Tumgik
#el diablo a todas horas
annieysusletras · 1 year
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He escrito tanto sobre decirte adiós que está vez ni siquiera quiero decirte adiós a ti, quiero despedirme de mi, de la versión mía enamorada de ti, la que podía dar hasta su vida, la que quería quedarse contigo toda la vida y creía que podría curarte, pero, me di cuenta que no podía curar una herida que te gustaba como dolía, una herida que volvías a abrir una y otra vez, me di cuenta que el problema era yo, yo que forzosamente quería que fueras tu, siempre tu...
Voy a extrañar la versión que te quería, que te adoraba, la mujer que cuando la veías se convertía en una niña, la mujer que le gustaba sentirse protegida a tu lado, la que te miraba dormir y pedía que durará para siempre, la que rezaba cada noche para que estuvieras bien o mejor, la que sabía que podrías quemar todo por ella sin saber tus llamas a la única que consumieron fue a ella...
Hoy muere el nosotros, muere el "tal vez alguna otra vez" y también el "quizás en otra vida", hoy mueren nuestros chistes, nuestros lugares sagrados, nuestros días, nuestras noches, nuestras fechas importantes, las pláticas, los secretos que nos contábamos a altas horas de la madrugada, las anécdotas tontas que solo sabe el uno del otro, muere un lenguaje de amor con todos los besos y abrazos que lo componían, mueren los "te amo" y los besitos en la espalda al dormir, muere nuestra forma de vernos, las sonrisas coquetas, las miradas que sabíamos que significaban, nuestra forma de hacer el amor sabiendo que el amor nos hacía a nosotros, mueren las canciones que cantábamos juntos y las que te dedique sin decirte, muere la versión que teníamos del otro al estar juntos, mueren los caminos que caminamos tomados de la mano y las carreteras que manejaba conmigo de copiloto, mueren las fiestas cuidandonos y riéndonos de todo, muere el ser más que una pareja ser amigos, más que ser solo algo lo éramos todo...
Muere la historia de amor más fantástica e inigualable del mundo, muere mi versión enamorada de algo que jamás pudo ser, muere la frase que dijiste y que jamás olvide -"querer tanto en la vida y querer cada vez más fue por ti"- , hoy muere un amor, un amor que jamás tuvo que pasar, muere uno de esos golpe que jamás fue de suerte, aunque así lo queríamos creer, muere un amor que debió quedarse en lo prohibido, mueren años de reencuentros y despedidas, de vernos como si fuera la primera vez más de las veces que pude contar, hoy muere todo esto, pero, quizás dentro, muy dentro de mi, aún te guardo, aún te tengo, hasta la raíz como aquel tatuaje que compartimos, una rosa que será más eterna de lo que nosotros fuimos.
- Una última vez dejándote ir mi querido chico malo, última vez amándote tanto hasta que me consumi en eso, y como lo dijiste "jamás vamos a poder estar juntos" pero que lindo fue creer que si, que lindo fue creer que seríamos nosotros siempre, siempre nosotros, pero simplemente no...
Te amo tanto que te odio, hasta siempre querido amor de mis mil vidas, mi chico malo, mi corazón, de los peores diablos el bueno, adiós a mi ángel con los brazos llenos de tinta, a mi estúpido dios griego, hasta nunca mi vida.
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NO existe un amor que NO puedas superar
Mi ex pareja jugó a perderme fallándome con alguien más, justo cuando nuestro bebé acababa de nacer. Recuerdo que la primera noche que no llegó, nuestro bebito tenía a penas una semana de nacido, por lo que yo estaba en un momento sumamente vulnerable de mi vida.
Todas las mujeres damos a luz con la expectativa de criar a nuestros hijos junto a su papá y formar una familia. Yo ya había salido de un matrimonio de 14 años, en el cuál me habían sido infiel, por lo que renunciar a mi actual relación era doloroso y era ver ese sueño de una familia ideal destruirse ante mí nuevamente.
Por mucho tiempo viví con la esperanza de que él cambiaría y sería un mejor hombre. Recuerdo que le dí muchísimas oportunidades en medio del proceso.
Todo aparentaba estar bien durante un tiempo, pero eventualmente descubrí que me seguía fallando, en ese momento mi bebito tenía 4 meses y yo estaba desempleada porque estaba cuidando de mi bebé.
Recuerdo llorar y pedir las fuerzas necesarias para salir de esa relación y así lo hice... La última vez que él llegó, no abrí la puerta. Durante más de una hora él estuvo llorando (literalmente) y diciéndome: "Eres mi esposa y ahí está mi hijo, NO me iré". Aún así me mantuve firme y no le permití entrar.
Han pasado casi 10 meses de eso y TODOS los meses he recibido llamadas en las que él me suplica por una nueva oportunidad, diciéndome cuánto me ama y que el peor error que ha cometido ha sido perderme. He bloqueado varios números y siempre aparece de uno nuevo.
Al principio esas llamadas me hacían dudar, pero a medida que el tiempo pasó, me fortalecí cada día más. El pasado 19 de diciembre de 2023 él me llamó y me pidió vernos por cámara al bebé y a mí. Ese día no solo me pidió una nueva oportunidad, también me ofreció pagarme un vuelo para que yo fuese a verlo y despidiéramos el año juntos.
Confieso que por primera vez lo miré mientras me hablaba y me preguntaba a mí misma: ¿Qué diablos le viste a ese hombre? ¿Cómo es posible que sufrieras por él? Lo vi ojeroso, destruido, decaído, a mis ojos lucía demasiado desagradable. No acepté su oferta y una vez más le dije que no regresaría con él.
El 1ro de enero de 2024 la primera llamada que recibí fue la de él, para decirme que "me amará toda su vida", pero a esta altura sus palabras no tienen ningún efecto en mí. Finalmente estoy en paz.
Cuando el amor se va, también se va el velo que te ciega, a veces idealizamos a personas que NO SON lo que nosotros QUEREMOS ver qué son.
A mí no me interesa que me amen, mientras me dañan, porque el amor no lastima. Estos 10 meses fuera de la relación he trabajado tanto en mí y en mi crecimiento como madre, mujer, profesional y ser humano, que la vida me ha sonreído demasiado bonito.
Cuando tú haces las cosas bien, te sientes premiada y logras levantar tu cabeza en alto, te restauras y cuidas de ti y de los tuyos, mientras los malvados se destruyen solos.
NO existe un amor que NO puedas superar, con el tiempo todo mejora, todo cambia, vuelves a tener paz y si tienes paz, lo tienes TODO.
Como dijo Karol G: "Decidí soltar un amor mediocre y la vida no ha parado de premiarme y demostrarme que sí merecía y merezco muchísimo más".
Sé valiente el día de hoy y si estás en una relación que te daña, sal de ahí, nadie merece tanto y tú no mereces tan poco. Vas a estar bien, te lo prometo.
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ℜ𝔬𝔰𝔞 🖤
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maeda-ai · 8 months
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Ella es... --Bleach version-- C2
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Anime: Bleach
Rating: M
Pareja: Ichigo & Rukia
Sinopsis: Para él, ella es la mujer más hermosa, fría, pero fina y frágil al mismo tiempo, misteriosa e inalcanzable, única. Su amor imposible, ella es Kuchiki Rukia… ella es su todo. (Adaptación de mi fic de Shaman King).
Advertencia: Lemon (NFSW)
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Por: Maeda Ai
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.:: Capítulo 2: Una oportunidad ::.
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Un pequeño bikini blanco era el que apenas cubría lo más necesario de su exquisito cuerpo; las gafas oscuras ocultando sus ojos violeta, la hacían ver más interesante, más sexy.
Ichigo entraba a la habitación después de vagar por los pasillos del hotel, encontrándose con la imagen más hermosa que sus, no tan castos, ojos hayan visto en toda su vida.
Esa delgada figura femenina. . . Rukia era el diablo que lo invitaba a pecar, a lanzarse sobre ella y hacerla suya. Pero solo permaneció inmóvil, sin poder apartar la mirada de la diosa que tenía enfrente.
* ¿Podrías cerrar la boca?. *
* Ehh?. *
Rukia arqueó una ceja.
No le eran desconocidas las sensaciones que provocaba en los hombres.
Tomó una pequeña bolsa, mientras salía, diciéndole al pelinaranja que caminaría en la playa por un rato.
* ¿A estas horas?, pero si apenas ha salido el sol. *
* Por eso, tonto. El paisaje debe ser hermoso, además, seguro que pocas personas estarán en la playa. *
Y así nada más, Kuchiki salió de la habitación, dejando al muchacho completamente embelesado y, por si fuera poco, excitado. Resultaba absurdo, pero con solo verla así, fue suficiente para sufrir al tratar de controlar el calor en su cuerpo.
~*~
~*~
~*~
Y tal como le había dicho a su compañero, caminaba tranquilamente a la orilla del mar, sintiendo la inigualable sensación de la arena firme, pero suave, bajo sus pies.
El clima era cálido, acompañado por la ligera brisa de la mañana y, tal como pensó, poca era la gente que estaba en la playa a tan temprana hora.
Se maravillaba contemplando el horizonte, aquella delgada línea que el mar y el cielo compartían a lo lejos.
Eso sí era tranquilidad, se sentía relajada y por primera vez en mucho tiempo había olvidado los problemas con el pelirrojo que la dejó.
Y hubiese seguido disfrutando de esa quietud, pero dos chicos se le pusieron enfrente, impidiéndole el paso.
Intentó caminar a un costado de ellos, pasarlos de largo o simplemente dar la vuelta y regresar por donde había venido caminando, pero ambos chicos le cerraron el camino.
* ¿Vienes sola, preciosa?. *
* Si quieres compañía, nosotros. . . *
La pelinegra se quitó las gafas, arqueando la ceja izquierda, desplegando toda la frialdad que tanto la caracterizaba.
Esos chicos eran apuestos, pero tan presuntuosos; no eran su tipo.
Su mirada fría y calculadora; iba a responderles con orgullosas palabras, pero. . .
* Rukia, amor, te estaba buscando. *
Ichigo apareció y sin más, hizo a un lado al par de desconocidos, estrechando entre sus brazos a una Rukia que se sorprendió por su atrevimiento, y más aún cuando Kurosaki posó sus labios sobre los de ella.
Extrañada, Kuchiki no respondió la caricia hasta unos cuantos segundos después, cerrando sus sorprendidos ojos y ahogándose en la placentera sensación que los labios del pelinaranja le regalaban.
Un suspiro escapó de su boca cuando el muchacho profundizó el beso, abriéndose camino para que su lengua penetrase, mientras sentía como Ichigo apretaba con fuerza su cuerpo, aferrándose a la estrecha cintura.
La mujer abrió los ojos; ya no estaban los hombres que la habían molestado. . . no importaba.
Sus ojos se cerraron nuevamente, relajándose con las caricias de Kurosaki, hasta que se separaron.
Inevitablemente, sus miradas se cruzaron. . .
* Yo. . . no soy tu amor. *
*Porque eres necia y no has querido darme una oportunidad.*
Una traviesa sonrisa adornó el rostro del joven, esto, sumado al intenso brillo en sus ojos, provocaron que Rukia se sonrojara levemente, aun manteniendo su seria expresión.
Ichigo estaba entusiasmado.
Esa mujer que siempre le pareció imposible, ahora. . . ahora estaba junto a él, de la mano.
El pelinaranja no quiso pensarlo dos veces, así que estrechó con fuerza la mano de su bella compañera y comenzó a correr.
* ¿Q-qué crees que haces?. *
La pelinegra solo sentía como ese chico la jalaba con firmeza, obligándola a seguirlo.
* Solo quiero aprovechar el día. *
Le dijo; y vaya que hablaba en serio.
La invitó a desayunar, visitaron incontables tiendas y hasta caminaron, sabrá dios cuantas horas, por las calles asfaltadas alejadas de la playa. Terminando sentados a la orilla del mar, admirando el atardecer, uno junto al otro.
Cuando regresaron al hotel, Rukia entró a la habitación seguida por el muchacho de cabellos naranja, quien cerró la puerta tras de sí, bajo llave. Y sin perder un solo instante, se acercó a la ojivioleta, abrazándola desde atrás.
La mujer entrecerró los ojos, incapaz de retener los suspiros, se dejó llevar por el hombre que se aferraba a su cintura y recorría lentamente su cuello, llenándolo de besos, mordiéndole la piel de vez en cuando.
En un arranque de desesperación, Ichigo la hizo girar bruscamente para poder mirarla a los ojos.
* En verdad eres hermosa !. *
El rubor en el rostro de la joven, producto de las palabras del muchacho, solo realzó esa belleza.
Kurosaki se abrió camino hasta las suaves mejillas de la pelinegra.
Cuando ya no pudo resistirse más, la atrajo a su cuerpo, besándola pausadamente mientras la tomaba entre sus brazos, llevándola hasta una de las camas, recostándola con cuidado.
Sus labios ansiosos, la recorrieron, deseosos de probar aquella blanca piel de nieve.
Rukia acariciaba el rostro del pelinaranja, sin resistirse a lo que seguramente sucedería entre ellos.
No estaba segura, pero tenía la sensación de que éste hombre era capaz de hacerla olvidarse de cierto chico de piel tatuada y cabellos rojos.
Mientras tanto, gemidos y suspiros inundaban la habitación.
Sin finalizar.
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Ichigo si va a aprovechar la oportunidad después de todo 7w7 .
Y aunque pareciera que Rukia lo hace por despecho, la verdad es que Ichigo despierta muchas sensaciones en ella, por eso la pelinegra trata de evitarlo.
Próximo capítulo, lemon.
—I LOVE ICHIRUKI—
~*~
Este fanfiction fue escrito por MAEDA Ai  y es material de "Paradise".
Totalizado el 03 de Junio de 2020.
Versión Shaman King: Totalizado el 03 de Julio de 2006.
La dama del Hentai: Maeda Ai.
*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
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|| Capítulo 3 ||
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nevenkebla · 4 months
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Un nuevo líder
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Fantastic Four (Vol. 1) #23
Autores: Jack Kirby y Stan Lee
(En ese momento, en lo alto del Edificio Baxter, mientras Mr. Fantastic trabaja en su laboratorio, los otros tres miembros del más grande superequipo del mundo están ocupados con una tarea diferente…) — Ben Grimm: Vale… ¡Cada uno ha escrito el nombre del que cree que debería ser el nuevo líder de los 4F! ¡Así que veamos quién ha sido escogido y por qué yo! — Johnny Storm: ¡Me siento muy mal al hacer esto sin Reed, pero supongo que es la única opción! — Susan Storm: ¡No debemos ser muy duros con Reed! Últimamente, ha trabajado noche y día… ¡Cualquiera en su situación estaría igual de irritable! — Ben Grimm: Tengo mi discurso de presentación listo… ¡Eh! ¡¿Qué pasa aquí?! — Johnny Storm: ¡Mirad! ¡Todo el mundo se ha votado a sí mismo! — Susan Storm: ¡Tendremos que hallar otro modo de elegir nuevo jefe!
— Ben Grimm: ¡Diablos! ¡Esto no sirve para nada! ¡Yo soy el más fuerte! ¡Yo debería ser el jefazo! — Susan Storm: ¡Pues yo creo que es hora de probar con una mujer! — Johnny Storm: ¡Mira, risitas, tu única fuerza está en tu boca! ¡Si alguien va a liderar este grupo, lo tienes delante de ti! — Ben Grimm: ¡Siéntate, nene! ¡Hablas demasiado! ¡Por lo que a mí respecta, las elecciones han terminado, y acepto el puesto con mi humildad habitual! — Johnny Storm: ¡Quita tus zarpas de encima! ¡Tú no liderarías ni a un grupo de parvulitos! ¡Llamas a mí! — Ben Grimm: ¡Pfff! ¡Si no tuvieras esa llama para protegerte, no serías nada! — Johnny Storm: ¿Y cuál es tu excusa? ¡Tú tampoco eres nada! — Susan Storm: ¡Johnny! ¡Ben! ¡Parad! ¡¿Cómo vais a liderar a los 4F si ni siquiera podéis controlar vuestro genio? — Johnny Storm: ¡Termino en un minuto, hermanita! ¡Benjamin tiene el cerebro de una mosca, así que lo aplastaré como tal…! ¡Con un matamoscas de fuego frío! — Ben Grimm: ¡Fallaste! Pero dime algo antes de que te sacuda… ¡¿Cuál es tu hospital favorito?! ¡Quiero que te sientas como en casa! — Johnny Storm: ¿Sí? ¡Trágate estas cápsulas de fuego frío primero! ¡Si no te largas de aquí en menos de diez segundos, la cosa se va a poner caliente! — Ben Grimm: ¡Hijo, acabas de cometer un error fatal! ¡¡Me has cabreado!! ¡Y eso no es algo fácil de conseguir con alguien de carácter dulce como yo! ¡¡Pero tú lo has logrado!! ¡¿Recuerdas cuando el cabeza-goma encargó esta alfombra de amianto para que no se quemara cada vez que te daba una rabieta?! ¡Espero que tu pasaporte esté en regla, enano! ¡Porque cuando me canse de jugar contigo, quizá decida enviarte a la luna! — Johnny Storm: ¡Tú sigue hablando, cacho gorila! Estoy reservando mi calor para darte un regalito en unos segundos…
(¡Y justo cuando la Antorcha Humana termina de hablar, una pequeña explosión calórica tiene lugar, similar a cuando una olla de valor explota por la presión acumulada!)
— Ben Grimm: ¡Me alegra que hayas hecho eso! ¡Ahora podré sacudirte aún más! — Susan Storm: ¡¡Habéis ido demasiado lejos!! ¡Cuando Reed vea lo ocurrido con la alfombra…! — Johnny Storm: ¡Bah! ¿A quién le importa Reed? Estamos peleando por ver quién le sustituye, ¿recuerdas? — Ben Grimm: ¿A esto le llamas pelear? ¡Diablos, creí que estabas aprendiendo el mambo! — Johnny Storm: Cuando te pille, sabrás lo que es una pele… ¡Eh! ¿Qué ha pasado! — Susan Storm: ¡Os avisé a los dos! ¡Quizá un muro de fuerza invisible os detenga por un rato! — Ben Grimm: *¡Típico de las mujeres! ¡Siempre tienen que acabar con toda la diversión!
(Y en ese momento, una figura sale de su laboratorio con gesto burlón)
— Reed Richards: ¡Vaya, vaya! ¡Mirad a los tres aspirantes a jefe de los 4F! ¡Ni siquiera os entendéis entre vosotros! ¡Vale, chicos, la fiesta ha terminado! ¡No me he gastado una fortuna amueblando este sitio para que dos payasos lo hagan pedazos! — Johnny Storm: ¡Reed tiene razón, Ben! ¡Nos hemos dejado llevar por nuestro genio! — Ben Grimm: ¡Habla por ti, chaval! ¡Todo el mundo sabe que nunca pierdo el control! — Reed Richards: ¡Y ahora, escuchadme! ¡Todos! ¡Si creéis que me gusta ser el líder de un grupo de divos con mal genio, os equivocáis! ¡Pero alguien tiene que hacerlo, y yo soy el único que os aguanta! ¡Sue, cariño, no hablo por ti! ¡Sé que te ofendí cuando te hablé de modo brusco antes, y lo siento! ¡Es solo que tengo muchas cosas en la cabeza! ¡Que sepamos, el Dr. Doom sigue suelto, y no descansará hasta habernos destruido! He intentado buscarlo… atacar primero… ¡Mientras vosotros solo os preocupabais de vosotros mismos! ¡Ahora coged esto y limpiad este sitio! Y si alguien quiere irse… ¡Ya sabe dónde está la puerta!
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nekoannie-chan · 2 months
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Mentira
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Título: Mentira.
Fandom: Marvel, Capitán América.
Pareja: Brock Rumlow X Lectora agente de S.H.I.E.L.D.
Palabras: 716 palabras.
Clasificación: B.
Sinopsis: Descubriste la verdad acerca de Brock.
Advertencias: Traición, mentiras, angst.
N/A:  Esta es mi entrada para Sweetheart Bingo Card, cuadro 1:
“Vete al diablo.”
También puedes leerlo en Wattpad y Ao3.
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No doy ningún permiso para que mis fics sean publicados en otra plataforma o idioma (yo traduzco mi propio trabajo) o el uso de mis gráficos (mis separadores de texto también están incluidos), los cuales hice exclusivamente para mis fics, por favor respeta mi trabajo y no lo robes. Aquí en la plataforma hay personas que hacen separadores de texto para que cualquiera los pueda usar, los míos no son públicos, por favor busca los de dichas personas. La única excepción serían los regalos que he hecho ya que ahora pertenecen a alguien más. Si encuentras alguno de mis trabajos en una plataforma diferente y no es alguna de mis cuentas, por favor avísame. Los reblogs y comentarios están bien.
DISCLAIMER: Los personajes de Marvel no me pertenecen (desafortunadamente), exceptuando por los personajes originales y la historia.
Anótate en mi taglist aquí.
Otros lugares donde publico: Ao3, Wattpad, ffnet, TikTok, Instagram, Twitter.
Tags: @sinceimetyou @black23 @unnuevosoltransformalarealidad @azulatodoryuga
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Era tu día libre y no sabías que todo iba a ser completamente diferente al finalizarlo, la vida de todos iba a cambiar para siempre.
Dejaste el celular cuando Brock te envió un mensaje de que llegaría tarde por la misión. Al menos te daría más tiempo para terminar el regalo de aniversario que estabas preparando en secreto, en dos semanas sería.
Después de unas horas te estabas peleando con el pegamento cuando comenzaron a tocar la puerta con una desesperación exagerada.
—¡Ahí voy! —espetaste molesta. Podían esperan un par de minutos sin ningún problema, si algo le hubiera pasado a Brock, sabías que Jack te llamaría. —¿Cap?
Estabas confundida, ¿por qué él y Natasha junto con un hombre que no conocías estaban en la puerta de tu casa?
—Exijo que digas la verdad —Steve sentenció entrando a tu casa. Frunciste el ceñó, no le habías dicho que podía pasar.
—¿De qué hablas? —no le quitaste la mirada de encima a Steve, eran pocas las veces que lo habías visto así.
—No tengo tiempo para juegos, T/N.
 —¿Sabes dónde está Rumlow? —Natasha te cuestionó, quería creer que no sabías nada de lo que estaba ocurriendo.
—En una misión de S.H.I.E.L.D., me envió mensaje en la mañana que llegaría tarde, hoy es mi día libre, ¿le ocurrió algo? —respondiste.
—No creo que sepa algo —Natasha dijo.
—HYDRA —Steve pronunció, alzaste la ceja.
—¿Qué tiene? Los derrotaste cuando te sacrificaste.
—Rumlow forma parte de HYDRA.
—Rogers, deja de bromear, estaba ocupada…
—Él no sabe que estamos aquí, nos ha estado persiguiendo para asesinarnos, ¿no has visto tus mensajes?
—Estaba ocupada… —volteaste hacia la mesa donde estaba tu pequeño proyecto, luego negaste, estuviste tan ocupada que ni siquiera lo revisaste—. ¿Qué está pasando?
—Lo siento tienes que venir con nosotros, pero estás bajo custodia —Natasha te tomó del brazo. La miraste suplicando una explicación, por primera vez desde que estabas con Brock te sentías perdida.
Te dejaron en donde Fury se encontraba, él te interrogó, de inmediato se dio cuenta que no sabías de la doble vida de Brock. Nick te mostró todas las pruebas, ¿por qué nunca habías sospechado? Tal vez era porque Brock nunca se comportó extraño, porque nunca hubo algo en la casa que te hiciera dudar de él, sin las pruebas no lo hubieras creído, pero con todo lo que Fury te mostró, era imposible que no fuese real.
—Entonces me estuvo engañando todo este tiempo, mi esposo me mintió —dijiste cuando terminaste de leer todas las pruebas.
—Yo diría que más bien no te contó toda la verdad —Nick comentó.
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Habías escuchado los rumores, pero necesitabas comprobarlo con tus propios ojos, después de todo lo ocurrido, si no lo veías no lo creerías. Probablemente Brock iba a pasar el resto de sus días en el Raft, si es que sobrevivía a las heridas que tenía, te costó muchísimo trabajo conseguir el permiso para verlo.
—T/N —fue lo primero que Brock pronunció en cuanto te vio, él estaba formulando una explicación, nunca pensó en qué pasaría si llegaba el día en el que te enteraras de la verdad.
—¿Por qué nunca me contaste la verdad? No te odio Brock, pero ya no te amo, no después de esta mentira, quizás… —no terminaste la frase, ni siquiera estabas segura de lo que ibas a decir, ¿si te hubiera contado, lo habrías apoyado, seguirías con él o te irías?
—Yo te amo —fue lo único que él dijo.
—Lo siento, pero vete al diablo —le entregaste la argolla de matrimonio que solías llevar, si él te hubiera contado todo, tal y como tú lo hiciste, la historia sería completamente diferente, lo más probable es que en esos momentos los dos sería fugitivos, quizás en otro universo, tal vez en otro tiempo, estarían juntos para siempre.
Saliste de la habitación sin decir algo más, te costó muchísimo trabajo demostrar que no estuviste involucrada, aunque a pesar de todo, Fury te había pedido que continuaras siendo una de sus agentes, aceptaste, era un nuevo inicio, tenías que pensar en muchísimas cosas y una de ellas era que te ibas a divorciar de Brock.
Él siempre te prometió que nunca te iba a mentir y había roto su promesa. Aunque nunca contaste con que Brock tenía otros planes.
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polarhoid · 4 months
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Clínica seiscientos sesenta y seis
Acompañé a un familiar a la clínica treinta y tres para realizarse unos estudios. Cuando entregué la orden noté que el recepcionista llevaba una playera de Led Zeppelin. En el archivero detrás del recepcionista había una inscripción con marcador indeleble y con letra de molde que decía: EL DIABLO MAYOR.
A la sala de espera llegó un señor en andador: alto, con camisa de pana y tenis amarillos. Cuando se sentó a mi lado noté que llevaba un audífono para sordos, pero era un aparato modificado pues de la cajita de las baterías colgaba una figurilla plateada de la Santa Muerte.
Juan Carlos Guzmán, enfermero, se presentó y nos ofreció tacos y sandwiches caseros. Cincuenta pesos la orden y quince pesos la cocacola. Debajo de su filipina blanca puede advertir en su playera la imagen del diablito de la lotería.
La radióloga y su cabello excesivamente rojo salieron del consultorio cinco. Le llamó a Eugenia Cázares sólo para informarle que no podrían realizarle la resonancia y que mejor la reprogramaría a las nueve de la noche, ya que así habría más posibilidades de que sus riñones aguanten el contraste. Cuando la radióloga apuntaba en su tabla, alcancé a distinguir dos estrellas negras de cinco puntas tatuadas en su dedo medio.
Esperamos cuatro horas antes de que nos atendieran. Tenía mucha hambre cuando por fin salimos. Afuera, nos recibió un Félix U.Gómez atascado y una ambulancia subiendo a toda velocidad por la rampa de emergencias.
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1560hrs · 2 years
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RAZONES POR LAS QUE NO ESTÁS OBTENIENDO RESULTADOS
1. tienes creencias limitantes; Las creencias limitantes pueden ser algo como: "Tengo que afirmar las 24 horas del día, los 7 días de la semana para obtener lo que quieres" o "Necesito visualizar perfectamente para que mi mente sepa lo que quiero". Eso no es cierto, acabas de agregar esas limitaciones/reglas a ¡tú mismo!
2 . haces menos manifestación y consumes más información: todas las páginas de la ley de suposición son las mismas, solo lo decimos en diferentes diseños. solo depende de USTED, debe dar el primer paso, dejar de mirar técnicas todo el tiempo o historias de éxito porque luego ven un comentario negativo o algo que no les sienta bien y luego dicen "Dios mío, es posible que no lo entienda". lo que quiero..” HOLA?? no todos en el mundo estarán de acuerdo contigo o tendrán las mismas opiniones que tú. hay 2828282 historias de éxito y todos se centran en UN comentario negativo. eso es tonto
3. busca todas las razones por las que podría no funcionar con usted. ummm, ¿te das cuenta de que solo estás haciendo que la manifestación sea más difícil para ti si lo haces bien? Como si no creo que ustedes entiendan que toda esta negatividad que consumen, cuanto más dudan, más miran a la 3D y los pensamientos críticos solo los están dañando a USTEDES y solo a USTEDES. no me está afectando a mí, no está afectando a tu entrenador de asunción favorito, al final del día eres TÚ el que va a sufrir. busque todas las razones por las que funcionará para usted! jfc te mereces algo mejor así que piensa mejor por TI MISMO CMON.
4. no eres consistente en absoluto - ahora, necesitas ser consistente. necesitas persistir y consistir en esa nueva suposición para que se endurezca y se convierta en un hecho , si estuvieras afirmando lo feo que eres. se notará, si afirmas lo bonita que eres, se notará. al principio, puede parecer antinatural, lo entiendo completamente, pero creo que ahora puede ser antinatural, ¡pero pronto se convertirá en un hecho automático que estará en su realidad! así que supéralo. ¡ENTRA TODO! Y ASUME LO MEJOR PARA TI
5. Tus afirmaciones pueden ser un poco demasiado... elaboradas, ahora no me malinterpretes: usa las afirmaciones de instagram y pinterest/tiktok todo lo que quieras, pero ¿realmente tienes conversaciones internas como "Estoy consciente y siempre manifestando grandeza para mí, belleza deliciosa" bla, bla, bla”, diablos, no. ¿Por qué las afirmaciones que obtuviste de Internet son tan formales? ¿Es esto una fiesta de té? NO. habla informalmente habla como normalmente hablas no sé por qué están cambiando la forma en que hablan , todo lo que necesitan hacer es hablar como de costumbre, pero en cambio es para su propio beneficio y es positivo como ¡vamos!
6. quizás estés DEMASIADO apegado, ahora, una vez que lo asumas. está hecho, lo has hecho todo, puedes relajarte. y deja que tu subconsciente o lo que sea haga su magia, entonces, ¿por qué estás tan apegado al resultado y cuándo/cómo/por qué? son tan irrelevantes cuando se trata de manifestar, tu manifestación no debería ocupar la mayor parte de tu mente hasta el punto en que no puedas hacer las tareas diarias simples o te arruine física y emocionalmente y, si lo hace, estás apegado . toma un respiro, relájate... relájate. YA ESTÁ AQUÍ.
6. Lo más probable es que su concepto de sí mismo esté AUMENTADO. Ustedes no se dan cuenta de que su autoconcepto es tan importante cuando se manifiesta, es la forma en que ve la vida, es la forma en que obtiene manifestaciones más rápido, es la forma en que disfruta la vida, ni siquiera bromeando. arregle su concepto de sí mismo, si está cambiando, poniéndose ansioso, enojándose cada vez que ve la opinión de alguien, entonces necesita mejorar su concepto de sí mismo, afirmaciones que puede usar:
“SOY UN MAESTRO MANIFESTADOR”
“ME MANIFIESTO TAN RÁPIDA Y FÁCILMENTE” (mi favorito)
“NUNCA TENGO PROBLEMAS A LA HORA DE MANIFESTAR”
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asimplesoul-5 · 8 months
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No pensé que llegaría a escribir dos veces seguidas de un mismo tema de nuevo por acá, sin al menos tener un avance claro, pero mi vida es una telenovela de comedia, la mayor parte me la pasó riéndome de todas las cosas que me pasan y siempre trato de vivir la anécdota, aunque en el fondo sigo teniendo un montón de dudas cuando voy a hacer algo que implica tener un "salto de fé", en cualquier sentido, no me malinterpreten. Pero antes de, me tomaré un momento para leer mi "Super texto" anterior, para saber en qué había quedado, y si, como dije antes, es mi diario personal pero últimamente está teniendo público, por fortuna, público que no sabe quién soy y lo hace mejor, así que, aprovechen este momento de leer el texto anterior que por cierto, fue hace casi 6 meses, así toman algo de contexto y acá desmiento//confirmo cosas...
Bien, supongo que ha sido suficiente para saber en qué punto me quedé, so, me tomaré el atrevimiento de dividir esto por partes, así no se pierden:)
¿Qué pasó en estos meses?
Hasta yo me pregunto, ¿Qué diablos pasó? Ese día que escribí, comenté que había besado al chico que fue mi crush hace 3 años, ahora 4 años, curioso, sí! Y lo más chistoso es que lo besé ese día y hace un mes, y ya esta semana rompimos, que loco no? Pero hey! Les debo una explicación, o a mi misma del futuro, porque sé que será importante recordarme estas cosas.
Sí, no "rompimos" literalmente porque no teníamos una relación, siempre fuimos amigos con algunos beneficios, sin embargo, hubo un día que hablé con él que me desilusionó como persona, como amigo y hasta como amigo con beneficio, sobre cómo se expresaba sobre una chica, si debería importarme o no, te lo dejo a ti! Pero, fue suficiente para decirme: vale la pena estar con un patán por unos besos que ni si quiera me hacen sentir deseada? ¿de verdad? Bien, empecé a alejarme, no hallaba el porque sentía tanto derecho hasta que evidentemente noté que era por lo que había dicho y lo que eso reflejaba de él, sí, y él notó que me alejé, empezó a ponerse intenso y hasta un poco emocional, cosa que en efecto fue como un: Stop. Así que esta semana dije que lo dejáramos como amigos. Se supone que fue normal, pero hizo todo un drama de eso, por Dios, estaba con un hombre o con un niño de secundaria intenso? En fin, ahí terminó la historia con ese antiguo crush, que horror.
Respecto a mi amigo... Curiosamente semanas después de eso, tomamos algo de distancia, no tan notoria, ni intencional, pero sí una prudente, tuvimos acercamientos como mencioné, pero se enamoró y empezó a evitar ciertos momentos excesivamente juntos conmigo, me desconcertó pero no tuve tiempo de darle importancia, lo apoyé en su enamoramiento y de verdad, fue algo bonito de ver, obviamente nos acercamos, empezaron los chismes las cosas, las salidas, las fiestas, estos días en la universidad fueron geniales, bueno, la cosa es que la chica no le correspondía tanto, poco a poco fue apagando todo hasta que esta semana también fue un bye, momento chimbo. Ahora que tienes esto... Es momento de relatar esta semana, this week como dirían los gringos ajwjdjsjsjs, acá es donde empieza el mambo.
En la actualidad
¿No te gusta? Como en las películas, subtítulos dando contexto, por Dios, que producción tiene esto... Bueno ya, hora de creerme escritora y hacerlo bien.
Esta semana lo he notado diferente, hace un tiempo, hemos venido hablando de temas particulares... Normalmente, nosotros hablamos siempre de temas particulares, digo, la confianza da asco, hablamos de absolutamente todo y pareciera que no nos escondiéramos nada, es normal hablamos de cuando estamos horny, pero solo eso, nada más... Hasta el lunes, si no me equivoco... Dios, jamás esperé que uno de mis mensajes se malinterpretaría y daría paso a todo lo que sucedió, es el efecto mariposa en su máximo esplendor.
Como de costumbre, empecé a entrenar, hice mi primer entrenamiento de una hora y luego hice mi extra de media hora de piernas y glúteos, normalmente nunca uso mi teléfono mientras entreno, pero como la media hora de piernas y glúteos fue bastante leve y con banco, pues estaba escribiendo mensajes y enviando videos randoms a mis amigos de que estaba entrenando con todo, incluyéndolo, envié el mismo video a todos, pero solo él tuvo una respuesta particular, que desencadenaría todo, una respuesta muy subida de tono "Eres bienvenida a asfixiarme" y la que se quedó sin aire, pues fui yo. ¿qué iba a decir? Pues, como estoy trabajando en una versión de mi misma donde ninguna de esas frases ni me pone nerviosa ni nada, "empoderadamente" como una mala, le seguí el juego, y luego mandó un mensaje bastante serio...
Yo: "Cuidado, tú más que nadie sabe cómo estoy"
Él: "tú eres mi mejor amiga, te amo y soy de mente abierta, puedes tenerme cuando quieras siempre que ninguno tenga acuerdo de exclusividad con una pareja o algo así"
Realmente solo pude mandar un sticker porque no sabía si decir sí o no, y hasta ahí quedó el tema, reclamen la conversación fue más heavy pero, ustedes saben, no me quiero arriesgar, por si lees esto, no me disculpo, esta es como mi agenda personal y disfruto postear cosas así.
Bien, los días pasaron, él terminó con la chica, seguimos enviándonos uno que otro coqueteo pero sabía que no era nada serio, de hecho nos hablamos mutuamente de otras posibles personas con quienes relacionarnos.
En fin, llega ayer, sábado, 2 de septiembre, y vaya... Admito que tuve mis dudas, tuve una charla con mi mejor amiga el miércoles sobre el tema y a pesar de que estaba segura de que quería hacer esto con él, me había prometido a mi misma no ser quién iniciara la conversación, pero hoy me desperté con el autoestima en el cielo y la verdad, empecé yo el juego, lo que no esperé, es que fuera a escalar tanto, se salió de control y... Literalmente tuvimos sexting TODO EL DÍA, hasta que se fue a dormir, no sé ni cómo sentirme todavía. Nos enviamos fotos y nos provocamos durante todo el día, pero, fue diferente y ese es el problema...
A veces desearía no haber cruzado la línea por accidente, a veces preferiría que no fuera mi mejor amigo o alguien TAN importante para mí, como para que esto ocurriera, porque se hace más difícil, cómo puedo sentir tanta atracción, tanto deseo por alguien a quien amo, admiro y apoyo y demás, es como, ¿Dónde está la línea entre sexo casual y amor? Es tan delgada que tengo miedo de que se rompa, y joder, no solo este hombre vino y me hizo estar torpe todo el día porque leía cada mensaje y sentía que me quedaba sin aire, sin respirar, como si por primera vez me estuvieran haciendo sentir deseada, esto no es posible, es peligroso, porque sé que la que más corre riesgo, soy yo, a todas estas...
¿Cómo no sientes cosas sentimentales cuando te dicen tantas cosas ...?
Odio que los psicólogos tengan razón en cuanto a que es imposible no entablar un vínculo en el sexo casual, sientes, hueles, hay conexión, hay energía con esa persona, es absurdo por Dios y lo peor es que no hemos hecho nada, y así me siento solo con lo que nos conocemos y deseamos y... Que pasara cuando todo lo que nos decimos, nos lo hagamos ?
Relatos de una mujer, novata en experiencias, experta en sobrepensar, quizás no pasa nada, ¿Por qué habría que sentir algo más? ¿Por qué tengo tanto miedo? ¿siento miedo porque ya existe algo y lo estoy negando? No sé, honestamente yo, dejo esto hasta acá... Actualizaré cuando... Nos veamos y ustedes saben que.
-A Simple Soul, in caos.
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ardon · 1 year
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Steam Deck: de Diablo IV a CryoUtilities
El fin de semana que abrieron la beta pública de Diablo IV estuve enfrascado en probarlo desde la Deck para decidirme entre la versión de PlayStation, o la de PC para jugarlo desde la portátil (que me vendrá de perlas cuando esté de un lado a otro con el camión).
Instalar Battle.net no es en absoluto complicado. Aquí podéis ver un tutorial de Hooandee muy bien explicado. Yo lo instalé en la SD directamente. Y hasta aquí, cero problemas. Sin embargo, intentar jugarlo más de cinco minutos se convirtió en un auténtico reto.
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El viernes por la tarde acabé rindiéndome. Primera cola de más de dos horas, crasheo aparentemente relacionado con algún error al cargar las cinemáticas hechas con el propio motor del juego, segunda cola de casi dos horas, consigo jugar un rato, otro crasheo, la tercera cola ya era menos de media hora, juego cinco minutos, crasheo... y a partir de aquí entra en bucle: no lograba avanzar porque era jugar cinco minutos y colgarme la Deck. Busqué por Reddit y YouTube y probé todas las posibles soluciones. Sin éxito. Lo dejé por imposible.
El domingo intento darle otra oportunidad, después de reinstalar tanto Battle.net como el propio juego. Mismo resultado. Bicheando por YouTube encuentro gameplays del juego tirándolo desde la deck sin ningún problema. Así que empiezo a tirar del hilo y a buscar... y por fin encontré la auténtica solución de mano del usuario u/cinder_s en Reddit: instalar una maravillosa herramienta de optimización llamada CryoUtilities 2.0, desarrollada de manera totalmente desinteresada por el usuario CryoByte33.
La instalación de esta fantástica herramienta es sumamente sencilla. Asequible a cualquier usuario y altamente recomendable. Aquí dejo el enlace al tutorial. Su funcionamiento es aún más simple que la instalación: lo que hace básicamente es ayudarte a optimizar la memoria swap, y guiarte para gestionar la vram.
Seguí los pasos uno a uno, configuré con los parámetros que me decía en el tutorial, y el cambio ha sido drástico. Pude disfrutar del Diablo IV sin ningún tipo de problema ni crasheo, salvo alguna bajada puntual de FPS.
Pero la cosa no queda ahí. Mi sorpresa vino ayer cuando me puse a echar la tarde con el Batman Arkham Knight (sí, tengo pendiente escribir algunas líneas sobre el Arkham City). Si el juego ya corría genial en la deck, ahora va aún mejor: los ventiladores no soplan a toda máquina, no se calienta como antes, y, lo mejor de todo, una gran mejora en la duración de la batería; de llegar a duras penas al par de horas a aguantar casi cuatro.
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mocham-sims · 6 months
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Share The Pain & The Taste 💞 The 16th day of winter Vol. 3
youtube
Thank you for taking time to watch.
Happy Simming!💛
⬇️Español & Used photos🎞
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Voz de corazón de Freddie Sim(F): (¡Estoy lleno de logros!)
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(Mocha: Pero después, ¡Accidente! No podia sacar el momento de cabezazo XD)
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Freddie Sim(F): ¡Oh, Dios mío!(¿Por qué?)
Guidry(G): ¿Otra vez?
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F: (¡Dios me ama demasiado hoy!)
G:  ¿Las estrellas me bendicen de nuevo?
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F: Oh sip, ¡eso es!
G: Cómo de dolorosa puede ser una bendición.
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F: ¡Brillar, Brillar, te…!
G: ¡Ya no puedo creerlo!
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G: Lo hiciste a propósito, ¿no?
F: ¡No! Eso no es lo que esperaba.
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F: De todos modos, fue trabajo de dios.
G: El trabajo de dios, ¿en serio? 
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F: A mí también me sorprendió.
G: A propósito, ¿Cómo se llama ese dios?
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F: Se llama EA.
G: ¿Dios? ¿No el diablo?
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F: Así que... a mí también me duele la cabeza de chocarme contigo.
G: Entonces, ya somos dos.
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F: Por fin, es hora de cortar la tarta la que me gusta.
G: ¡Déjamelo!
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F: ¿Estás apuntándome con la cuchilla? 
G: ¿Por qué piensas eso, eh?
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G: ¡Ups!
F: ¡Ten cuidado!
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G: ¿Este cuchillo está vivo? 
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G: ¡Me ha mordido!
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F: … G: jejeje
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Asistencias: ¿Han cortado dedo? / Pensé que era tarta.
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Asistencias: Fue una salida en falso. / Jajaja, ya he cogido uno.
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F: ¡Finalmente!
G: Hemos sido un largo camino.
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G: Así que sigamos compartiendo el dolor y lo delicioso.
F: ¿Eh? ¿En serio?
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F: No quiero tener dolorosa. Tú te encargas de todas las cosas difíciles de la vida.
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G: ¡Con mucho gusto...!
F: Muy bien.
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«Kunicki», Olga Nawoja Tokarczuk.
Agua I
Es media mañana, no sabe exactamente qué hora es, no ha mirado el reloj, pero no debe de llevar esperando más de un cuarto de hora. Se reclina cómodamente en su asiento y entorna los ojos; el silencio es tan penetrante como un persistente sonido agudo, no puede ordenar sus pensamientos. Todavía no sabe que lo que suena es una alarma. Aparta el asiento del volante y estira las piernas. Le pesa la cabeza, un peso que zambulle su cuerpo en un aire tórrido, blanco. No piensa moverse, esperará.
Seguro que se ha fumado un pitillo, tal vez incluso dos. Al cabo de varios minutos baja del coche y orina en la cuneta. Parece que mientras tanto no ha pasado ningún coche, aunque ahora ya no está tan seguro. Vuelve al coche y bebe agua de una botella de plástico. Finalmente, empieza a impacientarse. Toca con furia el claxon, cuyo ruido ensordecedor desencadena una oleada de ira que, en cierto modo, lo devuelve a la tierra. A partir de este momento lo ve todo mucho más claro: mentalmente ya enfila el mismo sendero por el que ellos se han ido, concibiendo para sus adentros las palabras que en breve va a pronunciar: «¿Por qué tardas tanto? ¿¡Qué diablos crees que estás haciendo!?».
Es un olivar, reseco como un hueso. La hierba cruje bajo los zapatos. Entre los retorcidos olivos crecen zarzamoras silvestres; sus tiernos brotes intentan alcanzar el sendero y agarrarlo de los pies. Hay basura por todas partes: pañuelos desechables, compresas asquerosas, excrementos humanos infestados de moscas… Otras personas también se paran para hacer sus necesidades junto a la carretera. No se toman la molestia de internarse un poco en los matorrales, tienen prisa, incluso aquí.
No hay viento. No hay sol. El cielo blanco e inmóvil recuerda al sobretecho de una tienda de campaña. Hace bochorno. Partículas de agua se expanden en el aire y en todas partes se percibe el olor del mar: de electricidad, de ozono, de pescado.
Ve movimiento, pero no allí, entre los árboles, sino aquí mismo, bajo sus pies. Un enorme escarabajo negro avanza hasta el sendero; durante un rato analiza el aire con sus antenas, se detiene, a todas luces consciente de la presencia humana. El blanco cielo se refleja en su perfecto caparazón formando una mancha lechosa, y a Kunicki, por un instante, le parece que desde la tierra lo observa un ojo extraño que no pertenece a ningún cuerpo, un ojo intempestivo e indiferente. Kunicki escarba con la punta de su sandalia. El escarabajo cruza el sendero haciendo susurrar la hierba seca. Desaparece entre las zarzamoras. Es todo.
Maldiciendo, Kunicki da media vuelta para volver al coche, aún alberga la esperanza de que ella y el crío hayan regresado ya dando un rodeo, sí, está seguro de ello. Les va a decir: «¡Llevo una hora buscándoos! ¿¡Qué diablos creéis que estáis haciendo!?».
Ella dijo: «Para el coche». Cuando lo detuvo, ella bajó y abrió la puerta de atrás. Desató al niño de su sillita, lo tomó de la mano y se alejaron juntos. Kunicki no tenía ganas de salir, se sentía soñoliento y cansado, aunque no habían recorrido más que unos pocos kilómetros. Apenas les echó un vistazo con el rabillo del ojo, sin darles importancia; no sabía que debía prestar atención. Ahora intenta evocar esa imagen borrosa, enfocarla, acercarla y fijarla. Así que los está viendo caminar por el sendero que cruje, de espaldas. Cree recordar que ella lleva unos pantalones claros de lino y una camiseta negra, y el pequeño, una camiseta con un elefante, de eso está seguro porque él mismo se la puso por la mañana. Mientras caminan, se dicen cosas, él no oye qué cosas; no sabía que debía escuchar. Desaparecen entre los olivos. No sabe cuánto rato, pero no mucho. Un cuarto de hora, tal vez un poco más, ha perdido la noción del tiempo, no miró el reloj. No sabía que debía controlar el tiempo. Detestaba que ella le preguntara: «¿En qué piensas?». Le contestaba que en nada, pero ella no le creía. Decía que era imposible no pensar, se ofendía. Pero sí que es capaz —ahora Kunicki experimenta una especie de satisfacción— de no pensar en nada. Sabe hacerlo.
Sin embargo, de repente se detiene en medio de la selva de zarzamoras, se queda quieto, como si su cuerpo, al alcanzar el rizoma de la zarza, encontrase involuntariamente un nuevo punto de equilibrio. El zumbido de las moscas y otro que está solo en su propia cabeza acompañan el silencio reinante. Por un momento se ve a sí mismo desde arriba: un hombre que viste camiseta blanca y un vulgar pantalón safari, con una pequeña calva en la coronilla, en medio de los matorrales, un intruso, un invitado en casa ajena. Un hombre expuesto al bombardeo, caído en el epicentro de un efímero alto el fuego en la batalla que libran el cielo incandescente y la tierra abrasada. Cae presa del pánico; querría ocultarse cuanto antes, esconderse en el coche, pero el cuerpo no obedece: es incapaz de mover el pie, de forzar el ponerse en marcha. Dar un paso: nunca creyó que fuese tan difícil. Se han cortado las conexiones. El pie metido en su sandalia es el ancla que lo ata a la tierra: ha encallado. Conscientemente, con esfuerzo, sorprendiéndose a sí mismo, lo obliga a moverse. No hay otra manera de abandonar este tórrido espacio infinito.
Llegaron el 14 de agosto. El ferry desde Split estaba abarrotado: muchos turistas, aunque el pasaje estaba formado mayoritariamente por gente del país. Llevaban las compras hechas en tierra firme, donde todo es más barato. Las islas no producen muchas cosas. Era fácil distinguir a los turistas porque, cuando el sol empezó a caer irremisiblemente en el mar, se trasladaron a estribor apuntando los objetivos de sus cámaras hacia él. El ferry fue sorteando lentamente los desperdigados islotes y, tras superarlos, pareció salir a mar abierto. Una sensación desagradable, unos instantes de pánico sin importancia.
Encontraron sin dificultad su hostal; se llamaba Poseidón. El propietario, Branko, con barba y una camiseta con una concha estampada, insistió en que lo tutearan y, dando a Kunicki palmaditas cómplices en la espalda, los condujo al primer piso de la angosta casa de piedra construida sobre el mismísimo mar, donde, orgulloso, les mostró el apartamento. Disponían de dos dormitorios y una pequeña cocina rinconera amueblada con los tradicionales armarios de conglomerado de madera laminada. Las ventanas daban directamente a la playa y a mar abierto. Bajo una de ellas acababa de florecer un agave: la flor, en su fuerte tallo, se elevaba triunfalmente sobre el agua.
Saca el mapa de la isla y estudia las posibilidades. Quizá ella se ha desorientado y ha salido en otro lugar de la carretera. Seguramente estará ahí, puede que pare un coche y se dirija… ¿hacia dónde? Advierte en el mapa que la carretera dibuja una línea sinuosa por toda la isla y que se la puede recorrer en circunvalación sin descender en ningún momento hasta el mar. Así es como visitaron Vis hace unos días. Deja el mapa en el asiento de ella, sobre su bolso, y arranca. Conduce despacio, buscándolos con la vista entre los olivos. Pero al cabo de un kilómetro el paisaje cambia: sustituyen al olivar rocosas tierras baldías cubiertas de hierba seca y zarzamoras. Las blancas piedras calizas parecen enormes dientes perdidos por un ser salvaje. Tras recorrer varios kilómetros, da media vuelta. A la derecha, ante sus ojos se extienden viñedos de un verde deslumbrante, salpicados aquí y allá por pequeños cobertizos de piedra para guardar herramientas: vacíos y lóbregos. En el mejor de los casos se ha perdido, pero… ¿y si se ha desmayado, ella o el pequeño? Hace tanto calor, tanto bochorno… A lo mejor necesitan auxilio inmediato, mientras que él, en vez de hacer algo, da vueltas por la carretera. Pues sí, solo un idiota como él puede tardar tanto en darse cuenta. Su corazón empieza a latir con más fuerza. ¿Y si ha sufrido una insolación? ¿O se ha roto una pierna?
Regresa y pega varios bocinazos. A su lado pasan dos coches alemanes. Calcula el tiempo: ha pasado hora y media, lo que significa que el ferry ya ha zarpado. El imponente barco blanco ha engullido los coches, ha cerrado las puertas y se ha echado a la mar. Con cada minuto que pasa, los separan extensiones cada vez más vastas de un mar indiferente. Kunicki tiene un mal presentimiento que le deja la lengua seca, un presentimiento de algo relacionado con la basura junto a la carretera, con las moscas y los excrementos humanos. Ha comprendido. No están. Han desaparecido los dos. Sabe que no los encontrará entre los olivos, pero aun así toma el seco sendero y lo recorre llamándolos a gritos, aunque ya sin esperanza de que le contesten.
Es la hora de la siesta, la pequeña ciudad está casi desierta. En la playa, justo al lado de la carretera, tres mujeres hacen volar una cometa azul. Las distingue perfectamente mientras aparca. Una de ellas lleva pantalones de color crema claro que ciñen sus rollizas nalgas.
Encuentra a Branko sentado en una mesa de un pequeño café. En compañía de dos hombres. Beben pelinkovac con hielo como si fuera whisky. Branko, sorprendido, sonríe al verlo.
—¿Has olvidado algo? —pregunta.
Le acercan una silla, pero no se sienta. Quiere contarlo todo por orden, pasa al inglés al tiempo que en otra parte de la cabeza, como si se tratara de una película, se pregunta qué se hace en tales situaciones. Dice que Jagoda y el pequeño han desaparecido, y precisa dónde y cuándo. Los ha buscado y no los ha encontrado. Branko entonces le pregunta:
—¿Os habéis peleado?
Responde que no, sin faltar a la verdad. Los otros dos hombres apuran sus copas de pelinkovac. A él también le gustaría tomar un trago. Siente en la boca ese sabor agridulce que tiene el licor. Branko, con parsimonia, recoge de la mesa el paquete de tabaco y el mechero. Los otros también se levantan, a regañadientes, como si se concentraran antes de entrar en combate, o tal vez, simplemente, porque preferirían seguir disfrutando de la sombra del toldo. Irán todos con él, pero Kunicki insiste en que primero hay que avisar a la policía. Branko vacila. Vetas canosas entreveran su negra barba. En su camiseta amarilla destaca, en rojo, el dibujo de una concha con la palabra Shell.
—¿Y si ha bajado hasta el mar?
Puede ser. Quedan en lo siguiente: Branko y Kunicki irán a aquel lugar, y los otros dos, al puesto de policía, desde donde telefonearán a Vis. Branko explica que Komiža cuenta con un solo agente, que la verdadera comisaría está en Vis. Sobre la mesa quedan las copas con el hielo derritiéndose.
Kunicki reconoce enseguida la pequeña entrada al borde de la carretera donde ha permanecido aparcado. Le parece que han transcurrido siglos desde entonces, ahora el tiempo corre de otra manera, espeso y acre, compuesto por secuencias. El sol asoma entre las blancas nubes, de pronto hace mucho calor.
—Toca el claxon —dice Branko, y Kunicki obedece.
El sonido es prolongado y lastimero como una voz animal. Al cesar se diluye en vagos ecos de cigarras.
Se internan en la espesura entre los olivos, llamándose de vez en cuando. Se vuelven a encontrar junto al viñedo y, tras intercambiar unas palabras, deciden inspeccionarlo de punta a punta. Avanzan por las sombreadas hileras, llamando a la mujer desaparecida: «¡Jagoda, Jagoda!». Kunicki se percata del significado de este nombre, arándano, ya se le había olvidado, y de pronto cree estar participando en un rito ancestral, borroso y grotesco. De los arbustos penden carnosas bayas violeta oscuro, perversos pezones multiplicados, mientras él deambula por los frondosos laberintos gritando: «Jagoda, Jagoda». ¿A quién se dirige? ¿A quién está buscando?
Tiene que detenerse unos segundos al notar un pinchazo en el costado; se dobla en dos entre las hileras de las plantas. Sumerge la cabeza en la umbría frescura, la voz de Branko, amortiguada por el follaje, ya no le llega, y Kunicki solo oye el zumbido de las moscas, la familiar textura del silencio.
Tras un viñedo empieza otro, separado tan solo por un angosto sendero. Se detienen y Branko habla por el móvil. Repite las palabras žena y dijete, «esposa» e «hijo», las únicas que Kunicki es capaz de entender en croata. El sol, ya de color naranja, enorme e hinchado, se debilita a ojos vistas. Pronto podrán mirarlo a la cara. Los viñedos adquieren a su vez un intenso verde oscuro. Dos figuras humanas están en medio de ese verde mar a rayas, impotentes.
Al anochecer, en la carretera hay ya algunos vehículos y un grupo de hombres. Kunicki, en el coche en que pone Policija, con ayuda de Branko contesta unas preguntas que le resultan caóticas, formuladas por un policía fornido y bañado en sudor. Habla en un inglés básico. «We stopped. She went out with the child. They went right, here», y señala con la mano. «I was waiting, let’s say, fifteen minutes. Then I decided to go and look for them. I couldn’t find them. I didn’t know what had happened». Le ofrecen agua mineral recalentada, la bebe con avidez. «They are lost». Y repite: «lost». El policía marca un número en su móvil. «It is impossible to be lost here, my friend», le dice mientras espera a que le contesten. A Kunicki le llama mucho la atención ese «my friend». Luego se oye un walkie-talkie. Pasará aún una hora antes de que formen filas irregulares para emprender una batida por la isla.
En este lapso de tiempo, el hinchado sol desciende sobre los viñedos; para cuando alcancen la cima, ya tocará el mar. Lo quieran o no, asisten a esa puesta de sol operísticamente prolongada. Finalmente encienden las linternas. Ya a oscuras, bajan hasta el abrupto acantilado desde donde ven muchas pequeñas calas. Inspeccionan dos de ellas; en cada una hay una casita de piedra en la que se alojan esos turistas excéntricos que reniegan de los hoteles y prefieren pagar más por no tener agua corriente ni luz eléctrica. Cocinan en fogones de piedra u hornillos de butano. Pescan peces que del agua pasan directamente a la parrilla. No, nadie ha visto a una mujer con un niño. Se disponen a cenar; aparecen en las mesas pan, quesos, aceitunas y esos pobres pescaditos que esa misma tarde vivían absortos en sus frívolas ocupaciones marinas. De vez en cuando Branko llama al hotel de Komiža; se lo pide Kunicki porque cree que ella, después de perderse, habrá logrado llegar hasta allí por otro camino. Pero después de cada llamada, Branko se limita a darle unas palmaditas en la espalda.
Alrededor de la medianoche resulta que el grupo de hombres ha menguado, pero entre los que quedan están los dos que Kunicki vio en la mesa del café en Komiža. Ahora, al despedirse, hacen las presentaciones: Drago y Roman. Juntos se dirigen al coche. Kunicki les está muy agradecido por la ayuda, pero no sabe cómo se dice «gracias» en croata; debe de parecerse al polaco «dziękuję», algo así como «diákuyu» o «diákuye» o una cosa por el estilo. En realidad, con un poco de buena voluntad, podrían crear una versión eslava de koiné, un conjunto de palabras parecidas y prácticas para comunicarse sin necesidad de la gramática, en vez de recurrir a una versión sosa y simplona del inglés.
En plena noche un bote atraca frente a su casa. Deben evacuar la zona, es una inundación. El agua alcanza ya el primer piso de los edificios. En la cocina se cuela por las juntas entre los azulejos y sale con cálidos chorritos de los enchufes. Los libros se han hinchado por la humedad. Abre uno y constata que las letras se corren como el maquillaje, dejando manchas en las páginas en blanco. Resulta que todo el mundo ha salido ya en el bote anterior; solo queda él.
Entre sueños oye las gotas de agua que caen perezosamente del cielo y que al cabo de un instante se convertirán en un breve y violento aguacero.
Agua II
—Tampoco es que sea tan grande la isla —dice por la mañana Djurdżica, la mujer de Branko, al tiempo que le sirve un café bien cargado.
Se lo repiten todos como un mantra. Kunicki comprende lo que intentan decirle, él mismo sabe que la isla es demasiado pequeña como para perderse en ella. A lo largo de sus poco más de diez kilómetros, tiene solo dos ciudades dignas de tal nombre: Vis y Komiža. Es posible registrarla a conciencia, centímetro a centímetro, como un cajón. Y los habitantes de ambas localidades se conocen bien. Las noches son cálidas, los campos están cubiertos de viñedos y los higos ya casi maduros. Aunque se hubieran perdido, nada malo les podría pasar, no iban a morir de hambre ni de frío, ni tampoco devorados por fieras salvajes. Pasarían la cálida noche tumbados sobre la hierba abrasada por el sol, bajo un olivo, acunados por el soñoliento susurro del mar. No más de tres o cuatro kilómetros separan cualquier lugar de la carretera. En los campos hay casitas de piedra con barriles y prensas de vino, algunas provistas de víveres y velas. Desayunarán un jugoso racimo de uva o compartirán el desayuno habitual de los veraneantes de las calas.
Bajan hasta el hotel, donde los espera un policía, pero no el mismo, uno más joven. Por un momento Kunicki alberga la esperanza de oír buenas noticias, pero este le pide el pasaporte. Copia concienzudamente los datos y anuncia que buscarán también en tierra firme, en Split. Y en las islas vecinas.
—Es posible que caminara hacia el ferry por la orilla —explica.
—No llevaba dinero. No money. Está todo aquí. —Y Kunicki muestra el bolso del que saca un monedero, rojo y bordado con pequeñas cuentas. Lo abre y se lo enseña al policía, que se encoge de hombros y copia la dirección polaca.
—¿Cuántos años tiene el niño?
Kunicki contesta que tres.
Conducen por la serpenteante carretera de vuelta al mismo lugar, el día promete ser despejado y tórrido, sobrexpuesto a la luz como una película sacada del carrete. A mediodía todas las imágenes habrán desaparecido. Kunicki piensa en la posibilidad de escrutarlo todo desde lo alto, desde un helicóptero, al fin y al cabo la isla está casi desnuda. También piensa en los chips, en que se los injertan a los animales, a las aves migratorias, cigüeñas y grullas, y ya no quedan para las personas. Todo el mundo debería llevar uno, por su propia seguridad. Posibilitaría el rastreo en internet de todo movimiento humano: caminos, lugares donde la gente descansa y donde se pierde. ¡Cuántas vidas podrían salvarse! Cree estar viendo la imagen en la pantalla de un ordenador: líneas de colores correspondientes a cada individuo, huellas y señales constantes. Círculos y elipses, laberintos. Quizá también ochos sin acabar, quizá espirales malogradas, abruptamente truncadas.
Hay un perro pastor de color negro; le dan a oler un jersey de ella desde el asiento de atrás. El perro olfatea los alrededores del coche y luego se interna entre los olivos por el sendero. Kunicki siente una súbita inyección de energía, pronto se aclarará todo. Corren tras el perro, que se detiene en el sitio donde habrán hecho sus necesidades, pese a que no se distingue huella alguna. Se le ve muy satisfecho de sí mismo, pero, querido pastor, no has hecho más que empezar. ¿Dónde están, adónde se fueron? El perro no entiende qué más esperan de él, pero retoma la marcha, a regañadientes, en dirección opuesta, alejándose de los viñedos a lo largo de la carretera.
Así que caminó a lo largo de la carretera, piensa Kunicki, seguramente se equivocó. Pudo salir más adelante y haberlo esperado a unos cientos de metros. Pero ¿no oyó el claxon? ¿Y después? Quizá los recogió alguien, pero teniendo en cuenta que no los han encontrado, ¿dónde puede haberlos llevado ese alguien? Alguien. Una figura vaga, difusa, ancha de hombros. Cogote recio. Un secuestro. ¿Los habrá noqueado y metido en el maletero? Después los habrá trasladado a tierra firme en el ferry, podrían estar en Zagreb o en Múnich o en cualquier otra parte. ¿Y cómo pudo cruzar la frontera con dos cuerpos inconscientes?
Sin embargo, el perro no tarda en torcer hacia un barranco que va en diagonal a la carretera, una brecha larga y pedregosa que desciende sorteando las piedras. Al fondo se extiende un pequeño viñedo descuidado donde hay una casa de piedra, parecida a un quiosco, con techo de hojalata ondulada llena de herrumbre. Ante la puerta hay un montoncito de tallos de vid secos, reunidos probablemente para ser quemados. El perro describe círculos concéntricos alrededor de la casa y acaba regresando siempre a la puerta. Sin embargo, constatan con sorpresa que la puerta está cerrada con candado. Habrá sido el viento el que ha acumulado las ramitas en el umbral. Resulta evidente que nadie ha podido entrar por ahí. El policía mira al interior a través de los cristales sucios, después empieza a tirar de la ventana, cada vez más fuerte, hasta que la arranca. Entonces se asoman y les golpea un persistente olor a cerrado y a mar.
El walkie-talkie crepita, el perro bebe agua y recibe nueva orden de oler el jersey. Da tres vueltas a la casa, regresa a la carretera y, tras dudar un rato, la recorre en dirección a unas rocas prácticamente desnudas, apenas cubiertas de hierba seca en muy contados lugares. Desde el acantilado se ve el mar. Todos los del grupo de búsqueda están allí, de cara al agua.
El perro pierde el rastro, da media vuelta, finalmente se tumba en medio del sendero.
—To je zato jer je po noći padala kiša —dice alguien en croata, y Kunicki entiende perfectamente que habla de la lluvia de anoche.
Viene Branko y se lo lleva a comer. La policía se queda allí mientras ellos dos van a Komiža. Casi no hablan. Kunicki intuye que Branko seguramente no sabe qué decirle, y más aún en una lengua extranjera, en inglés. De acuerdo, que no diga nada. Piden pescado frito en un restaurante a orillas del mar; de hecho ni siquiera es un restaurante, sino la cocina de unos amigos de Branko. Todos lo son aquí, incluso tienen un aire de familia, rasgos afilados, caras curtidas por el viento, una tribu de lobos de mar. Branko le sirve una copa de vino e insiste en que se la beba. Apura la suya de un trago. No acepta dinero para pagar la cuenta. Recibe una llamada.
—They manage to get a helicopter, an airplane. Police —dice.
Elaboran un plan de expedición bordeando la costa, con la barca de Branko. Kunicki telefonea a Polonia, a casa de sus padres, oye la familiar voz ronca de su padre, le dice que deben quedarse tres días más. No le cuenta la verdad. Todo va bien, sencillamente deben quedarse. También llama al trabajo, dice que le ha surgido un pequeño problema y pide tres días más de vacaciones. No sabe por qué dice «tres días».
Espera a Branko en el embarcadero. Este aparece otra vez con su camiseta con una concha estampada, pero es una camiseta nueva, limpia, fresca, debe de tener para dar y regalar. Entre las barcas amarradas encuentran un pequeño bote de pesca. Unas letras azules torpemente escritas en el borde pregonan su nombre: Neptuno. En ese momento Kunicki recuerda que el ferry que los trajo se llamaba Poseidón, al igual que muchos bares, tiendas y barcas. Poseidón o Neptuno, nombres que el mar expele como conchas. Sería interesante averiguar cómo se compran los derechos de autor a un dios. ¿Con qué se le paga?
Se acomodan en el bote. Pequeño y estrecho, es más bien una barca a motor con una minúscula cabina de madera, de tablones toscamente armados. Branko guarda en ella botellas de agua, llenas y vacías. Algunas contienen vino de su propio viñedo, blanco, bueno, fuerte. Todos tienen aquí su propio viñedo y hacen su propio vino. Branko saca de allí un motor y lo fija en la popa. Arranca al tercer intento. A partir de entonces hay que gritar para oírse. El ruido es espantoso, pero al cabo de un rato el cerebro se acostumbra a él como a la gruesa ropa de invierno que separa el cuerpo del resto del mundo. Poco a poco el ruido se impone a la vista de la bahía, cada vez más pequeña, y del puerto. Kunicki divisa la casa en la que se alojaban, incluso las ventanas de la cocina y la flor de agave disparándose hacia lo alto desesperadamente, como un fuego artificial petrificado, una eyaculación triunfante.
Todo disminuye y se funde ante sus ojos: las casas en una oscura línea irregular, el puerto en una caótica mancha blanca entreverada por las rayas de los mástiles; sobre la ciudad, a su vez, emergen las montañas, desnudas, grises, salpicadas aquí y allá por el verdor de los viñedos. No paran de crecer, ya son enormes. Desde su interior, desde la carretera, la isla parecía pequeña, ahora exhibe su poderío: un macizo de rocas formando un cono monumental, un puño que sobresale del agua.
Al virar a babor dejando atrás la bahía y adentrarse en mar abierto, la costa de la isla parece escarpada y amenazadora.
A consecuencia de la maniobra las blancas crestas de las olas golpean las rocas y los pájaros se asustan por la presencia del bote. Cuando vuelven a arrancar el motor, los pájaros desaparecen. Y aún hay más: la línea vertical de un avión que va rumbo al sur y parte el cielo en dos.
Reemprenden la marcha. Branko enciende un par de cigarrillos y ofrece uno a Kunicki. Resulta difícil fumar: gotas minúsculas salpican desde debajo de la proa alcanzándolo todo.
—Mira el agua —grita Branko—, cualquier movimiento.
Al aproximarse a una bahía con una gruta, ven un helicóptero. Vuela en sentido contrario. Branko se pone en pie en medio del bote y hace señales. Kunicki mira el artefacto, casi feliz. La isla no es grande, piensa por centésima vez, nada puede escapar a la mirada de esa libélula mecánica que vuela alto, todo se verá claro y cristalino.
—Pongamos rumbo al Poseidón —grita a Branko, pero este se muestra reticente.
—Por allí no se puede pasar —grita a su vez como respuesta.
Sin embargo, el bote vira y aminora la marcha. Se mete entre las rocas con el motor apagado.
Esta parte de la isla también debe de llamarse Poseidón, como todo lo demás, piensa Kunicki. El bueno del dios se ha construido aquí sus propias catedrales: naves, cuevas, columnas y coros. Las líneas son imprevisibles, el ritmo falso y desacompasado. La humedad da brillo a las negras rocas ígneas, como forradas con un oscuro y raro metal. Ahora, al anochecer, estas construcciones resultan tristísimas, la quintaesencia del abandono, nadie ha rezado nunca aquí. Kunicki tiene de pronto la sensación de encontrarse ante prototipos de los templos creados por el hombre, de que los grupos de turistas deberían ser traídos aquí antes de visitar Reims o Chartres. Quiere compartir con Branko este descubrimiento, pero hay demasiado ruido como para poder hablar. Ven otro bote, más grande, donde pone Policie. Split. Sigue la línea de la escarpada costa. Los botes se aproximan y Branko se pone a hablar con los policías. No hay ni rastro, nada. Al menos eso imagina Kunicki, pues el estruendo del motor ahoga la conversación. Deben de entenderse leyendo los labios e interpretándolo todo por la manera suave e impotente de encogerse de hombros que no casa con sus camisas blancas con chatarreras de uniforme policial. Indican que hay que volver porque pronto se hará de noche. Es lo único que oye Kunicki: «Volved». Branko pisa el acelerador, emitiendo un ruido que suena como una explosión. El agua se contrae levantando olas minúsculas como escalofríos.
Llegar ahora a la isla resulta muy distinto que hacerlo de día. Primero ven luces centelleantes que por momentos se separan formando hileras. Crecen sumidas en una oscuridad cada vez más profunda, se independizan y diferencian: las luces de los yates amarrados junto al muelle en nada se parecen a las que se filtran por las ventanas de las casas; las que iluminan los rótulos de los comercios en nada se parecen a los movedizos faros de los coches. La imagen segura de un mundo domesticado.
Finalmente Branko apaga el motor y el bote alcanza la orilla. De repente, los bajos rozan terreno pedregoso: han llegado a la pequeña playa municipal, justo enfrente del hotel, lejos del embarcadero. Kunicki adivina el porqué. Al lado de la rampa, en el límite mismo de la playa, ve un coche de policía, dos hombres con camisas blancas que evidentemente los están esperando.
—Me parece que quieren hablar contigo —dice Branko mientras amarra el bote. Kunicki por poco se desmaya, tiene miedo de lo que quizá esté a punto de oír. Que han encontrado sus cuerpos. Eso es lo que le da miedo. Se acerca a ellos, las rodillas le tiemblan.
Gracias a Dios, se trata de un simple interrogatorio. No, no hay ninguna novedad. Pero ha pasado tanto tiempo que el asunto se ha vuelto serio. Lo llevan a la comisaría de Vis por la misma carretera, la única que hay en la isla. Ha oscurecido ya del todo, pero por lo visto conocen bien el camino, pues no aminoran la marcha ni siquiera en las curvas cerradas. No tardan en dejar atrás el lugar fatídico.
En la comisaría lo esperan personas nuevas. Un traductor alto y apuesto que habla un polaco que, seamos sinceros, deja bastante que desear —lo han traído expresamente desde Split—, y un oficial. Indiferentes, le hacen preguntas de rutina. Empieza a darse cuenta de que se ha convertido en sospechoso.
Lo devuelven al hotel. Baja del coche y hace ademán de entrar. Pero solo lo finge. Aguarda en un oscuro pasillo a que se marchen, a que cese el ruido del motor, y luego sale a la calle. Se encamina hacia donde se concentran más luces, al bulevar junto al embarcadero donde están todos los bares y restaurantes. Pero es tarde y a pesar de ser viernes ya no hay aglomeraciones; debe de ser la una o las dos de la madrugada. Entre los escasos clientes en las mesas busca con la vista a Branko, pero no lo ve, no divisa su conocida camiseta con una concha. Hay unos italianos, toda una familia, están acabando de cenar, también ve a dos personas mayores, sorben algo con una pajita mientras observan a la ruidosa familia italiana. Dos mujeres rubias, en actitud de íntima complicidad, los hombros tocándose, absortas en su conversación. Hay algunos lugareños, pescadores, otra pareja. Nadie le presta atención, qué alivio… Camina por el límite de la sombra, casi tocando el agua, percibe el olor a pescado y la cálida y salada brisa del mar. Le entran ganas de dar media vuelta y subir por una de las empinadas callejuelas en dirección a la casa de Branko, pero no se atreve, ya deben de estar dormidos. Así que se sienta en una pequeña mesa al borde de una terraza. El camarero lo ignora.
Observa a los hombres que llegan a la mesa de al lado. Se sientan y acercan otra silla. Son cinco. Antes de que venga el camarero, antes de pedir bebidas, reina entre ellos una intangible complicidad.
De distintas edades, dos lucen una barba tupida, pero toda diferencia pasa inadvertida una vez formado el círculo que, queriéndolo o no, han creado. Hablan, aunque no importa lo que dicen: podría pensarse que se preparan para cantar a coro, que prueban la voz. El círculo se llena de risas: los chistes, aun los más trillados, son pertinentes, incluso deseables. Una risa que susurra, vibrante, conquista el espacio y acalla a las turistas de la mesa vecina, dos mujeres de mediana edad, consternadas. Atrae miradas curiosas.
Preparan al público. La entrada del camarero con una bandeja de bebidas se convierte en una obertura, y el joven camarero en un maestro de ceremonias que, inconsciente de su papel, anuncia un baile o una ópera. Al verlo se animan, una mano le indica dónde ponerlas: aquí. Breves momentos de silencio, y los bordes de cristal alcanzan sus labios. Algunos de ellos, los más impacientes, no consiguen evitar cerrar los ojos, igual que en la iglesia cuando el cura, solemne, deposita en la lengua extendida una oblea blanca. El mundo está listo para dar un vuelco: solo en apariencia el suelo sigue bajo los pies y el techo sobre la cabeza, el cuerpo ya no pertenece exclusivamente a cada uno, sino que forma parte de una cadena viva, el eslabón de un círculo que ha cobrado vida. Ahora igual, vasos viajando hasta los labios, casi no se percibe el instante mismo de vaciarlos, es un momento de máxima concentración, de efímera seriedad. Estarán a partir de ahora aferrados a ellos: a los vasos. Los cuerpos sentados a la mesa empezarán a dibujar sus círculos, las coronillas marcarán en el aire los suyos, al principio pequeños, mayores después. Se superpondrán, dibujando nuevos arcos. Al final se levantarán las manos, primero probarán su fuerza en el aire, gesticulando para ilustrar las palabras, luego caerán sobre los hombros de los compañeros, sobre nucas y espaldas, propinando golpecitos de apoyo. En esencia, gestos de amor. La confraternización de manos y espaldas no resulta inoportuna, es un baile.
Kunicki lo contempla con envidia. Le gustaría salir de la sombra y unirse al grupo. Desconoce esa intensidad. Él pertenece al norte, donde los hombres se comportan con mayor timidez. Pero en el sur, donde el sol y el vino dan al cuerpo espontaneidad sin retraimiento, ese baile cobra absoluta realidad. Solo al cabo de una hora se desploma el primer cuerpo sobre el respaldo de la silla.
La cálida brisa nocturna lo empuja hacia las mesas posándole su pata en la espalda, insistiéndole: «Venga, hombre, ven». Quisiera unirse a ellos, vayan a donde vayan. Quisiera que lo llevaran con ellos.
Regresa a su hotelito por el costado no iluminado del bulevar, cuidándose mucho de no cruzar el límite de la sombra. Antes de entrar en la estrecha y asfixiante escalera, toma una bocanada de aire y se queda quieto un rato. Luego sube la escalera, tanteando los peldaños en la oscuridad, y enseguida cae desplomado en la cama, sin quitarse la ropa, boca abajo, con los brazos extendidos hacia los lados, como si alguien le hubiera pegado un tiro en la espalda y él contemplase esa bala durante unos instantes y luego se muriera.
Se levanta a las pocas horas, dos o tres, pues todavía está oscuro. Y baja a tientas hasta el coche. La alarma chasquea, el coche, lleno de añoranza, parpadea con guiños cómplices. Kunicki descarga el equipaje, todo, sin orden ni concierto. Sube los bártulos escaleras arriba y los arroja al suelo de la cocina y de la habitación. Dos maletas y un sinfín de hatillos, bolsas, cestas, también la de las provisiones para el viaje, un juego de aletas en su saco de plástico, las caretas de buceo, el parasol, las esterillas de playa y la caja de vino que compraron en la isla, así como el ajvar, ese condimento de pimientos rojos que tanto les había gustado, y unos tarros de aceitunas. Enciende las luces y se sienta en medio de todo este desorden. Después coge el bolso de ella y vacía suavemente su contenido sobre la mesa de la cocina. Se sienta y posa la mirada en el patético montoncito de objetos como si se tratase de un complicado juego de palillos chinos y le tocara a él hacer la siguiente jugada: extraer uno sin mover ningún otro. Tras vacilar un instante elige la barra de labios y desenrosca la tapa. De color rojo oscuro, casi nueva, apenas la había usado. Se la lleva a la nariz. Huele bien, es difícil decir a qué. Se arma de valor, va cogiendo uno a uno los demás objetos y los deposita por separado sobre la mesa. El pasaporte: viejo, con tapas azules, en la foto está bastante más joven, lleva una melena larga y suelta, con flequillo. Su firma en la última página aparece borrosa, por eso a menudo la retienen en las fronteras. El pequeño bloc de notas negro, con cierre de goma. Lo abre y lo hojea: unos apuntes, el dibujo de una chaqueta, una columna de cifras, la tarjeta de un bistró del balneario de Polanica, un número de teléfono al dorso, un mechón de pelo, oscuro, ni mechón siquiera, tan solo unas docenas de cabellos sueltos. Lo deja a un lado. Ya lo examinará más adelante. El estuche de maquillaje hecho de tela exótica hindú, en el interior: un perfilador de ojos verde oscuro, una polvera (sin apenas polvos), un rímel verde con cepillo en espiral, un sacapuntas de plástico, brillo de labios, unas pinzas, una cadenita ennegrecida rota. También encuentra una entrada del museo de Trogir con una palabra extranjera escrita al dorso; acerca a los ojos el pedazo de papel y lee con dificultad: καιρóς, debe de leerse K-A-I-R-Ó-S, pero no está seguro, la palabra no le dice nada. Y mucha arena en el fondo.
El móvil, casi descargado. Comprueba el registro de llamadas recientes; se repite su propio número, pero también hay otros, dos o tres, no le dicen nada. «Mensajes recibidos», solo uno, de él, cuando se perdieron en Trogir: Estoy junto a la fuente de la plaza principal. «Mensajes enviados»: vacío. Vuelve al menú principal, en pantalla la iluminada aparece un dibujo, al cabo de unos instantes se apaga.
Un paquete de pañuelos de papel, abierto. Un lápiz, dos bolígrafos, uno es un Bic naranja, el otro lleva escrito «Hotel Mercure». Calderilla, céntimos de zloty y de euro. Un monedero, con billetes croatas, poca cosa, y diez zlotys polacos. La tarjeta Visa. Un paquete de pósits naranja, manchado. Un alfiler de cobre con un grabado antiguo, parece roto. Dos caramelos Kopiko. La cámara de fotos, digital, en su estuche negro. Un clavo. Un clip blanco. Un envoltorio de chicle, dorado. Migas. Arena.
Coloca todo esto cuidadosamente sobre la encimera negra mate, cada cosa equidistante de la siguiente. Se acerca al grifo, bebe agua. Vuelve a la mesa y enciende un cigarrillo. Después saca fotos con la cámara de ella, objeto a objeto. Los fotografía despacio, con solemnidad, el zoom al máximo, el flash puesto. Solo lamenta que esta pequeña cámara no pueda fotografiarse a sí misma. También ella es una prueba en todo este asunto. A continuación va a la entrada, donde están las bolsas y las maletas, y toma una instantánea de cada una de ellas. Sin embargo, no se detiene ahí, deshace las maletas y se pone a fotografiar cada prenda, cada par de zapatos, cada tubo de crema y el libro. Los juguetes del niño. Incluso saca de una bolsa de plástico la ropa sucia y a ese montoncito informe también le hace una foto.
Encuentra una botellita de rakia, se la bebe de un trago, sin soltar la cámara, y toma una instantánea de la botella vacía.
Ya se ha hecho de día cuando conduce en dirección a Vis. Lleva los bocadillos, resecos, que ella había preparado para el camino. Con el calor, la mantequilla se ha derretido, empapando las rebanadas de pan con una fina y reluciente capa de grasa, el queso está duro y medio transparente, parece plástico. Se come un par al abandonar Komiža, se limpia las manos en el pantalón. Conduce despacio, con cuidado, mirando a los lados, a todo lo que ve al pasar, consciente de que lleva alcohol en la sangre. Pero se siente fuerte e infalible como una máquina. No mira hacia atrás, aunque sabe que allí, a sus espaldas, el mar crece metro a metro. La limpidez del aire permitiría seguramente divisar la costa italiana desde lo alto. De momento se para en el arcén y examina con la mirada todo lo que hay a su alrededor, cada pedacito de papel, cada desperdicio. También tiene los prismáticos de Branko, los usa para observar las laderas. Ve los pedregosos declives cubiertos por un fino colchón grisáceo de hierba reseca, ve los inmortales arbustos de zarzamoras oscurecidos por el sol, aferrándose a las piedras con sus largos brotes. Miserables olivos asilvestrados de tronco retorcido, pequeñas tapias de piedra vestigio de viñedos abandonados.
Al cabo de más o menos una hora, despacio, como un coche patrulla de la policía, empieza a adentrarse en Vis. Pasa junto a un supermercado, hace la compra, vino sobre todo, y en un momento se planta en la ciudad.
El ferry ya ha atracado en el muelle. Es inmenso, enorme como un edificio, un bloque flotante. Poseidón. Su portalón ya está abierto, ya hay formada una cola de coches y gente medio dormida para alimentar sus fauces. Enseguida empezará el embarque. Kunicki se detiene junto a la barandilla y observa el grupo de personas que están comprando billetes. Algunas cargan con mochilas, entre ellas una preciosa muchacha tocada con un turbante multicolor; la mira, no puede quitarle los ojos de encima. Junto a esta beldad, un muchacho alto de tipo escandinavo.
Hay mujeres con niños, supone que del lugar, sin equipaje, un hombre trajeado, con un maletín. También una pareja: ella, acurrucada contra el pecho de él, tiene los ojos cerrados, como si quisiera completar el sueño de una noche demasiado corta. Y varios coches, uno cargado hasta los topes, con matrícula alemana, dos italianos… Y unas furgonetas locales que van a buscar pan, verduras, el correo. La isla debe subsistir. Kunicki, con disimulo, echa un vistazo al interior de los coches.
Por fin la cola se mueve, el ferry engulle a personas y vehículos, nadie protesta, avanzan como borregos. Todavía llegan unos moteros franceses, son los cinco últimos, y también desaparecen dócilmente en las fauces del Poseidón.
Kunicki espera a que el portalón se cierre con su chirrido metálico. El taquillero cierra de golpe la ventanilla y sale a fumarse un cigarrillo. Los dos son testigos de cómo el ferry, con un escándalo repentino, se aleja de la orilla.
Le dice que está buscando a una mujer con un niño, saca del bolsillo el pasaporte de ella y se lo planta delante de las narices.
El taquillero se inclina para examinar la foto del pasaporte. Dice en croata algo así como:
—La policía ya ha preguntado por ella. Nadie la ha visto por aquí. —Da una calada y añade—: No es una isla grande, alguien se acordaría.
De pronto le da una palmada en el hombro, como si se conocieran de toda la vida.
—¿Un café? ¿Te apetece? —Y señala con la cabeza el cafetín del puerto que abre en ese justo momento.
Pues sí, un café, ¿por qué no?
Kunicki toma asiento en una mesita y el otro viene enseguida con sendos expresos dobles. Beben en silencio.
—No te preocupes —dice el taquillero—. Aquí es imposible perderse. Aquí estamos todos siempre a la vista, como expuestos en la palma de una mano abierta —dice, y le muestra la palma de la mano, surcada por varias líneas gruesas. Después le trae un panecillo con carne y lechuga. Finalmente se va, dejando a Kunicki con el café a medio tomar. Cuando desaparece, un breve sollozo lo sacude; es como un bocado de pan, así que se lo traga. No sabe a nada.
No logra evitar la sensación de estar expuesto en la palma de una mano. Para ser visto. ¿Por quién? ¿Quién querrá observar a todo el mundo, esa isla en medio del mar, esos hilos de caminos asfaltados que van de un puerto a otro puerto, a varios miles de personas derretidas por el sol, turistas y lugareños, en constante movimiento? En su cabeza centellean imágenes como captadas por satélite, al parecer se puede leer en ellas lo que pone en una caja de cerillas. ¿Será eso posible? ¿También será visible desde ahí arriba su incipiente calvicie? Un cielo inmenso, templado, poblado por incansables satélites armados con ojos escrutadores.
Regresa al coche atravesando un pequeño cementerio junto a la iglesia. Todas las tumbas miran al mar, como en un anfiteatro, de manera que los muertos observan el ritmo del puerto, lento, repetitivo. Probablemente les alegra el blanco ferry, a lo mejor incluso lo toman por un arcángel que escolta las almas en su aéreo viaje.
Kunicki nota que algunos apellidos se repiten. La gente y los gatos de aquí deben de parecerse: crecen en entornos endogámicos, se mueven en ambientes formados por contadas familias, rara vez salen de ellos. Se detiene una sola vez: al ver una lápida pequeña con apenas dos filas de letras:
Zorka 9-02-21 – 17-02-54
Srečan 29-01-54 – 17-07-54
Durante un rato busca en esas fechas un orden algebraico, parecen una clave. Madre e hijo. Una tragedia encerrada entre dos fechas, desarrollada por etapas. Una carrera de relevos.
Aquí se acaba la ciudad. Está cansado, el calor ha alcanzado su cénit y el sudor le inunda los ojos. Subiendo de nuevo en coche al interior de la isla, constata que el sol pertinaz hace de ella el lugar más inhóspito de la tierra. El calor emite el tictac de una bomba de relojería.
En la comisaría le ofrecen una cerveza bien fresca, como si quisieran ocultar su impotencia bajo la blanca espuma. «No los ha visto nadie», dice un funcionario fornido y, cortésmente, dirige hacia él el ventilador.
—¿Qué hago? —pregunta al policía desde la puerta.
—Debería irse a descansar —responde el policía.
Pero Kunicki se queda en la comisaría y, todo oídos, escucha cada conversación telefónica, cada chasquido de los walkie-talkie, cargado siempre de algún significado oculto, hasta que viene a buscarlo Branko y se lo lleva a comer. Casi no hablan. Después pide que lo dejen en el hotel, se siente débil y se tumba en la cama sin quitarse la ropa. Huele su propio sudor; el repulsivo olor del miedo.
Vestido, permanece tumbado boca arriba entre las cosas que había sacado de las bolsas. Con vista atenta calibra sus constelaciones, sus interrelaciones, las direcciones que señalan y las figuras que forman. Tal vez sea un presagio. Hay en todo ello un mensaje para él, en torno a su mujer y su hijo, pero sobre todo acerca de él mismo. Desconoce esta escritura y estos signos, seguro que no son obra de mano humana. La relación que los une resulta evidente, el mero hecho de que los esté mirando reviste importancia, y el verlos encierra un gran misterio, misterio es que pueda mirar y ver, misterio es que exista.
Tierra
El verano se cerró tras él dando un portazo. Kunicki se va adaptando, cambia las sandalias por unas zapatillas, las bermudas por el pantalón largo, afila los lápices de su escritorio, ordena facturas. El pasado ha dejado de existir, se convierte en retazos de vida: nada que lamentar. Así que eso que siente debe de ser un dolor fantasma, irreal, un dolor de toda forma incompleta, mellada, que por su propia naturaleza tiende a un todo. No hay otra manera de explicarlo.
No logra conciliar el sueño últimamente. Es decir, sí se duerme por la noche, agotado, pero se despierta hacia las tres o cuatro de la madrugada, como tras la gran inundación de hace años. Solo que entonces sabía el porqué de su insomnio: le había asustado el cataclismo. Ahora es distinto, no se ha producido ningún desastre. Sin embargo, se ha abierto un agujero, una interrupción. Kunicki sabe que las palabras podrían recomponerlo; si encontrase un número razonable de palabras sensatas, adecuadas para explicar lo sucedido, del agujero no quedaría ni rastro y él dormiría hasta las ocho. Algunas veces, pocas, le parece oír dentro de su cabeza una o dos palabras pronunciadas en voz alta, lacerantes. Palabras arrancadas tanto de la noche de insomnio como del frenesí del día. Algo chispea en las neuronas, impulsos saltando de un lugar a otro. ¿No es eso lo propio del proceso de pensar?
Se trata de espectros prêt-à-porter apostados a las puertas de la razón, fabricación en serie. No resultan nada aterradores, no son comparables con ningún diluvio bíblico, no encierran escenas dantescas. Se trata simplemente de la terrible inevitabilidad del agua, de su omnipresencia. Impregna las paredes del piso. Kunicki examina con el dedo el enfermo revoque empapado, la pintura húmeda deja huella en su piel. Las manchas trazan en la pared mapas de países que no conoce, que no sabe nombrar. Las gotas se filtran por el marco de las ventanas, se cuelan bajo la alfombra. Clava una alcayata en la pared y verás salir un reguerito, abre un cajón y oirás un chapoteo. Levanta una piedra y me descubrirás a mí, susurra el agua. Chorros incontrolables inundan los teclados, se apaga la pantalla bajo el agua. Kunicki sale corriendo de su bloque de pisos y constata que han desaparecido los cajones de arena para niños y los parterres, el bajo seto vivo ha dejado de existir. Con el agua hasta los tobillos, va hacia su coche, con él intentará salir del barrio y alcanzar un terreno más elevado, pero no le dará tiempo. Resultará que están sitiados, es una ratonera.
Alégrate de que todo haya acabado bien, se dice al levantarse en la oscuridad para ir al cuarto de baño. Claro que me alegro, se contesta. Pero no se alegra. En absoluto. Vuelve a acostarse entre las sábanas aún calientes y permanece tumbado con los ojos abiertos, hasta la mañana. Sus pies, inquietos, se dirigen a alguna parte en un paseo irreal e impedido por los pliegues del edredón, escuecen por dentro. A ratos descabeza un sueñecito del que lo despierta su propio ronquido. Ve clarear el día al otro lado de la ventana, oye el ruido de los basureros y los primeros autobuses; los tranvías salen de sus cocheras. A primera hora de la mañana se pone en movimiento el ascensor, se oyen sus chirridos desesperados, chillidos de una existencia encerrada en un espacio bidimensional, arriba y abajo, nunca en diagonal o a los lados. El mundo sigue adelante, con ese agujero irreparable, lisiado. Cojea.
Kunicki cojea junto con él hacia el cuarto de baño, después, de pie, toma un café junto a la encimera de la cocina. Despierta a su mujer. Medio dormida, desaparece en el baño.
Le ha encontrado una ventaja a su insomnio: escuchar lo que ella pueda decir mientras duerme. Así se desvelan los mayores secretos. Escapándose involuntariamente cual diminutos haces de humo para enseguida desaparecer; hay que atraparlos justo al asomar por la boca. Así que piensa y aguza el oído. Ella duerme boca abajo, silenciosamente, su aliento es apenas perceptible, suspira a veces, pero esos suspiros no contienen palabras. Cuando se da la vuelta para cambiar de lado, su mano busca instintivamente otro cuerpo, intenta abrazarlo, su pierna aterriza en las caderas de él. Por un instante se queda petrificado, pues ¿qué querrá decir? Finalmente concluye que se trata de un movimiento mecánico y se lo consiente.
Aparentemente nada ha cambiado salvo que el sol le ha aclarado el pelo y salpicado con unas cuantas pecas su nariz. Pero al tocarla, al pasar la mano por su espalda desnuda, le parece haber descubierto algo. No acierta a saber qué. Esa piel le opone resistencia, se ha vuelto más dura, más compacta, como una lona.
No puede permitirse nuevas búsquedas, tiene miedo, retira la mano. En un duermevela imagina que su mano da con un terreno ignoto, algo que pasó por alto en los siete años de su matrimonio, algo vergonzoso, un estigma, una tira de piel peluda, una escama de pez, un plumón de pollo, una estructura atípica, una anomalía.
Por eso se aparta hasta el borde de la cama y mira desde ahí esa forma que es su mujer. A la tenue luz del barrio que penetra por la ventana, su cara no es más que un pálido contorno. Se queda dormido con los ojos clavados en esa mancha y ya clarea en el dormitorio cuando despierta. La luz del amanecer, metálica, cubre de ceniza los colores. Por un instante le asalta la estremecedora sensación de que está muerta: ve su cadáver, un cuerpo vacío y reseco del que el alma ha volado tiempo atrás. No le da miedo, solo le sorprende, y acto seguido, a fin de ahuyentar esta imagen, le toca la mejilla. Ella suspira y se vuelve hacia él poniéndole una mano sobre el pecho, el alma regresa. Su respiración recupera el ritmo acompasado, pero él no osa moverse. Espera a que el despertador lo libre de tan incómoda situación.
Le preocupa su propia inacción. ¿No debería apuntar todos estos cambios para no pasar nada por alto? Levantarse en silencio, escurrirse de la cama y en la mesa de la cocina dividir una hoja de papel en dos columnas y escribir: antes y ahora. ¿Qué escribiría? La piel, más áspera: a lo mejor envejece, sin más, o a causa del sol. ¿Camiseta en vez de pijama? A lo mejor los radiadores están regulados a mayor potencia que antes. ¿Su olor? Ha cambiado de crema.
Recuerda el pintalabios que tenía en la isla. ¡Ahora usa otro! El anterior era claro, beis, suave, del color de los labios. Este es rojo intenso, carmesí, no sabe cómo definirlo, nunca ha sido bueno en esto, nunca ha sabido cuál es la diferencia entre rojo y carmesí y ya no digamos púrpura.
Abandona con cuidado las sábanas, toca el suelo con los pies desnudos y, a oscuras, para no despertarla, va al cuarto de baño. Solo en él se deja deslumbrar por su cegadora luz. En el estante de debajo del espejo está su estuche de maquillaje bordado con cuentas. Lo abre con delicadeza para cerciorarse de sus suposiciones. El pintalabios es diferente.
Por la mañana consigue llevar a cabo una actuación perfecta, eso cree: perfecta. Que ha olvidado algo y tiene que quedarse en casa, cinco minutos más.
—Ve sola, no me esperes.
Finge tener prisa por encontrar unos papeles. Ella, mientras tanto, se pone la chaqueta frente al espejo, se envuelve el cuello con una bufanda roja y coge al niño de la mano. La puerta se cierra de golpe. Los oye bajar corriendo la escalera. Se queda inclinado encima de los papeles mientras el eco del portazo resuena repetidas veces en su cabeza como si rebotase un balón, bum, bum, bum, hasta que vuelve el silencio. Respira hondo y se yergue. Silencio. Nota cómo lo envuelve, a partir de este momento se mueve despacio y con precisión. Se dirige al armario, descorre su puerta acristalada y se sitúa frente a los vestidos de ella. Alarga el brazo hacia una blusa blanca, nunca se la ha puesto, es demasiado elegante. La roza con la punta de los dedos, después la toca con toda la mano, que desaparece en sus pliegues de seda. Pero como la blusa no le dice nada, continúa; reconoce un traje chaqueta de cachemira, también casi sin usar, y unos vestidos de verano, así como unas cuantas camisas, una encima de otra; un jersey de invierno, envuelto aún en la bolsa de plástico de la tintorería, y el largo abrigo negro. Tampoco la ha visto a menudo con él puesto. Se le ocurre que esta ropa colgada está ahí para confundirlo, despistarlo, llamarlo a engaño.
Están en la cocina hombro con hombro. Kunicki corta el perejil. No quiere volver a empezar, pero no consigue contenerse. Siente cómo las palabras se le agolpan en la garganta, no se ve capaz de tragarlas. Así que vuelta a empezar:
—Venga, ¿qué pasó?
Ella responde con voz cansada, su tono es de quien repite lo mismo por enésima vez, que él es un pelma y un aburrido:
—Otra vez: me mareé, debí de intoxicarme, ya te lo dije.
Pero él no se rendirá tan fácilmente:
—No te encontrabas mal al salir del coche.
—Es verdad, pero luego me sentí mal, muy mal —repite con sorna—. Creo que por un momento perdí el conocimiento, el pequeño se puso a chillar y sus gritos me hicieron volver en mí. Se asustó y yo también me asusté. Quisimos ir hacia el coche, pero con la confusión tomamos otra dirección.
—¿Qué dirección? ¿Hacia Vis?
—Sí, hacia Vis. No, no sé si hacia Vis, ¿cómo iba a saberlo?, de haberlo sabido habría regresado al coche, te lo dije mil veces —levanta la voz—. Cuando comprendí que me había perdido, nos sentamos en una floresta, el pequeño se durmió y yo seguía mareada…
Kunicki sabe que miente. Sigue cortando el perejil sin levantar la vista de la tabla y dice con voz de ultratumba:
—Por allí no había ninguna floresta.
Y ella casi gritando:
—¡Claro que sí!
—No, había olivos solitarios y viñedos. ¿Qué floresta?
Se hace un silencio. Ella lo interrumpe diciendo en tono mortalmente grave:
—Pues bien. Lo has descubierto todo. Bravo. Se nos llevó un platillo volante, experimentaron con nosotros, nos insertaron chips, mira, aquí. —Y levanta la cabellera enseñando la nuca; su mirada es fría.
Kunicki ignora su sarcasmo.
—De acuerdo, sigue.
Y ella sigue:
—Encontré una casita de piedra. Nos dormimos, se hizo de noche…
—¿Así, de repente? ¿Y en qué se os fue el día? ¿Qué hicisteis?
Ella no hace caso, continúa su relato:
—… Por la mañana nos gustó. Pensé que te preocuparías un poco y te acordarías de nuestra existencia. Una especie de terapia de choque. Comíamos uva y salíamos a nadar…
—¿Tres días sin comer?
—Comíamos uva, te lo acabo de decir.
—¿Y qué bebíais?
Ella tuerce el gesto.
—El agua del mar.
—¿Por qué no me dices simplemente la verdad?
—Esta es la verdad.
Kunicki se esmera en cortar los carnosos tallos.
—Vale, ¿qué pasó después?
—Nada. Finalmente volvimos a la carretera y paramos un coche que nos llevó hasta…
—¡Tres días más tarde!
—¿Y qué?
Él lanza el cuchillo contra el perejil. La tabla cae al suelo.
—¿Te das cuenta del lío que armaste? Te buscaron con un helicóptero. ¡Movilizaste toda la isla!
—Innecesariamente. Que las personas desaparezcan por un tiempo es algo que sucede, ¿no es cierto? No hacía falta desatar el pánico. Digamos que me encontré mal y luego mejoré.
—¿Dónde está mi mujer de siempre? ¿Qué demonios te ocurre? ¿Cómo piensas explicarlo?
—No hay nada que explicar. Te he dicho la verdad, pero tú no quieres escucharla.
Le grita y enseguida, bajando la voz:
—Dime lo que piensas, cómo te imaginas que pasó todo.
Pero él no contesta. Semejante conversación se ha repetido ya varias veces. Y no parece que ninguno de los dos tenga el ánimo para mantener otra.
En ocasiones, ella se apoya en la pared, entorna los ojos y se burla de él:
—Se acercó un autobús lleno de proxenetas y me llevaron a un burdel. Mantenían al pequeño en el balcón a pan y agua. Tuve sesenta clientes en aquellos tres días.
Entonces él se aferra con las manos a la mesa para no golpearla.
Nunca se lo había planteado ni se ha preocupado por no recordar el transcurso de los días uno tras otro. No sabe qué hizo tal o cual lunes, no solo tal o cual, sino el último o el penúltimo. No sabe qué hizo anteayer. Intenta evocar el jueves anterior a que salieran de Vis y… no ve nada. Pero cuando se concentra, los ve caminar por el sendero, oye el crujido de arbustos y hierbajos secos al ser pisados, que la hierba estaba tan reseca que quedaba reducida a polvo bajo sus pies. También recuerda la pequeña tapia baja, pero seguramente tan solo porque allí vieron una serpiente que escapó al verlos. Ella le mandó coger al niño en brazos. Y mientras él lo llevaba cuesta arriba, arrancó algunas hojas de una planta y las restregó entre los dedos. «Ruda», dijo. Entonces es cuando recuerda que toda la isla olía así, precisamente a esa hierba, incluso el rakia, metían en las botellas ramitas enteras. Pero ya no sabe decir cómo volvían ni lo que sucedió aquella tarde. Tampoco recuerda otras tardes. No recuerda nada, lo pasó todo por alto. Y lo que no se recuerda, es que nunca existió.
Los detalles, la importancia de los detalles; antes no los había tomado en serio. Ahora está seguro de que, si logra organizarlos en una cadena coherente de causa efecto, todo se aclarará. Debería sentarse tranquilamente en su despacho, desplegar un papel, a poder ser de gran tamaño, el más grande que encuentre, tiene uno así, en paquetes de libros, y anotarlo todo punto por punto. Al fin y al cabo, la verdad existe.
Pues bien. Corta las cintas de plástico de un paquete de libros, los apila sin siquiera mirarlos. Es uno de esos superventas recientes, al cuerno con él. Saca la hoja de papel gris y la extiende sobre la mesa. La vasta superficie gris, un poco arrugada, lo intimida. Con un rotulador negro escribe: frontera. Allí se pelearon. ¿Debería remontarse a los días anteriores al viaje? No, se quedará en la frontera. Habrá enseñado el pasaporte sacando la mano por la ventanilla del coche. Fue entre Eslovenia y Croacia. Recuerda que después circularon por una carretera entre aldeas abandonadas. Casas de piedra sin tejado, con huellas de incendios o bombardeos. Inconfundibles vestigios de la guerra. Campos de cultivo cubiertos de malas hierbas, una tierra seca y yerma, desamparada. Sus propietarios, desterrados. Senderos muertos. Mandíbulas apretadas. Nada, no pasa absolutamente nada, están en el purgatorio. Circulan contemplando en silencio estos desolados paisajes. Pero no se acuerda de ella, estaba sentada a su lado, demasiado cerca. Tampoco recuerda si se detuvieron por allí o no. Sí, repostan en una gasolinera pequeña. Le parece que compran helados. Y el tiempo: bochorno bajo un cielo lechoso.
Kunicki tiene un buen empleo. Le permite ser un hombre libre. Trabaja como representante comercial de una gran editorial capitalina; representante, que quiere decir que vende libros. Tiene asignados varios puntos en la ciudad que debe visitar de vez en cuando, promocionando ofertas, recomendando novedades, tentando con descuentos.
Detiene su coche delante de una pequeña librería de los suburbios y saca del maletero el pedido realizado. La librería se llama «Librería. Papelería», es demasiado pequeña para permitirse un nombre propio, de todos modos la mayor parte de su facturación la constituye la venta de cuadernos y libros de texto. El pedido cabe en una caja de plástico: manuales, dos ejemplares del sexto tomo de una enciclopedia, las memorias de un actor famoso y el último superventas de un título que no dice nada: Constelaciones, la friolera de tres ejemplares. Kunicki se promete a sí mismo leerlo más adelante. Le sirven un café y bizcocho casero, les cae bien. Da cuenta de los bocados de bizcocho con unos sorbos de café, muestra el nuevo catálogo de la editorial. Esto se vende bien, dice, y se lleva un nuevo pedido. En esto consiste su trabajo. Antes de salir, compra un calendario rebajado.
Por la tarde, en su minúscula oficina, anota los datos del pedido en formularios corporativos; los envía por correo electrónico. Al día siguiente recibirá los libros.
Qué alivio, disfruta de una calada, ha terminado su jornada laboral. Ha estado esperando este momento desde la mañana para poder mirar tranquilamente las fotos. Conecta la cámara al ordenador.
Son sesenta y cuatro. No elimina ninguna. Aparecen en modo presentación, unos segundos cada una. Las fotos son aburridas. Su único mérito radica en que inmortalizan instantes que de otro modo se perderían para siempre. Pero ¿vale la pena copiarlas? Pues sí. Kunicki las copia en un CD, apaga el ordenador y se va a casa.
Todos sus movimientos obedecen a actos reflejos: girar la llave de contacto, desactivar la alarma, abrocharse el cinturón de seguridad, encender la radio con el toque de un dedo, meter la primera. El coche rueda despacio desde el aparcamiento hacia la concurrida calle, en segunda. La radio da el pronóstico del tiempo: va a llover. Y precisamente en este momento empieza a llover, como si las gotas de la lluvia, preparada de antemano, estuvieran a la espera del conjuro de la radio. Arrancan los limpiaparabrisas.
Y de repente algo cambia. No se trata del tiempo ni de la lluvia ni de lo que ve desde el coche, sino de él, todo se le aparece de manera diferente. Es como si se acabara de quitar las gafas de sol o como si los limpiaparabrisas hubieran quitado algo más que el polvo de la ciudad. Sufre un acceso de calor y por un reflejo quita el pie del acelerador. Le pitan. Se obliga a recuperar el autocontrol y acelera hasta alcanzar a un Volkswagen negro. Empiezan a sudarle las manos. De buena gana se apartaría a un lado, pero no hay donde meterse, tiene que seguir.
Constata con estremecedora clarividencia que todo el camino, tan de sobra conocido, está lleno de señales chillonas. Una información destinada tan solo a él. Círculos sobre una pata, triángulos amarillos, cuadrados azules, paneles verdes y blancos, flechas, indicadores. Rojo, verde, naranja. Líneas pintadas sobre el asfalto, letreros informativos, advertencias, recordatorios. La sonrisa de una valla publicitaria, también importante. Las ha visto por la mañana, pero entonces no le decían nada, podía ignorarlas, ahora ya no podrá. Le hablan en tono bajo y categórico, son más numerosas que nunca, en realidad no dejan espacio para nada más. Rótulos de comercios, anuncios, logos de Correos, de farmacias, de bancos, la paleta STOP de una maestra de infantil que vigila a los niños en el paso cebra, una señal superponiéndose a otra, cruzando una segunda, indicando la de más allá; un poco más adelante, una señal tomando el relevo de otra y esta última relevando la siguiente, un contubernio de señales, una red de señales, una connivencia de señales a sus espaldas. Nada es inocente ni carente de significado, es un gran rompecabezas sin fin.
Presa del pánico, busca sitio para aparcar, tiene que cerrar los ojos, si no, se volverá loco. ¿Qué le pasa? Empieza a temblar. Divisa una parada de autobús y, aliviado, allí se detiene. Intenta controlarse. Piensa que tal vez haya tenido un derrame. Teme mirar a su alrededor. A lo mejor ha encontrado otra forma de ver, otro Punto de Vista, con mayúsculas, todo con mayúsculas.
La respiración no tarda en normalizarse, pero las manos le siguen temblando. Enciende un pitillo, sí, se envenenará un poco con nicotina, se aturdirá con el humo, fumigará los demonios. Ya sabe que no va a seguir conduciendo, no podría con ese nuevo conocimiento que lo abruma. Jadea con la cabeza apoyada en el volante.
Aparca el coche en la acera —seguro que le pondrán una multa— y sale con cuidado. La calzada de asfalto le parece viscosa.
—Señor Intocable —dice ella.
Kunicki no cae en la provocación: no contesta. Ella abre ruidosamente la puerta de un armario de cocina, saca un paquete de té y espera el lapso de tiempo que le ha concedido para que reaccione.
—¿Qué te ocurre? —pregunta agresivamente esta vez. Kunicki sabe que si tampoco contesta a esta pregunta, ella le lanzará un ataque en toda regla, de manera que, con calma, dice:
—No ocurre nada. ¿Qué quieres que ocurra?
Ella pega un bufido y enumera con voz monótona:
—No me hablas, no permites que te toque, te apartas a la otra punta de la cama, no duermes por las noches, no ves la tele, vuelves tarde de no se sabe dónde oliendo a alcohol…
Kunicki sopesa cómo comportarse. Sabe que haga lo que haga, estará mal. Así que se queda quieto. Se incorpora sobre la silla, clava los ojos en la mesa. Está tan incómodo como si hubiera algo negándose a pasar por su garganta. Detecta un movimiento amenazador en la cocina. Intenta una vez más:
—Hay que llamar a las cosas por su nombre… —Arranca, pero ella le interrumpe:
—Vaya, pues ojalá supiéramos ese nombre.
—De acuerdo. No me contaste lo que de verdad…
Pero no termina, porque ella tira el té al suelo y sale corriendo de la cocina. Un segundo después se oye el portazo de la entrada.
Kunicki piensa que es una actriz consumada. Podría hacer carrera.
Siempre ha sabido qué quería. Ahora no lo sabe. No sabe nada, ni siquiera sabe qué debería saber. Va abriendo secciones del catálogo general y, sin prestar demasiada atención, ojea las fichas atravesadas por una varilla. No sabe ni cómo ni qué buscar.
Pasó la última noche en internet. ¿Y qué encontró? Un mapa no muy exacto de Vis, una página del departamento de turismo croata, un horario de ferrys. Cuando tecleó el nombre de Vis, aparecieron decenas de páginas. Solo un par sobre la isla. Precios de hoteles y atracciones turísticas. Asimismo, Visible Imaging System, con fotografías de satélite, le pareció entender. Y Vaccine Information Statements. Victorian Institute of Sport. Y una más: System for Verification and Synthesis.
Internet lo conducía de una palabra a otra, ofrecía enlaces, señalaba con el dedo. Cuando no sabía algo, callaba discretamente o mostraba las mismas páginas hasta aburrir. Fue cuando Kunicki tuvo la impresión de haber alcanzado los límites del mundo conocido, el muro, la membrana de la bóveda celeste. Imposible romperlo a cabezazos y asomarse al exterior.
Internet es un estafador. Promete mucho: que cumplirá la tarea que le encomiendes, que encontrará aquello que busques; tarea, cumplimiento, premio. Pero a la hora de la verdad la promesa no es más que un reclamo, pues enseguida caes, hipnotizado, en trance. Los senderos se bifurcan, se multiplican a gran velocidad, los enfilas persiguiendo un objetivo que no tarda en desdibujarse y sufrir una serie de metamorfosis. Pierdes el suelo bajo los pies, el punto de partida queda olvidado y el objetivo desaparece definitivamente de tu vista, se extravía en el parpadeo de más y más páginas y tarjetas de visita que siempre prometen más de lo que pueden dar, fingen descaradamente que detrás de la superficie de la pantalla existe un cosmos. Nada más ilusorio, querido Kunicki. ¿Qué estás buscando, Kunicki? ¿Hacia dónde crees que vas? Tienes ganas de extender los brazos y lanzarte a él, a ese abismo, pero no existe nada más ilusorio: el paisaje resulta ser el fondo de la pantalla, no puedes dar un solo paso más.
Su pequeño despacho ocupa una sola habitación que alquila por cuatro perras en la cuarta planta de un desconchado edificio de oficinas. Al lado hay una agencia inmobiliaria y un poco más allá un salón de tatuajes. Tiene un escritorio y un ordenador. Paquetes de libros por el suelo. En el alféizar de la ventana hay una tetera eléctrica y un bote de café.
Arranca el ordenador y espera a que la máquina se recupere del susto. Mientras tanto enciende su primer pitillo. Vuelve a mirar las fotos, y esta vez las examina prestando mucha atención y dedicando tiempo a cada una, hasta que llega a las últimas que hizo: el contenido de su bolso desparramado por encima de la mesa y esa entrada con la palabra kairós, sí, incluso la aprendió de memoria: καιρóς. Sí, esta palabra se lo explicará todo.
De modo que ha encontrado algo que antes pasó por alto. Necesita fumar otro cigarrillo, hasta tal punto está excitado. Observa la palabra misteriosa que a partir de ahora lo guiará, la soltará al viento como una cometa y la seguirá. «Kairós», lee Kunicki, «kairós», repite sin estar seguro de cómo se pronuncia. Debe de ser griego clásico, piensa contento, ¡griego!, y se lanza hacia las estanterías de su biblioteca, donde no hay ningún diccionario griego, solo uno titulado Proverbios útiles en latín, al que apenas ha dado uso. Ya sabe que sigue la pista correcta. No podrá parar. Coloca las fotografías del contenido de su bolso, qué bien que las haya hecho. Las dispone una al lado de otra en filas iguales, como en un solitario. Enciende otro cigarrillo y da vueltas alrededor de la mesa como si fuera un detective. Se detiene, da una calada, clava los ojos en el pintalabios y el bolígrafo fotografiados.
De repente percibe que hay diferentes maneras de mirar. Con una solo se ven objetos, cosas útiles para la persona, concretas e inofensivas, y enseguida se sabe para qué sirven y cómo utilizarlas. Pero también existe una manera de mirar panorámica, generalizadora, gracias a la cual se descubren vínculos entre los objetos, su red de reflejos. Las cosas dejan de ser cosas, el hecho de que sirvan para algo es irrelevante, mera apariencia. Se convierten en señales, indican algo que no aparece en la fotografía, remiten más allá del marco de la instantánea. Hay que concentrarse mucho para mantener esa mirada, que en esencia es un don, un estado de gracia. El corazón de Kunicki late cada vez más fuerte. El bolígrafo rojo con la palabra «Septolete» aparece profundamente enraizado en un significado oscuro, inescrutable.
Reconoce ese lugar, estuvo en él por última vez cuando bajaban las aguas, justo después de la inundación. La biblioteca, la honorable Ossolineum, está situada junto al río, frente a él, y es un error. Los libros deberían guardarse en terreno elevado.
Recuerda aquella imagen, el momento en que salió el sol y bajaron las aguas. La inundación había dejado cieno y fango, pero ya habían limpiado algunos lugares y los trabajadores de la biblioteca ponían allí los libros a secar. Los colocaban medio abiertos en el suelo; eran cientos, miles. En esa posición tan poco natural para ellos, recordaban a seres vivos, un cruce entre pájaro y anémona. Manos enfundadas en finos guantes de látex despegaban pacientemente las páginas unas de otras para que frases y palabras se secaran por separado. Lamentablemente, las páginas se habían marchitado, oscurecido por el cieno y el agua, retorcido. La gente se movía entre ellas con sumo cuidado, mujeres con bata blanca, como en un hospital, dejaban los volúmenes abiertos hacia el sol, que fuera el sol quien leyese. Pero en el fondo era un panorama desolador, algo así como un encontronazo entre dos elementos. Kunicki lo contempló con horror hasta que, animado por el ejemplo de un transeúnte, se unió al grupo de voluntarios entusiastas.
Hoy se siente incómodo en esa biblioteca del centro de la ciudad, espléndidamente reconstruida tras el desastre de la inundación y oculta en una serie de edificios que circundan un claustro. Al entrar en la espaciosa sala de lectura ve mesas dispuestas en filas regulares y distancia discreta entre una y otra. Ante casi todas ellas hay sentada una espalda: inclinada, jorobada. Árboles sobre tumbas. Un cementerio.
Los libros colocados en los estantes solo muestran el lomo, es como si, piensa Kunicki, se pudiera mirar a la gente solo de perfil. No seducen con abigarradas cubiertas, no presumen de fajas que invariablemente rezan «el mayor», «la más grande»; disciplinados cual reclutas, solo presentan sus insignias básicas: autor y título, nada más.
Catálogos en lugar de reclamos publicitarios, carteles y bolsas con su logo. La igualdad de las fichas embutidas en cajones estrechos infunde respeto. Información básica, número, breve descripción, ningún alarde.
Nunca había estado allí. Durante la carrera frecuentaba únicamente la moderna biblioteca de la universidad. Entregaba una hoja con el título y el autor y al cabo de un cuarto de hora le traían el libro. Tampoco es que la frecuentara muy a menudo, en situaciones excepcionales más bien, porque la gente fotocopiaba la mayoría de los textos. Una nueva generación de la literatura: texto sin lomo, una fotocopia fugaz, una especie de kleenex que se hizo con el poder tras la abdicación del pañuelo de algodón tradicional. Los pañuelos de papel hicieron una modesta revolución: abolieron las diferencias de clase. Un solo uso y a la basura.
Tiene delante tres diccionarios. Diccionario griego-polaco. Autor: Zygmunt Węclewski, Lvov, 1929. Librería Samuela Bodeka, calle Batorego 20. Pequeño diccionario griego-polaco. Teresa Kambureli, Thanasis Kambureli, Wiedza Powszechna, Varsovia, 1999. Y los cuatro volúmenes del Gran diccionario griego-polaco, Zofia Abramowiczówna (ed.), 1962, Editorial PWN. En él descifra no sin dificultad la palabra καιρóς, ayudándose con un cuadro comparativo de alfabetos.
Lee solo lo que está escrito en polaco, en alfabeto latino: «1. “De la medida”, medida correcta, adecuación, moderación; diferencia; importancia. 2. “Del lugar”, lugar vital, sensible del cuerpo. 3. “Del tiempo”, tiempo crítico, adecuado, oportunidad, ocasión, momento favorable, el momento propicio es fugaz; los que han aparecido inesperadamente; perder la ocasión; cuando llega el momento adecuado, ayudar a tiempo en caso de tormenta, cuando se presenta la ocasión, prematuramente, períodos críticos, estados periódicos, orden cronológico de los hechos, situación, estado de cosas, posición, peligro definitivo, provecho, utilidad, ¿con qué fin?, ¿qué te ayudaría?, ¿dónde sería conveniente?».
Esto pone en el primer diccionario. En el segundo, más antiguo, Kunicki echa un vistazo somero a las diminutas entradas saltándose los términos griegos y tropezando con maneras de expresión anticuadas: «buena medida, moderación, relación correcta, alcanzar un objetivo, desmesura, instante correcto, tiempo adecuado, momento oportuno, maestría, asimismo, solamente, tiempo, hora, y en pl.: circunstancias, relaciones, tiempos, casos, incidentes, momentos revolucionarios decisivos, peligros; buena es la ocasión, la ocasión se brinda, a tiempo se presenta». El diccionario más reciente ofrece la pronunciación entre paréntesis cuadrados: [keirós]. Además: «tiempo atmosférico, tiempo cronológico, temporada, ¿qué tiempo hace?, temporada de uva, pérdida de tiempo, de cuando en cuando, una vez, ¿cuánto tiempo?, hace mucho que se debía hacer».
Desesperado, Kunicki pasea la vista por la sala de lectura. Ve las coronillas de cabezas inclinadas sobre libros. Vuelve a los diccionarios, lee la entrada anterior, que se parece mucho, en realidad solo difiere en una letra: καιριος. También difiere la explicación: «ejecutado a tiempo, certero, eficaz, mortal, fatal, pregunta decisiva» y: «sitio vulnerable del cuerpo, allí donde las heridas son eficaces, lo que siempre se produce a tiempo, será lo que tenga que ser».
Kunicki recoge sus cosas y regresa a casa. Por la noche encuentra en la Wikipedia una página dedicada a Kairós por la que se entera de que se trata de un dios, de poca importancia, olvidado, helénico. Y de que fue descubierto en Trogir. Su efigie estaba en aquel museo, por eso su mujer apuntó esta palabra. Nada más.
Cuando su hijo era pequeño, cuando era un lactante, Kunicki no pensaba en él como persona. Y eso estaba bien porque se encontraban muy cerca el uno del otro. La persona siempre está lejos. Aprendió a cambiarle los pañales con mucha destreza, lo hacía con un par de movimientos de manos, casi imperceptibles, solo se oía el débil sonido de los pañales. Sumergía su pequeño cuerpo en la bañera, le enjabonaba la barriga, después, envuelto en una toalla, lo llevaba a la habitación y le ponía el buzo. Aquello era fácil. Cuando se tiene un niño pequeño, no hace falta preguntarse nada, todo resulta obvio y natural. El niño abrazándose a tu pecho, su peso y su olor, tan familiar y enternecedor. Pero el niño no es una persona. Lo es a partir del momento en que se libra del abrazo y dice no.
Ahora le preocupa el silencio. ¿Qué hará el pequeño? Kunicki se planta en la puerta y ve a su retoño en el suelo entre juguetes Lego. Se sienta a su lado y toma entre las manos uno de los cochecitos de plástico. Lo conduce por una carretera pintada. Tal vez debería empezar por el cuento de érase una vez un cochecito que se perdió. Está a punto de abrir la boca cuando el niño le arrebata el juguete para entregarle otro: un camión de madera cargado de bloques.
—Vamos a construir —dice.
—¿Qué quieres construir? —Kunicki entra en el juego.
—Una casa.
Muy bien, una casa pues. Forman un cuadrado con los bloques. El camión va trayendo materiales.
—¿Y si construyéramos una isla? —pregunta Kunicki.
—No, una casa —contesta el pequeño y coloca más bloques sin orden ni concierto, uno encima de otro. Kunicki los arregla con delicadeza para que la construcción no se derrumbe.
—Esto…, ¿recuerdas el mar?
El niño asiente, el camión descarga una nueva remesa de suministros. Kunicki ya no sabe qué decir ni por qué preguntar. Señalando la alfombra, dirá que es una isla, que ellos se encuentran en esa isla, que papá está muy preocupado porque no sabe dónde puede estar su hijito. Pensado y hecho, pero no resulta convincente.
—No —se obstina el niño—. Construyamos la casa.
—¿Recuerdas cómo os perdisteis mamá y tú?
—¡No! —espeta el pequeño y, alegremente, descarga más bloques para la construcción.
—¿Te perdiste alguna vez? —insiste Kunicki.
—No —responde el pequeño, momento en que el camión se empotra con ímpetu en la casa recién levantada, las paredes se derrumban—. Bum, bum. —El niño se ríe.
Kunicki, con paciencia, se pone a reconstruirla.
Cuando ella vuelve a casa, Kunicki la ve desde la alfombra, como el niño. Es grande, está sospechosamente excitada. Tiene la cara encendida por el frío y la boca roja. Arroja al respaldo de la silla su chal rojo (¿no será carmesí o púrpura?) y abraza el niño. «¿Tenéis hambre?», pregunta. Kunicki tiene la impresión de que con ella ha irrumpido el viento en la habitación, un viento marino racheado. Le gustaría preguntarle «¿Dónde has estado?», pero no puede permitírselo.
Por la mañana tiene una erección y se ve obligado a darle la espalda, a ocultar esas vergonzantes ideas del cuerpo, para que no las lea como una invitación, un intento de reconciliación, un gesto de intimidad. Se vuelve hacia la pared y celebra esa erección, esa disposición inútil, ese estado de alerta, esa extremidad glutinosa dura; la tiene para sí mismo.
La punta del pene, como un vector, apunta a lo alto, a la ventana, al mundo.
Piernas. Pies. Incluso cuando se sienta, ellos siguen caminando, se mueven virtualmente, no pueden parar, salvan cada distancia con precipitados pasitos. Cuando intenta detenerlos, se rebelan. Kunicki teme que sus piernas estallen y echen a correr, llevándolo por derroteros que él no elegiría, que en contra de su voluntad peguen saltos como si bailasen una cracoviana o se internen en lúgubres patios de bloques mohosos, suban escaleras ajenas, lo arrastren por una escotilla a tejados empinados y resbaladizos, obligándole a pasear como un sonámbulo por las escamas de sus tejas.
Kunicki no puede dormir, probablemente a causa de esas piernas tan inquietas; de cintura para arriba está tranquilo, relajado y soñoliento; de cintura para abajo, imparable. A todas luces se compone de dos personas. Arriba anhela paz y justicia; abajo se muestra transgresor y quebranta todos los principios. Arriba tiene nombre, apellido, dirección y número de carnet de identidad; abajo no tiene nada que decir sobre su persona, en realidad está harto de sí mismo.
Quisiera sosegar las piernas, untarlas con una pomada calmante; en realidad el cosquilleo interno resulta doloroso. Acaba tomando un somnífero. Llama al orden a sus piernas.
Kunicki intenta dominar sus extremidades. Inventa un método: les permite moverse ininterrumpidamente, incluso a los dedos de los pies dentro del zapato cuando el resto del cuerpo está quieto. Y cuando se sienta, también los libera, que se debatan solitos. Mira las puntas de los zapatos y ve el suave movimiento del cuero, señal de que sus pies siguen su obsesiva marcha sin moverse del sitio. Aunque también da largos paseos por la ciudad. Le parece que esta vez ha cruzado todos los puentes sobre el Odra y sus canales. Que no se ha dejado ni uno.
La tercera semana de septiembre trae lluvia y viento. Habrá que bajar del altillo la ropa de otoño, chaquetas y botas de goma del niño. Lo recoge de la guardería y se dirigen deprisa hacia el coche. El niño salta en medio de un charco y el agua lo salpica todo a su alrededor. Kunicki no se da cuenta, piensa en lo que va a decir, barrunta frases. Por ejemplo: «Temo que el niño haya podido ser víctima de un shock» o, más seguro de sí mismo: «Me parece que nuestro hijo sufrió un shock». Se acuerda de la palabra «trauma»: «sufrir un trauma».
Atraviesan la ciudad mojada, los limpiaparabrisas funcionan a cien por hora para quitar el agua, por unos instantes muestran un mundo sumido en la lluvia, desdibujado.
Es su día: el jueves. Los jueves recoge a su hijo de la guardería. Ella está ocupada, trabaja por la tarde, frecuenta sus cenáculos, regresa tarde, así que Kunicki tiene al pequeño para él solo.
Se acercan a un edificio recién renovado sito en el corazón de la ciudad y pasan un rato buscando sitio para aparcar.
—¿Adónde vamos? —pregunta el niño, y ya que Kunicki no contesta, se pone a repetir la pregunta machaconamente—: ¿Adónde vamos, adónde vamos?
—Cállate —dice el padre, pero poco después le explica—: Vamos a ver a una señora.
El niño no protesta, debe de picarle la curiosidad.
No hay nadie en la sala de espera; enseguida aparece ante ellos una mujer alta que ronda la cincuentena y los invita a pasar a su consulta. La estancia es luminosa y agradable, una mullida alfombra multicolor en el centro exhibe juguetes y bloques Lego. Un poco más allá hay un tresillo, un escritorio y una silla. El niño, prudente, se sienta en la punta de un sillón, pero sus ojos viajan hacia los juguetes. La mujer sonríe y estrecha la mano de Kunicki, y también saluda al niño. Habla precisamente con él, como si ignorara por completo al padre. Así que Kunicki es el primero en tomar la palabra, adelantándose a sus posibles preguntas:
—Mi hijo lleva un tiempo con problemas de insomnio, se ha vuelto nervioso y… —Miente, pero la mujer no le deja terminar.
—Primero vamos a jugar —dice.
Suena absurdo, Kunicki no sabe si también piensa jugar con él. Atónito, se queda de una pieza.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta la mujer al niño, que enseña tres dedos.
—Cumplió tres en abril —dice Kunicki.
Se sienta sobre la alfombra junto al niño, le pasa unos bloques y dice:
—Papá se quedará un rato leyendo en el pasillo mientras tú y yo jugamos. ¿Te parece?
—No —contesta el pequeño, se levanta y corre hacia su padre. Kunicki ha entendido. Convence al niño para que se quede.
—La puerta estará abierta —asegura la mujer.
El ala de la puerta se cierra suavemente, pero no del todo. Kunicki se queda en la sala de espera, desde donde oye sus voces, si bien muy amortiguadas; no sabe lo que dicen. Esperaba muchas preguntas, incluso lleva encima el historial médico del chico; ahora lee que nació dentro del plazo, de parto natural, diez puntos en la escala Apgar, vacunas, peso 3,750 kg, longitud 57 centímetros. Las personas adultas son «altas», los niños «largos». Coge de la mesa una revista, la abre mecánicamente y enseguida encuentra anuncios de novedades editoriales. Reconoce títulos, compara precios. Le embarga una agradable oleada de adrenalina: él las vende más baratas.
—Dígame, por favor, qué ha pasado. ¿Qué espera de mí? —le pregunta la mujer.
Kunicki se siente avergonzado. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Que su mujer y su hijo desaparecieron durante tres días? Cuarenta y nueve horas, las ha contabilizado desde la primera hasta la última. Y que no sabe dónde estuvieron. Siempre lo había sabido todo de ellos y ahora no sabe lo más importante. En una fracción de segundo se imagina diciendo:
—Ayúdeme, por favor. Hipnotícelo y reconstruya minuto a minutos aquellas cuarenta y nueve horas. Tengo que saber.
Ella, esa mujer alta y erguida como un mástil, se le acerca tanto que Kunicki percibe el olor a antiséptico de su jersey —así olían las enfermeras cuando era niño— y tomándole la cabeza entre sus grandes y cálidas manos la estrecha contra su pecho.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Kunicki miente:
—Últimamente está muy inquieto, se despierta en plena noche, llora. En agosto estuvimos de vacaciones, he pensado que tal vez haya vivido algo que no alcanzamos a comprender, que se haya llevado un susto…
Está convencido de que no le creerá. La mujer toma un bolígrafo entre los dedos y juega con él. Esboza una sonrisa cálida y encantadora, y dice:
—Tiene usted un hijo más que espabilado, inteligente y sociable. Efectos como estos los puede causar una simple película de dibujos animados. Que no abuse del consumo de televisión. A mi juicio no le ocurre nada, nada en absoluto.
Y lo mira con preocupación, así se lo parece.
Cuando salen, mientras el pequeño acaba de despedirse de la doctora agitando el brazo, empieza a llamarla «puta» para sus adentros. Su sonrisa se le antoja falsa. También ella oculta algo. No se lo ha dicho todo. Ahora sabe que no debería haberla visitado. ¿Acaso no hay en la ciudad psicólogos infantiles hombres? ¿Acaso las mujeres ostentan el monopolio de los niños? Nunca resultan inequívocas, nunca se sabe a primera vista si son débiles o fuertes, ni cómo reaccionarán, ni qué quieren; hay que permanecer alerta. Recuerda el bolígrafo en su mano. Bic naranja, idéntico al de la foto del bolso.
Hoy es martes, el día libre de ella. Agitado desde primera hora, no duerme, finge no mirarla en su deambular matutino entre el dormitorio y el cuarto de baño, entre la cocina y la entrada, y otra vez el cuarto de baño. Un breve e impaciente grito del niño: debe de atarle los zapatos. El silbido del desodorante. El pitido de la tetera.
Cuando por fin se van, se planta junto a la puerta, aguzando el oído, atento a si ya ha llegado el ascensor. Cuenta hasta sesenta, el tiempo que les llevará bajar. Después se calza deprisa y saca de una bolsa de plástico la chaqueta que ha comprado en una tienda de segunda mano. Servirá de camuflaje. Cierra la puerta silenciosamente tras de sí. Ojalá no tenga que esperar el ascensor demasiado rato.
De momento todo sale a pedir de boca. La sigue a una distancia prudencial, con la chaqueta de otro. No quita la vista de su espalda, se pregunta si sentirá alguna incomodidad, lo más probable es que no, pues camina deprisa, con garbo, él podría decir: con alegría. Madre e hijo saltan por encima de los charcos, no los bordean, sino que saltan por encima de ellos, ¿por qué? ¿De dónde sacará tanta energía en una lluviosa mañana de otoño? ¿O ya habrá surtido efecto el café? Los demás le parecen lentos y soñolientos, ella destaca, su chal rosa rabioso constituye una mancha llamativa sobre el fondo del día. Kunicki se agarra a él como a un clavo ardiendo.
Finalmente llegan a la guardería. La ve despedirse del pequeño, pero el adiós no lo conmueve. A lo mejor mientras lo envuelve con sus tiernos mimos y abrazos deja caer un susurro en el oído del niño, quién sabe si precisamente esa palabra que Kunicki busca con tanta desesperación. Si la conociera, podría teclearla en el buscador cósmico, el cual le proporcionaría en una fracción de segundo una respuesta sencilla y concreta.
Ahora la está viendo esperar el semáforo verde en un paso de peatones, sacar el móvil y marcar un número. Por un momento Kunicki abriga la esperanza de que el móvil empiece a sonar en su bolsillo; el sonido asignado a ella es el canto de la cigarra, un insecto tropical. Pero su bolsillo permanece en silencio. Ella cruza la calle, manteniendo una breve conversación con alguien. Ahora es él quien tiene que esperar a que cambie el semáforo, cosa peligrosa porque ella dobla la esquina y desaparece, así que él, en cuanto puede, aprieta el paso, temiendo haberla perdido, furioso consigo mismo y con los semáforos. Vaya, perderla a doscientos metros de casa. Pero no, ahí está, el chal entra en la puerta giratoria de una gran tienda. Más que tienda, es un centro comercial, lo acaban de inaugurar, está casi desierto, de modo que Kunicki duda de si debe entrar tras ella, si logrará ocultarse entre las diferentes secciones. Pero no tiene más remedio, porque hay una segunda salida que da a otra calle, así que se cala la capucha —gesto justificado, al fin y al cabo está lloviendo— y entra. La ve caminar entre los puestos, despacio, como si la retuviese algo; mira cosméticos y perfumes, se detiene ante una estantería y alarga el brazo en busca de algo. Sostiene un frasco en la mano. Kunicki rebusca entre calcetines rebajados.
Mientras, absorta en sus pensamientos, avanza hacia la sección de bolsos, Kunicki coge el frasco. Carolina Herrera, lee. ¿Grabar este nombre en la memoria o desecharlo? Algo le dice que grabar. Todo significa algo, solo que no sabemos el qué, repite para sus adentros.
La ve desde lejos, plantada ante un espejo con un bolso rojo en la mano, contemplando su imagen ya de un lado, ya del otro. Después se dirige hacia la caja, precisamente hacia donde se encuentra Kunicki, que, presa del pánico, se oculta tras el aparador de los calcetines, agacha la cabeza. Ella pasa a su lado. Como un fantasma. Pero no tarda en volverse, como si se hubiera olvidado de algo, y su mirada cae directamente sobre él, encorvado y con la capucha tapándole la frente. Kunicki ve sus pupilas dilatadas por el asombro, siente su mirada tocándolo, escrutándolo, palpándolo.
—¿Qué haces aquí? ¿Sabes qué pinta tienes?
Pero enseguida sus ojos pierden dureza, los envuelve una neblina, parpadean.
—¡Dios! ¿Qué te ocurre? ¿Ha sucedido algo malo?
Qué extraño, no es eso lo que se esperaba Kunicki. Sí una bronca. Ella, en cambio, lo abraza y se acurruca contra él, hunde la cara en su estrafalaria chaqueta de segunda mano. Él deja escapar un suspiro, un pequeño «oh» redondo, no sabe si de sorpresa ante tan inesperada reacción o de verse llorando con ganas en su fragante parka de plumón.
Llama un taxi, lo esperan en silencio. Solo en el ascensor ella le pregunta:
—¿Cómo te encuentras?
Kunicki contesta que bien, pero sabe que van hacia el enfrentamiento definitivo.
El campo de batalla será la cocina; ocuparán sendas posiciones de ataque: él probablemente ante la mesa, ella de espaldas a la ventana, como de costumbre. Y sabe que no debe tomar a la ligera ese momento crucial, tal vez el último posible para enterarse de lo que pasó. Conocer la verdad. Pero también sabe que se halla en un campo minado. Cada pregunta será una bomba. No es ningún cobarde y no cejará en su empeño de intentar establecer los hechos. Según el ascensor va subiendo, se siente un poco como un terrorista portador de una bomba bajo la ropa, bomba que estallará en cuanto abran la puerta del piso y lo reducirá todo a escombros.
Sujeta la puerta con el pie para primero meter las bolsas con la compra, después, entra. En realidad no nota nada raro, enciende la luz y vacía las bolsas sobre la encimera de la cocina. Pone agua en un vaso en el que mete un manojo de perejil, un tanto marchito. Es lo que lo espabila: el perejil.
Deambula como un fantasma por su propio piso, le parece atravesar las paredes. Las habitaciones están vacías. Kunicki es el ojo que juega al pasatiempo «Encuentra las X diferencias». Y las busca. No le cabe duda de que los dibujos, el piso antes y el piso después, difieren en detalles. Es un juego para los poco observadores. Al fin y al cabo en el colgador no está el abrigo de ella, ni su chal, ni la cazadora del pequeño, ni el desfile de zapatos (solo quedan las solitarias chancletas de él), tampoco el paraguas. La habitación del niño parece totalmente abandonada, de hecho solo quedan los muebles. Sobre la alfombra yace un cochecito de juguete cual vestigio de una colisión cósmica inimaginable. Pero Kunicki debe saber a ciencia cierta, así que avanza hacia el dormitorio con el brazo extendido, hacia el armario acristalado que, al descorrer Kunicki su pesada puerta, emite un triste gemido de disgusto. Tan solo queda la blusa de seda, demasiado elegante para llevarla. Cuelga solitaria en el armario. El movimiento de la puerta mueve suavemente la manga: parece alegrarse de que por fin la han encontrado, abandonada. Kunicki observa los estantes vacíos del cuarto de baño. Solo quedan sus accesorios de afeitado, arrinconados. Y el cepillo de dientes a pilas.
Necesitará mucho tiempo para comprender lo que ve. Toda la tarde, toda la noche y, además, la mañana siguiente.
Hacia las nueve se prepara un café muy cargado y luego mete en la bolsa de viaje unas cuantas cosas del cuarto de baño, unas camisetas y unos pares de pantalones del armario. Antes de salir, en realidad cuando ya está ante la puerta, comprueba el contenido del billetero: los documentos y las tarjetas de crédito. Después baja corriendo al coche. Como durante la noche ha nevado, tiene que quitar la nieve del parabrisas. Lo hace de cualquier manera, con la mano. Espera poder llegar a Zagreb al anochecer y al día siguiente a Split. O sea, mañana verá el mar.
Emprende camino por una carretera recta como una aguja rumbo al sur, en dirección a la frontera checa. Autor: Olga Tokarczuck
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konekochanxhisoka · 2 years
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Emborracharse No Siempre Ayuda A Olvidar (Parte 1)
El lector esta ebrio y choca con Illumi... RIP al lector JAJAJAJAJAJA
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Eran las dos de la madrugada.
Aún bebías shot tras shot de tequila, volviendo una y otra y otra vez a la misma escena que se negaba a salir de tu cabeza; sus gemidos, los de ella, sus cuerpos sudorosos retorciéndose juntos mientras la marqueza  rechinaba por todo el alboroto.
Necesitarías mas alcohol para borrar todo eso. Ya ni siquiera te dolía que tu novio y tu mejor amiga se acostaran, mas bien estabas furiosa y decepcionada.
Como rayos se habían atrevido a engañarte?! Por qué él sólo no te dijo que ya no te quería? lo hubieses entendido, como la adulta que eres, pero ahora, era una mierda tener que lidiar con la traición de ambos y seguir trabajando con ellos como si nunca nada hubiese pasado.
Era una completa basura!
No quisiste llamar a tu séquito de amigas para desahogarte. Ni siquiera sabes como podrías empezar a decirles las nuevas noticias, todo el mundo ya te veía casada con él. Sabes que será humillante decirles que volviste a la soltería.
Cuando intentas llenar otro shot, te das cuenta de que votas la mitad afuera, miras a tu alrededor y ves que todo se está moviendo demasiado, así es que entiendes que es hora de parar e ir a algún hotel a pasar la noche. Por que no volverás a poner un pie en tu casa compartida con tu ahora ex, no hasta que saque todas sus mugrosas cosas y se largue.
No! mejor tú te mudarás, nueva vida, nuevo hogar!
Le pagas al bartender dejando una generosa propina y te paras como puedes de la silla junto a la barra, el mundo se mueve bajo tus pies y tienes que volver a sujetarte de esta para no caer.
"Mierda!" 
Al parecer estas mas borracha de lo que quisieras y sabes que será difícil llegar a un hotel.                                                                                                                                                                           
Justo en eso tu móvil suena en tu cartera de mano LV. No mentiremos era un pésimo momento para recibir una llamada. 
Como puedes, hurgas en tu bolso en busca de tu móvil hasta que por fin lo encuentras. Al ver el visor, sientes como un fuego abrasador quema tu espíritu con ira. 
El maldito de tu ex estaba al teléfono.
Cómo rayos tenía cara para llamarte!! era un maldito bastardo! Estabas mas que molesta.
 Apagas tu teléfono con los dientes apretados y caminas con paso seguro fuera del bar.
O bueno eso pretendías, pero al dar un par de pasos con tu figura tambaleante sentiste como la fuerza de gravedad te hizo irte de lado y chocar de lleno contra la espalda de alguien que estaba sentado en la barra cerca de ti y botar sus tragos en el proceso.
Doble mierda!
Miraste en cámara lenta como los tragos del hombre caían y como el semblante del tipo pasaba de la tranquilidad al enojo en nanosegundos. Lo siguiente que ves es como tres agujas doradas vuelan a toda velocidad a tu cráneo y gracias al cielo no estas tan ebria para esquivarlas.
- Qué diablos te pasa!!! - escupes furiosa, mientras encaras a tu agresor. Un tipo de 1,85 al que difícilmente le llegas a las costillas, su complexión delgada se eleva por sobre la tuya, su piel parece un lienzo en blanco donde se dibujan unas perfectas cejas fruncidas, sus largos cabellos negros enmarcan hermosamente sus facciones andrógenas y sus grandes ojos negros que parecen tragarse el mundo te miran como si fueras un insecto al que se debe aplastar - No tienes para que exaltarte! Lo siento! si?? - Te disculpas y vuelves a hurgar en tu bolso - Pagaré tus tragos... no te preocupes!... - 
- No necesito que pagues nada... - el hombre escupe veneno.
El sonido de una pequeña risa de pecho te hace mirar a su acompañante.
Un pelirrojo demasiado sexy para obviar, vestido tan estrafalariamente que parece salido de un show. Él parece disfrutar de la escena, te mira de reojo con luminosos orbes dorados, pero no se gira de su asiento en la barra. Sin embargo su mirada insinuante es casi hipnotizante.
Un amante discreto, piensas.
- Está bien... solo discúlpame si? - le das una sonrisa torcida de amistad y te giras para largarte del bar.
Lo tomas con calma esta vez, paso a paso para llegar sin cabrear a nadie mas hasta la salida.
Aunque esta disputa estaba lejos de terminar. 
El chico de cabello negro estaba mas frustrado de lo normal, tuvo un día de mierda al igual que tú y solo estaba esperando a que alguien cometiera un estúpido error para descargar toda su furia en un nuevo objetivo. Aparte, absolutamente odia estar empapado por culpa de tu torpeza. Entonces, para tu mala suerte, él no te está perdonando.
Una ráfaga de aire te pone en sobre aviso de que un ataque ha sido dirigido hasta ti, sabes quien lo ha ejecutado. Con cansancio esquivas todo casi en piloto automático, y en serio te preguntas porque simplemente no lo puede dejar ir.
Blanqueas los ojos con hastío.
Ataques predecibles de mano y pie le siguen y ahora ya te comenzó a cabrear.
Tomas un puño que te ha lanzado y le haces una llave al brazo. Como es un chico alto, necesitas saltar para hundir tu rodilla en su espalda y así someterlo. Intensificas tu aura para empujarlo de regreso a la barra y poner toda su masa de cara sobre está.
- Escucha amigo - te inclinas susurrando sarcásticamente en su oído - O me dejas en paz o en serio voy a clavarte a la pared con tus lindos juguetitos dorados! - ahora tu voz es fría y cortante.
Sientes un gemido en tu oído.
-  No voy a negar que me encantaría ver eso, pero debo pedirte que lo sueltes ~ Una voz melosa y seductora cantó mientras algo afilado presionaba tu yugular.
Entras en pánico internamente.
Jamás sentiste al hombre moverse, el alcohol te hizo descuidada, era peligroso seguir con esto sobre todo por como el pelirrojo te atrapó tan fácilmente.
- Con gusto lo soltaré, pero podrías decirle a tu novio que se calme?! ha sido un día de mierda, no necesito una noche igual... - espetas soltando tu agarre de hierro en el moreno dejándote caer al piso.
El pelirrojo no se deshace de su amenaza, sino que aprovecha tu guardia baja para acercarse mas a ti.
- Novio? - sonríe, su tono es casi burlesco- Te parece que soy un hombre al que puedas encasillar en una relación? ~ tararea. Tus ojos se abren, pero no por sus palabras sino por su pelvis presionándose provocadoramente contra tu trasero.
No lo vas a negar se sentía bien, pero permitir a un extraño tales licencias sería irresponsable de tu parte. Eso pensarías sobria, sin embargo con ese cerebro tuyo desinhibido por el alcohol pues era confuso hacer lo correcto.
- Aaaaaah?~ querías responder a su pregunta con algo inteligente, sin embargo una especie de quejido sexual en forma de pregunta fue todo lo que lograste articular.
- Oooh ~ sus ojos se abrieron con emoción al notar tu predisposición a su coqueteo - Pero que buena chica tenemos aquí ~ dijo haciendo un pequeño corte en tu cuello, nada profundo pero lo suficiente como para que algo de sangre se derramara por tu herida. Lamió la carta, probando tu sangre, sin que lo vieras - Sabes tan dulce cariño, me pregunto que mas en tu cuerpo lo hará ~
Sus palabras hacen magia en tus sentidos, poniéndote mas caliente que de costumbre. Su propio cuerpo se acercó mucho mas al tuyo y era un calor que no deseabas perder. Arqueaste tu espalda y te restregaste contra el sintiendo su dureza a través de tu ropa. Querías tanto estar con este sujeto a solas, con gusto rogarías por algo de su atención.
Pero aún tenías un problema. Su compañero se alzaba una vez mas desafiante, sus ojos ligeramente entrecerrados escanearon tu figura. 
Era claro que tenía planes para ti.
Te tomó toda tu fuerza de voluntad, despegarte del pelirrojo, pero debías hacerlo para salir de allí y terminar con tan absurda pelea. Eras fuerte, pero jamás podrías luchar contra ambos.
- Bueno caballeros, ya todo dicho y aclarado, me largo! - comienzas a irte un poco más sobria de lo que  inicialmente estabas cuando quisiste salir la primera vez. 
Sin embargo el pelirrojo te toma de la cintura te pega a su cuerpo con fuerza, dejándote cara a cara con él. Te das cuenta que es mas guapo de lo que tus ojos te habían dejado ver en un comienzo. Sus ojos arden en los tuyos entre notas de deseo y perversidad . Te queda muy claro que él no es nada con lo que hayas lidiado con anterioridad.
- Oh cariño, me temo que no será tan fácil  huir ~ sonríe saboreando sus labios - Veras, ya me haz excitado demasiado como para que simplemente te vayas... Aparte el buen Illumi sigue molesto contigo, creo que como mínimo nos debes una pequeña pelea de sparring en el callejón ~
Su agarre firme en tu carne te hizo estremecer, su aliento de caramelo y bourbon abanicaba tu cara, con sus labios carnosos a centímetros de los tuyos. El hombre era un deleite en todos los sentidos. 
Ahora sólo querías probarlo.
- Sparring?? - repites casi como un robot, sin prestar realmente atención a lo que quería, porque estas embelesada mirando lo perfecto de sus facciones - En tu casa?? - la ultima parte se te salió sin querer. Te pusiste roja como un tomate cuando te diste cuenta de tus propias palabras.
El pelirrojo sonrío con picardía.
- Tengo un Penthouse...  crees que sirva? ~ preguntó enarcando una ceja
- Claro!... sólo calentaremos un poco...  verdad? -
- Algo así... ~
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El Día de La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, conocida también como la Purísima Concepción, es una festividad cristiana que se celebra el día 8 de diciembre.
Es un principio irrevocable de la Iglesia Católica decretado en el año 1.854, el cual sostiene que la Virgen María ha estado libre del pecado original a partir del instante de la concepción de su hijo Jesucristo, permaneciendo virgen antes, durante y después del parto.
Significado de la Inmaculada Concepción
Este dogma desarrollado por la Iglesia Católica sostiene que Dios preservó a María desde el momento de su concepción, de toda mancha o efecto del pecado original de Adán y Eva que había de transmitirse a todos los hombres por descendencia. De ahí la expresión del arcángel Gabriel "llena de gracia" (Gratia Plena), reflejado en la Biblia.
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¿Cuando se celebró por primera vez el Día de la Inmaculada Concepción?
El Día de la Inmaculada Concepción se celebró por primera vez en España en el año 1644, siendo declarado como día festivo en el año 1854 por el Papa Pío IX, teniendo en cuenta las peticiones recibidas de distintas universidades del mundo.
Se celebró una congregación en la Basílica de San Pedro (Roma, Italia) con más de 200 obispos y embajadores y miles de fieles presentes, con el siguiente anuncio: "Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe".
¿Cómo se celebra este día en distintas partes del mundo?
El Día de la Inmaculada Concepción se celebra de manera muy especial por parte de los devotos de la religión católica, en varias partes del mundo. Mostramos algunos ejemplos de celebración y el significado de esta fecha, así como las costumbres y tradiciones en varios países iberoamericanos para festejar este día, considerado día de fiesta nacional.
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Generalmente se inicia con la celebración de una misa el día anterior, rezos de rosarios y procesiones.
En España
Es día de fiesta nacional.
Es patrona del cuerpo eclesiástico del ejército y del estado Mayor.
En la región de Andalucía (Cádiz, Málaga y Tarifa) efectúan Rosarios Públicos, cuyas oraciones se practican en las calles, en lugar de las iglesias.
En Colombia
Se considera un día festivo nacional.
Se realiza una vigilia conocida como el Día de las Velitas. En la madrugada se encienden velas y faroles en las calles y en los hogares en honor a la Virgen María. Se colocan banderas blancas con la imagen de la virgen en balcones y ventanas, dando inicio a la temporada de navidad.
En Guatemala
Se festeja la denominada Quema del Diablo. Antiguamente se iluminaban las calles con fogatas para alumbrar el paso de la virgen durante su procesión por la ciudad en horas de la noche.
En la actualidad se continúa con esta tradición, declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Nación. Se queman figuras del diablo en papel, cuyo objetivo es la purificación antes del Día de la Inmaculada Concepción, marcando el inicio de la navidad.
En Nicaragua
Es considerado un día feriado nacional.
En la ciudad de León se celebra la Fiesta de La Gritería desde finales del siglo XVIII.
Las personas devotas visitan los altares diseñados por los vecinos de sus comunidades y se reparten dulces típicos. Mencionan como consigna "¿quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María!".
En México
En ciudad de México y otros estados la Catedral metropolitana está consagrada a la Inmaculada Concepción.
En el estado de Puebla se encuentra la Basílica de la Inmaculada Concepción.
En Oaxaca celebran el día de la Virgen de Juquila, con música y bailes.
En el estado de Veracruz y otras ciudades y pueblos de México se celebra la fiesta de la Virgen de la Concepción.
En Panamá
El Día de la Inmaculada Concepción se considera día de Fiesta Nacional.
Es el único país del mundo que celebran el Día de las Madres el 8 de diciembre, en honor de la Inmaculada Concepción.
En varias regiones del país realizan procesiones para honrar a la virgen María y a la Iglesia católica.
En Argentina
Es considerado un día feriado inamovible y no laborable.
A finales del mes de noviembre los fieles realizan un novenario en honor a la advocación de Nuestra Señora del Valle, patrona de Catamarca.
El día 7 de diciembre se realiza una procesión con antorchas en la Plaza 25 de Mayo y posteriormente una serenata a la Virgen en el Paseo de la Fe.
El 8 de diciembre se da inicio a distintas celebraciones.
En Chile
En Santiago de Chile se rinde culto a la virgen subiendo al Santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal.
La mayoría de los fieles se desplazan a pie o en bicicleta desde Santiagoy otras regiones del país, como muestra de sacrificio a la virgen.
¿Sabías que? Datos curiosos e interesantes
Mencionamos a continuación algunos datos de interés sobre la celebración de este día tan especial para la Religión Católica:
El Día de la Inmaculada Concepción hace referencia a la concepción de la Virgen María y no la de Jesús. Al respecto, no se plantea que la Virgen María fuese concebida de manera virginal, ya que tuvo una madre y padre humanos.
La selección de la fecha para celebrar este día obedece a que la Iglesia Católica celebra el nacimiento de la virgen el 8 de septiembre y calculando el momento en que fue concebida se restaron nueve meses a esta fecha.
La doctrina de la Inmaculada Concepción no es aceptada por parte de algunas iglesias protestantes, ya que no consideran este dogma como un referente de autoridad y que la Mariología (parte de la teología cristiana que se dedica a la Virgen María) y la doctrina de la Inmaculada Concepción, no se enseñaría en la Biblia.
Esta festividad es una de las cuatro mayores celebraciones de la virgen María y se celebra los 8 de diciembre. Se inicia la celebración de este día con una misa el día 7 de diciembre.
El origen de este día en España está relacionado con el "Milagro del Empel", debido a que la victoria de la Batalla de Empel (que se llevó a cabo los días 7 y 8 de diciembre de 1585) fue considerada un milagro, gracias a la intervención de la Inmaculada Concepción. Siendo proclamada patrona de los Tercios españoles por parte de la actual Infantería de España.
El día de la Inmaculada Concepción se celebró primero en España desde el año 1644, siendo declarada como festividad por el Vaticano en el año 1854. Se les otorgó a los sacerdotes españoles el privilegio de vestir la casulla azul (vestidura usada para dar misa) durante la festividad.
Este día está contemplado en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica Romana.
La Virgen María recibe diversos nombres en varias partes del mundo el mundo. Por ejemplo, en Nicaragua es conocida como "la purísima" y en Paraguay se conoce como la Virgen de Caacupé.
En este día diversas localidades inician los Retiros de Adviento. Consisten en ejercicios espirituales donde se reflexiona sobre la próxima llegada de la Navidad. Es un momento especial de apertura espiritual, en donde se invita a los creyentes a limpiar el corazón y la mente, de preparación para el nacimiento del Niño Jesús.
"Con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad". Juan Pablo II.
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neswina · 7 months
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Luna de Miel
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Promt: 07 - “Do you recognise this? / ¿Lo reconoces?”
Fandom: Safir
Ship: AtFer (Ateş Gülsoy / Feraye Yilmaz)
Audiencia: E
TW: none
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Las últimas 24 horas fueron un vendaval en la cabeza de Feraye, llegó un punto en el que dejó de preguntar a dónde, cómo y por qué porque sabía que Ateş solo le iba a pedir paciencia y que la sorpresa le iba a gustar. Antes de partir, se pudo poner una ropa más cómoda, y Hazal le dio una bolsa de mano con sus pertenencias, la abrazó y le prometió que le iba a gustar muchísimo donde iba a ir. Ella tenía sus dudas, pero bueno, por lo menos estaría lejos de dolores de cabeza por unos días. Además, su marido de mentiras le había prometido que Yaman no iba a molestarlos porque se había encargado de dar pistas falsas a toda su familia para que les dejasen en paz.
Según acabó su boda salieron de allí como alma que lleva el diablo para ir directos al aeropuerto para coger un pequeño avión privado que los llevase a destino. Allí tampoco le dijeron donde irían. Pero al llegar al aeropuerto de destino Feraye vio algo que le llamó la atención.
—Ateş, ¿eso es el mar? —A Feraye le brillaban los ojos de emoción. —Sí. Tu padre me dijo que te gusta mucho el mar y que nunca lo has visto, —le lanzó una mirada cómplice—, y me pidió que te lo enseñara. —He estado en Estambul, así que el mar lo he visto. Pero no me he bañado el mar… Un momento ¿Nos vamos a meter en el agua? —Si quieres, sí.
En ese momento a la chica se le fueron todos los males ante la perspectiva de que iba a meter los pies en el mar y disfrutar un poco de la situación. El avión aterrizó sin problemas, salieron del aeropuerto y se subieron al coche que les estaba esperando, para llevarlos a su destino final: Çeşme.
Después de casi dos horas llegaron a una pequeña villa con vistas al mar y una hermosa cala privada. Conocieron al personal que les iba a atender esos días y se dispusieron a explorar la casa.
—Deberías dormir, apenas has pegado ojo en el avión o en el coche. —Ateş se acercó a Feraye cauteloso. —La verdad es que ahora tengo mucha adrenalina entre la boda y el viaje, prefiero explorar un poco la casa y luego ya veremos… —Feraye se sentía como si estuviera abriendo los regalos de su cumpleaños, tenía la misma emoción.
Subió a la parte de arriba de la casa y escogió uno de los cuartos con vistas al mar, que casualmente era la habitación principal, tiró su bolsa encima de la cama y se fue a mirar por el balcón. Las vistas eran espectaculares, todo lo que alcanzaba a ver era mar y cielo azul, la brisa era refrescante y no dejaba que el calor derritiese las ideas. Cuando miró hacia el jardín vio que Ateş estaba preparando una mesa con comida.
—¿Ya es hora de comer? —Feraye habló muy alto. —Pensé que tendrías hambre, ¡baja! Come algo y después iremos a la playa —Ateş llevaba unas gafas de sol y sonreía al hablar. Se había vuelto a cambiar de ropa, Feraye se preguntaba de donde sacaba tanta ropa si solo tenía un bolso de mano como el de ella. Llegó a la conclusión de que dobla mejor la ropa y le entra más en un espacio tan reducido.
La chica bajó y disfrutó de la comida pero, acordándose de la noche antes de la boda, pensó que ya era hora de que él le contestara algunas preguntas.
—Ateş… ¿Por qué te has casado conmigo? —Ya te lo dije, mi abuelo quería casarme con Bade Bakircioglu y yo no quería. Dije que estaba saliendo con alguien y que me casaría con quien yo quisiese no con quien ellos quisieran. Y dio la casualidad de que apareciste tú y me pareció buena idea pedírtelo para ayudarnos a los dos. —¿Se lo hubieras pedido a otra si yo no tuviera este problema? —Feraye se señaló su inexistente barriga. —No. Hubiera buscado otro modo de zafarme de la boda, pero no me hubiera casado con nadie más. Me casé contigo por respeto a tu padre y porque conocemos a la gente de nuestra tierra. Me jode decir esto, pero aquí que una mujer sea madre sin estar casada es un estigma. —Lo sé. Pero aun así no dejo de preguntarme si hay algo más para que me pidieses matrimonio así, tan a la ligera. —Feraye se comió una aceituna de manera distraída. —Bueno, ya que tú me contaste tu historia es normal que yo te cuente la mía. —Ateş sonrió misterioso—. La verdad es que cuando éramos niños me tenías loco y no me hacías ni caso. Estaba muy triste. —Pero… —Feraye no sabía qué decir—¡Anda ya! Me estás vacilando… —No, para nada. Siempre miraba con envidia a Yaman y Okan que estaban siempre molestándote y jugando contigo. Incluso cuando llegó Aleyna, tan repipi ella, que jugabais los cuatro en el jardín. —¿Por qué no jugabas con nosotros? —Feraye se inclinó hacia delante en la silla, atenta a las palabras del chico. —Porque soy el mayor de los Gülsoy, porque tenía otras responsabilidades, porque no debía jugar, porque… —Ateş cerró los ojos con tristeza y cuando los volvió a abrir eran dos losas de azabache negro —. Porque tenía que ser así. —¿Algún día me contarás todo lo que escondes? Siento que tienes una piedra dentro de tu alma del tamaño de una montaña que no deja de molestarte. —Quizá, tenemos mucho tiempo para que me conozcas y te cuente mis secretos. No tengamos prisa. —Deja, no digas eso, —Feraye golpeó la mesa con los nudillos de la mano, luego hizo lo mismo con los dientes y mientras hacía eso se tiraba del lóbulo de la oreja izquierda, para ahuyentar el mal fario—, que en las pelis cada vez que alguien dice eso se muere de manera irremediable y se queda sin contar lo importante. —Ante la ocurrencia de la chica Ateş se rio a mandíbula batiente—. No te rías, que esto es serio.
Acabaron los dos riéndose muchísimo para después recoger la mesa e irse, como planearon, a pasar la tarde en la playa. La tarde en la arena fue magnífica: Feraye se bañó en el mar, anduvo por la arena todo lo que pudo, se compró un helado y lo disfrutó al máximo mientras Ateş admiraba cada una de las acciones de la chica, hacía tiempo que no veía a nadie disfrutar de algo tanto como Feraye de una tarde en la playa.
Cuando llegaron a casa estaban agotados de todo el trote que llevaban encima. Subieron a la planta superior de la casa y allí se despidieron.
—Buenas noches, Ateş. Si quieres mañana cambiamos los cuartos y tu duermes aquí y yo en el cuarto de los invitados. —No hace falta, descansa que te hace falta. Hasta mañana, Feraye.
Ateş cerró la puerta tras de sí y ella hizo lo propio con la puerta de su habitación. Se puso un pijama cómodo, dejó la puerta del balcón entre abierta para que entrase un poco de brisa y se metió en la cama, estaba tan agotada que se quedó dormida ipso facto.
Alrededor de las dos de la mañana empezó a formarse una tormenta en frente de la costa de Çeşme, comenzó con una lluvia fina y constante, pero de repente el viento empezó azotar con fuerza haciendo que la puerta del balcón de la habitación de Feraye empezasen a abrirse y cerrarse con fuerza haciendo que la chica se asustase y se despertase casi gritando de la angustia. Ateş se levantó corriendo y fue a ver qué pasaba, entró en la habitación sin preguntar.
—¡Feraye! ¡Feraye! ¿Estás bien? —Fue directo al balcón para cerrar la puerta y luego se sentó en la cama junto a ella. —Sí, sí… Estaba teniendo una pesadilla y luego sonó tan fuerte que me asusté. —Feraye estaba temblando del susto—. Perdona, te he despertado. —No te preocupes, no tienes que pedir perdón. Solo te has asustado, solo era una pesadilla… ¿Quieres contármela a ver si así se espanta el miedo? —El chico sonrió para darle confianza. —Sinceramente no me acuerdo del sueño, solo que corría y corría y alguien me perseguía. —Se estremeció—. Solo quería despertarme y no podía. Ha sido una sensación horrible. —Ya está, ya pasó. —Ateş sirvió un vaso de agua de la botella de cristal que había en la mesita y se lo dio a la muchacha—. Toma, bebe un poco te sentará bien. —Gracias. —Bebió con tranquilidad y dejó el vaso de agua en la mesita. —Deberías intentar dorm…
De repente la luz se fue, Ateş se levantó de la cama y fue a comprobar si había luz en el resto de habitaciones y si “los plomos” estaban bien. Efectivamente todo estaba correcto, debía ser un corte en el suministro a causa de la tormenta. Volvió a la habitación con Feraye.
—Pues no hay luz. Esperemos que vuelva pronto. —Vino con unas cuantas velas que había recopilado de la cocina y las fue dejando por la habitación, encendiéndolas con un mechero que también había encontrado allí—. ¿Estás mejor? —Sí, de verdad. —Bueno, te dejaré descansar, es hora de que me vaya a mi cuarto. Buenas noches. —Espera, ¿te podrías quedar conmigo un rato más? —Feraye no sabe cómo hizo para superar la vergüenza de pedirle eso, pero la verdad es que mientras Ateş se ausentó el miedo de apoderó de ella y no quería quedarse sola. —De acuerdo. Dame un momento.
Ateş desapareció un instante y volvió con una cajita en las manos, se sentó al lado de Feraye y se la dio.
—Quería dártelo mañana, pero creo que ahora es un buen momento. Para que tengas bonitos sueños. —Feraye abrió la caja y se maravilló ante lo que vio—. ¿Lo reconoces? —¡Es mi diseño! Pero Ateş, ¿cómo lo has hecho? —La chica miraba obnubilada la fina cadena de plata rematada con un topacio con unos brillantes alrededor haciendo una sencilla flor. —Quería demostrarte que los sueños se pueden hacer realidad, y que tengo un amigo joyero al que le han gustado tus diseños y creo que podéis hacer un gran trabajo juntos. —¿Cuándo has tenido acceso a mis diseños? —Tuve ayuda de Hazal. Digamos que este es nuestro regalo de boda para ti. De parte de Hazal y mía. —Muchísimas gracias. Es precioso. ¿Me lo puedes poner? —Faltaría más.
Ateş le puso el colgante y se maravilló de lo guapa que estaba cuando sonreía de felicidad y en ese instante juró que iba a hacer que esa chica fuera feliz. Estuvieron un buen rato hablando de todo y de nada hasta que el sueño los atrapó y el amanecer los pilló abrazados y durmiendo plácidamente.
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nicodomo-studies · 7 months
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Primeras dos semanas en Chavón... diablo que dificil xd
Representacion artistica de la tarea mas dificil de estas 2 semanas
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El primer dia de clases fue muy jevi, siento que me integre super rapido a la institucion, ya con los otros dias que tuvimos que ir antes, senti que ya me habia acostumbrado al sitio )eso si, hay aulas donde hace PILA de frio, recomiendo siempre llevar un agrigo guardado o algo). Pero algo que me impacto es que en verdad... Chavón no pierde el tiempo.. ese mismo dia para nuestras 2 primeras clases nos pusieron ejercicios para la clase, que si no terminabamos en la clase debiamos subirlo ese mismo dia en la plataforma de google clasroom (hay un classroom para cada materia), ademas de tarea para la proxima semana. Asi fue mas o menos para el resto de las clases en la semana, algunas pusieron mas tareas que otras. La mas dificil fue la tarea de espacio y materiales, que era hacer un cubo Rubik con papel, subestime un poco el ejercicio y me quede despierta hasta las 5AM para entregarlo ese mismo dia, ay. El mejor consejo es que por favor hagan la tarea desde que se las pongan si es posible x'v
Esta segunda semana ha sido un poco mas suave, por suerte no tenemos clase los viernes, pero los vernes son practicamente los dias de hacer tarea x'v
Debo mencionar que este primer trimestre las materias son todas genericas, que no tienen necesariamente nada que ver con la carrera que eliges. Ya a partir del 2do trimestre habra dique un 20% de materias para las carreras elegidas y a partir del 3ro como un 80%. Al año ya uno esta full en la carrera y tomando materias electivas.
Ya los de 2do año duran dias enteros animando y cosas asi, yo quiero estar asi xdxd y tomando electivas como storyboard, direccion de arte, guion y asi. Yo quieroo. Los de 2do tambien dicen que el 1er y 2do trimestre son los mas dificiles en verdad, siendo el 1ro mas dificil. Y se gasta pila, tuve que gastar como 10,000 pesos o mas en materiales, ya luego no se gastara tanto en estre trimestre pero doique en el 2do se gasta mas.
No voy a mentir, en verdad me cuestione si podre soportar todo esto, ahora mismo lo que me motiva es llegar a la parte de animacion. A pesar de todo los trabajos que nos ponen son interesantes, y el esfuerzo se siente que ha valido la pena hasta ahora aunque no tiene que ver con cosas de animacion. Espero soportarlo todo bien y poder trabajar para pagarme lo que necesito, por ahora creo que podre con todo. Yo tengo claro que a pesar de todo, si no lo puedo soportortar me voy eso, no me voy a eplota mi salud mental ni fisica >:C ni aunque sea una de mis metas de vida, mi salud es mas importante. Hay gente que en verdad sufre pila por el estres, ya me hicieron las historias de miedo reales, y por algo chavon tiene una psicologa bien tremenda quese nos presento la primera semana, pero veremos!! creo que puedo! esta no es mi primera carrera y ya trabajo en animacion asi que x'v el estres y horas muertas trabajando no creo que me quebraran.
Espero poder seguir actualizando el blog sin problemas, menos mal que tambien entre cada trimestre hay como 1 mes y un chin de vacaciones, dio mio, nos vemos la semana que viene espero.
Aqui paso algunas de mis tareas:
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love-letters-blog · 1 year
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Venimos de dos mundos diferentes,
él un exquisito diablo y yo una bruja insana...
dos seres descomunales
con vicios insanos e interminables.
No somos aprobados por la gente,
porque nuestras manías son tan exigentes...
pero eso no impidió que escribamos
un poema brutal y no tengamos límites a la hora de dominar.
Fóllame, fóllame, fóllame
amárrate a mis caderas y siénteme,
quiero que pierdas la noción del tiempo
tatúandome la piel...
Bésame, bésame, bésame
quiero recorrerte con mis labios
una y otra vez....
exhalemos esa respiración contenida
que se vuelve suspiro cuando se eriza cada
vello de nuestras pieles fundidas
a la hora de corromper.
Tengo muchas manías....
para que te empieces a correr,
y a través de mis pecados
voy a ultrajarte...
perdamos la noción del climax
palpando el deseo tras
sentir la entrega y la pasión salvaje.
Ah*rcame,
que no puedo más...
mi cuerpo pide a gritos que liberemos
nuestros demonios y nos incendiemos...
Acariciame
sedúceme...
ámame...
comencemos a lamer nuestros tatuajes
y consumamos nuestros propio fuego a la hora de arder...
somos una atracción devastadora al darnos placer.
Lo he tenido todo pero me faltabas tu,
para tener aquí plasmando tu lengua en mi ser...
y yo deslizando mis uñas por todo tu cuerpo provocandote y enloqueciendote.
Amárrame,
Fóllame,
ah*rcame,
salivame,
muérdeme,
que tu mirada me quema y nuestras pelvis entonan
unos inquietos movimientos de una sinfonía de emociones y sensaciones...
que conjugan los verbos en todas las posiciones.
Así que bésame y toma las riendas,
quemate en mi hoguera hasta el amanecer.
—-☮️
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