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thedropcaps-blog · 6 years
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La Princesa, el Principe y el maleficio del Puñal.
Los pasos decididos de la anciana se hicieron sentir al entrar a la habitación de la desconsolada princesa. El miedo que cargaba en su corazón lo guardaba en el oscuro pasadizo entre los recuerdos y el alma. Pero esta vez estaba preparada, no volvería a ver a la princesa llorar, a si misma llorar, o a alguna otra mujer llorar, por un tal fulano que al salir cierra la puerta y muda la piel de sus recuerdos.
La princesa  aceptó las caricias de la vieja institutriz, que con ternura acariciaba las largas hebras de cabello desparramados sobre la cama. Entre sollozos logró pronunciar - Ay, el pecho me quiere estallar. Me falta aire. - Estas cosas suelen ser así, y no tienen remedio. Se van y no regresan, y si lo hacen, lo harán por la razones equivocadas. - Coquina, duele mucho. Yo no aguanto. - Pues aguanta, que apenas comienzas a conocer que es llorar por un hombre, y sucederá de hoy en adelante, hasta que tus días de acaben. Te he traído algo.
Traía consigo una bolsa de seda de la que extrajo un puñal y con la seguridad de quien conoce su arte desenvainó su hoja. Aquella arma poseía una profusa belleza basada en el antiguo arte del damasquinado. El herrero, que más era orfebre con vicio de herrero, había conseguido extender el dorado del mango hasta llevar un suave halo resplandeciente que relucía por todo su cuerpo, hasta morir en un destello en la punta de la hoja. La princesa entre sorprendida y asustada tomó aquella sorprendente pieza salida de cuentos moros con manos temblorosas.
-Aprende a defenderte, querida mía. Y nunca dejes que entre más en ti de lo que te sea fácil de extirpar. Esa es la clave secreta para no sufrir de más.
La princesa, se aferró al arma, que siempre permanecía junto a ella oculta entre seda, encajes, organzas y tules, amarrada a su muslo. Aquel puñal le daba seguridad y pronto le hizo olvidar, permitiéndole disfrutar de los elegantes cumplidos, intrigas románticas típicas de la juventud de la corte, sin sufrir, sin expectativas, sin soñar más allá de lo que podría controlar.  
El tiempo pasó y cada vez el vacío iba ocupando cada espacio desocupado en su corazón. Tenía de todo, sin embargo la niebla y el frío impedían el disfrute de ciertos privilegios destinados a aquellos que lo arriesgan todo en una tirada, y ganan por fuerza del destino, el envidiable premio del amor verdadero. Ella deseaba ser la feliz acreedora de tal galardón.
Los rostros de la corte comenzaron a tomar formas y gestos fantasmagóricos, y así también la de los miembros de cortes vecinas, hasta que un día, sin avisar a nadie, robó las burdas piezas de viaje de un hombre campesino y partió en búsqueda de su amor sin rostro o nombre.
Con cada paso, según se alejaba del Jardín de las Delicias y se adentraba en el bosque oscuro, fronteras entre su reino y lo desconocido, la emoción causada por una creciente expectativa le obligaba a ir más rápido. Fue justo en aquel punto, dónde nadie podría escuchar sus gritos de auxilio en caso de peligro, en el que se encontró con un estrecho puente que cruzaba por un veloz cause y accidentada riviera de río. Miró hacia atrás, y sintió cierta añoranza por aquel castillo lejano que le había servido de hogar durante toda su vida. Volvería, pero hasta encontrar aquella pieza desconocida, que debió haber perdido al nacer y que necesita encontrar para sentirse completa. Al menos eso creía debido a la euforia.
Cuando espoleó su caballo dirigiéndose al puente de frente a ella, otra persona, a su vez,  pretendía cruzar. Los dos no cabían, y de la altives de ambos se desprendía que ninguno cedería su turno al paso.
-Dejandme pasar.
La princesa no se movió, pero tampoco contestó. Su disfraz era apropiado y con su cabello oculto bajo el sombrero de alas anchas, nadie podría identificarla, a menos que abriese la boca dejando sonar su alto timbre de voz.
-Soy el Principe de este lado de río. Mi reino es poderoso y tengo una importante misión que cumplir. Ningún campesino puede detenerme por  no dejarme pasar. ¡Ceda el paso al príncipe!
¡¿Un principe de más allá del Jardín de la Delicias?! Ella no podía permitirle entrar y usurpar su reino. Dio frente a tal hecho. Se retiró el sombrero. Se identificó como la princesa de ese lado del río, y que haciendo uso de su poder ésta le prohibió la entrada.
El Principe, al otro lado del puente, se quitó su casco y no pronunció palabra alguna. Aquellos ojos oscuros e indescifrables le hicieron flaquear, ante la visión de una mirada entre escrutadora y perpleja, no pudo sostenerle la mirada. Cuando consiguió reunir las fuerzas necesarias para levantar su ojos, se encontró con que él no había cambiado de posición, lo que interpretó como arrogancia y complejo de superioridad, atributos que no permitiría jamás que un hombre ejerciera sobre ella, por más príncipe que fuera. Pero, ¿serían estos ciertos? Solo el príncipe sabe lo que pasaba por su cabezas en aquel instante, y para la princesa eso era peor que su aparente altivez. Le odió por su fuerza, le odió  por su inescrutable mirada,  le odió porque le parecía que era incapaz de ejercer poder sobre él, le odió por parecerle elegante, le odió porque el corazón quería salir a campo traviesa, le odio por no poder dejar de sonreír, le odió por que odiar era la única manera de permanecer en control y ahí en ese momento sintió el roce del arma junto a su muslo. Metió la mano por los calzones, aferró su mano al mango del puñal y con su pulgar acarició  el oscuro zafiro que decoraba la punta del mango.
Cuando levantó su cabeza, el viento elevó la capa del príncipe. A pesar de la distancia, divisó  cómo su mano derecha sujetaba una pieza cilíndrica de bordes decorados en damasquinado. El príncipe sujetaba un puñal, igual que lo hacía ella,  idéntico al de ella, al menos a lo lejos. La  princesa desmontó de su caballo y lentamente con su barbilla varios grados por encima de la posición natural de quien camina erguido, caminó sobre el puente de madera a paso lento. Se detuvo en el centro, y el príncipe hizo lo mismo, cada cual observando al otro, esperando el más mínimo indicio de agresividad y amenaza en el otro.
Opciones había. Podían permitir el paso de otro a su reino para que ambos pudieran continuar con su ruta, su misión.  Podían optar por regresar a sus respectivos palacios y echar en el baúl de los objetos olvidados la quimera que les había causado el causal infortunio en el puente, pero ninguno se movió.
Me contaron, que en el fondo, la princesa no se quería ir, a pesar de la desconfianza. Según la leyenda, ellos se quedaron allí por mucho tiempo, pues cierta fuerza magnética les obligaba a permanecer. Pero ésta, no es la típica historia de final feliz. La desconfianza les obligaba guardar distancia física y forjar un dique emocional, agarrados cada cual al mango del puñal. Digo “les”, en plural, pues supongo que a él también algún tipo de emoción extraña le afectaba, pero la versión de los hechos según el príncipe nunca fue narrada por los bardos y juglares. No descarto la posibilidad de que  a él, simplemente, le interesaba cruzar o le divertía verla sulfurar. ¿Quién sabe? Yo le hecho la culpa al embrujo del puñal, pero esa es mi teoría. Y me pregunto constantemente: ¿Por qué el  príncipe cargaba otro igual?
Pues bien, como todo en este mundo, se cansaron. La Princesa perdió la esperanza de encontrar la pieza perdida y se regresó al Jardín de las Delicias, pasó el resto de sus días pretendiendo llenar profundos vacíos inmateriales con representaciones materiales, prácticas, controlables.
Al morir, su cuerpo fue enterrado junto al puñal, pero como todo lo material se separa de lo inmaterial con la muerte,  quedó liberada del maleficio. Hay quién cuenta que las jóvenes que se acercan a la frontera del río en búsqueda de un romance distinto pueden verla llorar sentada al borde del puente, mirando hacia el otro lado del río. Yo no la he visto, pero puede ser que he ido buscándola a ella, sin pensar en si tengo o no alguna  mi pieza perdida. Mejor así, sin precio que pagar, no tener a alguien que extirpar, ni por quién sufrir de más.
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thedropcaps-blog · 6 years
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Un sombrero del olvido
-Sombrerero. -¿Vienes a celebrar conmigo nuestros descumpleaños? -No, no realmente. Vengo a pedirte un encargo…urgente. -¿Un sombrero de gala? ¿…o quizás de vacacionar? No. No. No. ¡Quieres un sombrero mágico que atraiga todas las miradas, que se centren en ti!  Puedo hacer uno de esos, !un maravilloso sombrero de diva! -Me encanta la idea, pero no. Necesito un sombrero un poco más discreto, hecho empleando todo tu poder. -¿Y qué es lo quieres? ¿Qué necesita tanta atención? -Un sombrero que dure para siempre, o al menos mientras viva. Un sombrero invisible para todos, menos para mí. Un sombrero que me de la capacidad de recordar lo que quiero recordar, de imaginar y pensar en solo lo que conviene, y que recoja, oculte y destruya, todas las memorias, ideas de lo que sea, sueños, de quien sean, de lo que sean y de lo que haya sido o dejado de ser que me causen desasosiego. Un sombrero del olvido. Ese me hará muy feliz. -Lo siento, mi poder no llega a tanto, querida. -¿Y entonces…? ¡¿Has hecho muchas maravillosas piezas para Alicia y yo solo te pido esta y no puedes hacerla!? -Yo lo siento, he tratado muchas veces de hacerlo, pero las memorias y la imaginación, son escurridizas y jamás he logrado atraparlas. No soy Dios, cariño. -Pero yo lo necesito. Lo necesito ahora, lo he necesitado siempre.- las lágrimas se derramaron por sus mejillas, sintiéndose derrotada. El Sombrerero levantó su manga y de ella sacó un pañuelo de seda traslucido en el que se manifestaban todos los colores y ninguno. -Solo puedo ofrecerte esto, y ya ves, lo cargo siempre conmigo mientras celebro hasta el hastío cada día, recordando o alucinando con lo que no pasó, lo que pasó, o lo que soñé o imaginé. -¡!QUE QUIERO QUE INTENTES ESE SOMBRERO!! Yo lo quiero. Yo lo necesito. Te pagaré lo que gustes por él. -Pues quiero que te sientes aquí, que llenes tu taza de té, y que llores desconsoladamente hasta que llorar te haga dormir. Luego, cuando despiertes, quiero que llores de nuevo hasta el cansancio, y así sucesivamente hasta que se te acaben las lágrimas, las perretas, los sollozos. -Puedo hacer eso que dices. ¿Tendré mi sombrero, o habré olvidado para entonces? -No, simplemente aprenderás a convivir con ello. -Lloraré un océano sin parar si es necesario. Lloraré de enojo, de desconfianza, de tristeza, de frustración, de ilusiones rotas desde antes de…, de miedo. Lloraré hasta que se resequen mis ojos. -No puedes llorar eternamente. No existen tantas lágrimas. Antes de eso terminarás muy agotada y solo te quedará la risa. -¿Reír? -Si, reír, dentro de todo. Reírte de ti y de las memorias y de los sueños. Aprenderás a hacerlas tus compañeras y solo entonces, del cansancio, se irán a descansar más a menudo, hasta que un día ya no despierten a menos que tú lo desees. -Es que lo que quiero es sacarlas del camino… -El sombrerero movió su cabeza en una taciturna negativa.        Se imaginó a si misma sin recuerdos agrios. Pensó en la paz, en la felicidad, en el ensueño, en los rayos del sol que atraviesan las copas de los arboles cuando se conduce en una carretera desierta bajo un túnel del ramas verdes, de naturaleza; pensó en ese clima templado y agradable como en las carreteras que llevan a Stiria; pensó en papeles y tintas; en una casa antigua en las montañas de Aich, de las que no puedes salir en todo el invierno, mientras se ve caer la nieve  blanca y blanda sobre las montañas; pensó en las letras que forman palabras describiendo sentimientos, los mismos que dejaría luego plasmados en esos papeles mientras toma un chocolate caliente llevando sus  botas-pantuflas sobre su  pijama, que a su vez,  estarían cubierto por una bata caliente, rica, suave, mullida, como el mejor de los abrazos, de esos con los que se sueña tanto y se sienten tan pocos; pensó en los sentimientos que  trae la música de Turina, de Bach, de Mahler, de Beethoven, de Puccini; el sonido de una botella de champagne que se abre y  se derrama dentro de una copa, y lo más importante, que se comparte con quien se desea compartir; y bailar esa música inbailable a la luz de las velas; en el silencio lleno de palabras, pensó en las miradas, en las sonrisas, en los aromas, en cerrar los ojos y deleitarse con el sonido de una risa risueña, constante.  No pudo evitar desesperarse, y buscar, buscar sin poderlos retener, desaparecían, se borraban del álbum, del diario.  Buscaba, como buscó la tumba de Mozart para luego encontrarse con que su esqueleto yacía seco entre mil otros cuerpos, inidentificable. Sintió un pasmo terror paralizante. Sin memorias, tampoco había imaginación. No había nada. NADA. Comenzó a temblar. En su intento de   ensoñación, vio que  dejaba de tener un “yo”. No había unos sin los otros.  La Prozac se ría en su cara  gritando a carcajadas: “Y, ¿tú no querías que te hiciera feliz? Seré  como el sombrero que tanto buscas. Bueno, aquí estoy, trabajando en un lobotomía de tus recuerdos y con ellos desaparezco lo que eres, mi pequeña aprendiz de autómata”.        Se levantó de la mesa y miró al sombrerero quien la estudiaba escudriñando su ser. Miró la taza rebosante de humo. Miró su diminuto reflejo en ella y luego miró a Sombrerero, que aguardaba.  Le dedicó una corta sonrisa triste-¿Sabes qué?- El sombrerero puso su taza vacía sobre el platillo. El silencio era tan grande que retumbó el contacto entre las porcelanas.- Ya no deseo un sombrero.  Deseo un vestido con un gran lazo en la espalda. Un traje hecho con la tela de tu pañuelo, esa tela prismática con todos los colores y ninguno; uno que pueda lucir siempre con la espalda descubierta orgullosa de mis memorias, de quien soy, de lo que he sido y lo que siento cuando no lo tengo control de mi razón. -Ya lo tienes puesto.       La mujer se levantó de la mesa con un suspiro que arrastro hasta puerta del jardín. Salió con sus memorias en una mano y con sus sentimientos en la otra, y el corazón dispuesto a dejarse llevar por su imaginación aunque fuera solo de vez en cuando, dispuesta a sentir, a convivir con ellos en su amalgama de tonalidades, en sus momentos contradictorios. Dispuesta a abrigar en su pecho, en su cabeza, lo que sea. Acunarlo  en lo profundo de su alma en silencio, porque esa sería la única manera en que ella podría reconocer ante el espejo su propio reflejo.
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thedropcaps-blog · 7 years
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SOBRE MAXIMINO
Llevaba noches alejado de la capa de oro que protegía su fortaleza. Los ojos intrusos de ella podían alcanzarle en cualquier momento, detectar su presencia en el exterior. Si no se cuidaba, podría leerle sus pensamientos. Ella era demasiado buena para eso, para leerlos, para usar esa información para herirloꟷ aunque admitía ser demasiado vulnerable a cualquier tontería que ella pudiera decir, o gesto que pudiera hacerꟷ, pensaba como si se regocijara en la idea de que ella lo espiara contra su voluntad. De momento, la idea peregrina de que hacía más de un siglo de su abrupta ruptura, y que no necesariamente a ella le interesase ver o saber que ocurría con él, le apretó el pecho. «¿Se habrá olvidado de mí? ¿De nosotros? ¿De lo que fue?» Fearece era hermosa, pero sobre todo seductora y lista. El no sería el único interesado en su compañía por dañina que pudiera llegar a ser la relación. Pero ¿por qué tendría que haber sido nociva? Ellos, los dos juntos la hicieron ser lo que fue. «“¿Fearece…?», llamó en sus pensamientos con miedo, sin saber si deseaba realmente recibir una respuesta; pero todos los mensajes que llegaron a él le requerían regresar a la fortaleza. Ninguna voz sedosa dio una respuesta. El viento diseminó su llamado abandonándolo en la incertidumbre, en la dolorosa incredulidad de que ella no le recordaba. Detuvo la sutil desviación de sus reflexiones, no quería desatar la oscura bandada de “quizás, si…” cuyo vuelo siempre conduce al desierto. El solo pensar que él estaba solo con sus pensamientos, que quizás ella no le correspondía con sus propias dudas y “tal vez, si…” le corroyó el alma de calor, celos sin nombres, seres que deambulaban en su imaginación sin rostros o voz y resentimientos vestidos de Hadrien en el cautiverio de una mazmorra en ruinas. Al final y al cabo, parecía ser él el que había quedado atado a su merced, no importa cuánto corriera. ¿Para qué huir de la mano de la razón, si el corazón siempre va un paso adelante? Su sombra siempre va se desliza un paso frente a ti. ¿Para qué perder el tiempo? Apretó los dientes al reconocerlo. Y, aunque reconociera el poder de su admisión, concluyó, que, no obstante, su presencia era insalvable, siempre se puede ignorar su impertinente escándalo y continuar caminando.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Siempre tarde, Maximino
De nuevo, tratando de prevenir el mal futuro, se ausentó de su presente.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Trilogía del Baztán
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thedropcaps-blog · 7 years
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Los comienzos del Astrólogo
Su madre le abandonó ante la puerta de una fortaleza fría y tenebrosa, después de que en una noche helada en que el frío amenazaba con arrebatarle la vida a todos, él prendiera una poderosa hoguera con las humedecidas leñas de la chimenea.
Antes de que, en medio del bosque, la belleza monumental de las altas torres empedradas de la fortificación en que preparaban a los candidatos a nihamán, le obligara a levantar la vista y quedara deslumbrado por el centelleo de los rayos del astro que se asomaba por entre las almenas, ya él estaba consciente de que en sus manos yacía la bendición del Creador, la posibilidad de hablar el idioma de la esencia. Su habilidad era superior, la gran envidia, y el origen de un ciclópeo ego.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Sin poder escapar
Filippo, se aferró a su estrategia anterior; guardar silencio sepulcral, mientras se torturaba una y otra vez releyendo las peores partes de los cuadernos Laurenz. Dos espadas estaban recostadas de la pared cerca de su cama. Andreas había advertido varias veces de la necesidad de entrenar en las artes de la esgrima. El conocía la técnica, a decir verdad, era bastante bueno para predecir y contestar movimientos, pero para él el arte de la espada era un deporte, nada más. La espada no podía ser un arma, no para Filippo quien único veía justificado el cargar un arma cuando se viajaba, con el paso entre Malaga y Granada. Se le haría imposible herir a alguien a posta. Sin embargo, las tomó y las desenvainó practicando movimientos como si de un baile se tratase, intentando escapar de la realidad por medio de la conexión del ritmo, la gracia y coherencia del movimiento. Al terminar, tiró una al suelo y fue con la otra al espejo. Su rostro ojeroso se reflejaba borroso a través del polvo. Le pasó la mano dejándolo limpio en el centro. Levantó la espada al nivel del cuello. Esta brilló con la luz del día que se reflejaba en el espejo. Haló su puño varias veces, simulando que se abría una herida en el cuello. Cerró los ojos, pegó el filo a su piel y aguantó la respiración. La mano le temblaba. Uno, dos, tres. Inmóvil. Uno, dos, tres. Aun inerte y con los ojos apretados. Tiró la espada al suelo, y parado frente al espejo se quedó mirándola. Ni siquiera para eso tenía valentía.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Antinous hideout:Starý židovský hřbitov cemetery
The ominous scene could frighten the visitor even in the hours of sunlight, when the ray lights radiates diffused behind a dense mist. The tombstones and pillars disgracefully bent to the golden disc ―or to what? ―, eternally falling, without touching the ground. The threatening panorama could be consequence of bitter temperatures and constant rain, that kept the surface moist and slippery, or the massive burials of the broken and dried shells left behind by the harvested souls beheaded by the poisoned bagging hook of the black death, which provoked the sinister and oblique necro-polite scene. Beyond the motifs, the reflexes were the same, frozen skin, dilated pupils and an imagination lit in flames. With horror, the sick and wounded avoided to depart from this life around the Starý židovský hřbitov cemetery. No even clinching to the promise of a better after-life was enough to consent to a burial inside the limits of its sludgy under grounds, because from that shadowy graveyard there was no passage to the afterlife. No stairway to the heavens. And people truly believed that under the tombstones men were buried alive destined to scream in claustrophobic hysteria till the worms comes to eat them, that zombies, devilish beasts and vampires howled and teared the wood of their sarcophagi with broken claws, day and night without stopping, waiting for someone to take pity on them and unearth their hellish bodies. And that, for Antinous, made that place the perfect hideout, because no one would interrupt his slumber, and because he knew a peculiar secret sheltered between the rocks.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Antinous en el cementerio Starý židovský hřbitov
El ominoso espectáculo atemorizaba al visitante aun en horas de sol, cuando la luz se irradiaba difusa tras una mansa capa de niebla. Las lápidas y pilares se doblegaban al disco dorado― o a ¿qué? ―, eternamente cayendo, sin tocar el suelo. Puede que fueran las templadas temperaturas con sus constante lluvias las que mantenían la superficie húmeda y escurridiza. Pudiera ser que los enterramientos masivos de los cascarones rotos y secos que las almas dejaban tras de sí al ser segadas por el oz envenenado de la muerte negra, lo que provocaba la siniestra y oblicua estampa necro-polita. Más allá de los motivos, los reflejos eran los mismos, la piel se helaba, las pupilas se dilataban y la imaginación se prendía en llamas. Expirar cerca de Starý židovský hřbitov era horror aunque se prometiera vida eterna en el paraíso; pues desde allí, jamás se llegaría a él. Eso debía ser imposible, pues las lápidas inclinadas, parecían ocultar hombres, zombies, bestias diabólicas y vampiros que aullaban y rasgaban las maderas de los sarcófagos con garras rotas, día y noche sin detenerse, con tal de que alguien se apiadara de ellos y los desenterrara. Era el lugar perfecto para retirarse a descansar, porque nadie interrumpiría el sueño, y porque él conocía un peculiar secreto resguardado entre las rocas.
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thedropcaps-blog · 7 years
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Antinous y la voz
―Me pides que entregue a mi compañía. ¿Qué clase de ser crees que soy?
― El que eres.
Me sentí insultado. No quise contestar nada más. Hasta que volvió a preguntar―: ¿No darías algo que amas por algo de lo que urges? ¿No se justifica el dar algo que amas por algo que precisas? Tu compañía, por la sangre originaria. Tu compañero por preservación de tu belleza, por tu peregrinar por las eras―. 
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thedropcaps-blog · 7 years
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Pescando libros antiguos, atrapando pedazos de historias mínimas.
A ver, ¿cómo comenzar? Ha sido un fin de semana sorpresivamente agradable. Nos fuimos a viajar sin salir del país, como siempre, al Viejo San Juan. Muchos pensarán: para eso, mejor pasar el fin de semana en hotel La Concha en el Condado; pero esos no somos nosotros. Nos gusta quedarnos en el Hotel El Convento: pequeño, acogedor, histórico, elegante y, sobre todo, sin demasiados visitantes. No hospedarse allí, es perderse parte de la experiencia de estar un fin de semana en el VSJ. Y, es que, para nosotros, allí lo tenemos todo: buena cocina en SoFo, buenos bares en la San Sebastián (aunque lo que suele pasar es que nos hartamos en el wine & cheese de los sábados en el hotel), paseos para caminar, tiendas de joyería, teatro (de haber algo), músicos en la calle, vistas agradables, edificios históricos coloniales que nos sacan de lo que nuestro día a día, pero sobre todo, tiendas de antigüedades donde pasar las horas excavando entre la mugre y el polvo a ver que encontramos. Puede que ese “deporte” suene muy aburrido, pero para nosotros puede llegar a ser el “pick” de la semana, si encontramos algo interesante. Normalmente, encontramos discos (siempre estamos en la búsqueda de una victrola His Masters Voice que tenga la bocina en forma de flor y que este en “mint condition”. En San Francisco encontramos una, pero no estaba en funcionamiento; arreglar eso cuesta más que la pieza como tal. (Nota aparte: esta búsqueda es un tanto infructífera por culpa de mi esposo. Vale que no lo hemos encontrado, pero él siempre quiere comprar las cosas ―como dice mi padre― a precio de pesca’o abomba’o. El día que lo encontremos y mi esposo haga una oferta, yo me iré y lo dejaré solo. No pienso soportar que se nos rían en la cara). Pero, volviendo al tema, esta vez, una colección (mint) de Benny Goodman Orquestra. Ahora mismo la estamos escuchando y suena genial, con ese lastre de sonido mono que lo hace interesante. Perooooooo, el “pick”, o más bien mi pick del fin de semana costo $25.00, pero para mí, ahora cuesta $100,000.00. Como no lo hice antes, tengo que echar un poco para atrás en el tiempo. A ver como lo hago… Me gusta coleccionar libros. El problema es que este mercado ha cogido auge entre los tres gatos geeks que pensamos que los libros son… (usaría una expresión, pero me abstendré de hacerlo por sonar sacrílego) lo más grande que ha hecho la humanidad. Los anticuarios consientes de esto, están más pendiente que nunca de su valor en el mercado. Hay que estar alerta, muchas veces quieren pasarte gato por liebre. La realidad es que quisiera conseguir copias raras de ciertos libros clásicos, pero ascienden a los miles y eso queda completamente fuera de mi presupuesto; así que he decidido darle un giro a la cosa y buscar dentro de los libros otras dimensiones valiosas. Cuando abro los libros me fijo en las cosas que están escritas a mano. Básicamente, pago más por lo que está a mano que por el libro en sí, porque como dije, los libros que quisiera en este momento de mi vida no los puedo comprar. En diciembre pasado hice a mi esposo y mi mejor amigo (Osqui, que el muy santo me tiene una paciencia astronómica) soportar el frío de un mercado navideño en DC por más de una hora en lo que decidida que libro me llevaría. Revisé el librero uno a uno. Los primeros que cojo son los del 1800 porque suelo buscar libros o de literatura del Romanticismo o Gótico; y para quien me conoce, sabe que, si no me hubiese especializado en medieval, lo hubiera hecho en literatura del Romanticismo. Pero nada, los anticuarios lo saben, algunos los andamos buscando y ellos... $$$$$$. En fin, ese día me llevé el segundo tomo de Boy Trapper Series: Mail Carrier de Harry Castlemon, impresión de 1875 Sin entrar a resumir la historia de la novela, contaré porqué lo escogí entre los demás. Cuando compré el libro estábamos cerca del 25 de diciembre del 2015, y el panorama estaba lleno de mercadillos, gente tropezando y música navideña. Era genial para lo que pasaría cuando abriera el libro y me enamorara perdidamente de él. Pues bien, cuando abro el libro, me encuentro con un mensaje a lápiz y con una caligráfica clara y estirada. Para hacerlo divertido, observando esas características traté de sacar información: una mano adulta, educada y femenina. Luego, leí el mensaje: (primera página) Julius. E Watterson 2138 Euclio Ave. Cleveland. (página del lado) Merry Xmas for my dear Julius from Mamma. Dec 25’ 1897. No me equivocaba, era una mano de mujer adulta. Por poco lloro, sí, soy súper tonta, pero probablemente ese libro publicado en 1879 esperó por ser comprado en los anaqueles de una librería hasta que en 1897, una madre decidió comprarlo para su hijo como regalo. O sea, yo, en un mercado de navidad en 2015, alrededor del 20 de diciembre, decidí comprar un libro que alguna vez fue un regalo de navidad para un niño en 1897. No necesitaba más razones para llevármelo. Aunque cabe señalar que, aunque la carpeta y las páginas están en excelente estado de conservación, algunas páginas están sueltas. Ahora, vamos al de hoy: El empleado o dueño de la tienda, a estas alturas, ya debe conocernos. Como se imaginarán, hicimos que sacara todos los libros en bolsas plásticas que había en una pequeña estantería. Había otros dos que me llamaban la atención, el problema es que no estaban los tomos completos: tenían el segundo tomo de The last days of Pompeii y otro… Pero, terminé comprando: El Juramento de Largardére, nombre que se le otorgó a la traducción de la novela Le bosu -el jorobado (1858) de Paul Feval. Se había perdido la fecha de publicación, pero contábamos con una fecha mejor. Sin querer, abrí la contraportada primero. Encontré una nota manuscrita a lápiz con una caligrafía grande y poco estilizada; pensé: varón joven. Leía: “Es propiedad de Manuel M. Guioré”. No era mucha información, pero al menos si encontraba otra cosa quizás consideraba comprar el libro. Para asegurarme que todas las páginas estuviesen pegadas, las corrí como a un abanico. ¡Sorpresa! Una foto de un joven. Pensé: “¡Wow! ¿Qué es esto?” Fue horrible cuando el dueño de la tienda la vio y me la quitó diciendo―: Esta hay que ponerla en la sección de fotos antiguas―. Yo me ofendí. Ernestito soltó una risita porque interpretó mi cara al verlo sacar la foto del libro. ¡Cómo se atrevía! Ese debe ser el tal Manuel M. Guioré. ¡Eso es parte de la historia personal de ese libro! El asunto es que, intentando disimular mi furia seguí corriendo las paginas hasta llegar a la portada. Cuando a la abro, me encuentro con lo más hermoso del mundo. Y, ¿qué puede ser lo más hermoso del mundo?: una vieja historia de amor atrapada en el tiempo. En el interior quedaban los rastros de una flor marchita, y el siguiente mensaje (del que tres hemos intentado descifrar, pero solo hemos conseguido comprender algunas partes): “Testimonio de mis afectos a la Srta. Providencia Orr…… de su … M. Guioré”. ¡Ese libro tenía que ser mío! Me lleve el libro al pecho. Miré al hombre y le dije―: Nadie te va comprar ese libro por lo pronto, pero yo te lo compro si me devuelves la foto―. Podrán deducir el desenlace. Él estaba seguro que lo que yo estaba haciendo era una tontería y que él sacaría dinero a una porquería más. Mientras tanto, yo, estaba segura de llévame las reminiscencias de una historia de amor que espero haya sido bien habida. No pudo haber mejor clausura para un fin de semana en el VSJ. Ps. Ahora pensando... ¡Qué pena que no sujete la página en la que encontré la foto! Si era un ávido lector y algo romántico, probablemente aquella página podía guardar algunas líneas dedicadas a ella. Porque en ocasión a un amor, nadie regala un libro sin un motivo particular, siempre, detrás de todo, hay un mensaje oculto. A lo mejor, un día de estos consigo una copia del libro (esta está demasiado delicada como para ser leído) a ver que encuentro. ¡Ah! Si alguna vez algún descendiente de Doña Providencia o Don Manuel Guioré entrara en este blog, sepa que estoy dispuesta a devolver el libro si me prueba que, en efecto, es su descendiente. Este libro debe ser un legado familiar, y no pertenece a otro que no sea su línea sucesoria. Publicadas por Britannia a la/s 13:08 Etiquetas: Relatos, sobre libros No hay comentarios.: Publicar un comentario
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#oscarwildequotes
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thedropcaps-blog · 7 years
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Analizó su vida, su estado actual, los cadáveres en el suelo, y según su propio juicio, supuso que no le era destinado nada mejor, que si había una vida posterior y el moría, lograba morir, no se encontraría con los que tanto quería. Pero, Marion, Filippo, ellos eran inocentes y víctimas de su propia mentira, codicia, egoísmo, ellos debían ir a lugar mejor, ellos lo merecían. “Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace ―lo repartía entre babeos, quería que al Cielo llegara su ruego por ellos, que no pagaran por sus actos, que vivieran la dicha de la eternidad que tanto Marion esperaba junto a Dios― Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen”[1] Maximino compartió el amén con sus labios guardando silencio y respeto por lo que fuera que su hijo pretendía con ello. [1] Dadles, Señor, el descanso eterno. Y que la luz perpetua les alumbre. Dadles, Señor, el descanso eterno. Y que la luz perpetua les alumbre. Que descansen en paz. Amén. Picture: at a catholic orthodox church @ Bucharest, Rumania
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La hora de las brujas
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thedropcaps-blog · 7 years
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Through the narrow paths between the tombs of the Starý židovský hřbitov the folklore took by the hand golems ghost & spirits, so that with their darkness they served as guardians against the desecration of tombs by the anti-Semites. 
-Britannia
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thedropcaps-blog · 7 years
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En: ¿Cómo construir un barquito de papel?
De dentro de la caja del cassette que nunca le fue entregada —con la cinta blanca por el hongo— cayó una nota al suelo. "Vago día y noche por el paraíso, ahora desierto, mientras descifro las razones para la traición de Wendy". -Carlos (Peter Pan) Le faltó el aire.
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thedropcaps-blog · 7 years
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De momento, revisando documentos para un proyecto “feminista” me encuentro con unas líneas conmovedoras. Hace mucho, pero igual te llega al alma.
Oscuridad, un largo pasillo de mesas tan unidas  que era inevitable tropezarse con unos y otros hasta llevar a aquella mesa  escasamente iluminada por  cansados rayos de luz que morían al golpearse exhaustos en su madera. Al final del pasillo, la única luz encendida iluminaba aun joven de cabello lacio oscuro, lo suficientemente largo como para servir de cortina entre sus ojos y el público, algo despeinado y de mechas de pelo humedecidas por el sudor debido a la exposición a una luz blanca y directa por más de 30 minutos; desaliñado, de mahones aclarados por las constantes lavadas, unas tenis “converse” de suela  escrita por distintas tintas, probablemente utilizadas como canvas en esos momentos de aburrimiento,  de esos que se pasan sentado en  suelo, con las manos vacías excepto por un bolígrafo  y  se espera que pase algo que se desconoce mientras la mente divaga, levantó su rostro y con una agradable mueca en los labios rojos, comenzó uno de sus regulares pensamientos de la noche. Una de esas típicas intervenciones que hacen los músicos en vivo para mantener la atención de su público, para crear una atmósfera, para hacerles reflexiona dirigiéndoles hacia una idea que probablemente ya había planificada como pie forzado para las próximas canciones que interpretaría. Miró al público, sonrió levemente y comenzó a decir:
“Sucede que a veces estás sin estar. Son esas ocasiones cuando más te siento, cuando danza la descabellada idea de "y si pudiera ser". "Y si pudiera ser…" Sucede que a veces los sueños son más que espejismos y vueltos realidad toman forma de angustias que mejor vivirlas en solo ellos. Mejor mirarlas reflejarse al otro lado del espejo. Pero, también, a veces, sucede lo contrario, que el universo conspira. Sucede que a la Vida le da por entrar a su cocina y con ingredientes mágicos cambia el sabor de lo desabrido y hasta de lo podrido. Esas son las ocasiones en que de momento un aroma agradable, una brisa, iluminación, cualquier artimaña de la madre naturaleza nos cambia el color del día. ¿A que a todos nos ha pasado?”
Una voz masculina salió desde el fondo gritando―:¡Claro!
Carlos elevó su mirada al fondo y  sonrió, mientras movía su cabeza suavemente  como reconociendo la voz. ―Seguro que sí. El que no, o miente o se pierde de momentos de intimidad con la vida. ¿Verdad?
―¡Claro que sí!, volvió a contestar esa voz que descaradamente rompía con la esencia de un momento de nostalgia y meditación.
―Que bien se siente tener siempre la razón, dijo entre apagados arpegios.
―¡Siempre la tienes, Carlos. Siempre la tienes!―, otra voz, proveniente de la misma mesa gritó asumiendo un tono  homosexual― ¡Carlos, te amo!
Carlos lanzó una  carcajada al aire mientras se dejó caer hacia atrás en aquella silla de barrotes negros, ya despintados, que solo poseía como secreto de elegancia, una altura un poco más evada que la promedio, una silla humilde para semejante cantor, al enderezarse, volvió a colocarse con su espalda derecha una pierna en el descansar y la otra en el suelo, postura que adquiría de forma automática, como si la hubiese practicado miles de veces, pero suelta por su naturalidad. Esta vez, cerró sus grandes ojos oscuros y con un rictus meditativo habló con suavidad―: Pero volvamos a donde estábamos. Sucede que en ocasiones la neblina me tapa la visión, supongo que a todos nos pasa alguna vez, y es cuándo el miedo me inmoviliza. Es cuándo ni la vida, ni los nuevos sabores nos motivan a dar un paso al frente; y mejor seguir soñando antes de encontrar calles vacías y edificios desolados. Es en ese punto en que te veo y el "y si pudiera ser" se vuelve un "om" que vibra en mis labios. Son esos momentos en los que siento tus pisadas acercarse a la puerta. Cuando te dejo entrar. Cuando sonrío. ―Levantó su mirada, y la vio sentada junto a Miriam y mantuvo su mirada, en silencio. Un segundo, dos segundos, tres, cuatro, cinco, seis segundos, siete, si hubiese sido contado con exactitud y por cronómetro, seguramente se hubiese contado más tiempo, continuaba tocando el mismo arpegio una y otra vez, en los rostros expectantes se hizo notar la extrañeza del vacío. Nadie fue capaz de retirar  la mirada de su rostro y él solo tenía su mirada hacia la derecha, a esa mesa ocupada por Miriam y otras caras conocidas, menos por una, aunque estaba seguro que de algún modo tampoco le era desconocida. Décimo segundo, desde esa cuenta mal sacada, miró a todos lados, cayó en tiempo y espacio, notando que mientras para él tiempo no había pasado, por las escasas miradas que podía identificar, para los demás había corrido extrañamente lento.  No recordaba dónde se había quedado, de que estaba hablando y sintió los dedos entumecidos cómo para poder seguir tocando y su cuerpo cómo prendido a un resorte a punto de salir disparado, no encontraba la manera de evadir el salto. Ya no tenía ganas de hablar, de cantar, de tocar, pero no sabía cómo terminar, como cerrar el “set”. Miró nuevamente a la mesa y entre sus silenciosos labios dibujo la expresión “que se joda”. Echó hacia atrás la guitarra y les mandó un saludo a sus amigos de la mesa de frente, última a la derecha y concluyó lo que sería el set más corto de su vida, sin saber que algún día, ese pensamiento que había redactado para compartirlo en esa noche y que  ahora no terminó, nacería como temblorosa letanía de sus labios.
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