Diccionario mundifinista parte 34:
Cerveza: Lo que digo cuando estoy muy borracho e intento decir “certeza”.
Despertador: ALARMA! Mecanismo demoníaco que te despierta a la fuerza, bajo coerción. // Violencia psicológica.
Jovial: Significa "alegre" en el idioma que se habla en Júpiter (ver por ejemplo a Mafe Walker).
Millonario: Cualquiera que tenga más dinero que un/a ricx.
Multimillonario: Cualquiera que tenga más dinero que un/a ricx y sea famosx.
Narco: Emprendedor, resiliente.
Nocturnófoba: (en el sistema horario) Cualquier hora que va desde la salida hasta la puesta de sol. Algunos estudiosos borrachos dicen que solo son las horas que van desde el amanecer hasta el mediodía, esto entra en conflicto con la teoría de los estudiosos drogadictos que dicen que si no vas a extender el concepto a todo el día, mínimo hay que abarcar horarios de trabajo y oficina, en su aplastante mayoría creados contra la noche.
Nunca: Ver definición de “Siempre”, pág. 666 de la presente edición.
Petecisión: Decisión de hacer un pete.
Petensamiento: Pensar en hacer o que te hagan un pete. También se usa “petensión”.
Rico: Cualquiera que tenga más dinero que yo.
Rutinario/a: Persona que nunca hace algo diferente excepto cuando se muere.
Saxo: Siempre leo sexo
Sexo: Siempre lo leo perfectamente
Siempre: Palabra creada por la humanidad cuando la expectativa de vida era la misma que tienen hoy los perros.
Tecnolorgía: Masturbación masiva con muchísimos juguetes sexuales eléctricos simultáneamente (5 o más, porque 4 sería solo tetratecnolorgía, 3 tritecnolorgía, 2 tecnobigamocnolorgía y 1 aburrido).
Vientreplanista: Persona que cree que el único vientre válido en el universo es uno plano, cualquier otro viola las leyes de la (su) física y del (su ideal de) físico. Generalmente va mucho al gimnasio, tiene rutinas sagradas y constantemente se alimenta de forma balanceada.
Acostumbradoalfindelmundolandia: linktr.ee/acostumbradoalfindelmundo
3 notes
·
View notes
El Saxo.
En invierno y de noche, las calles del centro de Oaxaca son recorridas por el frío y por turistas trasnochados en busca de diversión. En una esquina, enfundado en un viejo gabán, un joven músico de pelo largo y mirada triste se dispuso a tocar su destartalado saxofón. Cual moderno flautista de Hamelín, la música logró que turistas y locales salieran de todas partes y se arremolinaran en torno a él. Las suaves notas se paseaban entre la gente acariciando corazones sin pedir permiso. La audiencia, emocionada hasta las lágrimas, le retribuyó con propinas que aventaban a la desvencijada carcasa de su instrumento.
Con el rabillo del ojo, el músico miró a una chica de rasgos indígenas que le escuchaba embelesada y con los ojos cerrados. Al final de la sesión, ella era la única que quedaba. Mientras él recogía las monedas, ella se presentó:
—Soy María. Me encantó como tocaste. Sabes sacarle partido a tu saxo a pesar de su estado.
—Qué bueno que te gustó. Me llamo Mateo.
Las facciones de María eran armoniosas, tenía los ojos negros como la noche y la piel del color de la canela. Mateo pensó que quizás con un poco más de plática podían acabar ambos en su humilde cuarto haciendo el amor. Por la mañana ella sería tan solo un recuerdo, como tantas otras.
—Tu saxo tuvo antes otro dueño, intuyo que fue tu padre.
—¿Perdón? —la miró extrañado, pues aquello era verdad.
—Hay algo de tu padre en él.
—Eres muy rara —dijo el joven, ya no tan seguro de querer compartir la noche con la chica.
—Lo sé porque yo percibo esas cosas. Por un lado, amas tocar y por el otro odias el recuerdo de tu padre. Quizás por eso no cuidas tu instrumento.
—¡Basta! —dijo Mateo molesto—. ¡Tú no me conoces!
—Perdón. A veces me dejo llevar por lo que percibo. Escucha, yo te puedo ayudar a tocar aún mejor. ¿Qué dices? —dijo María.
A él lo único que le interesaba en la vida era tocar y lo dicho por María picó su curiosidad. Aunque al final no resultó como el joven lo había imaginado, ambos sí acabaron en su habitación, pero sentados en el piso de cemento, con María sacando un envoltorio de papel periódico, revelando unos extraños hongos de cabeza alargada y de color marrón. Cuando el chico los vio abrió mucho los ojos y frunció el ceño en señal de preocupación.
—No te preocupes, estoy entrenada para usarlos y guiarte.
—¿Quién te enseñó a usar hongos alucinógenos?
—Mi abuela, ella era una curandera famosa. Es una historia larga que ya te contaré o quizás no. ¿Te animas?
—¿Dices que tocaré mejor?
—Sí, te lo puedo garantizar—, dijo apartando una porción de hongos para ella y otra para Mateo.
La joven primero rezó en un dialecto indígena y luego se puso a ingerir los hongos despacio. A una señal de ella, él empezó a comer sus hongos. En poco tiempo se sintió flotando entre nubes, gritaba y reía mientras intentaba elevarse más.
—Tranquilo. Visualiza tu saxo. ¿Lo ves? Asómate por la campana.
Mateo vio su viejo y desdorado saxo suspendido en el aire. «¡De verdad que está bien jodido!» pensó. Nunca se había preocupado mucho por cuidarlo, solo de vez en cuando lo limpiaba por dentro. Nada quedaba del brillo esplendoroso que tenía cuando era de su padre y que tanto le llamaba la atención de niño. Había sido su papá quien le había enseñado a tocarlo. Cuando éste desapareció para nunca más volver, había dejado atrás el saxo con una nota diciendo que era para su hijo. Mateo había jurado no tocarlo, sin embargo, la necesidad había podido más que su orgullo.
Ahora, con cada segundo que pasaba el saxo se iba haciendo más y más grande mientras él se encogía. Era una sensación extraña, pero no tenía miedo. Al final, se vio del tamaño de un pequeño mosquito y pudo introducirse en él. Se sorprendió mucho de encontrar a su padre dentro del saxo. Era fácil reconocerlo por la enorme cicatriz que le cruzaba la frente. Parecía estarlo esperando y al verle sus ojos se llenaron de lágrimas. Mateo se sintió muy incómodo.
—Perdóname —fue todo lo que dijo el hombre de la cicatriz.
El joven soltó una carcajada burlona y la figura de su padre se desvaneció. Mateo trató de salir, pero algo se lo impedía. La voz preocupada de María le llegaba de lejos. «Algo está muy mal», pensó. Le vinieron a la mente el recuerdo de conocidos que se habían «quedado en el viaje». ¿Le pasaría eso a él? Sintió pánico y su corazón empezó a palpitar tan rápido que parecía querer salírsele del pecho.
—¡Papá! —gritó al fin—, ¡ayúdame!
El saxo emitió una melodía tranquilizadora y Mateo notó que podía elevarse de nuevo, era como si la música lo empujara suavemente fuera del instrumento. Cuando salió escuchó a María quien con voz aliviada le decía:
—Eso es, ven, no pasa nada, abre los ojos, estás en tu habitación.
Empapado en sudor, Mateo tomó el vaso de agua que ella le extendía y lo bebió hasta la última gota. Luego, jadeando, le contó lo que había sucedido.
—Debes perdonar a tu papá y cuidar más el saxo.
—¿Y eso en qué me ayudará a tocar mejor?
—Ya lo descubrirás.
Otra noche, por las calles de Oaxaca, se escuchaba la melodía que salía de un hermoso y brillante saxofón. El chico que tocaba era un virtuoso y la música solo podía considerarse de «sublime». María, que escuchaba de lejos, sonrió, supo que Mateo había perdonado a su padre, pues él ahora estába tocando mejor que nunca.
View On WordPress
0 notes