Tumgik
#lh: Chile
zu-art · 6 months
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Personal hc that Luciano can lift any of the latinos. Also that Manu and Sebi are both very light ♥
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muyextra · 8 months
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Argchi del 2021 inspirado en el manhwa BJ Alex
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tiredbunny-374 · 1 year
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Más argchi porque pololos
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jay-koffee · 9 months
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The contributions I made for the Ecuchi weekend, I truly love these two
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a-pair-of-iris · 9 months
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Para el prompt Childhood Friends✨
Dicen que pasar mucho tiempo con alguien hace que empieces a mimetizarte, y si es de toda una vida, aún peor adjdjsn xP
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cynauvu · 1 year
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la versión patriota va a mi ig aca publico tetas
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ecuchi-finde · 10 months
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Jay Koffee: Nuestro compromiso y dedicación se reflejan en cada detalle para que este evento sea tan maravilloso como estos dos. ¡Ya falta solo un mes para que comience! Esperamos sinceramente que lo disfruten al máximo.
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katvill · 1 year
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Twilight meets a dead fandom, wink wonk
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creepywonderland-pony · 9 months
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La Bruja de la Colina
Francisco vive en un pueblo donde todo el mundo teme a la horrible bruja que vive en la colina a los deslindes del bosque. Se dice que es una mujer cruel e inhumana, capaz de mandar volando a un ejército de hombres con su sola mirada, y de romper el cielo con su furia.
Por ello, cuando se adentra en los territorios de la bruja para recuperar a su perro y se termina topando con una niña de su edad, lo puede la sorpresa. Les comparto un pedacito de lo que escribí sobre el encuentro, para que comprendan la escena:
Francisco abrió la boca, ahogado en su propia sorpresa. Delante de él una niña de su edad lo observaba con una mezcla de sorpresa e irritación. Su cabello castaño caía largo y sedoso tras su espalda, enmarcando su rostro redondo. En su mano descansaba una canasta llena de yerbas, y sobre sus hombros, mecido por el viento, un chal más verde que el bosque mismo la envolvía entera, ocultando parcialmente su falda rojiza. Cuánto más la observaba, más irreal se volvía a sus ojos.
No cabía duda alguna. Por más inesperada que resultase su apariencia, debía tratarse de la bruja que vivía sobre la colina. El mal hecho persona.
Asustado, cerró los ojos con fuerza. Expectante ante lo que seguramente sería su final, o al menos el final de su vida como había sido hasta ese entonces. Sin embargo, para su sorpresa, ninguna maldición cayó sobre sus narices, ni aconteció tampoco transformación alguna en su cuerpo. Y los segundos empezaron a diluirse en minutos en la tensión de un silencio mutuamente ininterrumpido.
Nervioso, Francisco volvió a abrir los ojos, encontrando que nada había cambiado: ni la yerba a su alrededor, ni el susurro del viento en sus oídos, ni la niña aguardando a su lado.
La bruja, por su parte, le dedicó la mirada más penetrante que hubiese visto jamás, estremeciéndolo hasta la médula. “¿Qué haces aquí?” Lo increpó finalmente, sin miramiento o cordialidad alguna.
Francisco abrió la boca tratando de sonsacarse alguna clase de explicación, pero los nervios lo traicionaron, y no logró soltar más que un gritillo ahogado.
Y bueno no quiero dar spoilers pero de su encuentro nace un romance prohibido, rumores, envidia, celos, gente muere. Ya saben, lo usual.
Espero poder terminarlo en el futuro cercano. Y también que les haya gustado el dibujo Con esto termino mi participación en el Ecuchifinde c:
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monvria · 11 months
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16 Cartas.
Javiera:
  En momentos como estos me alegra haber estudiado con los jesuitas, me enseñaron a leer y escribir, y gracias a ello puedo seguir manteniendo comunicaciones contigo. Vea, aunque me hayan botado de la hacienda, me imagino porque su señora madre supo de lo nuestro, tenga por seguro que esto no acabará aquí. Por eso, corazón, extiendo mis saberes para ti por medio de estas cartas que le estaré enviando de a poquito, y en cambio, quiero que usted haga lo mismo para conmigo. Ponga su carta, por favor, en el mismo lugar donde yo deposito las mías, así cuando pase por las noches podré tomarlas y leerlas y después enviarles mis respuestas.
No las fecho porque, ya sabe, por la clandestinidad de esto.
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Javiera:
  Me complace que me hayas hecho caso. Cuando pasé por la noche cerca de la ventana de su habitación y ahí vi la carta, debo de admitir que el aliento se me escapó. Más se me escapó cuando lo leí justo ahí. Lo sé, qué imprudencia la mía, pero las emociones me pudieron más. Su mensaje fue corto ¿es por el miedo a esto? Le comprendo, estoy igual. Pero mire, habrá sido corto pero igual me hizo sentir cosas. Y cuando llegué al final del mensaje, cuando me pedías que me cuidase, que comiera y durmiera bien, se me ha escapado la sonrisa boba. ¿Cómo lo haces, mujer? ¿Esto de hacerme sonreír con tan poco? Usted parece bruja ¿Qué maleficio me ha echado? Pero no importa, me gusta.
Usted que me deseó tantas buenas cosas, yo le deseo eso y algo más: sueña con los angelitos.
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Javiera:
  Comprendo que queme las cartas por su seguridad. Yo las tuyas las tengo guardadas, me puedo dar ese lujo, usted no. No importa ¿sabe por qué? Porque usted tiene un gran corazón, el cual dicen que alberga todo esto a lo que llamamos sentimientos y sé que aunque queme mis escritos, ahí donde tiene el corazón, ahí está mi tinta como recuerdo. Creo en esto. Sabes, mi madre también tenía un gran corazón, uno demasiado grande, y era así. Daba igual cuánto pasara, recordaba a pie juntillas todas las veces que le dije “te amo”, y mi corazonada dice justo eso, que usted recuerda todo lo que le he escrito y lo recita como mantra, tal como yo, en mi trabajo, recito el suyo, porque esto que nos escribimos es un “te amo” aunque la frase no haga presencia.
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Javiera:
  Hoy fui a misa, el Padre en su sermón dijo “todos los caminos llevan a Roma”. No me pregunte por el sermón, no presté atención, sabe cómo soy. En eso que iba para mi casa me topo con esta división de caminos. Uno va para mi hogar, el otro para el suyo. Ahí exclamé “¡oh!” porque justo me vino de nuevo esa frase cuando vi el camino. Yo digo que tú eres mi Roma, y sí, todos los caminos siempre me conducen a usted. Estoy seguro que puedo irme a la montaña más alta de por aquí, vivir ahí una temporada, y cuando baje, aun sin conocer el camino, sin duda terminaría frente a su hacienda porque eres Roma. La altiva, la recia y la necia. Esa Roma es usted.
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Javiera:
  ¿Cómo puede decir que se le ha olvidado montar a caballo? Tanto que me costó enseñarle; eso nunca se olvida, cariño. Creo que me estás mintiendo. Cuando leas esto dirás “¿cómo?” pero no se haga. Es una trampa. Quieres que vaya allá y nos veamos, eso quiere. Se hace la tonta, pues, para vernos una vez más las caras. Sí, sí. Estate atenta la próxima semana y tendrá que estar en vela, iré allá y me verá, aún en la oscuridad de la noche, pero me verá.
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Muchachita:
  ¿Te puede decir así? Verá, ayer soñé contigo y te volví a ver y caí en cuenta que eres bastante bajita. Me reí al verla. Le llevo una cabeza de alto, quizás una y media. Entonces para burlarme de usted le puse mi codo en su cabeza y apoyé ahí mi peso. Se enojó. Yo me reí, porque así mismo es usted en vida real.
A veces siento que mis sueños son realidades, que la usted de ahí es verdadera. Debe imaginarse mi decepción cuando me despierto y no es así. ¿Usted sueña conmigo también? Porque si es así, quizás sea cierto lo que me dijo el indio aquel, que a veces los sueños son realidades y estas se dan cuando dos personas sueñan con ellas al unísono. Si ayer soñó conmigo. . . Tengo el corazón en la garganta, mujer. Solo de pensar esa posibilidad.
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Javiera querida, muchachita mía:
  No se preocupe por mí, le aseguro que el accidente no fue tan malo como lo describí en mi anterior carta. Creo que me entró la vena dramática y por eso lo redacté como tal. Pero no te enojes tampoco, por favor, que desde acá siento cuando estás hecha un huracán. Me quedó solamente una cicatriz en la frente, un tanto prominente pero nada catastrófico. Le juro que sigo siendo guapo, mujer, que no me volví el feo del pueblo. Tan así que le pedí a mi hermano Francisco que me retratara, ya sabe, él dibuja bonito, y ahí verá. Y después con ese retrato lo puede guardar o quemar, lo que mejor le convenga, pero yo insto a lo primero ¿sí? Temo a veces que se olvide de cómo me veo.
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Mi corazoncito:
  Vea, anteayer andaba por la plaza del pueblo y por ahí había un artesano vendiendo sus cosas. No tenía absolutamente planeado comprarle algo pero vi una cuestión que me llamó la atención. Había una muñeca de porcelana y era igualita a ti, pero es que igualita se queda corto. Era tu viva imagen. Solo le faltaba un poco de rosa en los mofletes y eras tú. Se hizo el día el artesano conmigo. Ahí lo tengo bien guardado en una cajita para dártelo, no sé cómo porque las cartas pasan bien entre las ranuras de la ventana, no así una caja, pero usted lo tendrá más pronto que tarde y podrá confirmar lo que le dije.
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Muchachita:
  Usted no sabe cuánto me complace saber que le ha gustado el regalo ¿vio que se parece a ti? Su comentario me hizo sonrojar, Dios mío, tenía los cachetes a candela viva. ¿Me da permiso para sonrojarme? Le pregunto porque dicen que esto de sonrojarse no es cosa de varones, y que ustedes las mujeres odian eso de nosotros, pero también dicen que pedirle permiso a una mujer es incorrecto, pero yo digo que sí quiero estar con usted, que lo nuestro trascienda, debo saber lo que piensas y lo que quieres, y cumplir (juntos) esos deseos.
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Javiera, corazón:
  Sé que he tardado mucho en escribirle. No piense que me he olvidado de ti. Antes muerto que eso. Mire, me salió un trabajo a un pueblo más alejado de donde estás y por eso ha costado poder enviarle mis escritos. Calma, sí, es un trabajo temporal así que no se asuste, cuando vuelva a donde estaba seguiremos la correspondencia con la misma frecuencia de siempre. En esto que he estado más lejos de ti hice introspección sobre cuánto te amo. ¿Sabe a qué tan lejos estamos? Los cálculos que saqué fueron de 10 leguas. Entonces puedo decirte una cosa: mi amor por ti es tan grande como 10 leguas de distancia.
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Amor mío:
  Quiero hacerte una pregunta retórica ¿Sabes cuántos llevamos en esto de las correspondencias? Nunca feché mis cartas, usted hizo lo mismo, pero recuerdo vívidamente el día en que escribí mi primera carta a usted. 16 de enero de 1871. No hay en absoluto nada especial en esas fechas, hasta ahora; ya dos años de eso es prueba suficiente como para decirte que el 16 de enero es de mis días favoritos porque recuerdo esto que hemos mantenido con tanto receloso entre ambos y es especial por ello. Mis hermanos se burlaron de mí la primera vez que les conté sobre estas correspondencias. Me dijeron “¡eso no va a funcionar!” y yo les dije que se mordieran la lengua los tres. Lo que más me llena es que justo no parece perecer este ejercicio, seguimos en lo mismo, con una frecuencia envidiable, eso me dice que aún no se ha aburrido de mí y ya sabe, yo no me he aburrido de usted.
Pero también otro pensamiento me ha invadido la cabeza. Eso que hemos durado me parece casi que inverosímil. Lo que le quiero decir es que nunca me consideré buen hombre. Usted si estuviera cara a cara conmigo me habría dicho que lo contrario, lo sé, pero me explicaré. No me considero buen hombre porque no lo soy. Para entrar a trabajar en su hacienda me valí de tretas para sacar del paso a uno que poseía más experiencias que yo. Antes de eso, con Ángel hacíamos cuatrerismo por ahí y de hecho, casi me meto a bandolero en una vuelta, sino fuera que Rodrigo me sapeo sobre que ustedes buscaban un caporal y que era mejor eso que acabar colgado de un árbol. Yo solo estaba ahí para ganar dinero, hasta que la conocí. Después de eso no he sido el mismo.
A usted le debo de agradecer muchas cosas; primero, su amistad; segundo, su amor; tercero, mi salvación por usted. Porque verá, cuando comenzó nuestras andadas me dije que cambiaría porque usted se merece algo mejor que ese diablillo que llegó ahí por puras artimañas y que quería seguir en esas sendas. Me dije que no se merecía eso. Por eso cambiaba, más buena gente quería ser, y sí vino de corazón, si no, no hubiera llegado hasta donde estoy. Y como un acto de esos, de buena gente, yo le confieso esto sobre mí a sabiendas que puede cambiar su percepción de mí, pero como la amo mucho mucho y sé que es lo correcto, no tengo más opción que hacer esta prueba de fuego y esperar su respuesta.
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Javiera:
  Mi pregunta para ti es: ¿estás loca? He demorado en contestarle porque he estado analizando su propuesta. Es bastante osado. Si falla estaré yo colgado en algún árbol de la zona, lanceado por alguien de su escuadra o bien, muerto a hierro. Pero lo que más temo es por ti, lo que te pueda suceder. Pero si es así, habrá que irse lejos, muy lejos de estas montañas ¿Aguantarás el calor de las llanuras? Porque solo yendo para allá o lugares así estaremos a salvo.
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Javiera:
  He logrado convencer a mis hermanos para raptarte, porque por más que lo quieras vender de otra forma, lo que haremos es un rapto. “Convencer”, bueno, no será la palaba correcta porque solo se los comenté y aceptaron de una vez. Ahora los quiero mucho. Pero en fin. Estate atenta en esta luna menguante que viene por ahí se hará esto. Ten a mano solo lo necesario. Eso es lo único que te recomiendo.
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                                                                                     Moreno. 1 de agosto 1888.
Muchachita mía:
  Lastimosamente ha de esperar más. Este señor que no es más que un desgraciado aún no me paga las reses, así que le dije “aquí estaré” y heme aquí, día a día yéndole a cobrar. Pero pese a ello me puse a pensar en ti y me volvió a salir la risa boba. ¿Sabes qué recuerdo? Pues mire. Oficialmente me llamo Juan Jáuregui y usted Manuela del Cid, pero yo la conocí por Javiera Gonzáles y usted a mí por Andrés Gómez. Por cosas de la vida acá me han apodado André, que no Andrés, y he sonreído tan grande porque hacía tiempo que alguien que no fuese cercano mío se refiriese por mi nombre, o en este caso, algo cercano a mi nombre. Ahora que lo pienso, y es que ni gente cercana. Esos chiquillos endiablados tuyos me dicen “papá Juan”, pero me gustaría que me dijeran “papá Andrés” pero no se puede. ¿A usted le gustaría que le dijeran “mamá Javiera”? Me temo que sí, por los nombres eran necesarios para disipar cualquier persecución.  
Nos casamos como Juan Jáuregui y Manuela del Cid, pero para mí siempre serás Javiera y es el nombre con el cual te llamo sea aquí, en tinta, o allá, con voz. Cuando canto es el nombre que sale, cuando pienso en ti pienso es en Javiera. Mi vida la estoy edificando con Javiera Gonzáles. Por eso a veces cuando andamos en público me enerva no poder decir tu nombre a la otra persona, porque quiero decirles “sí, ella es mi esposa Javiera” y no eso de Manuela. Se me pasó por la cabeza rápido proponerte usar nuestros verdaderos nombres, pero caí en cuenta que ya ha pasado mucho tiempo y todos nos conocen por Juan y Manuela, solo nos queda ese nombre para nosotros, y mis hermanos supongo, y unos que otros amigos tuyos. Pero ya le digo y le repito que para mí eres Javiera. La altiva, la recia y la necia. Mi Roma. Mi bruja. La de muy gran corazón.
                                                                                                    —Andrés Gómez.
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                                                                            La Espiga. 16 de enero de 1920.
Amor mío:
  Vieras lo que me pasó. Acá esperando a que el señor arregle la muñequita de porcelana me vino una niñita muy parecida a uno de los chiquillitos de tus endiablados chiquillos. Me dijo “¡qué pelo más blanco tiene, señor!” y yo me he reído y sonreído. Cómo pasa el tiempo, tanto que uno de mis hermanos ya no está con nosotros y cada tanto tengo que hacer un recuento de cuántos nietos llevamos porque siento que cada año salen dos más. El tiempo pasa muy deprisa y ahí me imaginé tu rostro y se me magulló el corazón. Estás como yo, con el pelo muy blanquito pero al menos mis cejas siguen siendo oscuras, las tuyas no. Y tu rostro, muy arrugado, como el mío también. Mas me alegra que podamos seguir caminando a la par; me gusta ir contigo a la plaza y sentarnos ahí a ver la gente pasar. Gracias a eso volvió a latir mi corazón, porque aún sigues conmigo a mi lado. Se me pudo haber magullado un poco el corazón pero siempre se recupera gracias a ti.
                                                                                                    —Andrés Gómez.
____________________
                                                                                           20 de octubre de 1926.
Mi querido:
  De todo lo que vivimos tengo una queja, quizás la única queja que te pueda tener: me consentiste mucho, demasiado. Como no estás espero paciente tus cartas, como siempre has hecho cuando no estamos juntos, pero no llegan. Creo que mis “endiablados” chiquillos se han dado cuenta de mi tristeza, sino no se explica que me haya visitado uno de tus hermanos. Hablamos un poco. Hablamos de ti. Me reí mucho con sus cuentos y sonreí bastante gracias a esas tertulias. Aún recuerdo cómo me hiciste “incivilizarme” (tus palabras, no las mías) solo para que calzara entre el campesinado porque según tú andaba muy de fina. No te mentiré, sí me costó, me costó pasar de mi casa de adobe a tu rancho de pencas que suelo de tierra poseía; me costó trabajar lo suyo el campo, me costó entender a las bestias y domarlas. Te maldecí una vez. Pero a las finales te lo agradezco. Sé más gracias a estar contigo a lo que sabría si me hubiera quedado allá. Gracias a ti puedo tocar la guitarra, y cantar algo, ¿recuerdas cuando canté para el cumpleaños número treinta de Ángel? Se me salieron los gallos pero no me dijiste nada, solo me sonreíste, pero no por gracia, sino por orgullo.
Dijiste que tengo un muy gran corazón. Creo que ahora me está siendo contraproducente. Sí cariño, recuerdo todas esas cartas quemadas en la chimenea. Las releía muchas veces, tantas que me sabía línea por línea lo que decía. En efecto, eran “te amos” no puestos. Pero ahora ese gran corazón lo siento un poco quebrado. Cuando me despierto siento un peso en el otro lado de la cama y me volteó rápido pensando que eres tú. Mi decepción es mayúscula cuando no te veo. Quiero que estés aquí conmigo, pero eso sería muy egoísta ¿no? Porque me imagino que allá donde estés andarás muy feliz con tu madre y cantando con tu hermano. Aún me queda tiempo aquí. A veces quiero que sea poco y otras no, porque si no ¿quién cuidará de tus endiablados chiquillos y sus chiquillitos?
Así que heme aquí, escribiéndote aunque sé que no tendré respuestas, pero lo seguiré haciendo Andrés, ¿sabes por qué? Porque este ejercicio que llevamos haciendo más de cinco décadas solo puede morir cuando los dos ya no estemos aquí. Por tanto aquí estaré llenando esa cajita de madera con estas cartas mías y las tuyas, las que ahora sí guardé, ahí al ladito de la muñeca de porcelana.
                                                                                                 —Javiera Gonzáles.
__________________________________________________________________
@animeluci-98thpg Aprovechando que aún poseía un ápice de inspiración y que a la vez estoy desempleada así que tiempo tengo, le hice esto para emendar la trapeada que le he hecho a su OTP porque donde aparezca la Javiera es para andar de loca o tener más cuernos que un vena’o. Así que algo más feliz. 
Eso no quita que es mucho más entretenido pensar a Javiera con más cacho que un toro o que los poderes sobrenaturales de Diomedes sean tal que pueda volver cuck a Andrés. Por lo menos acá nos podemos reír un poco que los hermanos hayan dicho «hell yeah, raptemos a la cuñada» sin pensarlo dos veces. 
Más tarde subo esto a AO3 para mejor lectura.
Editado
Para mejor lectura »aquí«.
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espejoobsidiana · 9 months
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Juana Rosa!Inspired | Fem Ecuchi Fanmix
Elisa y Marcela con tren chileno edit - Isabel Coixet | Juana Rosa - Violeta Parra & Rosa Colorada - Tradicional chilena | Sinfonía de la Trilla - Pablo Neruda | Dame la Mano - Gabriela Mistral Taberna hacia 1900 en Valparaíso - Harry Grant Olds| La Noche - Eduardo Kigman | Fanfic: Flor del Ande/Flor de Trigo - espejoobsidiana
Escuchen Juana Rosa & Rosa Colorada
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zu-art · 3 months
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I craved drawing Manu in this hip pose specifically, so I did it
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muyextra · 8 months
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Argchis varios parte ??'
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tiredbunny-374 · 1 year
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Nunca terminé este dibujo sksjsla era para la ArgChi week de este año, pero no sé dibujar manos y no supe buscar referencias (?)
Au ángeles y demonios 😳💕
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jyushiily · 2 years
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TODOS LOS DIBUJOS QUE HICE Para la argchiweek 2022, los dejo acá para guardarlos nmas
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a-pair-of-iris · 4 months
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Noche de Paz
By Aris
"Se me olvidaron las papas". Manuel vuelve tarde del trabajo en la víspera de navidad odiándose a sí mismo por olvidar comprar una bolsa de papas duquesa para la cena. Va harto de todo y de todos, pero al llegar a casa recuerda que la vida no es tan mala, ya no. Oneshot Ecuchi, 2.114 palabras ao3
«Se me olvidaron las papas», seguía recriminándose Manuel, agarrado firmemente al pasamanos sobre su cabeza para que los tambaleos del vagón entre las interminables curvas de las vías, los frenazos nerviosos del conductor, o los empujones de la gente que se apretujaba con bolsas y cajas de regalos intentando abrirse paso al interior no acabaran por tirarlo al piso.
Lo estuvo pensando toda la semana: ir a comprar una bolsa apenas saliera del trabajo, pero entre las demandas y prisas previas a días festivos y la locura de fin de año que se apoderaba del mundo lo olvidó por completo. Todos los días.
Entonces ahí estaba, la tarde-casi-noche del veinticuatro de diciembre camino a casa desde el trabajo, y sin papas duquesas en la mano o en el refrigerador. Consideró la posibilidad de pasarse al super a ver si de milagro quedaba alguna solitaria y despreciada bolsita al fondo de los congeladores, entre las croquetas de garbanzos y not-pollo, pero conocía demasiado bien la naturaleza de sus conciudadanos como para hacerse ilusiones. Aparte que a esas alturas ya estarían correteando a todos fuera del recinto, apagando la música y luces y escondiendo a los señores que cortaban el queso y la carne. Así que debía hacerse a la idea de que no habría papas duquesa para la cena de navidad.
Una señora le pisoteó los pies en su arremetida para hacerse con un asiento vacío y Manuel se tragó las ganas de hacer algo más que mirarla feo. Ya estaba bastante cabreado como para empeorarlo peleándose con una vieja en el metro. Solo quería llegar a su casa y que el día se acabara. Que las fiestas y el año se acabaran de una vez.
Estaba harto, y todo era culpa de recursos humanos, por dejarlo sin aguinaldo y luego hacerlo cubrir el turno para que sus compañeros con hijos pudieran salir con “la familia”. Como si él no tuviera una de esas. Realmente, las infografías del departamento de inclusión las tenían de adorno en los muros… En fin, la cosa es que iba harto, sopeado y apestoso por el calor de Santiago, en un vagón repleto de gente igual de apestosa, enojada e histérica por sus compras de último minuto, e iba a llegar a su casa con todo ese enojo y desprecio pegado al cuerpo a ponerle mala cara a Francisco y a su cena sin papas duquesa. Y más molesto se sentía. Porque Panchito no se merecía ser el recipiente de su frustración y mal humor. No cuando los idiotas de recursos humanos ya le habían arruinado a su novio el fin de semana familiar en la casa de playa de Rodrigo y Fernanda del que había estado hablando las últimas semanas.
A diferencia suya, a Francisco sí le hacían ilusión estas fechas y las esperaba con entusiasmo y gran dedicación, vestigios de su crianza en una mezcla de la más pura liturgia católica y propaganda gringa. Y es que Manuel nunca acabó de tragarse ese discurso de “paz y amor” y “el espíritu de la navidad” que vendían las películas al por mayor de Hallmark, si no hasta que pudo pasar las fiestas en casa de los Burgos. Dejando de lado los rezos y lecciones bíblicas gratuitas, la vida familiar de su entonces mejor amigo apareció ante él como todo eso que había deseado tener mientras crecía, y no podía negar que sintió un poco -o más bien mucha- envidia al presenciar en vivo y en directo la suerte que tenían esos pocos niños que crecían en familias funcionales. Para Francisco, la navidad eran luces de colores y cantos junto al pesebre; juegos y risas correteando con sus hermanos por la casa; largas pláticas decorando el árbol o las galletas y tartas que horneaba su papá; enormes, alegres y bulliciosas reuniones familiares repletas de cariño y una armoniosa coexistencia que acababa con todos esperando la siguiente oportunidad de estar juntos. Para Manuel, significaba días eternos en la tensión constante de esperar a que algo saliera mal y todo le explotara en la cara; sombrías cenas en frío silencio y un nudo en la garganta que le dificultaba tragar el insípido pollo asado o lo que sea que Rayén consiguiera luego de salir tarde del trabajo; subirle el volumen a la tele para aplacar el sonido de los gritos y portazos a su espalda; sonrisas forzadas para una fotografía que le recordaría por siempre lo miserable que se sentía en ese momento; dormirse escuchando el llanto ahogado de su madre en la otra habitación y la pesada ausencia del innombrable. Claro que había algunas pocas cosas que valía la pena recordar, como la manito de su hermana que se aferraba firmemente a la suya en un gesto de mutuo aliento mientras caminaban por las calles iluminadas compartiendo un helado; las pequeñas lucecitas de colores danzando lentamente entre las tiras de plástico verde del árbol de navidad que lo hacían sentir en calma; las doradas y humeantes bolitas en el tazón de cristal al centro de la mesa en casa de su tía que se deshacían sin esfuerzo en su boca…
Las puertas se abrieron y Manuel forzó su salida hasta alcanzar las escaleras eléctricas y la calle. El aire arriba era un poco menos sofocante, y la leve brisa que se formaba debajo de los árboles de la plaza le ayudaba en la tarea de disipar esa inoportuna corriente de pensamiento. «Todo eso está en el pasado».
En su breve y lento paseo por el barrio también se distrajo mirando las pocas casas que se habían molestado en colgar decoraciones para la vista de los transeúntes. La mayoría de sus vecinos compartía su escaso entusiasmo por sumarse al espectáculo público, salvo un par que parecía odiar tanto al resto como para intentar provocarles un ataque epiléptico. Seguro había algo al respecto en el reglamento. Para cuando alcanzó el final del pasaje se encontraba mucho más relajado y se permitió un momento antes de entrar para admirar su casa desde la calle.
«Es bonita», pensó. Chica, y no llama mucho la atención, pero es bonita, con un suave color crema y marcos oscuros que hacían juego con la reja. Francisco había colgado unas guirnaldas con muérdagos en las cornisas y una corona de hojas en la puerta. Una cascada de tenues luces amarillentas cayendo del techo y un puñado de estacas que simulaban copos de nieve en las jardineras iluminaban la fachada y a la virgencita que Manuel poco a poco había aprendido a querer. Algo sutil y discreto, porque sabía que a él no le agradaban la pompa y las pistas de aterrizaje, y mucho menos querría tener gente pegada a la reja sacando fotografías o historias para Instagram.
Apenas deslizó la llave dentro de la cerradura del portón, la Negra levantó la cabeza y comenzó a mover la cola desde su camita junto a la puerta. Manuel no podía evitar hablarle como bebé cuando hacía esas cosas.
—Hola, mi niña ¿Me estaba esperando? ¿O es que hizo una maldad y me la tiraron pa’ fuera?
La perrita solo agitó más su cola en respuesta, haciendo que su trasero la acompañara. Manuel no escondió la sonrisa al verla. Mientras él volvía a poner el seguro su mascota finalmente se levantó de la cama estirándose perezosamente y fue a pegar la nariz contra la madera de la puerta, esperando a que le abrieran.
—Adelante señora. —dijo acompañándola finalmente dentro de la casa.
De inmediato lo golpeó el olor a especias y vino blanco del pollo que Francisco tenía cocinándose en el horno, la canela y jengibre de las galletas de hace unos días ya completamente opacadas.
Yo quisiera poner a tus pies
Algún presente que te agrade señor…
Hay un villancico resonando en toda la planta, Manuel supone que de esa lista navideña que armaron entre los dos en Spotify y en la que agregó el soundtrack de Duro de Matar solo para molestar. La sala y comedor están iluminados únicamente por las luces del árbol y la aldea navideña sobre el estante con la loza buena, algo de claridad de la cocina colándose en la habitación y desde donde también le llegaba la voz de Francisco cantando, con esa voz suave y quebrada hecha para los boleros y valses tristes que tanto le gustan al castaño.
Más tú ya sabes que soy pobre también
Y no poseo más que un viejo tambor…
Hay algo en la canción que imprime cierto acento a la voz de su novio, será la convicción cristiana o esa emoción profunda que solo despiertan las memorias felices, que Manuel llega a sentir el nudo en la garganta y humedad en los ojos por la ilusión nostálgica que le provoca escucharlo. Pero es una buena sensación esta vez, que lo calma, así como las diminutas luces titilantes del árbol a su costado.
«Todo está bien ahora. Ya está bien».
—¡Oh! Bebé ¿Y tú cuándo entraste?
La intromisión de la perrita detuvo el canto de Francisco y Manuel, ya habiéndose sacudido suficiente de la pesadumbre que acarreaba del mundo exterior y su forzoso paseo por los recuerdos, decidió que era hora de unírseles en la cocina.
—Fui yo. —dijo, arrastrando los pies hasta Francisco para darle un rápido beso en la mejilla antes de desplomarse contra su ancha espalda y abrazarse a su cintura por debajo del delantal de cocina. Siempre era un gusto pegársele así, incluso con el olor a ajo, pimienta o lo que fuera—. ¿Me la tenías castigada o qué onda?
—Claro que no. Estuvo casi todo el día saliendo y entrando hasta que quiso quedarse afuera. Supongo que estaba más agradable que aquí junto a los hornos.
Comenzaron a mecerse lentamente en un suave vaivén, la cabeza de Francisco inclinada levemente sobre la de Manuel que descansaba apoyada junto a su cuello.
—¿Cómo estuvo el día? —preguntó Francisco luego de un rato así acaramelados.
—Jum, pudo ser peor. —Admitió, sin ánimos de ahondar en más detalles—. ¿Y tú?
—Estuvo tranquilo. Entregué temprano los pedidos que me faltaban y pasé a recoger la encomienda de tu mamá luego de almorzar con mis papás, antes de que salieran a lo de Rodri. Dejé los regalos que nos dieron debajo del árbol.
—¿Seguro que no quieres ir con ellos? Podemos buscar pasajes para mañana temprano. —Ofreció nuevamente.
—Que sí, Manu. Vienes llegando del trabajo, estás cansado. Y yo también lo estoy después de hornear todo el día. Esta vez de verdad prefiero que nos quedemos aquí, tal vez ver una película en el sillón los tres y dormir hasta tarde mañana. Con los niños gritando y dando vueltas allá será imposible. Ya los veremos para año nuevo. —aseguró Francisco, frotando su mejilla contra la suya para acabar de tranquilizarlo.
—Okey. —aceptó Manuel, depositando un par de besos en su cuello—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó, por fin reparando en la bandeja frente a Francisco y las pelotitas que en ningún momento había dejado de hacer.
—Ah. También pasé al mercado luego de que me escribieras, pero no quedaba ninguna de las papas que querías, así que… uhm, las busqué en Youtube.
Manuel se lo quedó mirando un instante, luego a las bolitas en la bandeja y finalmente de nuevo a Francisco, una sonrisa cada vez más grande formándose en sus labios. Sí que podría llorar ahora.
—… Espero que estén buenas. —Dijo finalmente Francisco, algo nervioso por la insistente atención y la extraña mueca en el rostro del otro. Pero no le duró mucho luego de que su novio lo atacara a besos y acabó riendo por la efusividad y las cosquillas que le provocaban los labios y el aliento de Manuel sobre su piel.
—Te amo. Te amo tanto, tanto, tanto, tanto… —repetía Manuel una y otra vez.
—Y solo hacían falta unas papas jajaja.
Más tarde esa noche, mientras acababa lo último de la panacota con la cabeza de Francisco sobre su hombro, la Negra mordisqueando uno de sus premios entre sus pies y el rostro verde y peludo de Jim Carrey en la pantalla de la televisión, Manuel miró el bonito centro de mesa sobre el mantel rojo, los platos verdes y cubiertos dorados que de alguna forma se veían bien juntos; miró el árbol con sus lucecitas danzando lentamente, así como lo hicieron con Francisco poco antes de servir la cena bajo una canción estilo jazz que ninguno de los dos tenía idea de cómo bailar; miró a Francisco estirar la mano disimuladamente para alcanzarle un trocito de asado a su perrita y la cola que se meneaba alegremente; y se sintió contento.
Eso era todo lo que siempre había querido. Una noche tranquila, y paz.
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