El instante.
¿Has pensado en el instante en el que decidimos irnos, en el que nos quedamos, en el que aceptamos, en el que nos rechazan, en el que hallamos la felicidad, o en el que morimos?
El momento preciso en el que decidimos liberar al otro o, en cambio, ese segundo en el que decidimos continuar.
¿Te das cuenta? La vida es una serie de eso que llamamos instantes, uno tras otro en espera del que nos libere, de una buena vez, de lo desconocido.
O qué tal ese mal instante en el que me viste, ¿lo recuerdas?, o en el que yo te reconocí enseguida; grabado para siempre en mi memoria.
O esos minutos interminables en los que el corazón golpea fuerte, la sangre desaforada se acelera, el juicio se nubla y la respiración traiciona. Me ves, te veo. Y ya no importa. Estamos por encima del protocolo y las formalidades. El momento es intenso, cálido. Me rodea el sopor de tu atención fijada en mí, tan solo una simple mortal. No puedo escapar el torrente de emociones que se viene sobre mí, un va y ven que me quita y devuelve la vida simultáneamente.
Me gusta definir esos instantes como la vida misma. A pesar de que son tan solo eso, instantes, son los precursores de la esperanza, del amor, del desamor, de pasiones, errores y éxitos. Adoro pensar que eso somos, instantes, tú y yo. Instantes de esplendor y furor, un remolino de pasión y emociones perfectamente plasmado en la memoria de al menos uno de nosotros.
Hoy quisiera decir que soy la vida de tus instantes y tú el instante de mi vida.
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Tu tarea no es sanar personas tóxicas.
Tu tarea es sanar en ti lo que te hizo conectar con ellas.
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Mientras otros deciden sanar solos, tú eliges llenar el vacío con alguien que no merece las sobras de un corazón roto
Pecas
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Coincidir con alguien que te entiende, es un cosa, coincidir con alguien con el que puedes compartir tu forma de ser y pensar, no tiene precio.
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