienzo mismo había sido”. Esto correspondía a lo que Hegel llamó concepción “metafísica” de la realidad.
A lo largo del siglo XIX esta concepción cambió radicalmente y Marx y Engels fueron testigos y admiradores incondicionales de la revolución que se produjo en las ciencias de la naturaleza. Estudiaron profundamente cada uno de los avances y descubrimientos que adelantaban la noción de que en la naturaleza todo está interrelacionado y todo está en movimiento. Al fin de cuentas, las leyes de la dialéctica que ellos ya habían revelado en la historia de la humanidad, aparecían también cumpliéndose en el mundo natural.
Marx, estando en la universidad en Berlín (1835-1841), era asiduo asistente a clases y charlas dictadas por algunos de los más prominentes geólogos del momento. En esa rama de la ciencia se imponía la idea de que los cambios en la corteza terrestre habían sido lentos y graduales en contraposición a la creencia anterior de bruscas modificaciones en las que había jugado un rol la mano divina. Eso significaba que la edad del planeta era mucho mayor de lo que se había creído y que este había experimentado cambios de forma permanente, cambios que no se habían detenido. Junto a la geología, avanzaba la paleontología, ya que “en los estratos sucesivos y superpuestos se desenterraban caparazones y esqueletos de animales desaparecidos y troncos, hojas y frutos de plantas que ya no se conocían. No hubo más remedio que reconocer la evidencia: no sólo la tierra en su conjunto, sino también las plantas y los animales que en ella vivían tenían su historia, desarrollada en el tiempo” (Dialéctica de la naturaleza).
La revolución industrial que se había iniciado en Inglaterra en el siglo XVIII tuvo como fuerza impulsora fundamental a la máquina de vapor: esta movía la maquinaria industrial, las locomotoras y los barcos. Creada por ingenieros y técnicos, el estudio científico de la máquina de vapor comenzó más adelante, en particular las mediciones de la energía cinética originada en la fuerza de vapor. Esto condujo al revolucionario descubrimiento de lo que más adelante se llamaron leyes de la termodinámica, que señalan, básicamente, que la energía (y la materia) no se crean ni se destruyen, sino que solamente cambian de forma. A decir de un emocionado Engels: “En 1842, año que hizo época en la ciencia física, [quedó demostrado] el hecho de que todas las llamadas fuerzas físicas, la fuerza mecánica, el calor, la luz, la electricidad, el magnetismo y hasta la misma llamada fuerza química, se trocaban en determinadas condiciones la una en la otra, sin producirse cambio de fuerza alguno, con lo que venía a corroborarse, andando el tiempo, por la vía física, la tesis cartesiana de que la cantidad de movimiento existente en el universo es invariable. Con ello, las fuerzas físicas específicas, los ‘tipos’ inmutables de la física, por así decirlo, se reducían a distintas formas de movimiento de la materia, formas diferenciadas y que se convertían las unas en las otras con sujeción a determinadas leyes. (…) La física había llegado, como antes la astronomía, a un resultado que apuntaba en definitiva, necesariamente, al ciclo perenne de la materia en movimiento” (Dialéctica de la naturaleza).
En 1828, Pasteur demostró que la fermentación, esto es, la creación de alcohol a partir de azúcar, la lleva a cabo el hongo unicelular de la levadura y ese mismo año el científico alemán Wöhler sintetizó la urea, una sustancia química orgánica compleja, a partir de compuestos químicos simples. De esa manera quedaba demolida la barrera hasta entonces infranqueable que separaba a la química inorgánica de la química orgánica. En la misma dirección, en el campo de la fisiología, el descubrimiento de la célula supuso un avance revolucionario. En 1839, los alemanes Theodor Schwann, fisiólogo, y Jakob Schleiden, botánico, formularon la teoría celular que indica que todos los seres vivos están compuestos por células y por las secreciones de estas, y que la célula constituye a la vez una entidad singular y la unidad estructural y fisiológica de todos los organismos. En 1858, otro alemán, el médico Rudolf Virchow, completó la teoría al demostrar que todas las células provienen de otras células por bipartición, en contraposición a la idea de la generación espontánea que se sostenía hasta ese momento. El concepto central en fisiología celular era el de metabolismo, definido como el conjunto de reacciones químicas que mantienen el equilibrio entre el medio interior y el exterior y de esa forma aseguran la existencia de la vida. El metabolismo (del griego metaballein, cambiar) consiste en la incorporación a la célula de sustancias químicas, a partir de las cuales esta obtiene energía y elabora otras sustancias, y la excreción de químicos como desechos.
Los fisiólogos Carl Ludwig (1816-1895), alemán, y Claude Bernard (1813-1878), francés, aplicaron el concepto de metabolismo a las ciencias médicas y a la fisiología humana. En su Tratado de fisiología humana (1856), Ludwig fundamentó su rechazo a la idea predominante hasta entonces de que los seres vivos se rigen por leyes biológicas o “fuerzas vitales” distintas a las que operan en la naturaleza inorgánica y, en cambio, explicó estos procesos de acuerdo con las mismas leyes que gobiernan los fenómenos químicos y físicos. Bernard (1865) estableció el método científico en medicina, sostuvo que los seres vivos dependen de las mismas leyes que la materia inanimada y acuñó el término “medio interior” que después se denominaría homeóstasis: “La estabilidad del medio interior es la condición que permite la vida libre e independiente”, señaló. Los organismos vivos aseguran esa estabilidad mediante el control de su relación con el medio exterior, vale decir, el metabolismo.
En sus estudios científicos, Marx y Engels no eran ajenos a la relevancia que había adquirido el concepto de metabolismo para explicar el intercambio de materia y energía entre los seres vivos y su medio ambiente. En Dialéctica de la Naturaleza, Engels apuntó: «La vida es el modo de existencia de los cuerpos constituidos por proteínas, lo esencial de las cuales consiste en el continuo intercambio metabólico con el medio natural exterior, y cesa en el momento en que cesa el metabolismo». Y Marx recurrió a la noción de metabolismo para fundamentar la relación que se produce entre el ser humano y la naturaleza a través del trabajo, esto es, definió el trabajo –o sea, la producción– como instancia mediadora de los intercambios energéticos y materiales entre la sociedad y la naturaleza. Según Marx, los rasgos fundamentales de este “metabolismo social” son radicalmente distintos entre los diversos modos de producción que se han sucedido a lo largo de la historia y, por supuesto, serán diferentes en la sociedad comunista del futuro.
Finalmente, en 1859, Darwin publicó El origen de las especies, con lo que también el movimiento y la transformación en el tiempo pasaron a ocupar un lugar central en las ciencias biológicas. El enorme impacto que produjo en Marx y Engels la teoría de la evolución de Darwin es invaluable. Décadas más tarde, entrado el siglo XX, Trotsky señalaría: “El darwinismo, que explicó la evolución de las especies a través del tránsito de las transformaciones cuantitativas en cualitativas, fue el más alto triunfo de la dialéctica en todo el terreno de la materia orgánica” (En defensa del marxismo, 1940).
En la década de 1870, cuando Engels trabajaba en su Dialéctica de la naturaleza y publicaba, con la colaboración de Marx, el Anti-Dühring (1878), en ambos de los cuales analizaba los avances científicos revolucionarios que se habían producido a lo largo del siglo, concluía: “La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y la ciencia moderna ha suministrado un material sumamente rico y en constante acumulación, mostrando que, en última instancia, la naturaleza procede dialéctica y no metafísicamente” (Anti-Dühring). “La nueva concepción de la naturaleza había quedado delineada en sus rasgos fundamentales: todo lo que había en ella de rígido se aflojaba, cuanto había de plasmado en ella se esfumaba, lo que se consideraba eterno pasaba a ser perecedero y la naturaleza toda se revelaba como algo que se movía en perenne flujo y eterno ciclo” (Dialéctica de la naturaleza).
La ecología social de Engels
Engels nació en 1820, en Barmen, en ese tiempo la urbe más industrializada de Alemania, hijo de una familia que era dueña de una fábrica textil en la ciudad y otra en los suburbios de Manchester, en Inglaterra. Desde muy joven le impresionaron las condiciones de vida y de trabajo de los sectores obreros y el contraste que existía con aquellas de la clase propietaria. Su padre no le permitió terminar la enseñanza media y, en vez de eso, a los 17 años lo tuvo trabajando en las oficinas de la empresa familiar para luego enviarlo a cumplir labores de aprendiz en una firma comercial en el puerto de Bremen, donde permaneció dos años. Sus labores eran de asistente de contador, debiendo llevar registros comerciales y además leer, traducir y responder la correspondencia de la empresa, la mayor parte en lenguas extranjeras. Engels siempre había demostrado gran habilidad para los idiomas y mientras residía en Bremen se jactaba de leer habitualmente periódicos en una decena de idiomas distintos. Ahí tuvo también acceso a libros prohibidos en Alemania. En 1841 comenzó el servicio militar en Berlín, donde además se inscribió como alumno externo en la universidad y tomó contacto con los llamados jóvenes hegelianos. Tanto en Bremen como en Berlín, con el seudónimo de Federico Oswald, escribió artículos filosóficos, políticos y críticos de las condiciones de vida de los obreros industriales que publicaban diversas revistas, entre las que se encontraban los Anuarios alemanes para la ciencia y el arte, que editaba en Sajonia Arnold Ruge, un afamado revolucionario, y la Gaceta renana, que Marx editaba en Colonia.
En diciembre de 1842, su padre lo envió a Manchester a trabajar en la fábrica que ahí tenía junto a un socio inglés, a cumplir labores similares a las que había ejercido en Bremen. Sus ingresos eran altos, por lo que podía llevar una vida holgada. Sin embargo, sus preocupaciones políticas siguieron siendo lo más importante. Al año siguiente de su arribo escribió Apuntes para una crítica de la economía política que envió a Ruge, quien por ese entonces se encontraba exiliado en París editando los Anales franco-alemanes, junto a Marx. En esa misma época, conoció a Mary Burns, una joven proletaria de descendencia irlandesa, activista en el movimiento obrero, quien como él sostenía puntos de vista revolucionarios. La pareja se enamoró y vivieron juntos durante los siguientes veinte años hasta el fallecimiento de Mary. Fue ella quien lo introdujo en los barrios proletarios de Manchester, lo que le permitió conocer las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera inglesa. También lo puso en contacto con dirigentes de diversas organizaciones de trabajadores. En 1844, Engels escribió tres artículos sobre la situación de la clase obrera inglesa que fueron publicados en los Anales franco-alemanes, luego regresó a Alemania donde siguió trabajando hasta darle forma definitiva al libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, según las observaciones del autor y fuentes autorizadas, que fue publicado en marzo de 1845. En su viaje de regreso había hecho una parada en París y establecido la relación de amistad y camaradería con Marx que duraría el resto de sus vidas. Marx había quedado de sobremanera impresionado por los escritos de Engels que habían influido en su propia forma de pensar. En los tan solo diez días que Engels estuvo en París comenzaron a trabajar juntos en el que sería el libro La sagrada familia, una crítica a los jóvenes hegelianos desde un punto de vista materialista revolucionario. Al momento de publicarse La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels tenía 24 años.
El libro La situación de la clase obrera en Inglaterra fue pionero en el campo de la sociología y en otras numerosas áreas. El médico y fisiólogo Rudolf Virchow, por ejemplo, lo citaba elogiosamente como un aporte a la ciencia de la epidemiología. Es que Engels analizó las condiciones deplorables en que vivía el proletariado inglés y estableció la relación que existía entre la propagación constante de diversas epidemias que acababan con la salud y la vida de los trabajadores y las de sus hijos –como viruela, sarampión y tos convulsiva– con la contaminación por desechos en los barrios (no había alcantarillado), la pestilencia en el aire, tanto al interior de las fábricas como en los cuartos obreros, el hacinamiento, el hambre, el trabajo infantil y de las mujeres, que resultaba más barato a los capitalistas, y la imposibilidad para los niños de acceder a la educación, entre un sinfín de otras calamidades. Las condiciones ambientales impactaban de manera notoria en la salud de la población proletaria.
Engels empieza el libro con una dedicatoria “a las clases obreras de Gran Bretaña” en la que indica su intención y su sistema de investigación: “¡Trabajadores! A ustedes dedico una obra en la que he intentado describir a mis compatriotas alemanes un cuadro fiel de sus condiciones de vida, de sus penas y de sus luchas, de sus esperanzas y de sus perspectivas. He vivido bastante tiempo entre ustedes, de modo que estoy bien informado de sus condiciones de vida; he prestado la mayor atención a fin de conocerlas bien; he estudiado los diferentes documentos, oficiales y no oficiales, que me ha sido posible obtener; mas este procedimiento no me ha satisfecho enteramente; no es solamente un conocimiento abstracto de mi asunto lo que me importaba, yo quería verlos en sus hogares, observarlos en su existencia cotidiana, hablarles de sus condiciones de vida y de sus sufrimientos, ser testigo de sus luchas contra el poder social y político de sus opresores. He aquí cómo he procedido: he renunciado a la sociedad y a los banquetes, al vino y al champán de la clase media, he consagrado mis horas de ocio casi exclusivamente al trato con simples obreros; me siento a la vez contento y orgulloso de haber actuado de esa manera. Contento, porque de ese modo he vivido muchas horas alegres, mientras al mismo tiempo conocía su verdadera existencia”.
Más adelante, Engels advierte que utiliza la expresión clase media “en el sentido del inglés middle class (o bien como se dice casi siempre, middle classes); esta expresión designa, como la palabra francesa burguesía, la clase poseedora y muy particularmente la clase poseedora distinta de la llamada aristocracia, clase media que en Francia y en Inglaterra detenta el poder político directamente”. También demuestra ser consciente de que su estudio era el primero de esta naturaleza. La burguesía inglesa, dice Engels, no ha tenido la preocupación de conocer, analizar y explicar la situación de la clase obrera de su propio país, sino que ha “dejado a un extranjero la tarea de informar al mundo civilizado sobre la situación deshonrosa en que [el proletariado inglés] es obligado a vivir”. Y añade: “Extranjero para ellos, pero yo espero que no para ustedes. Puede ser que mi inglés no sea puro; pero abrigo la esperanza de que, a pesar de todo, resulte un inglés claro. (…) Ningún obrero en Inglaterra –ni tampoco en Francia, dicho sea de paso– jamás me ha considerado extranjero”.
En esta dedicatoria, Engels subraya la naturaleza irreconciliable del conflicto entre proletariado y burguesía: “Gracias a las amplias oportunidades que he tenido de observar al mismo tiempo a la clase media, su adversaria, he llegado muy pronto a la conclusión de que ustedes tienen razón, toda la razón, de no esperar de ella ninguna ayuda. Sus intereses y los de ustedes son diametralmente opuestos, aunque trate sin cesar de afirmar lo contrario y quiera hacerlos creer que siente por su suerte la mayor simpatía. Sus actos desmienten sus palabras. Yo espero haber aportado suficientes pruebas de que la clase media –pese a todo lo que se complace en afirmar– no persigue otro fin en realidad que el de enriquecerse por el trabajo de los obreros, mientras pueda vender el producto del mismo, y de dejarlos morir de hambre, desde el momento en que ya no pueda sacar más provecho de este comercio indirecto de carne humana”. Este párrafo, presagia las palabras del Manifiesto comunista que sería escrito tres años después. Asimismo ocurre con las frases finales de la dedicatoria: “he comprobado que ustedes son hombres y mujeres, miembros de la gran familia internacional de la humanidad, que han reconocido que sus intereses y aquellos de todo el género humano son idénticos; y es a este título de miembros de la familia ‘una e indivisible’ que constituye la humanidad, a este título ‘de seres humanos’ en el sentido más pleno del término, que yo saludo –yo y muchos otros en el continente– su progreso en todos los campos y les deseamos un éxito rápido. ¡Y ante todo por el camino que han elegido! Muchas pruebas les esperan aún; manténganse firme, no se desalienten, su éxito es seguro y cada paso adelante, por la vía que tienen que recorrer, servirá nuestra causa común, ¡la causa de la humanidad!”
Aunque la importancia de lucha política del proletariado es destacada por Engels, la relevancia de la obra está dada por la descripción y análisis de las condiciones de vida del proletariado. Además de los trabajadores industriales, Engels abordó la situación de los mineros del carbón y de los trabajadores agrícolas, estudió la inmigración irlandesa y analizó la historia y condición presente de la resistencia obrera y de los movimientos sociales del proletariado. Sobre los barrios obreros en las ciudades donde se había asentado la industria capitalista, entre otras muchas cosas, escribió: “Las calles mismas no son habitualmente ni planas ni pavimentadas; son sucias, llenas de detritos vegetales y animales, sin cloacas ni cunetas, pero en cambio sembradas de charcas estancadas y fétidas. Además, la ventilación se hace difícil por la mala y confusa construcción de todo el barrio, y como muchas personas viven en un pequeño espacio, es fácil imaginar qué aire se respira en esos barrios obreros (…) Las calles sirven de mercado: cestas de legumbres y de frutas, naturalmente todas de mala calidad y apenas comestibles, dificultan mucho más el tránsito, y de ellas emana, como de las carnicerías, un olor nauseabundo. Las casas están habitadas desde el sótano hasta el techo, tan sucias en el exterior como en interior, y tienen un aspecto tal que nadie tendría deseos de vivir en ellas. Pero eso no es nada comparado con los alojamientos en los patios y las callejuelas transversales a donde; se llega por pasajes cubiertos, y donde la inmundicia y el deterioro por vejez exceden la imaginación. (…) Más allá de este cinturón, viven la burguesía mediana y la alta burguesía –la mediana burguesía en calles regulares, cercanas al barrio obrero, la alta burguesía en las casas con jardín, del tipo de villa, más alejadas”.
Engels estudió las condiciones de trabajo en todas las principales ramas de la industria y describió con detalle la situación a la que se veían sometidos hombres, mujeres y niños al interior de las fábricas. Acerca de la industria textil escribió muchas páginas, he aquí un botón de muestra para apreciar el enfoque que le dio a su análisis: “Hay además otras ramas del trabajo industrial cuyos efectos son particularmente nefastos. En numerosos talleres de hilado de algodón y lino flotan polvos de fibras, suspendidos en el aire, que provocan, especialmente en los talleres de cardar y rastrillar, afecciones pulmonares. Ciertas constituciones pueden soportarlas, otras no. Pero el obrero se halla sin alternativa alguna: tiene que aceptar el taller donde encuentra trabajo, sin importar que sus pulmones estén buenos o malos. Las consecuencias más habituales de la entrada de ese polvo en los pulmones son el escupir sangre, una respiración penosa y silbante, dolores en el pecho, tos, insomnio, en una palabra, todo los síntomas del asma que, en los casos extremos, degenera en tisis”.
En la preparación y redacción de las casi cuatrocientas páginas de extensión de La situación de la clase obrera en Inglaterra, el afán de Engels no era, por supuesto, puramente descriptivo. Por el contrario, su análisis apuntaba a fundar en la realidad material sus perspectivas revolucionarias y, como escribió en la dedicatoria a la clase obrera inglesa, a subrayar el carácter histórico de las luchas que estaba dando el proletariado. La situación a la que estaban sometidos los trabajadores, las obreras y la niñez proletaria por el sistema industrial no les dejaba otra alternativa que organizarse y combatir por su liberación y, de esa forma, liberar a la humanidad toda.
Acerca de lo que significaba la explotación burguesa de la clase obrera, desde este punto de vista social y ambiental, Engels concluía: “La sociedad en Inglaterra comete cada día y a cada hora lo que los periódicos obreros ingleses tienen toda razón en llamar crimen social; ha colocado a los trabajadores en una situación tal que no pueden conservar la salud ni vivir mucho tiempo; mina poco a poco la existencia de esos obreros, y los conduce así a la tumba antes de tiempo; la sociedad sabe hasta qué punto semejante situación daña la salud y la existencia de los trabajadores, y sin embargo no hace nada para mejorarla (…) ella conoce las consecuencias de sus instituciones y sabe que sus actuaciones no constituyen por tanto un simple homicidio, sino un asesinato. (…) La grandeza industrial de Inglaterra no puede ser mantenida sino mediante un tratamiento bárbaro a los obreros, mediante la destrucción de la salud y el abandono social, físico y moral de generaciones enteras. (…) La esclavitud en que la burguesía ha encadenado al proletariado no se revela en ninguna parte de una manera tan evidente como en el sistema industrial. Es el fin de toda libertad, de hecho y de derecho”.
Esta obra de Engels impresionó a Marx. Uno de los aspectos más sobresalientes de La situación de la clase obrera en Inglaterra fue su metodología de investigación y la revisión de fuentes. Para obtener la información que requería, Engels recurrió a artículos de prensa, de revistas médicas y de folletos y periódicos publicados por las propias organizaciones obreras; informes de parroquias; partes policiales y resoluciones judiciales; informes de la beneficencia, de los asilos para los sin vivienda, de diversas asociaciones de caridad y de numerosos médicos; peticiones al gobierno; informes parlamentarios y ministeriales como, por ejemplo, el Informe de los comisionados de la Ley de Pobres presentado al ministro del Interior, respecto a una investigación sobre la situación sanitaria de la clase obrera de Gran Bretaña. Con apéndices. Presentado a ambas cámaras del Parlamento en julio de 1842 y el Informe de la Comisión sobre trabajo infantil; libros y memorias de diversas temáticas escritos por autores liberales y conservadores, por médicos, economistas, abogados y de otras profesiones, como Los obreros fabriles de Inglaterra, su estado moral, social y físico, y los cambios ocasionados por la utilización de máquinas de vapor, con una investigación sobre el trabajo infantil. ‘Que se haga justicia’; planos urbanos; estadísticas del registro civil y de otras fuentes; reglamentos de fábricas, etc. En este respecto, Engels dio el ejemplo y trazó la senda que seguiría Marx en sus largos y amplios estudios para escribir El Capital. En efecto, en esta obra –publicada en 1867–y en todos los voluminosos cuadernos manuscritos preparatorios, Marx dio muestra de una tremenda minuciosidad al estudiar fuentes similares para poner al día el análisis ecológico social del que Engels había sido pionero.
La fractura metabólica que provoca el capital
“El trabajo es, antes que nada, un proceso que tiene lugar entre el ser humano y la naturaleza, un proceso por el que el ser humano, por medio de sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo que se produce entre sí y la naturaleza. Se enfrenta a los materiales de la naturaleza como una fuerza de la naturaleza. Pone en movimiento las fuerzas naturales que forman parte de su propio cuerpo, sus brazos, sus piernas, su cabeza y sus manos, con el fin de apropiarse de los materiales de la naturaleza de una forma adecuada a sus propias necesidades. A través de este movimiento actúa sobre la naturaleza exterior y la cambia, y de este modo cambia simultáneamente su propia naturaleza. El trabajo es la condición universal para la interacción metabólica entre el ser humano y la naturaleza, la perenne condición de la existencia humana impuesta por la naturaleza.» (Marx, El Capital, Tomo I. Citado en: John Bellamy Foster. La ecología de Marx. Ediciones Viejo Topo, s/f –el original en inglés fue publicado el año 2000)
En el siglo XIX la noción de metabolismo adquirió un lugar destacado en los estudios de fisiología animal y vegetal, especialmente debido al descubrimiento de la célula y el desarrollo de la teoría celular. Los investigadores concluyeron que los procesos celulares de intercambio de energía y materia con el entorno se regían por las mismas leyes que todo proceso químico y llamaron a esos procesos metabolismo. Se entendía, entonces, que todos los seres vivos existen en un incesante metabolismo con su medio ambiente, que esa es la característica fundamental de la vida.
Varios estudiosos de la agricultura extendieron la noción de metabolismo al análisis de la relación entre el ser humano y la naturaleza. El m��s destacado de estos científicos fue el químico alemán Justus von Liebig (1803-1873) a quien Marx estudió concienzudamente, por lo menos desde la década de 1840 cuando este había publicado el tratado La química orgánica y sus aplicaciones a la agricultura y la fisiología. Por entonces, la progresiva pérdida de la fertilidad de los suelos agrícolas, tanto en Europa como en Estados Unidos, se había convertido en la principal preocupación de los productores capitalistas. Liebig y varios otros científicos se abocaron a estudiar este problema y descubrieron que los nutrientes esenciales de las plantas son el nitrógeno, el potasio y el fósforo y que estos elementos son devueltos a los suelos en un proceso metabólico natural que la agricultura capitalista había roto. Se había quebrado el ciclo natural de retorno de los nutrientes a los suelos. La producción capitalista había conducido a la concentración de la población en ciudades, arrancándola de las tierras dedicadas a la agricultura, por lo que los nutrientes naturales de los suelos eran enviados a kilómetros de distancia en forma de alimentos, fibras y materias primas, lo que causaba, además, tremendos problemas de contaminación en las zonas urbanas debido, fundamentalmente, a la ausencia de sistemas adecuados de alcantarillado y de manejo y reciclaje de los desechos.
Los economistas clásicos, a quienes Marx y Engels habían estudiado, designaban como acumulación originaria o acumulación primitiva al conjunto de procesos históricos que habían hecho posible el desarrollo del capitalismo. Uno de estos había sido la expulsión de la población rural –y de sus animales de crianza– de sus tierras y la apropiación de esta por parte de terratenientes y agricultores capitalistas. Donde fue más agudo este hecho fue en Inglaterra donde la población urbana pasó de 17% en 1700 a 27% en 1800 y a 80% en 1890. Marx describe el proceso de acumulación originaria en el capítulo XXIV del tomo primero de El Capital, publicado en 1867.
Liebig y otros investigadores del fenómeno de pérdida de fertilidad de los suelos agrícolas sostuvieron que la única forma de resolver la crisis era mediante la restitución de los nutrientes expoliados, y para esto proponían que los desechos urbanos fuesen de alguna forma reconducidos a las zonas rurales. También estudiaron el valor fertilizante de algunas sustancias naturales. En la segunda mitad del siglo XIX, la principal de estas era el guano extraído de los islotes ubicados frente a las costas de Perú y enviado a Europa. Liebig había descubierto la llamada ley del mínimo que plantea que el crecimiento de las plantas depende del elemento nutritivo más escaso –fósforo, potasio o nitrógeno– por lo que los tres son igualmente fundamentales. El valor del guano es que los posee todos. Inglaterra ostentaba el monopolio de este tráfico y existía conciencia de que las cantidades de guano eran limitadas.
El problema del .empobrecimiento del suelo que provocaba la agricultura capitalista fue siendo denunciado en tonos cada vez más alarmantes como una ruptura en los procesos metabólicos naturales prácticamente irresoluble y propio de este modo de producción. El resultado, sostenían los científicos, es el empobrecimiento de la sociedad en su conjunto. El propio Liebig llegó a esta conclusión. En Estados Unidos, el agrónomo George Waring (1833-1898) planteaba: “Con la sangría de la tierra perdemos año tras año la esencia intrínseca de nuestra vitalidad (…) El objeto de nuestra economía no debería ser cuánto producimos anualmente, sino qué proporción de nuestra producción anual se le ahorra al suelo. El trabajo que se emplea para robarle a la tierra su capital de materia fertilizante es algo peor que el trabajo despilfarrado. En el último caso se trata de una pérdida para la generación presente; en el primero, se convierte en una herencia de pobreza para nuestros descendientes. El ser humano no es más que usufructuario del suelo, y se hace culpable de un delito cuando reduce su valor para otros usufructuarios que vendrán después de él.» (Citado en Foster, op. cit.).
A Marx le impactaron profundamente estas investigaciones acerca de las consecuencias que sobre los ciclos naturales tiene la producción capitalista, acerca del daño que provoca el capitalismo a la naturaleza. Desde sus escritos más tempranos, Marx venía sosteniendo que la expropiación capitalista de las tierras y medios de producción de los pequeños y medianos productores trae como resultado una doble alienación: por un lado la alienación del trabajador respecto a sus productos, que son apropiados por el capitalista y que después los encuentra en el mercado como entes ajenos, y por otro, la alienación del trabajador respecto a la tierra, es decir la naturaleza. “En el siglo XIX”, señalaba, refiriéndose a Inglaterra, “hasta la memoria de la relación que había existido entre el trabajador agrícola y la propiedad comunal había desaparecido».
Desde la década de 1850 Marx incorpora a esta explicación el concepto de metabolismo; escribe sobre el “metabolismo social” para describir los complejos procesos y circuitos de intercambio de materia y energía entre la sociedad humana y la naturaleza, mediados por el trabajo, esto es, la producción. Marx argumenta que las formas de este intercambio ha variado según los distintos modos de producción que se han sucedido en la historia. Habla, así, sobre el metabolismo social del capitalismo y estudia el proceso histórico que le dio origen. En el tomo uno de El Capital, Marx sostiene, por ejemplo: “La producción capitalista congrega a la población en grandes centros y hace que la población urbana alcance una preponderancia siempre creciente. Esto tiene dos consecuencias. Por una parte, concentra la fuerza motriz histórica de la sociedad; por otra, perturba la interacción metabólica entre el ser humano y la tierra, es decir, impide que se devuelvan a la tierra los elementos constituyentes consumidos por los seres humanos en forma de alimentos y ropa, e impide por lo tanto el funcionamiento del eterno estado natural para la fertilidad permanente del suelo (…) Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte de robar al suelo; todo progreso en el aumento de la fertilidad del suelo durante un cierto tiempo es un progreso hacia el arruinamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad (…) La producción capitalista, en consecuencia, solo desarrolla la técnica y el grado de combinación del proceso social de producción socavando simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza: el suelo y el trabajador.» Más aún, argumenta que no es posible restaurar la relación original entre seres humanos y naturaleza bajo el modo de producción capitalista debido a que el motor que lo conduce es la ganancia en el corto plazo. En otro lugar, en el mismo tomo, señala: “El modo en el que determinados cultivos dependen de las fluctuaciones que se producen en los precios de mercado, y los constantes cambios en los cultivos con estas fluctuaciones de precio –todo el espíritu de la producción capitalista, que se orienta hacia las ganancias monetarias más inmediatas– está en contradicción con la agricultura, que debe preocuparse de toda la gama de condiciones permanentes de la vida que requiere la cadena de las generaciones humanas”. (Citado en Foster, op. cit.).
En consecuencia, indica Marx, el capitalismo es responsable de una “fractura metabólica” entre la sociedad y la naturaleza: “El latifundio reduce la población agraria a un mínimo siempre decreciente y la sitúa frente a una creciente población industrial hacinada en grandes ciudades. De este modo da origen a unas condiciones que provocan una fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, metabolismo que prescriben las leyes naturales de la vida misma. El resultado de esto es un desperdicio de la vitalidad del suelo, que el comercio lleva mucho más allá de los límites de un solo país”. (Citado en Foster, op. cit.). En la última frase de esta cita, Marx hace referencia al imperialismo europeo que en sus afanes por restaurar las condiciones naturales a la tierra en las regiones industriales provoca el “desperdicio de la vitalidad del suelo” en otras zonas del mundo. En El Capital, Marx incluye numerosos ejemplos de cómo el imperialismo europeo había destruido las relaciones naturales en Irlanda, en la India y en otros sitios. Siguiendo a Liebig, relata, por ejemplo, cómo los capitalistas ingleses “le robaron el suelo a Irlanda”.
La sociedad socialista que Marx y Engels vislumbraban requería que el proletariado pusiera fin a las formas de explotación capitalista de los trabajadores y avanzara a liquidar esta fractura metabólica que el régimen del capital había provocado en la relación entre la sociedad y la naturaleza. Constantemente plantearon que la solución a la relación antagónica entre la ciudad y el campo era uno de los puntos urgentes a resolver. Así, por ejemplo, en el Manifiesto comunista lo incluyeron en el listado de medidas inmediatas que debían adoptar los comunistas y sus aliados. Esto se lograría difundiendo la producción industrial de manera planificada y sostenible a las zonas rurales de tal forma que la población volviera a habitarlas y, de esa manera, se restaurase la relación metabólica entre seres humanos y naturaleza, al tiempo que las ciudades se desahogarían de la concentración hacinada de trabajadores y sus familias y podrían también ser rehabilitadas de acuerdo a un plan. La distinción entre campo y ciudad desaparecería, la agricultura ser��a organizada según principios científicos y se reestablecería el ciclo natural de circulación de los desechos de la producción y del consumo. En 1878, en Anti-Duhring, Engels enfatizaba: “La abolición de la antítesis existente entre la ciudad y el campo no es que meramente sea posible. Ha llegado a ser una necesidad directa de la propia producción industrial, del mismo modo que se ha convertido en una necesidad de la producción agrícola y, además, de la salud pública. Al actual envenenamiento del aire, del agua y de la tierra únicamente puede ponérsele fin mediante la fusión de la ciudad y el campo, y tan sólo esa fusión cambiará la situación de las masas que ahora languidecen en las ciudades y permitirá que sus excrementos se utilicen para la producción de plantas, en vez de para la producción de enfermedades”.
La sociedad comunista no será, sin embargo, un regreso a una época pasada de pequeños productores, sino que consistirá en la planificación de la economía por parte de los trabajadores asociados de acuerdo con una orientación científica, hecha posible por todos los avances ya logrados en los diversos campos de la ciencia. La abolición de las relaciones de producción capitalista pondrá fin a la doble alienación de los trabajadores respecto de sus productos y ante a la naturaleza. En el tercer tomo de El Capital, Marx plantea que la libertad en la futura sociedad consistirá “en que el ser humano socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de un modo racional, poniéndolo bajo su propio control colectivo, en vez de estar dominados por él como una fuerza ciega; realizándolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más dignas y apropiadas para su humana naturaleza». (Citado en Foster, op. cit.).
La ganancia capitalista y la producción de valores de cambio ya no serán el motor de la economía, y la labor de los trabajadores asociados irá dirigida a la creación de valores de uso, cuyas fuentes son el trabajo y la naturaleza, y el trabajo es concebido como la relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. Habrá desaparecido la propiedad privada de los medios de producción, así como la propiedad privada de la tierra. “Mirada desde una formación socioeconómica superior”, señala Marx en el primer tomo de El Capital, “la propiedad privada de la tierra en manos de determinados individuos parecerá tan absurda como la propiedad privada que un hombre posea de otros hombres”. Se comprenderá, prosigue, que “el conjunto de las sociedades” no son dueñas de la tierra, es decir, de la naturaleza, sino que “son simplemente sus usufructuarias, sus beneficiarias, y tiene que ser legada en un estado mejorado a las generaciones que les suceden”. (Citado en Foster, op. cit.).
Marx y Engels entendían que el objetivo es restaurar el “metabolismo universal de la naturaleza” profundamente dañado por las relaciones de producción capitalistas, que para eso se requiere que los intercambios de materia y energía entre la sociedad y la naturaleza respeten ese metabolismo universal y que eso únicamente se puede lograr poniendo fin a la ganancia capitalista, basada en la extracción de plusvalía, como motor de la economía. En ese sentido plantearon que la solución a la doble crisis de la infertilidad agrícola y el hacinamiento humano en ciudades solo podía ser la redistribución de la población. Conocían, por supuesto, las soluciones técnicas que proponían algunos científicos para restaurar la fertilidad de los suelos agrícolas en Inglaterra y Estados Unidos, como el uso de abonos, pero comprendían que estas soluciones solo ampliaban la fractura metabólica provocada por las relaciones capitalistas de producción, relaciones de explotación de los seres humanos tanto como de la naturaleza. Mientras fuese la ganancia capitalista la que rige el metabolismo social, cada nueva solución solo puede traer una profundización de la fractura metabólica, no tan solo por las secuelas desastrosas en las regiones coloniales o semi coloniales, donde se extraen los abonos, sino por las consecuencias en las propias tierras fertilizadas de esta manera, ya que al ser una solución que aleja la producción aún más del metabolismo universal de la naturaleza, trae nuevos efectos en un ciclo cada vez más amplio. En el tomo segundo de El Capital, Marx cita el ejemplo de la deforestación para concluir que es al sistema de la ganancia capitalista al que hay que poner fin: «El desarrollo de la civilización y de la industria en general se ha mostrado siempre tan activo en la destrucción de los bosques, que todo cuanto se ha hecho para su conservación y reproducción resulta por completo insignificante en comparación». (Citado en Foster, op. cit.). Y en Dialéctica de la naturaleza, Engels lo plantea de la siguiente manera: “No debemos lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. (…) Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación [desertificación] en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente meridional los bosques de pinos tan bien cuidados en la vertiente septentrional no sospechaban que, con ello, mataban de raíz la industria lechera en sus valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así, privaban a sus arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año, para que en la época de lluvias se precipitasen sobre la llanura convertidos en turbulentos ríos. (…) Todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella”.
¿Ecosocialismo?
El mérito de John Bellamy Foster y de los ecosocialistas “de segunda generación” asociados a la revista Monthly Review, de la cual él es editor, es que han practicado un análisis sistemático de la obra marxista; lo que hace tan sólidos sus planteamientos es el haber desentrañado la coherencia que tiene el ecologismo de Marx y Engels en todos sus escritos, desde la juventud hasta la madurez; han demostrado que no es que Marx o Engels expusiesen “opiniones”, “comentarios” o “percepciones críticas” ecologistas en paralelo a su teoría general, sino que su crítica ecológica fue un componente inherente al conjunto de sus ideas revolucionarias.
A decir de Foster, los ecosocialistas “de primera generación”, es decir, aquellos cuyos planteamientos dominaron el período 1990-2000, aproximadamente, habían hecho una lectura superficial de la obra de Marx y Engels, concluyendo que el conjunto de esta despreciaba a la naturaleza. Las acusaciones eran varias, incluido que Marx y Engels confiaban sobre todo en el desarrollo de las fuerzas productivas para superar el capitalismo y que, asociado a esto, sobrevaloraban el crecimiento como objetivo de la economía, por lo que sus ideas eran “prometeicas”; que asumían que la naturaleza no tenía valor, que solo valía como fuente de una gran cantidad de recursos “gratuitos”, y que no consideraban el cuidado de la naturaleza como un aspecto fundamental de la futura sociedad comunista. Esto condujo a estos primeros ecosocialistas a restringirse a solo adoptar algunos aspectos del marxismo como complemento de su crítica ecológica más fundamental.
En los libros Marx y la naturaleza: una perspectiva roja y verde, de Paul Burkett (1999), y La ecología de Marx, de John Bellamy Foster (2000), apareció la primera refutación contundente a las críticas que se le hacían a Marx desde el ecosocialismo, a la vez que eran presentadas las concepciones profundamente ecológicas del marxismo. A estos han seguido muchos otros, incluido el libro Enfrentando el Antropoceno, de Ian Angus (2016), y la obra más reciente del filósofo japonés Kohei Saito, El ecosocialismo de Carlos Marx: el capital, la naturaleza y la crítica inconclusa de la economía política (2017). Conceptos clave de Marx, como “metabolismo universal de la naturaleza, “metabolismo social” y “ruptura metabólica”, han servido de punto de partida a numerosas investigaciones que cubren distintos ámbitos del asalto a la naturaleza y al medio ambiente que consuma el capitalismo. Este ecosocialismo de “segunda generación”, que ya cumple más de veinte años de fecundo desarrollo, ha integrado el pensamiento marxista y la crítica ecológica.
La mayoría de estos investigadores y escritores han estado, de una u otra manera, vinculados a la revista Monthly Review. Ha sido justamente el predominio de las ideas de esta escuela de pensamiento, sobre todo en la obra de John Bellamy Foster, lo que ha finalmente conducido a este “ecosocialismo de segunda generación” a un callejón sin salida. Esto, a pesar de los enormes aportes que continúan haciendo en el ámbito de la ecología marxista prácticamente todos ellos y ellas. El asunto de fondo es que los teóricos de Monthly Review han estado siempre lejos del marxismo revolucionario, algo que hunde sus raíces en el análisis “heterodoxo” que han hecho de la economía capitalista.
Los economistas asociados a la revista Monthly Review sostuvieron, a mediados de la década de 1960, que la economía estadounidense se había alejado del “capitalismo clásico” que había analizado Marx, que la dominación que ejercía el “capital monopolista” en las economías industriales más desarrolladas había puesto fin a la libre competencia capitalista tal y como había existido en el siglo XIX –que era la que había estudiado Marx– y que era necesario ampliar la teoría marxista para abarcar estos cambios. Los economistas de Monthly Review Paul Sweezy y Paul Baran publicaron en 1966 el libro El capital monopolista donde expusieron su teoría. Ambos habían estudiado economía en la escuela marginalista –que niega que el valor provenga del trabajo–, se habían desempeñado en el gobierno de Roosevelt durante los años de la Segunda Guerra Mundial –y ahí habían asimilado las ideas keynesianas sobre el rol del Estado como estabilizador de las disfunciones del sistema capitalista– y se habían acercado al marxismo desde esta base. Baran, además, había trabajado con los teóricos de la escuela de Frankfurt. En una entrevista reciente (“El fantasma del marxismo”, 2018, en https://rebelion.org/el-fantasma-del-marxismo/), John Bellamy Foster indica: “El capital monopolista fue un esfuerzo por actualizar la economía política marxista mediante el desarrollo de una teoría de la acumulación en la fase monopolista del capitalismo, dominado por grandes empresas”. Según Foster, Baran y Sweezy “extendieron su análisis al Estado y a la sociedad como un todo, enfocándose en el problema de la absorción del excedente económico, lo que les permitió criticar fenómenos como la creciente labor de ventas, la automovilización, el militarismo, el imperialismo y el aumento de la irracionalidad de un sistema que depende cada vez más del desperdicio económico. (…) El capital monopolista argumentó directamente que el estado normal del capital monopolista es el estancamiento secular”.
El estancamiento crónico en el capitalismo monopolista, así como las crisis periódicas que lo sacuden, se deben, según esta línea de pensamiento, a que los monopolios controlan los precios, por lo que no tienen necesidad de incrementar sus inversiones para elevar las ganancias. Más aún, existe un estímulo natural a producir menos para así provocar el aumento de los precios y las ganancias. Sin embargo, El capital monopolista desmerece la teoría de Marx de la formación de los precios para alcanzar esta conclusión. “La teoría general de precios adecuada en una economía dominada por tales empresas monopólicas”, dicen Sweezy y Baran en una frase en El capital monopolista, “es la teoría tradicional de la economía neoclásica”.
De acuerdo con Monthly Review, el “estancamiento secular” del capitalismo monopolista solo puede ser superado por la intervención económica del Estado, a través de grandes inversiones estatales, o por la aparición de “innovaciones que marcan época”, como fueron antaño el ferrocarril, la electricidad y el automóvil. Estas “innovaciones” resultan en la aparición de un gran número de nuevos productos con amplia demanda en el mercado, por lo que los monopolios se ven estimulados a invertir. El surgimiento de la economía digital, internet, la robótica y etc. desde fines del siglo XX no ha tenido el impacto supuesto, por lo que estos avances, nos dicen, deben ser descartados como “marcadores de época”. Respecto a las inversiones estatales, la evaluación de la capacidad del Estado para intervenir con éxito en cada período queda a discreción de los propios exponentes de la teoría.
Todo lo anterior contrasta con la teoría marxista “clásica” sobre las crisis y las depresiones (estancamiento): los capitalistas, en su afán de aumentar sus ganancias mediante la extracción de plusvalía –lo que les otorga la identidad de capitalistas–, conducen la economía a crisis periódicas de sobreproducción. La economía capitalista no se encuentra en “estancamiento secular”, más bien todo lo contrario, debido a que los capitalistas, en condiciones normales, es decir, fuera de las crisis, incrementan constantemente la inversión acicateados por la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”, explicada por Marx en el tomo tercero de El capital, y que se sustenta en la dinámica de la extracción de plusvalía. Es decir, la inversión capitalista se realiza a escalas cada vez mayores y eso explica la concentración y centralización de capitales después de cada crisis que describieron Marx y Engels en el siglo XIX, y el surgimiento de oligopolios y monopolios, que analizaron Lenin y Rosa Luxemburgo, entre otros, al despuntar el siglo XX. Sweezy y Baran rechazan la validez de la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” y no toman en cuenta la teoría del valor de Marx, por lo que buscan las causas de las crisis y depresiones en otros aspectos de las economías capitalistas desarrolladas, hasta encontrarlas en las dinámicas monopólicas.
Más adelante, entrado el siglo XXI, los investigadores de Monthly Review se vieron impresionados por el desarrollo que adquiría el capital financiero y entendieron, de acuerdo con Foster, “la financiarización como la principal respuesta al estancamiento económico”. Incluyeron, por tanto, este aspecto en su teoría, ahora rebautizada como “capitalismo monopolista financiero”. Desde un inicio, y hasta la actualidad, los teóricos de Monthly Review han sostenido que este “capitalismo tardío, monopolista” se limita a los países capitalistas desarrollados, mientras que en “el sur global” –antes llamado Tercer mundo–, aún perdura el capitalismo clásico donde impera la libre competencia y donde, por tanto, no ha perdido validez el análisis original de Marx. Por este motivo, según ellos, las consecuencias de su examen “actualizado” se presentan solo en los países capitalistas desarrollados.
En la entrevista antes citada, Foster reivindica que “este análisis de la monopolización, el estancamiento y la financiarización resultó ser el conjunto más poderoso de ideas sobre el desarrollo contemporáneo de la acumulación y la crisis (…) La importancia perdurable de toda esta tradición radica en lo que Sweezy llamó (en el título de uno de sus libros) ‘el presente como historia’, es decir, la teoría marxista debe extenderse para abordar los cambios dentro del capitalismo mismo”. El propio Foster publicó el libro La teoría del capitalismo monopolista (re editado en 2014) “diseñado”, según nos indica, para responder a las críticas que había recibido el trabajo de Baran y Sweezy desde amplios sectores marxistas, y para “mostrar cómo la teoría se había desarrollado fuera de la propia crítica de Marx y explorar las contradicciones de la acumulación bajo el capitalismo monopolista”.
En un artículo publicado en 2010 en el que comentan la crisis económica y financiera que se había desatado en 2007-2008, John Bellamy Foster y Fred Magdoff resumían sus planteamientos de la siguiente manera: “Nuestra tesis, expresada de la forma más sintética posible, es que las economías capitalistas avanzadas están cogidas en una tendencia al estancamiento resultante de un doble proceso de madurez industrial y de acumulación de tipo monopolista. La financiarización (el desplazamiento del centro de gravedad de la economía capitalista de la producción hacia la finanza) debe ser considerada como un mecanismo compensatorio que, en estas circunstancias, ha ayudado al mantenimiento del sistema económico pero al precio de una mayor fragilidad. El capitalismo está así cogido en lo que llamamos una ‘trampa de estancamiento-financiarización’. (…) Es cierto que las ‘economías emergentes’, y particularmente China e India, no han adquirido aún las enfermedades de la madurez y de la monopolización como los países capitalistas avanzados y escapan así a las enfermedades crónicas que han paralizado los países del centro del sistema. Pero los países emergentes están lejos de estar protegidos de la llegada de estos problemas”. (“La gran crisis financiera: tres años ya y continúa”, 12 de diciembre de 2010, en: https://rebelion.org/la-gran-crisis-financiera-tres-anos-ya-y-continua/). Debiésemos consultarle a Foster y Magdoff qué significa eso del “centro de gravedad de la economía capitalista” porque figuras retóricas no pueden reemplazar un análisis serio.
El análisis de Baran y Sweezy en El capital monopolista no parte de la teoría del valor de Marx, sino de lo que denominan “excedentes económicos” de la sociedad. No es necesario analizar el conjunto de esta teoría, basta con señalar algunas de sus implicancias y consecuencias. En el capitalismo monopolista, nos dicen desde Monthly Review, predomina el trabajo improductivo por sobre el trabajo productivo (de ahí el “desperdicio económico” al que alude Foster), lo que se expresa sobre todo en las industrias de la publicidad, comercialización y empaquetamiento de los productos (las “ventas”), a lo que se suma más recientemente, la industria financiera, y que incluye también, por supuesto, la industria militar. La clase obrera se encuentra “fragmentada” y, sobre todo, disminuida numéricamente, mientras que, por otro lado, se han desarrollado las actividades administrativas, gerenciales y de trabajos improductivos en las economías capitalistas avanzadas. Al desconsiderar la extracción de plusvalía como la contradicción central del capitalismo, a la clase obrera (o a lo que resta de ella) en los países desarrollados ya no le queda ningún papel revolucionario por cumplir; se encuentra fragmentada y cooptada, subsumida en el sistema. En El capital monopolista, señalan: “La respuesta de la ortodoxia marxista tradicional –que el proletariado industrial eventualmente se alzará en una revolución contra sus opresores capitalistas– ya no es convincente. Los trabajadores industriales son una minoría decreciente de la clase obrera, y sus núcleos organizados en las industrias básicas han sido en gran medida integrados al sistema como consumidores e integrantes condicionados ideológicamente de la sociedad”.
Por este motivo, desde su apoyo a la revolución cubana en la década de 1960, Monthly Review ha cifrado sus esperanzas en lo que puedan hacer los trabajadores del –ahora llamado– sur global y en su lucha antimperialista. El imperialismo que critica Monthly Review, sin embargo, no consiste, como entienden los marxistas, en la explotación (extracción de plusvalía) de los trabajadores del sur global por las economías centrales, sino más bien, en despojo de recursos, en liza y llana expropiación, robo. En efecto, los teóricos de Monthly Review sitúan la expropiación, el despojo, como el aspecto central de la explotación capitalista, lo que repercute, según ellos, en diversos planos, incluido el ecológico. En el artículo “Capitalismo y robo: la expropiación de la tierra, el trabajo y la vida”, por ejemplo, publicado en 2020, John Bellamy Foster, Brett Clark y Hannah Holleman sostienen: “Las rupturas metabólicas, el drenaje imperial de la riqueza del Sur Global y un sistema de explotación que tenía a la expropiación como su condición de fondo definió el surgimiento del capitalismo en el siglo XIX. (…) Con la llegada del capitalismo monopolista y la era de las corporaciones gigantes se expandió la expropiación de las personas y de la naturaleza a esferas completamente nuevas. (…) En el capitalismo tardío del siglo XXI y el imperialismo tardío, esta expropiación va de alguna manera más lejos que nunca. (…) Este sistema de robo, implementado por las corporaciones multinacionales monopólicas, abarca casi todas las esferas de la producción y de la vida. Tiene razón el profesor Michael D. Yates cuando argumenta: ‘no puede haber una separación entre explotación y expropiación. Mientras que el primer concepto nos permite comprender las especificidades de la apropiación del trabajo no remunerado de los trabajadores en el proceso de producción, el segundo pone de manifiesto el racismo, el patriarcado, la catástrofe ambiental y el imperialismo’. (…) La cuestión se convierte no sólo en la explotación del trabajo, sino en la expropiación de las economías domésticas (el trabajo doméstico y de subsistencia), la vida material, la periferia mundial y el entorno planetario. Históricamente, la apropiación sin equivalente es la forma más común de relaciones jerárquicas de clase, que se manifestaron de forma compleja en los anteriores modos de producción tributarios. Sin embargo, para distinguir históricamente a la sociedad capitalista de sus antecesoras pre-capitalistas, es necesario entender que el capital opera con una mayor sistematización de las ganancias obtenidas por la expropiación, comenzando en el período mercantilista, pero extendiéndose a todas las etapas posteriores del desarrollo capitalista”. (En: https://observatoriocrisis.com/2020/01/20/capitalismo-y-robo-la-expropiacion-de-la-tierra-el-trabajo-y-la-vida/)
Es cierto que Marx destacó el papel jugado por el saqueo en las etapas iniciales del modo de producción capitalista, sobre todo durante la conquista europea de América y el tráfico de esclavos desde África. Sin embargo, en este proceso de acumulación originaria, que Marx describe y analiza en el capítulo XXIV del tomo primero de El Capital, el elemento central fue la conversión de los pequeños productores agrarios y artesanos en proletarios, es decir, en trabajadores que solo poseen su fuerza de trabajo y deben venderla a los capitalistas. Subrayó que la venta de la fuerza de trabajo es un intercambio de valores equivalentes, ya que los obreros la venden, como toda mercancía, al precio que tiene en el mercado. Este es el aspecto central de la acumulación originaria en Gran Bretaña, y por supuesto se replica donde quiera que el capital pase a ser el modo de producción dominante. Por eso, Marx y Engels sostuvieron en El Manifiesto comunista que donde sea que penetren las relaciones mercantiles capitalistas, corroen y destruyen todos los fundamentos de los modos de producción anteriores. En vida de Marx y Engels, esto ocurría en todo el globo como resultado de la expansión del capitalismo europeo. En este sentido, de acuerdo con Marx y Engels, la expansión de las relaciones mercantiles capitalistas impulsa el desarrollo del capitalismo, no el despojo, la esclavización o la expropiación. Se puede decir que ni todo el oro y la plata americanos, ni todos los sistemas esclavistas hubieran dado lugar al surgimiento del capitalismo, se requería una fuerza de trabajo a la cual extraer plusvalía. Toda la teoría revolucionaria de Marx y Engels se sustenta en la contradicción capital-trabajo, mediada por la extracción de plusvalía, esto es, valor producido en el proceso de trabajo del que se apropia el capitalista. Que a la extracción de plusvalía se la pueda denominar “expropiación”, o que a los trabajadores se les pueda considerar “esclavitud moderna” son analogías que cumplen un objetivo didáctico, no corresponden al análisis científico del modo de producción capitalista. Más aún, fue recién con la guerra civil (1861-1864) que se puso fin a la esclavitud en Estados Unidos y son innumerables los comentarios de Marx y Engels sobre ese sistema esclavista y su relación con el capital, sobre la guerra civil y sus consecuencias. Marx escribía El Capital en esos años (el primer tomo fue publicado en 1867) y no se le ocurrió plantear que la esclavitud era consustancial al capitalismo en todos los tiempos, muy por el contrario, celebró el fin de la esclavitud en los estados del sur como un avance del sistema capitalista.
Engels, en Anti-Dühring, lo resume así: “Ante todo, el socialismo moderno es por su contenido el producto de la percepción del antagonismo de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte; y de la anarquía reinante en la producción, por otra. (…) Al mostrar cómo surge la plusvalía y cómo no puede producirse sino bajo el dominio de las leyes que regulan el intercambio de mercancías, Marx puso al descubierto el mecanismo del actual modo de producción capitalista y del modo de apropiación basado en él: desveló el núcleo en torno al cual ha cristalizado todo el orden social presente. (…) Pero esta producción de capital tiene un presupuesto esencial: ‘Para la transformación de dinero en capital, el propietario de dinero tiene que encontrar en el mercado de mercancías al trabajador libre, libre en el doble sentido de disponer, como persona libre, de su fuerza de trabajo como de una mercancía propia, y de no tener otras mercancías que vender en el sentido también de estar libre, desprovisto y ajeno de todas las cosas necesarias para realizar su fuerza de trabajo.’ (…) Estos trabajadores libres aparecen de un modo masivo por primera vez en la historia a finales del siglo XV y principios del XVI, a consecuencia de la disgregación del modo de producción feudal. Con esto, y con la constitución del comercio mundial y del mercado mundial, que datan de la misma época, estaba dado el fundamento sobre el cual la masa de riqueza mueble existente podía transformarse progresivamente en capital y, el modo de producción capitalista orientado a la producción de plusvalía, en dominante más o menos exclusivamente”.
La consecuencia de los planteamientos de la escuela de Monthly Review es que al final lo único que queda es una crítica ético moral al capitalismo, una denuncia de la expropiación y el robo. Han retrotraído el socialismo científico a un socialismo utópico, pero a diferencia de los utópicos anteriores a Marx que invirtieron enormes energías en llevar a la práctica sus postulados con el establecimiento de “fábricas modelo” y “pueblos modelo”, estos utópicos del siglo XXI solo dan lecciones desde la academia. Al hacer a un lado la contradicción fundamental del capitalismo, al plantear que no es ya convincente que el proletariado desempeñe un rol revolucionario, solo les queda el convocar a un “proletariado ambiental”, a un “precariado”, situado esencialmente en el “sur global”, que pueda unir sus luchas a las de otros sectores también víctimas de la expropiación, del despojo. En el fondo, hay un reconocimiento de que el capitalismo logró resolver o sortear de alguna manera la contradicción fundamental capital-trabajo y ya no está expuesto, como sostuvieron Marx y Engels, a la amenaza de una revolución proletaria que le ponga fin. Esto contrasta notablemente con numerosos estudios que demuestran que durante el período neoliberal y de globalización capitalista las empresas transnacionales con sede en el norte han incrementado dramáticamente la extracción de plusvalía absoluta y relativa de los trabajadores del sur global –que en número han crecido, además, exponencialmente. De otra manera, no se explicaría el traslado de tanta industria a China, India, México, Brasil, Bangladesh, Indonesia, etc. La lógica del capital funciona tan implacablemente como en tiempos de Marx. Nunca antes en la historia había existido una clase obrera tan numerosa, tan extendida a todo el planeta y sometida a una explotación tan “clásica” por los capitalistas, como en la actualidad.
En el epílogo de su libro La ecología de Marx, John Bellamy Foster describe la trayectoria de las ideas ecológicas de Marx tras la muerte de este y de Engels. Destaca la adopción de una perspectiva ecológica de parte de Nicolás Bujarin, quien “en su importante obra de los años veinte, Materialismo histórico (1921), incluyó un capítulo sobre ‘El equilibrio entre la sociedad y la naturaleza’, en el que analiza ‘el proceso material del metabolismo entre sociedad y naturaleza’”. Foster nos cuenta que “en la década de 1920, la ecología soviética era probablemente la más avanzada del mundo”. V. I. Vernadski, por ejemplo, “alcanzó renombre internacional por su análisis de la biósfera”. En la “Segunda conferencia internacional de historia de la ciencia y la tecnología” celebrada en Londres en 1931, participó una delegación soviética encabezada por Bujarin que causó honda impresión en la comunidad científica británica. Debido a que el estalinismo puso fin –incluido mediante ejecuciones– al temprano florecer científico soviético, la continuidad de las ideas materialistas dialécticas ecológicas en las décadas siguientes Foster las rastrea entre “numerosos científicos izquierdistas” en Inglaterra.
En 2020, Foster publicó el libro El retorno de la naturaleza, obra notable que ganó el premio Deutscher, en el que profundiza –a lo largo de monumentales 687 páginas– lo que había dejado esbozado en el epílogo de La ecología de Marx. Comienza con un análisis de la obra de Engels y termina describiendo el entronque final de la trayectoria del ecologismo marxista en el movimiento ecológico que surgió en Estados Unidos en la década de 1960. En la introducción, Foster nos dice que en esta investigación se enfocó casi exclusivamente en Gran Bretaña, y lista sus motivos. Sin embargo, es evidente que también decidió centrar su estudio en –además de los “científicos izquierdistas”– solo los marxistas ingleses adscritos al partido comunista estalinista británico, muchos de los que pasaron después, en la década de 1960, a conformar la “Nueva izquierda” en ese país, a la que también incluye en su análisis. Impacta la ausencia de cualquier marxista revolucionario, de los cuales en Gran Bretaña ha habido pléyade. León Trotsky ni siquiera es mencionado. La única inferencia que se puede hacer es que incluso en esta investigación primó en Foster el sectarismo asociado al “marxismo” renovado “monopolista financiero” de la escuela de Monthly Review. Una lástima.
Conclusión
La esencia del marxismo revolucionario se halla en los postulados fundamentales de Marx y Engels: la historia de la humanidad –desde el surgimiento de la esclavitud en la Antigüedad, por lo menos–, es la historia de la lucha de clases, la naturaleza de cada clase social hay que encontrarla en las relaciones de producción que predominan en cada período y siempre han existido clases dominantes que extraen plustrabajo de aquellas a las que han sometido. Cada cierto tiempo ocurren cambios profundos en las relaciones de producción y, asociados a estos, se abren períodos de intensas luchas sociales que culminan con el derrocamiento de la que hasta entonces había sido la clase dominante. Una nueva clase se hace con el poder y somete a las demás. Es, por ejemplo, lo que hizo la burguesía en Inglaterra y en Francia en los siglos XVII y XVIII, respectivamente. Los burgueses revolucionarios aseguraron el imperio del modo de producción capitalista, cuya forma de extraer plustrabajo es la plusvalía.
La teoría de que el trabajo crea valor la habían defendido los economistas clásicos, como Adam Smith y David Ricardo, antes de Marx. El gran aporte de Marx, en este ámbito, fue demostrar que el modo de producción capitalista se funda en la extracción de plusvalía. Explicó la diferencia que existe entre fuerza de trabajo, una mercancía que los capitalistas compran en el mercado, y trabajo, que es la actividad creadora de valor de los obreros al hacer funcionar los medios de producción. La diferencia entre el valor creado por un trabajador y el valor que ha desembolsado el capitalista para comprar esa fuerza de trabajo es la plusvalía, “el misterio” que envuelve al capital que Marx des-cubrió.
Marx y Engels analizaron el modo de producción capitalista desde diversas perspectivas. Las fuerzas productivas se desarrollan como nunca antes. La ciencia avanza de manera extraordinaria y se incorpora a la producción. Las diversas clases sociales que habían existido antes van desapareciendo hasta solo quedar dos clases enfrentadas: capitalistas y trabajadores. El afán por obtener ganancias, única motivación de los capitalistas, asegura en último término una absoluta anarquía en la producción y conduce a crisis periódicas que acarrean la destrucción de parte de la riqueza acumulada y la miseria para millones de seres humanos. Tras cada crisis, el capital se concentra y se centraliza. Cada vez son menos los capitalistas, cada vez se hacen más innecesarios. El proletariado está llamado a tomar el poder, expropiar a la burguesía y establecer una sociedad de productores asociados que dirija de manera científica la economía. El proletariado funda una sociedad sin clases explotadoras y explotadas. De esta forma, se abre la historia, comienza la historia auténticamente humana.
Hasta hace unas décadas, los seguidores revolucionarios de Marx y Engels prestamos menor atención a la crítica ecológica que estos hicieron al modo de producción capitalista; no la enfatizamos suficiente o no la percibimos. Siempre estuvo ahí. Marx y Engels entendieron que la explotación capitalista crea una doble alienación de los trabajadores: respecto al mundo de las mercancías, que se les aparecen ajenas a su propia labor, y de la naturaleza, de la cual son cada vez más desarraigados. Así como la anarquía de la producción capitalista conduce a crisis económicas cada vez más profundas, extendidas y prolongadas, provoca también la expansión de lo que llamaron, de acuerdo a la terminología de su época, una “brecha metabólica” irreparable entre la sociedad y la naturaleza. La revolución comunista significará el inicio del fin de esta doble alienación. La comunidad de productores asociados que saldrá de esa revolución reparará la brecha entre la humanidad que trabaja y la naturaleza, reestablecerá lo que Marx llamaba el “metabolismo universal de la naturaleza”, naturaleza a la cual los seres humanos pertenecemos y de la que formamos parte “con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro”.
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firstbuzz · 11 months
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World could face record temperatures in 2023 as El Nino returns
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The world could breach a new average temperature record in 2023 or 2024, fuelled by climate change and the anticipated return of the El Nino weather phenomenon, climate scientists say.
Climate models suggest that after three years of the La Nina weather pattern in the Pacific Ocean, which generally lowers global temperatures slightly, the world will experience a return to El Nino, the warmer counterpart, later this year.
During El Nino, winds blowing west along the equator slow down, and warm water is pushed east, creating warmer surface ocean temperatures.
"El Nino is normally associated with record breaking temperatures at the global level. Whether this will happen in 2023 or 2024 is not yet known, but it is, I think, more likely than not," said Carlo Buontempo, director of the EU's Copernicus Climate Change Service.
Climate models suggest a return to El Nino conditions in the late boreal summer, and the possibility of a strong El Nino developing towards the end of the year, Buontempo said.
The world's hottest year on record so far was 2016, coinciding with a strong El Nino - although climate change has fuelled extreme temperatures even in years without the phenomenon.
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lamilanomagazine · 1 year
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Caserta, "centauri" in possesso di droga passano con il semaforo rosso ignorando l'alt dei Carabinieri: arrestati
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Caserta, "centauri" in possesso di droga passano con il semaforo rosso ignorando l'alt dei Carabinieri: arrestati. E’ tutto accaduto ieri. Teatro dei fatti viale Carlo III. Erano le 17.00 quando due centauri, un 21enne ed un 20enne di Teano, a bordo di un Piaggio Beverly, dopo aver superato le auto incolonnate al semaforo di largo rotonda, in San Nicola La Strada, sono passati con il semaforo rosso. L’equipaggio dei carabinieri, fermo al semaforo, notata l’infrazione al codice della strada, ha azionato i dispositivi luminosi e sonori intimando l’alt ai centauri. Costoro anziché fermarsi, hanno accelerato iniziando a zigzagare tra le auto. Durante la fuga il passeggero, con le gambe ha coperto la targa della moto per evitare la successiva individuazione. Nonostante la folle velocità i carabinieri sono comunque riusciti a raggiungerli riuscendo quasi ad interrompere la fuga. E’ a quel punto che il conducente, anziché fermarsi, ha repentinamente invertito il senso di marcia e dopo aver indirizzato il muso dello scooter verso la parte anteriore dell’autoradio gli è volontariamente sbattuto contro per crearsi lo spazio necessario per proseguire la fuga. Postisi nuovamente all’inseguimento i militari dell’Arma hanno continuato ad intimare l’alt ai fuggitivi che, incuranti, si sono lanciati in una folle corsa tra il traffico cittadino, mettendo in serio pericolo la propria ed altrui incolumità. Infatti, propria a causa di una manovra azzardata i fuggiaschi, giunti all’altezza del Cafè Bistrot Boreale di viale Carlo III, hanno impattato contro altro scooter con a bordo un 61enne di Santa Maria Capua Vetere, cadendo. Benchè a terra e dolorante, il passeggero dello scooter inseguito h, invano, tentato di disfarsi di un involucro in cellophane trasparente, contenente gr. 49,70 dihashish, preso dalla tasca del giubbotto e gettato nella vicina aiuola. La successiva perquisizione personale e veicolare ha permesso ai carabinieri di rinvenire ulteriori gr. 1,20 di Hashish e 80 euro addosso al conducente, mentre nel sottosella dello scooter sono stati trovati un passamontagna, un bilancino e un involucro contenente altri 16,20 gr. di Hashish. A seguito dell’impatto e conseguente caduta, sia i fuggiaschi che l’incolpevole 61enne centauro coinvolto nell’incidente hanno avuto necessità di cure mediche. Presso le abitazioni degli arrestati, poi perquisite, i carabinieri hanno rinvenuto: in quella del 21enne ulteriori gr. 1,1 di hashish mentre, in quella del 20enne due bilancini di precisione, un coltello intriso di Hashish nonché 12 banconote da 5 euro palesemente false.... #notizie #news #breakingnews #cronaca #politica #eventi #sport #moda Read the full article
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Ariyon Bakare nel ruolo di Lord Carlo Boreal, una figura autorevole del Magisterium che si muove tra due mondi. Nel mondo di Will è conosciuto come Sir Charles Latrom. (serie 1-2)
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rubivana · 2 years
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ISCHIA L’ISOLA VERDE                                                                                                                    I Giardini La Mortella                                                                                                              per D. Caporali
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A metà strada tra Lacco Ameno e Forio, sulla collina del monte Zaro, tra l’antico cratere del Marecoco, in ricordo di una devastante eruzione vulcanica, e il promontorio di Punta Caruso, vi è un giardino incantato di incredibile bellezza, ricco di piante e fiori sia rare che comuni. Si tratta dei Giardini La Mortella, creati a partire dal 1958 da Lady Susana Walton, la moglie di origine argentina di Sir William Walton, uno dei più grandi compositori inglesi del XX secolo. I coniugi Walton, appena sposati, giunsero ad Ischia nel 1949 alla ricerca di un luogo appartato e solare dove il grande musicista potesse concentrarsi e trarre la dovuta ispirazione. Dopo una prima sistemazione provvisoria in una casa di affitto decisero poi di acquistare un terreno nella località detta “Le Mortelle” dal nome dei cespugli di mirto che crescevano fra le rocce, per costruirvi qui la loro dimora. A quell’epoca la località non era che una grande cava di pietre di origine vulcanica ma la particolarità di quelle rocce e l’esposizione a
Occidente che, nei mesi estivi, avrebbe garantito un maggior numero di ore di luce convinsero i Walton della scelta. Così a poco a poco quello spazio aspro e selvaggio fu trasformato in un meraviglioso paradiso floreale grazie alla dedizione e alla creatività di Lady Walton, che si avvalse della competenza del noto architetto e paesaggista britannico Russell Page, specialista nella progettazione di giardini, il quale, nel 1956, ebbe l’incarico di realizzare l’impianto originario del giardino integrandolo fra le formazioni rocciose. Ma la realizzazione del progetto, la supervisione dei lavori e la scelta delle piante si deve interamente a Lady Walton che per più di 50 anni dedicò energia, entusiasmo, passione e competenza botanica a questo giardino, concepito piuttosto appartato per poter favorire la concentrazione di un compositore. Inoltre per la sua decorazione si fece ricorso a piante particolarmente adatte al microclima locale e quindi originarie soprattutto dell’emisfero boreale. Il risultato finale fu talmente superiore alle aspettative per cui lo stesso Page finì per giudicare quel giardino come una delle sue migliori creazioni.
Dopo la scomparsa di Sir William nel 1983, Lady Walton decise di aprire il giardino al pubblico nel 1990 e contemporaneamente creò due fondazioni, il William Walton Trust, ente morale italo-britannico di cui è presidente d’onore il principe di Galles, Carlo d’Inghilterra, e la Fondazione William Walton in Italia, sia per promuovere la cultura della musica divulgando altresì le opere di Sir William sia per preservare il giardino. Nel 2003 la proprietà e la gestione dei Giardini La Mortella furono trasferiti alla Fondazione William Walton, che divenne Fondazione William Walton e La Mortella e a tutt’oggi continua ad amministrare i Giardini secondo le precise indicazioni lasciate da Lady Walton. Lady Walton ha continuato a seguire la proprietà fino alla sua scomparsa avvenuta il 21 Marzo 2010: le sue ceneri sono custodite all’interno nel giardino, nel Ninfeo.
Lo scopo principale delle fondazioni è quello di fare della Mortella un centro di studio per giovani musicisti di talento sotto la direzione dei più importanti maestri del mondo, offrendo ogni anno borse di studio per compositori.
La dimora, ben armonizzata tra la vegetazione, è situata sul lato di una collina vulcanica e include una Sala Concerti, che è anche Museo Walton, e l’Archivio. L’Archivio, istituito nel 1990, comprende una collezione di lettere, fotografie, onorificenze e diplomi, manoscritti e cimeli di Sir William, una selezione della quale è esposta permanentemente nel Museo e viene continuamente aggiornata. Nel Museo è inoltre ospitata una prestigiosa collezione di immagini realizzate dal grande fotografo e costumista britannico Cecil Beaton, amico di Sir William. Anche il celebre scenografo e disegnatore Lele Luzzati ha lasciato una sua testimonianza realizzando un originale teatrino di marionette, ricavato nel vano di una vecchia cisterna d’acqua, che raffigura i Giardini La Mortella insieme ai personaggi delle opere di Walton.
Il complesso della Mortella è diviso in due zone: un giardino a valle, disegnato da Russell Page a partire dal 1956, e un giardino superiore in collina, terrazzato con muri a secco, disegnato e sviluppato da Lady Walton a partire dal 1983, anno della scomparsa del maestro. L’intera superficie si estende per circa due ettari ed ospita al suo interno una raccolta che vanta più di 3000 specie di piante esotiche e rare, tale da poter ritenere La Mortella un vero e proprio orto botanico. Tra le tante collezioni presenti sono da citare in particolare quelle di ninfee giganti, di orchidee, di palme, di Cycadaceae, di felci arboree. Le camelie, per le quali Lady Walton ha avuto sempre una particolare attenzione, sono poi il fiore all’occhiello del giardino; il recinto delle camelie è chiuso da una siepe a spalliera di camelie stesse che d’inverno illuminano la zona prospiciente la dimora e nei mesi di fioritura diffondono tutt’intorno un delicato profumo. L’intero giardino è stato realizzato con grande gusto e competenza, sfruttando al meglio il suggestivo ambiente roccioso e l’incomparabile panorama mediterraneo, ed è arricchito da fontane, piscine, corsi d’acqua che tra l’altro consentono la coltivazione di una superba collezione di piante acquatiche come papiro, fior di loto e ninfee tropicali. Tutte le zone del giardino sono collegate tra di loro con viali, sentieri, muri a secco, rampe e scalette per permettere ai visitatori di raggiungere la zona più alta e godere della splendida veduta sulla baia di Forio. Certamente non è stato semplice trasformare l’arida collina di un tempo in questo incantevole giardino tenendo anche conto delle difficoltà di una volta per garantire l’irrigazione delle piante. All’epoca l’acquedotto non riforniva ancora l’isola e si era costretti ad utilizzare le cisterne di acqua piovana ed era poi sempre incombente la minaccia di incendi nei periodi più caldi. Ma Lady Walton con la sua instancabile dedizione fece realizzare un complesso sistema di pergolati di stuoie per riparare il giardino e proteggere le piante più giovani.
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Il giardino a valle ha la forma di una L, il cui braccio più lungo è percorso da un ruscello, mentre quello più corto si trova proprio di fronte alla dimora dei Walton. All’imbocco della valle si trova il Ginkgo biloba, una pianta arborea antichissima le cui origini risalgono a 250 milioni di anni fa e perciò è considerata un fossile vivente. Originaria della Cina, la pianta fu introdotta in Europa nel 1730 e in Italia nel 1750.
La prima fontana che incontriamo nel giardino a valle, detta la “Fontana bassa”, disegnata da Russell Page, è costituita da una vasca circolare con uno zampillo centrale, circondata da quattro aiuole disposte a semicerchio e piantate con piante di palude. Un lungo ruscello, uno dei tratti più caratteristici della Mortella, collega questa fontana della zona bassa del giardino con un’altra fontana ottagonale che si trova su una terrazza lievemente rialzata sempre di forma ottagonale. Il numero 8 è un chiaro riferimento all’ottantesimo compleanno di Sir William al quale Russell Page dono questa fontana da lui realizzata nel 1982. Nella valle troviamo poi le collezioni di magnolie e ortensie, parte della collezione di Cycadaceae e una grande Ceiba speciosa, albero originario del Sud America dal caratteristico tronco munito di grosse spine di forma conica. La valle sale gradualmente verso la “Fontana grande”, la prima ad essere costruita, con un altissimo un getto d’acqua al centro, allineato con quello più modesto dell’altra fontana sul pendio opposto.
La Serra Tropicale denominata “Victoria House” è il regno delle ninfee ma in particolare della gigantesca Victoria amazonica, originaria delle acque poco profonde del bacino del Rio delle Amazzoni, con foglie grandi fino a 3 metri di diametro e gambi di 7-8 metri di lunghezza. I suoi fiori, bianchi appena sbocciati e successivamente rosa, possono raggiungere i 40 cm. Di diametro. Nella vasca delle ninfee vi è poi la “Bocca”, una grande scultura in pietra realizzata da Simon Verity che riproduce la maschera presente nella scenografia di una delle opere musicali più note di William Walton: Façade.
Una delle più straordinarie collezioni di piante dei Giardini La Mortella è costituita dalle felci arboree. La collezione è iniziata quasi per caso, quando William Walton durante un viaggio in Australia inviò a Susana due tronchetti di felce; quando Russell Page si rese conto che il clima di Ischia era particolarmente adatto per lo sviluppo di queste piante suggerì a Susana di coltivarne quante più poteva. Oggi le felci sono concentrate in due zone distinte della valle: la parte più antica della collezione si trova fra la Fontana grande e la Victoria House ed è costituita principalmente da esemplari di Cyathea, originaria dell’Australia, mentre sul lato opposto si trova una più recente piantagione di Dicksonia, originaria della Nuova Zelanda. Tra le tante varietà di felci presenti alla Mortella ricordiamo in particolare la Woodwardia radicans, una felce terrestre tipica nella zona mediterraneo-atlantica, capace di propagarsi da una terrazza all’altra del giardino perché quando le lunghe fronde arcuate toccano il suolo emettono radici da cui nasce una nuova piantina.
Nella stagione primaverile fiorisce in tutto il giardino il Geranium maderense, originario dell’isola di Madeira, con fiori di straordinaria bellezza, di colore lilla con centro scuro.
Tra le altre piante presenti nella valle ricordiamo i grandi Liriodendron tulipifera della famiglia delle Magnoliacee, originari degli Stati Uniti d’America, alberi alti 20-30 metri con fiori gialli simili a tulipani, e la Spathodea campanulata, specie originaria dell’Africa tropicale e di grandissimo valore ornamentale con fiori a coppa di colore rosso-arancio vivo con striature giallo oro. Ma quasi nascosta, presso la Fontana grande, è presente forse la pianta più rara di questo giardino: la Puya berteroniana, originaria del Cile, che produce una splendida spiga floreale che svetta per ben 2 metri, coperta da centinaia di fiori verde-blu metallico con stami arancioni.
Mentre il giardino a valle è più riservato, umido e lussureggiante, quello superiore in collina è solare, coperto da vegetazione mediterranea e aperto verso l’esterno grazie ai molti scorci panoramici. In tutta la collina sono inseriti diversi elementi architettonici spesso ricchi di significati simbolici e con richiami alla storia e all’archeologia dell’isola. Sul ciglio della collina, in una posizione molto suggestiva che domina il giardino e tutta la baia di Forio, si trova la Roccia di Sir William, che custodisce le ceneri del maestro. Si tratta di una piramide naturale di pietra che William Walton chiamò la “sua pietra” il giorno in cui acquistò la proprietà.
Per incorniciare la roccia è stato realizzato, tra gli ulivi, un arco di pietra intagliata. Presso la Roccia vi è una lapide commemorativa che ricorda la sepoltura di Sir William con questa frase dettata da Lady Susana: 
“WILLIAM WALTON 1902-1983. LEVATE UN CANTO IN LODE AL DILETTO E VENERATO MAESTRO. QUESTA ROCCIA RACCHIUDE IL SUO SPIRITO, TUTELA IL GIARDINO DA RUSSELL PAGE DISEGNATO CHE NOSTRO AMORE VIVERE HA FATTO. SUSANA”.
Al di là della Roccia di Sir William si estende il Giardino Mediterrano che si integra perfettamente con il paesaggio dell’isola. Qui troviamo piante tipiche della macchia mediterranea come il leccio, il lentisco, il corbezzolo, il rosmarino, tantissimi mirti, che hanno poi dato il nome alla proprietà, la lavanda e poi la Phlomis tuberosa o salvia di Gerusalemme, il Callistemon con quei bellissimi fiori rossi a forma di spazzolino. Al termine di questo paesaggio naturale troviamo il Ninfeo, circondato da siepi, con al centro una fontana in acciaio che riflette il cielo, detta lo "Specchio dell'anima". Su di un lato del Ninfeo vi è una piccola grotta che ospita una scultura in marmo di Simon Verity raffigurante Afrodite distesa su una roccia da cui sgorga una sorgente. Il Ninfeo è il memoriale di Susana Walton: infatti le sue ceneri riposano in una nicchia vicino alla statua di Afrodite, con una semplice lapide con la scritta "SUSANA WALTON - GENIUS LOCI".
Poco lontano dalla Roccia si innalza l’imponente Tempio del Sole, ricavato da un’antica cisterna di acqua piovana, che domina una scarpata piantata con una collezione di agavi, Furcraee e palme dal fogliame grigio-azzurro. L’interno è diviso in tre grandi ambienti illuminati dai raggi del sole che filtrano dalle aperture nel soffitto. Le decorazioni degli interni si rifanno ad antichi luoghi di culto, grazie alla presenza dell’acqua e dei bassorilievi di ispirazione mitologica, opera di Simon Verity. Il primo ambiente a sinistra è la Stanza della Nascita. Qui l’acqua scaturisce da una roccia attraverso le corde dorate della lira di Apollo; in un angolo vi è Latona, la madre di Apollo che abbraccia una palma nel momento del travaglio richiamando l’antico mito secondo il quale Apollo nacque all’ombra di una palma. Più oltre il dio viene condotto verso l’Olimpo su di un cocchio trainato da cigni. Nella stanza centrale, grande e luminosa, il bassorilievo sulla parete di fondo rappresenta Apollo sul carro del Sole, i cui raggi dorati rievocano i brani musicali di William Walton: “PRAISE BE THE LORD OF GOLD” (Sia lode al Dio dell’Oro), dalla cantata Belshazzar's Feast su di un lato e sull’altro “HOW CAN I SLEEP WHEN LOVE IS WAKING” (Come posso dormire quando l'amore si sveglia) dall’opera Troilus and Cressida. Sulle pareti in alto sono invece raffigurate le nove
Muse, alcune figure mitologiche che suonano strumenti musicali e coppie che amoreggiano, chiari riferimenti agli affreschi pompeiani. In basso troviamo Apollo e Dafne, la quale, per sfuggire al suo abbraccio, si trasforma in un albero di alloro, che da quel momento diventerà sacro per Apollo. Il significato simbolico di queste immagini è un’evidente celebrazione del trionfo della vita e dei suoi piaceri terreni. Nella terza stanza, più buia e raccolta, è raffigurata “La fine della vita mortale”. Qui il corso d’acqua scompare in un vortice, sul quale siede pensierosa la Sibilla Cumana, simbolo di morte e di rinascita. Due colombe, sulla parete di fondo, indicano un cespuglio di mirto dal quale Enea dovrà cogliere un ramo dorato per accedere all’Ade come ci riferisce il VI canto dell’Eneide.
Quasi sulla sommità della collina, sopra il Tempio del Sole, vi è la Cascata del coccodrillo cosiddetta da una piccola statuetta in bronzo raffigurante il rettile. Lo specchio d’acqua è il regno della rigogliosa Nymphaea caerulea, nota anche come loto blu o egiziano perché cresce nei pressi del delta del Nilo; nell’antichità questa pianta era considerata sacra perché simboleggiava il sole.
Domina il giardino superiore il Teatro greco, una cavea ricavata dal pendio della collina, il cui palcoscenico si affaccia sullo splendido panorama della baia di Forio. Muri in pietra, rocce naturali, rose cinesi ed erbe profumate lo circondano garantendo un’acustica perfetta, mentre aromatiche piante di timo tappezzano i sedili in pietra diffondendo nell’aria il loro aroma.
Questo suggestivo teatro, inaugurato nel 2007, può ospitare fino a 400 spettatori ed è la sede, nella stagione estiva, dei Concerti delle orchestre giovanili.
Nella zona più alta del Monte Zaro, a 103 metri di altezza, si trova il Giardino orientale con un tempietto thailandese, la Sala Thai. Circondato da peonie, bambù, aceri giapponesi, vasche e laghetti adornati da fiori di loto e papiri, questo luogo, così lontano dal mondo circostante, è l’ideale per la meditazione e la quiete. Alzando lo sguardo, in lontananza, si distinguono le aride cime dell’Epomeo e davanti a noi lo splendido mare azzurro della costa di Forio che si sposa con la verde distesa delle piante mediterranee.
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