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#y me refiero al torso porque que asco lo otro
adrianeleuteri · 3 years
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CONTROL DE DAÑOS
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Como deseaba dejar de querer ser pobre, por fin me decidí a ya no quererlo y al instante, así de pronto, mis bolsillos convulsionaron y aparecieron en ellos un montón de billetes. Dado que mi nuevo yo era un tipo consciente y refinado, no me gasté la pequeña fortuna en cebada y lúpulo; en vez de eso, nuevo hombre de mundo, me suscribí a un par de periódicos en línea para ampliar, aún más, mis horizontes. Cuál fue mi sorpresa al leer la opinión de un esforzado y displicente columnista, empeñado en cambiar de raíz el ideario político de los lectores al hacer uso de un registro imaginario de lo supuestamente marginal, que de inmediato he palpado en internet la temperatura de los comentarios para constatar si la mitad de ellos son adversos y poseen, tal como mi propio dardo, la infección del desagrado y la vergüenza ajena. Vaya zurra. Sí. El rito florido duró días y se ofició desde las altas pirámides de las redes sociales. Tasajeado, el cuerpo de ese arqueólogo de revista que osó adentrarse en la jungla a perorar sobre la inescrutable divinidad de los barbudos fue a ensanchar la ya muy púrpura y pegajosa Calzada de los Cancelados. Yo le arranqué el espejito a los dedos tiesos y vi en la magia del azogue un buen negocio. Moderno aprendiz de un galeno visionario bávaro, me propuse unificar las partes y devolverle al maltrecho mocetón la vida. Por ello, pensé, me dije y me juré frente a los cachos, habría de cobrar bien y en serio. Pero ¿cómo hallar la chispa, el soberano don del fuego? Lo sabía, y puse manos a la obra (la cual, por cierto, se escribió sola). Atento al segundo rotativo, quise emular a cierto diarista coquetón en dementes cantidades y redacté una carta donde, nada más y nada menos, él era mi destinatario. Hela enseguida: «Mi muy respetado, muy digno y muy juicioso Don Carlos: lo saluda un reciente seguidor apenas enterado de su espléndido ejercicio epistolar gestado en la prensa mexicana, dirigido no sólo a personajes de la vida pública del país, sino también —disculpe si me maravillo— ¡a su infraestructura! Doy gracias a la vida —y en el acto bendigo el día en que Julio César, Gutenberg y un mentado señor Sinchi acudieron a La Catedral para brindar con una ronda de cubalibres (nótese la ironía)— por haberme dejado escuchar en voz de su persona la que, sin duda para mí, es una obra maestra del género. Si bien recuerdo, no es la que empieza diciendo: Estimado Nuevo Ariopuerto… sino la que, exquisita e insuperable, principia así: “Mi muy estimado amigo Calo, con mucha pena te esclibo esta calta pala infolmalte que pol óldenes supelioles no publicalemos la entlevista que te hice la semana pasada pol la cantidad de mentilas que nos dijiste. Mi jefe editolial, el genelal Fu Man Chu, está molesto polque te bulaste de nosotlos y no nos hablaste con la veldad.”
»Limpio mis lágrimas, me pongo de pie al leerla y grito a los cuatro vientos ¡maistlo! ¡Blavo maistlo! Sin coma. Y con la letra i en lugar de la de la tuerta y boquiabierta e (nadie se alarme: de la sorpresa pura ha fallecido) y esto es así, sencilla y simplemente, porque ese estilo, tan camaleónico, profundo e irremediablemente suyo, ha dejado, como notará líneas abajo, una impronta insoslayable en el medio de la comunicación. Honor a quien honor merece. No pretendo abrumarlo, dispense el disfraz de esta misiva, pues se trata, en realidad, de una proposición de índole publicitario (a quién acudir sino a un genio consagrado en el gremio, capaz de impostar como ningún otro ser humano en la faz de la tierra a lo largo de su ancha y bien nutrida historia —por si el asunto del maquillaje intelectual fuera menor— el acento de un ciudadano chino). Dicha la verdad (y tersa en su caso como es), sin más dilación, lo medular: represento a un columnista cuyo decoro ha sido mancillado por la opinión pública debido a un penoso y torpe escrito que él mismo, a través de un periódico, tuvo a bien hacer circular en las altas esferas de la sociedad, sin embargo, grácil, ingenuo o maquiavélico, resolvió remitirlo ¡a la clase obrera! Como ya se puede imaginar y quizá como sabrá, estamos ante un caso que demanda cirugía mayor. Por desgracia, no me refiero al texto, pues insalvable es; hablo, para ser exacto, de la imagen del —favor de leer con atención—investigador antropológico de consumidores (tal es, según afirma el siniestrado articulista, su profesión). Siendo las cosas como son y el asunto y su autor así de infelices, me di a la tarea de escribir el siguiente guion para un comercial con la intención de sanear, en medida de lo posible, la imagen del letrista malmirado. Espero usted se digne a dirigir la pieza. La dejo a su escrutinio, siéntase libre de hacer los cambios pertinentes (alguien con el talento de ligar lo periodístico, lo aeronáutico, lo económico, lo castrense y lo criminal en el ámbito nacional con la figura del perverso general editorialista “Fu Man Chu” en una carta y no en una novela, se merece el cielo, la gloria, la pipa sacrosanta de Sax Rohmer, un Pulitzer y por lo menos cinco Premios Ame. Para un individuo insigne como usted, todas las mercedes).
»Eximiam distinctus: yo no soy nadie en tales avatares; mientras no tiene su mirada, el proyecto se estanca. Sus alas raquíticas no emprenden vuelo. No lo molesto más. Adelante. Y gracias.  »EL COMERCIAL
»Entra un individuo trajeado, bien vestido y combinado a una colonia periférica, tiene la barba recortada y usa lentes de pasta que hacen juego con sus zapatos y una pañoleta en el saco del mismo color que su camisa. Con la yema de los dedos reacomoda la caída de la prenda sobre el torso y disimula un gesto de asco. Echa un vistazo a su alrededor. En una esquina ve a un grupo de adolescentes, en un poste a un tipo recargado, a un lado de la banqueta divisa un par de mecánicos bajo un coche, frente a él una señora y una niña pasan juntas cargando una bolsa de mercado, más allá, desde una tienda, una viejita lo mira con recelo. Dandi de cepa y bragado en el verbo como él sólo, traga saliva; lo ha ensayado frente al espejo durante horas, se pone nervioso, cierra los ojos, se da valor. Por fin lo dice: ¡Qué Pachuca por Toluca, chatos! ¡Ya llegó por quien lloraban, su servidor y amigo El Cachas! ¡Y estoy aquí para decirles… ¡Cáchate ésta!, le gritan desde quién sabe dónde y los adolescentes ríen, incrédulos. Lo han distraído, sus pensamientos se revuelven, la lengua se le traba, le cuesta trabajo retomar el hilo. Te la cacho, responde este individuo confundido y, todavía sin comprender, hace como que atrapa algo con la cachucha invisible zafada de su cabeza. Pues sí, explica el barón, y se corrige: Pues Simona la mona. Simona la mona más mamona, dice mientras mueve las manos como rapero. Fue demasiado, nota su exceso, se recrimina, gruñe. Y continúa con el script. La neta vine a hablarles al chile. ¡Pues agáchate!, dice una voz y, efectivamente, “El Cachas” se agacha, esquivando lo que no fue. Vamos, vamos, los estás perdiendo, declara en su fuero interno y se da una orden a sí mismo, ve al grano, al grano, ve al grano. Pues sí, dice. Maldita sea, se corrige: Pues a Wilbur. Pues a Wilson, dice, tengo algo requeteimportante que soltarles a ustedes. Sí, a ustedes. A ustedes que se la rifan toda la semana chambiando, así que derecha la flecha al pecho y, ¡ámonos!, vamos a darle que esto es mole de cacerola. Las personas alrededor hacen una mueca y niegan con la cabeza, lastimadas por el daño autoinfligido de ese hombre, a todas luces bien intencionado. Íren nomás, continúa el vate, más vernáculo que nunca, la gente de baro es chida, bien chida lira, nos da jale y por eso merengues, al chile, al chile, si uno no le sabe a la polaca, pus mejor dejarle ese bisne a los de arriba, los meros, meros, caguameros, que sí se las sábanas a todas Márgaras, ¿apoco Nelson?, ¿a poco nel?, ¿apoco nel pastel? Lo ha conseguido. Lo ha dicho. Ha verbalizado lo imposible. Carajo, Cachas, se dice en silencio, lo lograste, los convenciste con el título de “caguameros”, porque a esta gente le gusta la caguama, ¿no? Ha sido una exposición magnífica, pero ¿y ese silencio?, ¿por qué las caras largas? ¡Claro! Claro, por supuesto, falta algo, lo más importante, la vigorosa confirmación del populacho por antonomasia. El Cachas sonríe. Cierra los ojos. Moja sus labios. Los paladea. Los saborea. Los muerde, uy, respira hondo y, contento camotero de la más fina barriada, deja ir un silbidito mientras ladea la cabeza y abre las palmas. Los tienes, Cachas. Lo hiciste. Son tuyos. Abre los ojos lentamente, momento es de cosechar el vítor, la razonadísima ovación. Pero la ovación no llega. Silencio, rostros estupefactos. Y más silencio. Entonces la viejita de la tienda, mirando hacia otro lado y jalando un puño hacia su espalda, siente la urgencia de expulsar de su dolida entraña la música de cierta frase que la atormentará por el resto de su vida si no la dice ya: Ay, no mames… El trueno de un mofle, el pedo de un perro y luego risas, involuntarias, convertidas a la postre en carcajadas, en burlas, en vituperios… Algo en el interior del Cachas se ha roto y se ha roto para siempre. No puede más. No puede más. No puede. Demasiada presión hay y de verdad difícil es arrimarlos a la lucidez. Basta ya, es suficiente, a todo pulmón y encabronado El Cachas grita: ¡Guarros! En ese momento un soldado romano que está comprando tamales y usa lentes oscuros y corbata, se aprieta un auricular con el dedo índice y el medio, arquea las cejas y —lo siguiente ocurre en cámara lenta— de un manotazo rechaza el tamalito que le ofrecen, con otro manotazo tumba el bote de tamales, da media vuelta y pone pies en polvorosa. Enseguida vemos un puesto de periódicos; semi arrodillado, un soldado romano de gafas oscuras y corbata cae en el techo, lo aplasta, lo malogra, presiona su auricular con dos dedos y alza la vista; en cámara lenta, vista desde abajo, da otro salto mientras el kiosquero, arruinado, se lleva las manos a la cabeza. Más allá, al fondo de la calle, vemos a un soldado romano de gafas oscuras y corbata echando una reta con los vecinos; de pronto agita la cabeza y sube sus dedos al auricular, en eso recibe un centro, hace una dominada de hombro y, en vez de tirar a gol, revienta el balón con potencia desmedida hasta la azotea de una casa remota; la toma aérea sigue al balón, los pamboleros se lamentan y el soldado se echa a correr en dirección contraria. En plano abierto, vemos la tienda de la esquina con la viejita en el mostrador recargada sobre su codo; desde la oscuridad del fondo aparece un soldado romano, porta gafas oscuras y corbata; a la manera de una carrera de obstáculos y en cámara lenta, salta formidablemente la barra de despacho y sigue, indetenible, su ruta de socorro. Por último, desde una pendiente, vemos a otro soldado romano de gafas oscuras y corbata deslizándose por los cables de un poste, aferrado a un par de tenis amarrados entre sí; el guerrero cae justo a un costado de su patrón al mismo tiempo que el resto de los legionarios arriban al encuentro; cuando lo hacen, los cables se rompen, sacan chispas y la mitad de las casas del cerro de la locación se apagan. Estoicos, bravíos y aguerridos, los soldados declaran al unísono: ¡Ordene, Emprendedor! Entonces El Cachas, con sendos lagrimones en la cara y haciendo una rabieta, apunta con el brazo extendido hacia el frente y grita de una vez por todas: ¡Codifiquen el mensaje! Los soldados pujan, tensan la quijada, pelan los dientes y preparan la embestida. Se nubla la pantalla; acompañado de un estruendo, aparece un paquete de galletas seguido de una voz masculina cuya línea, más que decir, festeja de esta forma: Para ese emprendedor que llevas dentro: Emprendedor, rellenas de poder empresarial. La pantalla se aclara y vemos de espaldas a dos hombres platicando entre sí frente a un puesto de tamales mientras el cocinero presta atención a la charla, confundido. Uno de los interlocutores es un soldado romano, ya no usa gafas ni corbata, en vez de ello, porta un sombrero triangular hecho de papel periódico y tiene acomodado un lápiz en la oreja. Oímos, pues, la frase con la que se hermana, por fin y para siempre, con su congénere iletrado; un tipo como muchos, un donnadie como todos los demás: …Y pues así está este pedo. Acto seguido, le da una palmada en la espalda y, para ofrecer un remate espectacular, expele, dizque inquieto, pero eficaz, la única combinación de palabras en el robusto espectro del idioma capaz de suplantar el albedrío del pobre diablo con el germen de una obediencia pronta, ovina y expedita: ¡Vas, carnal!
  »Es cuanto, Don Calo (perdóneme el atrevimiento, ¿puedo llamarle así? ¿Don Calo, como su amigo asiático? ¿Verdad que sí? Gracias). Hágame extensiva su opinión, comentarios y correcciones. Espero sea un punto a favor la originalidad de esta idea mía, mía y muy mía que no emula ni le copia nada a nadie. Saludos fraternos. Quedo de usted.»
  Envié el correo y me sentí realizado: tenía un cliente, un mentor, dinero y dos diarios me decían qué y cómo pensar (es delicioso ser alguien sofisticado). Imaginé el beneplácito de mi protegido, su resarcimiento ante la sociedad, la reinserción de su persona, la reivindicación de su talante carismático y creativo, el sorpresivo giro de su fama. Así me vislumbré, próximo a otros apurados y, como bien lo merecía, me quise y supe dueño de una importante liquidez. No me aguanté las ganas, subí a redes la siguiente frase: Atentos, se aproxima viajecito. No dije, por supuesto, que peregrinaría a La Meca, la nuestra; el suspenso es la mejor forma de publicidad (ya no viajaría en camión ni de mochilazo; ese sub-modo de vida ya no es para mí). Doy un adelanto a mi fiel tribu (al renacer, un montón de partidarios y discípulos retacaron mis cuentas, los he nombrado, desde luego; su apelativo está en pleno proceso de registro y no alude a ningún pueblo primitivo). Lo prometido: pronto me verán andando en las callecitas de San Miguel de Allende, con lentes caoba, camisa blanca, cacle sin calcetín y, lo más importante, lo indispensable, lo infaltable, lo hot, lo sugestivo y ciertamente chic: con un sombrero de Indiana Jones. ¿Cómo se llama? ¿Costa Rica Hat? ¿Plátano Hat? ¿Yunai Hat? Da igual (conozco el termino correcto, pero, tomen nota, hacer alarde disimulado y distraído de ignorancia es un rasgo de distinción y se oye y se ve nice, pues dota al ser de un aura humilde y, por el contrario, lo enaltece si la cuestión a tratar es vulgar). Entonces, si me ven posando, no duden en pedirme selfies; yo encantado, nos podemos etiquetar si gustan. Subo stories y negocio mi alma con Mammón a cambio de una suma decorosa; después de todo, como dijo una sesuda filósofa de Atenas, la peda no se paga sola. Una cosa nada más recuerden los señores: piensen en el… ¿Fu- Manchú? ¿Facundo? ¿Fausto?, de… ¿Gorki? ¿Gokú? ¿Goethe?, no vayan a salir los estafadores estafados. Si eso ocurre, no se alarmen, vuelvan a mí: me especializo en el control de daños. Y eso es todo lo que quiero comentar, preciosos (copy right). Del concreto desenlace de mi empresa y del cabal destino de los involucrados hablaré luego. Mientras tanto, suscríbanse, denle manita arriba, hagan clic en la campanita, levántense a las cinco de la mañana, hagan sus planas de abundancia y, por el amor de Dios, quiéranse. Pero quiéranse en serio: no dejen que nadie los tilde de pobretones o clase medieros. Ustedes son reyes.
   Escrito: 22062021. Fotografía: Calle Sánchez Colín, Ecatepec, Estado de México, 2018.
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giss01blog · 4 years
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Instrucciones para suicidarse
Antes de comenzar a detallar las instrucciones a seguir para suicidarse impondré unas cuantas condiciones, algunas absurdas y rígidas, otras un tanto más flexibles, pero en todo caso necesarias para explicarle al lector por qué ha de matarse. 
Primero, es necesario que se descalce para leer. Quítese los estúpidos zapatos, los insoportables tacones que tanto le gustan o odia, las medias que le cortan la circulación a sus piernas. Busque una alfombra o una almohada en la cual descansar sus pies. Sienta la textura de la lana, el algodón o la seda entre sus dedos descubiertos, como las suaves caricias que lo materiales muertos pueden brindarle a una de las partes más olvidadas de su cuerpo. No sean vagos, háganlo. No lea como los universitarios mediocres, obligados, con sueño, con el trago en la cabeza. Tampoco como unos melancólicos desgraciados, así, por escapismo, porque no tiene nada mejor que hacer mientras espera otra desgracia que lo encadene de la tristeza a la vejez prematura, y de la vejez a la muerte. Lea con coraje, con arrogancia, sea prepotente, napoleónico, que del sadismo y la sátira nos encargamos los escritores o lo que pretendemos ser. Lea con morbo, con expectativa, nunca sea inocente con la lectura. Ella nunca lo será con usted.
Levántense y diríjase a un espejo. Dígame a qué personaje se parece. Dígamelo, ¿acaso se parece a usted mismo? No se engañe, no sea escrupuloso con su respuesta. Mírese por primera vez como a otro. Fúndase de inmediato con sus propios ojos y siéntase orgulloso de sus ojeras, sus imperfecciones, de lo fantástico de su temible presencia en este mundo. No fantasee con lo que otros le han contado, no se masturbe pensando en lo grande que fue Benedetti, léalo, participe. Descalzo, desnudo. Vamos, no sean tímidos, despójese de sus prendas, hasta quedar en ropa interior, o mejor sin nada. Como sea, diviértase. 
Entre a la cocina, ponga agua en el fogón y mientras se calienta busque el café. Huélala, piérdase en los placeres sensoriales de la naturaleza, sienta el aroma a tierra, a tostado. No ponga el agua encima del café, ni beba de inmediato de la taza, no sea idiota. Haga de cosas tan sencillas como esta un ritual en su vida diaria. Haga participes al olfato, la vista, el tacto, a su cerebro. Vierta el agua y luego ponga el café, observe como la trasparencia del agua se tintura lentamente de café, y dure un buen tiempo sin ver, observe como un niño. Tome la taza caliente con las dos manos, abrásela con los dedos, deje que le trasmite su calor sin necesidad de beberla, deténgase, olfatee de nuevo. Después de eso ya estará listo para su primer sorbo. Sople, beba, con los ojos cerrados, sienta ese placer místico mientras el café choca dulce contra la punta de su lengua y amargo contra los bordes. Pero nunca le ponga azúcar al café, a veces en la vida las cosas amargas son más dulces que las empalagosas. Si no me cree coja un libro de Camus, un existencialista que nunca lo fue, un existencialista que a diferencia de los otros no se hundía con la desgracia y lo absurdo de este mundo, él se reía a carcajadas. No espere buscar humor en su obra, no es a eso a lo que me refiero. Siéntalo, Camus era capaz de observar el más absurdo sinsentido de la existencia como si estuviera sentado mirando desde el balcón, ajeno, feliz como una persona que toma chocolate mientras mira por la ventana a la gente mojarse bajo la lluvia. De eso trata el estilo de Camus, estar feliz y aun así escribir de forma cruda. De eso se trata el café, de disfrutar la felicidad en lo amargo. El mundo es caótico, el observador inmutable. Beba, abrán los ojos y siéntanse despiertos. 
Vuelva a su biblioteca. No importa que sea pequeña, basta con que tenga buenos libros y sea cómoda, pero tenga una. Busque ese libro de poemas que tiene empolvando hace meses, ábralo en una mano, en la otra el café, el torso desnudo, tome un sorbo para aclarar la voz y empiece a entonar poemas de forma maniática, pues sólo hay dos formas de recitar poemas, gritándolos o susurrándolos. Declame sin vergüenza alguna, hágalo con fuerza, sin quedarse quieto, dando vueltas en la habitación, mueva los brazos, las manos, el espíritu. Siéntase profeta del advenimiento de un culto que nunca llegará porque siempre ha estado, porque no hace falta buscarlo pero sí encontrarlo: la poesía. Si no tiene libro de poemas, salga, cómprelo, o en su defecto sígame:  
Nada más bello que levarse los dientes en la ventana con la ciudad que comienza a echar humo
Con la ciudad que levanta persianas
Con la ciudad atravesada por ambulancias de leche
Y piernas de adolescente rumbo a su diversión estival
Con la ciudad donde tú retrato marca la hora de mi muerte cada 5 segundos
Con la ciudad que ha tomado mi forma como el agua
Tomando la forma del recipiente donde vive
Escudriñar en el buzón la mano amiga que te habla
Desde un país donde ya es hora de acostarse
Escribir en el muro como propósito del día
“Amortiguar el odio”
Fragmento del poema Zen y Santidad de Jotamario Arbeláez.
Luego de terminado el café y el poema, salga a correr a la calle, desnudos si es que así lo desean o vístase si es que se sonroja con su propio cuerpo, pero salga, haga ejercicio hasta el cansancio, hasta el borde del derrumbamiento, hasta casi ceder al padecimiento insoportable de articulaciones, huesos, músculos, y después de eso sobrepóngase a todo y prosiga, incremente exponencialmente la sensación. Cuando esté a punto del desmayo tiéndase sobre el suelo del parque o de algún vecino incauto y asimile todo el dolor que pueda como la prueba de que usted está vivo, pues sin duda es el dolor lo único que nos recuerda que no somos querubines sino humanos. Es frente al dolor donde nos contemplamos más mortales y vulnerables que nunca, pero en este caso vívalo como un símbolo de fortaleza, de que tiene piernas, brazos, voluntad, y sobre todo la libertad suficiente para propinarse dolor a sí mismo y sentirse satisfecho de hacerlo. Aunque no lo crea esta es la razón de vivir de muchos que se esclavizan a las disciplinas del deporte y el arte. Ser felices mediante el dolor y convertir el dolor en felicidad. Luego, acostado mire al cielo y siéntase eterno, sin fronteras. Ámese de pies a cabeza como un narcisista epicúreo, como un Dalí, como un poeta. No lo dude, vale la pena. 
Encuentre a quien besar con todas sus fuerzas, pero no besos tímidos de colegio o besos con sabor a porcelana vieja de algún extraño, busque un beso cálido, conocido, lo suficientemente familiar como para poder hacerlo intenso y prolongado. No economice pasiones. Nunca. Tome a una persona persona bella y joven con su mano por detrás de la nuca, haga que sus labios luchen y evite que respire, presione suavemente su cabeza hacia usted, tómela de la cintura. No lo intente con personas maduras, ellas lo harán por usted. Juegue con el desenfreno, dele vida al movimiento, y cuando su pareja esté lo suficientemente elevada como para pensar en otra cosa, retire inmediatamente sus labios de ella. Si ella lo busca, retírese un poco más y contemple el espectáculo. Ella mantendrá los ojos cerrados, los labios estirados en busca de usted y la respiración suspendida. Grábese ese rostro con facciones de felicidad incomparables, con belleza, entrega, y entienda la importancia que usted representa en otros. Atrápe a esa persona con palabras, con miradas, con esencia. No se limite a ofrecerle sexo, ofrézcale vida. Cuando lo tenga a entera disposición suya no se guarde nada, destrócele la espalda con sus uñas, arránquele el vientre a mordiscos, hágale saber que si pudiera, le exprimiría hasta cuando sólo quedase un perfume hecho de esa persona, hasta cuando se vuelva un aroma que perdure irracionalmente en su memoria. Luego, tiéndase sobre su pecho mientras duerme y sienta sus estruendosos latidos, su calor, mírele el rostro despejado y reténgalo para siempre. Disfrute del silencio y olvídese de este mundo. Si usted desea intentarlo con alguien de su mismo sexo no importa, eso es lo de menos, busque a quien prefiera, pero apresúrese. Ríndase al éxtasis y transmita lo que las letras no pueden nombrar, la sabiduría del cuerpo. Ame con la piel, el corazón, el cerebro, los intestinos, con lo que sea, pero amen como locos. Preferiblemente, no se casen nunca. 
Ahora, si usted ha leído todo el texto de corrido sin haber sentido la necesidad de detenerse a mirar por la ventana, de hacer silencio para luego cerrar prolongadamente los ojos mientras fantaseaba entre pensamientos; si usted aún sigue con ropa, con pudor, e incluso, si tiene el descaro de haberme leído con zapatos puestos; si usted es de los imbéciles que sólo leen para considerarse más intelectuales que el resto pero su vida sigue dando asco, y aún no sabe si su día se pareció más a alguna novela, un cuento o un poema, o ni siquiera sabe si se parece a usted mismo, porque la televisión y su currículum lo confunden; si no se ha levantado a prepararse un café, o a leer a Camus, y sigue sentado, aplastado como una masa inerte; si no ha buscado algún poema que lo ponga eléctrico, o no ha encontrado placer en el cansancio; y lo más sorprendente, si no ha encontrado a quien amar, con quien compartir el florecimiento de los instintos que nos llevan a morir en los campos donde colisionan el calor y la humedad, debo confesarle que es usted un ser admirablemente aburrido. No le pido que se avergüence de usted mismo, pero temo confirmarle que ha perdido su capacidad de asombro, que usted ya es poco más que un fantasma, que un recuerdo, o mejor, que un olvido. No sea cobarde, no lo dude, definitivamente debe pegarse un tiro.
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renewyoursoul · 5 years
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➠ POST INICIADO POR CÚ CHULAINN (BERSERKER)
[Privado]
Todo iba a raíz de su naturaleza, había una gran línea divisoria entre aquel héroe que una vez fue, y lo que se estaba presentando en el rey corrupto. Mebd se había asegurado de corromper su alma, carecía de lealtad, o pureza, su instinto asesino se percibía tanto que su propio Master tenía algunas regulaciones para con el, las principales eran evitar el contacto con ciertos servants ahí en chaletea. Llegaba a ser tan en serio, que escogía los equipos con tan meticulosa, al punto en que no pudiera tener contacto con los prohibidos, le enfermaba eso. No levantaba objeciones, lo miraba como algo positivo, sacarse a los estorbos de encima y así poder seguir la misión a su gana, descuartizado cual enemigo tuviera las agallas de posarse frente a su persona. Su naturaleza, iba de maravilla con un Berserker. Asesino, despiadado, complicado, sanguinario y lo peor… Una actitud de mierda hasta para dirigirse a otros, incluso superiores o iguales.
Había alguien en específico, encabezando la lista, con tres vidas y las tres prohibidas en contacto con el héroe caído. Le irritaba á veces pasar de largo cuando estos caminaban justo al lado suyo en los pasillos. Con su enfermiza naturaleza a veces le era imposible no querer arrancarles la cabeza, primeramente para molestar a ese que era su Master, pero se controlaba únicamente porque le “sacaban a pasear” lo suficiente para apaciguar esa descomunal sed de sangre.
Avanzó por los pasillos, era solitario cuando el Master estaba de misión. La mayoría se perdía en lo suyo, evitando contacto innecesario o en su defecto, teniendo sólo con el grupo que aseguraba su pacífica estadía, el no era parte de ninguno. Entro a una de las salas que pensó estaban vacías. Estaba uno de los prohibidos sentados en un trono, observando a la nada como magnate, justo en la posición que más asco podía causarle, justo el que encabezaba la lista. Se limitó observar, se preguntó porque no podían tener contacto, que clase de actitud podría tener ese hombre que impedía la mínima convivencia con el corrupto. Sus ojos se entrecerraron, ese típico aire amenazante de clase Berserker era casi tangible, era su momento de asechar a la presa hoy que su Master no llegaría pronto.
Avanzó en pesados pasos, llevaba su traje completo encima, solía llevarlo y no por preferencia propia, era el bastardo que tenía como Master quien con excusa de “Te luce bien” le mantenía en tal estado. Era posible que gracias a la imagen tan robusta que daba, causaba a otros evitar un contacto constante para con el. De cualquier manera, se detuvo únicamente al estar cerca, observando por arriba gracias a estar de pie, había una diferencia de alturas en la que ganaba, le agradó eso, le dio su lugar de superioridad entre ambos. Lo que no sabía es que eso era muy probable que pillara una lucha de clases entre ello, y no de su estatus como servants, si no el estatus social que ambos tenían en su tiempo en vida.
Gilgamesh si mal no recordaba, ese era su nombre, quien era exactamente… No, eso no lo recordaba, no había prestado atención, no le había importado el resumen de vida del hombre, lo único que sabía es que no era merecedor de su presencia; claro, en la mente del Berserker así es que funcionaba la prohibición, no exactamente por una posible disputa.- Estas estorbando. -Acotó al decidir hablar, su expresión acompañaba la molestia en sus palabras. Su ceño se fruncía y sus dientes afilados como tiburón se mostraban, asechando en disposición de estar la defensiva.
➥┋ Gilgamesh Gilgamesh es completamente ajeno a las decisiones de su master, en ningún momento le ordenó que lo agrupase con algunos y con otros no, sin embargo las decisiones de su invocador tienen un fundamento, él tan sólo desea evitar conflictos innecesarios, debido a que es bien sabido el carácter soberbio del Rey de los Héroes, su tendencia a degradar a los demás con su arrogancia e inflado ego, es normal que lo quieran emparejar con espíritus heroicos afines o que por lo menos, sepan sobrellevar la animosidad del dorado. Fujimaru siempre ha sido un master sumamente complaciente con el sumerio, en ese sentido se parece un poco a Tokiomi Tohsaka, aunque este último era bastante más aburrido en comparación al adolescente con quien comparte su lazo actual. Uno de los muchos privilegios de los que el rubio goza en Chaldea es ese salón exclusivo para él, sin estorbos mestizos que rompan la armonía alrededor del antiguo soberano. Desde la magnificencia de su imponente trono, el rey posó la mirada en el intruso que osaba presentarse sin invitación, su expresión se mantuvo un tanto indiferente pero severa mientras se reclinaba sobre el cómodo asiento, cruzó las piernas subiendo una encima de la otra. —El Perro de Culann —esbozó una sonrisa burlona mientras examinaba con la mirada la curiosa apariencia del guerrero irlandés—. Te sienta bien —habló con aire despectivo—, me refiero a la clase berserker. Cerró los párpados un instante al oír las palabras del más alto, este acababa de cometer una grave falta, debería castigarlo por ello, enseñarle un poco de modales. —El único que está estorbando aquí eres tú, mestizo, desaparece de mi vista ahora y no tendré que perder mi tiempo disciplinándote, quédate y lo lamentarás. —El cuerpo de Gilgamesh no estaba cubierto por su armadura dorada, en cambio mantenía el torso desnudo, en su piel podían verse varios trazos rojizos como tatuajes, estos reflejan el estado de su poder, siendo ahora mismo el máximo.
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