Mi abuela siempre sacaba la estatuilla, afuera bajo la ventana, cuando veía aproximarse una tormenta, le tenía pavor a esos vientos huracanados que se desataban en su memoria, aunque nunca hubiera presenciado un tornado en su vida, y aún lo sigue haciendo; nubes tormentosas afuera, estatuilla debajo de la ventana.
La figura era pequeña, con sus años de vivencias, una virgen del territorio, pintada de azul con cara angelical y detalles que ya no diferencio a plena vista, imparcial ante la tormenta, que seguramente, pensaba mi abuela, espantaba. De pequeña siempre me sentí segura con ese gesto, la virgencita en la ventana era igual a tradición de infancia, y protección contra todo mal que trajera la lluvia consigo, hoy ya la veo con recelo, a un costado, siempre dispuesta a mirar como se desatan los temporales, mientras sigue implacable.
Sin embargo, siempre me daba un poco de pena aquella figura, yo con 6 o 7 años, recuerdo pasar por el lado y rosarla suavemente con los dedos, tal vez donándole esperanza, la refugiaba casi a los bordes de la ventana, la miraba seguido, era la virgen quien nos protegía de la tormenta, y yo quien la protegía a ella, con mi aire de inocencia, en toda presencia infantil.
Hasta ahora me doy cuenta de las distancias que guardaba ese rito con mi abuelo, quien jamás nombraba a los santos en buena fe, y miraba con recelo las protecciones de mi abuela. Él era más de sentarse a un costado del patio, al resguardo de la lluvia, pero mirando de manera tranquila como caía cada gota, incluso si el viento comenzaba desarrollarse con una ferocidad atemorizarte.
Yo siempre pensé que en sus ojos las tormentas tenían miedo, miedo de esos ojos azules como el mar, impenetrables, absolutos, tan tranquilos que engullían la rabia, ojos de mar infinito, ante mi inocencia de infante, ojos anti tormentas.
Y ahora, ya pasando el tiempo, mirando la virgencita de reojo sobre la ventana, con mi abuela escondida espiando las gotas de lluvia con recelo, ya sin la calma de esos ojos protectores de mi abuelo, me doy cuenta como cada quien tiene sus creencias ante los miedos, como cada persona arma sus escudos, sus protecciones, sus fidelidades, como niños asombrados ante lo desconocido, aferrándose a ese tesoro que nos hace sentir anclados, seguros, invencibles; entonces vuelvo a darme cuenta, ni los ojos azules, ni la virgencita, espantaban tormentas, sin embargo, para esa pequeña tan frágil ante el temporal desconocido, no había presencia más calma, que los rituales en días de lluvia, y la sensación eterna, de la compañía de un abuelo.
-danielac1world ~Protección
melancólica de los recuerdos~
