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wingzemonx · 5 days
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 149. La Destrucción del DIC
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Francis, Gorrión Blanco, Lisa, Cody y Lucy no tardaron mucho en encontrarse con los extraños atacantes; casi en cuanto salieron de la sala de interrogatorios y avanzaron al pasillo. Algunos de ellos vestían uniformes y pasamontañas negros, pero otros más, para horror de Francis, vestían el distintivo uniforme azul de los soldados de la base; su uniforme, y el de sus supuestos compañeros, igual que aquello dos que habían tenido que matar hace sólo unos minutos atrás en la sala de interrogatorios. Y aun así, incluso estos no tuvieron reparo en abrir fuego en su contra en cuanto los vieron.
El sargento hizo que todos se refugiaran detrás del muro más cercano para ponerse a cubierto. Luego él mismo sacó su arma y comenzó a disparar a su vez contra los atacantes para mantenerlos a raya, aunque era imposible que él sólo pudiera hacer tal cosa con tan sólo su pistola. Por suerte, no se encontraba solo del todo.
En cuanto la ronda de disparos de Francis se acabó, y al parecer al mismo tiempo lo hizo la de los demás, Gorrión Blanco no tardó en salir presurosa de su escondite. Y antes de que Francis pudiera decirle algo, la joven utilizó su telequinesis, empujando a todos a los atacantes a la vez para estrellarlos con fuerza contra los muros como si los acabara de revolcar una ola. Un par de ellos murieron al instante, otros más quedaron malheridos, y el resto intentaron recuperarse rápidamente para proseguir con el ataque. Francis salió en ese momento, y con disparos certeros de su arma ya cargada abatió a tres de ellos, y Gorrión Blanco hizo lo propio con el resto, estrellándolos con violencia contra los muros.
El pasillo quedó rápidamente tapizado de rojo, y adornado con los cadáveres de aquellos hombres. Una escena bastante desagradable, en especial para aquellos en el grupo menos acostumbrados a tal nivel de violencia.
—No mires —le susurró Cody a Lisa, abrazándola contra él mientras avanzaban por el pasillo ahora despejado.
—No te preocupes por mí —le murmuró despacio la bioquímica, aunque de todas formas no miró, y permaneció con su rostro contra el pecho de su novio, aferrada a él en busca de aunque fuera un poco de sensación de protección—. ¿Estos hombres son en verdad soldados de la base? —cuestionó alterada, mirando de reojo el cuerpo de uno de ellos al pasar a su lado, y reconociendo fácilmente su uniforme—. Tienen que ser impostores, ¿no es cierto?
Sin tener que decirlo directamente, era claro que aquella pregunta iba dirigida a Francis. Sin embargo, éste no respondió, pese a que la verdad era que había reconocido con facilidad a varios de ellos, incluyendo los que acababa de liquidar con sus propias balas.
Él menos que nadie entendía lo que ocurría. ¿Cómo era posible que de la noche a la mañana sus propios hombres se hubieran volteado en su contra de esa forma? Su primer pensamiento hubiera sido que se debía al control mental de algún UP, incluso del propio chico Thorn al que se suponía iban justo a despertar esa tarde. Quizás habían errado con la dosis del sedante, o habían subestimado el alcance de lo que ese chico era capaz de hacer, y el resultado había sido todo eso.
Pero la infiltración de esos otros hombres de negro, claramente mercenarios, y ese extraño mensaje en las radios, que ahora deducía era la señal para comenzar el ataque… Todo eso implicaba una planeación previa, no un hecho que había ocurrido fortuitamente. Este ataque había sido planeado con plena consciencia, y sólo podría haber sido posible con personas infiltradas en la base. Pero, ¿quiénes? ¿Cuántos? ¿Y desde cuándo…?
Sin importar lo que fuera que estuviera en verdad detrás de todo eso, no podía permitirse perder el enfoque. Aquel era un campo de batalla, como tantos otros en los que había estado. Y las personas que lo acompañaban, aunque fueran civiles, dependían de él para salir de ahí con vida. No podía fallarles; ni a ellos, ni tampoco al director y al capitán, en especial desconociendo en quienes podían confiar ahí dentro.
El grupo llegó hasta una sala cuadrada y amplia, que parecía ser punto de intersección para otros cuatro pasillos. Francis, al delante de todos, pegó su espalda contra el muro, y con arma en mano se asomó con cuidado para revisar con la vista los alrededores. No había nadie; ni enemigos, ni tampoco potenciales aliados.
—Despejado, andando —indicó con firmeza, al tiempo que comenzaba a moverse, y los demás lo hicieron igual
—¿Andando hacia dónde, exactamente? —exclamó Lucy con tono de queja, siguiéndolos desde más atrás, pero con poca convicción en su paso—. ¿No deberíamos ir a la salida más cercana?
—Quizás tenga razón, sargento —le susurró Gorrión Blanco, avanzando a su lado—. Estando aquí dentro estamos prácticamente a la merced de estas personas.
—Tenemos que llegar a los ascensores —respondió Francis con voz cortante—. El Dir. Sinclair y el Capt. McCarthy estaban realizando el interrogatorio en el nivel inferior. Debemos llegar hasta ellos y brindarles apoyo. Sólo entonces saldremos todos juntos de aquí.
—¿Te has puesto a pensar que esas personas podrían estar ya muertas? —exclamó Lucy con tono punzante.
—Lucy —masculló Cody como reprimenda, volteándola a ver sobre su hombro.
—Sólo digo que si él quiere correr y jugar al héroe por todo este desastre, que lo haga. Pero no tiene por qué llevarnos a nosotros a la muerte con él.
—¡Lucy! —repitió Cody con más fuerza que antes.
—O vienen conmigo, o los encierro en una habitación hasta que todo esto termine —los amenazó Francis, girándose hacia ellos con su arma en mano—. Y no les garantizo que quien los encuentre después vaya a ser un aliado, o alguien tan amable como yo.
Se hizo el silencio entre ellos, pero en sus miradas se notaba la duda, en especial en Cody y Lucy.
—Pueden confiar en él —murmuró Lisa con seriedad—. Y también en ella —añadió, volteando ahora a ver a Gorrión Blanco, tomando a ésta un poco por sorpresa—. Sólo estando a lado de ellos dos estaremos a salvo.
Gorrión Blanco no pudo evitar sonreír un poco al escucharla decir eso. Le gustaba saber que la Dra. Mathews confiaba en ella, aunque fuera en una situación tan extrema como esa.
Por su lado, Cody asintió como aprobación a las palabras de su novia, y luego añadió:
—Si Lisa así lo cree, entonces yo también. Los seguimos.
—Bien —masculló Francis con seriedad—. Los ascensores están por aquí.
Dicho lo que se tenía que decir, el grupo siguió avanzando bajo la guía del Sgto. Schur.
—Grandioso —masculló Lucy con tono quejumbroso al final de la formación—. Vayamos entonces a la muerte segura…
Su comentario le ganó otro par de miradas de desaprobación, en especial de parte de Cody y Lisa. Ninguno le dijo nada a ella directamente, pero Lisa no tuvo reparó en compartir en voz baja su opinión a su novio.
—Tú amiga sí que es simpática —masculló con tono sarcástico.
—No es su culpa… creo —respondió Cody, un tanto dubitativo—. Es sólo que a veces no escucha lo que sale de su propia boca.
—Los puedo escuchar —farfulló Lucy a sus espaldas, claramente descontenta.
— — — —
Tras su accidentado, y casi milagroso, escape de aquella sala de observaciones, Russel había logrado de alguna forma moverse entre los pasillos repletos de toda esa locura, sin recibir ningún disparo de por medio. La base se había convertido en un verdadero infierno. A donde quiere que iba, todo lo que encontraba era sangre y cuerpos tapizando el suelo y las paredes. En un momento, tras girar corriendo una esquina, un pisotón mal afortunado de su pie derecho terminó por hacerlo resbalar en un charco de sangre en el suelo. El cuerpo del científico se precipitó al piso, golpeándose con fuerza contra su cadera. Pero lo peor fue por mucho que, encima de todo, había quedado prácticamente recostado sobre el cuerpo de un soldado muerto, al que además de todo le hacía falta la mitad de su cara.
Russel soltó un fuerte alarido al aire, se paró lo más rápido que pudo y se alejó trastabillando hasta pegar la espalda contra la pared. Al forzarse a desviar su mirada del cadáver, todo lo que vio fue rojo al notar que su impecable bata blanca estaba empapada en esos momentos de sangre. Se la quitó frenético, tirándola a un lado con desesperación. Se quedó petrificado en su sitio un buen rato, con sus piernas temblándole, pero negándose a ceder. Sólo el retumbar de disparos cercanos lo despertó y lo forzó a moverse de nuevo.
Aunque no pareciera en un inicio tener un destino fijo, su cuerpo pareció saber por sí solo lo que debía hacer: ir a su despacho privado, en donde guardaba su teléfono satelital. Era quizás el único medio por el que podría comunicarse con el exterior; con Douglas, Albertsen, o quién sea que pudiera mandarles apoyo. Por supuesto, no se le había escapado la horrible posibilidad de que alguno de ellos pudiera estar también involucrado en todo eso; si Ruby Cullen lo estaba, nada más lo podría sorprender. Pero en una situación tan desesperada, no le quedaban muchas opciones.
La ventaja que tenía para poder moverse con mayor libertad era su tarjeta y huella dactilar, que le daban acceso a prácticamente cualquier puerta, sala y ascensor de la base, lo que le permitía moverse por rincones que esperaba que sus atacantes no conocieran. De esa forma logró subir por las escaleras de emergencia de un ducto secundario hacia el nivel del departamento científico.
Se horrorizó, sin embargo, en cuanto ingresó por los alguna vez limpios y puros pasillos blancos, encontrándose con un reguero de cuerpos. Pero estos eran, para su espanto, miembros de su propio equipo; hombres y mujeres de ciencia, no soldados entrenados para pelear, que habían trabajado con él hombro a hombro, alguno por años. Personas que dependían directamente de él, y que debería de haberlos protegido de alguna forma.
¿Así es como se sentía ser un capitán y presenciar a tus hombres caer a tus pies?
Sintió de nuevo que su cuerpo se desplomaría al piso, o que sería atacado en cualquier momento por una arcada. Respiró hondo para intentar calmarse lo más posible, y forzarse a avanzar con paso cauteloso por el pasillo, cuidando de no tocar ninguno de los cuerpos. Unas voces cercanas lo hicieron girar en otra esquina y dirigirse a su destino por el camino largo. El pasillo de su oficina estaba, por suerte, despejado por lo que pudo prácticamente lanzarse corriendo hacia su puerta. Por un momento intentó abrirla directamente, empujándola con su hombro, olvidando por completo la cerradura electrónica. Sus manos nerviosas rebuscaron de nuevo su tarjea, la colocó sobre al sensor a un lado de la puerta, y escuchó a los segundos como el cerrojo se abría; el sonido le pareció tan estridente que por un momento temió que alguien pudiera haberlo oído.
Colocó su mano en la manija y abrió la puerta con cuidado. Había apenas abierto una pequeña rendija de diez centímetros, cuando sintió el frío y duro cañón de una pistola justo contra la parte trasera de su cabeza.
—No se mueva —pronunció una voz fría a sus espaldas, y le pareció casi sentir el aliento de aquella persona picoteándole la nuca—. Y no hable…
Russel soltó un pequeño chillido de miedo. Alzó tímidamente sus manos temblorosas en señal de rendición, sujetando entre sus dedos de la derecha la tarjeta de acceso.
—Por favor… no lo hagas… —susurró entre tartamudeos nerviosos—. No sé lo que quieres, pero por favor, no lo hagas… No soy un soldado, soy sólo un científico. Todo lo que he hecho es por el bien de la humanidad…
Sus desvaríos no tenían sentido, y él lo sabía muy bien. Aun así, su boca parecía moverse sola, soltando aquel desesperado e inútil ruego de clemencia.
—Cállese —pronunció con severidad aquella persona, pero sin alzar de más la voz—. Entre a la oficina, ahora —le ordenó de forma tajante, empujando su cabeza con el arma.
Russel obedeció, avanzando hacia la puerta para abrirla por completo e internarse en las sombras de su propio despacho.
—Encienda las luces —le ordenó aquella persona a continuación, y Russel acercó sin chistar su mano hacia el interruptor, y todo el lugar se iluminó al instante de luz blanca.
Su despacho era relativamente pequeño, y en esos momentos bastante desordenado, aunque él afirmaba que las mentes creativas siempre se movían y trabajan en espacio caóticos como ese. Había papeles, libros, y discos regados por todas partes; incluso unas viejas cintas VHS amontonadas en una caja, y piezas de computadora en otra.
Russel escuchó la puerta cerrarse con fuerza a sus espaldas, y su cuerpo reaccionó con un sobresalto, casi como si aquello hubiera sido un disparo. Por suerte no fue así. Pero aún no podía sentirse seguro, pues aquella persona había entrado con él, y su pistola seguía pegada contra su cabeza.
—¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué hacen esto?  —se atrevió a preguntar, con la única pizca de arrojo que le fue posible.
—¿Se refiere a lo que ocurre allá afuera? —preguntó su captora, sonando incluso burlona al hacerlo—. No tengo idea de qué sea. Yo estoy aquí por otro motivo, y sólo aprovecho el momento.
Aquello lo desconcertó bastante. ¿Qué quería decir con aquello?
Sintió como el arma se apartaba de su cabeza en ese momento, y pareció ser suficiente indicativo de que podía bajar los brazos y darse la vuelta. Lo hizo con suma precaución, sin embargo, a la espera de que su captor le indicara en cualquier momento que se detuviera; no lo hizo. Al poder observar al fin a aquella persona, Russel se sintió aún más confundido.
Era una mujer increíblemente preciosa, tanto que estaba seguro de nunca haberla visto antes en esa base; no hubiera olvidado un rostro así jamás. Su piel era pálida y lisa como porcelana, adornada con algunos discretos lunares oscuros que casi parecían haber sido puestos sobre la superficie clara de su rostro de forma intencional. Su cabello castaño rojizo era brillante y sedoso, y sus rizos caían libres en sus hombros. Pero quizás lo más atrapante eran su par de ojos color miel, astutos e hipnotizaste. Usaba el saco azul de los soldados de la base, pero era claro que debajo de éste no traía el uniforme completo, pues se asomaban sus piernas cubiertas con unos ajustados pantalones oscuros.
A Russel no solían atraerle mucho las mujeres blancas, o más bien las mujeres en general. Pero esa chica en especial le pareció cautivadora por algún motivo que no supo interpretar, en especial dada la poco ortodoxa situación por la que cruzaba. Era evidentemente además que estaba fuertemente armada, no sólo por esa pistola con la que lo había apuntado hace un momento y que aún sujetaba con sus manos, apuntando con el cañón hacia la altura de las rodillas del científico.
—Es usted el Dr. Shepherd, ¿no es cierto? —preguntó aquella mujer, inclinando su cabeza hacia un lado.
—¿Quién eres tú? —respondió Russel por reflejo. Podría haberle negado que era él, pero supuso que sería inútil.
—No le interesa —escupió la extraña con sequedad, y volvió alzar su arma, apuntando ahora directo a la frente de Russel—. Me mandaron por usted, y vendrá conmigo. Y por lo que he visto, si acaso quiere salir con vida de aquí, no es que tenga muchas otras opciones.
—Si no estás con esas personas, entonces podemos ayudarnos —soltó Russel por reflejo—. Tengo un teléfono satelital especial que puede traspasar los inhibidores de la base. Con él podemos comunicarnos con el exterior y pedir refuerzos para que nos saquen de aquí.
La mujer lo miró con curiosidad, entornando un poco los ojos.
—¿Dónde está?
—En el cajón de mi escritorio —respondió señalando tímidamente con una mano hacia dicho sitio.
La mujer señaló con su cabeza hacia el escritorio, indicándole que podía acercarse. Russel se aproximó rápidamente hacia éste, y abrió el cajón superior de la derecha. Ahí se encontraba el artefacto, pequeño y rectangular, con una larga y gruesa antena.
—Aquí está —anunció entusiasmado, sacando el teléfono—. Sólo debo…
Antes de que pudiera terminar su frase, el ensordecedor estruendo del disparo cubrió la oficina entera, haciendo que Russel se sobresaltara. La bala que salió del arma de aquella mujer no lo tocó, pero estuvo bastante cerca pues impactó directo en el teléfono satelital que sujetaba hace un instante en su mano, volviéndolo pedazos de plástico y circuitos que cayeron al suelo como copos de nieva.
—Al parecer ahora sí soy su única opción, doctor —masculló la mujer con tono burlón—. Ahora muévase —prosiguió con mayor seriedad, apuntando con su cabeza ahora hacia la puerta—, que ese disparo pudo haber alertado a alguno de esos sujetos de afuera, y usted aún tiene que llevarme a un sitio antes de irnos.
—¿A dónde? —cuestionó Russel, aun temblando por el disparo.
—Al Nivel -20, a la sala 217.
Russel se sobresaltó atónito. Ese cuarto era en dónde estaba…
—¿Por qué ahí?
—Tampoco lo sé —exclamó la mujer, exasperada, y sin bajar su arma se le acercó rápidamente, lo tomó con agresividad de su camisa y lo jaloneó hacia la puerta—. Sólo me dijeron que debo llevarme lo que está en esa sala junto con usted. Así que ahora camine.
—Estás demente —farfulló Russel mientras avanzaba trastabillando hacia a puerta. Intentó resistirse un poco, pero aquella mujer era más fuerte de lo que parecía a simple vista—. Lo más seguro es que nos maten antes de poder llegar siquiera al ascensor.
—Entonces es bueno que lo tenga como escudo, doctor —rio la mujer con sorna, justo antes de abrir la puerta y prácticamente empujarlo con bastante agresividad hacia el pasillo—. Camine —le ordenó con rudeza, usando de nuevo su arma como incentivo.
 Resignado, y quizás en ese momento ya no siendo capaz de controlar siquiera su propio cuerpo, Russel comenzó a avanzar justo en la dirección para ir a dónde esa mujer quería ir. Y mientras lo hacía, comenzaba a hacerse a la idea de que no saldría con vida de ese lugar.
— — — —
Grish Altur, otra agente al servicio de la Capt. Cullen, tenía una misión crucial en el ataque al Nido. Dicha misión la llevó a dirigir a su grupo hacia el nivel de las celdas de contención, uno de los niveles más peligrosos pues muy pocos conocían toda la clase de amenazas que el DIC tenía ahí cautivas. Por suerte, ellos iban en busca de sólo una de ellas en particular, aunque eso no impidió que tuvieran que abrirse entre los soldados apostados en ese nivel para proteger las diferentes celdas. Fue una tarea complicada, pero al igual que en el resto de la base, el factor sorpresa fue su carta fuerte. Además de ello, Grish era una experta tiradora, capaz de poner la bala en donde ponía el ojo, dos de cada tres veces, lo que les dio la ventaja de acabar con una cantidad grande enemigos en corto tiempo, y con la menor cantidad de bajas de su lado.
Usando su aguda estrategia, lograron avanzar con bastante rapidez hacia la sala en particular que buscaban. Había dos soldados apostados en ella, que al parecer ni siquiera al escuchar los disparos a la distancia se atrevieron a dejar su puesto; así de importante era lo que ahí guardaban. En cuanto vieron a Grish y su equipo aproximarse, no tardaron en abrir fuego, logrando alcanzar a uno de ellos, abatiéndolo. Golpe de suerte para ellos, pero no les duró mucho pues de inmediato Grish contraatacó con sólo dos disparos certeros, cada uno a la pierna derecha de alguno de ellos. Los soldados cayeron al suelo sobre sus costados, y el resto del su equipo no tardó en acribillarlos una vez estuvieron tirados.
Una vez todo estuvo tranquilo, Grish respiró hondo, y se tronó un poco su cuello para liberar un poco de tención. Centró su mirada entonces en la puerta que esos dos soldados custodiaban, marcada únicamente con un V y I, simulando el número 6 romano; justo como les habían dicho.
—¿Es aquí? —cuestionó Grish, un tanto escéptica por el hecho de que resultara tan sencillo.
—Es lo que la información de Kat dice —le informó uno de sus acompañantes, encogiéndose de hombros.
—Bien, andando entonces.
Tomaron rápidamente la tarjeta de seguridad de uno de los guardias caídos, y con ella abrieron la puerta del cuarto de control. Los cuatro ingresaron a la habitación, en donde el hombre de los controles ya los aguardaba con su arma en mano. Antes de que pudiera disparar aunque fuera una vez, Grish fue mucho más rápida y certera, acertándole un tiro justo en el centro de la frente, sin siquiera detenerse a apuntar. El soldado cayó hacia atrás abatido, de espaldas contra los controles.
Grish sonrió satisfecha, e incluso sopló contra el cañón de su propia arma de forma presuntuosa.
El grupo avanzó hacia la consola, y sin la menor ceremonia uno de ellos hizo a un lado al hombre muerto y tomó asiento frente a los controles para ingresar al sistema. Mientras tanto, Grish avanzó hacia el vidrio unidireccional que separaba ese cuarto del de al lado. Ahí, encerrada en aquel pequeño cubo transparente, se encontraba justo la persona que habían ido a buscar.
La mujer de cabellos rubios en mono anaranjado estaba de pie en el centro de la curiosa prisión, mirando expectante hacia los lados, como esperando que algo saliera de alguna de las esquinas del cuarto. Grish pensó por un momento que había oído los disparos, pero según las especificaciones que había leído, ese cubo debía ser a prueba de sonido, por lo que se suponía no debería ser capaz de escuchar nada desde ahí dentro, que no proviniera de la bocina interna.
¿Quizás de alguna forma “sentía” que algo estaba ocurriendo? Había pasado cinco años en campo rastreando y vigilando a varios UPs, y aún seguía sin entender cómo era que funcionaban con exactitud sus extraños poderes.
—¿Es ella? —comentó curioso uno de sus compañeros. Grish se limitó sólo a asentir como respuesta.
—No parece gran cosa —comentó otro de ellos con tono burlón.
—No se confíen —les advirtió Grish, volteando a verlos con severidad—. Después de todo, es quien hirió tan gravemente al Salvador.
—De seguro es sólo una exageración —señaló el primero que había preguntado. Grish no respondió, pues en verdad no estaba segura.
Aquello era lo que los rumores decían, aunque otros más le achacaban lo ocurrido a la tal Gorrión Blanco, la chica que el Dir. Sinclair y Shepherd habían despertado con su químico raro. Pero al igual que a la mayoría, a ella le resultaba difícil de creer que alguien fuera capaz de herir al Anticristo, incluso siendo un UP. Pero sin importar cómo hubiera sido, o quién lo había hecho, la realidad es que el chico había sido sometido y aprehendido, y ese era el motivo de toda esa operación.
Pero aunque ninguna de esas dos hubiera tenido algo que ver, ambas representaban un peligro, en especial esa mujer ante ella: Charlene McGee, la ballena blanca del DIC. Por lo mismo, ninguna de las dos podía ser dejada con vida. Y en el caso de la Sra. McGee, el maestro Neff tenía un papel específico para ella, lo que hacía que esa misión fuera en efecto tan importante.
Tras observar a la Sra. McGee un rato más, se giró y caminó hacia la consola, parándose a lado del hombre que había tomado de control de ésta, inclinándose para ver los monitores y los controles por encima de su hombro.
—¿Y bien?, ¿lo encontraste?
—Eso creo —respondió su compañero con seriedad—. Justo como nos dijeron, ese cubo es totalmente hermético, y el oxígeno es suministrado por el mismo conducto superior por el que pueden también llenarlo de sedante. Con este control de aquí podemos cortar el oxígeno por completo, y con este otro activar un extractor que se encargará de dejar el interior prácticamente al vacío. Con eso no tardará en asfixiarse.
—Hagámoslo entonces —propuso otro de ellos, uno de los hombres de negro de Armitage. Era obvio que estos mercenarios carecían de la disciplina y la paciencia requeridas de un agente como ellos, pero igual el hombre sentado en la consola pareció estar de acuerdo y se dispuso a hacerlo.
—Aguarda —le detuvo Grish, tomándolo sutilmente de su mano—. ¿Puedes abrir el canal de comunicación desde aquí? Quiero hablar con ella.
—¿Para qué? —cuestionó su compañero, confundido.
—Llámalo cortesía profesional —le respondió Grish de forma cortante—. ¿Puedes o no?
El hombre asintió, un tanto vacilante, y de inmediato pasó a revisar para buscar el control que los comunicaría con la bocina interna del aquella jaula. Grish aguardó paciente a su lado.
— — — —
En efecto, el cubo de plástico térmico que aprisionaba a Charlie era a prueba de cualquier sonido exterior que no proviniera de aquella bocina, por lo que en general se encontraba siempre envuelta en un profundo y muy molesto silencio. Y por consiguiente, no había como tal escuchado los disparos, gritos y golpes que venían de afuera de la sala. Aun así, había sentido una extraña y repentina sacudida que la había hecho levantarse de un salto de su camilla, y ponerse en alerta, a la espera de que alguien, o algo, aparecieran ante ella.
No era la primera vez que sentía algo así, pero sí había pasado bastante tiempo desde la última vez. Recordaba que de niña era más común para ella sentir la cercanía del enemigo a su acecho, derivado por supuesto por su Resplandor. Pero de adulta aquella habilidad había menguado bastante; de otra forma, quizás podría haber percibido a los atacantes en aquella bodega, antes de que le disparara a Kali, y quizás todo hubiera sido diferente…
Pero no tenía tiempo para hundirse en dichos pensamientos. No sabía qué era lo que sentía acercarse, pero sabía que era algo real, no un simple y normal presentimiento.
Su incertidumbre pareció ser recompensada en cuanto la bocina sobre su cabeza sonó, y de ella provino una voz de mujer que no le resultó conocida.
—Sra. Charlene McGee, debo decir es un placer conocerla al fin. Todos en el DIC hemos escuchado mucho de usted.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Charlie con voz cautelosa—. ¿Qué está pasando allá afuera?
—Eso no tiene por qué preocuparle —le respondió aquella persona desconocida, y a Charlie le pareció percibir incluso algo de burla en sus palabras—. Pero le complacerá saber que su más grande sueño se está haciendo realidad mientras hablamos.
—¿Y eso es…?
—La destrucción del DIC, por supuesto —respondió la voz en la bocina sin más, dejando a Charlie un tanto desconcertada—. O, al menos, del DIC como lo conoce actualmente. Y le complacerá también saber que usted tendrá un papel crucial en ello, recordada por siempre como la culpable detrás de lo ocurrido el día de hoy. Todo un ejemplo para los que vengan después de usted.
—No entiendo ni una sola palabra de lo que dices —le respondió Charlie con brusquedad—. Así que si lo que esperas es que colabore con ustedes de alguna forma, tendrás que ser mucho más convincente.
La voz en la bocina soltó de pronto una fuerte y casi estridente carcajada.
—¿Colaborar? —exclamó aquella mujer de forma risueña—. Me temo que no ha comprendido. Al igual que todos los demás incautos de esta base, su sacrificio será necesario para poder lograr un propósito mayor. Regocíjese con ello.
Charlie se quedó aún más confundida con aquella afirmación, pero supo en lo más hondo de su ser que no era para nada algo bueno. Pero antes de que pudiera cuestionar más al respecto, la comunicación terminó.
— — — —
—Ahora sí, corten el suministro de oxígeno y asfixiémosla —ordenó Grish en la sala de control, una vez que su voz dejó de escucharse en el interior de aquel cubo. Su compañero en la consola no tardó en hacer justo lo que decía.
Primero cortó el oxígeno, y luego activó el extractor, cuyo fuerte zumbido sobre su cabeza no tardó en captar la atención de Charlie. No tardó tampoco en darse cuenta de que el al aire en el interior comenzaba a ponerse pesado, y que poco a poco le costaba más respirar, hasta incluso comenzar a sentirse mareada. Todo frente a los ojos observadores de Grish y los otros del otro lado del vidrio.
—Sólo queda esperar a que pierda el conocimiento —señaló Grish con cierta jactancia—.  Y sin suficiente oxígeno ahí dentro, no la tendrá tan fácil para hacer sus trucos de fuego.
Parecía el plan perfecto, y todo gracias al Dir. Sinclair y la ingeniosa prisión que había diseñado para su archienemiga. Quizás le hubiera complacido saber que fue usada justo para lo que él esperaba, pero a esas alturas lo más seguro es que ya estuviera muerto, al igual que todos sus hombres.
El cuerpo de Charlie se tambaleó hacia un lado y se golpeó con fuerza el hombro contra una de las paredes transparentes. Luego cayó al suelo de rodillas y podría haberse desplomado por completo si no hubiera interpuesto las manos primero. Se quedó en cuatro, con su cabeza agachada y su cabello rubio cayendo sobre su rostro, mientras su cuerpo temblaba violentamente y se agitaba en sus esfuerzos casi sobrehumanos para jalar aire.
Parecía que todo terminaría más pronto de lo esperado…
De pronto, Grish y sus hombres vieron como la reclusa alzaba rápidamente su rostro, centrando sus intensos ojos directo en su dirección, casi como si fuera capaz de verlos a ellos directamente. Todos se estremecieron ante esta sensación, pero se forzaron a mantener la calma. Aunque esto no fue tan sencillo en el momento en el que contemplaron como la pared del cubo a la que Charlie miraba comenzaba a tornarse rojiza poco a poco, como una mancha voraz que iba creciendo y extendiéndose, hasta cubrir casi por completo las demás paredes.
—¿Qué está…? —murmuró uno de los hombres de Armitage, confundido, y al parecer algo preocupado.
—No teman —indicó Grish con voz neutra—. La División Científica creó esa jaula especialmente para resistirla. No logrará más que calcinarse viva a sí misma.
Todos guardaron silencio, contemplando el extraño fenómeno que ocurría ante ellos, sin comprender del todo el alcance de éste, Aunque ninguno estaba ahí físicamente, de alguna forma podía sentir como la temperatura del interior del cubo aumentaba exponencialmente, mientras esas paredes se tornaban más rojizas y brillantes, como lava hirviendo. El oxígeno en el interior pareció ser suficiente para que el calor tan intenso prendiera en llamas la cama, el lavado, e incluso las ropas de Charlie; aun así, ésta no se movió, ni siquiera pestañeó aunque estuviera cubierta de fuego. Fue una escena impactante y algo grotesca de ver.
De un momento a otro, toda la superficie del cubo estaba totalmente impregnada de ese intenso calor, y para su sorpresa éste pareció traspasar los muros y comenzar a afectar el exterior. Vieron como el suelo y el cristal unidireccional comenzaban a desquebrajarse, y las cámaras comenzaron a explotar.
Y entonces comprendieron que en efecto, algo no estaba bien.
—¡¿Qué demo…?! —exclamó Grish alarmada, dando instintivamente un paso hacia atrás. Vaciló un momento antes de ordenarles a sus hombres que salieran de la sala. Y para cuando se decidió a hacerlo, ya era tarde.
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!! —escucharon como Charlie gritaba con todas sus fuerzas, resonando como un fuerte rugido, a pesar de que no deberían poder escuchar nada del interior de esa cosa. Y un instante después, fueron testigos de cómo aquella prisión transparente estallaba por completo en una tremenda explosión que lo sacudió todo.
El vidrio se rompió en cientos pedazos, y Grish y sus hombres fueron golpeados de frente por una fuerte onda expansiva de calor, fuego, y escombros que los lanzó por los aires, y cubrió todo de rojo.
— — — —
La sacudida de la explosión provocada por Charlie fue tan grande, que incluso estando dos niveles arriba, Russel y Mabel lograron sentirla en su camino a los ascensores. Fue como un pequeño temblor bajo sus pies, mismo que casi hizo que el Dr. Shepherd cayera al suelo, sino fuera porque se logró sostener rápidamente del muro.
—¿Qué fue eso? —pronunció nervioso, mirando con aprensión a su alrededor.
—Ni idea… —susurró Mabel con seriedad, observando de reojo hacia sus pies. Había venido de abajo, eso lo tenía seguro. Pero lo único que a ella le interesaba es que fuera en un nivel diferente al que se dirigían—. No se distraiga —exclamó con rudeza, al tiempo que empujaba a su acompañante con una mano para obligarlo a seguir caminando. Russel no tuvo más remedio que así hacerlo.
Ciertamente a Mabel le preocupaba que quienes fueran estas personas intentaran algo más extremo, como volar toda esa base en pedazos antes de que pudiera salir. También le causaba curiosidad saber a qué se debía todo ese caos, y cómo era además que Verónica sabía que esto ocurriría. ¿Acaso eran personas que trabajaban ara Thorn? De ser así, estaba convencida de que eso sólo la pondría en más peligro.
Pero ella tenía una carta bajo la manga, y es que no era más la misma Doncella que el mocoso de Thron habían conocido; no desde que consumió el vapor de Rose. Así que si ese paleto o sus sirvientes intentaban algo en su contra, se llevarían una amarga sorpresa.
Tras dar la vuelta en una esquina, se encontraron de frente con dos soldados con uniforme del DIC que caminaban en su dirección contraria.
—¡Oigan! —gritaron los dos con fuerza, alzando sus armas hacia ellos.
Russel imploró al cielo (cosa que casi nunca hacía) para que fueras soldados reales del DIC y no alguno de estos infiltrados. Pero en cuanto le pareció más que evidente que se preparaban para abrir fuego en su contra, esa esperanza murió rápidamente.
Sin embargo, antes de que alguno pudiera jalar el gatillo, Russel miró sorprendido como ambos bajaban sus armas de golpe, y sus miradas se volvían perdidas y distantes, como si observaran fijamente algo sumamente interesante. Y unos segundos después, sin que las expresiones de sus rostros se mutaran ni un poco, alzaron de nuevo sus rifles, pero en esa ocasión no hacia Russel y su captora, sino que se giraron y apuntaron el uno al otro, con los cañones de las armas casi pegadas a sus pechos.
—¡Alto!, ¡no se muevan! —pronunció en alto uno de ellos como una advertencia—. ¡Dije alto!
—¡Dispáreles!, ¡ahora! —exclamó con potencia el otro, y ambos jalaron sus gatillos al mismo tiempo.
Y mientras en sus mentes de seguro abrían fuego contra algún enemigo que se les aproximaba, la realidad es que terminaron disparándose entre sí, perforándole el pecho a su compañero con una pequeña ráfaga de balas. Ambos cayeron hacia atrás, desplomados en el piso.
Russel se sobresaltó, atónito al presenciar esto. ¿Eso había sido caso…?
Miró lentamente sobre su hombro, en el momento justo para contemplar cómo Mabel observaba fijamente en dirección a los dos soldados muertos. Y, en especial, notó el singular e intenso brillo plateado que adornaba sus ojos; un brillo muy particular que él ya había visto antes.
—No puede ser —susurró despacio—. ¿Eres una UX?
Mabel volteó a mirarlo, y un segundo después el brillo de sus ojos se esfumó, volviendo a su color miel habitual.
—No sé de qué está hablando —le respondió con dureza—. Pero usted no entendería jamás lo que yo soy.
Russel decidió no decirle que en realidad conocía bastante bien lo que era ella; quizás demasiado bien, pues había dedicado una parte de su carrera ahí en el DIC a intentar comprender lo mejor posible la naturaleza casi sobrenatural de dichos seres, sin mucho éxito de momento… salvo quizás por lo que se ocultaba en la habitación 217 del nivel -20; justo a dónde ella quería que la llevara.
Mabel volvió a empujarlo para que siguieran avanzando, y recorrieron el corto tramo que los separaba de los ascensores.
—Use su tarjeta —le ordenó pegando el cañón del arma contra su nuca. Russel obedeció, pasó su tarjeta por el sensor del ascensor, y luego lo mandó a llamar. Éste no tardó en llegar a su nivel, y las puertas se abrieron ante ellos—. Entre, ahora.
—No sabes lo que hay ahí abajo —intentó explicarle Russel con desesperación—. En verdad estás cometiendo un error…
—Ya veremos —sentenció Mabel con dureza, y no tardó en empujar de forma casi violenta al científico hacia el interior del ascensor, que trastabilló y casi cayó al suelo de éste. Y tras obligarlo a volver a usar su tarjeta, ahora en el panel dentro del ascensor, e introducir el código de seguridad, hizo que comenzaran a bajar rápidamente hacia el nivel -20.
— — — —
Cuando Grish logró abrir de nuevo los ojos, lo único que vio fue rojo, y el brillo incandescente de las llamas que la rodeaban. Su calor además le golpeaba la cara, y sentía el aire quemándole la garganta en cuanto intentó aspirar aunque fuera un poco a sus pulmones. Estaba tirada en el suelo, mareada y confundida. Intentó gritar para llamar a alguno de sus compañeros, pero de su garganta no lograron salir más que unos cuantos gemidos, seguidos de unos borbotones de sangre que se le acumularon en la boca y escurrieron en su barbilla.
Giró su cuello como pudo a su alrededor, pero sólo vio escombros y más fuego, hasta que logó distinguir la cara desfigurada de uno de sus hombres a unos metros de ella, con la quijada desencajada tras un fuerte golpe, sus ojos desorbitados mirando a la nada, y la mitad de su cuerpo sepultado tras grandes trozos de concreto y hierro. Más atrás, entre el humo y las ondas de calor, le pareció distinguir las piernas de alguien más… pero nada más.
En ese momento, de alguna manera lo supo: todos estaban muertos, excepto ella… Y, en realidad, no era que su caso fuera mucho mejor, pues lo peor vino en el momento en el que hizo el vano intento de levantarse. En cuanto intentó mover el torso, un agudo y paralizante dolor la detuvo, y la hizo desplomarse de nuevo al suelo, al tiempo que soltaba al aire un ensordecedor grito.
Miró de reojo hacia su lado derecho, el punto en donde aquel dolor se había originado, y distinguió con horror la causa: un enorme pedazo transparente, de seguro perteneciente a alguna de las paredes de la prisión en forma de cubo, insertado tan hondo en su hombro derecho que casi le había rebanado el brazo entero, y ahora sólo se mantenía unido a ella por la gracia de unos cuantos ligamentos y músculos, como las hebras descocidas de un manga. No sangraba, pues aquel pedazo de seguro había estado tan caliente cuando la atravesó que le había cauterizado la herida el instante. Pero eso, por supuesto, no hacía nada para mitigar su espanto.
Volvió a intentar gritar en busca de ayuda, pero de nuevo su voz no le funcionó. Intentó arrastrarse hacia un costado con ayuda de su brazo bueno, pero cada movimiento, cada respiración, se volvió un suplicio.
De pronto, entre las llamaradas y el humo, logró distinguir la silueta de alguien que se aproximaba en su dirección. No veía con claridad de quién se trataba, pero no le importaba; quien quiera que fuera, le gritó desesperada por ayuda, o al menos en su mente creía estarle gritando. Pero su voz, tanto interna como externa, se calló de golpe en cuanto aquella persona se abrió camino entre las llamas y apareció de cuerpo entero ante ella.
Era ella, la mujer del cubo: Charlene McGee, casi totalmente desnuda, con apenas unos retazos carbonizados que en algún momento pertenecieron a su traje de prisionera, pero que no le cubrían prácticamente nada. Pero en su piel desnuda y expuesta, no había ni una sola marca de quemadura, ninguna herida, ningún golpe; estaba perfecta, con sus cabellos rubios agitándose como si se movieran al ritmo de las ondas de calor, y sus ojos brillando intensamente por el reflejo de las llamas en ellos, pero casi pareciendo como si en verdad dichas llamas provinieran de sí misma.
¿Cómo había sobrevivido a tal explosión sin un rasguño? ¿Cómo podía haber causado todo eso con su sola mente? No podía ser humana… Tenía que ser un monstruo…
Una oleada de terror, pero también de ira, inundó el cuerpo de Grish en ese momento, mientras observaba a aquella mujer ante a ella.
—Mal... dita… —masculló, su voz surgiendo de ella rasposa y dolorosa. Aproximó a tientas su mano izquierda en busca del arma en su costado, y en cuanto la sintió entre sus dedos, se sobrepuso a todo el dolor y la debilidad y la alzó hacia ella.
Charlie, al ver la pistola, se lanzó rápidamente hacia ella como una fiera.
Grish Altur, una de las mejores tiradoras del DIC, que daba en el blanco cada dos de tres veces, talento que le había hecho ganar muchas condecoraciones y elogios durante todos sus años de servicio… Pero en ese, que fue quizás el disparo más importante de toda su vida, las circunstancias extremas obviamente la llevaron a fallar… La bala pasó a un costado de la cabeza de Charlie y siguió de largo, logrando a lo mucho arrancarle uno de sus mechones rubios.
Un instante después de haber dado ese último disparo, Grish sintió como el arma se calentaba de golpe, quemándole entera su palma y obligándola a soltarla. Al segundo siguiente, Charlie se lanzó sobre ella, y la tomó con fuerza de la cabeza, azotándola contra el suelo; un charco de sangre se formó justo debajo de ella, pero Grish aún siguió lo suficientemente consciente para forcejear e intentar quitarse a su atacante de encima. Charlie tomó su cabeza firme entre sus manos, se enfocó entera en ella, y al segundo siguiente Grish sintió como toda su cara comenzaba a calentarse, subiendo de temperatura exponencialmente cada segundo.
Ahora sí fue capaz de gritar muy, muy fuerte, pero los gritos, y el dolor que los ocasionaban, no duraron mucho. La cabeza de la agente prácticamente explotó, presa de la enorme presión que se acumuló dentro de ella debido al calor, y entonces su cuerpo se quedó totalmente flácido e inmóvil debajo de Charlie. Ésta se quedó aún unos momentos quieta, sujetándola firmemente como si temiera que se fuera a mover en cualquier momento. Cuando fue evidente que eso no pasaría, dejó escapar un largo resoplido exhausto, y se dejó caer de costado a un lado del cuerpo.
Sentía que la cabeza le dolía horriblemente, y todo el resto de su cuerpo no se quedó atrás. Tenía claro que si acaso se atrevía a cerrar los ojos, aunque fuera un instante, muy seguramente se quedaría dormida; y eso era un lujo que no podía darse en esos momentos.
—Estoy demasiado vieja para esto… —murmuró despacio para sí misma con voz débil.
Se forzó a alzarse de nuevo, y le echó un vistazo más cuidadoso a la mujer a la que acababa de calcinarle el cerebro. O, más específico, miró con más cuidado sus ropas. Era un uniforme del DIC, en específico de sus agentes de campo; Charlie los conocía bien, pues habían sido sus principales perseguidores en los últimos años. Y si echaba un vistazo rápido al resto de los cadáveres en esa sala en ruinas, terminaría viendo que al menos un par más de ellos usaban los uniformes azules de los soldados de la base.
«¿Qué demonios está pasando?» se cuestionó totalmente perdida.
Su primera conclusión hubiera sido que Lucas los había enviado para matarla al fin, pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquello no tenía sentido. Ya la tenía cautiva y en su poder; no tenía que hacer todo eso para deshacerse de ella. Además, estaban las cosas que esa mujer había dicho, y que hacían parecer que lo que hacía, no lo hacía por órdenes de alguien del DIC. Pero, entonces, ¿de quién…?
«¿Thorn?» pensó un tanto sorprendida, como un pensamiento que la golpeaba repentinamente, sin razón aparente. Pero era lo que parecía que tenía más sentido; todo ese desastre de alguna forma tenía que ver con él.
Fuera lo que fuera, no podía permitirse perder más el tiempo en ese lugar.
Rápidamente, y sin mucha delicadeza cabe decir, comenzó a despojar a Grish de cada una de sus prendas.
FIN DEL CAPÍTULO 149
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wingzemonx · 8 days
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Monique Devil - Capítulo 11. Son libres ahora
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Capítulo 11. Son libres ahora
…si no hacía algo pronto para detenerlo.
Monique reaccionó velozmente, abriéndose paso de un salto por encima de los esqueletos, cayendo justo delante de la Srta. Cereza. Sin dar tiempo a ninguna explicación, tacleó rápidamente a su maestra, haciendo que ambas se lanzaran hacia un lado, cayeran al piso y rodaran algunos metros sobre el esponjado disfraz de nutria. Todo eso en el momento justo para evitar los ataques de las armas de los esqueletos, que golpearon y agrietaron el piso en el punto en el que la profesora estaba parada hace un segundo.
—¡¿Ahora qué crees que haces, jovencita?! —exclamó la Srta. Cereza furiosa, estando de espaldas en el suelo. Agitó sus brazos y piernas en un intento de levantarse, pero su disfraz tan voluminoso obviamente no se lo facilitaba.
Monique se olvidó por un segundo de ella, y pasó en su lugar a ponerse de pie, interponiéndose en el camino de los esqueletos, que ya marchaban en su dirección.
—¡Deténganse!, ¡ahora! —les ordenó con voz de mando. Sin embargo, para su sorpresa, los esqueletos no la obedecieron—. ¡Dije que se detuvieran! —repitió, pero obtuvo el mismo resultado.
Los esqueletos siguieron avanzando. Sus ojos rojizos se encontraban totalmente fijos en la Srta. Cereza, y no parecían percatarse siquiera de que Monique estaba ahí, justo delante de ellos.
—Han perdido el control —concluyó con espanto. Debía ser algo parecido al estado de frenesí en el que su padre le había dicho que varias criaturas del Submundo entraban en el fervor del combate, en especial cuando peleaban en grandes grupos.
No tuvo mucho tiempo para pensar más al respecto, pues de nuevo se lanzaron al ataque. Monique reaccionó, lanzándose ella a su vez de nuevo hacia la Srta. Cereza para alzarla en sus brazos con todo y su disfraz de nutria.
—¡Bájame en este instante! —le exigió la profesora, pataleando.
—¡No creo que quiera eso, señorita! —le gritó Monique, al tiempo que corría con la profesora en brazos hacia la salida. Y al mirar sobre el hombro de la muchacha, la Srta. Cereza por sí misma vio al ejército de esqueletos que corría en estampida detrás de ellas, y no tuvo más remedio que estar de acuerdo.
Monique salió despavorida del salón de juegos con la Srta. Cereza, y se abrió paso rápidamente entre la multitud, mientras los aguerridos esqueletos las seguían muy de cerca.
—¡Monique! —exclamó Karly con apuro, corriendo también hacia afuera, pero sólo logrando ver cómo se alejaban por el pasillo—. ¿Y ahora qué hacemos? —exclamó preocupada, girándose hacia Billy.
—¿Y yo qué voy a saber? —respondió el chico, encogiéndose de hombros—. No es como que haya algo que tú o yo podamos hacer contra tres mil esqueletos enloquecidos, ¿o sí?
—Pues tenemos que hacer algo, aunque sea —sacó en ese momento su teléfono, sosteniéndolo delante de ella— grabar toda esa persecución y pelea por el centro comercial para luego subirla a internet y hacerla viral.
—¿Y eso de qué va a ayudar exactamente? —musitó Billy, perspicaz.
—¡Eso lo que una amiga hace! —le respondió Karly en alto, mientras se alejaba corriendo en dirección a donde había ido la estampida, con teléfono en mano.
Billy puso un instante los ojos en blanco, y no le quedó más que de nuevo ir detrás de sus dos amigas.
— — — —
Monique siguió huyendo por entre los pasillos del centro comercial, con su profesora en traje de nutria en brazos, y una turba de esqueletos enardecidos pisándoles los talones. Por suerte su frenesí los tenía totalmente concentrados en su objetivo, por lo que pasaban de alto sin atacar a las demás personas o tiendas; aunque claro, eso no impedía que si algo, o alguien, se ponía en camino de su estampida, terminarán empujándolo hacia un lado con bastante poca delicadeza. Pero al menos la mayoría de las personas tenían el sentido común suficiente para huir despavoridos de ellos.
Sabía que no podría huir por siempre, pero tampoco se le ocurría de momento qué más hacer. Sin darse cuenta había comenzado a dar vueltas por todo aquel recinto, quizás a la espera de que sus perseguidores se cansaran, pero era más probable que ella lo hiciera primero.
En un momento durante su huida en la segunda planta, su pie pisó y resbaló sobre algo, que segundos después reconocería como el helado de fresa que alguien había dejado caer al suelo. Monique y la Srta. Cereza se precipitaron al suelo, y ésta última se soltó de los brazos de la jovencita, volando por el aire hacia adelante y luego cayendo al suelo, por suerte siendo amortiguada por su disfraz. Sin embargo, luego siguió rodando con el impulso hasta quedar contra una de las mesas del área de comida en esa planta.
Monique se forzó a pararse, pero al instante escuchó los estridentes pasos y gritos de batalla de los esqueletos a unos centímetros de ella; los más cercanos las alcanzarían en cuestión de milisegundos. Rápidamente se lanzó al frente en dirección a la Srta. Cereza, pero en lugar de tomarla a ella, tomó por las patas una de las sillas de la mesa, y se giró con gran velocidad hacia los esqueletos que saltaron en dirección a su presa, golpeándolos con increíble fuerza con la silla. Ésta se desmoronó en pedazos por el impacto, pero aguantó lo suficiente como para mandar a volar a los tres esqueletos más cercanos hacia un lado, y hacer que uno de ellos perdiera la cabeza, y los brazos de los otros dos se desmoronaron. Los pedazos de huesos verdes cayeron al suelo, rebotando y tintineando contra éste.
—Bien —exclamó Monique, esbozando una pequeña sonrisa confiada. Al parecer no eran muy resistentes; eran huesos viejos de hace siglos, después de todo. Si quizás los atacaba uno a uno, podría…
Antes de que su estrategia tomara forma por completo en su cabeza, Monique vio con espanto como los huesos en el suelo comenzaron a temblar con vida propia, se movieron solos, y en cuestión de segundos se volvían a juntar formar los cuerpos de los esqueletos justo y como estaban un segundo antes de ser golpeados.
—Oh, no —murmuró Monique, entre sorprendida y preocupada.
No dejó que aquella emoción la inmovilizara, y rápidamente se quitó la mochila de los hombros, sacó de ésta la espada mágica encogida que su madre le había dado, y con un movimiento hacia un lado la hizo crecer a su tamaño real. Fue en el momento justo cuando no sólo los esqueletos a los que había golpeado, sino varios más, se lanzaban de nuevo en su dirección.
Miró de reojo un instante a la Srta. Cereza, que se había escondido debajo de la mesa lo mejor que su abultado disfraz le permitía, temblando de miedo. Pedirle que huyera parecía inútil en ese momento, así que dependería de ella impedir que se le acercaran.
Sin titubeo alguno, Monique comenzó a atacar a cuánto esqueleto se acercaba, con movimientos certeros y rápidos del filo de su espada, logrando con suma facilidad decapitarlos o cortarles sus piernas, brazos y torsos, para luego usar algo de magia de viento para alejarlos de ella. Sin embargo, tan fácil como los cortaba, así mismo los huesos volvían a juntarse, y los esqueletos a reconstruirse y volver al ataque.
«En verdad no se pueden matar, justo como dijo mi padre» concluyó Monique, horrorizada. ¿Cómo se puede derrotar a un ejército entero al que no puedes destruir? Por algo su padre los había descrito como la fuerza más poderosa al servicio del Señor del Mal. Definitivamente seres así en las manos equivocadas serían un peligro.
Pero no podían ser completamente inmortales. Debía de existir una forma de detenerlos.
Tras estar totalmente segura de que no podría hacerles nada, y al ver que aún había bastantes personas cerca que no veían una ruta de escape adecuada a toda esa locura, Monique decidió moverse de ese lugar antes de que las coas empeoraran. Alzó rápidamente ante ella un amplio escudo de energía, que hizo que todos los esqueletos chocaran contra aquel duro muro, muchos incluso desmoronándose por la fuerza con la que lo embistieron. Luego, se giró hacia la Srta. Cereza, la tomó de uno de sus brazos de nutria, y la sacó de debajo de la mesa de un tirón. Sin decir nada, comenzó a correr hacia el barandal, jalando a su maestra detrás de ella.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó espantada la Srta. Cereza, mientras observaba hacia donde corría Monique, y sin posibilidad alguna de evitar que la llevara consigo.
No había tiempo para dar explicaciones, por lo que Monique se limitó a sólo seguir corriendo hasta estar en la posición adecuada para dar un largo saltó por encima del barandal y precipitarse en picada hacia la planta baja.
—¡¡Aaaaaaaah!! —gritó en alto de la Srta. Cereza, pataleando y agitando sus brazos en el aire como si quisiera volar.
Antes de que ambas se estrellaran contra el piso, Monique jaló su espada con velocidad hacia abajo, haciendo que de ésta surgiera una fuerte ráfaga de viento que chocó contra el suelo, y luego vino de regreso para golpearlas a ellas y en el proceso mitigar su caída. Igualmente Monique terminó golpeándose con algo de fuerza en un costado, y la Srta. Cereza posteriormente cayó a su lado, aunque de nuevo, mejor amortiguada que ella.
Sobreponiéndose al dolor y el mareo de ese último movimiento, Monique se paró, tomó a la profesora y corrió con todas sus fuerzas hacia la entrada principal del centro comercial. No tardaron mucho en salir hacia el exterior de la plaza, justo al estacionamiento frontal, ocupado en esos momentos por sólo unos cuantos vehículos.
Quizás podría perderlos entre las calles y tras un rato se les pasaría el frenesí. Sin embargo, antes de poder avanzar demasiado por el estacionamiento, Monique tuvo que detenerse. El cansancio por toda esa loca carrera comenzaba a pasarle factura, y tuvo que tomarse un momento. Cayó de rodillas al suelo, y sin querer dejó caer a la Srta. Cereza a un lado.
—¡Ten más cuidado! —le recriminó la profesora con enojo, rodando sobre sí misma para intentar pararse—. ¡¿Y qué haces quedándote ahí parada?! ¡Rápido!, ¡muévete!
—Lo siente, señorita —masculló Monique entre pequeños jadeos de agotamiento—. Sólo necesito un segundo para recobrar…
Sus palabras se cortaron de golpe al escuchar justo a sus espaldas al estridente sonido de cristal y metal rompiéndose. Al girarse, ambas vieron con espanto como las puertas principales de la plaza habían desparecido, y en realidad se podría decir que ahora había un gran hueco en gran parte de la fachada de cristal, por el cual cientos y miles de esqueletos verdosos salían enardecidos hacia el estacionamiento, y corrían hacia ellas con sus armas en mano.
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La Srta. Cereza soltó un grito de horror, e instintivamente se colocó detrás de Monique, buscando refugio detrás de su pequeño cuerpo. La jovencita respiró hondo, forzó a sus piernas a pararse, y tomó su espada firmemente con ambas manos.
—Manténgase detrás de mí —murmuró Monique con la mayor firmeza que pudo, y la Srta. Cereza no requirió que se lo dijera dos veces antes de hacerse hacia atrás rápidamente.
Monique volvió a respirar, del mismo modo que su madre le había enseñado para relajar su cuerpo, y también su alma. Apretó aún más sus dedos contra la empuñadura de su arma, y se lanzó hacia el enfrente en contra de los esqueletos.
Una vez más, la joven Devil hizo alarde de sus grandes habilidades, fruto de su arduo entrenamiento con sus padres, blandiendo su arma y su magia en contra de la horda de esqueletos, cortando, machucando, empujando, golpeando también con sus puños y pies… Huesos y esqueletos enteros volaban por los aires, algunos incluso lamentablemente estrellándose contra los vehículos estacionados cerca.
Billy y Karly habían logrado salir de la plaza justo detrás de los esqueletos, y desde una posición más o menos segura detrás de una camioneta, esta última grababa toda aquella escena con su móvil.
—Es increíble, mira cómo se mueve —susurró Karly maravillada, mientras veía en la pantalla como Monique repelía a todos esos monstruos uno tras otro—. Es en verdad extraordinaria…
—Sí, pero ni siquiera ella podrá con tantos enemigos a la vez —murmuró Billy con aprensión—. Está a punto de llegar a su límite…
La alarmante predicción de Billy se hizo realidad en ese instante, pues tras tantos minutos seguidos de correr y luchar, el cuerpo de Monique comenzó a responderle más lento, sus fuerzas a menguar, e inevitablemente los esqueletos comenzaron a abrirse paso sobre ella, empujándola de un lado a otro como una pelota sin que siquiera se percataran de ello. El cuerpo de la jovencita terminó siendo lanzado hacia un lado, y se estrelló de espaldas contra el parabrisas de un vehículo, quedándose justo ahí sin moverse y con sus ojos cerrados.
—¡Monique! —exclamó Karly, sobresaltada, y Billy a su lado no se encontraba en mejor estado.
Ambos miraron a su amiga fuera de combate, y a los esqueletos que ahora sí se aproximaban sin obstáculo  a la Srta. Cereza. Ésta miró con el rostro pálido a sus atacantes, y de inmediato intentó huir, dando tumbos en su abultado disfraz sin poder avanzar demasiado.
Billy apretó fuerte sus puños y dientes, frustrado al saber qué él no podía… o no debía hacer nada. Aunque, quizás sí podría…
Rápidamente el muchacho salió de su escondite, y corrió con todas sus fuerzas en dirección a donde estaba Monique.
—¡Billy!, ¡¿a dónde crees que vas, idiota?! —le gritó Karly con espanto a sus espaldas, pero Billy no le hizo caso. Siguió avanzando, hasta estar lo suficientemente cerca para poder gritar con todas sus fuerzas:
—¡¡Ejército del Cráneo Esmeralda!! ¡La Señora del Mal ha sido herida! ¡Protéjanla!
Al tiempo que extendía sus brazos, señalando hacia donde Monique yacía inconsciente.
No sabía si eso funcionaría, pero era la única carta que tenían a su favor. Si en verdad esos esqueletos eran tan leales como pregonaban, debían poner su sed de sangre en segundo lugar después de la seguridad de su ama… ¿o no?
Por suerte para ellos, y en especial para la Srta. Cereza, Billy tuvo razón. Cuando ya estaban a punto de alcanzar a la profesora, hecha un ovillo tembloroso en el suelo, todos los esqueletos se detuvieron de golpe, como si le hubieran puesto pausa abruptamente a una película. Todo se sumió en un abrumador silencio, bastante contrastante con el alboroto de hace un rato, y se quedó así por varios segundos.
Uno a uno, el fulgor rojizo en las cuencas de sus cráneos se fue extinguiendo como la flama de una vela, dejando paso al mismo fulgor verdoso que habían tenido desde el momento de su despertar. Y cuando el último de ellos pareció recobrar el sentido, todos se giraron en perfecta sincronía en dirección a Monique, y el pánico los inundó a todos como una ola.
—¡Nuestra Señora! —exclamaron todos, y de inmediato cambiaron de objetivo y se dirigieron al vehículo sobre el que Monique reposaba.
Billy apenas pudo moverse a un lado para evitar ser atropellado por la estampida de esqueletos. Estos rápidamente tomaron a Monique en sus manos huesudas, y con mucho cuidado la bajaron del vehículo y la colocaron en el suelo. La rodearon colocándose de rodillas en el suelo, y la contemplaron con preocupación y medio.
—¡Abran paso! —exclamó Karly con ahínco. Una vez que ya todo se había calmado, se animó a dejar su escondite y se abrió paso rápidamente entre los esqueletos para acercarse a donde estaba Monique; estos no opusieron mucha resistencia, y Billy aprovechó para aproximarse también detrás de ella—. ¡Monique! Oye, ¿estás viva? Dime que estás viva —exclamó alarmada, mientras tomaba a la joven de piel gris en los brazos y la alzaba un poco, e incluso la zarandeaba con algo de brusquedad—. ¡Despierta!, ¡qué no es momento para descansar!
Karly alzó su mano derecha en alto, y con quizás bastante más fuerza de la requerida, la dejó caer como una pesada bofetada en la mejilla izquierda de Monique, seguida de otra más en su derecha.
—¡Karly! —exclamó Billy alarmado al ver lo que hacía. Sin embargo, sorprendentemente funcionó.
—¡Auh! —espetó Monique adolorida como primera reacción al despertar, y llevó sus manos rápidamente a sus mejillas que comenzaban a ponerse rojas—. ¿Qué pasó…? —inquirió aún confundida, mirando a su alrededor.
—Menos mal… —suspiró Karly, aliviada—. No sé qué haríamos con todos estos esqueletos si tú…
—¡Esa niña atacó a la Señora del Mal! —escucharon de pronto que uno de los esqueletos declaraba con fervor, apuntando a Karly con uno de sus dedos y destrozando de paso el alivio que le había nacido.
—¡Matenla! —gritó otro más alzando su arma, y al instante los demás lo secundaron.
Karly y Billy miraron con consternación a los esqueletos que parecían más que dispuestos a lanzarse en su contra. Por suerte, Monique ya estaba lo suficiente despierta, por no decir además harta de todo eso.
—¡Es suficiente! —exclamó con fuerza, y sin importarle el dolor de sus golpes o su debilidad, se paró de un salto y clavó su mirada fulminante en el montón de esqueletos vivientes que la rodeaban—. ¡Les ordeno a todos ustedes que se calmen! ¡¡Ahora!! —pronunció con fuerza, extendiendo sus manos con firmeza hacia ellos.
Su voz retumbó como un trueno, y su mirada estaba encendida como el fuego mismo. Aquello incluso asustó un poco a sus dos compañeros de clase, y con más razón pareció tener un efecto profundo en los esqueletos. Estos instintivamente dieron un paso hacia atrás, agacharon sus miradas apenas, y uno a uno fue bajando hasta pegar una rodilla al suelo en posición solemne y sumisa.
Monique no se calmó ni bajó sus brazos hasta que estuvo segura que todos se habían hincado y ninguno movía ni uno sólo de sus huesos.
—Eso está mejor… —suspiró más tranquila, bajando sus brazos, o más bien dejándolos caer con pesadez hacia sus costados. El cansancio otra vez la aplastó, y terminó cayendo de rodillas al pavimento.
—¡Mi señora! —exclamaron los esqueletos al unísono, y varios de ellos hicieron el ademán de querer aproximarse a ayudarla.
—Estoy bien —pronunció con sequedad, indicándoles con una mano que no quería que se le acercaran, y ellos obedecieron. Quienes sí tuvieron vía libre para ayudarla fueron Billy y Karly, de pie justo a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Billy con voz preocupada, mientras la ayudaba con cuidado a ponerse de pie.
—No del todo —pronunció Monique, negando con la cabeza.
Eso había sido extenuante, por decirlo menos. Nunca había tenido que pelear con tantos enemigos al mismo tiempo, ni utilizar tantos hechizos uno tras otro. Sentía que podría recostarse en su cama, y no levantarse de ella en un par de días.
Pero ya habría tiempo para descansar. De momento, en cuanto logró recuperarse lo suficiente, se giró hacia un lado, y su atención se fijó en la Srta. Cereza, aún tirada sobre su espalda en el suelo. Agitaba los abultados brazos y piernas de la botarga intentando levantarse, sin mucho éxito.
—Srta. Cereza —pronunció Monique ansiosa, y rápidamente se le acercó, la tomó de un brazo y la jaló para ayudarla a ponerse de pie, aunque requirió que tanto Billy como Karly le echaran una mano con el otro para así lograrlo—. ¿Se encuentra…?
—¡No me toques! —pronunció la profesora con coraje una vez que logró pararse, agitando su garra de nutria para apartar la mano de Monique—. Dios mío, mira todo esto —pronunció alarmada, extendiendo sus brazos hacia las puertas de cristal rotas del edificio, y los autos abollados o con los cristales rotos—. ¡No eres más que un peligro, Monique Devil! ¡Un verdadero peli…!
Sus palabras murieron en su boca en el momento que se giró de nuevo hacia Monique para encararla, pero lo primero que notó con horror fueron las miradas brillantes de los esqueletos detrás de ella, que la miraban fijamente. Y no era muy difícil darse cuenta de que estaban planteándose volver a lanzarse al ataque por atreverse a alzarle la voz a su nueva ama.
La Srta. Cereza retrocedió asustada, con su rostro tornándose pálido.
—Si fuera usted mejor me callaría y me iría de una buena vez —le indicó Billy con voz rasposa.
La profesora no necesitó que se lo dijeran dos veces. Sin esperar ni un segundo más, se giró y comenzó a correr por el estacionamiento, gritando despavorida. Aunque claro, no era que pudiera correr demasiado rápido debido a los pies de la botarga, e incluso a medio camino terminó cayendo y rebotando un poco contra el suelo. Batalló para volverse a levantar, pero luego siguió corriendo de la misma forma, un tanto cómica de hecho.
—De nada —exclamó Karly al aire con sarcasmo.
Monique se limitó a soltar un pesado y largo suspiro, al tiempo que se presionaba el puente de la nariz con sus dedos como señal de cansancio y frustración. Quizás ya era hora de que se olvidara por completo de cambiar algún día la opinión que la Srta. Cereza tenía de ella.
—Mi señora, ¿desea que sigamos a la bruja que le gritó? —le preguntó uno de los esqueletos, aproximándose por un costado.
—¡No! —pronunció Monique con voz iracunda, girándose de lleno hacia ellos. Todos los esqueletos dieron un paso hacia atrás, alarmados—. ¡No quiero que sigan a la bru…! ¡Ella no es ninguna bruja!
Monique guardó silencio, les dio la espalda y se alejó unos pasos. Respiró hondo, intentando de alguna forma recobrar aunque fuera un poco de su serenidad antes de seguir hablando.
—Basta, esto debe acabar de una vez —dijo con voz severa, como un contundente regaño.
—¿Hicimos algo para molestarla, mi Señora? —preguntó otro de los esqueletos, consternado.
—¡Muchas cosas! —soltó la joven de cabellos azules girándose hacia ellos, y todos se hicieron instintivamente hacia atrás, asustados. Sin embargo, al segundo siguiente Monique aspiró hondo por su nariz, y su semblante se tornó bastante más calmado—. Pero no es su culpa…
—¿No? —exclamaron Billy y Karly al tiempo, sorprendidos por aquella afirmación.
Monique negó con la cabeza, dejando más claro que hablaba en serio.
—Todo esto es culpa de quienes les dijeron que lo único que tenían que hacer en la vida, o la no-vida, era servir y proteger al Señor del Mal, y nada más. Y yo sé lo que es que desde que tienes memoria, alguien intente convencerte de que tu único destino es hacer una sola cosa.
La jovencita desvió su mirada hacia un lado, notándosele algo de apatía en ésta. Esto resultó bastante notoria para Billy y Karly, que se miraron entre ellos con expresiones interrogantes. ¿Estaría acaso hablando de sus padres?
—Pero no tiene por qué ser así —prosiguió Monique, mirando de nuevo a los esqueletos con bastante más convicción—. No tienen por qué dejar que sus vidas las determinen lo que los demás les digan. Ustedes están despiertos, y son libres ahora. Libres para recorrer el mundo, ver lugares nuevos, conocer gente, explorar y ser felices. Libres de incluso para tener más nombres además de Bob, o Jimmy…
—Yo era Jaime, mi Señora —comentó un esqueleto, alzando una mano tímidamente para hacerse notar.
—Ah, sí. Lo siento —se disculpó Monique, apenada—. El caso es que todo eso es posible para ustedes. Pero para lograrlo, tienen que apartarse de mí.
Aquella afirmación claramente hizo que todos los esqueletos se sobresaltaran, alarmados.
—¿Quiere que… nos apartemos de usted, mi señora? —cuestionó uno de los esqueletos, dubitativo.
—No es que lo quiera… o no lo quiera. Pero será lo mejor. Mientras estén conmigo, siempre esperarán que yo les diga qué hacer, y deben comenzar a decidir por su propia cuenta, y decidir sus propios caminos. Así que, ¿qué me dicen? —soltó Monique con tono animado, incluso alzando un puño al aire con energía—. ¿Están listos para abrir sus alas y volar hacia un nuevo futuro que sólo ustedes elegirán?
Monique esperaba escuchar alguna reacción de aprobación de parte de los esqueletos; algún grito de emoción, al menos un estruendoso “¡Sí!”. En su lugar, sin embargo, todo lo que recibió de regreso fue un abrumador silencio, y las miradas desconcertadas y confundidas de cada uno de ellos.
Justo cuando Monique estaba por bajar su brazo y rendirse con eso, Karly se aproximó a su lado, acercó su rostro a su oído, y le susurró en voz muy baja:
—Es una orden.
Monique parpadeó confundida un par de veces, pero tras un rato comprendió lo que le intentaba decir.
—Ah… es una orden… —repitió en alto, aunque con bastante menos convicción que sus palabras anteriores. Esto, sin embargo, sí que causó una reacción en los esqueletos que de inmediato alzaron sus armas en el aire, y soltaron todos juntos un estridente grito.
—¡Lo que usted ordene, Monique, nuestra Gran Señora del Mal!
Monique sonrió satisfecha, mientras observaba como todos gritaban y agitaban sus brazos, como si estuvieran a mitad de una celebración de victoria. No era a lo que se refería exactamente, pero por algo tenían que comenzar.
— — — —
Cumpliendo la “orden” de su ama, el Ejército del Cráneo Esmeralda se desperdigó, cada esqueleto en alguna dirección desconocida. ¿A dónde irían exactamente? Monique no quería preocuparse en lo absoluto de aquello en ese momento; lo importante era que se irían, y buscarían su verdadero propósito. Quizás incluso llegarían a ser felices, en algún sitio.
Para Monique, sin embargo, la felicidad tardaría un poco más en materializarse tras esa tarde. Por supuesto, en cuanto llegó a su casa tuvo que contarles a sus padres todo lo ocurrido, y ninguno estaba en lo absoluto contento; su madre por el hecho de que literalmente había dejado escapar a tres mil peligrosos esqueletos vivientes, y su padre por haberse deshecho del ejército más poderoso al servicio del Señor del Mal.
Y la cosa no hizo más que empeorar cuando les contó también sobre la ropa destrozada, y los desastres provocados en Squash’s Game y en el resto del centro comercial, incluidos los vehículos dañados en el estacionamiento…
No fue una noche agradable para la pobre Monique; y si a la Srta. Cereza le parecía bastante poco la tarde de castigo que le había impuesto el Dir. Rough, estaría de seguro más que contenta de enterarse de lo creativos que se habían puesto sus padres con su castigo.
A la mañana siguiente, el abatimiento era más que notable en la expresión de Monique, mientras esperaba el autobús escolar de pie en la acera afuera de su casa. Sí habría que ilustrarlo de alguna forma, se vería como si Monique tuviera en ese momento una densa nube gris sobre su cabeza, y en su rostro entero estuviera escrita en grande la frase: “¿Por qué me pasan estas cosas a mí?”
—¿Tan mal estuvo? —escuchó de pronto que alguien pronunciaba cerca de ella. Al girarse a mirar, contempló sorprendida a Karly y Billy que se aproximaban a ella por la acera; este último de hecho cargando las mochilas de ambos.
—Hola —los saludó Monique, pasando sus manos por sus cabellos para intentar acomodar cualquiera que hubiera quedado fuera de su lugar, pues esa mañana había optado por salir lo más pronto posible, incluso saltándose el desayuno—. ¿Qué hacen aquí?
—Veníamos a ver cómo estabas, obvio —comentó Karly con la sonrisa más reconfortante que pudo—. ¿Se enojaron mucho? —preguntó señalando con su pulgar hacia la casa.
—Algo —suspiró Monique—. Les molestó más que los dejara ir, pero quiero creer que con el tiempo entenderán que fue lo mejor. De los destrozos, por suerte el seguro anti-desastres de la empresa de mi papá absorberá la mayor parte, y la otra la tendremos que pagar a plazos de aquí a… treinta años.
—No suena tan mal —comentó Karly con optimismo, pero sus dos compañeros no parecieron compartir el sentimiento.
A lo lejos en la calle, el autobús amarillo se volvió visible, por lo que los tres se pararon a lado a lado en la acera, en preparación para su arribo.
—Bueno, lo importante es que todo se resolvió de buena manera —señaló Monique, intentando adoptar una postura más animada—. Y no tuve que eliminarlos, ni tampoco tenerlos como mis sirvientes.
—Creo que hubiera sido bueno quedarte con algunos —comentó Karly, refunfuñando—. Nunca sabes cuando pueda serte útil un monstruo dispuesto a cumplir todos tus caprichos…
Un pequeño codazo en el brazo de Karly por parte de Billy, la obligó a callar. Ésta lo miró con reproche, sobándose con una mano el área que le había golpeado.
—Entonces, ¿se fueron los tres mil? —preguntó Billy, curioso.
—Así es —asintió Monique.
—¿Y qué será de ellos a partir de ahora? —añadió Karly, del mismo modo que su compañero.
El autobús llegó hasta dónde estaban, y se estacionó justo delante de ellos.
—Lo que ellos quieran —indicó Monique con mayor convicción—. Podrán elegir su camino como cualquier otro ser vivo. Y con suerte, no volveremos a ver…
Las puertas del autobús se abrieron en ese momento, y ante las miradas de los tres chicos, apareció… un esqueleto de huesos verdes, vestido con una camisa y pantalón azul, y una boina de chofer al juego, sentado cómodamente frente al volante del vehículo escolar.
—Buenos días, Monique Devil, nuestra Gran Señora del Mal, soberana del Mundo y el Submundo —saludó el esqueleto con tono cordial, tomando incluso su boina para alzarla de forma respetuosa.
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Los ojos de Monique se abrieron grandes como platos, mirando incrédula a ese “peculiar” chofer. La reacción de Karly y Billy, por su parte, no era demasiado alejada de la suya. Se le había cruzado por la cabeza la posibilidad de que fuera algún otro “esqueleto verde viviente” diferente a los que ella conocía, pero ese saludo lo había descartado por completo.
—Buenos días… —masculló nerviosa, alzando una mano—. ¿Qué haces conduciendo el autobús escolar?
—Es mi nueva labor, elegida por mí mismo —se explicó el esqueleto con marcado orgullo en su voz—. Justo como me lo ordenaste, mi Señora.
—Grandioso —susurró Monique, dubitativa. Pasó entonces a subirse con cuidado al autobús, seguida de cerca por sus dos amigos—. Bueno, sigue así…
—Como órdenes, mi Señora.
Una vez que estuvieron arriba, el esqueleto cerró de nuevo las puertas del vehículo y se puso en marcha. Monique, Karly y Billy avanzaron en silencio hacia la parte trasera, mientras la primera se cuestionaba cómo podría haber ocurrido eso.
—Bueno, eso fue un poco raro —señaló pensativa, al tiempo que tomaba asiento a un lado de la ventana—. Pero supongo que no hará daño tener a uno de estos esqueletos por aquí, ¿cierto?
Al voltearse hacia sus amigos en busca de su confirmación, notó que ambos miraban atentos hacia el exterior del autobús con expresiones azoradas.
—Ah, Monique —murmuró Karly en voz baja, señalando con un dedo hacia la ventanilla.
Monique se giró hacia donde ellos le indicaron, y no tardó en darse cuenta de qué los había hecho reaccionar de esa forma.
—Ay, no… —susurró en voz baja, siendo las únicas palabras que su mente fue capaz de formular en ese momento.
A través de la ventanilla, conforme el autobús avanzaba, se podían ver diferentes escenarios: un panadero abriendo una tienda; un florista regando las plantas afuera de su establecimiento; un taxista conduciendo su vehículo a un costado del autobús; un policía caminando animadamente por la acera; un repartidor de periódicos en su bicicleta; un limpiador de ventanas encaramado en una tarima frente a un edificio; y muchas otras personas más, encargándose de sus labores de esa mañana…
Con el único detalle de que todos ellos, eran esqueletos de huesos verdes, que incluso alzaban sus manos y saludaban a la joven en cuanto pasaba a su lado.
Técnicamente, nunca les ordenó que buscaran su propósito en la vida en otra ciudad…
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wingzemonx · 15 days
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Monique Devil - Capítulo 10. ¡Ataquen!
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Capítulo 10. ¡Ataquen!
Monique no esperaba que su primera visita al centro comercial de Gray Peaks fuera para pasear a tres mil esqueletos vivientes, e intentar encontrarles un nuevo propósito a sus vidas, que no fuera servirle fielmente para toda la eternidad. Pero ahí estaba, y bien o mal tenía que salir adelante de esa situación.
Por supuesto, resultó imposible no llamar la atención de las demás personas mientras entraban por las puertas de la fachada principal, subían por las escaleras automáticas, y avanzaban por los coloridos y concurridos pasillo frente a los escaparates de las tiendas. Monique al menos agradeció que la mayoría de la gente se fijara más en los esqueletos, y no tanto en ella.
—Lo primero será ver un poco de ropa nueva —propuso Karly, al tiempo que caminaba al frente de todos como una guía. Se veía bastante confiada moviéndose en ese entorno—. Sus atuendos son tan viejos como… no sé, ¿cómo mi abuela?
—Sólo le erraste por uno par de siglos —señaló Billy, con desgano.
—Karly, no tengo dinero para comprarle ropa a tres mil esqueletos —susurró Monique, preocupada.
—¿Quién dijo algo sobre comprar? Probarte la ropa es gratis.
Monique pensó en alguna forma de rebatir eso, pero técnicamente estaba en lo cierto.
Se dirigieron entonces a la que aparentemente era una de las tiendas predilectas de Karly, una grande de paredes colores pasteles, y ropa en los estantes que se veía minimalista y, por supuesto, muy costosa. Como obviamente los esqueletos no iban a caber todos al mismo tiempo en el interior, eligieron a cinco de ellos al azar para que los acompañaran, y Karly pudiera escogerles algunos conjuntos a cada uno. El resto aguardó paciente en el exterior de la tienda, cosa que de seguro no agradó mucho a los empleados, pues nadie lo pensaba demasiado antes de pasarla de largo al ver a todas esas criaturas raras paradas ahí afuera.
—No, definitivamente no es tu color —masculló Karly, mientras sujetaba un vestido color azul  frente a uno de los cinco esqueletos—. Pero, ¿qué combina con piel inexistente y huesos color jade?
Soltó un pequeño quejido reflexivo, y se viró de regreso a los estantes en busca de alguna otra prenda.
—¿Cuánto pesas?
—Unos diez kilos, quizás —respondió el esqueleto, aunque un tanto dudoso.
—Cielos —masculló Karly, sorprendida—. Ventajas de no tener musculo… grasa… carne… Bueno, ser literalmente sólo hueso.
Tras varios intentos de prueba y error, Karly eligió un atuendo para cada uno, bastante diferentes y únicos entre sí, y se fue con ellos hacia los probadores. Monique y Billy aguardaron afuera, ante la mirada aguda de los empleados, cuya paciencia con su presencia ahí estaba peligrosamente llegando a su límite.
Una vez que los cinco se vistieron, Karly los guio de regreso a la tienda, y en especial hacia Monique para que ésta pudiera contemplar sus selecciones.
Uno de ellos usaba un vestido largo de fiesta color rojo, con un blazer negro.
Otro usaba una blusa verde olivo con pantalones anchos azules.
El tercero un traje de pantalón y saco morados con camisa blanca, e incluso un sombrero al juego con el traje.
El atuendo del cuarto esqueleto se componía de un suéter rojo oscuro y pantalones beige.
Por último, para el quinto habían elegido un vestido fucsia corto, y un abrigo color rosa palo sobre los hombros.
Los cinco se pararon en hilera uno al lado del otro frente a su nueva ama, firmes como si estuvieran en una formación de soldados.
—¿Cómo exactamente supiste cuáles de estos esqueletos son hombres y cuáles mujeres? —cuestionó Billy, mientras le echaba un vistazo desde su posición a los cinco atuendos, que al menos tres de ellos eran claramente del apartado de mujer.
—Qué mente tan limitada la tuya, Billy —le reprendió Karly, pasando una mano con jactancia por sus largos cabellos rubios—. La ropa no tiene género. Mientras te sientas bello con ella, lo demás no importa.
—¿Y por qué nunca te he visto usar ropa de hombre, entonces? —inquirió Billy, cruzándose de brazos con actitud defensiva.
—¿Quieren dejar eso para después? —exclamó Monique con tono de regaño—. Lo importante son ellos —indicó con firmeza, girándose hacia los esqueletos y dando un par de pasos más hacia ellos para mirarlos mejor.
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—¿Esta apariencia le complace, mi señora? —preguntó con entusiasmo uno de ellos, el del vestido rojo.
—No, no estás entendiendo el punto, Bob —mencionó Monique con reprobación.
—Creí que yo era Bob —susurró otro de los esqueletos, el del traje morado.
—Lo siento, Bob —murmuró Monique, apenada—. Aún no los distingo. Pero como te decía… —Pensó rápidamente por un minuto en algún nombre adecuado—. Jaime… El punto no es que me complazca a mí, sino que te complazca a ti.
—Pero… a mí me complace lo que a usted le complace, Gran Monique —le respondió el esqueleto Jaime con convicción, y los demás lo secundaron.
Monique suspiró con frustración.
—Quizás la ropa no es lo que necesitamos.
—¿Estás segura? —inquirió Karly, no muy convencida—. Pero míralos; ¿no se ven lindo? Si les pusiéramos además algunos accesorios, zapatos, joyería… Serían incluso adorables, ¿no crees?
—No son tus muñecas personales, Karly —le reprendió Billy.
—¿Y por qué no? A ellos no les molesta.
—Suficiente, quítense eso y vayamos a otro lado —indicó Monique, y los esqueletos no tardaron en obedecerla, quitándose las ropas… arrancándosela de sus cuerpos en girones—. ¡Pero no así…! —gritó horrorizada, y lo estuvo aún más al girarse a un lado y ver la cara de espanto de la empleada más cercana a ellos al ver la ropa destruida en el suelo al pie de los esqueletos.
—¡¿Quién va a pagar por eso?! —exclamó molesta, girándose a ver los tres chicos, que se tornaron pálidos ante la pregunta.
—A mí no me mire, no son mis esqueletos —se excusó Karly, dando un paso atrás.
—Gracias —susurró Monique, entre dientes—. Bueno… mi padre me dio una tarjeta de crédito para emergencias —indicó mientras revisaba en el interior de su mochila. Pero apenas la tarjeta se asomó un poco afuera, la empleada no vaciló en prácticamente arrebatársela de la mano, e irse farfullando a la caja para cobrarle.
—¿A tu padre no le molestará esto? —le susurró Billy, despacio.
—No —respondió Monique rápidamente, aunque de inmediato vaciló—. No hasta que vea su estado de cuenta…
— — — —
La siguiente parada, elegida por la propia Monique, fue algo un poco más tranquila: el área de comidas. Tras pedirle a otros cinco esqueletos diferentes que aguardaran en una mesa, Monique se dirigió a uno de los puestos de comida. Pero no cualquiera, sino al de Chess Pizza, la misma pizza que le habían dicho a su padre que era la mejor de la ciudad, y a Monique no le constaba lo contrario.
Tras unos minutos de espera, volvió a la mesa cargando en sus manos una enorme caja de pizza tamaño jumbo, y la colocó justo en el centro.
—Si les tengo que convencer de las ventajas que el mundo moderno ofrece, no puedo pasar por alto mostrarles la mayor invención de la historia de la humanidad —declaró con ferviente seguridad, y entonces abrió de un jalón la caja para exponer su contenido—. La pizza de pepperoni con extra queso.
En cuanto el aperitivo fue expuesto, su delicioso aroma impregnó el aire, para el deleite de Monique, Karly y Billy.
—Yo hubiera elegido los antibióticos o el internet como el mayor invento de la humanidad, pero no me quejo de esto —mencionó Billy, y sin esperar permiso tomó un pedazo.
—Anda, acérquense —les indicó Monique a los esqueletos, señalándoles con una mano hacia la pizza—. Perciban el delicioso aroma de este manjar.
Los cinco esqueletos se pararon alrededor de la mesa e inclinaron sus cuerpos sobre la caja abierta.
—Ah, en realidad, no tenemos la capacidad de percibir aromas, mi señora —confesó uno de los esqueletos tras un rato, tomando un poco por sorpresa a Monique.
—¿Ah no…?
—Creo que era un poco lógico —mencionó Karly, al tiempo que ella también tomaba un pedazo—. No tienen nariz, después de todo.
—Pues no… pero con las criaturas del Submundo nunca se sabe. Sandtrak, y Sandtrek… o como sea que se llamaran, eran sólo arena y técnicamente no tenían ni bocas, ni ojos, y eso no les impedía hablar o ver.
—En eso tienes un punto —masculló Billy, aun masticando medio bocado—. Pero también dudo que alguno de estos chicos pueda comer.
Monique se sobresaltó un poco, y miró fijamente a los cinco esqueletos.
—¿Tampoco pueden comer…? —les preguntó, titubeante.
—Nuestro único alimento son las almas y la sangre de sus enemigos, mi señora —respondió con fervor uno de los esqueletos—. Su derrota nos nutre y nos hace fuertes.
—Claro, tonta de mí —susurró Monique con una sonrisita nerviosa, y se dejó entonces caer en uno de los asientos. Tomó justo después uno de los pedazos de pizza y comenzó a comerlo, aunque un poco de malagana—. Debí de haberlo previsto.
—Quizás si hubieras puesto más atención en las clases de tu padre, lo hubieras sabido —comentó Karly, sonando entre una reprimenda y una broma—. En fin, te toca, Billy.
—¿Me toca qué? —inquirió el muchacho confundido, al tiempo que tomaba otro pedazo.
—Que le enseñes algo llamativo del mundo moderno a los E-S-Q-U-E-L-E-T-O-S.
—¿Por qué deletreas?
—No sé si la palabra con E les es ofensiva o no —le susurró muy despacio, en forma de secreto—. Así que prefiero no decirla delante de ellos.
Billy se limitó a sólo rodar los ojos como respuesta a su comentario. Dio un mordisco a su pedazo, y contempló pensativo al techo mientras masticaba.
—Bien… supongo que podría mostrarles algo.
— — — —
El “algo” que Billy eligió fue el Squash’s Games, un enorme local de máquinas de video ahí mismo en el centro comercial, cuya mascota principal era evidentemente una enorme nutria llamada Squash, que aparecía en grande tanto en el logo sobre la puerta principal, como en la forma de una enorme botarga de nutria con overol de mezclilla, que caminaba de un lado a otro en el interior saludando, y dándole más fichas a los niños que se acercaban a él para pedírselas.
—¿Las máquinas de videojuegos? —exclamó Karly en alto para hacerse escuchar por encima del ruido que imperaba en el local—. ¿Por qué pensé por un momento que tendrías una buena idea para variar?
—Dijeron que podía elegir lo que quisiera, ¿no? —indicó Billy un tanto indiferente, encogiéndose de hombros.
Monique, Billy y Karly ingresaron, acompañados de otros cinco esqueletos, mientras el resto de nuevo esperaba en la parte de afuera. En ese momento de la tarde, tras el final de las clases, estaba bastante concurrido de niños de diferentes edades, divirtiéndose en la numerosa variedad de juegos que el lugar tenía para ofrecerles, y recolectando de manera animada los boletillos de color amarillo que estos les daban por cada triunfo. El lugar estaba cubierto de sonidos, luces, risas y gritos.
—Muy bien, escúchenme, esqueletos octogenarios —exclamó Billy en alto, girándose hacia ellos con voz de mando.
—Creo que todos tienen más de ochenta —murmuró Monique en voz baja, pero no esforzándose en realidad demasiado por hacerse notar.
—El chiste es jugar en cada una de esas máquinas de juegos y ganar tickets como estos —prosiguió Billy, y alzó entonces uno de los boletos amarillos que había recogido del piso—. Y a cambio pueden llevarse cualquiera de esos extraordinarios premios de allá.
Extendió entonces una mano en dirección al área de canjeo, en donde se podían ver expuestos varios peluches, pistolas de juguetes, rompecabezas, algunas joyas de fantasía, plumas, cuadernos, dulces… y otras cosas más, aunque ninguna particularmente llamativa.
—No se ven tan extraordinarios —le susurró Karly en voz baja a Monique, y ésta no pudo más que estar de acuerdo, aunque en silencio.
—Pueden elegir y jugar en cualquiera de las máquinas de juego —concluyó Billy su explicación—. ¿Alguna duda?
—¿Qué es una máquina de juego? —preguntó curioso uno de los esqueletos, alzando una mano.
—Esas de ahí —exclamó Billy, un tanto exasperado, señalando hacia las maquinas, en específica a la de tiros de basquetbol donde dos niños tiraban ese momento los balones para intentar encestarlos. Se podía ver como por cada enceste exitoso, la máquina les escupía una tira de esos boletos amarillos.
—Entonces… ¿debemos obtener esos pedazos de pergamino que están dentro de esos artilugios? —preguntó otro de los esqueletos, señalando con su dedo los boletos que los niños de los encestes habían ganado.
—Correcto —asintió Billy—. Y para hacerlo más interesante, quien consiga más… recibirá un felicitación especial de Monique. ¿Qué les parece?
—Oye —espetó Monique, algo molesta—. No los sobornes con…
—¡Sí! —exclamaron los cinco esqueletos en alto, alzando sus armas al aire con ímpetu—. ¡A la victoria!
Y antes de que cualquiera pudiera reaccionar, los esqueletos corrieron cada uno en diferente dirección, y ante los ojos atónitos de los tres muchachos, comenzaron a golpear las máquinas con sus armas, rompiéndolas para sacar los boletos de su interior a la fuerza, como si se trataran de las entrañas de alguna presa. Y no tuvieron tampoco problema en arrebatarles los boletos a los niños con los que se cruzaban, obligando a estos a correr despavoridos del miedo.
—¡Esperen! —exclamó Monique, horrorizada—. ¡No! ¡¡Basta!!
Se apresuró rápidamente hacia cada uno para calmarlo.
Billy y Karly contemplaron todo aquello en silencio desde sus posiciones, sabiendo de antemano que no había mucho que alguno de ellos pudiera hacer para ayudar… más de lo que ya habían hecho.
—Una parte de mí sabía que algo así pasaría —susurró Billy ligeramente apenado, colocando una mano atrás de su cabeza.
—Comprar ropa ya no suena tan mal, ¿verdad? —masculló Karly con algo de jactancia, mientras contemplaba con los ojos bien abiertos todos el desastre a su alrededor, y agradecía de nuevo que esos no fueran sus esqueletos mascota.
Los cinco esqueletos no detuvieron su ataque hasta que Monique fue de manera individual con cada uno, ordenándole fervientemente que se detuviera. Para cuando el último de ellos se calmó, ya era bastante tarde. Casi todas las máquinas habían sido destruidas, y los clientes habían huido a trompicones del establecimiento. Miles de boletos amarillos permanecían regados por el suelo, como un tesoro abandonado.
—Mire, mi señora —pronunció emocionado uno de los esqueletos, recogiendo algunos de los boletos del piso—. Son los pedazos de pergaminos que quería, ¿verdad?
—¡No! —les gritó Monique molesta, y los cinco retrocedieron un paso. Como respuesta a su grito, algunos más de los esqueletos de afuera ingresaron, con sus armas en mano.
—¿Todo está bien, mi señora? —cuestionó uno de los recién llegados, alarmado.
—¡¿Te parece que algo de esto está bien?! —exclamó Monique, aún furibunda, señalando con sus brazos hacia la destrucción que la rodeaba—. ¿Cómo pensaron que hacer esto estaría bien? ¿Cuál es…?
—¡¿Qué es todo este desastre?! —escucharon como alguien más pronunciaba en alto como voz furiosa.
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Al virarse hacia un lado, vieron a la botarga de la nutria Squash, abriéndose paso ante ellos. Y al estar de pie justo delante de Monique y sus acompañantes, tomó la cabeza de su disfraza, y se la retiró de un jalón, para luego tirarla al suelo con coraje. Cuando miraron el rostro de la persona debajo del disfraz, Monique, Karly y Billy se sobresaltaron, atónitos.
—¿Srta. Cereza? —pronunció Billy, sorprendido—. ¿Trabaja aquí también…?
La profesora en disfraz de nutria ignoró tal pregunta, y en su lugar avanzó de forma amenazante hacia Monique, que por mero reflejo dio un paso hacia atrás. La expresión de la Srta. Cereza estaba inundada de odio y rabia; incluso más del que Monique había visto en ella anteriormente.
—Oh, por supuesto que tenía que ser Moniqe Devil y sus esqueletos, ¿cierto? —soltó la Srta. Cereza con desdén.
—Lo siento, Srta. Squash… ¡Digo! Srta. Cereza —pronunció Monique rápidamente, apenada—. Es obvio que esto fue una muy mala idea.
—¡Todo lo referente a ustedes es una mala idea! —espetó la Srta. Cereza, apuntando a Monique directamente con la enorme zarpa de nutria de su disfraz—. Crean destrucción y caos a donde quiera que van. Ahora, mira lo que hicieron —añadió girándose hacia las máquinas destruidas, algunas incluso soltando chispas por sus circuitos expuestos—. ¿Quién va a pagar por todo esto?
—Bueno… tendré que hablar con mis padres. Estoy segura que ellos…
—¿Crees que el dinero lo soluciona todo?
—Pues, en este caso sí, ¿no? —intervino Billy con tono locuaz.
—Ni todo el dinero de tus padres podrá solucionar todo el caos que provocas a tu paso, niña —exclamó la Srta. Cereza, atreviéndose a empujar el hombro de Monique con su enorme zarpa. Ese acto puso en alerta a todos los esqueletos que los rodeaban.
—Oiga, señora, cálmese un poco, ¿quiere? —pronunció Karly con voz de mando, parándose  a lado de Monique con sus manos en la cintura—. ¿Cómo es que cree tener derecho de reprender a alguien usando ese feo traje de nutria?
—Karly, silencio —le susurró Monique entre dientes, suplicándole además con la mirada que ya no dijera nada más. Karly pareció entender, y se limitó a retroceder con sus manos alzadas en señal de rendición. Monique se giró una vez más hacia su profesora—. Srta. Cereza, en verdad lo siento. Nos iremos ahora mismo…
—¡Ah no!, ¡nada de eso! —pronunció la Srta. Cereza, y rápidamente sujetó a Monique de la muñeca con firmeza—. Tú no irás a ningún lado. Llamaremos a la policía y veremos qué tienen que decir de todo esto. O aún mejor: llamemos a los Caballeros de la Luz.
—¿Qué? No —exclamó Monique rápidamente, ligeramente horrorizada—. Por favor, no haga eso…
La mano de nutria de la Srta. Cereza de apartó rápidamente de Monique, en el momento en el que uno de los esqueletos se acercó velozmente, y de un manotazo la hizo hacia atrás. La profesora retrocedió dando pasos torpes, casi tropezándose en el acto, pero logrando mantener el equilibrio a último momento.
—¿Está amenazando de nuevo a la Señora del Mal? —inquirió el esqueleto con voz grave, alzando su espada oxidada y apuntando a la profesora directamente a su rostro con ella.
Los demás esqueletos se aproximaron a su lado, colocándose todos entre su nueva ama y la potencial amenaza (al menos desde su perspectiva).
—Bob, digo… Jaime, no hagan nada —pronunció Monique con firmeza detrás del esqueleto, pero éste no pareció escucharla.
—No me atemorizas, flacucho —pronunció la Srta. Cereza con firmeza. Con un manotazo hizo la hoja de la espada a un lado—. Soy una mujer que no se doblega ante brabucones como tú, ¡por nada! Y en especial tampoco ante ella —añadió señalando con su zarpa hacia Monique—. Atrévanse a ponerme un dedo encima, y comprobarán lo que siempre he dicho: que no son más que monstruos tontos, ambiciosos, y peligrosos que no merecen estar entre buenas personas como yo.
Debido a su falta de facciones, era imposible para todos esos esqueletos dejar en evidencia sus emociones en casi cualquier tipo de expresión. Sin embargo, fue evidente para todos que algo había cambiado en ese momento. Pues sus ojos, que desde el momento de su despertar habían sido dos brillos como luciérnagas en las cuencas vacías de sus cráneos, se tornaron de golpe de un intenso color rojo, que radiaba peligro con tan sólo verlos.
Si a alguno le hacía falta sacar su arma, lo hizo en ese momento instante.
—¡Ejército del Cráneo Esmeralda! —exclamó en alto el esqueleto más cercano a la Srta. Cereza, alzando su espada en el aire—. ¡Ataquen!
—¿Qué…? —murmuró la profesora, confundida, un instante antes de que todos los esqueletos soltaran al unísono un grito de batalla, y se dispusieran a lanzarse en su contra; del mismo modo, o aún más aguerrido, que como habían hecho con Sandlek.
—¡No! —exclamó Monique, horrorizada por lo estaba a punto de ocurrir ante sus ojos…
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wingzemonx · 19 days
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 24
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Milk logró beber el Agua Ultrasagrada un poco más de tres semanas después de aquel día. Durante todo ese tiempo, su rutina fue más o menos la misma: despertarse temprano, dedicar un par de horas a calentamiento y entrenamiento físico por su cuenta, y luego realizar un poco de limpieza. Esto último no era necesario, pero tras un rato viviendo ahí, se sintió con la necesidad de al menos hacer eso. El resto día se enfocaba en perseguir al Maestro Karin por toda la torre, intentando cada día usar un poco de las cosas que había estado aprendiendo, y sintiéndose un poco más cerca cada vez (aunque no tanto como a ella le gustaría).
Cada tres o cuatro días, en parte para entrenar, y en parte para cambiar un poco la rutina, optaba por bajar por su propia cuenta la torre, al menos hasta cierto punto, para luego volver a subirla con sus propias manos y pies. Y cada vez que lo hacía, le sorprendía lo sencillo que le resultaba, al menos en comparación con la vez anterior. Le había tomado el truco a ese asunto más rápido de lo esperado.
En la última ocasión que bajó la torre, un par de días antes del gran momento, lo hizo hasta llegar a tierra. Upa y Bora la recibieron con emoción, deseando que les contara todo lo que había ocurrido. Ninguno lo dijo, pero Milk supuso que pensaban que había regresado al no poder lidiar con el entrenamiento de Kamisama; es probable que ella misma hubiera pensado lo mismo en su lugar. Pero no tardó en contarles la verdad mientras cenaba con ellos esa noche, sobre cómo el Maestro Karin no le había permitido subir al Templo Sagrado hasta que fuera capaz de beber el Agua Ultrasagrada
 No les había compartido, sin embargo, los detalles de lo que implicaba exactamente beber esa agua, pues aunque al inicio el “engaño” del Maestro Karin le había molestado, entendió con el tiempo que era su forma de incentivar a los que lograban llegar hasta la cima a mejorar, sin darse cuenta. Y si Upa algún día se animaba a hacerlo él mismo como decía, ¿quién era ella para revelarle el secreto? Era mejor que lo descubriera por su cuenta, así como había hecho ella.
No vio a Launch por ningún lado, por lo que supuso que había seguido el consejo de Tenshinhan y había ido con el Maestro Roshi a reunir las Esferas del Dragón. Esperaba en serio que tuvieran éxito.
Pasó la noche en tierra firme en esa ocasión, y la mañana siguiente volvió a subir la torre con las energías totalmente recuperadas, en bastante menos tiempo que la primera vez. Mientras subía, se dijo a sí misma que sería la última vez: obtendría esa agua pronto, a como diera lugar. Y esa resolución tuvo sus frutos días después.
Todo comenzó de una forma bastante normal, como cualquiera de los días anteriores. Tras terminar sus ejercicios y de limpiar un poco la parte de abajo, Milk se colocó su traje de entrenamiento (ya para esos momentos algo desgastado) y subió a la parte superior, en donde el gato ermitaño esperaba paciente. La vasija colgando como siempre de su bastón de madera, aguardando por ella.
—¿Estás lista? —le preguntó el Maestro Karin, impasible.
Milk asintió, y se colocó rápidamente en posición.
—Lo estoy…
Milk se lanzó sin vacilación alguna en contra de él, y como siempre Karin logró esquivarla con aparente facilidad. Pero igual como los días anteriores, Milk no dejó que eso la desanimara y siguió intentándolo una y otra, y otra vez por gran parte del resto del día, sin detenerse más que unos cuantos minutos a recobrar un poco el aliento, y luego seguir.
Karin se movía ágilmente por todo aquel espacio, y Milk corría detrás de él, intentando igualar lo más posible su velocidad. Un juego del gato y el ratón que ambos ya habían repetido demasiadas veces, y que para ese punto debería ya percibirse repetitivo…
Pero ese día era distinto. Para ese punto, los movimientos de la guerrera eran mucho más preciosos, y ya no debía esforzarse demasiado para igualar la velocidad del Maestro Karin. Era una diferencia abismal con el primer día, y ambos lo tenían claro.
 Luego de tantos intentos, y de tanto tiempo enfocada en esa tarea, Milk comenzaba a lograr encauzar sus pensamientos y su espíritu cada vez mejor. Y, como Karin le había dicho, también logró dejar de lado cualquier otra preocupación o problema; Gohan, Piccolo, Goku, y cualquier otra inquietud que no lo ayudaba a lograr lo que requería. Le había resultado difícil, quizás lo más difícil de su vida. Sin embargo, Karin había tenido razón desde el inicio: sólo hasta que entendió que lo único que ocupaba era alcanzar esa vasija, y nada más, fue cuando logró estar en la posición correcta para alcanzar su cometido.
—Muy bien —comentó Karin de pronto, en el momento en el que ambo se separaron, y Milk se tomó un momento para apoyarse en sus rodillas y recobrar el aliento—. Has logrado despejar tu mente al fin. Ahora eres capaz de predecir con mayor precisión mis movimientos, ¿no es así?
—Eso creo —respondió Milk entre jadeos—. Pero aun así no puedo alcanzarlo. Algo me falta, ¿no es cierto? Debo ser más rápida, más…
—Nada de eso —le cortó Karin con tono calmado—. Ya tienes la velocidad, los reflejos y la claridad mental necesarios. Lo único que necesitas en este punto, es encontrar una buena oportunidad.
—¿Oportunidad? —susurró Milk confundida, alzando su mirada hacia él.
—La mayoría no lo aceptará tan fácil, pero lo cierto es que las habilidades físicas y la estrategia son una parte crucial, pero no lo son todo. Muchas veces la diferencia entre ganar o perder un combate no radica en la fuerza o en la velocidad, sino en saber identificar la mejor oportunidad, y sacar jugo de ella. Sin ir más lejos, sólo en esta última ronda tuviste al menos cinco oportunidades perfectas en las que tenías todo en tus manos para quitarme la vasija, pero no supiste aprovecharlas.
—¿Cinco? —masculló Milk, incrédula—. ¿Habla en serio o sólo está jugando conmigo?
—¿Cuándo en todo este tiempo he jugado contigo, niña?
Milk no le respondió. Ciertamente la línea entre jugar y no, era un tanto difusa cuando se trataba de él.
—Anda, inténtalo una vez más —indicó al Karin con cierta severidad—. Y esta vez, en cuanto veas una oportunidad, no la dejes pasar por nada del mundo. Lánzate por ella con todo lo que tienes.
Milk asintió y de nuevo se colocó en posición. Respiró hondo, relajó su cuerpo y su mente, y volvió a cambiar a ese mismo estado al que ya se había estado acostumbrando. Era como sumergirse en un lago de aguas totalmente negras, rodeada de un vacío casi total en dónde sólo existían ella, el Maestro Karin, y esa vasija…
—Ahí voy entonces —exclamó el ermitaño, pero Milk lo escuchó un poco distante, pues todos sus sentidos estaban puestos en su objetivo.
Karin comenzó entonces a moverse con rapidez hacia un lado y hacia el otro alrededor de Milk, tan rápido que casi parecía como si simplemente desapareciera en un punto y apareciera en otro. Pero ese no era el caso, y Milk había aprendido a notarlo. En ese momento podía percibir sus movimientos, no sólo con sus ojos, sino el movimiento del aire rozando su piel, en su olor desplazándose de una posición a otra, en el sonido de sus patas contra el empedrado, e incluso en el movimiento de su ki que había comenzado a notar como líneas de luz dibujándose en el aire.
Tener sus sentidos tan en alerta de su entorno le provocaba una sensación extraña, similar a ver la luz luego de pasar días enteros con los ojos vendados. Era como si todo a su alrededor fuera más brillante y claro para ella por primera vez.
¿Era así como Goku veía el mundo todo el tiempo?
Una vez que tuvo totalmente claro los movimientos del maestro, Milk se lanzó hacia él, intentando predecir en dónde aparecería la siguiente vez, y acertando con una precisión aceptable, más no lo suficiente; al menos no los primeros intentos. Tras un rato de prueba y error, en un punto Milk se lanzó hacia un lado, extendiendo sus manos hacia dicha dirección, y no atrapó al hombre gato por apenas unos centímetros, y únicamente porque éste logró frenar al último instante antes de que lo alcanzara.
Pero fue en ese momento que Milk lo notó: su oportunidad, esa de la que el maestro tanto había hablado hace un momento. Pudo notar en esa escasa fracción de segundo como su movimiento rápido y preciso había tomado desprevenido al ermitaño, y ese último frenón repentino había sido más un movimiento desesperado que uno planeado. Y ese momento de vacilación era justo lo que Milk necesitaba.
Antes de que Karin pudiera recuperarse del todo, la guerrera se apresuró a girar su cuerpo por completo y lanzar una rápida patada circular hacia él. Sin embargo, Karin logró esquivar el ataque inclinando su cuerpo hacia atrás, y su pierna pasó a escasos milímetros de su rostro. Pero eso no la hizo titubear, pues aunque él logró esquivar la primera patada, no sería lo mismo con la segunda; o, más bien, su bastón no la esquivaría.
Tras fallar el primer intento, Milk siguió el mismo movimiento de la patada para girar de nuevo el cuerpo entero, y lanzar otra más con la otra pierna. Su pie en esa ocasión golpeó directamente el bastón de madera, que se escapó por el impacto de las manos del Maestro Karin con todo y la vasija que colgaba de él.
Ambos miraron azorados la vasija en el aire, dando vueltas sobre sus cabezas. Milk saltó con rapidez hacia ella una vez que recobró el equilibrio tras la segunda patada, pero el Maestro Karin se le adelantó, incluso atreviéndose a apoyar una pata en el propio rostro de la guerrera para impulsarse hacia arriba. La garra derecha del maestro estuvo muy cerca de reclamar la vasija, pero Milk alcanzó a tomarlo de su cola, y lo jaló con fuerza hacia abajo. El hombre gato gruñó con fuerza en cuanto sintió su cola aprisionada, y luego de nuevo cuando su cuerpo se estampó con el piso. Y entonces, aún con la marca roja del pie del Maestro Karin en la cara, Milk tuvo la vía libre para lanzarse con todas sus fuerzas hacia la vasija, que se precipitaba en esos momentos al suelo.
Milk atrapó el codiciado trofeo a mitad del aire, apretándole fuertemente con ambos brazos contra su pecho. Su cuerpo siguió de largo por el impulso del salto, y cayó contra el suelo, rodando por éste varios metros con todo y la vasija, hasta que se estampó contra el barandal y éste detuvo su avance.
—¡Ah! —exclamó con dolor al chocar su espalda con el barandal. Una vez que dejó de avanzar, se quedó quieta de espaldas, abrazando la vasija contra su cuerpo, al tiempo que respiraba agitada intentando recobrar el aliento.
Permaneció de esa forma por un largo rato, antes de que su cuerpo lograra reaccionar al fin. Se sentó lentamente, y colocó la vasija en el suelo entre sus piernas. La miró fijamente, casi sin poder creer que fuera la misma vasija que había pasado tantos días intentando conseguir. Recorrió sus dedos por la superficie, intentando cerciorarse de que era real; sí que lo era…
—Lo hice… —pronunció en voz baja, y sólo entonces la realidad de lo ocurrido pareció golpearla. Se puso de pie rápidamente, y alzó la vasija en el aire con ambas manos—. ¡Lo hice! ¡Lo hice! —exclamó llena de júbilo, con una sonrisa tan grande que apenas le cabía en la cara.
—En efecto, lo hiciste —añadió Karin con tono risueño.
Milk bajó la vasija y le echó vistazo al viejo maestro. Éste ya estaba de pie, y la miraba atento desde su posición. No podía ver sus ojos, pero presintió que la miraba con orgullo; o al menos eso quiso pensar.
—Entonces, ¿en verdad sólo contiene agua normal? —preguntó con curiosidad, agitando un poco la vasija de un lado a otro.
—Así es, sólo agua —asintió Karin—. Pero bébela, adelante. Te lo has ganado.
No necesitó que no se lo dijera dos veces. Milk retiró rápidamente el tapón, y pegó la boquilla contra su boca, dando un largo trago de agua fría que le bajó por la garganta. Estuvo unos cuantos segundo enfocada en eso, hasta que estuvo satisfecha y apartó el recipiente de sus labios.
—¿Y qué tal? —preguntó Karin con curiosidad.
Milk lo volteó a ver, y le sonrió satisfecha.
—Es el agua más deliciosa que he bebido en mi vida.
Karin se soltó a reír en ese momento, y Milk no tardó en acompañarlo.
— — — —
Milk se tomó un par de horas para descansar y darse un baño; lo que menos quería era ver a Kamisama sudada y sucia. Lamentablemente, no había mucho que pudiera hacer en lo que respectaba a sus ropas.
En su mente seguía aún repasando no sólo lo ocurrido ese día, sino durante todas esas semanas. Aún no podía creer todo lo que había logrado. Se sentía alguien muy diferente a la mujer herida y derrumbada que había salido de su casa y llegado a esas tierras con sólo una cosa en la mente. Ese tiempo en la Torre Karin le había servido bastante, y no sólo para entrenar sino también para calmar la gran tempestad que abrumaba su corazón y su mente.
Pero no podía dejarse llevar por la satisfacción que aquello le provocaba. Sabía muy bien que eso era apenas el primer paso.
—¿Estará bien que vea a Kamisama vestida así? —preguntó con consternación al tiempo que subía las escaleras hacia la parte superior, donde Karin la aguardaba—. Este atuendo ya era algo viejo, y creo que en estos días lo terminé de acabar.
—No te preocupes —le respondió Karin con tranquilidad—. Estoy seguro que Kamisama te dará con gusto un nuevo atuendo.
—¿Ah sí? Bueno, eso me tranquiliza.
Karin se aproximó con paso pausado, y se paró justo delante de ella.
—Como lo prometí, aquí tienes —dijo con seriedad, extendiendo en ese momento su mano hacia ella, y lo que en ella sostenía: un pequeño cascabel, igual al que le había dado a los otros antes de que se fueran.
Milk contempló aquello con un nudo de emociones en el pecho. Lo tomó con delicadeza en su mano, y lo sostuvo frente a su rostro, contemplándolo maravillada. Era un simple cascabel, sin nada especial. Y aun así, en esos momentos era para ella como el más preciado de los tesoros.
Se amarró el cascabel a su cinturón, disponiéndose a al fin dar el siguiente paso. Pero no sin antes tomarse un momento para girarse hacia el Maestro Karin, juntar sus manos al frente, e inclinarse hacia él con marcado respeto.
—Muchas gracias por todo, maestro. Jamás olvidaré lo que me ha enseñado. Y me disculpo por haber sido una molestia para usted todo este tiempo.
—En lo absoluto —respondió Karin con completa confianza—. La verdad de aquellos que han logrado subir hasta aquí y beber el Agua Ultrasagrada a lo largo de estos siglos, has sido la más prometedora de todos.
—Agradezco sus palabras —murmuró Milk con voz risueña, irguiéndose de nuevo—. Aunque no sé si creerle lo de prometedora, pero quizás si pude haber sido las más “encantadora”, ¿no es cierto?
Karin rio divertido por su comentario, pero no dijo nada para darle la razón o desmentirla.
Milk camino entonces hacia el barandal, se paró frente a éste, y gritó con fuerza al aire:
—¡Nube Voladora!
A su llamado, la nube dorada apareció en el cielo, y se dirigió directo hacia la torre, permaneciendo levitando justo a un lado de ésta, delante de Milk. Ésta la contempló fijamente, un poco vacilante.
—¿Aún dudas que podrás volver a subirte? —le preguntó Karin a sus espaldas.
Milk tardó un poco en poder responderle.
—Sé que me dijo que usted hizo que me soltara aquella vez, y que mi corazón no ha perdido su pureza, pero… aun así…
—Debes confiar más en tu propio corazón —indicó Karin con algo de dureza—. Recuerda lo que te dije: ese corazón será tu mayor arma. Si tú misma dudas de él, entonces no habrá nada que puedas hacer. Confía y salta.
Milk suspiró con pesadez. A pesar de lo que él decía, una parte muy grande de ella en efecto dudaba. Pero si algo había aprendido de su entrenamiento ahí, era que no podía dejar que las dudas y los miedos la paralizaran.
Se subió de un salto al barandal, y luego dio otro más pequeño hacia la nube. Cerró los ojos, preparándose por dentro para lo peor, pero no fue necesario. Su cuerpo cayó en la suave estructura de la nube, y para cuando abrió de nuevo los ojos, se encontraba sentada sobre ella totalmente segura.
Volvió a suspirar, pero esta vez llena de alivio, y con una mano presionaba su propio pecho.
«Aún sigo siendo digna. Muchas gracias, Nube Voladora…»
—¿Lo ves? Todo está bien —comentó el Maestro Karin, aproximándose hacia el barandal—. Antes de que te vayas, sin embargo, necesito decirte algo importante.
Milk se giró con toda y la nube hacia él, observándolo con atención.
—En el tiempo que estuviste aquí, no sólo te has vuelto mucho más fuerte, sino que has desarrollado una nueva habilidad que te será muy útil en los combates que han de venir. No te mentí al decir que eres el más prometedor de los guerreros que he tenido el honor de entrenar.
Hizo una pausa en ese momento, y agachó su cabeza.
—Sin embargo, lamento decirte que pese a la gran fortaleza de tu corazón y tu espíritu, tus habilidades físicas siguen estando muy por debajo de las de Piccolo, o incluso de las de Krilin, Tenshinhan, y los demás. En ese sentido, todos ellos han dedicado muchos años a pulir sus destrezas en el combate, por lo que te costará bastante más que unas cuantas semanas el poder siquiera estar a su nivel. Y la fuerza de los enemigos que vienen de camino a la Tierra en estos momentos, está aún mucho más alejada que la de ellos. ¿Entiendes lo que te digo?
Milk permaneció seria, escuchando toda aquella mortal advertencia que el Maestro Karin le soltaba. Sin embargo, ésta en realidad no tuvo un efecto tan drástico en ella como debía de esperarse pues, en realidad, era algo de lo que ella misma ya se había dado cuenta.
—Lo entiendo —susurró Milk en voz baja, girándose pensativa hacia un lado—. Su entrenamiento me ha hecho darme cuenta también de mis propias limitaciones, así que no aspiraría en estos momentos a pelear al mismo nivel que Goku y los otros, y menos con tan poco tiempo disponible antes de la llegada de esos Saiyajins. Pero tampoco es algo que desee hacer. Mi único fin sigue siendo el de proteger a mi hijo; de Piccolo Daimaku, pero también de ese horrible peligro que se aproxima desde el espacio. Sé que no tengo poder ni control en nada más, pero el proteger a mi hijo será siempre mi misión como madre.
Karin asintió, al parecer satisfecho con su respuesta.
—Entonces espero que el entrenamiento con Kamisama te dé lo que necesitas. Sin embargo, si aún después de ello sientes que no estás lista, hay una última cosa que le puedes pedir a Kamisama que te permita hacer para mejorar tus capacidades rápidamente. Conociéndolo, lo más seguro es que no acceda, pero no pierdes nada con preguntarlo. Después de todo, me di cuenta de que puedes ser muy persuasiva cuando te lo propones.
Milk lo volteó a ver, gravemente confundida por tan enigmáticas propuesta.
—¿Qué cosa? ¿A qué se refiere?
Los labios de Karin se extendieron en lo que parecía ser algo cercano a una astuta sonrisa felina.
—¿Qué dirías si te dijera que en el Templo Sagrado existe un sitio en el que pudieras entrenar lo de un año entero en tan sólo un día?
—¡¿Qué?! —exclamó Milk, atónita—. ¿De qué está hablando? No lo entiendo…
—Es uno de los secretos que Kamisama guarda allá arriba. Me refiero a la Habitación del Tiempo.
Milk lo siguió mirando sin comprender, pero eso no duraría mucho.
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wingzemonx · 25 days
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Monique Devil - Capítulo 09. Un Propósito Real
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Capítulo 09. Un Propósito Real
La Srta. Cereza iba tarde a su primera clase esa mañana, por primera vez en los siete años que llevaba como maestra en Gray Peaks High, situación que la preocupaba y alteraba bastante. E igualmente por primera vez en ese mismo lapso de tiempo, rompía ella misma la regla sagrada de no correr por los pasillos de la escuela, dirigiéndose hacia su salón lo más rápido que sus tacones le permitían. Lo bueno era que para ese momento casi todos estaban ya en sus respectivas aulas (excepto ella), así que los pasillos estaban solos y nadie era testigo de su penoso desliz.
—Disculpen la tardanza, niños —pronunció en alto en cuanto entró por la puerta del salón, dirigiéndose directo hacia su escritorio sin mirar nada más—. Había un gran embotellamiento en la avenida, y luego algún tonto se paró en mi lugar…
Calló rápidamente, tomando la resolución de que era innecesario compartir con sus estudiantes más detalles de lo debido con respecto a su horrible mañana. Las mentes jóvenes tienen ya demasiado que procesar como para agobiarlos con las penurias de la vida adulta.
Dejó sus cosas sobre el escritorio, y rápidamente se giró hacia el pizarrón, comenzando a borrar lo que había quedado escrito de la clase anterior.
—Pero bueno, no estamos aquí para hablar de mis problemas —declaró con convicción una vez que dejó de borrar—, sino para aprender. Así que sequen sus cuadernos y…
Sólo hasta ese instante tuvo la calma suficiente para virarse por completo a mirar el resto del salón. Y sólo en ese momento se percató de que algo extraño pasaba. Todos sus estudiantes, o al menos la mayoría, estaban amontonados hacia un lado en la mitad del salón, mirando temerosos a la otra mitad. Y ésta en ese momento era ocupada por lo que parecían ser, a simple vista, un montón de esqueletos verdes con armaduras; algunos sentados en los pupitres, otros de pie a sus lados, y algunos más asomándose desde el patio por las ventanas laterales.
La Srta. Cereza contempló aquello en silencio unos segundos, mientras su cerebro intentaba encontrarle un sentido a tan extraña imagen. Sin embargo, la respuesta más obvia no tardó en hacerse presente, y su expresión completa cambió a una de total enojo.
—¡Monique Devil! —exclamó en alto, claramente furiosa.
Como respuesta a su grito, una mano grisácea se alzó tímidamente entre el mar de cráneos y huesos verdes.
—Presente…
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— — — —
La conversación no tardó en pasarse a la oficina del Dir. Rough. Frente al escritorio de éste, se encontraban la Srta. Cereza, Monique, y al menos treinta de sus esqueletos guerreros, rodeando a su nueva ama de forma protectora, pero estando más que nada quietos y en silencio. Monique miraba hacia el suelo, bastante apenada por la situación.
—Esto es totalmente inaudito, director —declaró la Srta. Cereza con enfado, señalando hacia Monique y los esqueletos—. ¿Qué hacen estas… cosas…? Ni siquiera sé lo que son, pero no tienen ningún motivo para estar aquí.
—Somos el Ejército del Cráneo Esmeralda —declaró orgulloso uno de los esqueletos, dando un paso al frente—. Somos los leales sirvientes y protectores de Monique Devil, nuestra Señora del Mal.
La Srta. Cereza lo observó con su mirada afilada e inquisitiva.
—No sé de qué está hablando esta criatura, pero suena a una secta. O aun peor, a una pandilla del malvivientes.
—Le aseguro que no son ninguna pandilla, señor —se defendió Monique rápidamente, dirigiéndose directo al director—. Sólo son… se podría decir que son unos nuevos amigos con los que… estoy decidiendo cómo lidiar.
El Dir. Rough, que hasta ese punto había estado escuchando todo en absoluto silencio, dejó escapar un largo y pesado suspiro.
—Lo entiendo, Srta. Devil. Pero el reglamento especifica claramente que los estudiantes no pueden recibir visitas no autorizadas en los terrenos de la escuela durante horarios de clases…
—Mortal tonto —le cortó uno de los esqueletos, al tiempo que desenvainaba rápidamente su espada y lo apuntaba con ella directo a su rostro. La punta de la hoja se colocó a escasos centímetros de la nariz del director—. La Señora del Mal no necesita autorización de nadie para hacer lo que quiera. Ella rige sobre los mares de fuego, las arenas rojas, los cielos negros y cualquier criatura que viva o respire debajo o encima de ellos. Es la domadora de la luz, señora de la oscuridad…
—Suficiente —exclamó Monique apremiante, y con una mano empujó el brazo del esqueleto, forzándolo a bajar su arma—. Gracias, pero no me estás ayudando tanto como crees.
—¿Ve lo que le digo? —espetó la Srta. Cereza, alarmada—. Sabía que en cuanto permitiéramos que esta… niña pusiera un pie en nuestra escuela, cosas como ésta comenzarían a pasar.
—¿Está acaso amenazando a la Señora del Mal? —espetó el mismo esqueleto de antes, ahora apuntando su arma hacia la profesora. Los demás esqueletos presentes parecieron también más que dispuestos a blandir sus armas del mismo modo. La Srta. Cereza, por su parte, sólo retrocedió un paso, pálida ante tal amenaza.
—¡No!, ¡quietos! —exclamó Monique con voz de mando, y rápidamente se colocó entre su profesora y los esqueletos, encarando a estos últimos—. No hagan nada, ¿oyeron?; nada. Atrás, todos.
Los esqueletos bajaron sus armas, y también sus miradas apenadas, y en sincronía dieron un paso hacia atrás.
—¿Lo vio?, ¿lo vio? —pronunció la Srta. Cereza, escandalizada—. Casi me atacan. ¿Cómo podemos permitir algo así en un recinto de enseñanza respetable como éste?
—Lo siento mucho, Srta. Cereza, Dir. Rough —pronunció Monique, claramente preocupada—. Les aseguro que me encargaré de esto, y mañana ya no tendrán que preocuparse por ellos; de verdad. Sólo denme un poco de tiempo, por favor.
La suplica en su voz y en su mirada era bastante sincera, y era claro que Rough lo notó. El director observó a la joven en silencio un rato, mientras sus dedos se movían inquietos sobre el escritorio. Al final, con voz cauta pero firme, pronunció:
—Está bien, Srta. Devil.
—¿Qué dice? —exclamó la Srta. Cereza, incrédula de que hubiera entendido bien.
—Pero —añadió el director justo después—, por causar disturbios en la escuela, tendré que castigarla otra tarde más. Pero luego de que lidie con su problema, claro.
—¡¿Eso es todo?! —exclamó la profesora, visiblemente ofendida por tan laxo castigo, en su opinión.
—Gracias, director —asintió Monique, más que agradecida. No quiso tentar a su suerte quedándose ahí más tiempo del necesario, así que de inmediato tomó su mochila y se dirigió presurosa hacia la puerta—. Con su permiso.
Los esqueletos no tardaron en retirarse también en una fila detrás de ella, saliendo uno por uno por la puerta, hasta no quedar ninguno en la oficina.
—Puede retirarse también, profesora —le indicó el director a la Srta. Cereza una vez que se quedaron solos. Sin embargo, ésta no parecía tener intención de hacer tal cosa. En su lugar, se giró tajante hacia él, mirándolo con una mezcla de desaprobación y sentimiento de agravio.
—Director, con todo respeto, no puedo creer la poca importancia que le da a estas cosas —declaró con el tono más tranquilo que le era posible pronunciar en esos momentos. Se paró firme ante el escritorio, encarando al director con postura férrea—. ¿Es que acaso no recuerda todos los desastres ocurridos hace dieciocho años aquí mismo en esta ciudad? Yo era sólo una niña en aquel entonces, pero recuerdo todo demasiado bien. Como criaturas como esa niña, y esos… esqueletos o lo que sean, nos invadieron y sometieron a la fuerza a su yugo. Si no fuera por esos valientes caballeros que nos salvaron…
La Srta. Cereza dejó que el resto de sus palabras murieran en su garganta. Fue evidente el grave sentimiento de angustia que la invadió, imposibilitándole terminar.
El Dir. Rough la contempló en silencio con seriedad en su mirada, pero no de manera severa. Tras unos segundos de silencio, volvió a suspirar de una forma similar a la anterior cuando hablaba con Monique.
—Recuerdo muy bien lo ocurrido, señorita —declaró con voz prudente—. Más de lo que cree. Pero esta jovencita ni siquiera había nacido en aquel entonces, y desde el inicio ha hecho todo lo posible por hacer las cosas bien. Se merece al menos nuestro voto de confianza, como cualquier otro alumno de esta escuela.
—Pero ella no es como cualquier otro alumno —replicó la Srta. Cereza, asomándose un poco de su enojo acumulado, aunque intentó aplacarlo de inmediato—. Bien, como usted diga. Sólo espero no se arrepienta de esto algún día, director.
Lanzada esa advertencia, quizás incluso amenaza, se giró sobre sus pies y se dirigió con pasó rotundo hacia la puerta, no teniendo además la delicadeza de no azotarla un poco al salir por ella. El director suspiró con cansancio, y se frotó su amplia frente con sus dedos.
Aunque no lo dijera, lo cierto era que él también esperaba lo mismo.
— — — —
Sería imposible terminar el día de clases en compañía de sus nuevos “amigos”, así que Monique optó por ausentarse por el resto de la mañana y concentrarse en la mejor manera de solucionar esa situación. Ningún profesor tuvo la iniciativa de detenerla; si con ella se iban los tres mil esqueletos guerreros que habían invadido la escuela, sería lo mejor. Por su parte, Karly y Billy no parecieron tampoco tener problema en salirse de la escuela y acompañarla; difícil decir si era para apoyarla, o era simplemente una excusa para faltar a clases.
Necesitaban estar en un lugar amplio en donde los tres mil esqueletos pudieran estar libres sin causar muchos problemas, así que Monique optó por ir al parque; el mismo en donde los habían encontrado en un inicio. Monique se sentó en una banca, con sus codos apoyados contra sus piernas y su rostro contra las manos, mientras observaba a los esqueletos desperdigados a su alrededor, quietos y atento a recibir su siguiente orden.
Tras unos segundos de silenciosa meditación, soltó un pesado y cansado suspiro, y ocultó el rostro detrás de sus manos.
—Dije que me encargaría de esto, pero no tengo idea de cómo hacerlo —masculló con pesar, aún escondida tras sus palmas.
—Tu madre lo dijo claramente —indicó Billy, sentado a su lado en la banca, al tiempo que jugaba con su Game Station—. Tienes que eliminarlos.
—¡Por supuesto que no hará eso! —exclamó Karly en ese momento justo antes de que Monique respondiera. Se aproximaba a ellos por detrás de la banca, sosteniendo en su mano una botella de refresco de vidrio que acababa de comprar en la máquina expendedora—. ¿Sabes la cantidad de chicos que matarían por tener su propio ejército de esqueletos que obedecen tus ordenes? Piensa en las increíbles cosas que puedes hacer con ellos.
Karly hizo el intento en ese momento de abrir el tapón de la soda con sus propios dedos, pero resultó rápidamente infructífero.
—Tú, ábreme esta soda —ordenó con tono autoritario, extendiéndole la botella al esqueleto más cercano a ella. Éste, sin embargo, permaneció quieto en su sitio, como si ni siquiera la hubiera escuchado—. Oye, te estoy hablando —insistió Karly, pasando incluso su mano frente al rostro del esqueleto, sin obtener ninguna reacción—. Monique —pronunció ahora, girándose hacia su amiga.
Monique la miró un poco confundida, al inicio no entendiendo lo que quería. Karly, sin embargo, alzó su botella y la señaló para dejarlo aún más claro. Suspiró, miró al esqueleto a lado de Karly y susurró:
—¿Podrías abrirle su soda? Por favor…
—Lo que usted ordene, Monique Devil, nuestra Señora del Mal, soberana de…
—Sí, sí, rápido que se calienta —exclamó Karly, pegando la botella contra el pecho del esqueleto. Éste tomó la botella, la alzó frente a su rostro, y la examinó por unos segundos. Luego, extrajo una daga de su cinturón, y con un movimiento rápido y limpió cortó la punta de la botella, que se desplomó con todo y el tapón al suelo.
—Oh —musitó Karly, tomando poco después la botella entre sus manos—. No era a lo que me refería, pero… de acuerdo… —murmuró encogiéndose de hombros, e intentó entonces beber de la botella, con el cuidado debido para no cortarse con el borde del vidrio.
—¿Por qué lo dudas tanto? —cuestionó Billy, volviendo a su conversación original—. Has destruido a muchos monstruos antes, ¿o no?
—No —soltó Monique por reflejo, pero casi al instante pareció replanteárselo—. Bueno, algunas veces, sí. Pero sólo cuando me atacan, como defensa propia. Nunca a monstruos inofensivos como estos.
—¿Y estás segura de que son inofensivos?
—Bueno —susurró Monique indecisa, y se viró a echarles un vistazo—. Hasta ahora no han hecho nada bastante grave, ¿no crees?
Y en ese instante, justo antes de que alguien dijera algo más, todos se giraron hacia un lado al oír algunos gritos y un fuerte estruendo. Notaron como las pocas personas cercanas comenzaban a huir, y por un momento creyeron que era de los esqueletos, pero no era así. En realidad, parecían estar huyendo de la caja de arena en el área de juegos, pues de ésta comenzó de la nada alzarse una larga torre de arena, que se elevó en el aire y luego cayó justo frente a ellos, a unos metros.
Como una repetición de algo muy parecido ocurrido días atrás, vieron como esa arena se juntaba y elevaba, hasta obtener una forma humanoide, grande y gruesa, con ojos negros, vacíos y amenazadores.
—¡Yo soy Sandlek! —exclamó aquel ser en alto, alzando sus brazos de arena en actitud desafiante—. Hermano de Sandtrak, y nuevo heredero al trono de la Tribu de las Arenas del Submundo. Y he venido a derrotar a Monique De…
A mitad de su discurso de presentación, Sandlek centró mejor su atención al frente de él, a la banca en donde su objetivo, la joven Monique, se encontraba sentada… y a los miles de esqueletos verdes  a su alrededor, cuyos ojos verdes se centraron fijamente en él.
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Aún sin tener el contexto completo, el hombre de arena supo leer de inmediato la situación.
—Lo siento —susurró despacio, haciendo que la arena en su rostro se rasgara en lo que parecía ser una sonrisa nerviosa—. Creo que me confundí…
Hizo en ese momento el ademán de querer irse en paz, pero ya era tarde.
—¡Está amenazando a nuestra Señora! —espetó uno de los esqueletos en alto, señalando con su dedo huesudo hacia al hombre de arena.
—¡A él! —exclamó otro más con ahínco, y sin espera todos sacaron sus armas, y varias de ellas se cubrieron al instante de llamas verdosas. Se lanzaron entonces todos a grito de guerra en contra del enemigo.
Sandlek lanzó un grito asustado e intentó huir, pero los miles de esqueletos no tardaron en alcanzarlo y acorralarlo.
—No, espe... —intentó pronunciar Monique en un vago intento de detenerlos, pero no había mucho que pudiera hacer para ese punto.
Los esqueletos se amontonaron sobre Sandlek, y comenzaron a atacarlo todos a la vez con sus armas mágicas. Los gritos de dolor del hombre de arena cruzaron rápidamente todo el parque.
—Bueno… para variar no está mal que alguien más se encargue de esto por una vez —susurró Monique resignada, tomando de nuevo asiento en la banca.
—¿Lo ves? —señaló Karly con confianza—. Son muy útiles, ¿o no?
—No sabía que se podía hacer eso con la arena —murmuró Billy, ligeramente horrorizado de ver lo que los esqueletos hacían. No quedaría mucho del pobre Sandlek luego de eso.
Mientras la mayoría de los esqueletos había marchado sin titubeo hacia la batalla, otros más se habían quedado cerca de Monique, como una guardia de honor para protegerla. Agradecía el gesto, pero ciertamente le resultaba aún más incómodo.
—Oye, tú —pronunció de pronto en alto, llamando la atención de uno de esos esqueletos. Éste se giró, la miró, y se señaló a sí mismo con un dedo—. Sí tú, ven.
El esqueleto obedeció de inmediato, y se colocó de rodillas ante ella, agachando su cabeza con humildad. Monique quiso decirle que no tenía que hacerlo, pero supuso que igual no funcionaría, así que prefirió ir directo a lo que quería decir.
—¿Cómo te llamas?
—No tenemos nombres, mi Señora —le respondió el esqueleto—. Nuestra existencia se limita única y exclusivamente a servirte, protegerte, y allanar el camino para…
—Bien, te llamaré Bob —le cortó de tajo antes de que se alargara más—. Dime, Bob, ¿en verdad han estado durmiendo por siglos, y lo único que quieren hacer luego de despertar es estar aquí… acompañándome?
—Ofrecimos fielmente nuestras vidas para poder servirte, mi señora. Nada más nos importa.
—¿Nada más? —musitó Monique, sorprendida—. ¿No tienen ningún sueño? ¿Ningún deseo para el futuro?
—¿Deseo, mi señora? —exclamó el esqueleto, confundido, atreviéndose a alzar su rostro hacia ella con curiosidad.
—Sí. ¿No hay algo que deseen hacer?
—Nuestro deseo es servirte fielmente, mi señora…
—Sí, sí, pero me refiero a algo diferente, además de eso.
—¿Algo diferente? —inquirió el esqueleto, inclinando su cabeza dubitativo hacia un lado. Varios de los esqueletos se habían igualmente girado a verla, al igual que otros más que habían acabado ya con su tarea con Sandlek y se habían acercado a tiempo para escuchar esas últimas preguntas. Todos parecían igual de perdidos que el primero.
—Creo que ese es justo el problema —declaró Monique con decisión, poniéndose de pie—. Les falta un propósito real. Debo mostrarles que hay más en este mundo moderno, además de servir al Señor del Mal.
—Monique, son un montón de esqueletos vivientes —indicó Billy, escéptico—. ¿En serio crees que haya muchas cosas para ellos?
—Al menos debo intentarlo —respondió la joven Monique, encogiéndose de hombros.
Se subió en ese momento a la banca, parándose encima de ésta.
—Escúchenme todos, acérquense, por favor.
Los esqueletos giraron de inmediato sus cabezas hacia ella, y sin espera comenzaron a congregarse cerca, justo enfrente de la banca como un atento público listo para escuchar un importante discurso.
—Bien, lo que quiero que hagan ahora es que me acompañen a recorrer la ciudad. Y así entre todos encontraremos cosas que les gusten, ¿de acuerdo?
—¿Cosas… que nos gusten? —masculló uno de los esqueletos, claramente confundido. Se miraban entre ellos, esperando que alguno de los otros lo tuviera más claro, pero era evidente que no.
—Sí, vamos a buscar algo que identifique a cada uno de ustedes, y pueda ser su nueva afición, meta en la vida, sueño a futuro… o lo que sea. ¿Qué dicen?
Los esqueletos guardaron silencio por largo rato, y sólo siguieron mirándose entre ellos, perplejos; a pesar de no tener piel o rostro, podían ser de hecho bastante expresivos.
—Ah —musitó uno de ellos de pronto, alzando una mano temerosa para hacerse notar—. ¿Es una orden, mi señora?
—¿Qué? —exclamó Monique, un tanto perdida al inicio—. Ah… sí, supongo que sí.
Esa sólo indicación fue suficiente para cambiar por completo su ánimo, y sin espera todos soltaron un aguerrido grito de excitación al aire, al tiempo que alzaban sus armas como preparados para correr a la batalla una vez más.
—¡Lo que usted ordene, Monique, nuestra Gran Señora del Mal!
—Sí, ese es el espíritu —murmuró Monique con una sonrisa incómoda, alzando además sus dos pulgares en aprobación. No era precisamente lo que tenía en mente, pero funcionaba igual.
—Bueno —intervino Karly, ya para ese momento con la mitad de su soda acabada—, si así será la cosa, hay que llevarlos al sitio que congrega todo lo mejor que el mundo moderno puede ofrecer: ¡el centro comercial!
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wingzemonx · 1 month
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Monique Devil - Capítulo 08. El Ejército del Cráneo Esmeralda
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Capítulo 08. El Ejército del Cráneo Esmeralda
Las escaleras culminaban en un pasillo angosto de paredes y suelo de piedra, con columnas talladas y un techo bajo que podrían tocar con sus dedos si estiraban la mano hacia arriba. Todo estaba bastante silencioso, salvo por el resonar de sus propias pisadas contra el piso. Y no había ni una sola fuente de luz, adicional a las lámparas de sus tres celulares.
—¿Crees que haya sido construido por alguna civilización antigua? —preguntó Karly curiosa, mientras alumbraba con su luz las paredes y el suelo a su paso—. ¿Quizás los primeros pobladores de Gray Peaks que vivieron aquí antes de la fundación del pueblo?
Monique soltó un pequeño quejido reflexivo.
—No lo sé. Pero creo que es incluso más antiguo que eso, en realidad.
—¿Cómo lo sabes?
—Es más un presentimiento —susurró Monique, sin estar ella misma segura de por qué lo decía.
Todo aquel sitio le provocaba una sensación familiar, aunque no tenía claro el motivo. Durante sus viajes de entrenamiento con su madre o su padre, había conocido muchos lugares antiguos, infestados de secretos y monstruos. Pero ese no se sentía parecido a esos. No percibía peligro, pero tampoco era que se sintiera del todo a salvo. Era en verdad algo muy extraño.
El pasillo por el que caminaban llegaba hasta una habitación cuadrada, con los techos más altos. En la pared justo delante, se podía ver un vivido grabado en la piedra, en el que se distinguían figuras que bien podrían ser personas, monstruos, llamas de fuego y, lo más resaltante de todo, la enorme figura en el centro que asemejaba a un dragón con sus alas alzadas.
Esa imagen de dragón sí que le traía recuerdos, de las lecciones de su padre, y de los dibujos presentes en varios de sus libros.
Había también más de las mismas runas alrededor de aquellos dibujos, que en conjunto era claro que contaban una historia. O, al menos, para Monique resultó bastante claro, por algún motivo.
Sin darse cuenta, se había quedado de pie justo delante del mural, alumbrando poco a poco cada centímetro de éste al tiempo que lo recorría con su mirada.
—¿Estás bien? —preguntó Billy luego de colocarse justo a su costado.
Monique asintió, sin despegar sus ojos del muro.
—Creo que entiendo lo que estos dibujos quieren decir —susurró en voz baja, tomando un poco desprevenido a su compañero.
—Dijiste que no le habías puesto atención a tu padre.
—No, pero…
Guardó silencio, incapaz de poner con palabra lo que sabía o sentía. De alguna manera, sin embargo, Billy aun así lo comprendió.
—¿También es un presentimiento?
Monique volvió a asentir como respuesta.
—Creo que cuenta la historia de tres mil guerreros antiguos, que dieron sus vidas, sus cuerpos y sus almas para así convertirse en el ejército definitivo al servicio de su amo.
—¿Su amo? —inquirió Billy, curioso, pero también preocupado.
—Ese de ahí —indicó Monique, señalando hacia el dragón en el centro del mural—. Tres mil almas perdidas al servicio del Gran Dragón Negro que Devora la Luz.
—¿Dragón Negro?
—Mi padre me ha dicho que una de las cualidades más distintivas del Señor del Mal, es su habilidad para tomar la forma de un enorme Dragón Negro, único en su clase.
Aquello causó una visible reacción de asombro en Billy, que resultó imposible de ocultar.
—¿Crees entonces que eso se refiera a…?
Ahora fue él quien no completó su frase, y Monique la que pese a eso lo comprendió.
—Bueno, ya que la puerta se abrió cuando la toqué… es una posibilidad —contestó la joven de cabellos azules, mientras contemplaba atenta su propia mano.
Su padre le había explicado que existían objetos, lugares y seres que reaccionaban a la magia del Señor del Mal y a su cercanía. Como había dicho, esa no era la primera vez que algo reaccionaba con tan sólo tocarlo, pero casi siempre eran cosas que su padre tenía guardadas en su baúl, o cosas que encontraban durante sus viajes a lugares remotos. Nunca algo construido en el parque a una cuadra de su casa.
¿Qué era ese sitio? ¿Por qué estaba ahí? ¿Era sólo una coincidencia que estuviera tan cerca de su nuevo hogar…?
—Oigan —escucharon que Karly pronunciaba con fuerza, con un pequeño temblor en su voz—. Creo… que encontré a las tres mil almas sacrificadas.
Ni Monique ni Billy supieron en primera instancia a qué se refería. Karly se había aproximado a una abertura en una pared lateral, que al parecer llevaba a una habitación adyacente. Estaba de pie un par de pasos dentro de aquella habitación, y alumbraba hacia el interior con su teléfono. Su postura era tensa y nerviosa.
Ambos se aproximaron para intentar ver qué era lo que había causado tal reacción en ella; era bastante inusual verla tan silenciosa y quieta. Sin embargo, en cuanto se pararon a su lado y alumbraron también hacia lo que ella veía, no tardaron mucho en no sólo comprender su reacción, sino incluso compartirla…
—Santos Infiernos… —pronunció Monique, atónita.
Lo que se extendía ante ellos hacia donde alcanzaba a alumbrar sus lámparas eran hileras de figuras humanoides, todas de pie una a lado de la otra, totalmente quietas, como una larga formación de soldados aguardando firmes a su siguiente instrucción. Nada más que estos soldados no tenían ni cara, ni ojos, ni cabello, de piel… De hecho, todos eran sólo huesos: miles de esqueletos de huesos color verdoso brillante, vistiendo vestigios de petos, cascos, botas y guanteletes, y armados con hachas, espadas y lanzas oxidadas y viejas.
Las cuencas de sus cráneos se encontraban vacías, sólo pozos oscuros sin nada que apreciar en ellos. Y, aun así, se sentía como si cada uno de esos esqueletos los estuviera viendo atentamente.
—Por favor, dime que no son reales —masculló Karly, colocándose por reflejo detrás de Monique en busca de refugio—. Dime que sólo son estatuas.
—Sí, es lo más probable… ¿verdad? —musitó Monique, no del todo convencida.
No podía contar si en efecto eran tres mil, pero en efecto parecía concordar con la descripción del mural: guerreros antiguos que dieron su vida para servir a su amo. Pero no podían ser esqueletos reales… ¿o sí?
—¿No creen que ahora sí es momento de irse? —insistió Billy, intentando ocultar sus nervios detrás de un tono firme.
Monique estaba más que dispuesta en secundarlo, y en parte Karly también. Pero antes de hacerlo, necesitaba hacer una cosa primero.
—Un segundo, quiero al menos tomarles una fotografía —indicó mientras sujetaba su celular con ambas manos al frente y activaba su cámara con flash.
—¿En serio? —le cuestionó Billy con tono de recriminación.
—Oye, ¿quién nos creerá que encontramos algo como esto sin evidencias?
Dando por hecho que dicha explicación resultaba suficiente, enfocó su cámara justo en el rostro de uno de los esqueletos.
—Bueno, chicos. Digan whisky…
En el momento en el que presionó el botón para tomar la foto, y el flash alumbró el cuarto… a través de la pantalla de su teléfono pudo ver como aquel cráneo comenzaba a moverse.
—¡Ah! —exclamó Karly en alto, y rápidamente volvió a refugiarse detrás de Monique.
Los tres se pusieron rápidamente en alerta, pues al parecer no había sido sólo ese esqueleto el que comenzó a moverse: uno a uno, cada uno de aquellos soldados sin piel comenzaron a agitar sus extremidades como si las estuvieran desentumiendo. Y en aquellas cuencas, hasta hace un segundo vacías y oscuras, comenzaron a encenderse dos brillantes fulgores verdosos, como las llamas de una vela o la luz de una luciérnaga.
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—No puede ser —musitó Billy, perplejo.
Monique, por su parte, no dejó que la impresión la dominara, y rápidamente dio paso al frente.
—¡Quédense atrás de mí! —les ordenó a sus amigos, y de inmediato, del interior de su mochila, jaló su espada incogible que se alargó al momento de agitarla hacia un lado, como había hecho aquella tarde en la escuela.
—¿Siempre traes eso contigo? —preguntó Billy, confundido.
—¡¿Qué importa?! —exclamó Karly en alto—. ¡Mátalos a todos, Monique!
—Creo que ya están muertos —señaló Billy con voz irónica.
Los esqueletos alzaron sus rostros, y sus vistas vacías se enfocaron justo en ellos. Armas en mano, comenzaron a avanzaron con pasos lentos pero firmes en su dirección. Monique sostuvo su espada firme delante de ella, e intentó mantenerse lo más serena posible, frente a la situación tan apremiante.
Se estaban acercando cada vez más, hasta comenzar a rodearlos. Eran muchísimo; fácil tres mil como decía el mural. Nunca se había enfrentado a tantos monstruos al mismo tiempo, pero… al final eran sólo esqueletos, ¿no? ¿Qué tan peligrosos podrían ser…?
—¡Mejor corran! —gritó Monique en alto, y sin necesitar más indicación los tres se giraron hacia la puerta, con la clara intención de correr hacia afuera. Sin embargo, al menos cinco e esos esqueletos se movieron bastante más rápido, cortándoles el camino.
Monique soltó una de sus maldiciones silenciosas, y se puso de inmediato en guardia una vez más. Al parecer no tendría de otra más que pelear, después de todo. Sin embargo, en el momento justo en el que se disponía a dar el primer golpe, los esqueletos se detuvieron al mismo tiempo, a un metro de ellos. Y de nuevo, el silencio lo cubrió todo.
—¿Y ahora qué? —murmuró Karly nerviosa, pegándose más hacia Monique en busca de su protección.
El silencio se prolongó por varios segundos más, hasta que de pronto uno de aquellos esqueletos avanzó, y Monique rápidamente se lanzó hasta colocarse delante de él, con su espada alzada ante ella. Era alto, y usaba un casco con cuernos, una robusta armadura, y una capa roja toda rota y llena de agujeros.
—¡Tú! —pronunció en alto, con una voz grave y rasposa, mientras la señalaba directamente con uno de sus dedos huesudos.
—¿Yo? —masculló Monique, con desconfianza.
—Tú eres quién nos ha despertado de nuestro largo sueño, ¿no es cierto?
Monique parpadeó un par de veces, confundida.
—Ah… no… digo, ¿sí? —susurró dubitativa. En realidad, no estaba segura si había sido ella o no, pero con ese asunto de las cosas que reaccionaban a su presencia o toque, nunca se podía estar del todo seguro—. Tal vez… ¿Quiénes…?
—¡Nosotros somos el Ejército del Cráneo Esmeralda! —exclamó el mismo esqueleto, su voz retumbando como un rayo en el eco de la cueva.
—¡El Ejército del Cráneo Esmeralda! —le secundaron de pronto las miles de voces de los otros esqueletos, resonando con aún más fuerza.
—Yo no diría que su color es esmeralda, sino más bien un verde jade… —indicó Karly, con tono de crítica.
—Silencio, Karly —le reprendió Billy, mirándola sobre su hombro. La situación estaba demasiado tensa como para permitirse que ella soltara sus comentarios.
El primero de aquellos esqueletos que habló siguió entonando sus palabras al aire, como si de una proclamación se tratase.
—Somos el ejército definitivo del Fin del Mundo, la fuerza de destrucción y cambio más grande que haya existido. Hemos estado durmiendo durante siglos, hasta que se nos fuera llamados a cumplir nuestro inamovible destino de marchar a las órdenes de nuestro único e inexpugnable amo; el legítimo gobernante del Mundo y del Submundo, aquel que devora la luz, quien destruirá todo para reconstruirlo de las cenizas…
—Por favor, no lo digas —susurró Monique en voz baja a modo de súplica—. Por favor, no lo digas…
—¡Nosotros somos los fieles servidores del Señor del Mal!
—¡Larga vida al Señor del Mal! —replicaron los demás esqueletos con ahínco, e incluso todos golpearon el suelo fuertemente con sus pies.
—Me lo temía… —masculló Monique con pesar. Bajó su espada, y pegó una mano contra su rostro, como signo de frustración. Era increíble que de nuevo una de esas tonterías estuviera pasando. Ella sólo quería ir al parque con sus amigos…
—Oh, pues… eso es grandioso —indicó Karly, atreviéndose tras oír eso a salir de su escondite detrás de Monique—. La persona que esperaban, es ni más ni menos que ella —añadió, extendiendo un brazo hacia su amiga a modo de presentación.
—Karly —pronunciaron Monique y Billy al mismo como reprimenda, pero ya era demasiado tarde.
Las miradas verdosas de todos los esqueletos se fijaron sin excepción en Monique que, por supuesto, su falta de gusto por ser el centro de atención incluía serlo para tres mil esqueletos recién despertados, armados, y quizás un poco locos...
—¿Eres tú a quién estábamos aguardando? —le cuestionó el primero de los esqueletos con vehemencia—. ¿Eres tú el Todopoderoso Señor del Mal?
—Pues… —titubeó Monique, colocando una mano atrás de su cabeza—. Depende de a quién le preguntes…
Aquella fue suficiente afirmación.
—¡Hermanos míos! —proclamó en alto el primero de los esqueletos, girándose hacia el resto—. ¡Nuestro momento al fin ha llegado! El Señor del Mal nos ha invocado a su presencia.
—Yo no… —intentó explicarse Monique, pero para ese punto nadie la escuchaba.
—¡¡Salvé nuestro Gran Señor del Mal!! —exclamaron todos los esqueletos al unísono, y luego se arrodillaron en el suelo con la cabeza agachada en absoluta señal de respeto.
—Señora, por favor —les contradijo Karly, aunque luego pareció pensarlo mejor dos veces—. Aunque esperen, ¿prefieres “Señor” o “Señora”? —inquirió girándose hacia Monique—. Creo que nunca te lo pregunté.
—¿Qué? —exclamó Monique, un tanto perdida—. Pues, creo que Señora, pero…
—¡¡Salvé nuestra Gran Señora del Mal!! —proclamaron todos los esqueletos de nuevo con la misma pasión de antes.
—En realidad, me llamo Monique.
—¡¡Salvé Monique!!, ¡¡nuestra Gran Señora del Mal!!
—Sí, mucho mejor... —suspiró la joven, ya para ese punto resignada.
Eso no iba a terminar nada bien…
—¿Les puedo tomar otra foto a tus esqueletos? —le preguntó Karly al oído, mientras Monique para ese punto ya estaba un tanto desconectada de la situación.
— — — —
Mientras todo aquello ocurría, en casa Harold y Amanda continuaban cada uno enfocado en lo suyo: él leyendo lentamente el periódico recostado en el sillón, mientras Amanda hacía sus ejercicios a unos cuántos metros de él. En un momento, sin embargo, tras estirarse quizás de más, Amanda sintió un ardor en su cuello y hombro que para cualquier otro hubiera resultado casi paralizante; para ella, sin embargo, era sólo un poco molesto.
—Harold, deja ese periódico un momento —le pidió a su esposo, parándose a un lado del sillón. Con una de sus manos se tallaba la zona adolorida—. Creo que me torcí el cuello, necesito que me masajees el músculo esternocleidomastoideo para aliviarlo.
—Un segundo, querida —indicó Harold, sin apartar su mirada del artículo que estaba leyendo—. Estoy terminando de leer la sección de espectáculos. No creerás de quién es el hijo de...
Amanda colocó dos dedos sobre el periódico en las manos de Harold, y lo empujó por completo hacia abajo para así obligarlo a mirarla a los ojos. Y, en especial, para que notara la expresión de su rostro que dejaba muy claro que la “petición” era para ya, no para dentro de “un segundo”.
Una sonrisilla nerviosa se dibujó en los labios del Sr. Devil.
—Claro, enseguida —pronunció con apuro, y de inmediato se sentó derecho en el sillón para darle espacio. Amanda se sentó a su lado, dándole la espalda—. ¿Dónde te duele? —le preguntó mientras comenzaba a recorrerle su cuello y hombros con sus largos dedos, explorando con meticulosidad sus músculos. Detectó en un momento como su esposa se estremecía ligeramente y soltaba un pequeño quejido en cuanto pasó por una zona específica—. Ah, justo aquí, ¿verdad?
Comenzó entonces a masajearle esa parte con sumo cuidado y precisión. Amanda comenzó a soltar más quejidos, pero estos ya no eran precisamente de dolor.
—Ah, sí —susurró la Sra. Devil con un tono placentero, permitiéndose además cerrar los ojos para poder percibirlo todo mucho mejor—. Tienes dedos mágicos para esto.
—Oh, en más de un sentido, cariño —pronunció Harold con ligera jactancia—. ¿Qué te parecen los amigos de Monique? —preguntó de pronto sin detener su masaje.
—No lo sé —respondió Amanda, encogiéndose hombros—. Son un poco raros.
Harold soltó una carcajada divertida.
—Sí, algo. Pero son los primeros que Monique invita a la casa… o los primeros que se atreven a venir. ¿No es genial que se haya podido adaptar tan rápido?
—Bueno, siempre ha sido una chica fuerte y lista, que sabe adaptar su estrategia ante cualquier combate o giro movimiento inesperado de su enemigo. Es una cualidad que he intentado fortalecer en ella durante nuestro entrenamiento.
—Todo es un combate para ti, ¿cierto? —masculló Harold, esbozando una pequeña sonrisilla burlona, aunque ella no pudiera verla en ese momento.
—La vida entera es un combate —declaró Amanda con firmeza—. Eso incluye la escuela, el trabajo, las relaciones sociales, y los amigos.
—Debiste ser el alma de las fiestas cuando eras joven.
—No lo sé, nunca fui a ninguna. Estaba muy ocupada entrenando.
—Me lo imaginaba —susurró Harold muy despacio de forma disimulada—. Bueno, a mí me alegra que Monique haya podido al fin hacer amigos. Y si pudo hacer dos, estoy seguro de que podrá hacer muchos más, ¿no crees?
—Si, supongo que sí.
Y como invocada por su conversación, ambos escucharon en ese momento como la puerta principal se abría, y unos pasos cautelosos se aproximaban hacia ellos, hasta pararse justo detrás del sillón. Ellos no la miraron directamente (en un inicio), pero no tuvieron problema en identificar que se trataba justo de su hija.
—Ah, papá, mamá —masculló Monique despacio, con un pequeño dejo nervioso—. ¿Pueden Karly, Billy y… unos tres mil amigos nuevos quedarse a cenar?
—Seguro, querida —respondió Harold sin pensarlo mucho, estando aún más concentrado en el masaje al cuello de Amanda—. ¿Ves? ¿Qué te dije? Ya hizo…
Y en ese momento tanto Harold como Amanda terminaron de procesar y entender lo que su hija acababa de decir, y su reacción inmediata fue igualmente la misma.
—Espera, ¿qué dijiste…? —masculló Harold sobresaltado, y tanto él como Amanda se giraron a mirar a Monique, a sus dos amigos de la escuela de pie unos cuántos metros detrás de ella… y a los miles de esqueletos de huesos verdes, armaduras y espadas parados en el vestíbulo, y desperdigados por el jardín frontal y la calle.
—¡Maldición! —exclamó Amanda con aprehensión, y rápidamente saltó el sillón y avanzó hasta colocarse entre Monique, su esposo, y aquellos esqueletos—. ¡Quédense detrás de mí…! Auh… —El dolor de su cuello se hizo de nuevo presente, recordándole que estaba ahí, pero se sobrepuso rápidamente, adoptando una posición defensiva, pero más que lista para atacar. Los esqueletos parecieron detectar su intensión, y de inmediato tomaron sus armas en alto, listos también para el ataque.
—Está bien, mamá —declaró Monique, colocándose delante de ella rápidamente, con sus brazos extendidos hacia los lados de forma protectora—. Sé cómo se ve, pero no son peligrosos… creo.
—¿Cómo que no son peligrosos? —exclamó Amanda, escéptica—. ¿Qué son estas criaturas exactamente…?
—No puedo creerlo —exclamó Harold totalmente atónito, con sus ojos y su boca bien abiertos. Se levantó lentamente del sillón, le sacó y la vuelta y avanzó hacia los esqueletos, contemplándolos detenidamente, en especial al más cercano que inspeccionó de arriba a abajo repetidas veces, como queriendo cerciorarse de que estaba viendo bien—. ¡Son el ejército del Cráneo Esmeralda!
—Sí, creo que así dijeron que se llamaban —murmuró Monique, insegura.
—¡¿Cómo es posible?! ¡Pasé años enteros buscándolos! Recorrí el mundo, busqué en todos los lugares posibles, ¡y jamás los encontré! ¡Ni siquiera una pista de la ubicación en el que fueron sellados!
—Pues los encontramos en un templo subterráneo secreto debajo del parque de la esquina —indicó Karly sin mucho problema, señalando con un dedo hacia la puerta.
Aquella revelación tomó un tanto desprevenido a Harold.
—Ah, ¿sí? —susurró confundido—. Bueno, supongo que busqué en todos los lugares posibles… menos ahí.
—¿De qué se trata esto, Harold? —cuestionó Amanda con tono tajante, cruzándose de brazos—. ¿Ahora que nueva locura del Señor del Mal has traído a nuestra casa?
—Oye, esta vez fue Monique —respondió Harold defensivo, señalando con sus dos dedos índice hacia su hija.
—Bueno, no es mentira —murmuró la joven de cabellos azules, cabizbaja.
—Quién haya sido —espetó Amanda con tono autoritario—. Quiero que alguien me expliqué qué son estas cosas —exigió señalando con una mano hacia el montón de esqueletos en la puerta.
—No son ningunas “cosas”, Amanda —le corrigió Harold con vehemencia—. Y no son tampoco cualquier ejército: son el ejército más poderoso de todo el Submundo, las mayores fuerzas armadas al servicio del Señor del Mal. Tres mil guerreros que hace siglos dieron sus vidas y sus almas en un ritual prohibido, para convertirse en soldados eternos incapaces de morir, y así poder servir a cada nuevo Señor del Mal. La leyenda dice que fueron sellados hace mucho en una locación secreta, aguardando el día en que su amo los despertara y los invocara a la batalla.
—¿Su amo? —murmuró Amanda, arqueando una ceja, inquisitiva—. ¿Es decir…?
Volteó a ver directo a su hija, que se sobresaltó un poco asustada al sentir esos ojos acusadores posados en ella.
—Monique, ¿tú despertaste este montón de huesos ambulantes? —le cuestionó con marcada molestia en su tono.
—Fue un accidente —respondió Monique rápidamente—. No hice nada, sólo toqué una piedra y me acerqué de más… ¡no controló cuando pasan estas cosas!
Amanda suspiró con pesadez.
—Tranquila, querida. No te culpo a ti… sino a tu padre —masculló despacio, mirando de reojo a Harold. Éste, sin embargo, parecía más embriagado por el inmenso orgullo que le inundaba el pecho en esos momentos.
—¿Tú despertaste al Ejército del Cráneo Esmeralda sola? —susurró despacio al borde del llanto—. Oh, mi pequeña… eso quiere decir que tus poderes se han vuelto mucho más fuertes de lo que me esperaba. Sabía que esto pasaría conforme más te acercaras a tu cumpleaños dieciséis, pero no creí que fueras capaz de hacer algo como esto tan pronto. Estoy tan orgulloso de ti…
Recorrió sus dedos por la comisura de su ojo derecho, limpiándose las lágrimas que amenazaban con escaparse.
—Papá —susurró Monique entre dientes—. No frente a mis amigos, por favor… —añadió mirando sobre su hombro hacia Karly y Billy.
—Pero esto es grandioso —señaló Harold con firmeza, avanzando de nuevo hacia el grupo de esqueletos, que lo observaron en silencio—. Tienes ahora en tu poder una ventaja enorme con la que ni yo, ni tu abuela, ni tu bisabuelo contamos. Con esto tu triunfo está casi asegurado. De haber tenido a estos chicos a mi mando hace dieciocho años, ¡jamás hubiera sido derrotado! ¡Seguiría siendo el Gran Señor del Mal y mi reino habría sido eterno…!
—Ahem —pronunció Amanda con sequedad, pero con la suficiente fuerza para hacerse notar. Al girarse a mirarla, Harold notó como su esposa lo observaba con la mirada afilada, y sus brazos cruzados, claramente desaprobando cada una de sus palabras.
—Y… no me hubieras hecho el hombre más feliz del mundo al convertirte en mi esposa, querida —masculló el Sr. Devil, esbozando una amplia, y un poco nerviosa, sonrisa.
—Me encanta esta mujer —le susurró Karly despacio a Billy a su lado—. Es claro quién manda en la relación.
Billy no respondió, pero por supuesto había notado sin problema lo mismo que ella.
—Bien, ya no importa —masculló Amanda, adoptando una postura más segura—. Monique —pronuncio con fuerza, girándose hacia su hija, que de inmediato se sobresaltó y se paró firme por mero reflejo—. Ya que tú despertaste y trajiste estas criaturas a casa, ahora te toca tomar responsabilidad de ellas.
—¿Es decir… sacarlos a pasear y darles de comer? —susurró Monique, dubitativa.
—No —respondió Amanda de forma contundente, al tiempo que se dirigía hacia el armario del vestíbulo. Y tras indagar en su interior unos segundos, salió de éste cargando en sus manos una enorme y afilada hacha—. Tienes que destruirlos antes de que causen algún daño —indicó al mismo tiempo que le arrojaba el hacha, y Monique se apresuraba a ataparla en el aire con ambas manos.
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—¡¿Qué?! —exclamaron sorprendidos Harold y Monique al mismo tiempo.
—No, no haré tal cosa —respondió Monique, apremiante—. Son inofensivos, de verdad.
—¿No oíste a tu padre? Son la mayor fuerza del Submundo. No podemos dejar que caigan en manos equivocadas.
—Pero, Amanda —intervino Harold en ese momento—, no hay peligro de eso. Ellos son leales únicamente al Señor del Mal, y a nadie más.
—Con más razón se deben eliminar. Encárgate, Monique. Será una lección valiosa para ti.
—Pero, mamá…
—Sin peros —espetó Amanda con voz categórica, sin dejar lugar a la negociación, como era usual en ella—. Ahora —susurró colocando una mano de nuevo en su cuello—, necesito hielo para esto…
Dicho lo que tenía que decir, se dirigió con paso tranquilo en dirección a la cocina.
—¡Espera! ¡Amanda! —exclamó Harold con preocupación, siguiéndola de cerca—. Hablemos de esto un segundo primero…
Monique los vio alejarse hacia la cocina, y supo que su padre intentaría convencerla de que cambiara de opinión… muy seguramente sin obtener ningún resultado. Por su parte, ella se quedó ahí de pie en la sala, apretando entre sus dedos el mango de madera de la enorme hacha en sus manos.
—Vaya, qué intenso —susurró Billy con pesar, aproximándose hacia su amiga.
—Y, ¿qué harás ahora? —le preguntó Karly a continuación, parándose a lado de ella.
Monique no tenía una respuesta. De momento sólo se giró a mirar a los tres mil esqueletos verdes en la entrada de casa, que la observaban expectantes, esperando que su “ama” les diera algún tipo de orden.
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Monique Devil - Capítulo 07. Jugar en el Parque
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Capítulo 07. Jugar en el Parque
Ese “otro día” en el que habían quedado para que Karly y Billy visitaran la casa de Monique, resultó ser justo el domingo siguiente. La razón, o al menos la excusa que habían usado, era hacer la tarea de matemáticas. Y de los tres, era claro que Karly era la que más necesitaba ayuda, pues parecía tener problemas incluso con el álgebra básica. Por suerte Monique era relativamente buena en el tema, y también tenía bastante paciencia… hasta cierto punto. Y Karly estaba peligrosamente rozando dicho punto
Para ese momento, un poco después del mediodía, ya llevaban más de una hora dándole vueltas al mismo problema. Los tres estaban sentados en la mesa del comedor de Monique, con Karly a lado de ésta, ambas inclinadas sobre el cuaderno, para ese momento lleno de anotaciones y ecuaciones de todos los intentos que habían hecho para que Karly entendiera cómo resolver el problema. Billy, por su parte, gran parte de ese tiempo se la había pasado sentado en su silla, concentrado en la pantalla y botones de su consola de videojuegos. Ni siquiera se había tomado la molestia de llevar sus libros consigo, o al menos fingir que estudiaba.
—Y entonces —suspiró Monique con cansancio, mientras escribía en el cuaderno—, pasas este número para acá, divides todo lo que ya tenías entre éste… Y listo, X es igual a 45. ¿Entendiste?
Karly observó el cuaderno delante de ella con expresión somnolienta. Parpadeó dos veces de forma lenta, y entonces pronunció:
—Para nada…
Monique soltó un largo quejido, y dejó caer su frente, pegándola contra la hoja de su cuaderno.
—No te ofendas —masculló Monique sin alzar la cabeza—, pero para ser alguien cuya misión es cambiar los estereotipos con los que vives y te etiquetan, no estás haciendo mucho esfuerzo en demostrar que puedes ser buena en matemáticas.
—¡No me regañes! —exclamó Karly molesta, aunque también algo apenada, girándose hacia un lado—. Tengo suficiente con la Srta. Cereza, el director, mi abuela, mi niñera…
—¿Tienes niñera? —preguntó Monique con curiosidad, separando su rostro del cuaderno para mirarla.
—¡No puedo creer que estemos pasando esta linda tarde de domingo haciendo tarea! —exclamó Karly en alto llena de frustración, mirando en dirección a la ventana del comedor desde el cual podía apreciarse el día soleado y templado que había afuera.
—Dilo por ti —masculló Billy desde su asiento, sin apartar la vista de su videojuego—. Yo terminé toda mi tarea ayer.
—Qué mentiroso eres —lo acusó Karly con voz grave—. ¿Quién hace su tarea en sábado?
—Yo también la terminé ayer —indicó Monique, tomando por sorpresa a su nueva amiga—. Sólo estamos haciendo esto porque dijiste que ocupabas ayuda.
Karly suspiró con pesadez, y se talló sus ojos con sus dedos, en una pose casi sobreactuada de frustración. Como si fuera ella la que hubiera pasado una hora intentando explicar algo, y ellos fueran los que no le entendían.
—¿No era claro que con “necesito ayuda con mi tarea”, me refería a que “tú” me ayudaras con mi tarea? —comentó con tono de complicidad, además de acompañar sus palabras con un nada discreto guiño de su ojo derecho.
—Eso estoy haciendo —respondió Monique confundida, apuntando hacia el cuaderno frente a ella.
Una expresión de fastidiosa incredulidad adornó el rostro de Karly. Era claro que la doble intención de sus palabras la había pasado de largo.
—¿Qué no ves mi guiño? —masculló entre dientes, señalando a su ojo y volvió guiñar como antes. Monique siguió claramente sin entender—. Bien, tendré que ser directa.
Karly sacó rápidamente del interior del bolsillo de su chaleco un pequeño fajo de billetes rosados con la cara del rey impresa en ellos, y comenzó a contarlo con los dedos, extrayendo dos de cinco.
—Te doy diez lucenios si me haces la tarea.
—¡¿Qué?! —exclamó Monique en alto, casi sonando horrorizada por lo que acababa de escuchar.
Billy soltó un largo bufido al aire en ese momento.
—Típico de Karly.
—Si no ayudas no digas nada, Billy —musitó la chica rubia, volteándolo a ver sobre su hombro—. Y si tú no viniste a hacer tarea, ¿qué haces aquí entonces?
—Claramente vine a ver cómo era el supuesto antiguo Señor del Mal —respondió sin titubeo alguno—. Pero… admito que no es lo que me esperaba.
Dicho eso, se giró hacia un lado, en dirección a la sala de estar de la casa. Ese día, tanto Harold como a Amanda les tocaba descansar, por lo que cada uno pasaba la tarde de domingo a su modo: Harold recostado en el sillón grande de la sala con ropa cómoda, además de su eterna capa, mientras leía el periódico local minuciosamente; artículo por artículo. Amanda, por su parte, había movido la mesa de centro de la sala y colocado su tapete de yoga, y practicaba algunos movimientos de estiramiento y meditación.
—Oye, querida, mira —pronunció Harold de pronto con asombro dese detrás del largo periódico que sostenía—. Parece que subirá el precio de los aguacates esta semana.
—¿Y? —masculló Amanda, estando totalmente abierta de piernas en el centro, y con su torso doblado hacia el frente con asombrosa elasticidad—. Nosotros no comemos aguacate.
—Ah, es cierto…
Dicho eso, Harold cambió tranquilamente de página.
—Tiene mejores días —susurró Monique despacio, al percibir la decepción de Billy—. Hoy es su día de descanso, así que…
No era la primera persona en decirle que su padre, pese a su piel gris, sus cuernos y su capa… en realidad no tenía rasgo alguno de haber sido hace algunos años un malvado y poderoso demonio que estuvo a nada de conquistar el mundo entero. La propia Monique muchas veces lo dudaba también.
—No sabía que aún había alguien que leyera el periódico —comentó Karly, echándole también un vistazo al Sr. Devil—. Creí que sólo los hacían para que las personas los usaran como baños para sus mascotas.
—Papá prefiere leer todo a la manera tradicional —indicó Monique—. No cree mucho en la tecnología.
—Entonces que no vea el Game Station de Billy —indicó señalando con su pulgar hacia la consola de su compañero de clases—. Como sea, ¿qué dices entonces, Monique? —insistió, incluso haciéndole unos coquetos ojos de súplica. Monique, sin embargo, no cayó en el truco.
—No haré tu tarea, Karly. Y menos por dinero.
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—Creí que eras la Señora del Mal —farfulló Karly, molesta—. ¿Qué te cuesta una pequeña travesura entre amigas de vez en cuando? No te estoy pidiendo que mates a alguien o me robes un auto… ¿podrías robarme un auto?
—No —respondió Monique, tajante—. Y no soy… la Señora del Mal, ¿de cuerdo? Vamos terminemos con esto, y luego podemos… ir al parque a jugar.
—¿Al parque a jugar? —repitió Karly con voz suspicaz, arqueando una ceja—. No me digas. ¿Y podremos deslizarnos por la resbaladilla y subirnos a los columpios? —comentó con marcada ironía.
— — — —
Una hora después, y ya con su tarea (más o menos) terminada, Karly se encontraba justamente montada en uno de los columpios del parque cercano a la casa de Monique, y se mecía frenética hacia adelante y hacia atrás, alcanzando una considerable altura, al ritmo de sus gritos de emoción.
—¡Superen esto, mocosos! —pronunciaba en alto con todas sus fuerzas, mientras mecía su cuerpo en el columpio de un lado a otro, ante las miradas atónitas y sorprendidas de los niños debajo de ella, que seguían con sus ojos el movimiento de péndulo de su columpio.
Mientras Karly se entretenía con eso, Monique y Billy hacían fila no muy lejos de ahí para comprar paletas heladas. Desde su posición, miraban un tanto sorprendidos a su compañera que, de hecho, parecía ser realmente buena para merecerse en ese columpio: casi parecía que estuviera a punto de darse la vuelta completa por un momento.
—Creí que estaba siendo sarcástica cuando dijo lo de los columpios —indicó Monique, extrañada.
—De seguro ella también lo creía así —respondió Billy, encogiéndose de hombros—. No te tomes tan en serio las cosas que dice. Yo dejé de hacerlo hace rato.
Un par de minutos después, el vendedor le entrego a cada uno una paleta; a Monique una de mora azul, y a Billy una de uva.
—Es un parque muy bonito, en realidad —comentó Monique, mientras lamía su paleta y miraba curiosa a su alrededor—. Es la primera vez que vengo.
—¿De verdad? Pero si vives a una cuadra.
En ese momento pudieron ver cómo estando suspendida en lo más alto por un momento, Karly se soltó del columpio, y aprovechando el impulso que llevaba se lanzó hacia el frente. Eso los puso nerviosos a ambos, y Monique por un momento tuvo el reflejo de lanzare y atraparla. Sin embargo, haciendo alarde de las que debían ser sus sobresalientes dotes de animadora y gimnasta, la muchacha junto sus brazos contra su cuerpo, dio una maroma completa, y luego cayó sobre sus pies en el suelo con completa naturalidad. Una vez en tierra se irguió y alzó sus brazos al aire, lista para recibir los aplausos y gritos de asombro de todos los niños que la veían, y también de algunos de sus padres.
Monique suspiró aliviada. Se permitió entonces dar otra probada más de su paleta, y responder el comentario anterior de Billy.
—Sí, bueno… llevamos poco en esta ciudad, y mi madre insiste en ir a uno que está como a cuatro kilómetros de aquí para entrenar. Así que nunca había tenido oportunidad de pasear por éste.
Billy asintió, agachó su mirada y probó también su paleta en silencio. Se le veía un tanto pensativo; quizás demasiado.
—Tus padres… —murmuró el muchacho tras un rato, jalando la atención de su compañera—. Sí que son diferentes. Resulta raro que hayan terminado juntos… dada su historia, ¿no crees?
Monique torció su boca en un gesto reflexivo, y miró hacia el cielo intentando pensar en cómo responder a esa pregunta. ¿Qué resultaba raro de que el antiguo Señor del Mal se enamorara y se casara con justo la heroína que lo había derrotado y quitado sus poderes? Sí, definitivamente lo era un poco… Y pese haber escuchado la historia decenas de veces, ella tampoco tenía del todo claro cómo era que había ocurrido.
—No es tan raro, en realidad —escucharon de pronto que Karly intervenía, antes de que Monique pudiera responder algo. Se aproximaba hacia ellos por un costado, mientras se tallaba sus manos entre sí. Luego, sin decir nada, le arrebató de un manotazo su paleta a Billy de las manos, y la dirigió a su boca—. Es un clásico “Enemies to Lovers” en toda regla —declaró justo antes de que Billy pudiera decirle algo como queja—. Dos individuos de bandos contrarios, destinados desde su mero nacimiento a combatir el uno con el otro. Todos esos sentimientos de ira, odio y resentimiento que sienten por el otro, son tan intensos como el fuego mismo. Y con cada intercambio de miradas, la tensión entre ambos sólo crece y crece, hasta que ya no pueden más, y ésta explota…
—No necesito plasmar esa imagen de mis padres en mi cabeza, por favor —suplicó Monique, apremiante.
Karly se encogió de hombros, y se metió de nuevo la paleta en su boca.
—Si sabes que eso tiene mis babas, ¿verdad? —indicó Billy, señalando la paleta.
—Siento decepcionarte, Billy, pero no existen los besos indirectos —susurró Karly, indiferente a su comentario.
—No lo decía por… Olvídalo —suspiró con resignación.
Monique miró aquella curiosa interacción, un tanto confundida.
Los tres comenzaron a caminar por el camino de cemento del parque, alejándose poco a poco del área de juegos, y de la que era quizás la parte más concurrida del parque.
—¿Y cómo conoces ese término si dijiste que no te gusta leer? —preguntó Monique de pronto, llena de curiosidad, mirando a Karly.
—¿Cuál término?
—“Enemies to Lovers”. Es un tropo de literatura, en especial la juvenil y romántica.
—Claro que no —respondió Karly rápidamente, sonando incluso algo defensiva—. Es un tropo de películas y series. Yo sé de lo que hablo; algún día seré actriz.
—¿En serio? —preguntó Billy, sorprendido—. Nunca lo habías mencionado.
—No te lo cuento todo, Billy. Te recuerdo que el que te la pases pegado a mí, no implica que estemos saliendo.
«¿Están seguros de eso?» pensó Monique, siendo de hecho una pregunta que en más de una ocasión le había cruzado por la mente.
—Además, la actuación está en mis venas —añadió Karly con orgullo—. Mi bisabuela fue actriz, y participó en múltiples películas hace como… setenta años o algo así… No importa, el caso es que fue muy famosa en sus tiempos.
—¿De verdad? —exclamó Monique, sorprendida, y ciertamente emocionada—. ¿En qué películas actuó? ¿Conozco alguna?
—Oh, fueron grandes éxitos —señaló Karly con entusiasmo—. Como “El Ataque de los Tomates de Marte”; “La Invasión de los Cabeza de Lechuga”; “Las Papas Vampiro que Vinieron del Otro Lado del Mar”; y la mejor de todas: “Mi Padre es una Berenjena Comunista”.
—¿Todas son sobre verduras monstruo? —preguntó Monique, un tanto desconcertada.
—Y frutas. Era un género muy popular en esa época.
—A mí me suenan a títulos de puras películas viejas de bajo presupuesto, que no vería ni por cable —indicó Billy con cierto desdén.
—¿Tú qué sabes? —exclamó Karly con molestia, girándose hacia él como un látigo—. ¿Cómo esperar que alguien cuya percepción del arte se limita a lo que ve en la pantalla de su Game Station, entienda la finura del cine clásico?
—Discúlpame por no estar tan familiarizado con el “fino” género de los vegetales asesinos del espacio.
—Te disculpo.
—No era una…
—Oigan, ¿qué es eso? —exclamó Monique en alto, señalando rápidamente hacia un lado. Su intención era más que nada llamar su atención a otra cosa, y cambiar el tema antes de que se volviera una pelea real.
Sin embargo, cuando se enfocó más en lo que había elegido señalar, rápidamente se dio cuenta de que de hecho sí era algo extraño.
A unos diez metros del camino por el que caminaban, y sin nada más a su alrededor más que los frondosos árboles, se encontraba lo que parecía ser algún tipo de ruinas. Eran cinco altas columnas de diseño antiguo, estando dos de ellas derruidas hasta casi la mitad. La vegetación había crecido entorno a ellas, y aún desde su posición se distinguían los colores de diferentes grafitis que la gente había estado dibujando sobre ellas.
—No sé qué sea —respondió Karly, curiosa—. Vamos a ver.
Antes de recibir respuesta, Karly comenzó a avanzar rápidamente hacia las misteriosas ruinas, y sus amigos rápidamente la siguieron.
De cerca era más claro lo viejo y derruido que era aquello. Pero, además, también se volvió evidente que lo que fuera que estaba ahí antes no siempre fueron esas columnas, pues había vestigios de unas escaleras, y quizás un barandal de piedra. Parecía algún tipo de quiosco, pero era difícil adivinarlo tomando como pista sólo lo que veían.
—¿Es algún tipo de monumento? —preguntó Monique con curiosidad, mientras recorría con sus dedos la superficie de una de las columnas.
—Si acaso lo era, no tengo idea de alusivo a qué se supone que sería, exactamente —comentó Billy detrás de ella—. No concuerda con el resto del parque, ¿no? Es como si no perteneciera a este sitio.
—Bueno, tenemos algo en común —comentó Monique con ligero humor en su tono, e incluso se giró a mirarlo sobre su hombro con una pequeña sonrisita. Fue evidente que Billy o no captó la broma, o no le pareció graciosa, no que la apenó notablemente.
—Y miren esto —escucharon que Karly les decía desde el centro de aquellas curiosas ruinas. Estaba de cuclillas, y miraba hacia la tierra con bastante interés.
Monique y Billy se le aproximaron y se pararon a un lado de ella, viendo lo mismo que había captado tanto su atención. En el suelo, había un gran círculo de piedra de gran tamaño, quizás de tres o cuatro metros de diámetro, con una gran estrella de cinco picos grabada en él, y lo que parecía ser un cráneo bastante realista justo en el centro de la estrella. En la circunferencia exterior, había varias marcas grabadas similares a letras, aunque definitivamente ningún abecedario que hubieran visto en la escuela.
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A diferencia de las columnas que lo rodeaban, aquel círculo de piedra se veía intacto, sin daño, sin vegetación cubriéndolo, y sin rastro de vandalismo. Parecía casi nuevo.
—¿Es algún reloj de sol o algo así? —preguntó Karly con curiosidad, inclinando su cabeza hacia un lado para poder ver la figura desde otro ángulo.
—No creo —indicó Monique, negando con la cabeza—. En todo caso parece más algún tipo de calendario. Pero el diseño es peculiar.
—No sé de qué se trate, pero esa estrella y esa calavera no me dan buena espina —indicó Billy a sus espaldas con voz desconfiada—. En serio, ¿qué es este lugar? ¿Siempre ha estado aquí?
—No exageres —susurró Karly, burlona—. Creí que te gustaban las cosas oscuras, góticas, y eso.
—¿De dónde sacaste esa idea? —masculló Billy, como si la insinuación casi le ofendiera.
Monique se inclinó un poco más para poder ver de cerca el grabado en la piedra.
—Estos símbolos alrededor, creo que son runas. Me parece haber visto símbolos similares en los libros de mi padre.
—¿Puedes leerlo? —preguntó Karly con curiosidad, mirando sobre el hombro de su nueva amiga.
—No sé... No le presté mucha atención a mi padre durante esa lección —confesó Monique un poco apenada—. Pero creo que esto habla de… algo así como “almas condenadas”… no, más bien “almas sacrificadas por propia voluntad”… No lo sé. Quizás debamos decirle a mi papá para que le eche un ojo…
Mientras hablaba, Monique aproximó sus dedos hacia las runas, presionando las yemas contra la piedra. Al instante en que su piel hizo contacto, algo pasó. Primero los ojos del cráneo en el centro comenzaron a brillar intensamente con un fulgor verdoso, y cada runa comenzó a encenderse del mismo modo una detrás de otra, como luces de Navidad.
Monique se hizo instintivamente hacia atrás, y con sus brazos hizo que sus dos acompañantes hicieran lo mismo. Desde una distancia más segura, los tres contemplaron como el círculo de piedra se dividía en cinco pedazos, uno por cada punta de la estrella, y estos se retraían hacia afuera, revelando poco a poco que detrás del círculo se ocultaba un gran agujero oscuro en el suelo, similar a la entrada de un pozo, o una cueva.
—Se abrió —masculló Karly, sorprendida—. ¿Qué hiciste?
—Nada, sólo lo toqué —respondió Monique, y justo después dejó escapar un pesado suspiro—. De hecho, eso pasa a menudo. Es… cosa de la magia del Señor del Mal, creo.
—Será mejor no acercarse a lo que sea eso —propuso Billy con voz precavida. Karly, sin embargo, no hizo caso alguno de su sugerencia, y por el contrario se aproximó rápidamente hasta pararse a la orilla del agujero—. ¡Karly!
Billy extendió la mano para detenerla, pero no fue lo suficientemente rápido. La animadora se puso de cuclillas a lado del pozo, y encendió la luz de su teléfono para alumbrar hacia adentro. Había unas largas escaleras de piedra que descendían por el agujero, y se perdían en la oscuridad más allá de donde la luz de su linterna alcanzaba.
—Se ve muy oscuro y profundo —indicó con curiosidad—. Echemos un vistazo. Quizás haya un tesoro, unas ruinas antiguas, o algo. ¡Quizás podríamos hacernos famosos por descubrirlas! Apuesto a que eso merece que te exenten algunas materias, ¿no?
—No, por favor no hagas eso —exclamó Monique, preocupada—. Si algo he aprendido en los quince años que llevo viviendo con mi padre, es que si algo reacciona por sí solo cuando lo toco, debo alejarme de él lo más pronto posible. Siempre hay alguna criatura sellada, una maldición de hace siglos, o una horrible explosión de por medio.
—Eso sólo hace que suene aún más interesante de lo que pensaba —indicó Karly, aún más emocionada.
—Quizás ella tenga razón, Karly —intervino Billy—. Creo que, por sentido común, no deberíamos entrar en un agujero siniestro recién abierto en el suelo.
—No seas cobarde. ¿Qué peligro puede haber? Tenemos a la poderosa Monique Devil para defendernos, ¿o no?
Karly miró a Monique fijamente, con sus ojos tiernos y suplicantes, pidiéndole en silencio que accediera. Y Monique, tan poco acostumbrada a lidiar con las complicaciones de la amistad, no deseaba hacer algo que pudiera molestarla o decepcionarla. 
Definitivamente ese deseo de complacer sería algo que tendría que hablar tarde o temprano en terapia… pero no sería ese día. Al menos marcaba su línea en no hacerle su tarea.
—Supongo que sí —suspiró resignada.
—¡Grandioso! —espetó Karly—. Vengan entonces.
Sin esperar más, Karly comenzó a bajar rápidamente los escalones de piedra, alumbrando su camino con la luz de su teléfono.
—Espera, por favor —exclamó Monique con aprehensión, y se apresuró a alcanzarla, alumbrando ella también con su respectiva luz.
Billy permaneció de pie en lo alto unos segundos, observando con bastante desconfianza el camino oscuro delante de él. Tenía el claro presentimiento de que sería una mala idea bajar ahí. Pero si quería al menos saber qué se ocultaba ahí, y en especial si tenía que ver con el Señor del Mal, tendría que arriesgarse.
Con paso menos efusivo que el de sus amigas, comenzó también a bajar los escalones.
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wingzemonx · 2 months
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Monique Devil - Capítulo 06. Bienvenida a Gray Peaks High
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Capítulo 06. Bienvenida a Gray Peaks High
Monique se giró lentamente, casi temerosa, hacia la multitud que ya se había hecho presente una vez que fue claro que el peligro había pasado. En sus rostros se reflejaban diferentes y desbordantes emociones, pero a Monique ninguna de ellas le parecía buena. Confusión, asombro, y en especial miedo. Podía sentir eso y mucho más surgir de sus ojos, e impregnarse en su piel.
Se abrazó a sí misma con aprehensión, y desvió su rostro hacia otro lado. Era lo mismo de siempre; lo mismo que ocurría en cada escuela, cuidad o sitio la que iba. Siempre, tarde o temprano, terminaba cubierta de esas mismas miradas. Tenía la esperanza de que en esa ocasión pudiera postergarlo un poco más, pero era claro que había fracasado en su meta.
Ni siquiera tuvo la oportunidad de terminar su primer día como una chica normal y…
—Eso… fue… ¡Asombroso! —escuchó de pronto que una voz pronunciaba de golpe, retumbando entre el enorme silencio que había reinado hasta ese momento.
Monique se sobresaltó y se giró rápidamente hacia el origen de aquel repentino grito. En medio de toda la multitud, distinguió rápidamente la figura de Karly. Tenía sus brazos alzados en alto en el aire, una larga sonrisa le cruzaba el rostro de extremo a extremo, y sus ojos brillaban intensamente con emoción.
Las miradas de todos, no sólo la de Monique, se fijaron en ella. Avanzó rápidamente hacia la jovencita de piel gris, parándose justo delante de ella.
—¡Tú sola derrotaste a ese brabucón! —espetó, señalando emocionada hacia los pedazos de petrificados de Sandtrak en el suelo—. Con tu espada, y tus rayos, y tus luces. ¡Como una verdadera heroína! ¡Es increíble!
—Gra… cias —masculló Monique, dubitativa. No estaba del todo segura si lo decía en serio o si era algún tipo de sarcasmo que no comprendía.
Pero Karly de hecho hablaba bastante en serio.
—¡Te mereces una gran ovación, Monique Devil! —soltó al aire con todo el entusiasmo propio de una animadora experimentada como ella, y se giró de un brinco hacia la multitud—. ¿No están de acuerdo conmigo? ¡Vamos! Aplaudan y griten todos, que esta chica les acaba de salvar sus tristes vidas.
Al principio pareció haber una vacilación general entre las personas. Sin embargo, poco a poco los aplausos comenzaron a hacerse presentes, escalando cada vez más y más hasta que, para el asombro absoluto de Monique, se convirtió en una casi ensordecedora marejada que la inundó por completo. Los gritos no tardaron en acompañar a los aplausos, soltando frases como:
—¡Muchas gracias!
—¡Eres increíble!
—¿Puedes enseñarme a hacer eso mismo?
—¿Ese cuerno es real?
Monique estaba casi en shock. ¿En verdad esas personas le estaban agradeciendo el haberlas salvado? ¿No le temían? ¿Estaban de hecho agradecidas… y la admiraban? Debía aceptar que aquello era una sensación totalmente nueva para ella, y no estaba segura de cómo lidiar o reaccionar a ella. Al final, su sentir se exteriorizó una leve pero presente sonrisa, que se asomó en sus labios como una delicada pincelada.
Lamentablemente, no duró mucho.
—¡Nada de ovaciones! —exclamó con aún más fuerza una voz chillona, haciéndose notar aún más por encima del ajetreo. Todos fueron callándose uno a uno, mientras la figura de la Srta. Cereza, coronada con sus distintivos cabellos rojizos se habría paso entre el gentío—. ¡Nada de aplausos! Miren todo este desastre, miren lo que le pasó a nuestro autobús —indicó, señalando con una mano hacia las ruinas de lo que hace poco había sido uno de sus autobuses escolares—. Y todo es por tu culpa, jovencita —añadió girándose de lleno hacia Monique, apuntándola con su dedo acusador—. Sabía que serías un problema desde el principio. Personalmente me encargaré de que pagues por esto, ¿me oíste?
—Ya bájele a su estrés, Srta. Melaza —intervino Karly, parándose delante de Monique de forma protectora, y encarando a la profesora.
—¡Yo no le bajo nada a nada! Y es Cereza, CEREZA…
—Ya, ya, basta de tanto escándalo —se escuchó de pronto una voz mucho más apaciguadora. La Srta. Cereza, Karly y Monique se giraron al mismo tiempo hacia la entrada principal de la escuela, por donde salía en ese momento la persona que había hablado.
—Dir. Rough —murmuró Karly, despacio.
Monique contempló con detenimiento a aquel hombre que bajaba las escaleras principales de la escuela. Era un señor mayor, quizás de cincuenta, bajo y delgado, con piel morena y cabeza calva, aunque con rastros canosos de cabello oscuro al igual que su bigote. En general parecía alguien bastante… normal, por decirlo de alguna forma. Aun así, su sola presencia resultaba de alguna forma tranquilizadora, en especial para Monique.
Aquel hombre se paró delante de ellas, y contempló a Monique con sus profundos y grandes ojos cafés. Al parecer le hacían falta sus anteojos, pues tuvo que achicar un poco los parpados para así enfocar su vista lo suficiente para poder verla.
—Tú debes ser la Srta. Devil, ¿no es cierto? —comentó esbozando una pequeña pero cándida sonrisa.
—Sí, señor —asintió Monique rápidamente.
—¿Lo ve, director? ¿Lo ve? —exclamó la Srta. Cereza molesta, señalando hacia los destrozos y los rastros de arena—. Esto es justo lo que le dije que pasaría si dejaba que estas… criaturas vinieran a nuestra escuela. ¿Ve el peligro que representa esta niña?
El director negó enérgicamente con la cabeza.
—Yo lo único que veo es a una jovencita valiente, que arriesgó su vida para salvar a sus compañeros de escuela de un grandote buscapleitos.
—¿Qué? —exclamaron al mismo tiempo la Srta. Cereza y Monique, ambas igual de sorprendidas, aunque por motivos distintos.
—La Srta. Bethan tiene razón —comentó el Dir. Rough—. Para variar…
—¡Oiga! —exclamó Karly ligeramente molesta. El director la ignoró y prosiguió.
—En efecto te mereces la gratitud de todos, Srta. Devil.
—Pero, el autobús… —masculló la Srta. Cereza, atónita.
—Los autobuses se pueden reparar o comprar —respondió el director, negando de nuevo. Se giró entonces hacia la multitud de chicos y chicas que miraban aún expectantes la escena—. Los estudiantes son lo más importante de cualquier escuela, Srta. Coraza.
—¡Es Cereza! —espetó la profesora con enojo—. No es tan complicado.
Unas risas burlonas se escaparon de las bocas de varios los chicos, causando que un sonrojo pintara las mejillas de la apenada profesora.
—Sin embargo —pronunció el director de pronto con mayor severidad, y como respuesta inmediata a esto las risas de todos se apagaron. Su mirada se había fijado en el arma que Monique aún sostenía en su mano—. En el reglamento se especifica que los alumnos no pueden portar armas punzocortantes en los terrenos de la escuela. Eso incluye, por supuesto, las espadas.
Monique se sobresaltó y se giró rápidamente a ver el arma en su mano, y por mero reflejo la intentó ocultar detrás de ella, aunque claro era ya demasiado tarde.
—Me temo que eso la hace merecedora de… una tarde de castigo.
—Sí, señor —murmuró Monique con voz apagada, agachando la cabeza.
—¡¿Sólo una tarde?! —exclamó la Srta. Cereza en alto, casi ofendida. Y Monique en parte la entendía; ella había pensado que la expulsarían por llevar aquello.
—Bueno, bueno, ¿qué hacen todos aquí parados? —comentó el Dir. Rough alzando la voz, y girándose hacia todos los demás—. Muévanse, que es hora de ir a sus casas. Los que se iban a ir en ese autobús, pueden tomar alguno de los otros, o irse caminando por hoy. Es bueno un poco de ejercicio de vez en cuando. Andando, que de seguro tienen mucha tarea que hacer o algo.
Los estudiantes en el tumulto no necesitaron mucho más para comenzar a moverse, yendo cada uno a su respectiva dirección. El único que se quedó en su sitio observando, fue Billy.
Una vez que dio aquella instrucción, el director se giró una vez más hacia Monique, y le ofreció otra más de sus amables sonrisas.
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—Bienvenida a Gray Peaks High, Srta. Devil.
—Gracias, señor.
El director le hizo un pequeño guiño, casi de complicidad, y entonces se giró para volver con paso lento hacia el interior de la escuela. Quien también se retiró, aunque con un sentimiento bastante distinto, fue la Srta. Cereza. Ésta lo que le ofreció a Monique antes de irse fue una mirada rápida de absoluto desprecio, que de nuevo Monique sintió casi como un cuchillo atravesándole el pecho. Y sin decir nada, se dirigió también hacia adentro de la escuela.
Monique suspiró. Su maestra la odiaba, pero al menos parecía que al director le agradaba un poco.
Ya cuando casi todos se fueron, Monique se viró una vez más hacia los restos del autobús, y de pasó también a los de Sandtrak. Aquello le recordaba de forma amarga lo que había ocurrido. Y aunque esa vez hubiera terminado relativamente bien, sabía que nos sería la última…
Suspiró resignada, agitó su espada hacia un lado y ésta se encogió rápidamente. Pasó a querer guardarla en su mochila, lo que la hizo recordar rápidamente el agujero de su mochila que se había hecho esa mañana. Alarmada, revisó su contenido y notó que no sólo el agujero seguía ahí, sino que se había hecho más grande; lo suficiente como para que incluso sus plumas, cuadernos, libros y en realidad todo lo que ahí traía se hubiera salido por él.
Echó un vistazo a su alrededor, y pudo notar sus útiles esparcidos por todo el estacionamiento. De seguro se habían salido durante todo el ajetreo de la pelea.
Soltó una pequeña maldición silenciosa, y se dispuso a recogerlos uno por uno.
—Monique, espera —comentó Karly a sus espaldas, y rápidamente la alcanzó mientras se agachaba a recoger sus libros. Billy la seguía unos cuantos pasos detrás—. Eso fue increíble, ¿cómo aprendiste todos esos movimientos y trucos? Te movías, ¡wush! Y luego golpeabas, ¡crash! Y los rayos, ¡bang!
—Karly —exclamó Billy con seriedad, cortándola—. No creo que tenga deseos de hablar de eso.
—¿Por qué no? —exclamó Karly, incrédula. Sin embargo, al mirar de nuevo a la chica nueva, y como recogía sus cosas en silencio y sin mirarlos… pudo darse cuenta por sí misma de que no estaba tan errado en su aseveración.
Tras un par de minutos de silencio, la voz de Monique al fin se hizo notar, aunque fue más como un escaso susurro afligido.
—A eso justo me refería cuando dije que siempre pasa algo malo cuando estoy cerca. Lo que dijo esa criatura es cierto: mi padre fue hace algunos años el Señor del Mal, y mi madre fue una famosa y poderosa heroína. Y yo, inevitablemente, heredé un poco de cada uno. Y aunque suene genial, lo cierto es que cosas como las de hace un rato pasan a cada rato.
Se alzó en ese momento, apretando contra su cuerpo todos sus libros, cuadernos, y todo lo demás que había podido recoger. Demasiado para llevarlo cargando hasta su casa, pero no era que tuviera de otra.
Dejó escapar un pesado suspiro de cansancio y resignación.
—Al mudarme aquí lo único que quería era ser una chica normal y pasar desapercibida, para tener una vida tranquila de escuela. Pero luego de esto, es claro que eso no será posible. Como sea, lo mejor será que todos ustedes se mantengan lo más alejados de mí. Será lo mejor para todos…
Dicho eso, dio un paso hacia el frente con la determinación de irse de una buena vez a casa.
—¡Espera! —pronunció Karly con ímpetu, y justo después la tomó firmemente de su hombro para evitar que avanzara demasiado. Monique se giró a mirarla sobre su hombro, y notó como la miraba con ferviente determinación, y una amplia sonrisa en los labios—. Monique, tú... tienes piel gris y un cuerno. Desde el primer vistazo es bastante evidente que no eres una chica del todo "normal".
—¿Eh? —exclamó la jovencita, algo confundida.
—Sí, la verdad el cuerno por sí solo es un poco incriminatorio —secundó Billy, encogiéndose de hombros.
—Pero eso no es nada malo —se apresuró a aclarar Karly, pues el desconcierto se había vuelto más que evidente en el rostro de Monique—. ¿Quién quiere ser una chica normal cuando puedes hacer cosas increíbles cómo esas? Además, nos acabas de salvar la vida a todos. Yo, Karly Bethan, porrista, líder de la clase, y jefa del MTJGRP, sé muy bien como reconocer a una persona genial cuando la veo. Y tú eres la chica más genial que ha pisado esta escuela; después de mí, claro. Y si alguno tiene un problema contigo por eso, ¡pues que se muera!
—Para lo que pueda servir, eso también va por mí —comentó Billy, sonriendo por primera vez desde que Monique lo había conocido.
De nuevo las sensaciones que le inundaron el pecho resultaron nuevas y desconcertantes para Monique luego de escuchar tan lindas palabras. Y de nuevo, no supo bien como exteriorizarlas, más allá de una pequeña sonrisa. Y claro, también en la forma de un profundo:
—Gracias…
—Ay, no vayas a llorar, que eso te quitará algunos puntos de genialidad —masculló Karly con tono bromista, cruzándose de brazos.
—Está bien, no lo haré —comentó Monique, y rápidamente pasó sus dedos por sus ojos, limpiando cualquier rastro que pudiera delatarla.
—Déjame ayudarte con eso —señaló Karly, arrebatándole rápidamente de los brazos los libros y demás útiles que Monique cargaba consigo… y pasándoselos al segundo siguiente a Billy para que él los cargara.
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—Oye —se quejó Billy, pero Karly no le hizo caso. Se paró a lado de Monique, la rodeó con un brazo, e hizo que comenzaran a caminar.
—En serio, ¿no considerarías unirse al equipo de animadoras? Tienes buenos movimientos; creo que puedes sernos de mucha utilidad.
—En verdad no me gusta ser el centro de atención —masculló Monique, insegura—. Además de que no me considero del todo… “animada”.
—No todas nacemos con el talento, querida Monique. Algunos necesitan pulirlo con esfuerzo y dedicación. Quédate conmigo y te mostraré cómo hacerlo.
Sin opción a decir cualquier cosa, incluido quejarse, Billy las siguió a ambas unos pasos detrás, cargando él sólo todos los útiles. Y los tres se dirigieron charlando en dirección a la residencia de los Devil.
— — — —
Karly y Billy acompañaron a Monique hasta la acera justo frente a su casa, en donde Billy al fin pudo entregarle sus libros de regreso. Luego de agradecerles sus atenciones de todo el día, Monique les ofreció entrar, pero ambos tuvieron que rechazarlo por lo tarde que era, dejándolo para “otro día”. Ambos se despidieron de ella, y se encaminaron en direcciones diferentes.
Más alegre de lo que se había sentido en mucho tiempo, Monique se dirigió hacia la puerta de su casa. Los recuerdos buenos y malos de todo lo ocurrido aún la acompañaban, pero se esforzaba por enfocarse en los primeros.
Al entrar, le sorprendió un poco escuchar las voces de sus dos padres a la distancia. Avanzó hacia el comedor, y ahí los encontró a ambos, sentados a la mesa, cada uno con una taza de café en sus manos. Se encontraban charlando animadamente, aunque cortaron su conversación de tajo en cuanto notaron su presencia, y centraron su atención en ella.
—Hey, Monique —murmuró Amanda sonriendo—. Al fin llegas.
—Y ustedes igual —comentó la chica, mientras se aproximaba a la mesa para dejar sus útiles sobre ésta—. ¿Los dos salieron temprano?
—Queríamos saber cómo te fue en tu primer día —señaló Harold con entusiasmo—. Y compramos pizza para celebrar —añadió además, extendiendo una de sus manos de largos dedos hacia la caja de pizza familiar en el centro de la mesa—. Los chicos de la oficina dicen que es la mejor de esta ciudad, pero eso lo juzgaremos nosotros mismos.
Monique asintió, y sin espera tomó asiento delante de sus padres.
—¿Cómo te fue? —preguntó Amanda con curiosidad, mientras Harold abría la pizza y comenzaba a servir un pedazo para cada uno.
—Me fue bien, de hecho.
Aquella respuesta tomó visiblemente por sorpresa a ambos.
—¿De verdad? —pronunciaron al mismo tiempo entre sorprendidos y emocionados.
—Amanda, creo que lo que veo ahí es una sonrisa —indicó Harold, señalando con uno de sus largos dedos hacia el rostro de Monique—. Una genuina.
—¿Qué? —exclamó Monique casi asustada, e instintivamente llevó sus manos a su boca para cubrirla—. Claro que no.
Ambos rieron divertidos por la reacción tan ingenua de su hija.
—A mí me parece que entonces te fue bastante bien, en realidad —señaló Amanda, apoyándose contra el respaldo de su silla—. ¿Hiciste acaso algún amigo?
Monique se tomó un momento para meditar en la forma correcta de responder aquella pregunta. Tomó el pedazo de pizza que su padre le había servido y le dio una buena mordida a la punta de ésta.
—Creo que sí —respondió entre mordidas—. Al menos dos, creo… Pero, ¿a ustedes cómo les fue? —preguntó rápidamente, antes de que a alguno se le ocurriera hacer alguna otra pregunta.
—Bastante aburrido —masculló Amanda, encogiéndose de hombros y tomando también su respectivo pedazo—. Sólo un accidente de auto con cinco heridos, un idiota que se estrelló con su motocicleta, un ladrón de bancos herido por la policía, y muchos niños que querían su vacuna de la Influencia o no sé qué. Nada interesante.
—Pues yo sí me divertí —exclamó Harold entusiasmado—. ¿Pueden creer que nuestra oficina tiene una resbaladilla gigante que lleva desde el segundo piso hasta la planta baja? ¿Por qué demonios usarías el elevador o las escaleras teniendo algo como eso? Además, en la máquina expendedora de la cafetería tienen mis chocolates favoritos…
Monique escuchó atentamente los relatos de sus padres, mientras comía su pizza. Y aunque a ella misma le resultaba extraño, ciertamente aquello parecía el final perfecto para un día que, si bien de perfecto no había tenido nada, tampoco había sido del todo malo.
Y sobre la pizza, no podría asegurar si era o no la más deliciosa de la ciudad, pero… definitivamente no estaba mal.
— — — —
Mientras la familia Devil cenaba, sus tres integrantes ignoraban que alguien los vigilaba de cerca, desde la acera de enfrente detrás de un árbol, y mirando discretamente hacia la ventana de su comedor.
Billy Trevor había dicho que se iría a casa al igual que Karly, pero en realidad no se había ido demasiado lejos. Y en ese instante observaba a Monique y a sus padres comiendo pizza, riendo y charlando animadamente… como una familia normal. Y aquella escena ciertamente le resultaba confusa, en más de una forma.
Su teléfono sonó en ese instante, tomándolo un poco desprevenido. Lo sacó rápidamente de su bolsillo, y le echó un vistazo a la pantalla. Era un número privado, pero Billy no tuvo problema alguno en saber de quién se trataba. Respondió al instante y lo aproximó a su oído.
—Habla Cuervo.
—¿Lograste hacer contacto con el objetivo? —masculló la voz de mujer al otro lado de la línea, una que él reconoció a la perfección.
—Sí, todo pasó como dijeron —respondió con seriedad, sin apartar su vista de la ventana de los Devil—. Creo que me he ganado su confianza.
—Excelente. Mantente cerca y alerta a cualquiera de sus movimientos. ¿Está claro?
—Sí, pero… —masculló claramente indeciso, y dejó su frase sin terminar en el aire.
—¿Pero? —exclamó la mujer al teléfono con brusquedad—. ¿Pero qué?
Billy respiró hondo, intentando buscar fuerzas y claridad para expresar lo que le cruzaba por la mente en ese momento.
—Es sólo que… no parece ser el tipo de persona que creí que sería. Fuera de su apariencia y sus poderes, se comporta como una chica bastante… normal. ¿Están seguros de que…?
—No es tu trabajo cuestionarte esas cosas, Cuervo —exclamó la mujer con tono de regaño, que hizo que el joven se estremeciera un poco—. Sólo cumple con tus órdenes.
—Sí, señora —respondió el chico, está vez sin titubeo alguno.
No hubo mayor despedida luego de eso, y la persona al otro lado simplemente colgó. Billy guardó de nuevo su teléfono, echó un último vistazo a la ventana de la casa, y entonces ahora sí emprendió su camino su casa.
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wingzemonx · 2 months
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Monique Devil - Capítulo 05. Duelo a la Hora de Salida
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Capítulo 05. Duelo a la Hora de Salida
Monique se elevó alto de un largo salto, y la arena chocó contra el chasis del autobús, con tanta fuerza que la abolló. Mientras Sandtrak estaba distraído con ello, Monique descendió rápidamente desde lo alto, jalando su espada con rapidez en su contra. El filo de su arma atravesó con suma facilidad su cabeza, y se deslizó como mantequilla por todo su cuerpo hasta salir en la parte inferior, y terminar cortándolo en dos.
Los pies de Monique tocaron de nuevo el suelo, y rápidamente saltó hacia atrás para hacer distancia. La arena del cuerpo de Santrak se desplomó al suelo, formando un gran montículo. Sin embargo, al instante volvió a reunirse toda junta, agrupándose hasta formar de nuevo el cuerpo del monstruo.
—¡Qué tonta! —exclamó Sandtrak, acompañado de una aguda y resonante carcajada burlona—. No creías que en verdad podías dañar mi cuerpo con un arma como esa, ¿o sí?
—Debía intentarlo —susurró Monique con apatía.
Aquello era decepcionante, pero no inesperado. Su madre aún no llegaba a la lección sobre cómo vencer a un monstruo de arena, y lo que su padre le había contado de ellos era relativamente poco. Así que sólo le quedaba luchar un poco a prueba y error, y ver qué funcionaba.
Sandtrak extendió de nuevos sus brazos hacia ella para atacar, y Monique comenzó a moverse rápidamente hacia un lado y hacia el otro para esquivarlo.
—No lo creo, miren qué veloz es —pronunció Karly sorprendida desde la multitud—. Es tan ágil… ¡sería una excelente animadora!
—¿En serio eso es lo que piensas al ver esto? —masculló Billy a su lado con desaprobación. Pero él, al igual que todos los demás, miraba con asombro y sorpresa la manera de moverse de la chica nueva.
Luego de esquivar por un buen rato sin poder acercarse demasiado para contraatacar, en un momento Monique tuvo claro que no podría esquivar el siguiente golpe con tanta facilidad, por lo que optó por otro movimiento para salir bien librada. Extendió su mano izquierda, la que no sostenía su espada, y formó en milésimas de segundos un escudo de energía verdosa delante de ella. La arena golpeó con fuerza el escudo, protegiéndola de impacto, pero aun así no logró evitar el empuje que la lanzó hacia atrás, en dirección a la muchedumbre alrededor de ellos.
Sus pies se arrastraron por el suelo, y varios se hicieron a un lado para abrirle espacio. Una vez se detuvo, alzó su mirada y notó que Sandtrak ya estaba más que listo para volver a atacar, ahora con sus dos brazos al mismo tiempo. El primer impulso de Monique fue esquivar, pero se detuvo un instante, y miró sobre su hombro al resto de la gente. Si se movía, esos cañones de arena golpearían a más de uno, y lo más seguro es que no saldrían tan bien librado como ella.
«Maldición» pensó con frustración, y se mordió con fuerza su labio inferior.
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Para cuando se viró de nuevo al frente, el ataque ya se dirigía en su dirección así que tuvo que pensar rápido. Clavó de un sólo golpe contundente su espada en el concreto a sus pies, y rápidamente alzó ambas manos al frente. De nuevo formó un escudo de energía delante de ella, pero ahora se enfocó en hacerlo mucho más amplio, para así proteger a las personas detrás de ella. La arena golpeó con fuerza el escudo y amenazó con empujarla hacia atrás, pero Monique plantó sus pies bien firmes en el suelo para mantenerse en su sitio.
Por su expresión casi de sufrimiento, fue claro que todo aquello representaba un gran esfuerzo para ella.
—¡Aléjense! —gritó apremiante, girándose a mirar a la multitud sobre su hombro.
—¡Ya la oyeron! —intervino Billy rápidamente, parándose delante de los demás—. No se queden ahí parados como un montón de vacas, ¡muévanse!
La mirada y la voz del muchacho transmitieron un intenso coraje, que logró hacer eco en los espectadores, y rápidamente comenzaron a moverse, algunos para meterse adentro de la escuela, otros a refugiarse detrás de los vehículos del estacionamiento. Pero incluso desde sus escondites, ninguno parecía querer perderse de tan inusual acontecimiento que era esa pelea.
—No conocía ese lado aguerrido tuyo, Billy —señaló Karly sorprendida, aproximándose a su lado.
—Tú también —señaló Billy con firmeza, y rápidamente la tomó de la muñeca y la jaló para que corrieran hacia adentro de la escuela.
De esa forma, el terreno quedó mucho más despejado para Monique.
Replegó de inmediato la energía del escudo, provocando que la arena se desviara hacia los lados, el tiempo suficiente para que Monique pudiera sacar su espada del pavimento, y con su arma en mano dio un largo salto y giró sobre sí misma, cargando la reluciente hoja con energía que luego dejó escapar en la forma de una fuerte ráfaga de viento impulsada por el movimiento. El viento golpeó con fuerza a Sandtrak, y su cuerpo pareció despedazarse en varios pedazos de arena arrastrados por el viento, desperdigándose por el suelo.
Sin embargo, similar a la vez anterior, no quedó en pedazos mucho tiempo, pues rápidamente la arena volvió a juntarse.
Monique soltó una pequeña maldición silenciosa. Al parecer el viento tampoco funcionaría.
Aún sin tener su cuerpo del todo formado, Sandtrak lanzó en contra de Monique una gran marejada de arena, como una gran ola que la sepultaría. La joven comenzó a moverse rápidamente hacia un lado para esquivarla, y pudo sentir en sus pies el retumbar de la arena chocando contra el suelo.
Sin detenerse ni un instante para seguir esquivando las oleadas de arena en su contra, intentó pensar rápidamente en qué otra cosa podría usar.
«¿Qué afecta a la arena? ¿Agua, quizás?»
No tenía cerca ninguna fuente de agua lo suficientemente grande para su propósito; ni una pila o fuente. Además de que el controlar el agua no se le daba del todo bien; era un elemento complicado que requería paz interior, e incluso su madre carecía de la paciencia para dominarla. Además de que no estaba segura de que funcionaría; quizás sólo lo alentaría, pero la arena mojada seguía siendo arena.
Durante su huida, terminó ocultándose rápidamente detrás de lo que quedaba del autobús escolar, que no fue mucho luego de que Sandtrak lo golpeara con fuerza con su arena, no sólo casi haciendo girones el chasis, sino que encima éste se ladeó y se precipitó hacia un lado, justo hacia Monique. Ésta logró rodar lejos a último momento, antes de ser aplastada por las ruinas del autobús.
—Eres buena, niña —exclamó Sandtrak con voz burlona (o algo que se le acercaba)—. Pero no lo suficiente para derrotar al más grande de los guerreros de las Arenas del Submundo.
—¿Es que acaso hay muchos? —soltó Monique, poniéndose de pie de un salto.
—Toda una larga estirpe de hermanos de las arenas, listos para reclamar lo que nos pertenece. Pero no importa, ¡pues yo seré el primero y el último!
El cuerpo de Santrak se desintegró, regándose por el suelo, y se deslizó rápidamente por éste en dirección a Monique. La arena comenzó a alzarse del suelo hacia ella intentando apresarla. Monique por mero reflejo comenzó a retroceder y agitar su espada en el aire, golpeando la arena con ella para alejarla de sí, pero sin mucho éxito pues el filo la atravesaba sin surtir ningún efecto.
«Maldición» pensó con frustración mientras seguía esquivando los ataques consecutivos que le lanzaba. «Su cuerpo es tan inestable y moldeable. Es como un cuerpo hecho de agua, baba o… gelatina…»
Y fue en ese momento cuando una revelación cruzó la mente de Monique, tan fuerte y rápido como un rayo; y la comparación era de hecho bastante acertada, dado el pensamiento que le había venido. Aunque más bien se trató de un recuerdo, de justo esa mañana con sus padres, y la corta charla que habían tenido sobre los Limos Ácidos Voraces…
¿Y una espada sí funcionaría con sus cuerpos gelatinosos?
No por sí sola. Pero si usas magia de rayo...
«Magia de rayo, ¡claro!»
Tras esquivar un último ataque, dio un largo salto hacia atrás para crear la mayor distancia entre su enemigo y ella. No tendría mucho tiempo, así que debía apresurarse. Jaló su espada hacia un lado, y enfocó su magia en la hoja para cubrirla con ella, y convertir esa energía en un potente relámpago ansioso por ser liberado.
La magia de rayo era una muy poderosa, pero también muy inestable. Su madre le había contado historias de guerreros que no supieron manipularla como era debido, y terminaron en el mejor de los casos con graves quemaduras; en las peores, sin un brazo o muertos. Monique sólo la había usado en sus entrenamientos bajo la supervisión de su madre, nunca en un combate real.
Pero siempre había una primera vez.
Sandtrak se lanzó hacia ella rápidamente. No estaba segura si había reunido la energía suficiente para realizar lo que buscaba, pero ya no tenía más tiempo. Así que, sin vacilación alguna, se lanzó también hacia el frente con toda la velocidad que sus piernas le proporcionaron. Esquivó con agilidad uno de los brazos del hombre de arena, luego otro más de un largo salto, y entonces se precipitó hacia él alzando su brillante espada en el aire.
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Al verla aproximarse de esa forma, Sandtrak simplemente dejó escapar una sonora y estridente risotada burlona.
—¡Eres una tonta! ¿No has entendido que no hay forma de que tu inútil espada…?
Antes de que pudiera terminar su burlona amenaza, Monique dejó caer con todas sus fuerzas su espada, atravesando como antes su cabeza hasta llegar a su pecho. Pero en esta ocasión, al estar justo en ese punto, la joven dejó salir de lleno toda la energía contenida en su arma, en la forma de un estridente rayo, cuya luz cubrió todo el estacionamiento, y su rugido retumbó tan fuerte que hizo incluso vibrar las ventanas de la escuela, y activó las alarmas de los vehículos.
—¡¿Qué…?! —logró exclamar la incrédula voz de Sandtrak, al tiempo que todo a su alrededor de cubría por completo de blanco.
Monique no salió del todo ilesa de tal movimiento, pues la energía del impacto la empujó hacia atrás, casi tan fuerte como si la hubiera golpeado de frente un camión. Cayó con un sonido seco al piso, y rodó por éste varios metros hasta quedar bocarriba al pie de las escaleras de la escuela. En algún punto de eso, su espada se soltó de sus manos y quedó tirada a medio camino.
Una vez que el estruendo del relámpago pasó, el único sonido que quedó fue el de las alarmas de los vehículos, que poco a poco se fueron apagando. Uno a uno, los estudiantes y maestros que se habían refugiado, comenzaron a salir de sus escondites, asomándose temerosos al que había sido el terreno de pelea.
Por su parte, aturdida, mareada, y con la vista algo enceguecida por la luz, Monique intentó recuperarse y levantarse del suelo a duras penas. Alzó su vista en la dirección en la que había estado su contrincante, rogando en su mente una y otra vez que su plan hubiera funcionado. Tardó un rato en poder ajustar lo suficiente su vista para poder ver con claridad su objetivo. Al principio sólo fue una silueta oscura e inmóvil, y luego tomó poco apoco una forma más clara: la enorme figura de Sandtrak, como sus brazos alzados y su boca abierta. Pero ahora se veía totalmente solidificado, como si se hubiera convertido en una especie de piedra brillante. Y en el centro mismo del pecho tenía un gran agujero en el punto en el que aquella explosión se había liberado.
—Pero… ¿qué pasó? —preguntó Karly, sorprendida. Y su confusión parecía compartida con todos los demás. Incluso el cuerpo de Sandtrak parecía haberse quedado petrificado en una perpetua expresión de estupefacción.
Monique suspiró aliviada. Terminó de ponerse de pie, y se dirigió con paso más firme hacia el frente. Recogió su espada a mitad del camino, y siguió de largo hacia la estatua de arena petrificada.
—Cuando un rayo golpea la arena, las altas temperaturas la solidifican —explicó Monique, estando ya de pie justo delante de su enemigo—. Eso… ¡lo aprendí en la escuela!
Tomó en ese momento su espada con ambas manos, la jaló hacia atrás, y luego con todas sus fuerzas hacia adelante. Golpeó la estatua de Sandtrak con un sólo golpe directo y potente, que hizo que su estructura explotara en decenas de pedazos. Todos estos se regaron por el suelo en todas direcciones, pero en esa ocasión no volverían a juntarse.
Monique respiró hondo, y dejó escapar un largo suspiro de cansancio por entre sus labios. El cansancio de tan complicada pelea terminó por aplastarle los hombros, además de la debilidad habitual que la invadía tras usar un hechizo tan poderoso, en especial uno en el que no estaba tan acostumbrada.
Pero nada de eso importaba en realidad, pues había vencido una vez más.
Pero la verdadera pelea, la que más le preocupaba, la esperaba justo a sus espaldas. En todos esos ojos atónitos, y quizás incluso temerosos, que la observaban expectantes…
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wingzemonx · 2 months
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 23
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23
Milk divisó la cima de la torre unas horas después, cuando el sol ya comenzaba a ocultarse en el horizonte. Se sentía agotada, por supuesto… pero bastante menos que la primera vez que lo había hecho. Y supo de inmediato que no podía atribuírselo únicamente a no haber empezado desde lo más abajo.
Aceleró el paso en cuanto sus ojos se posaron en su meta, obligando a sus brazos a sobreponerse al dolor y al cansancio, con el fin de alcanzar lo más alto con mayor rapidez.
Una vez ingresó de nuevo por la parte inferior de la cima, y pudo tocar una vez más suelo firme, sólo entonces dejó que el cansancio la venciera, y se tiró de espaldas. Respiraba agitadamente, y sentía que sus brazos y piernas le dolían. Pero, de nuevo, resultaba bastante menor a su primera experiencia de hace unos días.
Se quedó ahí recostada un rato, hasta que se sintió preparada para ponerse de pie una vez más, y se dirigió a las escaleras que llevaban a la parte superior. El ocaso había comenzado justo en ese momento, y el cielo se teñía de anaranjado. Las nubes se habían despejado, y soplaba una brisa tibia que le acariciaba los adoloridos músculos de sus brazos. Encontró al Maestro Karin de pie justo en el centro de la amplia terraza, de espaldas hacia ella, aunque se giró en su dirección en cuanto Milk puso el primer pie en ese nivel. Llevaba consigo aún su bastón de madera, y la vasija azul y dorado colgando de éste.
—Veo que volviste —señaló Karin con tono casi indiferente—. Toma.
El gato ermitaño le lanzó rápidamente algo, y Milk reaccionó para atraparlo en el aire con una mano. Sabía lo que era incluso antes de abrir la palma y echarle un vistazo: una pequeña semilla del ermitaño.
—Gracias —musitó Milk, ofreciéndole además un pequeño asentimiento de su cabeza como señal de respeto y agradecimiento. Comió rápidamente la semilla, y al instante el dolor y el cansancio desaparecieron de su cuerpo por acto magia.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Karin, aun sintiéndose algo frío en sus palabras.
—Mejor… Pero…
Milk guardó silencio uno momento, y agachó su cabeza avergonzada.
—Pude haber muerto —soltó de pronto con profundo pesar en su voz—. La Nube Voladora… me rechazó…
—Pero lograste sobrevivir.
Aquello no sonó como una pregunta, pero a Milk así le pareció; un cuestionamiento razonable sobre cómo exactamente había logrado salir bien librada de tan terrible situación, lo cual incluso a ella misma le sorprendía.
—Usé ki. Logré expulsar ki de mis manos, como lo hace Goku. Pero yo nunca lo había hecho antes, no sabía si iba a funcionar.
—Y lograste también volver a subir la torre —señaló el Maestro Karin, reflexivo—. ¿Cómo te resultó esta vez?
—Mucho más sencillo. Me sentí más ligera al hacerlo, más rápida…
Karin asintió, complacido con la respuesta.
—¿Y por qué crees que has podido hacer todo eso?
Milk no respondió de inmediato. Agachó de nuevo la mirada, pero en esta ocasión miró hacia sus manos, que abría y cerraba lentamente, casi como si se estuviera acostumbrando al movimiento de sus propios dedos. Había algo distinto, y pudo sentirlo vívidamente. Ella era ahora distinta…
—Porque… me he vuelto un poco más fuerte —pronunció tras un rato, y alzó de nuevo su mirada fija en Karin, que asintió al instante, y a Milk le pareció incluso captar como sonreía—. Todo este tiempo, no se ha estado burlando de mí, o me ha hecho perder el tiempo. Usted me ha estado entrenando…
Karin no respondió nada a ese comentario, pero Milk no lo necesitó. Ella supo bien que era cierto.
—Pero, entonces, ¿el Agua Ultrasagrada…?
—El Agua Ultrasagrada es sólo agua normal, como la que siempre has bebido —aclaró Karin prontamente, provocando que Milk se sobresaltara sorprendida—. Esto nunca se trató de beber el agua en sí, sino de que logres la velocidad, la fuerza y, lo más importante, la claridad mental necesaria para poder quitarme la vasija.
—¿Y por qué no decirme eso desde el inicio? —exclamó Milk con tono de recriminación.
—Te lo dije, ¿lo olvidas? Claramente te dije que si lograbas beber esta agua —indicó agitando su bastón ligeramente, haciendo que la vasija se meciera—, te habrás vuelto mucho más fuerte de lo que eres ahora.
—Pero para lograr beberla, debería ser capaz de quitársela. Lo que significaría que…
Milk arrugó el entrecejo ligeramente, dejando ver claramente en su expresión su descontento.
—¡Eso es muy engañoso!, ¿no le parece?
Karin soltó una de sus habituales y extrañas risas burlonas, que a Milk habían llegado a desesperar rápidamente, pero en ese momento era la menor de sus preocupaciones.
—Y aun así lograste darte cuenta tú misma —señaló Karin, aún algo risueño al hacerlo—. ¿Te sorprendería saber que ni Goku ni Roshi se percataron de esto hasta después de beber el agua?
Milk se sobresaltó sorprendida, y eso le ayudó a apartar un poco el enojo.
—De Goku la verdad no me sorprende tanto. Pero, ¿me está diciendo que el Maestro Roshi estuvo tres años intentando quitarle la vasija sin darse cuenta de su verdadera intención?
Karin volvió a reír como antes, aunque no tardó en adoptar de nuevo una postura más seria.
—Todos los que han logrado llegar hasta aquí buscando el poder del Agua Ultrasagrada, lo han hecho por diferentes fines. Ser los más fuertes, derrotar a un enemigo invencible, salvar a un ser querido… Y cómo te dije, las motivaciones no son malas; nos dan la fuerza para seguir adelante. Pero es muy fácil que éstas nos cieguen, y no nos permita ver lo que está justo delante de nosotros. Sólo hasta que logras deshacerte de todo lo que te distrae, es cuando logras encontrar la claridad y el equilibrio suficiente para hacer lo que se necesita. Pero eso ya lo experimentaste tú misma, ¿no es así?
—Sí —susurró Milk por mero reflejo—. Cuando estaba cayendo, sólo logré calmarme y hacer lo que tenía que hacer cuando dejé ir todo lo demás.
—Fue bastante revelador, ¿no es verdad? —comentó Karin, asintiendo lentamente—. Supuse que una experiencia así podría hacerte bien. Es por eso que le ordené a la Nube Voladora que te dejara caer.
Milk estaba tan ensimismada en sus propios pensamientos, y el descubrimiento de lo que significaba todo lo que había ocurrido, que su mente tardó más de lo esperado en procesar por completo aquellas últimas palabras. Pero tras unos segundos, el asombro y la confusión se apoderaron de su rostro.
—¡¿Qué dijo?! —exclamó la mujer con fuerza, totalmente incrédula.
—Así es —asintió Karin, aparentemente impasible ante la reacción que sus palabras habían provocado en su invitada—. De seguro sabes que yo le di esa nube a Goku, ¿no es cierto? Yo tengo la capacidad de ordenarle que cambie de estado si así lo requiero, y de esa forma la atravesaste.
—¡¿Qué acaso perdió la razón?! —espetó Milk, avanzando hacia él con actitud claramente furibunda—. ¡Podría haberme matado!
—Es cierto —respondió Karin como si fuera cualquier cosa—. Pero como dije, pensé que una experiencia como esa podría serte de utilidad para comprender lo que estamos haciendo aquí.
Milk se detuvo a menos de un metro de Karin, mirándolo hacia abajo con molestia, sus puños apretados con fuerza a cada costado de su cuerpo, y sus labios fruncidos en una mueca que casi parecía de dolor. Sin embargo, a pesar de que a todas luces pudiera parecer que estaba molesta, el viejo maestro podía percibir claramente que se trataba en realidad de otra cosa; la ira casi siempre sólo era la máscara de algo más. Y esto se exteriorizó de forma más notable cuando la mujer agachó de nuevo su mirada, y pequeños rastros de lágrimas amenazaron con escapar de sus ojos.
—¿Cómo pudo? —le recriminó con su voz radiando más dolor que enojo—. Creí por un momento… Creí que…
No fue capaz de terminar su frase, pero Karin supo de inmediato lo que trataba de decir, y lo que le provocaba tanto sufrimiento. No había sido el engaño, ni siquiera la posibilidad de morir. Lo que le dolía en ese momento, era otra cosa…
—Creíste que tu corazón había perdido su pureza, ¿no es cierto? —señaló el gato ermitaño con voz seria. Milk siguió callada, mirando hacia el suelo con sus cabellos oscuros cubriéndole el rostro—. No es así, pero me temo que estuvo bastante cerca. Tu corazón puro es la mayor fortaleza que tienes en estos momentos, mi niña, aunque parezca que no es así. Si dejas que los sentimientos de odio e ira, y en especial los deseos de venganza, te sigan dominando como antes, te perderás a ti misma en ellos. Y esa sería una perdida lamentable. Así que deja ir todas esas emociones que te corrompen. Deja ir el sufrimiento; deja ir el odio; deja ir la culpa…
—¿La culpa? —exclamó Milk azorada, alzando rápidamente su rostro de nuevo. Sus ojos y mejillas se hallaban humedecidos.
—No puedes ocultármelo, no a mí. Más que todas las demás emociones, la que más te domina en estos momentos es la culpa, ¿no es cierto?
Milk no respondió, y eso por sí solo resultó en realidad suficiente respuesta.
—¿Por qué? —inquirió Karin con sagacidad, incitándola a hablar. Y por un momento pareció que Milk no daría ninguna respuesta, pue sólo se quedó de pie en su sitio, vacilante, con su cuerpo temblando ligeramente.
—Porque… porque… —balbuceó con un hilo de voz, al tiempo que se abrazaba a sí misma, como intentando apaciguar un frío que no existía—. Porque soy débil —pronunció al fin, sintiendo como si aquellas palabras le rasparan la garganta al salir—. Porque soy tonta… Porque soy una cobarde… Porque no pude proteger a mi familia… Odio a Piccolo por llevarse a mi hijo. Odio a Goku por abandonarme sola con todo esto. Odio a estos Saiyajins por destruir mi familia. Odio a Krillin y los otros por dejarme atrás. Pero…
Su voz se cortó, y una serie de agudos sollozos tomaron el lugar de sus palabras. Su cuerpo se estremeció aún más, sus brazos se aferraron con más fuerza a su cuerpo, y las pesadas y densas lágrimas comenzaron a brotar de ella sin freno.
—¡Me odio más a mí misma!, por no poder hacer nada para remediarlo —exclamó con fuerza al aire, y como si al hacerlo se le escapara consigo todas las fuerzas de su cuerpo, se desplomó de rodillas hacia el suelo. Inclinó luego su cuerpo hacia adelante, hasta casi tocar el suelo con su frente.
Y ahí se quedó un largo rato, sólo llorando y gimiendo, permitiéndose sentir todo ese punzante malestar que le perforaba el pecho. Era tan doloroso, pero a la vez liberador, poder decirlo en voz alta. Se había sentido tan perdida y sola en todo ese viaje, cargando en sus hombros una pesada roca que en realidad se sentía imposibilitada de cargar. Era mucho más fácil culpar a Goku, a Piccolo, a Krillin, e incluso al Maestro Karin de todos sus males, antes de aceptar su incapacidad de proteger a su hijo y esposo, y la vida que había construido con ellos y tanto amaba.
Se sentía tan frustrada, tan impotente, tan inútil… Dejarse caer y estrellarse contra el suelo hubiera sido lo más sencillo, y quizás incluso lo mejor para todos. Pero aun así no lo había hecho; se había aferrado a la vida hasta el último momento.
Conforme pasó el tiempo, Milk pareció irse tranquilizando. Su llanto se redujo, al igual que los temblores de su cuerpo. En todo ese tiempo, Karin permaneció de pie en su sitio, en silencio, sólo aguardando. Cuando pareció que su invitada se encontraba mejor, se atrevió a aproximarse a ella con cautela, y colocó una de sus garras sobre su espalda de forma reconfortante.
—En el momento en el que puedas dejar ir todo eso, te convertirás en la gran guerrera que puedes ser —le indicó con voz firme, pero consoladora—. Pero ahora, dime. ¿Qué es lo que quieres hacer?
Milk se levantó lentamente y se talló el rostro  con sus manos, limpiándose cualquier rastro de lágrimas. Sus ojos se encontraban rojos, al igual que sus mejillas. Karin había tomado de nuevo distancia de ella, y extendió el bastón con la vasija en su dirección.
—Ya sabes que el contenido de esta vasija es sólo agua —indicó el ermitaño—. Con eso en mente, ¿qué harás ahora?
Milk contempló la vasija en silencio un rato. Terminó de limpiarse el rostro, y luego de ponerse de pie, adoptando la postura más firme que le era posible dada la situación.
—¿Lo que me dijo de que me dejaría subir a ver a Kamisama si le quitaba la vasija era verdad? —le preguntó con dureza en su voz.
—Te di mi palabra, y pienso cumplirla —respondió Karin, asintiendo.
La joven guerrera asintió también; eso era lo único que necesitaba escuchar.
—Entonces continuemos.
Sin más, adoptó rápidamente una posición de combate. Karin sonrió complacido, e igualmente se puso en posición. El sol se estaba ya metiendo en el horizonte, cuando Milk se lanzó nuevamente hacia el viejo maestro, extendiendo sus manos hacia la añorada vasija con agua.
Notas del Autor:
Sólo paso por aquí para comentar que, en lo que respecta al tema de que Karin pueda ordenarle a la nube voladora que suelte a alguien, me basé en lo que hace en un episodio de Dragon Ball con la Nube Voladora Oscura que llevaba a Tao Pai Pai. Tengo entendido que esto sólo pasa en el anime, pero bueno… Supongamos que un principio parecido podría aplicarse a la Nube Voladora dorada que conocemos, de necesitarse hacerlo.
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wingzemonx · 2 months
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Monique Devil - Capítulo 04. Cosas Malas
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Capítulo 04. Cosas Malas
El resto del día fue lento y silencioso para Monique. Salvo por las miradas inquisitivas y poco sutiles de los otros estudiantes y profesores, nadie más le dirigió la palabra o se le aproximó más de lo necesario. Incluso a la hora del almuerzo, encontró un asiento solitario en la esquina de la cafetería, en el cual se pudo sentar y comer en silencio.
A la distancia pudo a ver a todos los demás chicos de la escuela, comiendo y charlando animadamente con sus amigos. Reconoció a Karly entre aquel mar de personas, sentada en una mesa con al menos otras cinco chicas, todas igual o más bonitas y bien vestidas que ella. Monique pensó que podrían ser animadoras como ella; lo parecían, al menos. No vio a Billy por ningún lado, pero tenía el aire de ser de los que comen solos ocultos en algún rincón de la escuela, quizás en aquella sala/armario que le mostraron en la mañana. Debería preguntarle si alguna vez podía comer también ahí; se veía solitario y callado, justo como a ella le gustaba.
La campana que marcaba el final de la última clase, y del día, resultó liberadora para Monique. No pasaba a menudo, pero en esa ocasión en particular estaba más que ansiosa que volver a su casa. Sus padres podrían ser… bueno, como son sus padres. Pero al menos con ellos ya sabía a lo que se enfrentaba. Esa nueva escuela, sin embargo, resultó más aterradora de lo que se hubiera imaginado.
Aun así, cuando sus padres esa noche le preguntaran como le fue, mentiría diciendo que le había ido de maravilla; que la escuela era increíble, había hecho muchos amigos, y su maestra la adoraba… Pasaría mucho tiempo antes de que alguno se enterara de la verdad, si es que algún día lo hacía.
—¡Monique! —escuchó de pronto que alguien gritaba detrás de ella, mientras salía por la puerta principal camino a su autobús.
Reconoció de inmediato que aquella efusiva, casi ruidosa, voz era la de Karly, así que fingió no escucharla y siguió caminando de largo con paso acelerado. Aquello, sin embargo, no bastó para hacer desistir a su perseguidora.
—¡Monique! —repitió Karly con más fuerza, estando ya a menos de un metro de su espalda—. ¿Qué no me oyes, tontita? ¡Oye!
Le dio una palmada con fuerza en su hombro, que por supuesto volvió bastante difícil seguir fingiendo que no la había oído.
—Ah, hola —pronunció con voz cansada, girándose hacia ella con una media sonrisa. Notó que detrás de ella venía Billy, aunque miraba con apatía hacia otro lado.
—¿A dónde crees que vas?, ¿eh? —pronunció Karly con voz de regaño, colocando las manos en su cintura.
—Al autobús —respondió Monique, señalando con un dedo hacia los grandes vehículos amarillos estacionados frente a la escuela—. Y luego a mi casa.
—¿Casa? Nada de eso. ¡Tenemos que continuar con nuestro tour!
—Pero, dijiste que ya me habías mostrado todos los puntos importantes de la escuela.
—De la escuela sí, pero no de la ciudad —declaró Karly, sacando el pecho con orgullo—. Ahora toca que te muestre los mejores sitios para divertirse que este pueblucho puede ofrecerte, fuera de las paredes de este aburrido recinto. El centro comercial, el cine, las discotecas, los restaurantes, los parques… ¡Ah! Te encantarán las noches de cine en el parque…
—Estoy bien así, gracias —respondió Monique rápidamente, y al momento se giró de nuevo hacia el autobús y reanudo su marcha, ahora con mayor apuro que antes.
—¿Qué? —exclamó Karly, sorprendida—. Oye, oye, espera un momento.
La joven de cabellos rubios se apresuró a alcanzarla antes de que se alejara demasiado, y se colocó delante de ella para cortarle el camino.
—¿Cómo que estás bien así? Creo que no has entendido lo que te digo.
—Lo entiendo, en serio —asintió Monique—. Entiendo que crees que por tu labor en el MUTIP…BT…
—MTJGRP —le corrigió Karly, tajando—. No es tan complicado.
—Como sea, sé que es muy importante para ti. Pero en serio, estoy bien. Gracias por tu amabilidad.
Dada por zanjada la plática, Monique le sacó rápidamente la vuelta, y recorrió con unos cuántos pasos los metros que le separaban del autobús, prácticamente saltando al interior de éste. En la mirada de Karly, sin embargo, no se reflejaba ni un poco el deseo de desistir.
—Nada de eso —pronunció con firmeza, y de inmediato se dirigió también al autobús. Lo único que la detuvo, aunque no fue más que por un instante, fue la mano de Billy sobre su hombro.
—Karly, si la chica no quiere más de tu tour, no puedes obligarla —le reclamó el muchacho, lo que a ella no le agradó ni un poco.
—Sólo mírame —declaró, al tiempo que se quitaba su mano de encima con un movimiento violento de su hombro.
Una vez libre de nuevo, Karly montó también al autobús. Billy soltó un pesado suspiro de cansancio, pero de todas formas siguió a su “amiga” hacia el interior del vehículo.
El autobús ya se encontraba ocupado por un poco más de la mitad de los asientos, pero no tuvieron problema en divisar a Monique al fondo de éste; su cuerno que sobresalía por encima de los demás asientos y cabezas era bastante revelador. Karly caminó presurosa por el pasillo hasta el fondo, y se sentó justo a un lado de ella. Monique la volteó a ver un momento, genuinamente sorprendida de verla ahí, pero casi al instante se giró de nuevo hacia la ventanilla, como si quisiera fingir que no la había visto. Pero claro, eso era difícil de creer.
—Sé muy bien por qué estás molesta —aseguró Karly con bastante decisión en su voz.
—No estoy molesta —intentó explicar Monique, pero Karly no le hizo caso.
—Es porque piensas que te metí en problemas con la Srta. Melaza, ¿no?
—Cereza —le corrigió Billy, que estaba de pie a lado de ellas en el pasillo, pero apenas hizo notar su voz.
—Pero te lo aseguro, esa mujer es una amargada de primera. Te hubiera reprendido así hubieras sido la primera en el salón esta mañana, argumentando que llegaste demasiado temprano o algo así.
«Eso no lo dudo ni un poco» pensó Monique con bastante convicción. Era evidente que a su nueva maestra le sobraban las excusas para odiarla.
—Escucha… Karly —musitó despacio, girándose por completo hacia la chica a su lado para poder mirarla de frente—. Agradezco tus atenciones, de verdad. Pero no se trata sólo de la Srta. Cereza. Yo no suelo… estar cerca de las personas.
—Qué tontería —bufó Karly, incrédula—. Estás cerca de bastantes personas justo ahora.
—Me refiero a “más” cerca —aclaró Monique—. Siempre pasan cosas malas a mi alrededor, así que lo mejor es que mantenga mi distancia. ¿Está bien?
—¿Cosas malas? —musitó Karly confundida, inclinando su cabeza hacia un lado—. ¿Qué clase de…?
Su pregunta quedó inclusa pues, justo en ese momento, una de esas “cosas malas” tuvo el deseo de ocurrir.
De la nada comenzaron a sentir que el autobús se agitaba, y varios de los chicos en su interior brincaron de sus asientos, y algunos terminaron contra el suelo. Algo comenzó a entrar en ese momento por la puerta abierta del vehículo, como arrastrado por el viento, girando al frente del autobús. Al principio no era claro de qué se trataba, pero conforme más se iba acumulando en un punto, más fue claro lo que era: arena.
Dicha arena se fue juntando más y más hasta unirse toda en una forma humanoide. Y ante los ojos atónitos de todos los chicos presentes, apareció lo que a todas luces parecía ser un hombre alto y fornido, de brazos y piernas anchas, ojos grandes y negros como el carbón pegados a un rostro ancho que se unía al torso sin un cuello de por medio. Y, por supuesto, lo más resaltante era que su cuerpo entero parecía estar hecho enteramente de arena.
«Ay, no» pensó Monique, afligida. No necesitaba ningún tipo de explicación adicional; podría prever vívidamente a dónde iría todo eso.
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—Yo soy Sandtrak, de la Tribu de las Arenas del Submundo —pronunció de pronto una voz gutural proveniente de aquel ser de arena. En el centro de lo que debería ser su cabeza, se abrió una boca anormalmente grande mientras hablaba—. Y estoy aquí para derrotar al nuevo heredero del Señor del Mal, y reclamar mi derecho como rey absoluto del Submundo. ¿Quién de ustedes mocosos es a quién he venido a destruir? Da un paso al frente, ¡y pelea conmigo!
La única respuesta que Sandtrak tuvo a su declaración fue un absoluto silencio, además de las miradas de desconcierto de los chicos en el autobús.
—Pero, ¿quién es este imbécil? —masculló Karly, asomándose desde detrás del asiento delante de ella—. ¿Y de qué rayos está hablando?
—Ah… No sé, no tengo idea —masculló Monique con voz nerviosa. Ella, a diferencia de todos los otros, no miraba al extraño ser de arena, sino que se encontraba más arrellanada contra su asiento, escondiéndose por completo, incluido su cuerno.
Tras varios segundos en los que fue claro que nadie diría nada, la misma anormal voz de Sandtrak retumbó, pero ahora con más ira en ella.
—No piensas dar la cara, ¡¿eh?! Sabía que eras un cobarde. Entonces, ¡morirás sepultado en las arenas junto con todos estos humanos!
El cuerpo de Sandtrak comenzó a descomponerse, y rápidamente toda esa arena comenzó a esparcirse por el autobús, y a llenarlo por completo. Alarmados al ver como aquella arena subía rápidamente por sus cuerpos, algunos chicos intentaron huir asustados a la única salida, pero sus piernas terminaron sepultadas e inmovilizadas. Los más afortunados pudieron subir sus pies a los asientos o respaldos, pero la arena siguió subiendo, amenazando con sepultarlos a todos en cuestión de segundos.
Los gritos y chillidos de terror de los chicos llenaron el autobús, incluidos los de la propia Karly, que ya tenía la arena hasta la cintura.
—¡No!, ¡odio la arena! —exclamó Karly, exaltada—. ¡Y la odio más en mi ropa!
Al igual que todos los otros, Karly comenzó a zarandearse intentando librarse de aquella trampa, pero no era capaz de moverse ni un poco de su sitio.
Monique, sin embargo, no parecía particularmente alterada. Ella estaba, en realidad, sentada en su sitio, con sus brazos cruzados y su mirada hacia otro lado, como si intentara ignorar la arena que subía peligrosamente rápido, estando a nada de cubrirle incluso su propia cara. Quizás una parte de ella, en el fondo, creía que si no hacía nada e ignoraba aquello para variar, ese monstruo se iría sin más. Pero esa idea se fue descartando conforme la arena subía.
—¡Auxilio!
—¡Saquéenos de aquí!
—¡Qué alguien nos ayude!
—¡Tengo arena en mis pantalones!
Aquellos gritos y suplicas de auxilio retumbaban en los oídos de Monique. Y para cuando la arena estaba ya cubriéndole la mitad de la cara, no le quedó más que hacerse a la idea...
De que no tenía escapatoria de eso.
Soltó un fuerte resoplido, que escupió arena al aire.
—Está bien… —masculló despacio, llena de resignación.
Haciendo acopio de una increíble fuerza, y ante la mirada asombrada de todos, Monique logró impulsarse fuera de la arena, hasta tocar el techo del autobús, y luego caer de cuclillas sobre la arena. Se giró rápidamente hacia la ventanilla más cercana a ella, ya para ese momento cubierta más de la mitad por la arena, y sin vacilar lazó una fuerte patada con su pie derecho en contra de ésta. La ventanilla explotó en decenas de pedazos hacia el exterior, y parte de la arena se filtró por ella igual. Monique se lanzó hacia la ventanilla abierta, deslizándose hacia el exterior junto con la arena.
Un grupo de estudiantes y maestros se había reunido justo afuera del autobús, observando todo aquello sin saber qué hacer. Monique no perdió el tiempo de momento en preocuparse por ellos. Miró hacia el autobús y fue claro que aquella ventanilla no sería suficiente para que el vehículo se vaciara lo suficientemente rápido. Así que sin aguardar ni un segundo más, se retiró la mochila del hombro, extrajo de ésta la pequeña espada encogida y le quitó su protector. La tomó de la empuñadura, y con un rápido movimiento hacia un lado la espada mágica se alargó, hasta tomar su apariencia real.
Monique respiró hondo, y concentró un poco de su magia en la hoja del arma, justo como su madre le había enseñado a hacer tantas veces. Luego, saltó hacia el autobús como en una estampida, y rápidamente recorrió el filo de su arma por una lateral del vehículo, atravesando el chasis de éste, hasta dibujar un enorme rectángulo casi del tamaño entero del costado. Retiró de un jalón aquel pedazo, y de inmediato la arena comenzó a desbordarse hacia afuera por el enorme agujero que dejó la perdida de una de sus paredes. Pero no venía sola, pues incluso se trajo consigo a varios de los alumnos atrapados adentro, incluidos Karly y Billy.
Monique dio un largo salto antes de ser sepultada por la avalancha de arena y niños. Sus fuertes piernas la impulsaron hasta poder pararse justo sobre el autobús; su espada firmemente sujeta a su mano. Desde su posición pudo ver cómo los chicos escupían arena, tosían, y algunos batallaban para levantarse, pero eran libres. Pero aún no estaban a salvo.
La arena a su alrededor comenzó a alzarse en el aire, y a amontonarse rápidamente en un punto como hace un rato. En un abrir y cerrar de ojos, la figura de Sandtrak se volvió de nuevo apreciable por todos. Los chicos no tardaron en reaccionar para alejarse rápidamente de él. Billy a su vez también tomó a Karly rápidamente de un brazo, y la jaló hacia la multitud lejos de la criatura de arena.
—¿Dónde… está… Monique? —inquirió Karly, escupiendo un poco de arena con cada palabra.
—Allá —indicó Billy, señalando hacia arriba del autobús. Karly miró hacia dónde él apuntaba, y hacia donde al parecer muchos más veían también.
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—Yo soy a quién buscas —pronunció con fuerza la voz de la jovencita de piel gris y cabellos azules, desde la cima del autobús. La atención de todos se centró en ella, al igual que la de Sandtrak. Su cabello se mecía levemente por el viento, y su espada relucía con el resplandor del sol de media tarde—. Mi nombre es Monique Devil. Pelearé contigo, pero deja en paz a todas estas personas.
Un sonido bastante similar a un bufido se escapó la anormal boca de Sandtrak.
—¿Qué es esto? Había oído que eras joven, pero no que eras una niñita. ¿Tú eres el nuevo Señor del Mal?
—No —pronunció Monique rápidamente por mero reflejo—. Bueno… algo así… es complicado.
—¡Cómo sea! Seas una niña o no, en cuanto te devore, el poder absoluto será mío. Y cubriré este mundo entero con la arena de la perdición y el…
—Sí, sí, lo que sea —le interrumpió Monique de forma cortante—. Terminemos con esto rápido, por favor.
—¡Con gusto!
Sandtrak alzó en ese momento su brazo derecho hacia ella, y éste se alargó como un cañón de arena directo hacia donde Monique se encontraba parada.
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wingzemonx · 2 months
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Monique Devil - Capítulo 03. Tour
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Capítulo 03. Tour
Un poco a regañadientes, Monique no tuvo más remedio que dejar que su guía, esta chica extravagante llamada Karly, le presentara muy a su modo las diferentes secciones de la escuela. O, más bien, las secciones que ella consideró que serían importantes mostrarle. Algunas de ellas Monique ya las había visto en la visita que había hecho hace días con sus padres, pero Karly se veía tan entusiasmada en lo que hacía que no quiso ser grosera y señalárselo. Como dijimos antes, a Monique no le gusta ser grosera.
Uno de los primeros lugares a donde Karly la llevó fue la cafetería de la escuela, que se encontraba totalmente vacía, pues para esos momentos la mayoría de los alumnos estaban ya en sus salones (donde ellas también debían estar, pero… bueno, tampoco quería decirlo).
—Mira, ésta es la cafetería —indicó Karly con entusiasmo, mientras avanzaba entre las mesas y las sillas con los brazos abiertos.
—Ah... —exclamó Monique, con el ápice de emoción que le fue posible simular.
Era bastante parecida a la cafetería de su antigua escuela en realidad, así que no había mucho que ella pudiera opinar al respecto. Pero ese no era el caso de Karly, al parecer.
—La comida es un asco —soltó la joven rubia con desdén—. Así que mejor trae siempre tu almuerzo si quieres vivir.
—¿En serio? Cuando vine a la visita, la subdirectora dijo que la comida era de primera.
—La subdirectora no sabe nada; ella ni come aquí. Hazme caso: trae tu propio almuerzo todos los días. Tu estómago me lo agradecerá.
—Está bien —masculló Monique, indecisa, pues no creía poder cumplir tal encomienda. Dudaba poder tener tiempo de prepararse ella misma el almuerzo, y dejárselo a sus padres… mejor se arriesgaría con la comida de la cafetería, al menos un par de días.
Luego de dar una vuelta completa por el lugar, ambas salieron presurosas y se dirigieron corriendo por el pasillo hasta el siguiente punto. Éste fue mucho más del agrado de Monique.
—Y ésta es la biblioteca —murmuró Karly con marcada apatía, mientras caminaban por el amplio y silencioso recinto.
—¡Oh! —exclamó Monique impresionada, mirando a su alrededor con sus ojos bien abiertos.
Aquella definitivamente era mucho más grande que la biblioteca de su otra escuela, con decenas de estantes repletas de cientos de libros. Tenía un aire antiguo y ominoso, que le recordaba un poco a la biblioteca de su padre, aunque de seguro con menos ejemplares de hechizos de magia negra, fábulas del Submundo, o códices malditos.
—O, como yo lo llamo, el lugar más aburrido del mundo —masculló Karly con voz aletargada, seguida de un largo y casi sobreactuado bostezo.
Más que molestarse por su comentario, Monique dejó con una sutil sonrisa divertida se dibujara en sus labios.
—¿Sabes?, que a alguien como tú no le guste leer libros, también es un estereotipo.
—¿Alguien como yo, cómo? —preguntó Karly curiosa, y genuinamente pareció no entender a qué se refería. Monique se limitó a sólo encogerse de hombros y restarle importancia.
No duraron mucho en la biblioteca, pues era claro que no era el sitio favorito de Karly, así que ambas se dirigieron presurosas al siguiente sitio. Monique se daría el tiempo de volver en alguna otra ocasión.
A diferencia de todas las paradas anteriores, ésta en particular pareció disparar bastante el entusiasmo de Karly, pues en cuanto entraron no tardó en lanzar gritos, e incluso dar una rueda de carro contra el suelo (bastante decente, en realidad).
—¡Y éste es el gimnasio! —exclamó Karly en alto, con sus brazos alzados al aire una vez que completó su vuelta y sus pies se plantaron de nuevo en el suelo—. Aquí practicamos las porristas... y otros equipos menos importantes.
Monique ingresó al lugar, con un entusiasmo bastante más moderado que el de su guía. Paseó su mirada por las gradas, el suelo de madera de la cancha de basquetbol, las canastas, e incluso en las luces que colgaban del techo. En esencia era bastante parecido al de su otra escuela, pero, por algún motivo, le parecía… diferente. El sitio estaba impregnado de un aire inusual, que Monique no supo identificar si era bueno o malo.
—Oye, deberías venir a ver nuestro entrenamiento —sugirió Karly efusiva, llamando de nuevo la atención de Monique, pues parecía haberse perdido por un momento en sus pensamientos—. Puede que incluso quieras unirte al final.
—No, no creo, gracias —respondió Monique, negando rápidamente con la cabeza—. No me gustan las actividades que involucren estar frente a un número grande de personas. No soy… muy fan de ser el centro de atención.
—¿En serio? —inquirió Karly, genuinamente sorprendida—. Qué curioso, a mí me encanta serlo.
«Ya lo creo» pensó Monique para sí misma. No quería prejuzgar demasiado, pero su guía parecía a todas luces el tipo de persona extrovertida que le encanta llamar la atención. No era en sí algo malo, sólo que era bastante contrario a ella.
Difícilmente dos personas tan diferentes podrían llegar a ser amigas.
Concluido lo que había que ver en el gimnasio, ambas salieron de regreso al pasillo.
—Y aún no terminamos —declaró Karly con firmeza, mirando a Monique a los ojos—. Falta que te enseñe el mejor lugar de toda la escuela.
—¿El salón de computación?
—¡Aún mejor!
Karly la guió entonces hacia un extremo un poco alejado de la escuela, lejos de los salones, hasta un corredor de casilleros que parecían no estar ocupados en esos momentos, y puertas cerradas sin ninguna ventana. No se escuchaba ni un sólo sonido, ni se percibía la presencia de nadie en los alrededores. Esto puso un poco nerviosa a Monique; era el escenario perfecto para una escena de película de terror, y por primera vez agradeció traer en su mochila la espada encogible que su madre le había dado.
Karly se posicionó justo delante de una de esas puertas, y la abrió de par en par, casi azotándola por la fuerza que había aplicado al abrirla.
—¡Y aquí estamos! —exclamó efusiva, extendiendo sus brazos hacia el interior del cuarto… si es que podía llamársele de esa forma.
Monique asomó la mirada hacia lo que parecía ser un pequeño espacio cuadrado, sin ninguna ventana, con una mesa pequeña cuadrada en el centro y cuatro sillas, que en conjunto prácticamente ocupaban la totalidad del espacio. Había algunos posters coloridos pegados en las paredes, y colgado en la del fondo había un pizarrón de marcadores, con varios puntos y dibujos hechos con plumón rosado.
Por último, pero no menos importante, había una persona sentada en una de las sillas frente a la mesa, pero éste no pareció prestarles mucha atención pues parecía estar más concentrado en su consola de videojuegos portátil.
—¿Un armario? —masculló Monique, confundida.
—¡Claro que no! —exclamó Karly, seguida de una risilla divertida. Luego dio unos pasos seguros y firmes hacia el interior—. Ésta es ni más ni menos que la sede oficial, y única, del MTJGRP. Nuestra base de operaciones desde la cual planeamos todas nuestras acciones benéficas.
—Pero sí era un armario hasta hace relativamente poco —masculló con voz de tedio la tercera persona en la reducida habitación.
Monique aprovechó para observar con más detenimiento a aquella persona. Era un muchacho joven, quizás de su misma edad, de cabello negro lacio, en su mayoría corto salvo por el largo fleco que caía sobre sus ojos. Usaba una gruesa sudadera roja, pese a que en realidad no hacía prácticamente nada de frío. Y en efecto, parecía más interesado en su videojuego que en ellas… aunque su expresión de aburrimiento no dejaba del todo claro si incluso aquello igual le interesaba o no.
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—Buenos días —saludó Monique con voz cordial, asintiendo ligeramente con la cabeza.
—Hola —saludó el muchacho escuetamente, sin voltear a verla.
Karly se giró en su dirección, con ligero asombro en su mirada, como si acabara apenas de reparar en que él estaba también ahí.
—Ah, él es Billy; Billy Trevor.
—Pero todos me llaman Cuervo —musitó el muchacho, con cierto orgullo en tono.
Karly no tuvo reparo en dejar escapar su opinión al respecto, primero en la forma de una larga carcajada sarcástica.
—No es cierto, nadie lo llama así —exclamó divertida, provocando que un ligero rubor se pintara en las mejillas del chico—. De hecho, él también es relativamente nuevo en la ciudad.
—¿En serio? —exclamó Monique.
—Ajá. Se mudó a inicios del semestre, hace un par de meses.
—Tres, de hecho —complementó el chico, llamado al parecer Billy (o Cuervo). Y sólo hasta ese momento dejó de lado su videojuego y se giró a observar a la recién llegada. El interés en su mirada casi adormilada era apenas una pequeña fracción mayor de cómo miraba a su consola—. Tú debes ser la chica nueva a la que Karly dijo que guiaría contra su voluntad.
—Eso creo —masculló Monique con una media sonrisa—. ¿También eres miembro del… MTI… PHR?
—MTJGRP —se apresuró Karly a corregir—. Y, ¿quién? ¿Billy? —Soltó otra risa sarcástica, más sonora y peyorativa que la anterior—. Claro que no. ¿Te parece que calificaría para una admisión?
De nuevo las mejillas del muchacho se llenaron de color,
Karly se aproximó rápidamente hacia Monique, y le susurró cerca de su oído como queriendo decirle un secreto. Aunque, en realidad, pareció hacer nulo esfuerzo en bajar su voz lo suficiente para que Billy no la escuchara.
—Pobrecito, ha estado enamorado de mí desde que llegó. Me da un poco de lástima, y lo dejo estar cerca de mí para que se sienta bien.
Aquello ya fue suficiente para que una reacción más palpable se hiciera presente en Billy.
—¡Oye! —exclamó el muchacho con claro enojo en la voz—. ¡No le digas cosas raras que pueda malinterpretar!
—No se puede malinterpretar la verdad —declaró Karly con jactancia, encogiéndose de hombros.
Monique se sintió tentada a decirle que claro que era posible, pero decidió mejor guardárselo. En su lugar, decidió cambiar un poco el tema.
—Entonces, ¿quién más es parte de tu grupo aparte de ti?
—Sólo yo —respondió Karly rápidamente, sin vacilación.
Monique parpadeó, confundida.
—¿Sólo tú?
—Sí, bueno… es complicado encontrar a gente rica y popular; somos una clase única y escasa, ¿sabes? Eso nos hace tan especiales.
—Sí, claro —exclamó Billy con ironía—. Y los pocos que hay están demasiado ocupados como para perder el tiempo jugando con ella.
—Oye, ¿quieres que te quite tu llave para que ya no puedas venir a esconderte aquí a jugar tus videojuegos? —musitó Karly entre dientes con clara amenaza—. Esas cosas están prohibidas, por cierto —añadió girándose hacia Monique señalando hacia la consola de Billy—. ¿Te lo comenté?
—Creo que venía en el panfleto que rompiste —susurró Monique en voz baja, esperando que no se notara demasiado la queja implícita.
Ya un poco más tranquila (de un segundo a otro), Karly se dirigió a una de las sillas, y se dejó caer de sentón en una de ellas, cruzándose de piernas y colocando sus manos atrás de su cabeza con una postura cómoda y satisfecha.
—En fin, con esto te he enseñado todos los sitios importantes de la escuela. Ahora sabes todo lo que debes de saber para tener éxito en Gray Peaks High.
—¿Eso fue todo? —exclamó Monique, sorprendida.
—Ajá.
—¿Y el centro de cómputo?
—¿Quién necesita eso? —resopló Karly—. Todos tenemos laptops, tabletas o teléfonos, ¿no?
—¿Qué hay de la enfermería?
—Sólo no te enfermes ni te lastimes, y ya.
—¿Y la dirección?
—¿Para qué querrías ir a ese sitio? No hay nada divertido ahí.
—¿Y mi salón de clases?
Karly abrió la boca con la clara disposición de responderle aquella pregunta de la misma forma que lo hizo con las anteriores. Sin embargo, lo único que surgió de ella fue un absoluto silencio, mientras sus ojos observaban al techo, reflexiva.
—Tu salón de clases —repitió lentamente para sí misma, al tiempo que se ponía de pie—. Claro… Eso… quizás es un poco importante.
—Típico de ti, Karly —masculló Billy, poniendo los ojos en blanco.
—¡No molestes, Billy! —espetó Karly en alto, y de inmediato le arrebató su videojuego de las manos—. Mejor ya deja eso, y ven también con nosotras.
—Está bien —suspiró Billy con fastidio. Se puso rápidamente de pie, e introdujo sus manos en los bolsillos de su sudadera. A Monique le sorprendió ver que de hecho era un poco más alto de lo que parecía cuando estaba sentado.
Los tres jóvenes se dirigieron rápidamente al pasillo. Karly cerró con llave la puerta del armario… o más bien, la de su base. Y los tres se dirigieron presurosos hacia su salón, pues ya iban bastante tarde, en realidad.
— — — —
Para cuando los tres llegaron al salón marcado como el Número 3 en la puerta, Monique ya había creado en su cabeza al menos cinco disculpas diferentes por su tardanza, que iban desde decir la verdad (e implícitamente culpar de todo a Karly), pasando por simplemente usar como excusa que era su primer día y había perdido el plano que le habían dado (lo cual era cierto), y terminando con una convincente historia sobre un ser de arena atacándola en el patio.
Todas esas excusas, sin embargo, partían de la base de que iban a intentar entrar al salón discretamente, pidiendo perdón al profesor en turno. No obstante, Karly al parecer tenía otros planes. Y similar a como había entrado cuando le mostró los demás sitios de la escuela, la chica “rica y popular” no tuvo reparo en abrir la puerta de par en par, entrar con paso firme al salón, y pronunciar en alto.
—¡Y éste es nuestro salón de clase!
Monique se quedó paralizada en la puerta, con Billy detrás de ella unos cuantos pasos, sin mucha intención aparente de querer pasar. Y, por supuesto, todos los ojos se posaron sobre la muchacha rubia, incluidas las de una furibunda profesora de cabellos rojizos al frente de la clase.
—Srta. Bethan —pronunció la maestra con voz grave, pero Karly no la escuchó (o prefirió simplemente ignorarla).
—¿Cómo están todos esta mañana? —pronunció en alto dirigiéndose a los demás alumnos—. Quizás tengamos el Número 3 en la puerta, pero somos los Número 1 en todo lo demás. ¡¿No es así?! —gritó en alto alzando un puño al aire. Quizás esperaba que todos la secundaran, pero sólo un par parecieron compartir su ánimo—. ¿Te mencioné que soy la líder de la clase? —comentó a continuación, girándose hacia Monique aún en la puerta—. Y fui elegida por unanimidad.
—Era la única que se ofreció —señaló Billy, asomando su cabeza desde detrás de Monique.
—¡Srta. Bethan! —pronunció la profesora más en alto, sólo entonces logrando captar la atención de la jovencita.
—Ah, y ella es tu nueva profesora de matemáticas y encargada de la clase, la Srta. Melaza.
—Cereza —le corrigió la mujer de abundante cabello rojizo rizado, y grandes anteojos redondos.
—Sí, eso.
Restándole importancia a la reacción de la maestra, se aproximó rápidamente hacia Monique y la tomó de su muñeca para jalarla hacia el interior del salón. Éste acto la tomó un poco desprevenida, y no logró reaccionar hasta que estaba prácticamente de pie frente a la profesora.
—Le presento a su nueva alumna, Monique Devil, a la que he traído sana y salva hasta el salón —declaró Karly con marcada confianza—. No tiene que agradecerme.
La Srta. Cereza bajó su mirada y la posó fijamente en la jovencita delante de ella. Y fue bastante evidente para Monique que esos ojos no eran de alegría o emoción por recibirla en su clase, sino absolutamente todo lo contrario. Sólo en una ocasión había visto tal furia reflejada en los ojos de alguien al mirarla, y había sido en un centauro oscuro, al que su madre había matado a su hermano y ardía en deseos de venganza. Y en ese entonces Monique se sintió tan intimidada como en ese momento.
Tragó saliva nerviosa, se paró derecha, e intentó hablar lo más firme que pudo.
—Es un placer, Srta. Cereza. Estoy encantada de estar en su clase.
Y entonces le sonrió, de la forma más sincera que sabía hacer. No demasiado para que pareciera falsa, pero no tan poco como para que pareciera que tenía que forzarse para hacerlo. La Srta. Cereza, sin embargo, no le regresó nada ni remotamente similar a una sonrisa.
—Bethan, Trevor —exclamó con brusquedad, mirando hacia los otros dos chicos que llegaban tarde—. Vayan a sus lugares. Tú —exclamó apuntando a Monique con el dedo—. Al pasillo conmigo, ahora.
—Pero…
—¡Pero ya!
La Srta. Cereza se dirigió con paso pesado hacia la puerta, y Monique no tuvo más remedio que ir detrás de ella. Solas en el pasillo, la profesora cerró con (demasiada) fuerza la puerta, y se giró hacia ella, mirándola de nuevo con esos ojos que estaban a nada de convertirse en navajas y atravesarle el cráneo.
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—Es apenas tu primera clase y ya te das el lujo de llegar tarde —soltó la Sra. Cereza, cruzando los brazos frente a su pecho—. Es más que evidente el tipo de problema que serás.
—Pero, yo no quise llegar tarde —se apresuró Monique a explicar, nerviosa—. Es que… Karly me estuvo dando su tour…
—Ah, ¿y encima te atreves a culpar a una compañera de tus propias faltas? —le reprendió la profesora con dureza, forzándola a agachar su mirada, apenada.
—No, señorita…
La profesora la miró atentamente con sus ojos achicados. Su pie se movía impaciente contra el suelo.
—No tiene caso que finjas conmigo —dejó escapar de pronto, tomando a Monique por sorpresa.
—¿Disculpe?
—Yo sé bien quién eres. O, más bien, qué eres.
Sus ojos verdes se posaron directo en el cuerno gris que sobresalía del costado izquierdo de la cabeza de Monique. Y ésta, de inmediato, lo comprendió todo.
—Yo siempre he estado en total desacuerdo en que personas como tú se mezclen con la gente normal y buena como nosotros —prosiguió la Srta. Cereza con inconfundible ponzoña en su voz—. Pero no, el Dir. Rough y su nueva “política de inclusión” quiere hacer lo que se le dé la gana. Pero empezamos aceptando a una, y con el tiempo este sitio se llenará de demonios, vampiros, hombres lobos, ¡zombis!
—Creo que los zombis no van a la escuela —musitó Monique por mero reflejo, pero por suerte lo había hecho lo suficientemente bajo.
—Escúchame bien, jovencita —espetó la Sra. Cereza, señalándola con un dedo acusador—. Te estaré vigilando a cada segundo. Y en el momento en el que cometas el primer error, me encargaré yo misma de que te expulsen en el acto. ¿He sido clara?
No había nada en su tono que pudiera hacerla sentir que era una promesa vacía. En verdad no quería que estuviera ahí, y lo evitaría por cualquier medio.
Monique suspiró, sintiéndose de hecho más resignada que asustada.
—Sí, señorita…
—Ahora ve y siéntate —indicó la profesora, señalando a la puerta del salón—. Y no quiero escuchar ni una palabra de ti por el resto del semestre.
—¿Cuál es mi asiento?
—Quizás lo sabrías si hubieras llegado temprano, ¿no crees?
Otro suspiro más se escapó de los labios de la jovencita.
—Sí, señorita…
Cabizbaja y casi arrastrando los pies, Monique ingresó en el que sería su nuevo salón de clases, con bastante menos ánimo del que tenía al llegar a la escuela esa mañana (y eso es decir mucho).
«Perfecto. Es apenas el primer día, y mi maestra ya me odia. Esto no podría ir mejor…»
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wingzemonx · 3 months
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 22
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—Creo que sí podrás subir —le había respondido su amado Goku aquella primera vez que se vieron, en cuánto ella le preguntó si acaso ella podría montar a su extraña nube dorada—. Siempre y cuando tengas un corazón puro.
—Entonces no debe haber problema —añadió con emoción la linda jovencita—. Mi corazón es tan puro y limpio como el agua de los manantiales que usamos para beber…
Y su afirmación fue cierta. Pudo montar la Nube Voladora en aquella ocasión sin ningún problema, y lo hizo igual en todas las siguientes, gracias a haber podido mantener la pureza de su corazón.
Hasta ese momento, en el que ahora se encontraba cayendo a toda velocidad y sin ningún freno de la Torre Karin, en dirección directa a tierra. Su cuerpo había traspasado la Nube Voladora como si se tratara justo de simple gas y vapor. Y eso sólo podría significar una cosa…
«¡No puede ser! ¡No puede ser!» repitió varias veces en su cabeza, incapaz de creer que eso en verdad estuviera sucediendo.
Giró su cuerpo en el aire como pudo para mirar hacia abajo. El suelo aún no se veía, pero se precipitaba con demasiada rapidez. A ese ritmo, no tardaría mucho en estrellarse, e irremediablemente terminar como una pasta de carne, sangre y huesos embarrada al pie de la torre. Y lo único que podía salvarla, la había abandonado.
Lágrimas surgieron de sus ojos, y estás volaron por el aire hacia arriba mientras caía.
Iba a morir; en verdad iba a morir, y de una forma espantosa y sin haber logrado nada. No había salvado a su hijo, no había podido vengar a su esposo, no había logrado obtener el agua… Y ahora con las cosas horribles que acababa de hacer, quizás ni siquiera se mereciera ir al cielo tras su muerte. Todo había sido para nada…
—¡No! —gritó con todas sus fuerzas como un potente rugido—. ¡Aún no! ¡Aún no!
No podía dejarse doblegar por la desesperación. Si tenía poco tiempo, tenía que usarlo para pensar en algo, hacer cualquier cosa. Con el viento golpeándole la cara, se giró en dirección a la torre que se desplazaba a su costado, y extendió inútilmente sus manos en su dirección, intentando desesperadamente agarrarse de ella. Sin embargo, se encontraba demasiado lejos.
En su desesperación agitó sus manos y pies como si quisiera nadar en el aire con tal de acercarse, pero su cuerpo no se movió ni un poco, salvo hacia abajo. Estaba tan cerca, si tan sólo pudiera estirar sus dedos unos centímetros más, o volar como lo hacían los otros, o de alguna forma impulsarse hacia adelante, sólo un poco…
Y entonces algo le cruzó la cabeza repentinamente. Una idea, y un recuerdo.
La realidad era que al estar estudiando sus lecciones con Gohan, pocas veces lograba entender por completo varios de esos textos que resultaban tan avanzados para ella. Pero había algo que se le había quedado grabado, una lección sobre física que decía: “Para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto.” A eso se le llamaba “Principio de acción y reacción.” El libro lo explicaba con varios ejemplos. Entre ellos, el de un hombre empujando con fuerza a otro de peso y tamaño similar, de tal forma que no sólo el hombre empujado se movía hacia atrás, sino también el que empuja siente que su cuero se mueve en la dirección contraria por impulso del mismo empujón. O cuando en una piscina te empujas con los pies contra la pared para darte impulso, o la forma en la que una aeronave se impulsaba hacia adelante por la acción de la turbina, que soltaba su energía empujando en la dirección contraria…
—Ah, como cuando atacas con ki, ¿no? —había pronunciado Goku de pronto desde el otro lado de la mesa del comedor, a medio bocado de su cena. Milk y Gohan, que repasaban la lección lado a lado en la mesa mientras éste último terminaba de comer, levantaron al mismo tiempo sus miradas del libro hacia él.
—¿Cómo dices? —preguntó Milk, un tanto destanteada. No estaba segura de que aquel comentario hubiera sido hacia ellos, pues en general Goku no solía prestar mucha atención a las lecciones de Gohan.
El guerrero terminó rápidamente su plato, lo colocó sobre la mesa y se pasó la servilleta por los labios para limpiarse los rastros de arroz y salsa.
—Es como cuando arrojo un Kame Hame Ha —añadió con entusiasmo, al tiempo que se ponía de pie. Caminó entonces hacia un área más despejada de la sala, mientras Milk y Gohan lo seguían con la mirada—. Lanzar un ataque como el Kame Hame Ha, es igual a lanzar un golpe: la energía sale disparada hacia adelante —explicó con inusual seriedad, mientras adoptaba la pose distintiva de su técnica, separando sus piernas, juntando las manos a sus costados, y luego extendiéndolas juntas hacia el frente. Aunque claro, para efectos de la demostración, sólo había hecho los movimientos más no invocado su energía—. Sin embargo, siempre siento como una fuerza parecida me empuja a mí hacia atrás. Es por eso que además de ejecutar la técnica con precisión, debes también hacer un esfuerzo para mantener tu cuerpo firme en su posición. De otra forma, éste termina siendo lanzado hacia atrás, y no siempre es lo que deseado. Aunque a veces es útil si quieres impulsarte usando esa misma fuerza. Pero no sabía que se trataba de algo científico —añadió con tono risueño, colocando una mano atrás de su cabeza.
—Sí, Goku —masculló Milk con ligero fastidio—. Todo es… científico. Pero por favor, no confundas a Gohan con…
—¡Ya entendí! —exclamó en alto de pronto el pequeño, sonriendo ampliamente—. Tiene todo el sentido. Para que una fuerza empuje en una dirección, otra igual empuja en la contraria.
—Algo así —señaló Goku, aunque indeciso—. O eso creo… ¿tú qué dices, Milk?
La mujer miró a ambos con expresión confusa. Tras un rato, suspiró y sonrió conforme. Si el ejemplo de Goku ayudaba a que Gohan entendiera, ¿quién era para quejarse?
—Sí, así es —asintió—. Es como arrojar un Kame Hame Ha…
Y eso era justo lo que necesitaba: una fuerza que pudiera empujarla hacia donde deseaba ir. Sólo tenía que usar su ki, disparar un poco de energía hacia un lado, y el impulso la acercaría a la torre. Sólo había un problema: ella nunca había hecho tal cosa. Era una de las lecciones que Goku había intentado impartirle en su momento, y lo más que había podido era generar una pequeña lucecita de energía apenas del tamaño de una luciérnaga, antes de rendirse y decidir que era una pérdida de tiempo.
Pero ahora todo era diferente. Había logrado sentir la presencia de las personas concentrándose lo suficiente, quizás ahora podría hacer un poco más. Si no lo hacía, lo único que le esperaba era la muerte segura.
Se giró rápidamente en el aire, quedando como pudo de cabeza, con su espalda hacia la torre. Extendió ambas manos al frente y se concentró, lo que más se había concentrado en toda su vida, pero nada pasó; ni siquiera la pequeña luciérnaga dorada de aquella vez se hizo presente.
«Sólo un poco… necesito… sólo un poco de impulso. Sólo un poco, ¡por favor!»
Quería concentrarse en acumular su energía en los dedos, justo como Goku le había enseñado, pero esto no resultó nada fácil. El sonido del viento, el revolotear de sus ropas y su cabello, el terror que le invadía al pensar que cada segundo que se tardaba la acercaba más y más a tierra…
«Voy a morir, voy a morir, voy a morir…» su cabeza le taladraba sin descanso, y las lágrimas resbalaban por sus ojos hasta elevarse y perderse en el aire. No podía hacerlo, no podía siquiera darle claridad a su mente, mucho menos hacer algo que nunca había hecho.
Apretó sus ojos con fuerza, presa de la frustración. No quedaba nada que hacer. Su insolencia, su debilidad, y su impaciencia la habían llevado hasta ese límite. Ahora tendría que pagar…
“Nunca lo lograrás si en lugar de enfocarte en lo que está delante de mí, tienes tu mente y tu corazón en otro lado”, resonó en ese momento la voz del Maestro Karin en su cabeza, obligándola a abrir sus ojos. Eran esas palabras que acababa de decirle hace un rato, ante de su arranque de ira, y que ella no quiso escuchar. “Has enfocado toda tu atención y todo tu espíritu en lo que debes hacer a futuro, o en lo que quieres lograr al obtener el poder que deseas, en lugar de enfocarte en lo que es importante en estos momentos… Despejar tu mente, dejar tu corazón sin ningún sentimiento que lo enturbie. Sólo hasta lo logres podrás obtener el Agua Ultrasagrada y seguir adelante.”
Enfocarse en lo que era importante en ese momento, y nada más. Su desliz de hace un rato, la inminente caída, el estado de su hijo y de su esposo. Nada de eso importaba ese momento; sólo invocar su ki para poder salvarse. Todo lo demás tenía que dejarlo ir…
Milk respiró profundamente, inhalando por la nariz, exhalando por la boca, y volvió a cerrar sus ojos. Pero esta vez no con desesperación o frustración, sino para intentar entrar en un estado de calma absoluta. Dejar que su mente se despeje, que sus pensamientos y preocupaciones vuelen fuera de ella como mariposas. Y deshacerse de todo eso que enturbiaba su corazón.
El sonido del aire a su alrededor ya no era algo ensordecedor, sino que incluso se había convertido en un pequeño murmullo. Y su cuerpo se sintió tan ligero como si flotara. Era un estado mental en el que no creía haber estado antes, mucho menos en una situación como esa.
Cuando se sintió lista, volvió concentrarse y enfocar su energía en sus dedos. Esta vez, sin siquiera abrir sus ojos, pudo sentir como un cosquilleo eléctrico le brotaba de las puntas de sus dedos, y una sensación cálida y agradable se iba formando en la palma de sus manos, como la misma sensación de tener el pequeño cuerpo de su bebé Gohan contra ella.
Abrió los ojos lentamente, y contempló maravillada la esfera blanquizca que se había formado entre sus palmas, del tamaño de una pelota pequeña, danzando e iluminándola como una flama. Era energía; su energía.
Podría haberse quedado ensimismada contemplándola, pero no podía darse ese lujo. Rápidamente su realidad se volvió de nuevo tangible en su mente, y se forzó a reaccionar.
«Por favor, que esto funcione…»
Extendió sus manos hacia adelante, y entonces liberó aquella energía hacia el frente, dejándola ir. La esfera salió disparada con fuerza hacia adelante, y justo como esperaba su cuerpo fue impulsado hacia atrás con la misma aceleración. Su espalda golpeó fuertemente contra la torre, provocándole un gran dolor que dejó escapar en la forma de un alarido. Sin embargo, no dejó que éste la dominara. Se giró rápidamente, extendió una mano, y sus dedos se aferraron firmemente a la primera saliente de la torre de la que se pudo agarrar. Su brazo se extendió y sintió un largo tirón de su hombro en cuanto éste tuvo que frenar abruptamente la aceleración de su cuerpo entero, tanto que pensó por un momento que se dislocaría.
Dejó escapar otro grito de dolor, aún más fuerte que el anterior. Sus dedos temblaron y amenazaron con ceder, pero los obligó a mantenerse firme. En cuanto pudo hacer que su cuerpo reaccionara, buscó a tientas con sus pies otra superficie en la cual apoyarse, y una vez que lo logró pudo también alzar su otra mano para sostenerse. Y sólo hasta ese momento su mente tuvo la claridad suficiente para entender que había dejado de caer.
—Lo logré… —susurró en voz baja, totalmente anonadada. Poco a poco, una amplia sonrisa de felicidad se apoderó de sus labios—. ¡Lo logré! —gritó con todas sus fuerzas al cielo, como el más espectacular grito de victoria.
Risas de alivio y lágrimas de alegría no tardaron en hacerse presentes. Su corazón le retumbaba en el pecho, y su cuerpo le temblaba. Pero estaba viva…
Y conforme las emociones se fueron calmando, su aliento volvía, y sentía su cuerpo otra vez, su sonrisa también fue desapareciendo. Pues conforme la conmoción inicial menguaba, la revelación y claridad de lo que acababa de hacer la bombardearon.
—Lo logré… —repitió en voz baja, ya no habiendo alegría o excitación en sus palabras, sino más bien un marcado escepticismo.
¿En verdad ella había hecho tal cosa? ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo era que no estaba muerta en esos momentos…?
Miró discretamente hacia abajo. La tierra y las montañas ya eran claramente visibles, aunque aún se encontraba bastante alto. Miró hacia arriba, y no le sorprendió ver que había caído tanto que la punta de la torre de nuevo no era apreciable.
No había duda de que estaba mucho más cerca del suelo en ese momento que de la punta. Y ahora no contaba con la Nube Voladora para que le ayudara. En ese escenario, y tras su más que evidente fracaso, lo más sensato sería bajar de nuevo a tierra firme, e irse a casa como el Maestro Karin le había indicado. Y hace algunos días, lo más seguro es que eso hubiera hecho sin pensarlo demasiado.
Pero en lugar de eso, Milk miró con decisión hacia la cima, se paró firme en las salientes, tensó sus manos, y comenzó a escalar. Paso a paso, centímetro a centímetro, volvió a elevarse por los aires con sus propias manos y pies.
Eso aún no había terminado.
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wingzemonx · 3 months
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Monique Devil - Capítulo 02. Primer día
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Capítulo 02. Primer día
La vida de Monique siempre estuvo llena de sorpresas y cambios durante estos primeros quince años (y medio). Y recientemente le tocó vivir un cambio más, aunque de un tipo más “común” en comparación a los que estaba acostumbrada, y eso al menos era digno de agradecer un poco.
Harold acababa de ser transferido por su compañía a la sucursal de la misma en Gray Peaks, una pequeña ciudad construida a la sombra de dos grandes montañas gemelas, que durante otoño e invierno se tornaban grises por la neblina que las envolvía (de ahí el nombre). Monique, en cuanto vio aquellos montes por primera vez en una postal de la ciudad, pensó irónicamente que se asemejaban un poco a los cuernos de su padre y al suyo. No sabía si era una coincidencia, pero al menos era un poco gracioso.
Debido a la mudanza, Amanda había tenido también que buscar un nuevo trabajo, consiguiendo con relativa facilidad un puesto como jefa de urgencias en el Hospital General de la ciudad. El administrador de su hospital anterior le escribió una muy elocuente carta de recomendación; todo con tal de que se fuera lo más pronto posible…
Y claro, con todo ello, a Monique le tocaba también cambiar de escuela. Y para la mayoría de los chicos de quince años (y medio), el tener que mudarse repentinamente de esa forma resultaría bastante frustrante y molesto. Pero no era el caso de Monique Devil, que en realidad no consideraba aquello una gran pérdida. No era como si realmente tuviera muchos amigos en su escuela anterior; no desde el incidente del ogro gigante abriendo el techo a mitad del examen, y no tenía tampoco demasiados antes de eso.
Así que en lugar de amargarse o entristecerse por el cambio, decidió abrazar éste de la mejor forma, y verlo como una nueva oportunidad para empezar de cero, y quedarse en el cero. El cero resultaba bastante bueno para ella, dadas sus circunstancias.
La mañana del que sería su primer día de clases, mientras se arreglaba cuidadosamente frente a su espejo (peinarse teniendo un cuerno no es tan sencillo como la gente cree), Monique pensaba detenidamente en cuál sería su plan de acción para ese día. Éste consistía básicamente en:
«Sé invisible y hazte notar lo menos posible.»
Bastante sencillo.
«Habla con el mínimo de gente necesaria, y no hagas enojar a tu nueva maestra —se decía a sí misma mientras pasaba el cepillo por su largo cabello azul—. Y si aparece algún monstruo buscándote, finge demencia y sal de ahí disimuladamente. Si tienes suerte, pasarás a salvo el primer mes sin ningún incidente; quizás incluso puedas tener un compañero de estudios para el segundo mes, y quizás incluso casi un amigo para el tercero. Pero no te hagas ilusiones, Monique; ¿de acuerdo? No estamos aquí para eso, sino para estudiar e intentar no morir en el intento.»
La Monique de su cabeza solía ser bastante estricta con sus planes, aunque no siempre salían como lo esperaba. Pero al menos lo intentaría.
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Una vez lista, salió de su cuarto con mochila en mano y bajó las escaleras hacia la planta baja.
Uno esperaría que la casa de un antiguo Señor del Mal y de una antigua Heroína fuera algo así como un castillo de grandes torres y calabozos. Pero, en realidad, la casa de los Devil en Gray Peaks era una residencia suburbana bastante convencional, solamente un poco más grande que su casa anterior, e incluso con jardín frontal y un buzón.
Al bajar, la joven Monique se encontró primero con su padre. Harold se encontraba sentado en la mesa de la cocina, tomando café y leyendo el periódico. El antiguo Señor del Mal era del tipo de persona que prefería aún leer todo en papel; por algo tenía tantos libros físicos en su biblioteca privada, aunque muchos de sus ejemplares llenos de hechizos y maldiciones se encontraban disponibles, y con descuento, en versión electrónica.
El Sr. Devil lucía un elegante traje brillante de pantalones y saco azul, y una bonita corbata roja. Y claro, sobre sus hombros, llevaba aquella larga capa negra de cuello alto, de apariencia raída y vieja, pero que siempre, sin excepción, traía puesta. Incluso cuando iban a la playa, podía estar en traje de baño, pero su capa nunca faltaba. Hacía mucho que Monique había desistido de cuestionarse el porqué.
—Buenos días, papá —saludó la jovencita de un cuerno al pasar a su lado de camino a las cajas de cereal.
—Hey, buenos días, hija —espetó Harold con efusividad—. ¿Lista para tu primer día?
—Supongo. ¿Y tú?
—Claro que sí. Ya tengo mi maletín lleno de cosas de trabajo. —Y mientras hacía aquella declaración, tomó con sus largos dedos el maletín negro que tenía sobre la mesa a su lado, y lo extendió para que su hija pudiera verlo de cerca—.  ¿Qué tal?, ¿no se ve profesional?
Monique, con su plato de cereal servido en las manos, le echó un ojo al maletín, que era… bueno, un maletín negro, sin nada en particular.
—Se ve igual que el anterior.
—Pero éste es de cuero —señaló Harold con aún más entusiasmo—. Anda, tócalo.
—No, gracias…
Tras esquivar el maletín nuevo de su padre, Monique tomó asiento en la silla a su lado y tomó el cartón de leche sobre la mesa. Su cereal favorito era de avena con malvaviscos; un poco aniñado para una chica de quince años (y medio), pero eso no le preocupaba demasiado. No le gustaba echarle mucha leche porque se endulzaba demasiado rápido por los malvaviscos, por lo que sólo usaba la indicada para ablandarlos lo suficiente. Y, ¿por qué contarles eso?, ¿acaso es relevante?, se preguntarán; quizás luego se los diga.
Tras dar el primer bocado de su desayuno, Monique se viró hacia su padre y, aun masticando, intentó preguntarle:
—¿Dónde está ma…?
Pero su cuestionamiento se respondió solo cuando los pasos del tercer miembro de la familia Devil se hicieron escuchar, mientras bajaba rápidamente por las escaleras.
—¡Monique! —masculló Amanda, inusualmente emocionada, especialmente considerando la hora del día—. Qué bueno que te alcancé. Mira lo que encontré; esto es perfecto para que te lo lleves a clases.
Amanda extendió delante de ella lo que cargaba con tanto orgullo en sus manos: una larga espada brillante, de una hoja tan filosa que sentías que te cortaba con tan sólo mirarla.
—¡Mamá! —espetó Monique, casi horrorizada—. No voy a llevar una espada a la escuela. Estoy… casi segura de que va totalmente en contra del reglamento.
En realidad dudaba que dicho reglamento mencionara directamente las espadas, pero cualquier persona con sentido común lo concluiría sin necesidad de ello; cualquier persona, menos Amanda Devil.
—Descuida, es mágica —explicó su madre justo después, y agitó entonces la espada hacia un lado con fuerza y ésta se fue encogiendo poco a poco, hasta convertirse en algo más parecido a una daga—. Se hace pequeña, ¿ves? Y así nadie sabrá que la traes contigo.
—¡Eso no es mucho mejor! —exclamó Monique, incluso más inquieta que antes—. Si la encuentran en mi mochila, me expulsarán de seguro.
—Tonterías —bufó Amanda, restándole importancia a dicho argumento. Se aproximó a la silla donde Monique había dejado su mochila, la tomó y la abrió antes de que la joven pudiera hacer algo para impedirlo—. Mira, la puedes meter aquí y tenerla cerca por si acaso la nece…
Amanda había soltado la pequeña espada en el interior de la mochila, y lo siguiente que los tres vieron fue el punta de la filosa hoja atravesando la parte inferior del bolso, sobresaliendo al menos la mitad por dicho agujero.
—Oh… —susurró Amanda, bastante más calmada que la dueña de la mochila—. No te preocupes, creo que tengo un protector por aquí para evitar eso…
La Dra. Devil se alejó con todo y la mochila, comenzando a revisar escrupulosamente en los cajones de la cocina.
—No puede ser —suspiró Monique, resignada y molesta, tomando su frente con una mano, y continuando con su plato de cereal con la otra.
—No es mala idea que tengas una espada a la mano, Monique —indicó Harold un rato después de haber reanudado la lectura de su periódico—. Nunca sabes cuándo puede surgir un Golem de la tierra y atacar la escuela. Querrás estar lista cuando eso pase; créeme.
—No me va a atacar un Golem en la escuela, papá —respondió Monique de mala gana, tomando pequeños bocados de malvaviscos y avena con su cuchara—. Además, una espada no funcionará contra uno.
—Exacto —exclamó Amanda con orgullo. Se aproximó por detrás a Monique, colocando la mochila sobre sus piernas, pero provocando que la joven fuera salpicada por un poco de leche—. Yo le enseñé eso —añadió Amanda, señalándose a sí misma con su pulgar—. Y por supuesto que no la atacará un Golem.
—Gracias, mamá…
—Pero un Limo Ácido Voraz, esos pueden surgir de todas partes y cuando menos lo esperas. Había dos en el baño esta mañana.
—¿En serio…?
—¿Y una espada sí funcionaría con sus cuerpos gelatinosos? —preguntó Harold, genuinamente curioso.
—No por sí sola —se apresuró Amanda a responder—. Pero si usas magia de rayo...
Por la ventana de la sala se pudo apreciar como el largo vehículo escolar color amarillo pasaba por delante de la casa, y se estacionaba justo frente a ésta. Aquello era la señal de salida para Monique.
Tomó rápidamente dos cucharadas más de su cereal, se colgó su mochila al hombro, y se dirigió apresurada hacia la puerta.
—Es mi autobús —indicó teniendo su boca aún ocupada por cereal—. Ya me voy; que tengan un buen primer día también.
—¡Que te vaya bien! —le despidió Harold efusivamente, agitando una de sus manos.
Al momento de colocar un pie afuera y ver de frente el largo autobús, Monique se paralizó unos instantes. Por las ventanillas podía ver a los otros chicos a bordo, y aquello la puso un poco nerviosa.
«Recuerda —se dijo a sí misma—, no hables con nadie, y hazte notar lo menos posible.»
Suspiró con fuerza, y comenzó a caminar hacia el autobús lo más segura y firme que podía. Las puertas se abrieron hacia un lado cuando ya estaba a un costado del vehículo, y el ruido de adentro se hizo más apreciable. Se paró firme, respiró hondo, y colocó el primer pie en los escalones. Y entonces…
—¡Si aparece otro ogro a mitad de un examen recuerda apuntar a los ojos! —escuchó de pronto la voz de su madre gritando a sus espaldas—. ¡Los ojos!, ¡no lo olvides!
Monique se viró lentamente sobre su hombro, sólo para apreciar a sus dos padres de pie en el pórtico de la casa, agitando sus manos en el aire en forma de despedida. Sus labios se apretaron con fuerza, y apenas y logró alzar una mano para corresponderles el saludo. Luego subió apresurada.
El ruido y las voces del interior se habían callado. Y si la atención de alguno de los presentes no había sido llamada por aquella nada discreta advertencia de su madre, de seguro lo fue cuando aquella chica de piel gris, cabello azul y un cuerno se paró justo delante de todos, y estos posaron sus miradas perplejas en ella.
—Buenos días —pronunció Monique despacio, y comenzó a caminar por el pasillo con su cabeza agachada. Nadie dijo nada, pero podía sentir cómo todos la seguían con la mirada.
Se sentó en la última fila, donde había menos gente. Justo después el autobús se puso en movimiento, y el aire tenso pareció irse calmando poco a poco, aunque no del todo.
Monique se colocó sus audífonos y conectó estos a su teléfono. Escuchar un poco de música le ayudaría a abstraerse, y a que el viaje no fuera tan largo… e incómodo.
— — — —
El trayecto a Gray Peaks High tomó unas dos canciones y media. En ese tiempo, nadie hizo el intento de hablar con Monique, o incluso de sentarse a su lado. Aquello de hecho era más que ideal para ella; ser invisible y no hacerse notar, era justo lo que buscaba. Y aunque sus padres no le ayudaron al inicio a cumplir su meta, se disponía a seguir adelante y con firmeza con dicho plan en cuanto pusiera un pie en su nueva escuela.
Cuando el autobús se detuvo frente a la entrada, Monique aguardó a que todos salieran primero, y entonces ella pasó después. Al ponerse la mochila, sintió como uno de sus lápices caía al suelo entre sus pies.
«¡El agujero!» pensó espantada al recordar que su mochila había sido agujerada. La revisó rápidamente por debajo; el agujero no era muy grande, pero lo suficiente para que objetos pequeños se escaparan por ahí. No le quedaba de otra más que ser muy cuidadosa el resto del día, y ponerle un parche cuando llegara a casa.
Pero no debía distraerse demasiado en eso. Tenía un plan y debía seguirlo. Sin embargo, en cuanto bajó del autobús y alzó su mirada hacia el frente, pudo darse cuenta de que su plan no sería tan sencillo como ella esperaba.
Entre la marea de chicos que marchaban hacia el interior del edificio, vio a una chica de cabellos rubios rizados, parada frente a las escaleras sujetando entre sus manos un cartel. Dicho cartel, para la absoluta sorpresa de la recién llegada, tenía escrito con plumón rosado:
MONIQUE DEVIL
Aunque parecía que en realidad habían escrito originalmente “MONQUE DEVIL,” pues la “i” había sido puesta a la fuerza entre “N” y la “Q” con marcador negro, en un insuficiente intento de tapar el error.
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Pero eso era lo menos importante del asunto. ¿Quién era esa chica y por qué tenía un cartel con su nombre? Además de todo, miraba expectante y sonriente hacia el autobús como si aguardara a alguien… ¿A ella?
«¿Qué rayos…?» Pensó Monique, vacilante sobre qué hacer a continuación.
¿Se suponía que debía caminar hacia ella y presentarse? ¿Por qué la estaba esperando en primer lugar? Aquello rompía por completo lo que se suponía que haría (no hablar con nadie, para empezar).
Consideró seriamente seguir de largo y fingir que no la había visto. Pero aquello no sólo sería difícil de creer, pues era casi imposible no verla; sería además bastante grosero… Y para bien o para mal, a Monique Devil no le gustaba ser grosera.
Suspiró con resignación, y se aproximó entonces a la chica del cartel.
—Eh, disculpa… —murmuró despacio una vez que estuvo lo suficientemente cerca. La chica se sobresaltó con una inusitada emoción.
—¡Ah!, ¿tú eres Monique Devil? —soltó rápidamente, echándole una mirada rápida de arriba abajo—. Sí, definitivamente tienes cara de Devil.
—¿Qué? —exclamó Monique, sin saber qué quería decir con eso en realidad—. Ah… sí, soy yo. ¿Tú quién…?
—¡Encantada de conocerte! —espetó la chica rubia, tirando hacia un lado el cartel que traía consigo sin el menor miramiento, y rápidamente estrechando la mano de Monique entre las suyas—. Me llamo Karly Bethan; líder de la clase, miembro del equipo de porristas, y presidenta y fundadora de MTJGRP.
Monique se sintió un poco intimidada por la repentina cercanía de aquella extraña.
—¿MT… qué?
—MTJGRP —repitió la extraña, que aparentemente se llamaba Karly—. Significa: Movimiento por el Trato Justo a la Gente Rica y Popular.
Aquella explicación sólo dejó aún más dudas en Monique.
—¿Y qué es eso…?
—Te explico —se apresuró Karly, y sin aviso entrelazó su brazo con el de Monique y comenzó a caminar hacia el interior de la escuela, jalando a la recién llegada consigo—. ¿Has notado cómo en caricaturas, series, películas y novelas, siempre plasman a las personas ricas y populares como egoístas, malvadas y presumidas? ¡¿No piensas como yo que esa es una imagen prejuiciosa y dañina que fomenta el estereotipo y el odio?!
—Nunca lo había visto de esa forma… —susurró Monique despacio, y ciertamente nunca lo había considerado.
—¡Precisamente! —exclamó Karly con incluso más efusividad que antes. Ya en esos momentos ambas habían atravesado juntas las puertas principales y se adentraban en los pasillos de la escuela—. Y justo por eso fundé el MTJGRP, un club dedicado a demostrar que las personas hermosas y ricas, como yo, podemos hacer mucho bien por esta comunidad, y ayudar a las pobres almas menos bendecidas. Como a mis compañeros, claramente menos hermosos, ricos y populares que yo.
—Qué noble…
—Lo sé —murmuró Karly con alarde, sin captar al parecer la pequeña dosis de sarcasmo que había acompañado a las palabras de su acompañante—. En fin, el caso es que, como parte de las actividades caritativas del MTJGRP, yo seré tu guía durante tu primer día de clases aquí en Gray Peaks High, y te enseñaré todo lo que debes conocer.
—¿Necesito un guía?
—¿Y quién no? Personalmente me ofrecí como voluntaria con el director Rough, y él me dijo: “¡Por supuesto que no! Deje de perder el tiempo, señorita Bethan, y vaya a clases ya.”
Al repetir aquello, se encargó de agravar un poco más su voz, seguramente intentando imitar la del director. Monique tuvo que admitir que eso sí le provocó un poco de gracia. Incluso podría haber soltado una pequeña risilla, de no haberse contenido.
—Pero, ¿a quién le importa su opinión? —concluyó Karly justo después—. Es sólo el director, después de todo. Así que lo haré de todas formas.
—Te lo agradezco, pero no es necesario —murmuró Monique, zafándose en ese momento del brazo de aquella chica. Tomó entonces su mochila, y comenzó a rebuscar en su contenido—. De hecho, vine de visita con mis padres hace unos días, y en esa ocasión me dieron este panfleto…
Encontró entre dos de sus libros el panfleto que le habían dado, que incluía también un plano de la escuela. Se dispuso a enseñárselo a Karly, pero incluso antes de que pudiera sacarlo por completo, ella se lo arrebató de la mano rápidamente.
 —¡¿Panfleto?!, ¡tonterías! —exclamó la rubia con efusividad, pasando a romper dicho papel en cuatro pedazos.
—¡Oye! —espetó Monique, entre sorprendida y molesta. Había anotado ahí su número de salón y el nombre de su maestra…
Karly, sin embargo, no pareció notar su enojo.
—No necesitas eso mientras yo esté contigo —declaró ferviente, y entonces la volvió a tomar firmemente de su brazo—. Tú sólo sígueme…
Y sin más, comenzó a andar con más apuro por el pasillo, y Monique se fue con ella. Al parecer, a la Srta. Devil no le quedaba más opción que aceptar a su guía forzada.
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wingzemonx · 3 months
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Monique Devil - Capítulo 01. Trabajos normales y vidas normales
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Capítulo 01. Trabajos normales y vidas normales
El protocolo que rige este tipo de historias determina que debería comenzar diciéndoles que nuestra protagonista, de nombre Monique Devil, es una chica normal de quince años. Que va a la escuela, convive y se divierte con sus amigos, le gusta la música, estudiar y los deportes. Que tiene los problemas usuales de una chica de quince años, y las preocupaciones comunes que vienen de la mano con estar a unos pasos de convertirse en una mujer adulta.
Pero, aunque algunas de esas aseveraciones serían en efecto correctas, lo cierto es que Monique no es una chica normal; de hecho, está bastante lejos de serlo. Aunque, siendo justos, lo que la vuelve tan inusual no es directamente su culpa, sino de sus padres: Harold y Amanda Devil; esta última conocida anteriormente como Amanda Sanctis, antes de contraer nupcias… y ser repudiada por su familia. Pero me estoy adelantando.
¿Y qué tendría de anormal ser hija de Harold y Amanda Devil, más allá de su apellido? Bien, si han llegado a este punto es probable que hayan tenido que leer la pequeña narración del Sr. Devil al respecto, y quizás aquello les haya bastado para comprender de qué estamos hablando. Pero si acaso no es así, permítanme complementar un poco el contexto en el que nos estamos moviendo.
 Primero debemos recordar que, aunque a veces lo olvidemos, todos los padres tienen su pasado; la historia de sus vidas previas a cuando naciéramos. Y Harold y Amanda no son la excepción.
Harold, por ejemplo, dieciocho años atrás fue conocido como el Señor del Mal, un título que no se le da a cualquiera y no debe ser tratado a la ligera. Después de todo, en aquel entonces estuvo incluso a punto de dominar el mundo. Y de haber tenido éxito, quizás en estos momentos su cara alargada y grisácea estaría en los billetes, y en las escuelas se enseñaría su historia. Pero no fue así, pues como le suele ocurrir a los Señores del Mal, terminó siendo derrotado por un héroe (heroína en este caso), y ahora muy pocos recuerdan que aquel suceso siquiera ocurrió.
“La historia la escriben los ganadores,” dicen algunos.
Por su parte, Amanda era miembro de la Orden de los Caballeros de la Luz; básicamente un grupo de caballeros mágicos encargados de combatir las fuerzas del mal desde tiempos inmemoriales. Y fue ella precisamente la heroína que derrotó y despojó de sus poderes a Harold; y, de cierto modo, quién salvó al mundo de terminar siendo dominado por su ahora esposo.
Y ese podría haber sido el final de la historia; los héroes ganan, los villanos pierden, y todos felices comiendo perdices. Sin embargo, éste es de hecho apenas el inicio. Pues de alguna forma que a Monique aún no le quedaba claro (y de momento a nosotros tampoco), Harold y Amanda, una vez mortales enemigos, terminaron enamorándose. E incluso un poco después de aquel combate, ambos terminaron casándose.
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Típico, ¿no es así?
Por obvias razones, no todos sus familiares y amigos estuvieron de acuerdo con el matrimonio. La idea de que un Señor del Mal y una de las más grandes heroínas del mundo se unieran de esa forma, era simplemente inverosímil. Y por ello, la mayoría de sus allegados les dieron la espalda. Así que ambos tuvieron que elegir entre seguir siendo parte de sus respectivos clanes, o seguir con su insólito amor.
En este punto es evidente cuál camino eligieron.
Así que, a partir de ese momento, ambos tuvieron que apartarse de sus antiguas vidas, para conseguir trabajos normales y vidas normales… o, al menos, lo más normales que dos sujetos como ellos podían ser.
Harold usó sus habilidades de liderazgo, y falta de escrúpulos, para convertirse en gerente comercial de una gran empresa. Sorprendentemente le fue muy bien en ello. Pero claro, hay viejas costumbres difíciles de olvidar.
En su primer día en la última empresa en la que trabajó, Harold se presentó ante su nuevo equipo de ventas, el cual lo recibió con bastante ánimo.
—¡Es un placer conocerlos a todos! —exclamó el Sr. Devil con entusiasmo, una vez que estuvieron todos reunidos en la sala de juntas. Él estaba de pie delante de la larga mesa, y todo el resto del equipo lo miraban desde sus asientos—. Gracias por su cálida bienvenida. Y ahora que estoy aquí, les haré una promesa. Y la promesa es que seremos el mejor departamento de ventas de esta empresa, ¡y del mundo entero! Y les prometo —su semblante cambió bruscamente, y sus labios se estiraron en una larga y grotesca sonrisa maligna—, ¡que aplastaremos, destruiremos, y acabaremos por completo con nuestra competencia!, ¡sin excepción alguna! ¡Hasta que no queden ni las cenizas de nuestros enemigos y nos alimentemos de sus patéticas almas!
Volvió casi de inmediato a su estado jovial anterior, y concluyó:
—En sentido figurado, claro.
Harold sonrió satisfecho por su discurso, mientras el resto de los presentes en la sala lo observaban perplejos… y asustados.
—Entonces —musitó Harold con más calma—, ¿hay alguna pregunta?
Más de la mitad de las personas en la sala alzaron sus manos de golpe.
—¿Alguna pregunta que no tenga que ver con mis cuernos o mi capa?
Poco a poco todos fueron bajando sus manos, hasta que ya no quedó ninguna alzada.
—¡Perfecto! Entonces, vamos a trabajar…
Y ese fue el día más normal mientras estuvo trabajando ahí.
Por otro lado, Amanda decidió seguir sus deseos por ayudar a las personas, y se convirtió en doctora; un trabajo noble para un noble caballero. Sin embargo, se podría decir que a veces le es un poco difícil diferenciar entre ayudar a las personas curándolas de enfermedades y males, y ayudarlas matando monstruos y demonios.
Cierta tarde, por ejemplo, acudieron a su consultorio una madre y un niño de diez años, o quizás un poco menos. El niño necesitaba una inyección, y se portó bastante reticente a aceptar de buena gana, hasta el punto de hacer un horrible berrinche.
Que los niños le teman a las inyecciones es común, y un doctor experimentado suele tener la paciencia y las herramientas para lidiar con esa situación con sensatez y delicadeza.
Lamentablemente, Amanda no es ese tipo de doctora.
En cuanto el niño se puso difícil, lo tomó fuertemente de la muñeca, le dobló el brazo en su espalda y lo pegó contra la camilla del consultorio, sometiéndolo como bien habría sometido a un mortal enemigo.
 —¡Auh!, ¡me duele! —exclamó el chico, con genuino dolor en su voz, y sin posibilidad de poder zafarse de tal llave.
Su madre miró aquello confundida y asustada. E indecisa le murmuró despacio:
—¿Esto es necesario, doctora?
Amanda no prestó atención a la queja de la madre. Y mientras sujetaba al chico con una mano y con la otra preparaba la jeringa, declaró fervientemente:
—¿Dolor, dices? Cuando una serpiente carmesí del Submundo te muerda, y sientas su veneno corroer tus venas por dentro, entonces hablaremos de dolor, jovencito.
—Tal vez debamos llamar a otro doctor… —añadió la madre, aún más preocupada por tal declaración.
—No se preocupe, ya lo tengo bajo control —señaló Amanda con confianza, y entonces tomó con firmeza la jeringa con su mano libre… empuñándola como si de un cuchillo se tratase—. Bien, no te muevas. Esto sólo te dolerá por dos o tres semanas.
—¡¿Semanas?! —espetó el niño con terror, un instante antes de que la aguja se encajara en su brazo, y su grito se oyera por todo el hospital.
Hubo mucho papeleo y aclaraciones que hacer ese día.
No era una vida perfecta, pero era una vida casi normal. Y eso pareció resultarles más o menos bien por un tiempo. Pero las cosas se complicaron un poco cuando se convirtieron en tres.
La pequeña Monique nació a mediados de su tercer año de casados, y el parecido con la familia de su padre fue innegable: su piel gris, su cabello azul, y su ahora característico cuerno sobresaliendo del costado izquierdo de su cabeza. De bebé era apenas apreciable, pero conforme fue creciendo el cuerno lo fue haciendo también.
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Debido a estas características, Harold pensó inmediatamente que Monique podría haber heredado sus poderes como Señor del Mal, pues era bien sabido que su magia se transmitía por línea directa de padres a hijos dentro de su familia. Sin embargo, no había precedente aún de un mestizo (un niño mitad demonio, mitad humano) que hubiera heredado dicho poder, pero Harold estaba convencido de que su hijita tenía el potencial adecuado para convertirse en su sucesora y continuar con el legado familiar.
Fue entonces que, en cuanto pudo, Harold comenzó a enseñarle a su hija todo lo que debía saber sobre ser el Señor (¿o Señora?) del Mal; a espaldas de su esposa, claro.
Cuando Monique tenía cuatro años, Harold se encargó de informarle de toda la variedad de habilidades y hechizos que tenía a su disposición, de todas las armas y objetos malditos que podría usar en su beneficio, y de la estructura misma del Submundo. Sin embargo, como toda niña de esa edad, Monique tenía poco o nulo interés en estudiar cosas aburridas que no entendía siquiera qué tenían que ver con ella.
Así que, mientras Harold le soltaba toda aquella verborrea de conjuros y maldiciones, Monique se limitaba a recostarse de panza en el suelo de la biblioteca de su padre, a dibujar y colorear como cualquier otra niña de cuatro años sin un cuerno haría.
—Y con este hechizo puedes convertir a todos tus enemigos en sapos asquerosos —espetó Harold con ferviente orgullo.
—Sip —respondió Monique en voz baja, mientras pasaba su crayón café por la hoja blanca.
—Y con este otro podrás hacer que les lluevan espadas encima.
—Sip.
—¡Oh!, ¡y con éste podrás invocar a una de las bestias más terribles del Submundo! ¡Y podrás convertirte además en un destructivo y mortal Dragón Negro!
—Sip.
—Pero quizás esto sea aún demasiado avanzado.
—Ajá...
—¿Me estás escuchando, Monique? —preguntó Harold con curiosidad, agachándose delante de ella.
—Nop —respondió Monique con bastante indiferencia—. ¿Quieres ver el dibujo que hice, papi?
—¡Oh!, muéstrame qué horrible y malévola atrocidad has ilustrado, querida mía —pidió Harold con emoción.
Monique se puso de rodillas, y alzó la hoja delante de ella para mostrarle el dibujo, que se componía de tres figuras hechas enteramente con rayones de crayón.
—Ésta soy yo, éste eres tú, y éste es un hámster gigante que puse porque me pareció bonito —indicó la pequeña, señalando a cada uno de los miembros de la imagen.
Aunque Monique no tuviera interés alguno en las lecciones de su padre, igual las recibía sin chistar. Y poco a poco algunas de esas cosas se le fueron pegando. Y, efectivamente, parecía que había algo de magia malvada recorriendo sus venas después de todo; ella fue la más sorprendida al darse cuenta de ello. La segunda fue su madre.
Amanda había descubierto las lecciones de Harold tiempo antes; no es que el Sr. Devil fuera particularmente bueno ocultándolas. Pero fue hasta que Monique tuvo seis, y mostró por primera vez aptitudes reales de magia oscura, que ella decidió actuar.
Ninguna hija suya sería Señora del Mal mientras pudiera evitarlo. Así que sin que Harold, y de paso Monique, pudieran decir algo en contra, ella también comenzó a enseñarle a su hija cómo ser una heroína como lo fue ella.
Las lecciones de Amanda se basaban íntegramente en la forma en la que ella misma había sido entrenada desde muy pequeña. Consistían en fortalecer su cuerpo y mente con ejercicio y meditación constante. Pero, mayormente, lo que hacía era enseñarle cómo usar la espada, hacha o arco; especialmente en escenarios de combate real.
Y si las lecciones de su padre le resultaban aburridas, las de su madre para Monique eran aburridas… y dolorosas…
Amanda era tan estricta como un sargento del ejército, y en parte se podría decir que ella lo era. Solía hacer que ambas se levantaran muy temprano a correr una larga distancia hasta el parque (pero, por supuesto, no el que estaba cerca de su casa) en donde entrenaban movimientos nuevos con la espada durante varias horas, hasta que Monique lo dominara a la perfección.
—Y haciendo un corte en este ángulo, puedes cortar de tajo la cabeza de la Hidra —le explicaba su madre mientras movía lentamente su espada hacia el frente. Ambas con trajes deportivos y espada en mano—. ¿Ves?, pon atención al movimiento de mi muñeca. Ahora, vuelve a la posición de inicio, de atrás hacia adelante.
Monique tenía que imitar lo mejor posible los movimientos de su madre, una y otra vez, hasta el punto que sus brazos y piernas comenzaban a dolerle por todo el esfuerzo.
—¿Podemos parar, mami? —pedía Monique, casi suplicante—. Ya me cansé...
—No hasta que hagas cien repeticiones más.
—Pero ya casi es hora de que empiece My Little Bunny.
Amanda chistó, molesta.
—Monique, tú eres una guerrera de la justicia y del bien; no puedes, ni debes, ver esa caricatura del Demonio.
¿Cómo discutir contra esa lógica?
Y así fue la vida de Monique Devil sus primeros quince años. Además de aprender lo que otras niñas aprendían como matemáticas, lectura, geografía, computación y demás materias escolares, le había tocado instruirse también sobre magia que retorcía huesos, alimañas que bien mezcladas daban un efecto mágico deseado (o no deseado), cómo cortar un cuello con una espada, machacar un cráneo con un hacha, a saltar tres metros en el aire, y saber aterrizar luego de ello sin romperse las piernas. A volar en la espada de un dragón, a como limpiar sangre de monstruo del cabello, los diferentes tipos de insectos del Submundo que podrían meterse dentro de tu piel y comerte por dentro (que son seis).
En fin, dejémoslo en que Monique Devil no tuvo una niñez o pubertad convencional.
Y encima de todo ello, siempre se le hizo muy difícil hacer amigos. Más allá de su inusual apariencia o sus excéntricos padres, los niños solían tener miedo de estar cerca de ella por las cosas tan… extrañas que ocurrían a su alrededor.
Y es que Harold no era el único que pensaba que Monique podía ser el nuevo Señor del Mal; oh no. El rumor de que había tenido una hija que podría haber heredado sus poderes se esparció rápido por el Submundo. E igual como ocurre en el mundo de los humanos, cada alimaña malvada que compartía dicho rumor, se encargaba de sazonarlo con algo de su propia cosecha, para hacerlo sólo un poco más “jugoso”.
Todo eso desembocó en que bastante más frecuente de lo que a Monique (y a cualquiera a su alrededor) le gustaría, aparecieran ante ella criaturas que buscaban reclamar su poder, intentando destruirla… y a su escuela… casas de compañeros… parques de diversiones… y cientos de autobuses escolares.
El presupuesto de su antigua ciudad para autobuses escolares tuvo que triplicarse durante su último año.
Una ocasión que sería bastante recordada por sus antiguos compañeros y maestros, fue cuando a mitad de un importante examen, un ogro del tamaño del edificio de la escuela hizo un gran agujero en el techo del salón, asomó su enorme cabeza rojiza por él, y gritó con la potencia de un relámpago: «¡¡Monique Devil!!, ¡¡he venido a derrotarte!!»
Ni cómo disimular que no era a ella a quién buscaba. Y el incidente, o el haber tenido que derrotar ella sola a tal monstruosa criatura, ni siquiera le sirvió para poder exentar el examen.
Así que, para bien o para mal, Monique se acostumbró a estar sola, a aceptar lo que sus padres le daban, e intentar fuera de su casa ser lo más normal e invisible posible. Pero claro, cuando tienes piel gris y un cuerno, y te persiguen monstruos del Submundo constantemente, eso es difícil de lograr a la larga.
Pero bueno, nadie puede saber lo que el futuro traerá de aquí en adelante, ¿cierto? O, quizás, hay alguien que sí podría saberlo…
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wingzemonx · 3 months
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Monique Devil - Prólogo. ¿Cómo nos conocimos, preguntas?
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Hace dieciocho años, Harold Devil, el último "Gran Señor del Mal", estuvo a punto dominar el mundo, hasta que fue derrotado y despojado de sus poderes por la heroína Amanda Sanctis. Pero en un giro inesperado, ambos terminaron enamorándose y casándose justo después de terminada su pelea. Como consecuencia, ambos fueron obligados a apartarse de sus amigos y familia, y vivir una vida normal, en una casa normal, y con trabajos normales.
Tres años después, nació Monique, su primera y única hija, quien heredó la peculiar apariencia de su padre y las habilidades de ambos, lo que la ha llevado tener que seguir el camino de alguno de los dos: como la nueva Señora del Mal o como una Heroína de la Justicia. Sin embargo, Monique no tiene interés en ninguno de los dos, y lo que más desea es ser una chica normal, tener amigos, ir a la escuela y estudiar. Pero eso parece ser prácticamente imposible, pues a dónde quiera va pareciera que el pasado de sus padres la persiguiera.
¿Qué futuro que le depara a Monique Devil? ¿Será una villana?, ¿una heroína?, ¿o sencillamente una chica común? Sigan sus curiosas y divertidas aventuras en compañía de sus amigos y sus padres, mientras intenta descubrirlo.
————
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Prólogo. ¿Cómo nos conocimos, preguntas?
Aquello había sido una pregunta inocente, salida de los labios de una niña de ocho años, que se arrepentiría casi de inmediato de haberla hecho. Como era habitual en su padre, en lugar de dar una respuesta simple y rápida, hizo de todo el asunto otro de sus momentos de pompa e innecesaria efusividad.
Los tres se levantaron en ese mismo momento de la mesa del comedor, con su cena aún a medio acabar, y pasaron a sentarse en la sala; sus padres lado a lado en el sillón grande, y la pequeña enfrente de ellos en el sillón más pequeño. Su madre y ella se encontraban expectantes, y a la vez temerosas, por lo que su padre estaba por decir. Aun así, ninguna hizo intento alguno por detenerlo; sabían que resultaría inútil.
Tras carraspear un poco y sentarse derecho en su asiento, su padre comenzó con la narración, que fue más o menos así:
—Hace mucho, mucho tiempo, yo era conocido como el gran Señor del Mal; soberano de las fuerzas del Submundo, el más grande hechicero oscuro con vida, y el único elegido para controlar y mandar todo lo que existe. Logré dominar ciudades enteras, derrotar a cientos de legiones, y hacer que mi reino se extendiera hasta donde alcanzaba la vista. Aquellos realmente fueron buenos y grandiosos tiempos.
»Pero un fatídico día, llegó ante mí esta heroína entrometida y molesta, con su espadita brillante y mágica, queriendo arrebatarme todo lo que era mío por derecho. Sin razón aparente; quizás estaba aburrida, sin nada que hacer o algo así. Y yo, obviamente, no iba a dejar que se saliera con la suya tan fácil.
»Tuvimos una extensa y extenuante batalla; ¡de proporciones Apocalípticas!, se podría decir. Nuestros poderes eran demasiado similares, y parecía que ninguno saldría victorioso. Pero para desgracia mía, y por ende del mundo entero, esa odiosa heroína logró derrotarme usando sus sucios trucos. Y no conforme con eso, se atrevió despojarme de todos mis maravillosos poderes usando un monstruoso hechizo; ¿no te parece eso lo más grosero que has oído?
»Cómo sea, derrotado y humillado, esperé con honor mi inevitable destino. Incluso ya tenía preparadas mis palabras finales, y eran realmente buenas; de sólo recordarlas me dan escalofríos y se me llenan los ojos de lágrimas. Pero entonces, antes de poder tener la oportunidad de pronunciarlas, la heroína sorpresivamente decidió perdonarme la vida… Se agachó delante de mí, me extendió una mano, y empezó con un cursi y rebuscado discurso. Dijo algo sobre que, sin mis poderes, yo ya no era una amenaza para el mundo, y que ésta podía ser una oportunidad para mí de ser una mejor persona, empezar una nueva vida… bla… bla… bla… En realidad, no recuerdo todos los detalles; no puse tanta atención.
»Pero, aun así, logró tener un efecto importante en mí. Y fue en ese momento, cuando la vi directamente a esos hermosos ojos azules, y tomé la cándida mano que me extendía, que entonces lo supe…
Hizo una larga pausa dramática, y entonces se sentó firme, inflando su pecho con orgullo.
—Y esa es la historia de cómo conocí a tu madre —expresó con elocuencia, extendiendo sutilmente una de sus manos, con largos y afilados dedos, en dirección a la mujer sentada a su lado—. Qué interesante e impactante historia, ¿no te parece?
Su hija no respondió; sólo lo miró en silencio, bastante impresionada… y algo asustada. Aunque no por él exactamente, ni tampoco por su historia.
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—Se ve que aún no he perdido mi habilidad narrativa —concluyó su padre con jactancia—. Debería de escribir mis memorias como siempre quise hacer. ¿Tú qué opinas, querida?
Se viró al fin hacia un lado, en dirección a su esposa. Y, si lo hubiera hecho mucho antes, posiblemente se habría dado cuenta de que ella no compartía ni un poco su mismo buen humor. De hecho, su rostro se encontraba contraído en una mueca de cólera, y tenía sus puños apretados con tanta rabia acumulada que casi parecía que sus propios dedos terminarían por perforar sus palmas.
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—¡¿Se puede saber… —escuchó la niña como su madre musitaba despacio, y abruptamente alzó una mano, tomando firmemente uno de los cuernos de su padre (porque, en efecto, el antiguo Señor del Mal tenía dos cuernos decorando su cabeza, a diferencia de su hija que sólo había heredado uno), y lo jaló hacia ella con bastante agresividad— a quién acabas de llamar entrometida, molesta y odiosa?!
«Sin mencionar cursi y con trucos sucios» pensó la niña, sabiendo que era sensato no decirlo en voz alta.
Su padre soltó un fuerte quejido de dolor por la manera tan poco agradable con que lo sacudía.
—¿Por qué siempre te enfocas en lo malo? —se quejó su padre de mala gana—. ¿No oíste el resto del relato?, ¿cómo la parte en la que hablé de tus hermosos ojos azules?
—¡Mis ojos son rosados!, ¡no azules! —le respondió su madre, aún más molesta, y en el rostro del antiguo Señor del Mal se dibujó una mueca de escepticismo, que no desapareció hasta que les dio un segundo vistazo a los ojos de su propia esposa, y confirmó que su aseveración era correcta.
—Ah, es cierto —murmuró con bastante más calma de la esperada—. ¿Siempre fueron rosas? Juraría que antes eran azules. O, ¿acaso te confundí con alguien más…?
La mujer volvió a jalarlo de su cuerno, ahora hacia abajo hasta casi obligarlo a pegar su cara contra la alfombra de la sala.
—Debí haberte cortado la cabeza cuando tuve oportunidad —escuchó la niña que su madre espetaba con rabia, lo que provocó que su padre soltara otra risa, ahora irónica, pese a su nada cómoda posición.
—No es como si no lo hubieras vuelto a intentar otras veces, ¿o sí? —le respondió desafiante, lo que no hizo nada de progreso en mitigar el mal humor de su esposa, si es que acaso esa había sido remotamente su intención.
«Esto es más de lo que quería saber…» se dijo la jovencita a sí misma. Y en silencio, y sin llamar la atención ni un poco hacia ella, se paró lentamente de su asiento y se alejó casi de puntillas antes de que las cosas se pusieran más turbias.
Sorprendentemente, aquello era prácticamente una tarde normal en la residencia de los Devil.
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wingzemonx · 4 months
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 148. Ataque a Traición
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 148. Ataque a Traición
—…Es momento de mirar al cielo para contemplarlo mejor —pronunció aquella voz de mujer desde la radio en el cinturón del Sgto. Schur—. Buenas tardes.
Y justo entonces, todo volvió a quedar en silencio. Lisa, Cody y Lucy miraban fijamente al soldado, esperando algún tipo de explicación, si es que acaso había alguna que pudiera (o quisiera) compartirles. Francis, por su parte, sólo miraba la radio en su mano, a todas luces tan confundido como ellos.
—¿Y eso qué fue? —se atrevió Lisa a preguntar, parándose de su silla y dando un paso hacia él—. ¿Algún tipo de código? ¿Ocurrió algo?
Francis negó con la cabeza, pero fue la única seña que se permitió mostrar que indicara que no tenía idea de lo que había sido ese extraño mensaje. Desde el inicio había reconocido la voz de Kat, la secretaria del Capt. McCarthy, pero fuera de eso no tenía idea de qué podían significar esas palabras que había pronunciado. No concordaba con ninguno de los códigos que solían usar.
Si se trataba acaso de algún tipo de broma, alguien estaría en graves problemas, pues ese tipo de mensajes masivos debían ser usados únicamente en una situación de emergencia general. Sin embargo, le era difícil imaginar a la señora Kat prestándose para algo como eso.
Lo único que podía hacer de momento era buscar a alguien que pudiera darle cualquier tipo de explicación.
—Aquí el Sgto. Schur —pronunció con firmeza a la radio por el canal abierto—. ¿Alguien podría explicarme qué fue ese mensaje de hace rato? Cambio.
Aguardó unos segundos, a la expectativa de escuchar la voz de cualquiera al otro lado. Sin embargo, lo único que pudo percibir fue el silencio.
—Aquí el Sgto. Schur, ¿alguien me escucha? Cambio —volvió a intentar, obteniendo el mismo resultado. Aquello estaba tornándose aún más extraño.
Mientras tanto, desde la otra habitación, Gorrión Blanco los observaba a través del cristal, igualmente esperando que el sargento obtuviera alguna explicación, pues ella misma se sentía perdida. El mensaje también se había transmitido por las radios de los dos soldados que la acompañaban en la habitación, y tampoco tenía la menor idea de qué podría tratarse.
—¿Qué estará pasando? —musitó con preocupación, cruzándose de brazos—. ¿Alguno de ustedes lo sabe? —preguntó junto después, girándose sobre su hombro hacia los otros dos soldados.
Estos, sin embargo, sólo la miraron de soslayo con expresiones duras y desdeñosas, sin proporcionarle ningún tipo de respuesta. Esto por supuesto no agradó ni un poco a Gorrión Blanco.
—De acuerdo… —susurró la chica de malagana, y se giró de nuevo hacia el otro cuarto.
Aquello le molestó, pero en el fondo sentía que no tenía derecho a quejarse del mal trato de sus supuestos compañeros. El Sgto. Schur mismo le había advertido tras lo ocurrido en el bosque que sus acciones tendrían consecuencias, y no era que antes de eso la trataran mucho mejor.
Sin embargo, la verdad era que la situación iba a mucho más que eso.
Mientras Gorrión Blanco miraba hacia el otro cuarto, los dos soldados se miraron el uno al otro de reojo. Sin pronunciar palabra alguna, se dijeron que sus solas miradas lo suficiente, y cada uno lo dejó aún más claro con un discreto asentimiento de sus cabezas.
De pronto, de un movimiento rápido, uno de los soldados alzó su rifle, lo apuntó directo a la cabeza de Gorrión Blanco, y jaló el gatillo…
No obstante, desde el momento justo en el que dicha acción se convirtió en un pensamiento consciente en la mente de aquel hombre, Gorrión Blanco sintió como dicha idea la golpeaba con fuerza desde atrás, mucho antes de que la bala saliera del cañón. Durante las primeras facciones de tiempo, no logró entender con claridad qué era aquello, e incluso pensó por un momento que sería atacada por otra de esas violentas visiones. Pero en lugar de eso, su cuerpo se estremeció y se tensó, y una parte inconsciente de ella tuvo la claridad suficiente para reaccionar antes de que la consciente lo hiciera.
Gorrión Blanco se giró rápidamente en el instante mismo que la dedo del soldado presionaba el gatillo. Y antes de que el estruendo del disparo llegara a los oídos de cualquiera, sus poderes ya se habían encendido. Y la bala, que en un momento se dirigía directa hacia su cabeza, se desvió abruptamente, dibujando una curva y pasando a escasos centímetros del rostro de Gorrión Blanca. El proyectil siguió su curso, atravesando el vidrio, desquebrajándolo y dejando detrás un agujero.
La bala siguió hacia el otro cuarto, estrellándose contra el muro justo detrás de Cody y Lucy, aunque casi un metro por encima de sus cabezas. Lucy soltó un chillido de espanto al escuchar el estruendo del disparo y el vidrio, mientras que Cody y Lisa tuvieron el reflejo de agacharse, alarmados. Francis, por su parte, reaccionó rápidamente dirigiendo una mano hacia su arma para desenfundarla de un tirón.
Los cuatro desconocían lo que había ocurrido en el otro cuarto, y que en realidad aún estaba ocurriendo.
Gorrión Blanco se volteó atónita hacia los soldados, notando como el primero se disponía a volver a disparar, y el segundo igualmente alzaba su rifle. Gorrión Blanco reaccionó, y por reflejo empujó con violencia al primero de los soldados hacia atrás, haciéndolo chocar contra el muro con tanta fuerza que al momento siguiente cayó al suelo, al parecer inconsciente.
El otro soldado no perdió el tiempo y de inmediato disparó. Gorrión Blanco volvió a desviar la bala hacia el vidrio, haciendo que gran parte de éste volara en pedazos. Y antes de que pudiera dar un segundo disparo, Gorrión Blanco le arrancó con sus poderes el arma de las manos, lanzándola hacia un lado. El soldado, sin embargo, no se rindió ni perdió el tiempo, y de inmediato sacó de su cinturón un cuchillo y se lanzó hacia ella, acompañado de un grito de guerra. Gorrión Blanco se sobresaltó al ver esto, y su reacción inmediata fue similar a lo que había hecho con las balas, desviando al soldado con todo y su impulso hacia un lado lejos de ella, y haciendo que atravesara lo poco que quedaba del vidrio que separaba ese cuarto del de interrogatorios.
El cuerpo del soldado cayó en la habitación contigua y rodó por el suelo. Cody rápidamente se paró y atrajo a Lisa hacia sí, e hizo que ambos se apartaran del soldado. Lucy, por su parte, se había escondido por reflejo debajo de la mesa luego del segundo disparo.
—¿Qué rayos…? —exclamó Lisa atónita, mirando sobre el hombro de Cody al hombre en el suelo.
Francis, sin embargo, no tardó en alzar su pistola y apuntarla directo a la aparente atacante, que ya sin prácticamente nada de vidrio entre ellos la tenía directamente en la mira.
—¡No te muevas, Gorrión Blanco! —gritó el sargento con fuerza, su dedo listo para disparar a la menor provocación.
Gorrión Blanco se sobresaltó y se giró a mirar a Francis en cuanto escuchó su grito. No tardó mucho en entender lo realmente sospechoso que podía verse todo aquello desde su perspectiva.
—No, sargento —susurró la joven mujer con preocupación, alzando sus manos en señal de paz—. No es lo que cree…
—¡Nos atacó sin motivo! —espetó de pronto el soldado en el suelo, aún consciente pero adolorido al parecer—. ¡Dispárele!
—¡No!, ¡no es cierto! —exclamó Gorrión Blanco rápidamente con fuerza—. Ellos quisieron dispararme a mí de repente, y no sé por qué.
—No la escuche —insistió el soldado en el suelo, haciendo ademán de querer levantarse un poco—. Ha perdido el control como lo hizo en aquel quirófano. Nos matará a todos si no la detiene ahora.
—No es cierto —recalcó Gorrión Blanco, su palabras resonando casi como un sollozo—. Sargento, por favor… Tiene que creerme.
Francis se mantenía firme y quieto en su posición, sus manos fuertemente aferradas a su arma, y su dedo tenso contra el gatillo. Apenas y giraba los ojos para intercalarlos entre el soldado y Gorrión Blanco. Algo muy raro estaba pasando ahí, eso más que claro. Pero lo importante era: ¿quién decía la verdad? Gorrión Blanco parecía sincera, y la forma en la que lo miraba con sus ojos bien abiertos y consternados así se lo hacía sentir. Pero, ¿por qué mentiría uno de sus hombres? ¿Era una venganza por lo ocurrido en el bosque?, ¿o en el quirófano? ¿Serían capaces de llegar tan lejos por eso?
O, quizás, ¿se trataba de otra cosa…? ¿Tenía algo que ver ese extraño mensaje de hace un rato?
Todo ocurría muy rápido, y Francis sabía que tenía que reaccionar y hacer algo. Mientras se debatía, su mirada se fijó detrás de Gorrión Blanco, donde el primero de los soldados se ponía de pie lentamente, manteniendo su cuerpo agachado como no queriendo llamar demasiado la atención. Y sin decir nada, levantó su arma y apuntó de nuevo con ella directo hacia la muchacha.
Francis reaccionó por mero reflejo, casi como si su cuerpo hubiera tomado por su cuenta la decisión de moverse. Desvió rápidamente su arma de Gorrión Blanco hacia aquel otro soldado, y en menos de un segundo lo tuvo en la mira y jaló el gatillo. El disparo fue certero y directo, cruzando el aire directo contra la frente del soldado. Gorrión Blanco no tuvo el reflejo de desviar la bala, pues supo por algún motivo que no iba dirigida a ella, y ésta atravesó limpiamente la cabeza del hombre a sus espaldas. El soldado se desplomó hacia atrás, dejando una explosión de sangre en el muro a sus espaldas. Gorrión Blanco se giró a mirarlo, entendiendo rápidamente lo que había ocurrido.
Al instante siguiente, el soldado en el suelo se puso rápidamente de pie, al parecer mucho menos afectado por el golpe de lo que aparentaba hace un momento, y se lanzó contra el Sgto. Schur con su cuchillo en mano. Éste se giró rápidamente hacia él para dispararle también, pero no fue necesario. Gorrión Blanco se encargó de él, empujándolo con su telequinesis contra el muro con una tremenda fuerza. El cuerpo del soldado se estampó de cabeza contra la pared, rompiéndole el cuello al instante.
Su cuerpo se desplomó al suelo, a sólo unos cuantos metros de Lisa y Cody; éste último se apresuró a desviar el rostro de su novia hacia otro lado para que no lo viera, aunque ya fue tarde para ello.
—¡¿Pero qué carajos está pasando aquí?! —exclamó Lucy aterrada, saliendo temblorosa de debajo de la mesa.
La respuesta inmediata de Francis a su cuestionamiento fue volverla la siguiente en la mira de su pistola, lo que dejó a la rastreadora totalmente helada en su posición.
—¿Alguno de ustedes es responsable de esto? —cuestionó con voz firme y aguerrida, y turnó su arma de Lucy hacia Cody—. Más vale que no me mientan.
—Si se refiere a si alguno hizo que esos hombres los atacaran, le aseguro que ninguno de nosotros puede hacer algo así —respondió Cody con la mayor seguridad que le fue posible.
—Ellos no fueron, de eso estoy segura —intervino Lisa con aprensión, apoyada aún contra el pecho de su novio.
—Yo también les creo —replicó Gorrión Blanco, notándosele ligeramente agitada—. Esos soldados se pusieron raros luego de que ese mensaje se escuchara en las radios.
Francis guardó silencio, mientras meditaba en todo lo que le decían. Ese extraño mensaje de nuevo, definitivamente tenía que ver con todo eso, sólo que no tenía claro cómo. No significaba nada para él, pero definitivamente significaba algo para esos dos, si con tan sólo escucharlo habían decidido atacarlos.
Y entonces una preocupante revelación le cruzó por la mente en ese momento. Si mandaron ese mensaje por la línea de emergencia, no sólo habría sonado en sus radios, sino en todos los de la base. ¿Y si había más atacantes allá afuera…?
—Algo muy raro está pasando —concluyó con seriedad, al tiempo que bajaba y guardaba de nuevo su arma—. Debemos buscar al Capt. McCarthy o al Dir. Sinclair.
Sacó entonces de su bolsillo unas llaves y se aproximó a Lucy y Cody para retirarles las esposas que aprisionaban sus muñecas.
—Ustedes tres, vengan conmigo y no se separen —ordenó con severidad.
—¿Ir?, ¿ir a dónde? —inquirió Lucy con angustia—. ¿No sería mejor quedarnos aquí?
—Si quieres quedarte aquí sola con dos cadáveres, adelante —señaló Cody, al tiempo que se dirigía a la puerta abrazado de Lisa.
—Buen punto —susurró Lucy con resignación, y entonces no tardó en ponerse en camino también.
—Quédate cerca de mí —le susurró Cody a Lisa, pegándola un poco más contra él. Ella sola asintió, incapaz de decir mucho más. Su cabeza daba bastantes vueltas tras ese giro tan repentino y extraño de las cosas. ¿Qué estaba pasando realmente?
Gorrión Blanco también salió de la sala contigua, y los cinco se reunieron el pasillo, comenzando a marchar juntos en dirección a los elevadores.
�� — — —
El mal presentimiento de Francis no sólo resultó ser acertado, sino que la realidad era incluso peor de lo que el sargento había imaginado.
El quirófano 06 y la sala de interrogatorios no eran los únicos sitios del Nido en el que se había disparado aquella locura. El mensaje de Kat en los radios y altavoces había sido captado por toda la base entera, y en diferentes puntos de ésta el tiroteo se había desatado en un abrir y cerrar de ojos. De la nada, hombres y mujeres sacaban sus armas, y sin aviso ni ceremonia alguna le disparaban a su compañero a su lado. En la salas de entrenamiento, en los hangares, en incluso en la cafetería… Los traidores, activados por aquel aviso, comenzaron a abrir fuego contra cualquiera que no estuviera con ellos.
Sus órdenes eran claras: no dejar a nadie con vida.
Desde su posición aguardando en la colina, Mabel la Doncella fue también testigo de esto. Por supuesto, ella no tenía como escuchar aquel mensaje, y mucho menos saber la dimensión de todo lo que ocurría ahí dentro. Lo que observaba detenidamente por la mira de su rifle en el momento que todo comenzó, fue a los dos guardias de pie frente a la entrada lateral de aquel monte, firmes e inmóviles como estatuas hasta que algo en sus radios pareció captar su atención. Luego se miraron el uno al otro, y se encogieron de hombros.
Mabel arqueó una ceja, intrigada. Algo estaba pasando, lo presintió aunque no tuviera claro qué de momento.
Uno de los soldados se alejó unos pasos de su compañero y acercó su radio a su boca para hablar con él. Mientras lo hacía, Mabel notó como a sus espaldas el otro soldado desenfundaba su pistola, apuntaba con ella hacia la parte posterior de la cabeza de su compañero, y jalaba el gatillo sin miramientos. El cuerpo del soldado abatido se desplomó al frente, soltando su radio al suelo.
—¿Qué? —exclamó en voz baja, estupefacta.
El soldado que había disparado guardó de nuevo su arma, y sin más caminó con calma hacia el interior de la base, dejando afuera el cadáver del otro.
—¿Y eso qué rayos fue? —susurró Mabel aún aturdida por aquel suceso tan abrupto. Su primer pensamiento fue que había sido algún tipo de control mental, pero había visto a bastantes paletos actuando por obra del control mental de alguien, ella misma incluida, como para reconocer que aquello había sido hecho como completa consciencia.
Permaneció en su sitio un rato, indecisa entre si debía acercarse o no.
«Si esa no fue la distracción, no sé qué será» concluyó tras unos momentos. «Pero mejor me muevo con cuidado»
Rápidamente se paró, se colgó su rifle al hombro, y comenzó a descender con cuidado por la ladera hacia la entrada, mirando seguido a su alrededor esperando ver a cualquier otro soldado más que listo para dispararle. De momento todo parecía despajado.
Avanzó hasta el soldado caído, se agachó a su lado y lo revisó. En efecto, estaba bastante muerto, aunque no era que le hubieran quedado muchas dudas. Tomó su arma corta y le retiró como pudo su chaqueta y su boina, para así intentar camuflarse un poco; hacerse del uniforme de alguno de los soldados había sido una de las sugerencias que Verónica le había dado. También le Esculcó además sus bolsillos y los comportamientos de su cinturón, buscando lo otro que Verónica le había sugerido conseguir en cuanto pudiera: una tarjeta de acceso, que le permitiría usar los elevadores.
Cuando ya tuvo todo lo que ocupaba, se puso de pie, y en ese instante el eco de disparos viniendo del interior la hizo estremecerse, e intentar ocultarse un poco tras el muro de piedra a sus espaldas. Respiró hondo y tomó su rifle con firmeza en sus manos. No entendía aun lo que se encontraría ahí adentro, pero era claro que no sería nada agradable.
Los disparos se disiparon tras unos segundos, por lo que se dispuso a introducirse de inmediato. Un instante antes de hacerlo, sin embargo, algo sobre su cabeza la distrajo. Al mirar hacia arriba, pudo notar como por encima de los árboles se materializaban las figuras de al menos tres helicópteros negros, que se abrían paso con rapidez en dirección a la montaña.
—¿Y ahora qué? —exclamó Mabel, aturdida y quizás algo frustrada.
Lo que fuera, no tenía tiempo para eso, así que lo ignoró y corrió con todas sus fuerzas hacia el interior de la base. Tenía una misión que cumplir.
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Los tres helicópteros desconocidos se aproximaron a la base sin que nadie se percatara de ellos hasta que estuvieron en el rango de visión del personal de pista. ¿Por qué nadie había dado aviso? ¿Y por qué no se habían activado las armas antiaéreas ante su proximidad?, ¿acaso alguien las había desactivado?
¿Acaso aquel raro mensaje que había sonado en las radios tenía algo que ver con aquello?
Intentaron contactar con alguien que pudiera darles cualquier tipo de información, pero ni el Capt. McCarthy ni nadie más les respondía. Ante este silencio, los soldados en la pista de aterrizaje no tuvieron más remedio que dejar de preguntar y en su lugar actuar. Desde su perspectiva aquellas eran tres naves desconocidas invadiendo el espacio aéreo de la base, y sólo había una respuesta posible a ello.
—¡Atención todos!, ¡abran fuego! —ordenó el cabo en la pista, y de inmediato todos los hombres alzaron sus rifles y comenzaron a disparar hacia los helicópteros. Las balas rebotaron en el fuselaje oscuro, causando pequeñas chispas. Y cuando los helicópteros estuvieron lo suficientemente cerca, no tardaron en responder el fuego apuntando las ametralladoras que tenían postradas en su parte inferior hacia la pista.
Una tremenda lluvia de balas comenzó a caer a trompicones, agujerando el suelo de concreto, destruyendo cajas, y abatiendo al instante a la mayoría de los soldados y personal en la pista. Los que lograron sobrevivir esa primera oleada, entre ellos el cabo que había dado la orden, lo hicieron refugiándose bajo el cobijo de la entrada principal de la base, cerca de los elevadores. Desde su escondite, vieron como un número considerable de hombres armados en trajes y máscaras negras comenzaban a descender de los helicópteros ayudados de cuerdas, agrupándose en la desolada pista entre los cadáveres de sus compañeros caídos.
—¡Necesitamos ayuda! —insistió con agitación el cabo en su radio—. ¡Nos están invadiendo! Repito, nos están…
En ese momento escuchó como los elevadores a sus espadas sonaban, y dos de ellos se abrían casi al mismo tiempo. De estos salieron presurosos un grupo de al menos siete soldados, encabezados por un hombre pelirrojo de ojos verdes, a quien el cabo reconoció como el Tte. Johan Marsh, la mano derecha de la Capt. Cullen, vistiendo ese distintivo abrigo y boina verde.
«Bien, refuerzos» pensó aliviado el cabo. No eran muchos, pero en conjunto de seguro podrían hacer algo hasta que llegaran más.
Al virarse a ver a los invasores, estos ya estaban en tierra, y avanzaban hacia ellos con sus armas en alto.
—¡Rápido!, ¡tenemos que evitar que entren a la base! —gritó el cabo con fuerza, alzando su arma para comenzar a disparar.
—Descuiden —escuchó que el Tte. Marsh pronunciaba a sus espaldas, con insólita tranquilidad—. Ya estamos aquí para encargarnos de todo.
Y antes de que el cabo, o cualquiera de sus compañeros, pudiera decir o preguntar algo más, el Tte. Marsh y los hombres que lo acompañaban abrieron fuego, pero no hacia los invasores. En cuestión de segundos, el resto de los guardias y personal de la pista fueron abatidos por disparos de los que creyeron que serían sus refuerzos, siendo el cabo uno de los primeros en caer por un disparo directo en su sien salida del arma del teniente. Los invasores de negro se encargaron del resto, hasta que los únicos que quedaron en pie fueron sus aliados; todos de alguna forma parte de la misma misión.
El Tte. Marsh introdujo su arma de nuevo en su funda y pasó por encima de los cuerpos, dirigiéndose hacia los hombres de negro, todos parte de la milicia privada de Armitage bajo el mando de Lyons, que habían venido a reforzarlos.
—Ya era hora de que llegaran —indicó de forma irónica cuando pasaron frente a él—. Tomen las tarjetas de seguridad de los cuerpos. Les darán acceso a los elevadores y áreas restringidas. Recuerden, no podemos dejar ningún testigo.
Los mercenarios comenzaron sin espera a esculcar los cuerpos de los soldados caídos, sacando de estos lo que necesitaban. Uno de ellos, que claramente era el líder de ese escuadrón, se aproximó hacia Johan. Se levantó su máscara, dejando a la vista un rostro malhumorado y reacio.
—¿Dónde está el muchacho? —preguntó con severidad.
—Mi jefa ya debe estarlo trayendo en este momento —respondió Johan con una sonrisita despreocupada que claramente al mercenario de negro no le agradó mucho.
—El tiempo es esencial. Necesitamos sacarlo de aquí de inmediato, antes de que alguien logre comunicarse con el exterior por ayuda y ya no podamos salir.
—Tranquilo —indicó el teniente, negando con la cabeza—. No tardará mucho. La capitana siempre cumple con su parte.
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Justo como el Tte. Marsh había indicado, Ruby Cullen se dirigía en ese momento a los ascensores, escoltando junto con los otros tres soldados a Damien Thorn. En su camino por los pasillos, se habían cruzado con más de un soldado del DIC caído en el suelo, muerto por las balas de sus propios compañeros.
El lugar era ciertamente un escenario desolador. Cuerpos regados en el piso, sangre en las paredes, olor a pólvora y humo en el aire, y el reconocible eco de disparos lejanos resonando. Evidentemente los combates continuaban hasta ese momento.
Damien observaba todo aquello con curiosidad, y también cierta fascinación. Era claro que aquello no se trataba únicamente de rescatarlo: tenían pensado asesinar a cualquier que podría haber sido testigo de su presencia en ese sitio. Típica táctica de la Hermandad, intentando limpiar su rastro lo mejor posible, aunque tuvieran que dejar un desastre a su paso para lograrlo. Pero esa situación en específico era tan grande, que ameritaba al parecer un desastre igual de grande.
—¿Cómo es que lograron todo esto? —cuestionó Damien, dirigiéndose a la mujer de cabellos rubios caminando delante de él—. ¿Cuántos de ustedes se infiltraron aquí para lograrlo?
—Bastantes, mi señor —respondió Ruby con media sonrisa, volteando a mirarlo sobre su hombro—. Pero no se preocupe, recibiremos también un poco de ayuda adicional.
Damien caviló aquellas palabras, aunque no tardó mucho en dar con una respuesta que explicaba de forma sencilla a qué se refería.
—¿Los mercenarios de Lyons? —murmuró curioso, a lo que Ruby se limitó a responder únicamente ensanchando aún más su sonrisa—. Por supuesto. Es encantador que se tomaran tantas molestias sólo por mí.
—No habrá pensado que lo dejaríamos aquí a su suerte —exclamó Ruby, casi como si la insinuación le ofendiera.
Damien se giró hacia un lado, contemplando el cuerpo de un soldado a un lado del pasillo, que evidentemente había sido acribillado por la espalda.
—Dejaron que cayera aquí en primer lugar, ¿no es cierto? —soltó de pronto, resonando como una potente acusación.
Ruby se estremeció al escucharlo.
—Mi señor… —susurró despacio, aunque su lengua no pareció ser capaz de pronunciar más.
—No te asustes, que no es un reclamo hacia ti —indicó Damien con humor en su tono, mirándola de reojo—. Sólo eres una obediente y boba sierva al final de cuantas, ¿no? Poca o nula voz tienes en esto. Pero tendré que tener una charla incómoda con tus maestros en cuánto salga de aquí.
Ruby pareció querer decir algo más, pero se abstuvo al último momento, y en su lugar se viró de nuevo al frente. Quizás concluyó, de forma acertada, que lo más inteligente sería aceptar sus palabras, y no intentar justificarse en un asunto que no le correspondía.
Unos cuántos metros más adelante, la comitiva entera se vio obligada a frenar su avance en cuanto una serie de disparos cruzó el aire del pasillo en el que darían vuelta, astillando la pared a unos cuantos centímetros del rostro de Ruby. La capitana retrocedió, e hizo que todos los demás lo hicieran igual. Dos de los soldados que los acompañaban avanzaron con sus armas en mano, y abrieron fuego sin miramiento en la dirección en que aquellos disparos habían provenido.
Mientras sus hombres la cubrían, Ruby se asomó sólo un poco por la esquina, lo suficiente para ver cómo desde su escondite en otro pasillo perpendicular, se asomaba fugazmente el rostro del Dir. Sinclair, regresándoles el fuego sin menor titubeo. Luego todos se refugiaron de nuevo detrás de su posición, escapando de los disparos enemigos.
«Vaya, sigue vivo» pensó Ruby, sinceramente sorprendida. Esperaba que alguno de los otros se hubiera encargado ya de él para esos momentos, pero claramente no había sido el caso.
—Al parecer Lucas no me quiere dejar ir tan fácil, ¿eh? —musitó Damien con tono burlón, ganándose una desaprobatoria mirada de soslayo por parte de Ruby, aunque ésta fuera más un reflejo involuntario de su parte—. Me gustaría ayudarlos con eso —añadió el muchacho—, pero me temo que lo que sea que me inyectaron aún tiene mis poderes un poco entorpecidos.
—No se preocupe —respondió Ruby con firmeza, y al momento sacó su arma de su funda, le colocó un cartucho completo en su cámara, y liberó el seguro; todo con bastante agilidad y maestría, cabía mencionar—. Llévenlo al helicóptero, de inmediato —le ordenó con firmeza a los otros soldados—. Y protéjanlo con sus vidas. Yo los cubro.
Los otros tres soldados asintieron, y un instante después Ruby salió de su escondite, comenzando a disparar de manera consecutiva hacia donde Lucas se encontraba. Éste tuvo que cobijarse de nuevo tras la pared del pasillo adyacente para evitar los disparos.
Los demás hombres de la hermandad no perdieron tiempo, y de inmediato comenzaron a avanzar con paso veloz, llevándose a Damien consigo.
—Hasta luego —se despidió el chico con un tono jovial, mirando hacia Ruby mientras se alejaba. Ésta no lo miró, pues su atención seguía fija en disparar hacia el escondite de Lucas, evitando que pudiera salir de éste, y así dejarles el camino libre.
Cuando el cartucho de su arma se vació, Ruby se lanzó rápido hacia un lado, ocultándose ahora ella. Para ese momento los tres soldados y Damien ya habían avanzado lo suficiente por el pasillo, así que sólo quedaban el Dir. Sinclair, ella, y todos esos otros cadáveres pertenecientes a los hombres caídos del DIC.
—Director —pronunció Cullen en alto con voz chispeante, al tiempo que dejaba caer el cartucho vacío y se apresuraba a colocar uno nuevo—. Sé que está ahí. No se esconda, que es inútil.
La respuesta inmediata a su comentario fue una serie de disparos de rifle en su dirección, que agrietaron el muro a su diestra, haciendo que pedazos de yeso y polvo volaran por el aire, y la hicieron apretujarse más en su escondite.
—¿Quién se esconde? —gritó Lucas con voz potente desde su posición.
Ruby sonrió, hasta cierto punto contenta con la situación. Había pensado que el director sería tan fácil de liquidar como McCarthy, pero era evidente que representaría un reto un poco mayor de lo esperado. Sin embargo, eso no le atemorizaba.
En el momento justo en el que los disparos de Lucas cesaron, aunque fuera por un segundo, Ruby salió presurosa de su escondite y corrió directo hacia Lucas, disparando consecutivamente en su dirección. Éste saltó fuera de su escondite, también disparando hacia atrás. Ruby sintió como una bala le rozaba la cara, abriéndole un largo tajo en la mejilla izquierda y volándole parte de su oreja. El dolor fue repentino y fuerte, pero lo resistió y siguió adelante.
Ruby logró herir al director rozándole su muslo izquierdo, haciéndolo caer al frente a trompicones y soltar su arma. Ruby sonrió confiada, y rápidamente se le aproximó dispuesta a terminar con el trabajo con un disparo directo a la cabeza, al igual que con McCarthy. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, Lucas extendió su pierna sana rápidamente hacia ella, pateándole su mano para arrebatarle su arma de las manos. Ésta voló por los aires lejos de ella.
El verse desarmada no le preocupó, pues aún tenía consigo el arma de McCarthy. No obstante, antes de poder sacarla, Lucas logró levantarse y lanzarse hacia ella, tacleándola y haciendo que ambos cayeran al suelo. Lucas intentó someterla en el suelto, pero su pierna recién herida y un fuerte golpe que se había dado en el codo al caer, no se lo dejaron fácil, y Ruby logró zafarse con un fuerte codazo que se clavó en las costillas del director.
Ambos rodaron por el suelo lejos del otro, voltearon a mirarse y se alzaron de cuclillas, quedándose al instante paralizados, a la espera de que el otro hiciera algún movimiento. Se quedaron en esa posición un largo rato.
—Sólo está prolongando esto más de lo necesario —susurró Ruby con aprensión. Los dedos de su mano derecha se movían ansiosos por tomar el arma de McCarthy que ocultaba a sus espaldas debajo de su gabardina—. ¿En verdad cree que saldrá vivo de aquí? ¿Es que acaso no ha visto bien el hermoso caos que he desatado en su querido Nido?
La mirada de Lucas se endureció aún más, exteriorizando todo el odio e ira que lo inundaba en esos momentos.
—Así que nunca fueDouglas ni nadie de su equipo —espetó Lucas en alto, resonando en el eco del pasillo—. Siempre fuiste tú, ¿no es cierto? Quién ocultó la identidad de Thorn todos estos años.
Ruby dejó escapar una sonora y casi estridente risa burlona.
—Es menos inteligente de lo que pensaba, director —pronunció en alto con presunción—. Sigue sin ver siquiera la punta del iceberg. ¿Aún cree que podríamos haber logrado algo como esto con una sola persona protegiendo al muchacho? Su organización entera fue infiltrada por nosotros desde hace ya muchos años.
—¿Por ustedes? —inquirió Lucas, confundido—. ¿Y quiénes son ustedes?
—Su pequeña cabecita de burócrata no lo entendería —escupió Ruby con desdén, y al instante aproximó su mano hacia su espalda para sacar su arma. Sin embargo, Lucas hizo exactamente lo mismo para extraer la que guardaba en su tobillo.
Ambos desenfundaron, se lanzaron hacia un lado y dispararon al mismo tiempo. Las balas surcaron el aire, encajándose en los gruesos muros, pero sin tocar a su verdadero objetivo de momento.
Ruby rodó hasta donde había caído su arma luego de que Lucas se la pateara lejos de sus manos. Y ahora con una pistola en cada mano, su estilo favorito, se paró rápidamente y alzó ambas en dirección a donde esperaba ver al director. Sin embargo, éste había desparecido; o, más bien, había aprovechado ese pequeño momento para esconderse en algún sitio entre los pasillos y columnas.
Comenzó a avanzar lentamente, con paso extremadamente cuidadoso, con los cañones de sus armas apuntando en cada centímetro del pasillo que le era posible captar con sus ojos.
—Por supuesto que no lo entiendo, Cullen —escuchó de pronto que la voz de Lucas pronunciaba en alto justo a su derecha, por lo que rápidamente se giró en esa dirección. Lo que había ahí era un largo corredor, con al menos tres filas de altas y gruesas columnas—. Siempre fuiste un soldado leal y recto apegado a las reglas —prosiguió el director desde su escondite—. ¿Cuánto pudieron haberte pagado los Thorn como para justificar una locura como ésta?
Ruby reanudó su avance, ahora en la dirección de la que le parecía procedían aquellas palabras, revisando meticulosamente detrás de cada columna.
—Las personas como usted creen que siempre se trata de dinero, ¿no es cierto? —declaró con fiereza en su voz—. Lamento decepcionarlo, pero a mí me mueve algo mucho más profundo que eso.
Esperaba alguna respuesta astuta de su parte, pero lo único que recibió fue el silencio sepulcral de aquel pasillo, sólo atenuado ligeramente por el resonar de sus propias botas sobre el suelo. Siguió avanzando entre las columnas, sin tener algún contacto visual de su objetivo. Pero estaba ahí a su alrededor, en alguna parte; podía sentirlo.
Percibía vívidamente los latidos de su propio corazón retumbar en sus propios oídos, y como una gota de sudor le recorría su frente y bajaba por la comisura de su ojo, pero no se atrevió a bajar ninguna de sus armas para así poder limpiarla con el dorso de su mano.
—Ríndase de una vez, director —pronunció con tono de provocación, esperando hacerlo reaccionar de alguna forma—. En menos de una hora, todo esto se convertirá en un enorme cementerio, y usted encabezará la pila de cadáveres. ¿Por qué no hace esto más simple para todos y me permite meterle una bala en la cabeza por las buenas? Le prometo ser rápida y certera… como lo hice con Davis.
La repentina mención del fallecido Capt. McCarthy, y en especial la forma tan burlona en la que lo había hecho, pareció bastar para obligar a Lucas a reaccionar. Salió rápidamente de su escondite gritando con furia, y abriendo fuego en su dirección sin tregua alguna. Ruby se sobresaltó, y pegó rápidamente su espalda contra la columna más cerca, protegiéndose detrás de ésta.
Una vez que se quedó sin balas, Lucas tiró su arma a un lado y corrió despavorido hacia ella. Para cuando Ruby logró salir con la intención de lanzar su contraataque, fue recibida directamente con un puñetazo por parte de Lucas directo contra su cara que la lanzó hacia atrás, trastabillando.
A ese primer golpe le siguió uno más en su quijada, y un gancho directo a la boca del estómago que la dejó completamente sin aire. Con todos esos golpes desestabilizándola, Lucas logró ahora sí tomarla, y derribarla al suelo de un movimiento de lucha que repercutió dolorosamente en sus heridas, en especial en la de su pierna, pero logró sobreponerse hasta que la espalda de su subordinada azotara contra el piso.
Lucas cayó de sentón al suelo tras su arriesgada maniobra, adolorido y agotado. Estuvo a punto de dejarse vencer por estas sensaciones y caer ahí mismo desfallecido, pero se forzó a recuperarse lo suficientemente para levantarse, y cojear hacia donde había caído una de las armas que Ruby traía consigo antes de derribarla; el arma de McCarthy.
Tomó rápidamente la pistola, revisó la cámara, a la que le quedaban al menos cuatro balas, y la regresó de nuevo a su sitio. Para cuando se giró a ver a Ruby, ésta hacia el esfuerzo de intentar ponerse de pie, pero Lucas no se lo permitió. Avanzó hacia ella y puso un pie con fuerza contra su espalda, presionándola con dureza contra el suelo.
—Ni se te ocurra moverte —balbuceó con voz ronca, agachándose al momento siguiente para pegar el cañón del arma contra la parte trasera de su cabeza.
Para su sorpresa, Ruby dejó escapar una pequeña y burlona risotada, asomándose entre algunos dolorosos gemidos.
—¿Qué espera? —inquirió la capitana con voz risueña, mirándolo de reojo desde su incomoda posición—. Dispare ya, director. Cumpla con su deber, como el buen soldado que es.
—No será tan simple, traidora —escupió Lucas con desbordante rabia—. Tendrás que responder varias preguntas; a mí, y a una corte marcial al final.
Cullen dejó escapar una vez más una risa estridente e irónica.
—Y sigue sin comprender el alcance de esto —musitó con sorna—. ¿Corte marcial?, si lo más probable es que ninguno de los dos salga vivo de este sitio.
Lucas estaba listo para replicar, pero no tuvo la oportunidad, pues el estridente sonido de varios pasos aproximándose por el pasillo jaló de inmediato su atención y la de Ruby por igual. Al doblar en la esquina, ambos vieron al menos a cinco hombres de atuendos negros y armas negras en alto, aproximándose hacia ellos con rapidez.
El director del DIC se sobresaltó al ver esto. Esos trajes oscuros no eran de sus soldados. ¿Eran acaso algún tipo de refuerzos? Si lo eran, tuvo claro de inmediato que no eran para él.
Tenía que pensar rápido. Antes de que los alcanzaran, Lucas tomó con violencia a Ruby de un brazo, y la jaló con fuerza para obligarla a ponerse de pie. Ésta fue incapaz de resistirse, y de un segundo a otro se encontraba ya de pie, colocada entre los recién llegados y Lucas. Éste último rodeó su cuello con un brazo, apretándolo con bastante fuerza, mientras con su mano libre pegaba su pistola contra la lateral de su cabeza.
Los cinco hombres de negro se pararon delante de ellos, sosteniendo sus armas en alto, apuntando a ambos, pero sin disparar aún.
—¡Atrás! —exclamó Lucas en alto, apretando más a Ruby contra él, y presionando el cañón más contra su cabeza—. O le vuelo la cabeza.
Los hombres de negro parecieron dudar. Se quedaron quietos en su sitio, pero ninguno bajó tampoco su arma. Lucas intentó aprovechar esto para retroceder junto con Ruby, pero ésta se resistía a pesar de su debilidad.
—No sea ingenuo, director —exclamó Ruby, de nuevo riendo de esa misma forma altanera—. ¿Cree en verdad que yo importo algo en todo esto?
La capitana giró entonces su vista hacia los hombres de negro, observándolos con intensidad en sus ojos. Dejó de forcejear y extendió sus brazos hacia los lados con solemnidad.
—Recuerden sus órdenes —les dijo con potente voz de mando—. Nadie sale de aquí con vida, en especial él. Así que cumplan con su deber.
Lucas se quedó atónito al escuchar aquello. ¿No estaría insinuando acaso…?
Los hombres parecieron comprender más rápido que él sus palabras, y para sorpresa y horror de Lucas, fue claro por sus posturas que se preparaban para disparar sin importar qué.
Ruby sonrió complacida. Cerró los ojos, alzó su rostro a lo alto, y gritó entonces hacia el cielo:
—¡Salve Satanás! ¡Qué Su Reino sea Eterno!
Su proclamación fue seguida justo después por el estridente sonido de los disparos de las cinco armas, que se dirigieron directo contra ella y el hombre que la sujetaba. Lucas la soltó, corrió y saltó hacia un lado para cubrirse, al tiempo que varios de los letales proyectiles alcanzaban el cuerpo de la Capt. Cullen, y su cuerpo ensangrentado e inmóvil se desplomó rápidamente al suelo.
Lucas cayó con fuerza al suelo, golpeándose fuerte en el brazo izquierdo. Miró hacia atrás, y pudo visualizar a Ruby en el piso, con la sangre brotando de sus heridas y manchando sus ropas y el piso. Y, quizás lo más aterrador, esa amplia y casi grotesca sonrisa congelada en su rostro.
No podía creer que en serio les hubiera ordenado a sus hombres que le dispararan, y que además estos la hubieran obedecido sin chistar. Y eso que había gritado antes de los disparos… ¿qué rayos significaba?
No podía tomarse ni un segundo para pensar en ello. Intentó ponerse de pie, pero un punzante dolor en su hombro, acompañado por otro más en su costado derecho, hicieron que su primer intento fuera fallido y se desplomara al piso. Dirigió su mano izquierda hacia ambas áreas, y no le sorprendió mirar a continuación sus dedos enrojecidos. Hubiera sido una suerte no haber sido alcanzado por ninguna de aquellas balas. Ahora sus ropas comenzaban a empaparse de rojo, y el dolor le paralizaba gran parte de su cuerpo.
Soltó una maldición por lo bajo, pero rápidamente se arrastró como pudo hacia un pasillo adyacente. Sin necesidad de mirar, pudo sentir que los cinco hombres de negros venían detrás de él con la clara intención de acabar el trabajo. Estaba herido, su arma se había zafado de sus manos al saltar, y parecía improbable que alguien acudiera socorrerlo.
La situación era más que desesperada. Si no hacía algo de inmediato…
De pronto, divisó el cuerpo de un soldado caído justo delante de él en el pasillo. Le habían disparado directo en la cara, y yacía ahora sobre sus espaldas en un charco de su sangre. Parecía un chico muy, muy joven; quizás incluso podría haberse tratado de un nuevo recluta. En otras circunstancias se tomaría un momento para lamentar y maldecir tan innecesaria y cruel muerte, pero de momento requería enfocar sus energías en sobrevivir.
Se forzó a levantase sólo un poco, y así poder lanzarse hacia él en busca de cualquier arma que el soldado podría haber traído consigo.
—¡No se mueva! —escuchó que espetaba uno de los soldados a su espalda, y justo después escuchó una serie de disparos que marcaron su camino en el muro justo a su lado.
Lucas cayó a un lado del soldado, manchándose aún más de rojo en el charco de sangre del muchacho. Alzó su mirada y divisó su rifle en el suelo a lo lejos, lo suficiente para no poder alcanzarlo aunque estirara su brazo. Sin embargo, su atención en su lugar se enfocó en algo más. Mientras el grupo de hombres de negro se aproximaba a paso veloz por el pasillo, él miraba atento el cinturón del muchacho muerto, y la granada de mano color negro que colgaba de éste.
Los invasores se seguían acercando; en cuestión de segundos estarían justo a su lado, en la posición más que adecuada para acribillarlo en el suelo. No podía alcanzar el rifle, pero sí la granada.
Sin pensarlo ni un instante más, tomó de inmediato el proyectil, se giró sobre su espalda, retiró el seguro, y la arrojó con toda la fuerza que su brazo herido le permitió en dirección a los hombres de negro. Estos pararon en seco, y contemplaron atónitos la granada girando en el aire hacia ellos.
—¡Retrocedan! —gritó uno de ellos, y rápidamente todos se dieron la vuelta para alejarse por el pasillo, pero ya estaban demasiado cerca. Lucas aprovechó para también pararse lo más rápido que pudo, e intentar lanzarse al frente.
La intensa explosión sacudió a todos, mandando a los hombres de negro y al propio Lucas a volar por los aires, aunque en diferentes direcciones. El cuerpo de Lucas cruzó el pasillo, se estrelló contra el suelo, abriéndose la frente, y rodó por el suelo hasta quedar boca arriba. La inconsciencia amenazó peligrosamente con apoderarse de él, por más que intentara luchar contra ella. Y lo peor era que ni siquiera podía mirar y ver si la granada había acabado con esos sujetos.
Esperaba al menos poder haberse llevado a uno de ellos con aquella explosión. Y esperaba que desde algún sitio, Davis McCarthy estuviera conforme con cómo había luchado y defendido su base.
Antes de desmayarse, en lo último que pensó fue en Eleven, Mike y sus demás amigos, y lamentó enormemente el hecho de que, a simple vista, ya no podría protegerlos por más tiempo como lo había hecho tantos años.
Y entonces sucumbió al fin, sumergiéndose en la oscuridad.
FIN DEL CAPÍTULO 148
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