Cómo subir una montaña ayudará a conocerte mejor (y fortalecer tu autoestima)
Jamás había hecho ningún tipo de deporte ni nada por el estilo. Dedicaba mi tiempo a fumar tabaco en el patio de mi casa, leyendo libros de poesía y contemplando el paisaje a mi alrededor. En resumen, llevaba una gozosa vida sedentaria. Hasta que una tarde leí una frase (desgraciadamente no recuerdo dónde) que me marcó profundamente. Y decía: “las montañas se suben con la mente, no con el cuerpo”.
Al escalar una montaña (o un cerro), nos enfrentamos a un objetivo. A una meta. Con sus respectivas dificultades e inconvenientes. A medida que avanzamos y nuestro cuerpo se cansa, se agota y la musculatura duele, como diciéndonos: “hasta aquí llegamos”, es la mente la que toma el protagonismo de nuestro trayecto. Y dependemos de ella para alcanzar la cima.
Entonces, envuelta por el silencio y por un paisaje indómito, la mente comienza a desnudarse y revelarse ante nosotros con total transparencia: nuestros miedos y traumas, nuestro condicionamiento mental y temperamento, pero también nuestras virtudes y nuestro instinto de supervivencia afloran por medio de los pensamientos, de las palabras, sin disfraz como habitualmente lo hacen. Y al fin somos capaces de mirarlos cara a cara, frente a frente. Y conocer de qué estamos hechos.
Y estamos solos. Aunque estemos acompañados de algún amigo, de alguna pareja, de algún grupo. Estamos a solas con nuestro monólogo interior. A algunos les dice: ¡No puedes, devuélvete, te vas a morir!, a otros les dice: ¡Sí puedes, mira cómo lo estamos gozando, qué maravilla!
Ciertamente de niños, de adolescentes absorbimos un montón de ideas sobre nuestra identidad y nuestras capacidades. Puede que nuestros padres, nuestros compañeros de colegio o nosotros mismos nos hayamos dicho que no somos capaces ante las dificultades, dañando el autoestima. Llevándonos a reaccionar con miedo o renuncia ante cualquier inconveniente.
¡Es mejor que ir al psicólogo! Nuestro inconsciente nos habla, se despliega como un mapa con todas sus creencias, negativas y positivas. Y al tenerlas de frente, tenemos el poder (mientras caminamos, ascendiendo, sudando por un cerro), de ir modificándolas, trabajándolas, comprendiéndolas.
Subir una montaña es un proceso de sanación consciente, de autoconocimiento, de trabajo interior. Es una experiencia que nos revela nuestra manera de desenvolvernos en la vida. Estás solo y dependes de ti. No puedes llamar a un Uber que te venga a buscar y devolverte a casa. Debes enfrentarte a ti mismo (la montaña es solo el escenario), y saber encontrar la mejor manera de solucionar las dificultades, los malestares, el cansancio.
He escalado con gente que a mitad de camino se pone a llorar de impotencia. Gente deportista que prefirió llegar hasta cierto punto y devolverse. Gente que sus médicos le han dicho que no suban montañas, que son frágiles. Y han logrado superar esos límites impuestos desde el exterior.
La cima ofrece la paz, la luz, una porción de gloria en un punto más cercano al cielo. La sonrisas abundan, la euforia, el gozo. Incluso el llanto alegre de quienes pensaron que no lo lograrían y se sorprenden de su potencial. De pronto palpamos una maravillosa certeza: sí, nos hemos superado, somos capaces. Hemos ejercitado nuestra autoestima, y nos conocemos mejor.
Nunca somos los mismos al subir.
Siempre somos mejores al bajar.
Por: Fernando Osorio
redactor de Silvestre & Coqueta.