Un ramo de rosas
Me encontraba ojeando un poco el periódico que había comprado antes de subirme al taxi, no había nada fuera de lo común, puras noticias amarillistas, las cuales ya me sabía de principio a fin.
En el taxi en el que venía tenía un olor a tabaco muy fuerte, el cual me desagradaba bastante, ya que había dejado de fumar los últimos años y ahora ese olor me provocaba unas náuseas tremendas.
El trayecto no duró más de treinta minutos, hubiera sido más rápido caminando, pero empezaba a llover y no me convenía mojar los únicos zapatos que tenía de trabajo.
Me propuse pagar y salir del taxi, al entrar al edificio saqué mi correspondencia, los mismos pagos y propaganda basura estaban día con día, pero no todo era lo mismo, me encontré con un sobre color rojo quemado, que en la parte delantera tenía la palabra gracias y por la parte trasera se encontraba sellado con cera gravada un una E muy excéntrica. Decidí abrirla en el departamento, ya que en pasillo se veía muy poco, así que subí rápidamente.
Al llegar abrí la puerta, me quité el sobrero y el saco, me senté en el pequeño escritorio que tenía y encendí la lámpara para ver mejor.
Me sentía intrigado por lo que era, yo no suelo recibir cartas, de hecho nunca he recibido una carta hasta ahora.
Sin más la abrí y un olor a lavanda invadió todo mi espacio, procedí a sacar la hoja que tenía en su interior, al desdoblarla me di cuenta lo fina que era. Sin leerla me di cuenta de delicadeza con la que había sido escrita.
Decía.
Sr. Dalton, estoy muy conmovida por las rosas que me ha mandado, son hermosas y me han llenado de alegría en estos momentos.
Pero de antemano le pido mis sinceras disculpas, pues no recuerdo donde lo he conocido y me han amargado el momento de darle las gracias por tal hermoso regalo.
Le pido que no se enoje por mi mala memoria y que mejor me cuente como es que el destino nos ha unido.
Atte. Srta. Elena
¿Rosas? ¿Qué rosas? Yo nunca he mandado rosas a excepción de....... En ese momento sentí como todo se movía, mire rápidamente el sobre y pude ver la dirección de donde provenía esa carta, tratando de componerme de la vergüenza y el descuido que había toma al enviar esas flores. Tomé pluma y papel y le empece a explicar la situación.
Srta. Elena
El que debe disculparme soy yo por el atrevimiento que he cometido al mandarle esas rosas.
Verá, esas rosas habían sido encargas para ser enviadas a mi tía cada año, lamentablemente el año pasado falleció.
Y he olvidado cancelar el servicio de florería, pero le aseguro que no volverá a pasar.
Y de nueva forma le pido mis sinceras disculpas por el mal rato o la incomodidad que le hice pasar.
Atte. Sr. Dalton
A la mañana siguiente me dispuse a mandar la carta, ya para el medio día debía haberla recibido.
Ese día, realice la típica rutina de trabajo, pero había algo en mi mente que no me dejaba tranquilo, me empezaron a surgir barias preguntas ¿cómo era físicamente? O si en verdad era una persona joven o solo se ponía señorita porque nunca tuvo esposo. En fin, trate de olvidado del asunto, pues ya se había aclarado el dilema.
Al término del día me dirigí de nuevo al correo y cuál fue mi sorpresa al encontrar otro sobre rojo.
Subir al departamento lo más rápido que pude, al llegar esta vez ni siquiera dejé el sombrero, yo necesitaba saber lo que contenía el nuevo sobre. ¿Tal vez fui muy rudo al explicarle el error que había cometido y en esta venía toda clase de insultos que se le pudo haber pasado por la cabeza?
Abrí el sobre y de nuevo un aroma me invadió por completo.
Sr. Dalton
Lamentó mucho su pérdida y también lamento la incomodidad que usted tiene al respecto de esta situación.
Yo, en cambio, prefiero pensar que fue acto del destino él habernos conocido de esta manera tan peculiar.
Dígame, ¿usted cree en el destino o solo en los errores y aciertos de la vida?
Atte. Srta. Elena
Considere cualquier contestación menos esa, pues claro que era una equivocación, mi vida se ha regido en tomar buenas y malas decisiones. Yo pensar en el destino, tendría que estar más que loco para cometer semejante atrocidad.
Desde ese momento empezamos a tener una comunicación constante, ella defendía su postura del destino y yo las decisiones buenas y malas que uno toma eran nuestro rumbo de vida.
Mis días cambiaron radicalmente, yo le mandaba una carta en la mañana y todo el día me pasaba con ansias de llegar a mi casa para abrir su contestación.
Ella me comentó que había sido maestra de arte, pero que ahora únicamente se dedicaba a vender sus obras de arte, también que una vez estuvo comprometida, pero fue el destino que decidió no unirlos. Me describió como era físicamente, ya que a mí me intrigaba bastante su aspecto, era delgada, alta, con pelo rojizo oscuro de 30 a 35 años, nunca me quiso decir su edad exacta, pues decía que no los aparentaba actualmente.
Al mismo tiempo yo le comentaba sobre mí, que estudie leyes y trabajaba bastante como para tener una relación, le conté sobre mi complexión delgada, ~que era alto, pelo castaño oscuro, bigote, que tenía de 35 a 40 años, si ella no me diría su edad yo tampoco.
Cada vez eran más mis ansias por verla en persona, debo de admitir que empezaba a sentir ciertos sentimientos hacia ella, su forma de expresarse en las cartas me hacían sentir de una manera especial.
Lamentablemente, ella siempre se negaba, decía que tenía algún trabajo por terminar o que en esos momentos no se encontraría en su casa, eso me desilusionaba demasiado y ponía en duda si era la persona que decía ser.
Ya llevamos seis meses escribiéndonos y mi desesperación por verla iba en aumento, y sin poder contenerme más le dije todos mis sentimientos hacia ella y sin importar lo que me estuviera ocultando lo superaríamos si ella me correspondía con el mismo amor.
Ese día se me hizo eterno, las horas se me hacían eternas para llegar y tener en mis manos su respuesta, tenía miedo de que ella botará mis sentimientos y al mismo tiempo sentía una fuerte adrenalina al pensar en una respuesta positiva a mi declaración.
Llegué corriendo al departamento, directamente cheque el buzón, mi corazón dio un vuelco cuando no había respuesta ella, cheque una y otra vez, hasta cheque los correos de los vecinos por si habían cometido alguna equivocación, pero no fue así.
Desolado, subí a mi habitación, me emborraché con el licor que tenía, estaba ha batido y avergonzado de las declaraciones de mi amor hacia alguien que no conocía.
A la mañana siguiente, me levante del sillón con una terrible cruda para mi buena suerte, era mi día de descanso. Así que decidí ir a verla si me iba a rechazar, por lo menos quería saber como en verdad era.
Después de haberme curado la cruda y arreglarme lo mejor que pude tome el transporte que me llevaría a su casa, no estaba nada cerca, eran dos horas de ida como mínimo.
Al llegar la puerta se encontraba abierta, lo cual se me hacía raro, al entrar me encontré con un señor mayor el cual me preguntó.
-Viene a ver a la difunta.
En ese momento mi cabeza negó toda posibilidad de que fuese ella
- En realidad vengo a ver a la señorita Elena del departamento##.
Sentí que todo se paraba al escuchar que ella era la difunta. Le conté que yo no sabía nada, pues nuestra comunicación era por carta.
-¿usted es él, Sr. Dalton?
Asentí con las pocas fuerzas que tenía.
-La señora dejó una carta para usted antes de morir, si gusta subir yo iré por ella.
Pregunte si alguien más se encontraba arriba, ya que no quería incomodar ni aclarar como conocía a Elena.
Me dijo que no, que nunca tuvo visitas y siempre fue muy reservada en cuanto a su vida.
Subí lentamente los escalones, las piernas me pesaban, yo aún creía que era una equivocación, no podía a ser mi Elena.
Pero al entrar al departamento encontré ese olor peculiar que siempre recibía al abrir sus cartas. Todas las habitaciones estaban llenas de pinturas hermosas llenas de color y de rosas por todos lados.
En medio de la habitación principal se encontraba ella, su piel era blanca como el marfil, los labios estaban pintados de un rojo cobrizo que le sentaban muy bien con su cabello, era como una muñeca que en cualquier momento abriría los ojos y me vería.
Llegó el señor, no supe cuánto tardó, pues yo seguí contemplando su lindo rostro.
Me dijo que habían encontrado la carta en su escritorio a lado del cuerpo ya frío.
Espere a que se fuera, tome asiento en una silla que se encontraba a lado de ella.
El sobre tenía escrito en la parte de arriba "para mi amor"
Sr. Dalton
Debo de confesar que he sentido desde hace tiempo lo mismo por usted, sus cartas son la única alegría que tengo en estos tiempos.
Me encantaría decirle que seremos felices juntos, pero eso no será posible, solo nos queda conformarnos con estas cartas y el tiempo que me queda en escribir esta última.
Tal vez amado mío tenía rozó en los errores y en los aciertos, mi error fue pensar que me curaría y mi acierto fue enviarle esa primera carta.
Aun así, no me arrepiento de nada, pues he amado hasta el último aliento que me queda y eso no todos pueden hacerlo.
Atte. Su amada Elena
Me levanté, puse la mano en el pequeño ataúd.
-No, querida Elena, el destino nos unió, lo que nunca supiste es que también el destino es cruel, pues nos da por muy poco tiempo la felicidad y después nos la arrebata cruelmente.
Ahora todos los años mando el mismo ramo de rosas a mi amada Elena.
Noemi Gv.
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