Conocí unos ojos que cuando me miran, me penetran con su furia existencial.
Como si un dios extraño y perverso, la hubiera dotado de la mirada del más allá.
Y cuando habla, sus palabras salen del centro de esos ojos.
Basta un silencio para comprender que sólo está apuntando la próxima flecha, directo al blanco, sin contemplaciones.
Posiblemente ella nació desde sus ojos. Lo primero que salió del vientre de su madre, fueron sus ojos. Un estallido cósmico, una explosión de girasoles negros que dibujaron pétalos en forma de pecas sobre su rostro. Como para dejar en claro, que en el inicio, sólo eran ellos, y recién luego, todo lo demás.
Y el que ose sostenerle la vista, no lo hará de forma gratuita. Cuando quiera apartarse se habrá dado cuenta que entre sonrisa y sonrisa, la carne al rojo vivo de sus labios ya lo habrá atrapado. Y con la fuerza de un pantano lo invitará a ahogarse en ellos sin posibilidad de retorno. Apuntará sus pupilas y te disparará sus palabras para hacerte morir en su boca.
Y te pedirá conocer tus secretos. De esos que nunca contaste a nadie. A cambio, te contará alguno de los suyos. Y entre secreto y secreto se hará cómplice y confidente. Y te invitará a mirar el atardecer. Y te prestará sus ojos para ello. Y conocerás por primera vez lo que es alimentarse del sol. Sentirás la oscuridad transformarse en luz poderosa. Comprenderás la vida y el mar. Y desearás no volver. Como un agujero negro que todo lo devora sentirás el impulso de fundirte en sus ojos mirando el sol y no te importará arder.
Entonces abrirás tus ojos y la verás de espalda, a contraluz, mirando al sol, como un girasol negro. La verás alejarse con el atardecer. Y vendrá la noche. Y con la noche la oscuridad. Pero no tendrás miedo. Te invadirá la curiosa sensación de haber vivido un instante de magia en el punto exacto donde todo empieza y termina y ya no necesitarás nada más. Sólo querrás volver a ver esos ojos, una vez más.
Me siento con tan poca vida que me enamore de la marchites de mis lágrimas. Me enamoré tan fuertemente que cuando dejé de llorar busqué quien pudiese sacarme dolores inexistentes porque no podía vivir sin mi amor el llanto.
Me siento con tan poca vida porque cuando di todo de mi sin recibir nada a cambio me quede esperando un Gracias en acciones que no se ven en personas que no se sienten.
Me siento cada día con tan poca vida que leí miles de libros y reí, y lloré, y fui feliz con hojas que no me querían ni me pidieron, pero me dieron todo lo que nadie pudo ni podrá darme siquiera en miles de años.
Cada vida, cada mes, cada suspiro, cada cumpleaños me siento con tan poca vida que no puedo hacer más que seguir una rutina y tratar de ser feliz en un mundo donde mis colores son grises y tu felicidad es mi tristeza. En un mundo donde cada quien busca su media naranja y yo tratando de complementarme sola, tratando de no dañar mis frutos en mi soledad y no podrirme con el dolor que llevo cada día en mi corazón.
Me puse a reflexionar, acerca de lo que ya no quiero: Vivir aferrándome a ti en agobio total, en las sombras por debabajo y detrás...o pensando en ti, por ejemplo...
Te has tropezado mil veces,
has raspado tus rodillas
e incluso te has roto algún hueso,
pero sigues poniéndote de pie.
¿Por qué quieres estar roto?
¿Por qué te autodestruyes?
No mereces eso,
mereces amor y ser feliz,
sin importar lo que hayas hecho en el pasado.
Eres bueno,
tienes amor que dar.
Quiero ser suficiente para ti.
Nunca antes nadie me había querido
como tú lo haces,
por eso quiero hacer
todo bien contigo,
sin fallos, ni errores,
ni metidas de pata
como usualmente cometo.
Cuando te conocí, me reparaste
y supe instantáneamente que eras la indicada,
la tarde que le diste luz a mi vida
con esa sonrisa perfecta y celestial,
y me prometiste:
❝No te preocupes,
te arrancaré los miedos;
escribiré poesía en tus heridas.
Jamás volverás a perder las esperanzas
por culpa de tus demonios,
porque me encargaré de luchar contra ellos;
seré la guerrera que hará de tu infierno un cielo❞.
Y así te quedaste a mi lado.
Y así me aferré a ti con todas mis fuerzas,
volviéndome un dependiente emocional,
dándote el poder de armarme o destruirme.
Pero, ¿sabes?
No me arrepiento de haberte
dejado entrar en mi vida.
Jamás esperé encontrar a alguien
que pusiera en juego su corazón
para reparar el mío
como sólo tú lo haces.
Soy mejor poeta borracho.
Me lo han dicho muchas veces.
Mi mejor versión es borracha.
De otra forma, soy olvidable.
Y hoy es la prueba de ello.
Seguiré mi monólogo inconsciente.
Mañana robaré estos textos a mi otro yo.
A mi yo más digno.
Si la resaca me lo permite y si mi yo careta lo permite.
Mi yo débil se ha ido esta noche y no volverá más. No lo deseo más en mi vida.
Toca ajustar las teclas emocionales para dejar de lado lo necesario.
No más conversaciones incorrectas ni debilidades reveladas.
¿Puedo borrar mis palabras? (pregunta mi inconsciente).
No. Sólo puedes asumir tus estupideces y cerrar la boca de ahora en más.
Lo que dices dicho está y no puede ser borrado. Pero puedes evitarlo de ahora en adelante asumiendo lo que realmente eres.
Un lobo estepario.
Un viejo al final del camino que escupe sus frustraciones por la boca.
Ahora toca guardar los lamentos en tu bolsa de recuerdos viejos y someterse a lo que viene.
Tú solito. Como tu destino lo dicta.
Nadie te va a extrañar, mucho menos recordar.
Eres un viejito reemplazable bien fácil.
Y aunque no te des cuenta, ese es tu mayor mérito. Ser insignificante.
Porque eso te hace libre.
Libre de todos, porque nadie te extrañará ni buscará.
Pero sobre todo, libre de ti mismo y tus ansias de ser aceptado.
Cuando te abandones, viejito triste, serás por fin libre y podrás finalmente correr sin destino.
Y tu cara se iluminará por las estrellas de la noche.
Y por la llama de una vela. Que aún al enfrentarse a la luz de un millón de estrellas permanece intacta porque nunca quiso ser más que la llama de una vela.
Ese será tu destino, viejito triste.
Descubrir la potencia de la insignificancia.