Tumgik
damechance · 4 years
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Sombra
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     Te hallo de nuevo recostada en el sillón. 
Contemplas mi cuerpo desnudo, maldito y flagelado. 
     Viento sin rumbo, péndulo oscilante, rayo constante que impacta siempre en mi cráneo. 
Te odio, cuánto te odio. 
     Perpetua estatua de marfil tallada con eterna apatía, te odio por amarme.
No tolero tu vacía mirada; mi pupila se dilata hasta romperse, para adecuarse a tu oscura presencia.
     Te escupo, te rechazo. 
Procuro apartarme, pero la noche me arrulla en tus brazos. 
     Inminente golpe de hielo, droga recreativa. 
Barbitúrico, bendito sedante. 
     Persona universal, cuerpo sin sexo definido. 
Te amo, cuánto te amo. 
     Primero de enero y treintaiuno de diciembre, te amo por buscarme en mi abandono y enseñarme a serle fiel a mis promesas. 
Te amo tanto que algún día, cuando el sinsabor de la vida me asesine el paladar, cuando el alcohol consuma mi sangre, cuando mi cuerpo ya no sienta hambre y se desangre, te daré mi último aliento, y te daré mi última canción, para sellar un pacto infinito y me casaré contigo entonces.
     Brindemos por el mañana y desgarremos el tiempo en esta sala, ya que ahora nos pertenecemos, desde hoy y para siempre, mi triste y buena soledad.
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damechance · 4 years
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A quien corresponda:
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     Por este medio y luego de extenderte un saludo cordialmente copiado de un manual mecanográfico, pido perdón por lo que estás a punto de leer.
     Prometo que este será uno de muchos más intentos míos por cerrar el círculo y, de este modo, jamás escribirte de nuevo. Si algo tengo claro es que siempre digo mucho y nunca expreso lo suficiente.
     Sin ánimos de causar lástima, y con la intención de dar cuantos pasos sean necesarios para madurar, te digo que menester me resulta el confesar lo siguiente: tengo un nudo en la garganta.
     Tengo un nudo en la garganta y, por algún motivo, eres tú la razón. Eres quien se corona como la causa inclemente de tantos insomnios míos dedicados a la nostalgia. Por el poder que me concede la agria soledad de mi amargura, te nombro verdugo de mi salud mental.  
     Me duele decirlo, pero te odio por inocente. Mi afecto hacia ti es debido a tu buena voluntad, y mi indiferencia es sólo la manera que he ingeniado para expresar lo mucho que necesito tu querer.
     No comprendo por qué, a pesar de tantos años, sigo buscándote en los rincones de mi vida. Debería inventarte un fin, como que te evaporaste en la bañera y te condensaste con las nubes, para llover en caos sobre alguna pradera no habitada. Aún entonces serás responsable de las flores que dejes a tu paso, y ya no podré odiarte por el milagro de tu vida. En consecuencia, te pido una cosa: vete y deja limpio cuando salgas, pues me cansé de limpiar solo tus tormentas.
     Me despido, no porque me falten las palabras, sino porque depurar el alma es un proceso largo y, enfrentarse a tanta melancolía junta, puede ser desgastante al corazón.
     Hasta una próxima despedida.
     Siempre tuyo,
                                                            Nadie, nunca.
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damechance · 4 years
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Melancolía
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     Una cascada de café llena tres cuartos de una taza blanca. El vapor nace con tanta naturalidad, tanta levedad; mágica demostración de lo incontrolable que es la materia. 
     Espero el día en que las horas pasen sin que la resplandeciente estela de culpa, que carga consigo el minutero, me queme la retina. Ciego desde la cuna, he llegado a rastras al terrible ahora. Sentado pienso: cuánta razón tenías, Julio, al decir que moriría de melancolía.
     Evito acabarme la tarde a sorbos, al contrario, congelo al mundo y le observo como quien nunca ha tenido ojos; única costumbre que he adquirido para alejarme del vicio de los pensamientos auto-destructivos. Lo admito, de mis drogas, la favorita. Por claros motivos no traeré a flote un tema como este, a nadie le gustan los adictos. Arreglo la mesa y pienso más en tu partida que en tu llegada, vienes tarde. Tal vez el bus que te traía estrelló contra algún poste, quizá te secuestraron, puede que una explosión haya ocurrido en tu edificio y hayas muerto aplastado en el incendio. Prefiero maquinar tales ideas a imaginar que solo no querías verme.
     Me pregunto qué tan genérico debo ser para acordar una nueva cita. No quiero parecer intenso y ser parte de la media. Para ello, debo inspirarte confianza y esconder al niño triste que me habita. ¡Eso es! ¡El niño! Uso la espera a mi favor y dispongo visitarle. Hablamos para llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambos. Le pido al niño que se calle y le tapo la boca, por si pensara decir algo fuera de contexto; amarro sus manos, por si en un arranque de ansiedad tirara la mesa al moverse sin cuidado; le cubro los ojos, porque llora al conmoverse con el contraste de los focos naranja y la oscura noche. Obedece porque le pesa la vacía soledad.
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     Apareces por la puerta y jugamos a encontrar la aguja en el pajar. Te veo y eres fascinante. Me miras, sonríes. Caminas hacia mí y deseo que jamás me hubieras visto. Te sientas, hablamos. Pides un café porque jamás sales de tu zona de confort. No tienes personalidad, yo tampoco, pero al menos yo me creo mis mentiras. Miro el reloj y me acabo la tarde a tragos desesperados, solo quiero irme. Me colmas la paciencia, no soporto tus modales en la mesa. Te quedas callado y nada sale de tu boca. La cultura pop ha quemado tus neuronas. Gastas oxígeno como yo gasto mi vida contigo. Finjo interés por tu mediocridad y tu incoherente opinión. Me trago un bostezo a falta de café, tú estás encantado. Escupo alguna excusa que me libre de tu encierro. Soy cortés, te llevo a casa. Me despido y, como siempre, digo que fue un placer. Abres la puerta, sales del carro. Te vas, no sin antes decir que esperas verme de nuevo, que te gusta la gente como yo. Sonrío y no respondo. Enciendo el motor y digo: mierda. Suspiro como si acabara de esquivar a la muerte y siento aún que algo falta. ¡El niño! Regreso a él y lo libero. Le pido perdón, y noto las marcas de la soga con que até sus alas. Sus ojos son heridos por el cambio de luz. Observo sus labios ya secos por la sed. Le miro con arrepentimiento, él a mí desconsolado. Levanto los hombros, intentando disculparme; él entiende las palabras que callo. Ya he intentado otras veces explicarle por qué nunca congeniamos con la gente. Le abrazo con amor y se eleva con increíble soltura. Es tan pequeño, tan frágil; bastaría un dedo para cargarlo. Se torna azul, celeste, rojo, verde, gris, dorado. Cómo me gusta verle triste. Cómo me gusta verle tibio. Se apagan las luces y acaba el multicolor. Quedamos él y yo alumbrados por la misma luz naranja que hace contraste con la oscura noche. Le pregunto si soy acaso muy egoísta al forzarle a estar solo, si no está cansado de mí. Me explica cómo los cuerpos son la cárcel del alma, que la carne encierra al humo y, sin embargo, se siente a gusto con su jaula. Parece que somos compatibles. Nos contemplamos como quienes nunca han tenido ojos y me toma de la mano. Me dice que juntos funcionamos, que nos complementamos, que somos todo lo que necesitamos. Somos carne y humo triste que se aman en la melancolía.
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damechance · 4 years
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La visión
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     Qué se yo de esta vida, si estos ojos y estos pies, no han recorrido más allá de las montañas. Confinado a una vida de encierro, cierro los ojos y empiezo a soñar.
     El tono marchito de la insípida rutina, y la comida maloliente que atormenta e insulta al paladar, no son más que un vago recuerdo de lástima que ahora es poco constante en mi pensamiento. Veo un mar gigante, a los lados hay montañas de flores. Las nubes, recorriendo el bello paisaje, caminando discretas entre el tumulto de aves, van como algodón: pintando el cielo de colores pastel. ¡Vaya si no resulta fantástico presenciar tal espectáculo! Casualidades que se unen como los ríos que confluyen en las entrañas de un mundo sin dolor, un mundo con encantos. A la distancia hay barcos que se aproximan al muelle en que mis pies descansan. Siento la sinergia de mis sistemas, en el interior de mi vacío cascarón; donde ánimas conspiran en mi contra para desviar mi atención de tan hermosa función natural. La brisa choca contra mi rostro, el cual, a falta de voluntad, es sumergido en el éxtasis arcaico que, en tiempos remotos, a otros hombres distintos a mí, ha arrullado en el vuelo sosegado de las buenas intenciones. De pronto, toda luz es consumida, y el muelle se transforma en los brazos de algún ser que conozco y me arrulla. No puedo describir su apariencia, pero puedo asegurar que me siento seguro al contacto de su piel con la mía. La rotación de este celeste cuerpo ha pausado su “tic, tac, tic, tac…”.
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     Comprendo que mi momento ha llegado, no estoy listo. Escucho los clarines de los barcos a pocos metros de distancia, vienen por mí. Me siento nervioso, alterado y algo impaciente. Las voces de los jueces cósmicos me cuestionan nuevamente. Exigen saber qué esconde el cielo tras el horizonte. ¡Qué diablos sabré yo, no me interesa! Es más poético pensar en la nada. Qué romántico sería morir y ver negro. Qué diría la gente al saber que acabó la simulación. Nada. Incluso una pantalla de carga, que pida otra moneda para seguir jugando, sería un resultado más honorable que cualquier cosa explicada por el hombre. Esto es ridículo, con qué derecho me privan de los colores para preguntarme tales cosas. No tengo interés alguno en estas tonterías. Quiero abrir los ojos ahora.
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     - ¿Por qué abriríamos tus ojos ahora para que aprecies los colores, si ansías perderlos cuando mueras? - Preguntan los jueces.
     No tengo interés alguno en mi muerte, para entonces estaré muerto ¿me entiende? Perder los colores sería más hermoso que conservarlos, pues jamás hemos estado sin ellos. Encontrando algo distinto, podré librarme de este encierro para entrar a otro y construirme de nuevo ¿me entiende? Si allá viera lo mismo que acá, sería como jamás haberme ido porque todo me recordará a esta vida. E incluso entonces buscaré mi muerte definitiva.
     Las voces callan con el mundo. Solo escucho mis latidos.
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     Repentinamente, los clarines de los barcos, han decidido instalarse en mi tímpano para gritar despavoridos ante una sorpresa poco grata. Los brazos que me sirven de respaldo se abren al vacío. ¡Estoy cayendo! ¿Es esto el milagro descifrado? ¡El secreto! ¿Qué hay detrás del horizonte? ¡Déjenme volver! ¡Esperen! ¡Ya sé qué hice mal esta…!
     Segundos después, un lunes cuatro de marzo, un manicomio en Buenos Aires es testigo de un hombre que despierta de los efectos sedantes de un medicamento. Desorientado aún, recuerda haber soñado. Quizá una visión, quizá una epifanía. Sabe que esa experiencia ha sido un regalo del cielo. En su alucinación ha encontrado la cura definitiva a su demencia. Por desgracia y, como ya es costumbre, ha olvidado las exactas palabras que daban estructura al conjuro que sería capaz de reiniciar su maltratada memoria. De este modo, muere un hombre nuevo, un hombre sano, un hombre en paz. Ahora un loco espera en turno, como el resto de sus compañeros de cuarto, a que la noche los alcance y consuele su desesperanza, para quizá mañana tener un poco más de retentiva.
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damechance · 4 years
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Vanushka resucita de entre los muertos
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     Durante una mañana de lunes, en un agosto de tantos, un ánima imperceptible despertaba del eterno vacío y recorría las calles. En un parque cualquiera, ubicado en el corazón de un monstruo urbano, se hallaba ella observando. Le intrigaba saber de qué se había perdido todo este tiempo: carruajes distintos, apariencias extrañas, calles ruidosas y luces asfixiantes. ¿Quién enseña a un muerto a vivir el hoy? Nadie más que la experiencia le puso al tanto de la situación. Curiosamente, notó algo: la gente era distinta, incapaz de echar raíz. Los amantes del futuro tenían cualquier cantidad de dones, menos el de entregar el alma con un beso, o envolverse con la mirada en un acto de infinita devoción. El futuro era chocante, casi aberrante. La nueva generación era apática e indiferente, ya nadie era real. Los nuevos amores perdieron la intimidad; los detalles ahora eran compromisos que los enamorados adquirían para alimentar una mentira en redes sociales.
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      Vanushka había despertado en medio de un orgasmo en Internet, en la era del encanto digital. La poligamia era el pan de cada día, y los encuentros casuales estaban a un click de distancia. Solo un ser tan anticuado no podría ver el por qué de las cosas. No podemos culparla, simplemente estaba fuera de línea. ¿Con qué fin había despertado? ¿Era acaso el castigo de aquel que murió por amor en otra época? Seguramente era una lección de muerte: el amor depende de los términos y condiciones del usuario. ¿Y ahora qué? ¿Debía incorporarse a este nuevo mundo? ¿Qué esperaban de ella? Confundida, decidió caminar de vuelta a su tumba. Durante el trayecto, observó cómo el viento arrastraba unas hojas. Pensó en lo efímero de las cosas, y en si volvería a ver el eterno vacío. Entendió que, de tener otra oportunidad en esta tierra, debía adaptarse a cualquier circunstancia. Le parecía increíble lo conectados que estamos, y lo ajenos que somos los unos de los otros. Imaginaba a alguien que pudiera amarla fuera del espectro radioeléctrico del Wi-Fi, pero salir de la nube nunca fue tan difícil. Así que regresó al hoyo en el cementerio, y acostada en el fondo de un agujero en la tierra, fue acogida una vez más por la muerte. Con una lágrima recorriendo su hermosa mejilla, espera retornar durante una mañana soleada, en un agosto de tantos, cuando todos sepamos amar.
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damechance · 4 years
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Los niños tristes
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     A menudo espero que el universo toque las canciones correctas, que las frecuencias sintonicen mi alma conforme a cómo vibren mis ondas, y que solo suene en mi mente.
     - Solo es una mala etapa en mi vida. - Me consuelo al encender la regadera. - Cuánto odio el servicio al cliente y cuánto daría por ser escritor. Si el arte no muriese de hambre en nuestro medio, sería un literato…
Paro y pienso:
     - Solo sos cobarde, cariño… - Me corrijo sintiendo dolor.
     Esto es la insufrible rutina: el despertar, respirar, comer; sentirme insatisfecho ante todo y meterme a bañar. Tomo el jabón pensando que a nadie importa si me pinto el alma de azul a toda hora. De día tomo el gris a sorbos para aguantar el monocromo, y en la noche invento el alivio en la cama, ya negra por las lágrimas que alguna vez solté y soñaron convertirse en preciosos colores.
     El agua cae indiferente y ya no sé si lloro o llueve en esta ducha.
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     Nací bajo el sol quebrado de octubre, con el pronóstico de una vida cargada de nubes. Recuerdo una vida regular, nada distinta al promedio. Lo único que me ha hecho destacar siempre ha sido mi amargura, pero no es mi culpa. Alguna vez soñé pintar el mundo a colores, vendí mis pinceles para comprar pintura y me la robaron. Quedé vacío.
     Apago el temporal y quedo estático en el frío. Florecer es algo que he olvidado estos días. Es por eso que ahora me dedico al registro digital de ideas, servirá de norte en algún momento, como recuerdo a lo marchito que he estado estos últimos meses.
     Me seco sin aplicar presión, siento que he quedado débil al punto de perder forma. Tomo el celular, abro las notas y plasmo alguna idea que me apena leer en altavoz. Es de nuevo al humo a quien escribo, solo él me entendería. Dedico ideas a lo intangible, le canto a lo invisible. Ha llegado el día en que me sobra la melancolía. Lo absurdo perdió el encanto, aquí cultivo el odio que me nace con tanto amor. A donde vaya me seguirá la nube gris de la tristeza, para llover sobre mis días de sol e inundarme en soledad.
     Ya en el tocador pienso en cuánto espero que me encuentres y me leas, y te des cuenta de lo diferentes que somos, de lo incompatibles que podemos ser. Soy un niño triste y solo eso. Me arrepiento de darte mi paz. Quiero vomitar cada palabra hasta vaciarme, y ser indescriptiblemente leve, para dejar de ser cuerpo y empezar a ser luz. Me convencí de hallar tu remplazo, y maquiné las formas de nunca más buscar tu recuerdo en ninguna calle, avenida o bulevar; en ninguna parte de mí, podría decir. Los niños tristes tenemos el mal hábito de amar los imposibles; somos la ansiedad que nos domina, el silencio que nos consume. En lo personal, soy el abismo que me habita. Nada tengo para entregarte, ya no quiero regalar lo que me falta y no tengo sobras para dar. Te odio despacio, despacio me hiciste apagar. Quiero estar lejos, inhabitado, imperceptible…
     Solo y nada más. Muerto y nada más.
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damechance · 4 years
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Pingüinos
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     Era temprano aún. El cielo gris, el frío presente y en el acantilado otro pingüino. Estuve observándole desde que llegó. Supe a qué iba desde que le vi aparecer. Su actitud era la misma a la de todos los que frecuentan ese lugar.
     Al inicio, me sentía emocionado. No obstante, con el paso de los segundos, fui perdiendo la paciencia y, creo, también la cordura. No entiendo cómo, pero este pingüino en particular dejó una espinita en mi dedo; algo que hasta el momento no he podido sacar.
     Empezó sentándose en el borde exacto del accidente geográfico, haciéndole compañía a las rocas. Vestía jeans gastados y un sudadero azul marino oscuro, como el agua que chocaba violentamente contra las piedras bajo sus pies. Supongo que eran las ansias del mundo las que movían tan fuertemente la marea, como un niño impaciente apurándole a saltar. Era obvio que este pingüino no estaba convencido de hacerlo. Quizá el silencio en el ambiente me hizo reaccionar, o tal vez fue la pelea que tuve ese día con mi madre. Lo admito, me encontraba algo sensible. No entiendo por qué no pude disfrutar del espectáculo, como en otras ocasiones con pingüinos menos tristes. Por lo general todos me causan mucha gracia; al tirarse desde la cima, se arrepienten a medio camino y, a falta de alas para volar, gritan al saber que su muerte es inevitable. En este punto se dan cuenta de la magnitud de sus acciones. Creo disfrutar al ver pingüinos conocidos. El hecho de saber su historia le da un toque extra de placer a la función. Curiosamente, nunca había visto a este. Al verlo tan irregular, tan diferente, tan raro, mil ideas invadieron mi mente. ¿Tendría familia? ¿Qué diría su madre al escuchar la noticia? ¿A alguien le importaría su ausencia?  ¿Qué vacíos dejaría?  Una vez alguien dijo: “El suicidio es la única verdadera decisión que tomamos en la vida.” Supongo que eso me hizo sentir respeto por este pingüino. Sin duda alguna, una frase romántica. Pero qué tan necesario es, digo. Hasta la indiferencia es solución a cualquier problema. Qué circunstancia lo llevó a este punto; qué no pudo resolver.
     Mientras exploraba este dilema en mi cabeza, nuestro pingüino, secándose los ojos de las lágrimas que acompañaban su tarde, decidió no seguir los pasos de los otros que visitaron el acantilado. Así que se levantó y se marchó. Desde mi perspectiva, desapareció a los 3 pasos y nunca me sentí tan bien al ver un ave renacer. Algo en eso me inspiró a volver a casa, a pedir perdón a mi madre, a empezar una vida nueva; con un corazón renovado y un sentir diferente. Le di la espalda a ese horrible lugar y pensé: tal vez hoy sea un nuevo día.
     A la mañana siguiente reviso el periódico. Parece que el pingüino saltó después de todo.
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damechance · 4 years
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Los Hombres de Arriba
    Estación Espacial Internacional, 11 de octubre de 2021. El interior del módulo Zvezda se encontraba pobremente iluminado por la única pantalla diagnóstico que sobrevivió a la sobrecarga eléctrica.
    - Perdimos todos los paneles solares. – Reporta Marko quien, a falta de esperanza, cierra los ojos pidiendo un milagro.
    Los cosmonautas comprendían que su momento había llegado desde el instante en que, el módulo más ruidoso de todos, se había entregado por completo a los brazos del silencio. El sistema de soporte de vida estaba desconectado. Los niveles de oxígeno disminuían. Nuevamente, el sistema Elektron; encargado de electrolizar la humedad condensada y las aguas residuales, para proporcionar hidrógeno y oxígeno, presenta fallas de funcionamiento. Hacía ya menos de un mes, a causa de estos mismos desperfectos, se había recurrido a utilizar los tanques de oxígeno sólido, dejando a la tripulación sin oportunidad alguna de sobrevivir en una circunstancia como esta.
    - La tormenta solar afectará nuestra órbita; si fue capaz de freír los sistemas, es sólo cuestión de tiempo hasta que empiece el descenso. – Dice Vanka, con un nudo en la garganta, mientras escucha a Yuri pedir a Dios que cuide de sus hijos en la Tierra.
    El resto de la estación estaba a oscuras, los módulos habían colapsado. Nadie tenía idea de si los otros laboratorios seguían funcionando. Y es aquí, al borde de la muerte, que no importan las nacionalidades ni las etiquetas; todos los hombres son uno y buscan lo que todos buscamos: amagar a la muerte y robarle a la vida 5 minutos más. Ya sea para despedirse de un ser querido, para realizar esa llamada que nunca pudimos concretar, para perdonar, para pedir perdón, para ver a nuestros familiares y amigos una última vez, o para al menos decir que ya no podremos llegar a casa.
    Mientras tanto, en la Tierra, un niño de nombre Mirsolav miraba con encanto las auroras boreales que se formaban en el cielo a causa de la tormenta solar. Y se preguntaba si su papá estaría viendo desde arriba el espectáculo luminoso.
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damechance · 4 years
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El Monstruo
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     Despierto por los gritos de alguien que sufre. Estoy a oscuras, en mi cuarto, seguramente es de madrugada. Sudo frío, sudo a mares. Escucho pisadas que corren rápidamente por el pasillo. La puerta estalla de golpe, es Carla.
     - ¡Pronto, Julián! ¡Llama a la Policía! ¡Alguien entró a la casa! – Me grita aterrada, impaciente, nerviosa.
     Me enloquece el pánico, salto de la cama. Le doy mi teléfono, le indico que pida ayuda. Saco el revólver del armario, me percato de tener balas. Mi cuerpo tiembla al escuchar el “click” del percutor. Es inevitable temer a lo desconocido. La muerte toca a mi puerta con el frío del metal en las manos. No dejo de pensar: debo salir y enfrentar al intruso. Le ordeno a Carla que entre al armario, que no salga hasta que regrese por ella. Abandono el cuarto.
     Yo, descalzo, aterrado, incómodo. Recorro el pasillo en dirección a las gradas, dispuesto a matar a quien sea que se encuentre en mi casa.
     Un jarrón se rompe.
     Nunca fui bueno para ser valiente, de hecho, jamás en mi vida he llegado a considerarme el héroe de alguien. No debo dar cabida a la ansiedad. Sólo debo ser silencioso, eso es, silencioso y observador.
     Me encuentro en la sala, la noche no me permite ver a detalle. Encamino mis pasos al interruptor y noto que el piso tiene algo raro, ¿está embarrado?  De repente, un mueble se cae y vidrios se rompen. Escucho lamentos, no son quejas, ¡son lamentos! Entonces es más morbo que miedo lo que siento. Percibo una voz familiar. Enciendo el interruptor y descubro mi casa destrozada. ¡Hay una estela de sangre en el suelo! Sigo su rastro al comedor. Pienso en Carla, pero ella está bien, no estaba herida, eso me tranquiliza. Seguramente logró lastimar al infiltrado.
     Al encender las luces del comedor, comienza un leve llanto. Le digo a quien sea que se encuentre ahí que salga inmediatamente. Nadie responde. El llanto se detiene y el silencio me convierte en el único intruso.
     Alguien se arrastra detrás de mí, tan desesperadamente que parece escapar. Volteo la mirada y encuentro a Carla bañada en sangre, débil, lenta, vulnerable. Corro hacia ella, quien, a falta de fuerza, descansa bocabajo en el suelo. Se encuentra llorando y dice:
     - Yo te amaba.
     No sé qué hacer, ya no se mueve. Le abrazo y no respira. Intento reanimarla, pero no funciona, ha perdido mucha sangre.
     De pronto, un ruido surge de las gradas. Al voltear, encuentro a Carla, de pie, sonriente, burlona. Disfrutando de mi dolor cual cruel espectadora. Entiendo que no es ella. Apunto al monstruo, jalo del gatillo. ¡Nada sale del arma! Intento de nuevo, pero no dispara. Reviso la maldita pistola para ver qué carajos está fallando. No entiendo cómo, pero no está cargada.
     El monstruo en las gradas se ha ido. Me fijo en las heridas de Carla, y encuentro en ellas las balas perdidas. Las sirenas de la policía entonan una marcha fúnebre, en honor a mi pobre amada. Oficiales intentan derribar la puerta de mi casa. Observo a mi niña: fría, inmóvil, lastimada. Entonces entiendo…
     Yo soy el monstruo.
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