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estimadovolcan · 5 days
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VACACIONES, ¿POR FIN?
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Estimado Volcán,
Hace apenas unos días que entramos en lo que los expertos denominan el verano meteorológico, que a diferencia del verano astronómico, se basa en patrones climáticos y estadísticas que se utilizan principalmente para recopilar y comparar datos. El 1 de junio marca su inicio.
Para el resto de los mortales (aquellos que tienen trabajo y también los que no) el verano oficial da su pistoletazo de salida con la llegada de la noche de San Juan, la conocida como noche más corta del año y que coincide con el Solsticio de verano que suele darse alrededor del 21 de junio. Es ahí cuando comienza la maratón veraniega.
Días repletos de sol y mar, de siestas, de aperitivos y cenas al aire libre, de verbenas y noches sin fin; y también de resacas, de maletas, de aviones, de viajes aquí o allí, de colas, de atascos, de subidas de precios, de hoteles llenos, y chiringuitos a rebosar. De sombrillas, toallas y mucha crema solar. Y es que en estos días el alma se rebela, y el bolsillo se resiente.
En una época de crispación colectiva debida a la masificación turística que asedia nuestras ciudades, el país se prepara para un nuevo aluvión turístico y sus hordas de visitantes, algunos más civilizados que otros, que pronto deambularán por nuestras playas, barrios y atracciones turísticas. Un año más.
Los habitantes de [Inserte aquí el nombre de su ciudad], saben bien de qué se trata, y se preparan ya para combatir el zafarrancho de temporeros que vienen en busca de un merecido descanso. Miles de ofertas de vuelos a precios irresitibles y la posibilidad de alquilar un balcón por 800 € en algunas islas hacen que semejante tentación sea difícil de rechazar. ¡Y la cosa mejora cada año que pasa!
Con astucia y desparpajo, algo de lo que los españoles sabemos mucho, algunos locales se las ingenian para disuadir al despistado turista con ingeniosas artimañas: Carteles que indican que tal o cual playa está cerrada, avistamientos de anacondas o aguas con alto contenido de material nuclear pretenden desviar el camino de curiosos e invasores. No será la solución definitiva, pero desde luego, si la más disruptiva.
Todo vale cuando se trata de preservar lo que uno más quiere.
Su propio hogar.
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estimadovolcan · 19 days
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En muchas ocasiones dudo de si tener una cuenta con fotografías personales de mis viajes a través del mundo en @unsplash juega a mi favor o en mi contra, o si por el contrario, ni una cosa ni la otra.
Siento, por un lado, las ganas de mostrar al mundo imágenes curiosas, únicas e inéditas. Son mías, y sólo las tengo yo. Y ahí están, guardadas en un armario digital, cogiendo polvo virtual, en un cajón que voy abriendo de vez en cuando para convencerme o quitarme la idea de la cabeza de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
A veces creo que sí. Otras, que lo mejor está por llegar. Me entretengo navegando entre estos dos pensamientos, imaginando viajes futuros, rememorando historias pasadas.
Me gusta hacer fotos. Capturar aquella escena que atrae mi atención. Una composición concreta, un rayo de luz, un rostro, una calle.
Todavía recuerdo la ilusión con la que compré mi Canon 550D en los pasillos subterráneos de un mercado de fotografía en Shanghai durante los años que viví allí. Pobres los que me rodearon durante aquella época. Mi cámara ha sido testigo de noches y días sin fin. De hazañas y travesías en barco, avión, moto o bicicleta. En conciertos, cumpleaños, eventos, bailes, y viajes de arena y sol, de playas, castillos, templos, selvas y cascadas. De piel y huesos, incluso de instantáneas que atraviesan el alma. Todas las tengo yo, guardadas. Forman parte de mi archivo más personal. Son el recuerdo de una época de máxima presencia.
La foto captura el momento para recordar el pasado, sin robarle protagonismo al presente. Es decir, todo lo contrario a lo que hacemos ahora, ¿no?.
El 85% de todas esas fotos son previas a toda esta exposición desmedida y desmesurada en la cuál vivimos sumergidos en la actualidad. De cuando no existían apenas las redes sociales y el comunismo chino nos ponían trabas para acceder a la plataforma estrella de la época, Facebook, aunque no fuera complicado encontrar un método alternativo.
Como apasionado de los viajes, periodista y un auténtico amateur en esto de la fotografía, es un gustazo siempre observar que tus fotografías (en ocasiones) se usan para ilustrar un artículo, un pequeño post, un anuncio, etc.
Es ahí cuando pienso que la única forma de acceder al mundo es mostrándose a el. Y es entonces cuando vuelvo a cuestionarme el fin de la exposición misma. ¿Es posible querer mostrar sin querer ser visto?
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estimadovolcan · 19 days
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Los Beatles de Goa.
Así me gusta a mi llamar a esta foto. Los 4 Beatles del Mar Arábigo preparándose para hacer sonar la música en el mar. Decididos, con sus instrumentos ya preparados, inician su ritual de fusión con una lenta pero decidida marcha hasta sumergirse en el oceáno para flotar en sus tablas y flirtear con el mar.
Cabizbajos y meditativos, parecen pretender interiorizar una intención, una sinfonía concreta, un baile, una danza, un determinado son. Es sin duda el momento, su turno de entrar en acción.
La cámara capta este instante. El de la decisión precisa, el rumbo fijo sin marcha atrás. La apuesta segura, la confianza ciega, la danza triunfal.
Gracias @condenasttraveler!
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estimadovolcan · 1 month
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NEPAL. VIDA Y RESURRECCIÓN DESPUÉS DEL TERREMOTO
El 25 de Abril, se cumplen 9 años del devastador terremoto que sacudió Nepal en 2015. Un temblor de 7,8 grados de magnitud que se saldó con la vida de más de 9000 personas en la que se conoce como una de las mayores catástrofes naturales acontecidas desde 1934. El 25 de Abril es una fecha que todavía muchos Nepalíes tienen gravada en sus más profundos pensamientos. En 2016 tuve la oportunidad de visitar este país, todavía visiblemente afectado por las consecuencias del fatídico acontecimiento, que causó estragos en gran parte del país y que poco a poco se recomponía de tan duro golpe. Lugares como la mítica Durbar Square, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco se encontraban visiblemente afectados, parcialmente derruidos y debidamente apuntalados ante el riesgo de un posible derrumbe. Lo mismo sucedía con otros atractivos situados a los alrededores del Valle de Katmandú, como la ciudad cercana de Bhaktapur o Boudanath, una de sus mayores stupas. 9 años después de esta inolvidable catástrofe, y a pesar de las enormes consecuencias que el cierre de las fronteras causadas por la pandemia supuso a la región, hoy Nepal vuelve a brillar con todo su esplendor. Ojalá, pronto, en un tiempo no muy lejano, poder volver a disfrutar de este enigmático pero cautivador destino.
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estimadovolcan · 2 months
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Dos palomas, una rama.
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Dos palomas, una rama. Así llevaba por título la Falla del Ayuntamiento de Valencia en estas, ya reducidas a cenizas, recientes festividades. ¡Qué mensaje! ¡Y en qué momento! Aprovechando mi estancia en la ciudad, no dudé en inmortalizar este efímero testamento, con tan importante recado. Contrario a la fugacidad del monumento que lo sostiene, el eco de su contenido se propone traspasar conciencias a lo largo del tiempo. Penetrar allí, dónde el alma pesa, dónde la rabia aprieta fuerte contra el pecho y el dolor se expande por el cuerpo como un repentino escalofrío. ¡Qué mensaje! ¡Y en qué momento! Las Fallas siempre han tenido un propósito social. Más allá de su delicada creación, se utilizan como vehículos para la transmisión de mensajes: a veces desde el humor y la sátira, otras, con conocimiento de causa. Más fotos aquí: https://lnkd.in/dQ5K5Ua6
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estimadovolcan · 6 months
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Resoluciones para un nuevo año que entra.
A los pies de monte Parnaso, en la península del Peloponeso, se conservan todavía los restos arqueológicos de lo que un día fue el centro de referencia para quiénes se aventuraban a profundizar en los caprichos del destino y las vicisitudes del azar.
Erigido en favor del dios Apolo, divinidad griega del sol y la música, el oráculo de Delfos se consagraba como el santuario por excelencia, sobresaliente por encima del resto debido a su fama bien adquirida por ser el único en dar por acertada la cuestión que un día, allá por el año 546 a. C., el rey Creso, el más rico de todos los reyes, formuló entre varios participantes.
A la pregunta efectuada por el Rey de Lidia, sobre qué tipo de suerte correría su imperio en caso de enfrentarse en la batalla contra los persas, el oráculo a través de la Pitia, haciendo alarde de su ambigua sabiduría e intoxicada clarividencia, contestó a su eminencia que en caso de llevar a cabo este suceso, un gran imperio saldría maltrecho. Divina providencia.
Creso, el rey de los griegos, que únicamente escuchó aquello que deseaba oír, corrió la peor de las suertes en cada una de las versiones que existen sobre su destino final, que afirman haberlo dejado sin dinero, sin ejército, sin imperio e incluso -dicen algunos- que sin vida.
El oráculo cumplía con su cometido mientras que el ego perdía la batalla. Una apuesta a vida o muerte. El todo o la nada. A veces, la vida misma.
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De nada le sirvieron los preceptos claramente grabados en piedra y distribuidos alrededor de todo el templo a través de muros, dinteles y columnas por los siete sabios griegos, precursores de enseñanzas y conocimientos de sabiduría práctica para la vida. Con la moderación por bandera, estos sabios se aventuraban a intercambiar con peregrinos y visitantes sus máximas para una reconfortante existencia, con la esperanza de guiar al dudoso o confundido en sus tribulaciones.
En el Pronaos del templo, es decir, la parte correspondiente a una vez atravesada la entrada, se encontraba grabado en oro uno de los más célebres aforismos de la historia como es el omnipresente y muy manido “Conócete a ti mismo” cuya autoría no se vincula a Mr. Wonderful sino a Sócrates, aunque también existen dudas acerca de su procedencia. Ante tanta confusión, lo mejor es asumir que “solo sé que no sé nada” para dejar claro que aquí lo que se lleva es dejar como legado frases y sentencias cortas que dejen la puerta abierta a un sinfín de interpretaciones.
Dentro de varios cientos de milenios nuestros predecesores leerán frases tales como “Sujétame el cubata” o “Me voy a ir yendo”, ante cuya estupefacta perplejidad habrá surgido una escuela de sabio pensadores encargados de difundir semejante legado. Ojos que no ven, corazón que no siente, porque por fortuna (si es que en algo la tendremos) es que no seremos ya testigos de tan frugales acontecimientos.
Y es que hoy en día los oráculos modernos podemos encontrarlos por todas partes, y a todos los precios (que sería el equivalente a las ofrendas de antaño) según las cuales la conexión con el dios griego Apolo -o cualquier otro destinatario de las más ilustres plegarias- será más o menos efectiva. Grandes gurús guardianes del secreto de la felicidad o de la abundancia pueblan nuestros hogares digitales, segundas residencias emocionales en las que habitamos una gran parte de nuestra efímera existencia. “Si yo puedo, tú también puedes” como tarjeta de visita frente a la antesala de venta del oro y del moro, márquetin aplicado a la providencia moderna y a la desesperación suprema. La falacia y el engaño como estandarte.
Y es que cada tiempo trae consigo unos valores, excepto en nuestra época moderna, que vive su esplendor en una especie de catarsis colectiva en la que chocan influencias provenientes desde las más distintas y opuestas filosofías o creencias. Nos apuntamos a todo sin perfeccionar en nada, la volatilidad se implanta como recurso inmediato, aplicable tanto a nuestras emociones como a las mismas relaciones, mientras adoramos a la inestabilidad como a una nueva religión, camuflada entre la esperanza de un nuevo porvenir, que se atisba agitado y muy caliente, cada vez más.
Si Sócrates fue el encargado de compartir con el mundo tan elocuente propuesta, fue Aristóteles el encargado de difundirla a través de sus diálogos sobreviviendo al paso del tiempo hasta llegar a nuestros días, en forma de meme o de mantra barato tatuado en la piel y alejado del propósito con el que nació para ser compartida. La invitación a la práctica de una exploración interna, el autoconocimiento como responsabilidad con nosotros mismos y con el resto, desde una perspectiva ética y moral a partir de la cual poder dominar el mundo. Al menos el nuestro propio.
A las puertas de famoso templo de Delfos, una inscripción reveladora advertía al visitante:
«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».
En tiempos de algoritmos y redes formadas por miembros que obedecen a las leyes básicas de la creación, que cumplen con los parámetros de la imagen y la semejanza como si de una película de John Malkovich se tratara, solo quienes consigan saber identificarse con detenimiento podrán interpretar de forma correcta aquello que el oráculo les revele. Los demás seguirán la fortuna del rey Creso.
A escasos días de cerrar un año que pronto termina, esperamos con impaciencia vislumbrar nuevas revelaciones que otorguen de nuevo un sentido a nuestro porvenir. Horóscopos y planetas pronto se alinearán para concatenar con eficacia cósmica una serie de acontecimientos cuyos efectos se harán notar enseguida en nuestras vidas. Eclipses en Aries y conjunciones en Urano tendrán por objetivo dar respuesta a nuestras encomiables jaculatorias mientras la influencia de la filosofía oriental entra en un nuevo ciclo astrológico de las garras del Dragón, animal mitológico que representa un poder espiritual supremo y que viene con fuerza. En la numerología astral el año que viene estará regido bajo la influencia del 8, que hace referencia a los resultados, los beneficios y las metas. Ver para creer.
Abandonamos un año alambicado que nos ha regalado su mejor sonrisa, pero también, la peor de sus muecas; sus luces y sus sombras, su realidad más compleja, la alegría y el llanto, la furia, el horror y la distancia más insensata, el frio en la noche amarga, el calor en la cama vacía. Nuestra miseria humana.
Que el próximo año venga cargado de exploración personal, de paz y de autoconocimiento, de viajes lejanos pero también internos. De empatía, colectividad y compañerismo. Mirémonos más hacia adentro, sin miedo a explorar, porque solo el que busca encuentra y el oráculo, como ya sabréis, no es de fiar.
Felices (sobre todo felices) fiestas y un próspero (muy próspero) año nuevo!
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estimadovolcan · 6 months
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Des(confiar) de lo desconocido.
Comenzar este texto con el planteamiento de una duda metódica relacionada con si a veces me considero un afortunado por haber podido viajar a lugares lejanos y distintos (iba a decir poco conocidos, pero, ejem) o, por el contrario, lo que a prioiri podría parecer una ventaja, también ha sido el germen de una inquietud constante que incluso a veces hay que acallar a base de rutina y calma para no sentirse constantemente arrastrado por la adrenalina de lo nuevo como un yonqui de la dopamina… Ya ofrece algunas pistas de por dónde irán los tiros.
Esta suerte de ventaja (aún no se ha llegado a la conclusión definitiva de sí lo es o no) o inconveniente, fue uno de los propulsores a la hora de tomar un desvío en ruta en uno de mis viajes para adentrarme por sendas, esta vez sí, menos transitadas.
En el año 2016 tuve la suerte (ventaja o inconveniente) de hacer escala en Omán, dónde mi hermana y su familia residían por aquel entonces, antes de partir hacia la ciudad india de Mumbai, en lo que sería mi segunda visita en solitario al país (con 8 años de diferencia con respecto a la primera, a la edad de 27 años).
Un territorio como el que ocupa el continente Indio hay que recorrerlo por partes, a no ser que el visitante disponga de un tiempo indefinido para deambular por el mundo como era propio de exploradores, colonos y maleantes en épocas precedentes. Habiendo visitado en anteriores ocasiones las regiones de India Occidental, dónde se encuentra el estado de Rajastán y sus hipnóticas ciudades rosa, azul y dorada; las llanuras de Uttar Pradesh, donde se ubica la capital Delhi; Agra, la ciudad con el mayor monumento nunca antes construido en nombre del amor como es el Taj Mahal o la ciudad santa de Varanasi, considerada una de las más antiguas del mundo; en esta segunda expedición le tocaba el turno (por descarte que no intuición) a las extensas playas de Goa bañadas por las aguas (marrones) del Mar Arábigo, zonas rurales con menos glamour arquitectónico y cultural, pero sede de una de las ONG’s más conocidas en nuestro territorio como es la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur; las espesas y frondosas junglas y sus canales en la húmeda y colonizada Kerala; los coloridos templos sagrados de la ciudad de Madurai en Tamil Nadu entre otros; o la cuna del Ashtanga yoga en la ciudad de Mysore en el estado de Karnakata.
Durante todo el camino, según iba avanzando desde las playas de Arambol dirección sur, iba cuestionándome si la ruta (no definida con antelación) sería la correcta, mientras afloraban reminiscencias de un viaje anterior por estas tierras. La sombra de la duda siempre al acecho, como quién alude al pensamiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Tomé incontables trenes con trayectorias que se expanden más allá del tiempo, no por la longitud comprendida entre los puntos de origen y destino, sino por la dilatación que se produce en el plano temporal en estas latitudes, que baila al son de otro vaivén. Al de los vendedores ambulantes, al del sonido de un periódico viejo abanicando el calor y la humedad sin poder detener la gota fría que recorría los surcos de mi frente y de mi espalda; al de monos y roedores; a las miradas incisivas, curiosas, penetrantes e inquisitivas de mirones locales salidos de cualquier lugar. Del chai, el cardamomo y la canela. Del curri y el azafrán. De la miseria y la lujuria de la selva.
Desde la ciudad de Cochi tomo una decisión. Ha llegado la hora de salir de aquí. Siempre me pasa. Llega un momento en que India te pide un respiro. O tú se lo pides a ella. Es como la pareja empalagosa que reclama su atención constantemente. Se precisa distancia. Aunque sea por una noche dormir en camas separadas. Me voy a Nepal.
El que viaja por periodos largos sabe bien en qué consiste esta rutina. El desplazamiento suele ser constante y el ritmo, a pesar de ser arbitrario, se acumula con el paso de los días, los trenes, las ciudades y los hoteles. El que ha viajado durante periodos largos termina por perder la perspectiva. Otro templo. Otra diosa. Otro ritual. Otra ofrenda. Se me acumulan las experiencias en una mochila casi vacía. Es hora de parar, de seguir viajando y conociendo lugares hasta ahora inhabitados, pero esta vez, hacia dentro.
Aprovecho las coordenadas de Katmandú (latitud 27.70169 y longitud 85.3206) para buscar mi centro. Sin previa preparación ni conocimientos profundos acerca de las diferentes técnicas de meditación orientales me dejo arrastrar por el rumor y la intuición de que ha llegado el momento de visitar Nepal de un modo distinto. 10 días de meditación Vipassana en un parque natural en los valles de Katmandú ajeno al murmullo exterior. Yo, que no sé estar quieto ni cinco minutos y que sufría de dolores de espalda.
La primera toma de contacto con otros viajeros dispuestos a parar se produce en el centro de recogida ubicada en los aledaños de la ciudad, en la que se proporcionarán las instrucciones necesarias para comprender que esto no será un resort, ni unas vacaciones pagadas. Tres minutos en Padmasana (postura del loto) hacen que me cuestione seriamente si esto merece la pena. Las dudas me acompañan en este viaje. Ya no hay vuelta atrás.
Desde que me registré en la página oficial del Dhamma para solicitar una plaza en uno de sus retiros de meditación, no he parado de construir ficciones en mi imaginativa cabeza acerca de lo que esta práctica supone. La curiosidad ligada a la ignorancia y el desconocimiento en técnicas de meditación transcendentales es capaz de expandirse por terrenos nunca antes transitados. Leer experiencias de aquellos que estuvieron aquí primero, tampoco. La mente humana se antoja como un paraje frondoso, en ocasiones fértil y ricamente poblado, y otras oscuro y hostil, como el territorio de inframundo dónde habita Hares, en un crossover metafórico entre civilizaciones y creencias. Hay lugar para todos.
Comienza el viaje. Esta vez en sentido figurado. Más tarde, el objetivo será otorgarle uno.
Una vez instalados en las humildes y austeras habitaciones y desprendidos de cualquier bien material, es decir: un bolígrafo, un libro, un móvil; comienza la instrucción que nos guiará en las buenas prácticas para experimentar de manera plena y consciente la experiencia que estamos a punto de comenzar. Son las seis de la tarde y el voto de silencio no se impondrá hasta el alba, momento en que cada visitante deberá ocupar la posición asignada tras despertarse a golpe de ‘Gong’ a las cuatro de la mañana. El resto de los siguientes nueve días serán exactamente iguales, a excepción de las breves incorporaciones en la respiración de la práctica diaria. También del compromiso adquirido con la práctica en sí misma.
Comenzar con dos horas de meditación seguidas para aquel que no ha meditado en su vida puede parecer una hazaña. Enhorabuena, valiente. Si no eres de los que cumpliendo las estadísticas abandona entre los días 1 y 3, solo te quedan alrededor de 98 horas más de meditación durante los próximos diez días.
A diferentes intervalos de tiempo, los días consisten en meditar 10 horas al día, ingerir alimentos 100% vegetarianos en los tiempos establecidos de descanso y realizar pequeñas tareas personales como lavar algo de ropa o asearse, cumpliendo en todo momento con el voto de silencio asumido el día en que se ingresa en el centro. Además, a estas alturas ya debemos saber que cualquier tipo de contacto visual también está desaconsejado (prohibido) durante toda la estancia. Esto va en serio.
Los días suceden con intensidad (sorprendidos?) y con multitud de dolores, no solo físicos sino existenciales. Occidente meets oriente. El choque es visible, no solo por uno mismo, sino también por todos aquellos ciudadanos nepalíes que atienden el evento al que nos hemos apuntado una serie de occidentales curiosos. En esta ocasión el evento está compuesto por más de 150 personas. Solo un 25% somos extranjeros.
Hombres a un lado y mujeres al otro, ocupan un cojín previamente asignado que con el paso de los días y las horas, va moldeándose formando concavidades que adoptan la forma de nuestros traseros. Da gusto sentarse y encajar a la perfección como dos piezas de lego.¡Plop! También los tobillos tiene su hueco. Silencio y a meditar. Son las cuatro de la mañana del cuarto día. Algunos cojines amanecen vacíos. La estadística recopila datos. Estar aquí y ahora ya es un reto. Los días 1 y 3 han quedado atrás. El camino hacia lo desconocido continúa. Duelen el lumbago y los isquiones, y el resto del cuerpo también. Aún no hemos mencionado en qué consiste la práctica.
Durante los 3 primeros días el intrépido curioso se verá sumergido en una jornada de respiración consciente cuyo principal objetivo es la de centrar su atención en la superficie de piel que protege nuestras cavidades nasales. Los ‘nostrils’ en inglés. El aprendizaje es transversal. De 4 de la mañana a 9 de la tarde esta será nuestra única tarea.
Existen teorías que afirman que para ser realmente un experto en algo es necesario invertir alrededor 10.000 horas en su estudio o práctica. Esto equivale a dedicarle 10 horas semanales en 20 años, 20 horas semanales en 10 años o 40 horas por semana en 5 años. Vamos por el buen camino, ahora hay que volver a hacer las cuentas.
La práctica del Anapana consiste en alcanzar un elevado nivel de control en el proceso meditativo de manera que seamos capaces de aislarnos del resto de estímulos, tanto físicos como mentales, para concentrarnos en un área delimitada de nuestro cuerpo que en este caso se concentra en el espacio que ocupan nuestras fosas nasales. Nuestro objetivo es el de observar la respiración a través de esta práctica de manera continuada durante horas. ¿Fácil? ¡No lo creo!
¿Se habrá acordado alguien de mí estos días? ¿Cuantos calcetines limpios me quedan? ¿Debería estudiar chino de nuevo? ¡Creo que me huelen los pies!
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Cada vez que tu mente se dispersa, el objetivo es recuperarla de sus divagaciones aleatorias (muy aleatorias) y ponerla de nuevo en la casilla de salida. Una y otra vez. De hecho, lo habitual es darse cuenta de que uno no está donde tiene que estar después de llevar un buen rato visitando rincones inverosímiles distribuidos a través de nuestro desconocido intelecto. De repente, te das cuenta de que estás manteniendo una conversación intensa con tu yo del pasado. Con tu madre o con tu prima la de cuenca. Es hora de volver a empezar.
Y si esto no fuera suficiente, aparte de tener que mantener la compostura, erguir la espalda, acomodar el trasero y distribuir el peso de las manos de manera equilibrada, debemos luchar contra la frustración que genera la falta de concentración y la liviandad de nuestros pensamientos. Es aquí cuando de manos de nuestro maestro, aquel al que visitamos cada dos días para compartir de manera austera (si, verbalmente austera) la evolución de nuestra práctica, descubrimos el significado de una palabra que adoptaremos de por vida como salvavidas emocional en caso de emergencia.
ECUANIMIDAD
O lo que es lo mismo, imparcialidad de juicio. Es decir, cuando experimentamos este cúmulo de sensaciones frustrantes generadas por la mala gestión de nuestras emociones, recurrimos a aplicar la ecuanimidad. Un estado de estabilidad psicológica que no se ve perturbado y/o alterado por los fenómenos externos causantes de la pérdida de equilibrio de nuestros pensamientos. Nos convertimos entonces en meros observadores de nuestras emociones, nuestros pensamientos y el modo en que reaccionamos ante los mismos, como si fuéramos un invitado o esporádico visitante. No reaccionamos ante lo bueno, pero tampoco ante lo molesto. Observamos como los pensamientos y las emociones vienen y van. Porque nada permanece y todo se transforma.
¿Reconfortante, verdad? Ahora ponlo en práctica. A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que el juego va de acompañarse a uno mismo por todo estos laberintos de emociones y sentimientos encontrados. Las ganas de abandonar y de seguir hasta el final. De moverse, cuando la meditación ha alcanzado un nivel de exigencia mayor que en días anteriores debido a la aplicación de la fuerte determinación. Unas meditaciones que se incorporan a la gincana de malabares espirituales y que consiste en no mover ni un solo pelo durante la hora que dura esta determinación. Día 4, tres veces al día.
A golpe de estéreo el gruñido de la grabación se hace paso entre los viejos altavoces dando por iniciada la práctica. Nos convertimos en estatuas de piel y huesos. El compromiso es sincero. La espalda se encuentra inmovilizada gracias a la destreza adquirida en cuanto a suprimir cualquier posibilidad de movimiento mediante la aplicación de un sucedáneo de corsé elaborado a partir de una vieja pashmina. Scarlett O’hara de los himalayas. Ni siento ni padezco. Reconozco los sonidos en la grabación. A partir de este momento, una hora de la más absoluta concentración. La práctica agudiza el ingenio. Ya sé como y dónde poner las manos para que no pesen. Acomodo isquiones y tobillos. Me vuelvo invisible y cualquier atento de rascarme la nariz desaparece cuando únicamente me limito a observar. Lloro como nunca antes lo había hecho. Y no son lágrimas de dolor. Son lágrimas livianas de un tamaño excepcional. Son redondas. Pesan, pero flotan a la vez. Yo, únicamente observo.
Al margen de lo adquirido en esta nueva parte de la práctica, las técnicas de respiración también sufren transformaciones una vez superado el umbral de los tres días. Dejamos atrás la práctica única del Anapana para explorar mentalmente otras áreas de nuestro cuerpo. La práctica evoluciona y nosotros con ella. Ampliamos el radio de atención, que ahora consiste en escanear cada parte de nuestro cuerpo mediante diferentes técnicas exploratorias. Primero, en un sucesivo repaso que va de arriba a abajo, así sucesivamente. Desde la cabeza hasta los pies. Antes de llegar a tan siquiera la altura de las cejas ya te has preguntado por qué Napoleón usaba mallas ajustadas, como hacen las ardillas voladoras para asegurar su aterrizaje exitoso o por qué los tenedores tienen cinco púas en lugar de tres. Cuando por fin eres consciente de que tu mente se encuentra en territorios desconocidos, han pasado ya más de dos horas. Aplicas entonces la ecuanimidad y sitúas al hombrecillo que representa tu mente en tu casilla de salida que en este caso corresponde a la coronilla. El objetivo es conducir a este hombrecillo hasta los pies, adquiriendo plena consciencia de los lugares por los que circula en cada momento. Una y otra vez. Una y otra vez.
Independiente de tu progreso en la práctica, en los días sucesivos se incorporan nuevas medidas que uno ha de aplicar a su ya adquirida habilidad de meditación vipassana. El hombrecillo ya no pasa de los pies a la cabeza por el método de acceso directo, sino que ha de realizar el recorrido a la inversa. De la cabeza a los pies y de los pies volvemos por dónde hemos venido de vuelta a la cabeza. Quedan 9 horas de meditación para resolver estas y otras cuestiones nunca antes descubiertas, ocultas entre los rincones más inaccesibles de nuestro cerebro. Estamos ya en el día 9.
El ritual sigue su cauce habitual. Día 10 de meditación continuada. Sin hablar, sin mirar a los ojos al resto de los participantes incluido mi compañero de habitación. Cualquier similitud con un centro de discapacitados intelectuales es pura coincidencia. Ni siquiera nos alteramos cuando entre meditación y meditación sentimos el suelo temblar bajo nuestros pies mientras paseamos por los alrededores del lugar. Son los habituales espasmos terrestres de esta zona de los himalayas. Espasmos que un año antes causaron alrededor de 9.000 muertes en un terremoto de 7’9 grados en la escala de Richter y que convirtieron a Nepal en cenizas y escombros. Ecuanimidad.
Suena el Gong y los supervivientes del centro se reúnen para su último día de práctica antes de que se levante el voto de silencio y se dé por terminado el retiro de meditación vipassana. El cartel de la pared anuncia que nos encontramos en la última jornada, donde se encuentra la frase diaria que nos cita algún veda o aprendizaje de la filosofía budista. A pesar de la odisea, hemos llegado hasta el final.
El día transcurre con normalidad; con la normalidad de haber convertido en rutina levantarse al alba para meditar 10 horas al día. La habilidad de adoptar la postura de Padmasana lejos está de los días anteriores. Me falta levitar. O quizás no.
Durante el proceso de investigación previo a comenzar este viaje interior, muchos fueron los relatos que con asombro fui leyendo y que ofrecían las más dispares experiencias. Desde viajes astrales a sensaciones únicamente asociadas al consumo de algún tipo de estupefaciente alucinógeno eran descritas por Vincent Boroughs, Sabine Douglas o Alberto Bonilla. Mi reacción ante semejantes testimonios respondía incrédula desde la perspectiva de un agnóstico convicto que tiene que ver para creer y que no se siente influenciado por místicas creencias por mucho que de ellas se hable.
Pero algo cambió esa noche.
Durante toda la práctica, como ya comenté con antelación, visitábamos cada dos días a nuestro maestro, que se encontraba en una especie de tarima delante de nosotros, lugar desde el cual supervisaba la práctica. Lo hacíamos por filas, atendiendo por órden su llamada. Primeros cinco cojines, fila dos, fila tres y así sucesivamente. Lo mismo sucedía en la parte correspondiente a las mujeres. Y en el centro, entre los hombres y las mujeres, se situaba como si dijéramos la figura superior que dirigía y guiaba todo el aprendizaje. En estos breves encuentros el supervisor nos preguntaba como estábamos y únicamente debíamos responder a estas cuestiones de manera precisa. Las respuestas eran tan variadas como los perfiles de los practicantes. Me cuesta concentrarme, me pierdo en la meditación, me frustro o siento como la sangre corre por mis venas, etc. Las típicas y más comunes sensaciones. Mi incredulidad no me dejaba creer. Esto es lo que me avala.
Llegada la última noche y tras las más de 100 horas acumuladas de meditación en padmasana, los participantes abandonan la shala para descansar antes del día final. Ir a dormir a las nueve de la noche cada día era como llegar a casa después del peor día de trabajo. Entrar en REM directamente con solo acariciar la almohada era ya una realidad. Las manillas del reloj que no veo se mueven sin parar antes de escuchar por última vez el sonido del ‘Gong’. No hay tiempo que perder.
Pero contra todo pronóstico, en el último día de estancia en este estado de meditación continuo se manifiestan en mi interior una serie de ondas energéticas muy marcadas (te estoy viendo) que se agitan de manera intensa sin precedentes, tanto que me hacen reincorporar sin dar crédito a lo que está sucediendo. Estoy atónito. En la oscuridad de mi austero cuarto busco la presencia de mi compañero que ya suspira de manera profunda. Incrédulo ante lo sucedido y pasados unos instantes me vuelvo a acostar, con la suerte de que el suceso se repite de nuevo. No es un sueño. Ha vuelto a pasar. El agnóstico convicto que en mi habita se encuentra en una situación hasta ahora desconocida. No tengo palabras para lo que acaba de suceder. Literalmte, aunque quisiera, tampoco podría tenerlas. Me rindo expectante ante los placeres de Morfeo sabiendo que algo inusual e indescriptible acaba de suceder.
El día amanece como de costumbre y después de la primera meditación, se levanta el voto de silencio. También el de toma de contacto visual. Las caras de los asistentes son todo un reflejo de satisfacción por alcanzar este momento en que se da por terminadas las restricciones. Es hora de respirar y saber que lo hemos conseguido. Que has llegado hasta el final. La sombra de lo acontecido la noche anterior le arrebata el puesto a la duda.
Se forman grupos a lo largo y ancho del recinto y los participantes, todavía guardando las formas, intercambian sus primeras impresiones. Sus caras son el reflejo de su alegría. También de su angustia. Los que han llegado hasta aquí no tardan en compartir y desvelar algunas de sus vivencias ofreciendo al que escucha nuevas perspectivas en torno a lo que acabe de acontecer. Nuevas revelaciones salen a la luz.
Pronto, su testimonio formará parte de la decisión por participar en esta travesía espiritual de otra persona. De otro viajero cansado de tanto dios. De tantos rituales. De tanta ofrenda.
Tras continuar con la práctica que da como finalizado este retiro, los participantes, ahora sí, dueños de todos sus bienes materiales comienzan por grupos a abandonar las instalaciones.
Es 13 de abril de 2016. El día en que la ciudad de Katmandú con casi un millón y medio de habitantes, celebra en su calendario el año nuevo nepalí. Nepal entra en 2073. Perfecto contraste para quien ha permanecido 10 días ajeno a todo lo que ha sucedido en el mundo. Al exterior me refiero.
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estimadovolcan · 6 months
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En serio, ¿Crees que fue casualidad? A veces lo pienso y no sé con certeza a que conclusión llegar. Pasaron muchas cosas, eso es verdad. Nadie contaba con verte explorar aquel día y pillaste al mundo por sorpresa. ¡Qué te voy a contar yo! Se ve que tenías ganas, que llevabas tiempo aguantando.
Que ya no podías más. Que hay un tiempo para todo y que da igual que dirán. Medio mundo quedó parado sin saber como reaccionar ante tanta furia repentina bajo el nombre de un volcán: Eyjafjallajökull.
13 años después todavía me cuesta pronunciarlo. O leerlo. O los dos. Prefiero llamarte Estimado Volcán.
Cada acto tiene su consecuencia, dicen. Y lo tuyo fue una entrada triunfal. A más de 10.000 km en mi ya adorada Shanghai, escucho por primera vez el murmullo - más bien el gruñido- de tu nombre, sin saber todavía que a partir de aquí comenzaría nuestra duradera relación. Hay un famoso proverbio chino (también casualidad?) que dice que “El aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”, o que “El aleteo de una mariposa en Hong Kong puede ocasionar un terremoto en Hawaii”. Hay muchas otras variantes, [Insert yours].
El “Efecto Mariposa” lo llaman. Sería muy delicado decir que tú fuiste mi mariposa, pero de que lo que vino detrás fue un terremoto, un tsunami, un huracán. En eso estamos los dos de acuerdo. Por tu gracia y “Savoir Faire”, extendiste mi viaje como poco, diez días más y plantaste la semilla del curioso que no tardó en germinar.
Con poca ropa limpia y un sinfín de souvenirs baratos y pósteres de Mao Tse-Tong me dejaste en Shanghai. Hoy los póster tienen otro dueño. Y los souvenirs baratos también. Aquel ladrón que entró en mi casa tuvo poco en que escoger. Solo los recuerdos me pertenecen.
Y la semilla creció. Y las luces de la ciudad alimentaron aquel ávido muchacho que durante el último mes había recorrido este mastodóntico país de Norte a Sur, sin saber que aquello era nomás el epílogo de una nueva novela China, un ensayo, a veces tragedia. Una nueva Ilíada entre aqueos y troyanos, versión oriental. Porque también hubo que luchar.
Porque entre las mieles del sensual oriente se escondían tigres y dragones. Algunos fuera, otros arraigados bien adentro. Y regresé. Y regresé para quedarme y me quedé.
Y lo demás es nuestra historia, nuestro vínculo personal. La resaca de aquel Tsunami de aventuras y cicatrices todavía marcadas en la piel.
Estos días pasados estuve más de la cuenta pensando en ti. En ti y en tus amigos. También los míos y en todos aquellos que todavía no conozco. La tierra tiembla en Islandia una vez más. Revolotean mariposas.
¿Me pregunto que pasará esta vez? Qué proverbio, que aleteo, que reacción. ¿Cuánta ropa limpia tendrá el viajero? ¿Qué recuerdos cargará en su mochila? ¿Qué luces le harán enloquecer?
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estimadovolcan · 7 months
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Estimado Volcán,
Me levanto ya con la incómoda sensación de aquel a quién poco o nada le gusta el frío, a pesar de que los cambios climáticos y los veranillos de San Miguel y San Martín se van colando sin disimulo alguno hasta finales de año.
Vuelven en breve los gorros y mantas, las bufandas y las capas. El me pongo y me quito y me vuelvo a poner. La época en que guantes y calcetines se hermanan, viendo como sólos algunos comparten cajón.
Las prisas, las copas, el frío y el querer los dejan sin dueños y tristes, también. El moco colgando, la tós y el café, cigarro en la manó y un guante, tal vez.
El destino está escrito para no volver.
Perdido en un banco, en el vagón de un tren, en el suelo del baño si hay suerte esta vez. ¿Y ahora qué?
Prefiero el calor.
Porque olvidarse el bañador implica otra cosa. Te mantiene alerta, despierto, protegido en tu zona de confort. Salir desnudo es más difícil, siempre lo fue. No puede uno ir por ahí olvidándose el bañador, aunque a veces también suceda. Que sucede.
En esta época del año los calcetines, aquellos que sobrevivieron al crudo invierno descansan tranquilos, comparten espacio con otros guantes y viejas parejas, antiguos amantes de otra religión.
No hay prisas.
Ni frio.
Ni capas.
Ni olvidos.
Ni tos.
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estimadovolcan · 7 months
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Estimado Volcán,
Sabe noviembre a pesar y a cenizas. A cálida bruma que alcanza la piel. Aliento pesado que arrastra el verano, a fechas que otrora no se dejan ver.
Pregunta un amigo por el clima en Sevilla, sabiendo yo poco del qué responder. Quién sabe ya nada de lo que sucede, si el frio y el verano se muerden los pies.
Cosechas tempranas, y otras por coger, se tornan las cartas ya sin resolver. Las guerras, los llantos, el dolor o el placer son vasos vacíos o llenos tal vez. Lo tuyo, lo mío, los que se dejan ver, no sabe ya nadie del cuando y con quién.
Crecen, ajenos, los brotes de helecho. Pequeños guerreros del viento y la sed. Despliegan sus tallos al son del camino, sabiéndose vistos por quien quiere ver.
📸🌱: Camino de Santiago, Abril 2023
#estimadovolcan #caminodesantiago #helechos
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estimadovolcan · 8 months
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El placer de andar descalzo
Estimado Volcán,
Siempre he pensado que no hay mayor sensación de felicidad y libertad que la que ofrece un terreno por el que caminar descalzo. Experimentar el contacto con la tierra. Despojarse de lo inútil. Lo inventado. Lo mundano. De las marcas en la piel y del qué dirán. A veces no sólo me gusta deshacerme de las zapatillas, sino de cualquier otro elemento diseñado para ocultar quién soy. Me pierdo detrás de una nueva versión de mí mismo que voy inventando cada día. Me gusta deshacerme de la imperatividad que se empeña en definir lo que represento.
Todo se desvanece cuando no hay nada más detrás de lo que esconderse. La materia prima. La esencia pura. El todo y la nada afloran cuando les puede el instinto animal, aunque resuenen de lejos los llantos de la vergüenza. Sonidos sordos que a todo volumen alcanzan el mar. Marea baja. Plano medio. Encuadre frontal.
Siento el peso de la piel y la liviandad de la mente.
Ya no hay nada que ocultar, ni sombra en la que resguardarse mientras abrasa la verdad. La existencia despierta. Lo demás es letargo, lejanía. Máscaras de cuerpo entero empeñadas en saber más de nosotros que nosotros mismos.
Prefiero andar descalzo. Desnudo.
Me reconozco en la sombra de mi piel y en el perfil perfectamente definido que representa la realidad. Ahí es. La verdad al descubierto. La efigie de la carne y los huesos. Estatua mortal.
Sentir a través del contacto directo, sin intermediarios ni mentiras. Falsas apariencias. Extraños disimulos y contaminación disfrazada de tendencia. Feroz ignorancia, frágil creencia.
Prefiero andar a ciegas y exponer mi rostro a los rayos del sol, al roce del mar. A la sal de la tierra. Llenarme la cara de barro y arcilla. Secar las heridas. Saltar de la rocas al agua bendita. Vivir en el Mar.
Saber que se puede vivir otra vida más fiel a la realidad.
A lo ancestral.
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estimadovolcan · 8 months
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Apreciado por muchos
Estimado Volcán,
No sé si tú también compartes la sensación de que a pesar de estar tan excesiva –y voluntariamente expuestos– continuamos sin atrevernos a mostrarnos como realmente somos. Qué falacia, ¿no te parece?
A menudo tendemos a ser nuestros más críticos enemigos. Nuestros rivales en el espejo. Compañeros de equipo de nuestra propia sombra y el ojo puesto en la portería contraria. Polos opuestos. El perro, pero también el hortelano.
¿Qué hay que hacer para ganarse nuestra propia confianza? ¿A quién hay que convencer? ¿Cuántas veces tendremos que presentarnos a nosotros mismos como a extraños que se ven por primera vez? Observarnos de nuevo con curiosidad, como el que analiza a un recién llegado. La mirada furtiva. La tensión en el aire.
Llegará un momento en que nos demos por satisfechos –imagino– aunque mañana, de nuevo, acabemos cambiando de idea haciendo gala de nuestra incoherente existencia.
Y volveremos a empezar. Porque de eso va nuestro día a día en la tierra.
Da lo mismo si es en Roma o en Beijing. El ritual se repite. Los relojes dan la vuelta. Las preguntas son las mismas.
Me despierta la curiosidad esta imagen que una vez le robé al tiempo y que captura al que la ve. Un déjà vu a la inversa. Una foto que son muchas cosas más.
Un qué. Un cómo. Un cuando. Un dónde. Y un con quién.
Porque las cosas no son solamente lo que se ve. Si no también todo aquello que tendemos a obviar. Un hueco por el que nuestra imaginación se cuela y nuestro subconsciente tiene vía libre para crear la historia que más nos convenga. O no crear ninguna. Porque a veces eso es todo lo que nos interesa. Nada.
1.128.504 personas en este planeta han visto algo en esta instantánea. 42.176 han experimentado algo más. ¿Sensibilidad por la belleza? ¿Buscadores de amaneceres? ¿Amantes de la fotografía? ¿Una simple casualidad? No tenemos la respuesta, pero sí un común denominador.
Un aquí y un ahora que ya no existe.
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estimadovolcan · 8 months
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Estimado Volcán,
Miro el calendario y caigo en la cuenta de que en estas fechas se cumplen tres años del vuelo más extraño que haya tomado nunca. Y mira que de vuelos extraños tú ya me has oído hablar con anterioridad.
Después de pasar meses de incertidumbre, pánico y surrealismo de tercer nivel, no se me ocurre mejor plan que montar en un avión –por cierto, lleno hasta los topes– en dirección a la isla de Creta, con parada en París.
Sí, en mitad de una ola de Covid que ya no sabemos si es la primera o la tercera, si viene o si va, aprovecho una grieta en el muro de las restricciones sanitarias para empezar en octubre el verano que en junio se me escapó. Eso sí, no sin cierta incredulidad y desconfianza.
Si pudiéramos tomarle el pulso al mundo en estos momentos, sus constantes vitales serian críticas. Casi nulas. Nos encontraríamos al borde del colapso. Sin embargo en el avión Valencia-Paris Charles de Gaulle de aquel jueves 22 de octubre de 2020, apenas quedaban unos asientos libres.
Lo que comenzó como un deseo difuso se convirtió en una decisión irrevocable. Un plan maquinado a dos velocidades. La de aquel, cuya maniobra de escapada se produce en otros términos. La mía misma, que no es capaz de ponerse en marcha por si sola.
El destino me sorprende no por lo que es, sino por lo que representa.
La Chania, una de las principales ciudades de la parte noreste de la isla, con un impresionante puerto veneciano del siglo XIV disfruta de una noche cálida propia de un final de temporada cualquiera. De un año cualquiera. Como si el eco, que suena seco y rotundo en el resto del mundo al pronunciar el año 2020, a la isla de Creta no hubiera llegado todavía.
De repente me encuentro en un mundo paralelo. En un agujero negro. En otra dimensión. La gente camina libre de toda culpa o pánico por sus callejuelas estrechas. Cena en sus terrazas y baila al son de las canciones de verano. Por momentos dudo de si todo es parte de una representación. Un teatrillo. Una fábula de lo que era y lo que es. O por lo menos, de lo que había sido en el lugar del que provengo.
Me cuesta relajarme y entender que el inquebrantable velo de la pandemia no ha rozado todavía estos lares. Que la inocencia frugal es sólo parte de un estado impermanente. Que vengo del pasado. O del futuro.
Y que esto, ya lo viví dos veces.
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#apreciadovolcan #pandemia #covid #creta #grecia
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estimadovolcan · 9 months
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Five Star Laundry: From the Slums of Mumbai, India
(Article recovered from the online © Roam Magazine 2016)
It was February the 22nd, earlier this year, when I landed in India again. Mumbai seemed to be a very cosmopolitan city compared to my previous experience of India – exactly eight years before – travelling solo around the northern regions.
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The sun is already up as I approach the Chowpatty Beach, and I begin to recall so many forgotten senses.
It feels incredible to be back. Back in that light, that foggy atmosphere, that particular smell… This long beach is a very popular spot for secret lovers, street vendors, or to simply relax… Anything but swimming in its dense oily waters and visibly dirty shores.
I have a clear direction in mind: the Dobhi ghat. An open laundromat. The biggest outdoor laundry operation in the world.
Just like everywhere in India, there is an element of surprise with every step you take. This makes it somewhat difficult to make any progress, as you walk through narrow streets and tiny alleys. Although I might not be the only foreigner wandering these streets, the feeling of being observed is constantly present. The curiosity comes from other corners too. I can feel my shyness as I try to capture some of the wonderful scenes with my camera.
Inside a labyrinth of open doors, I walk through different stages of the laundrette. The muddy ground makes me slip as I try to stay upright. A large amount of concrete pens are lined up one after another and everything is alive now. The washers, the people in charge of washing the clothes walking almost naked around the area. Some of them heavily flogging the clothes or just hanging them to dry.
Others just take their time, pouring water on themselves.
The mixture of sensations I feel are sky high now. I continue exploring every hidden corner and I feel confident, carrying my camera at chest level and shooting constantly. I’ve left my previous shyness behind.
The impact of smells and colours hits straight into my cornea and directly through my lens to create a beautiful urban landscape. Dozens and dozens of garments are hanging from extensive ropes all around. Each one a different colour; the chromatic range is wide. This huge amount of laundry comes from the hotels and hospitals all around Mumbai. Bed sheets and nurse uniforms are washed here every day.
Needless to say, beauty can be found everywhere amidst the dirty clothes or flooding back streets. Not only in the colors of the hanging clothes, but in the multicoloured saris worn by the Indian woman, completing the scene. A ray of light finds its way through the wooden ceilings to illuminate the charming face of an Indian woman in her pure red sari. A magical postcard perfect moment in an unexpected place.
As I retrace my steps back to the exit, the activity goes on. The biggest outdoor laundry in the world has delighted me with its spontaneous life.
I feel blessed and amazed by what I have witnessed.
Not only within the maze, but outside too the magic of India goes on. Young jugglers walk on a rope as resounding music explodes near your ears while attempting to get out of the crowd.
The day is coming to an end in the same place that it started. I watch the sunset back at Chowpatty beach and I smile.
I smile because I just realised, I’m back.
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estimadovolcan · 9 months
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Cosas que pasan
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Estimado Volcán,
He estado más veces en Tokio que en Sevilla. Básicamente porque en Sevilla no he estado nunca y en Tokio, al menos 2.
Soy originalmente de Valencia, aunque gran parte de mi vida adulta la he pasado fuera de esta región. Alrededor de 8 años los he pasado en la ciudad de Barcelona, en diferentes fases y etapas, la más larga de ellas de 6 años.
Sin embargo, y a pesar de vivir a unos escasos 750 metros de la Sagrada Familia (unos 9 minutos andando) no la he llegado a visitar nunca por dentro. La única vez que lo intenté fui engañado como uno más, al comprar mis entradas en un link que no pertenecía a la atracción. Lo que se entiende por ‘phishing’, ¡aunque cueste creerlo!.
En contrapunto, durante mi estancia de 3 años en Shanghái (China), no tuve inconveniente alguno en visitar su más célebre monumento en repetidas ocasiones.
La Muralla China.
La visité como mochilero en mi primer viaje a la República Popular hace ya más de 10 años, me he deslizado entre sus murallas mediante una inestable y dudosa tirolina, he bailado al atardecer bajo la luna llena rodeado de amigos y antiguos amores al ritmo de Fat Boy Slim, he dormido en estancias indescriptibles entre sus valles y colinas a escasos metros de la misma, he visitado este tramo y aquel. ¡Hasta he vuelto más tarde con mi madre!
Sin embargo el templo inacabado de Gaudí, a 9 minutos de casa, sigue esperando mi visita.
Si lo pienso bien también, he estado más veces en Jerusalén que en Bilbao, básicamente porque en Bilbao no he estado nunca, y en Jerusalén seguramente más de 5.
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He recorrido los callejones de la ciudad vieja en multitud de ocasiones, visitado el Monte de los Olivos o el lugar dónde supuestamente se produjo "La última Cena", he sentido la energía acumulada en el Santo Sepulcro y experimentado la tensión que se vive en el Muro de las lamentaciones. ¡No puedo dejar de volver a este sitio una y otra vez!
Sin embargo, nunca he visitado el Museo Guggenheim de Bilbao. Tampoco he estado en Toledo, ni en Salamanca, ni en Córdoba. Tampoco en Cádiz o Almería. Y podría seguir.
Por otro lado, podría asegurar que conozco bien la India. Aunque quizás decir esto sea todo un atrevimiento, si hablamos de un país que es casi un continente, con una densidad de población que pronto alcanzará los 1.428 millones de habitantes y una extensión 6 veces mayor que la de España. He viajado por el norte y por el sur del país en varias ocasiones y visitado un gran número de ciudades y monumentos. Probablemente más de las que conozco en España.
He visitado antes el Taj Mahal y las Pirámides de Egipto que el acueducto de Segovia o la Mezquita de Córdoba.
Por suerte, conozco la Alhambra de Granda, ¡para no dramatizar!
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estimadovolcan · 11 months
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Buen Camino.
Estimado Volcán,
Muchos se desplazan a lugares remotos para comenzar un viaje interior hacia lo más profundo de uno mismo. A veces se recorren miles de kilómetros para alcanzar destinos que bien encajen con la idea de un nuevo despertar espiritual, que les proporcionen los ingredientes necesarios para alcanzar la iluminación. O el "enlightenment" –que se diría en inglés– y que en estos tiempos de CEO's, Startups o Networking parece mucho más apropiado utilizar.
Y es que a veces es necesario hacer un Break.
Sin embargo, lo que se lleva en “El Camino” son las etapas. Tramos comprendidos entre el punto de salida (A) y el punto de llegada (B), y cuya distancia entre ambos es determinada por el caminante en cuestión. Al gusto.
Se marcan objetivos a corto plazo. Pasos firmes, constantes, seguros. Lo importante es avanzar.
Los motivos que han llevado al caminante a realizar esta peregrinación pueden ser muy diversos. En la antigüedad peregrinar era la solución para blanquear los pecados. Ahora se realiza más bien con otros fines. La mayoría de ellos como terapia, me atrevería a decir.
Caminar durante horas entre bosques de frondosos castaños, robles e imponentes eucaliptos es lo más parecido a levitar durante pocos segundos. Se trata del nuevo Nirvana. El paraíso en la tierra. La verdadera desconexión sólo para aquellos que buscan aprovechar bien la experiencia.
Sin filtros. Sin hashtags.
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estimadovolcan · 11 months
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Dhobi Ghat: El lugar dónde los impuros lavan la ropa.
Estimado Volcán,
Quien ha visitado la India –más allá de tours turísticos y vacaciones dignas de un marajá– sabe bien que deambular por sus calles es un constante ir y venir de estímulos que azotan bien fuerte la cara del que la visita. Nuestro anestesiado cerebro occidental se resiente al intentar concebir y asimilar tanto alboroto. Tanto desorden. Tanta vida.
Los sistemas de alambrado eléctrico se sostienen por encima de nuestras cabezas desafiando la fuerza de la gravedad, mientras la polución traspasa nuestras delicadas fosas nasales a la vez que carraspeamos evitando poner un pie en falso sobre una camada de escuálidos y enfermos caninos alborotados alrededor de su moribunda madre. O sobre un joven tullido que se desliza sobre una mugrienta tabla de madera con apenas tres ruedas. O sobre un vendedor de cualquier cosa que uno pueda llegarse a imaginar. O quizás no. Todo es posible en un país que supera el billón de habitantes, o lo que es lo mismo, el millón de millones de habitantes.
En nuestro placentero camino por las calles de Mumbai, nos dirigimos hacia una de las lavanderías al aire libre más grandes del mundo situada en los márgenes de la ciudad, en uno de sus incontables slums, en la periferia de la quinta ciudad más poblada del mundo.
Es posible que no supiéramos de antemano con qué nos íbamos a encontrar exactamente. Lo que sí podíamos imaginar era que dada su magnitud, se tratase de un espectáculo para la vista –por hacer referencia a aquello de ver la belleza en cualquier sitio– cómo apuntaba Confucio en uno de sus múltiples proverbios: "Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla". 
Y es allí, en medio del más aparente desorden, que se encuentra uno envuelto entre un sinfín de prendas de vestir: camisas, pantalones, sábanas y cualquier otro producto textil siguiendo un riguroso proceso de limpieza. Lavar –o azotear en este caso–, secar, planchar y mandar de vuelta a sus respectivos hoteles y hospitales. Es en estas estrechas y laberínticas callejuelas, por las que corre el agua y la espuma de dudoso color y olor a sosa, dónde se ponen a punto las sábanas dónde los turistas, hombres de negocio y recién casados pondrán fin a una ajetreada jornada por las calles de Mumbai. Un ciclo de limpieza que pasa por uno de los lugares más destartalados de toda la ciudad. 
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Los Dobhi, la casta de los lavanderos, compone uno de los estratos más bajos en el sistema de castas impuesto en la India desde hace más de 3.000 años y que agrupa de manera no aleatoria a los diferentes estratos de la sociedad hindú en una compleja selección natural de Kharmas y Dharmas, es decir, su trabajo y su religión.
Las castas son, por tanto, una herencia familiar que se traspasa de padres a hijos. Como todas las herencias, estas también vienen cargadas de una serie de derechos y obligaciones, de la cuales los herederos difícilmente podrán desvincularse nunca. Herencia buena, herencia mala.
Las principales categorías en las que se divide a la sociedad hindú son cuatro: Los brahmanes, kshatriyas, vaishyas y shudras. Como es de suponer, la pertenencia a una u otra de estas clasificaciones otorga a quien la sostiene unos privilegios, obligaciones o derechos que varían según su tarjeta de visita. El sistema de castas es tan amplio actualmente, que consta de hasta 3.000 castas distintas –con sus respectivas normas de aplicación y uso– y un total de otras 25.000 subcastas agrupando así, según la ocupación que se practique, a la mayoría del millón de millones de habitantes que tiene este país sagrado.
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"​Existen más de 3.000 castas diferentes y alrededor de 25.000 subcastas en toda la India"
Este ordenado sistema de estratos sociales, sin embargo, deja fuera a lo que se considera lo más bajo en el ciclo de las reencarnaciones y el Kharma: Los dalits o los intocables.
La casta de los Dhobi, que en hindú significa "Eliminador de suciedad", tiene como principal –y única tarea– la asignación de trabajos relacionados con esta actividad. La suciedad. 
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Y como era de esperar, pertenecen a una de las clasificaciones del sistema de castas, que por ser tan baja, no entra ni siquiera dentro de la clasificación del sistema de castas. ¿Un lío no?.
Se trata de los intocables o impuros. Graciosa esta asignación cuando hablamos de aquellos que en paños menores se encargan de lavar durante extensas jornadas las ropas de aquellos que, por gracia de Brahma, disponen de más estrellas en la categoría del valor de sus vidas. Aunque la podredumbre la lleven por dentro.
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