Tumgik
Text
El recuerdo de aquel obrero
En una de mis tantas paradas en el kilómetro cuatro, una de esas extrañas tardes nubladas invadía el clima. Otra vez estaba yo en los últimos puestos de una cola interminable, esperando a que uno de los cacharros se atreviera a venir. Un bus pasó en frente de la parada con su música todo volumen, como es común en su fiel costumbre. El niño que estaba delante de mí, que no debía pasar de los seis años, reconoció inmediatamente la canción que salía estruendosamente  del equipo de sonido de aquel chófer, entonces la expresión de aburrimiento se desvaneció de su cara y empezó a seguir la letra con gran alegría. Yo lo observe al muchacho por unos segundos, una sonrisa se dibujó en mi rostro al ver como se desenvolvía al ritmo de la música. Seguro que en su mente se imaginaba todo un escenario frente a él, o era tan inocente para imaginar tales magnitudes que solo cantaba por el mero placer de cantar. Pude ver como el padre del niño reía con gran alegría.  
  El bigote en su cara le hacía aparentar unos cincuenta años, seguramente era más joven, pero el envejecimiento de su piel y la nostalgia que expresaba con su mirar le sumaba más años a su rostro. Estaba vestido con unos jeans descoloridos, acompañado de un par de gomas deportivas muy gastadas y una franela a rallas. Supuse que era un obrero, lo creía así porque ya había visto a otros hombres como aquel, con la ropa gastada y la piel envejecida. Hombres que la única forma de trabajo que conocían era la de sus propias manos.
  Una minivan, que como la mayoría pertenecientes al transporte público se caía a pedazos con cada día que pasaba, se detuvo junto a la cola de pasajeros.  Pero por ser casi los últimos en aquella fila interminable la van se llenó partiendo a toda velocidad, nos tocaría seguir esperando. El obrero, que llevaba a su hijo de la mano, se quedó mirando el vehículo hasta que esta se perdió de su vista. Se quedó callado por unos segundos, luego con los ojos aguarapados dijo.
-A mi hermano lo mataron por esa van, su esposa lo único que hiso fue que la vendió.
  No pude comprender de dónde provino ese repentino desahogó, no lo comprendo aun, el hombre detrás de mí tampoco lo comprendió, ni si quiera llego a interesarse. Pero el obrero quería hablar y yo estaba dispuesto a escuchar.
  Su hermano era policía, tenía una esposa y un hijo, que según lo que dijo el obrero era un bebe en aquel momento. El sueldo de policía a duras penas rendía para mantener una familia, fue lo que debió haber pensado el hermano del obrero si se dispuso a ahorrar para comprar a aquella van, con el único deseo de ganar dinero extra. Cosa que no lo haría rico, seguramente todo aquel dinero que logro hacer en vida se gastó en él bebe. Hay que comprar medicinas porque el niño se enfermó de nuevo, los pañales se acabaron busca más, le queda poco alimento. La necesidad lo llevo al ingenio, aquel ingenio que lo llevo a la muerte.
  Su hermano hacia los viajes cada vez que salía de alguna guardia, lo que la mayoría de las veces era en horas de la nocturnas.  Puedo imaginármelo, recorriendo  sobre el asfalto de la circunvalación uno a las once de la noche, una hora donde aquella carretera tan transitada por el día se volvía una soledad perpetua. Solo él, con la mirada al frente, acompañado de uno o dos pasajeros que estarían en su propio mundo, tan solo él mismo, concentrado en alguna melodía que trasmitiera la emisora, con su arma de reglamento escondida en la guantera.
   Entonces llego al centro, lo más probable es que se hubiera adentrado en la avenida libertador para conseguir más pasajeros, pero aquella noche solo subieron dos hombres. Era policía, así que debió presentirlo con tan solo verlos. ¿Si le buscaron conversación primero o sacaron sus armas inmediatamente? no lo sé y nunca lo sabremos. Pero lo que no esperaban aquellos hombres era el arma que el policía saco de la guantera,  destellos se vieron a través de las ventanas de la van, acompañada de unos ruidos con olor a pólvora que dejaron unas gotas de sangre plasmadas en el vidrio.
  Al final los hombres bajaron corriendo, porque lo que se esperaban era que aquel hombre se intimidara justo cuando viera el arma. El hermano del obrero se quedó con los ojos abiertos, mirando el techo de lata mientras la sangre escapaba de su herida. Otro muerto en las calles del centro, otro niño que crecerá sin padre.
Que no tuvo otra opción que abrasar la muerte cuando llego el dolor.  
2 notes · View notes
Quote
No lloren por aquellos que dejaron su sangre en el asfalto, pues están en un lugar donde el dolor, el sufrimiento y la tristeza son inexistentes.
Giuseppe Tota
0 notes
Text
El municipio Pilatos
 Mi nombre es Giuseppe Tota, vivo en la urbanización el soler en el municipio San francisco. Cada vez que le digo esto a un maracucho de la zona norte siempre se queda sorprendido, abren la boca y dicen. “Esa verga si queda lejos.” Y aunque no puedo leer sus mentes, sé que se imaginan un barrio con calles de tierra donde el monte lo cubre todo. Pero que más se puede esperar de gente que cree que el estado Zulia solo abarca ese pedazo de tierra que es  delicias norte hasta el kilómetro cuatro, y que su conocimiento geográfico del país no va más allá del pueblo la puerta, en el estado Mérida.  
 La única forma en la que puedo describir la urbanización el soler es esta, un cuadrado gigante rodeada por una pared que nos separa de las otras urbanizaciones y barrios vecinos.  En el muro norte se encuentra una carretera que nos divide de la urbanización El caujaro, urbanización que a diferencia del soler no tiene sus límites muy claros y que llega  un punto en que se confunde con el barrio la Polar, en el este otra pequeña carretera nos divide de las urbanizaciones villa sur y los samanes, estas dos urbanizaciones juntas son más grandes que el soler mismo, y en el muro oeste unas pocas hectáreas llenas de nin nos distancian del barrio la Polar,  el muro sur cumple la función de separarnos de funda barrio, hogar de nuestros delincuentes más reconocidos.
 El soler cuenta con su propia línea de buses y carritos por puesto, de la cual depende la mayoría de la población. Dentro de la urbanización se encuentran pequeños colegios privados de accesible precio, que abarcan desde la educación preescolar hasta el quinto año de bachillerato. Nuestro restaurante de más fama es el carrito de comida rápida san Benito fast food, gente de toda San francisco llega al soler solo para probar sus hamburguesas, contamos con varios Cybers, panaderías, carnicerías, un mini mercado y  varias quincallas.
 Pero, aunque la urbanización está un poco apartada de la ciudad, no se me hace difícil llegar a la universidad, sin embargo llega a tener sus retos. Los lunes mi madre me levanta a las cuatro de la mañana, al llegar a la sala ya tengo el desayuno puesto en la mesa, este puede variar, abecés pueden ser arepas como otros días pueden ser panes rellenos con huevo. Cuando termino con mis procesos rutinarios (cepillarme, bañarme, cambiarme) me monto en la moto con mi padre y juntos nos adentramos a las calles a una velocidad de ochenta kilómetros por hora.
 Mi padre trabaja de chofer para una empresa de transporte privado, eso quiere decir que su horario de trabajo siempre puede variar, y cuando tiene la oportunidad, que es la mayoría de las veces, no duda en llevarme por lo menos hasta el kilómetro cuatro. Donde luego, me subiré en un bus de la ruta galería-humanidades para proseguir mi viaje.
 En el municipio San francisco no han trancado las calles, ni se han realizado protesta hasta ahora. Nuestro alcalde ha conseguido mantener la paz promoviendo el miedo entre sus ciudadanos, pues él  mismo es el jefe de los “tupamaro” uno de los colectivos más peligrosos de todo el estado, estos son los que cumplen la irónica misión de “mantener la paz”  dando tiros al aire mientras corren a toda velocidad en sus motos, que montan como si fueran corceles de una vieja película del genero western que tanto le gustan a mi padre. Mientras tanto los miembros de la policía municipal se hacen de la vista gorda, acostados en sus sillas reclinables mientras poco a poco se van haciendo cada vez más obesos.
 Los choferes de la línea el soler son otros de los que pueden hacer de las suyas en este lugar, ya lograron aumentar el pasaje a cuatrocientos bolívares la ruta larga y trescientos  la ruta corta, pero el problema es que lo empezaron a cobrar tres semanas antes de que se aprobara el aumento. Todos en San francisco quieren ser como Poncio Pilatos, abecés creo que deberían quitarle el nombre de este santo católico al municipio, para cambiárselo por ese gobernador romano de los tiempos de Cristo, pues todos aquí siguen su ejemplo histórico…a la gente de San francisco le encanta lavarse las manos.
Una tarde cuando esperaba en la fila de la parada del soler del kilómetro cuatro, escuche los gritos de un viejito, que se quejaba porque un chofer, el cual no debía pasar de los treinta años, le estaba cobrando los ya mencionados cuatrocientos bolívares. A este chofer lo reconocería en cualquier parte, pues aunque no se su nombre lo he nombrado “el chabacano” le puse ese apodo cuando regresaba de la casa de mi tía en Sabaneta, esperaba en la misma fila en la que estaba en ese momento, cuando de repente un cacharro que se caía a pedazos entro en la parada a toda velocidad,  de pronto dio un frenazo que todos en la fila escuchamos, pero que no ahogo el volumen de la pornografía a la que él no deja de llamar música, cuando abrió la puerta lo primero que salió del cacharro fueron tres botellas de cerveza vacías, para que luego saliera “el chabacano” dando dos pasos y esforzándose por no caerse en el tercero.  
 A “el chabacano” le gusta usar su físico para intimidar a los pasajeros, es de hombros y pecho ancho, y sus brazos son tan gruesos como un tronco de leña, pero sus piernas son todo lo contrario, casi llegan a ser tan delgadas como las mías. “cuatro ahí.” Dijo “el chabacano” con un gran esfuerzo para decir esas dos sencillas palabras. Aunque  se podía notar desde tres hectáreas que ese hombre estaba borracho desde los pies a la cabeza, los cuatro primeros de la fila no dudaron en montarse en ese cacharro. “¿No va a hacer nada?” le pregunte al fiscal de tránsito, pero este simplemente ignoro mi pregunta, y dejo que aquel borracho se largara con sus cuatro pasajeros.
 Esa misma pregunta se la hiso el viejito al fiscal de transito-el cual no era el mismo de aquella vez- pero este fiscal si le respondió. “Si no le gusta agarre otra ruta.” Esta es mi hipótesis por la cual quisiera que este error de la historia llamada San francisco cambiara de nombre a Poncio Pilatos. Aquí todos se lavan las manos,  el alcalde se lava las manos de sus responsabilidades y envía a su banda de motorizados, los policías se limpian las manos y no se hacen responsables de proteger a la comunidad, o de los daños que estos delincuentes puedan realizar, los fiscales de transito se limpian las manos y dejan que los conductores conduzcan ebrios con pasajeros; en caso de un choque a quien culparan es al chofer. Así que queridos ciudadanos… ¿empezamos a llamarnos municipio Poncio Pilatos?  
1 note · View note
Text
El municipio Pilatos
 Mi nombre es Giuseppe Tota, vivo en la urbanización el soler en el municipio San francisco. Cada vez que le digo esto a un maracucho de la zona norte siempre se queda sorprendido, abren la boca y dicen. “Esa verga si queda lejos.” Y aunque no puedo leer sus mentes, sé que se imaginan un barrio con calles de tierra donde el monte lo cubre todo. Pero que más se puede esperar de gente que cree que el estado Zulia solo abarca ese pedazo de tierra que es  delicias norte hasta el kilómetro cuatro, y que su conocimiento geográfico del país no va más allá del pueblo la puerta, en el estado Mérida.  
 La única forma en la que puedo describir la urbanización el soler es esta, un cuadrado gigante rodeada por una pared que nos separa de las otras urbanizaciones y barrios vecinos.  En el muro norte se encuentra una carretera que nos divide de la urbanización El caujaro, urbanización que a diferencia del soler no tiene sus límites muy claros y que llega  un punto en que se confunde con el barrio la Polar, en el este otra pequeña carretera nos divide de las urbanizaciones villa sur y los samanes, estas dos urbanizaciones juntas son más grandes que el soler mismo, y en el muro oeste unas pocas hectáreas llenas de nin nos distancian del barrio la Polar,  el muro sur cumple la función de separarnos de funda barrio, hogar de nuestros delincuentes más reconocidos.
 El soler cuenta con su propia línea de buses y carritos por puesto, de la cual depende la mayoría de la población. Dentro de la urbanización se encuentran pequeños colegios privados de accesible precio, que abarcan desde la educación preescolar hasta el quinto año de bachillerato. Nuestro restaurante de más fama es el carrito de comida rápida san Benito fast food, gente de toda San francisco llega al soler solo para probar sus hamburguesas, contamos con varios Cybers, panaderías, carnicerías, un mini mercado y  varias quincallas.
 Pero, aunque la urbanización está un poco apartada de la ciudad, no se me hace difícil llegar a la universidad, sin embargo llega a tener sus retos. Los lunes mi madre me levanta a las cuatro de la mañana, al llegar a la sala ya tengo el desayuno puesto en la mesa, este puede variar, abecés pueden ser arepas como otros días pueden ser panes rellenos con huevo. Cuando termino con mis procesos rutinarios (cepillarme, bañarme, cambiarme) me monto en la moto con mi padre y juntos nos adentramos a las calles a una velocidad de ochenta kilómetros por hora.
 Mi padre trabaja de chofer para una empresa de transporte privado, eso quiere decir que su horario de trabajo siempre puede variar, y cuando tiene la oportunidad, que es la mayoría de las veces, no duda en llevarme por lo menos hasta el kilómetro cuatro. Donde luego, me subiré en un bus de la ruta galería-humanidades para proseguir mi viaje.
 En el municipio San francisco no han trancado las calles, ni se han realizado protesta hasta ahora. Nuestro alcalde ha conseguido mantener la paz promoviendo el miedo entre sus ciudadanos, pues él  mismo es el jefe de los “tupamaro” uno de los colectivos más peligrosos de todo el estado, estos son los que cumplen la irónica misión de “mantener la paz”  dando tiros al aire mientras corren a toda velocidad en sus motos, que montan como si fueran corceles de una vieja película del genero western que tanto le gustan a mi padre. Mientras tanto los miembros de la policía municipal se hacen de la vista gorda, acostados en sus sillas reclinables mientras poco a poco se van haciendo cada vez más obesos.
 Los choferes de la línea el soler son otros de los que pueden hacer de las suyas en este lugar, ya lograron aumentar el pasaje a cuatrocientos bolívares la ruta larga y trescientos  la ruta corta, pero el problema es que lo empezaron a cobrar tres semanas antes de que se aprobara el aumento. Todos en San francisco quieren ser como Poncio Pilatos, abecés creo que deberían quitarle el nombre de este santo católico al municipio, para cambiárselo por ese gobernador romano de los tiempos de Cristo, pues todos aquí siguen su ejemplo histórico…a la gente de San francisco le encanta lavarse las manos.
Una tarde cuando esperaba en la fila de la parada del soler del kilómetro cuatro, escuche los gritos de un viejito, que se quejaba porque un chofer, el cual no debía pasar de los treinta años, le estaba cobrando los ya mencionados cuatrocientos bolívares. A este chofer lo reconocería en cualquier parte, pues aunque no se su nombre lo he nombrado “el chabacano” le puse ese apodo cuando regresaba de la casa de mi tía en Sabaneta, esperaba en la misma fila en la que estaba en ese momento, cuando de repente un cacharro que se caía a pedazos entro en la parada a toda velocidad,  de pronto dio un frenazo que todos en la fila escuchamos, pero que no ahogo el volumen de la pornografía a la que él no deja de llamar música, cuando abrió la puerta lo primero que salió del cacharro fueron tres botellas de cerveza vacías, para que luego saliera “el chabacano” dando dos pasos y esforzándose por no caerse en el tercero.  
 A “el chabacano” le gusta usar su físico para intimidar a los pasajeros, es de hombros y pecho ancho, y sus brazos son tan gruesos como un tronco de leña, pero sus piernas son todo lo contrario, casi llegan a ser tan delgadas como las mías. “cuatro ahí.” Dijo “el chabacano” con un gran esfuerzo para decir esas dos sencillas palabras. Aunque  se podía notar desde tres hectáreas que ese hombre estaba borracho desde los pies a la cabeza, los cuatro primeros de la fila no dudaron en montarse en ese cacharro. “¿No va a hacer nada?” le pregunte al fiscal de tránsito, pero este simplemente ignoro mi pregunta, y dejo que aquel borracho se largara con sus cuatro pasajeros.
 Esa misma pregunta se la hiso el viejito al fiscal de transito-el cual no era el mismo de aquella vez- pero este fiscal si le respondió. “Si no le gusta agarre otra ruta.” Esta es mi hipótesis por la cual quisiera que este error de la historia llamada San francisco cambiara de nombre a Poncio Pilatos. Aquí todos se lavan las manos,  el alcalde se lava las manos de sus responsabilidades y envía a su banda de motorizados, los policías se limpian las manos y no se hacen responsables de proteger a la comunidad, o de los daños que estos delincuentes puedan realizar, los fiscales de transito se limpian las manos y dejan que los conductores conduzcan ebrios con pasajeros; en caso de un choque a quien culparan es al chofer. Así que queridos ciudadanos… ¿empezamos a llamarnos municipio Poncio Pilatos?  
1 note · View note
Text
La tragedia del 4
Estar en el kilómetro cuatro a las cinco de la tarde puede ser para algunas personas la representación exacta del mismo infierno, las calles se abarrotaban de  autobuses que regresaban del centro o de la circunvalación dos. Para todo chofer público de la zona sur, este punto medio entre Maracaibo y san francisco es una parada obligatoria y muy lucrativa, la mayoría de las rutas de dicha zona tienen paradas asignadas en este lugar, lo que contribuía a que las calles se abarrotaran a esa hora.
 En la parada de la ruta del soler, mi madre esperaba pacientemente su turno para subirse a uno de esos cacharros que funcionan como transporte público. La fila era larga y avanzaba lentamente, la mayoría de los cacharros oficiales de la línea, solo pasan en frente de la parada para seguir de largo sin montar a ningún pasajero, cosa que es una misteriosa costumbre entre los choferes de la ruta. Para los otros conductores las horas pico significaban más pasajeros, lo que concluía en más ganancia, pero ese no es el caso para los conductores de la ruta del soler, al parecer se conforman con la miseria que consiguen en las horas de poca afluencia de pasajeros, y el desespero de llegar a sus hogares no les deja ver las ganancias de las horas pico.
 Mi madre se sumía en un estado de cansancio. Había sido un día muy agitado en su pequeña oficina ubicada en cinco de julio, en aquel momento su único deseo era llegar a casa para caer rendida en la cama hasta el próximo día, pero el súbito recordatorio de los distintos deberes que debía realizar al llegar a casa derrumbo por completo su soñada fantasía. El almuerzo de mañana, la cena, la comida para los perros que se están muriendo de hambre.
 Estaba  tan concentrada en ella misma que ya no se daba cuenta de lo que ocurrida a su alrededor, vio que un cacharro se acercaba a la parada, pero dio por sentado que pasaría de largo igual que los demás. El grito de una mujer hiso que mi madre saliera de su letargo, “señora quítese.” De inmediato una mano apretó fuertemente su brazo, a los pocos segundos sintió como la jalaban hacia atrás, con tal potencia que casi la tumba al piso. Cuando la mujer desconocida soltó su brazo miro hacia donde estaba la fila, las personas se habían desorganizado, lo que antes era un orden rutinario se había convertido en caos y desesperación.
 Por fin mi madre pudo recobrar la concentración, en el momento en el que observo que el cacharro  se había detenido en el lugar donde antes estaba la fila de pasajeros, debajo de este, un charco de sangre se extendía por el asfalto,  la escena la dejo petrificada.  Un grupo de hombres enojados se abalanzaron contra el cacharro para sacar al chofer que lloraba de arrepentimiento, mientras las mujeres gritaban  por el  susto repentino de la muerte.  
-¡la policía!-grito alguien- ¡llamen a la policía!
-¿nadie tiene un teléfono?-grito una mujer.
 Los hombres lograron sacar al chofer del cacharro, este era un señor mayor que lloraba mientras  lo arrastraban por los brazos.  
-No fue mi intención-sollozo el chofer- sufro de dislexia y tengo más de un mes que no tomo mis medicamentos porque no los consigo.
 -¡Saquen a mi hijo!-grito la mujer que estaba debajo del cacharro.  
 Entonces fue esa suplica de sacrificio, lo que hiso que los testigos de aquella tragedia se dieran cuenta, que un niño estaba debajo de aquel pedazo oxidado de metal con ruedas.  
    En esos momentos, Yo estaba sentado en un autobús a pocos metros del sitio donde se había desarrollado la tragedia. Regresaba de unas clases de teatro en la escuela Inés Laredo, unas clases de teatro que días más tarde abandonaría, decisión que me costó tomar, pero nadie sabía que el país se consumiría en llamas en aquellos días.
 El bus avanzaba lentamente por las vías del kilómetro cuatro, mientras  que los pasajeros que estaban de pie luchaban con la incomodidad ya rutinaria de olvidarse de lujos como el espacio personal.  El chofer tenía la música a todo volumen, y los pasajeros estaban tan apretados que casi parecía que estuviéramos dentro de una discoteca. Cuando el bus pasó en frente de la parada del soler, yo y los demás pasajeros notamos que el ruido de la muchedumbre era más alto que el de las cornetas de los propios autobuses.
 Los que pudimos nos asomamos por las ventanas, sabíamos que algo fuera de lo normal estaba sucediendo pero no podíamos adivinar exactamente que era, lo único que pudimos ver fueron dos motos de la policía municipal en el lugar, mientras la gente rodeaba al cacharro buscando una manera de sacar al niño y a la mujer. Pude ver a mi madre en medio de todo ese caos, su piel estaba pálida del susto y no dejaba de temblar. Me mantuvo la mirada durante unos segundos, yo le grite que se montara en el bus,  pero el miedo no la dejaba ni tomar decisiones, se quedó tiesa sin moverse del lugar donde estaba parada, pero aun así le seguía gritando que se montara en el bus.  
 Cuando por fin decidió moverse el chofer empezó a acelerar, de inmediato mi madre corrió para tratar de alcanzarlo, pero la velocidad del bus aumentaba.
-Párate que se quieren montar- le grite al chofer alzando mi voz por encima de la música.
-El bus ya está lleno-me dijo él.
-Eso fue lo que te dijimos en el centro cuando seguías metiendo gente, pero no nos paraste bola. Para el bus de una vez-le insistí mientras golpeaba la ventana para no perder su atención.
El chofer se fastidio de mi pataleta infantil y freno de golpe, mi madre pudo montarse en el bus, cuando el chofer volvió a acelerar ella pudo volver a respirar con normalidad. Después de un rato uno de los pasajeros le empezó a preguntar a mi madre sobre lo ocurrido, ella tomo aire y poco a poco empezó a contar la anécdota.
  Cuando llegamos a casa le serví un vaso con agua, pude ver como ella  se sentó en la mesa, y empezó a reflexionar sobre lo ocurrido ¿Qué paso con aquella mujer y su hijo? ¿Cuál sería el destino de aquel chofer disléxico? ¿Qué hubiera pasado si el cacharro la hubiera arroyado a ella?
 Estas fueron preguntas de las cuales no hemos tenido respuesta hasta ahora. 
0 notes
Text
Aquella noche de Ramón  Castro
  Aquella noche, Ramón Castro dudo por un momento al escuchar varias explosiones en el aire, pero después de unos segundos el joven noto que las explosiones resonaban bajo cierto patrón de tiempo. Sus dudas se desvanecieron al notar que las personas empezaban a correr en sentido contrario, dejándose llevar por el miedo, los habitantes de la ciudad de Cumaná gritaban eufóricamente, mientras sus corazones latían más rápido de lo común.
  Civiles que usaban franelas viejas como capuchas improvisadas aparecían desde las calles secundarias del barrio Sucre, empuñaban armas automáticas que apuntaban al cielo nocturno. Ramón Castro se había unido a la naciente turba y sus pies empezaron a correr sobre la superficie de asfalto, estaba nervioso, pero a pesar de todo sabía lo que tenía que hacer, había pasado toda su vida en la ciudad de Cumaná y conocía cada extensión de esta como si de una extremidad de su propio cuerpo se tratara.  
 Nunca los vio venir, pero sintió como dos pares de brazos retenían su cuerpo para luego lanzarlo contra el asfalto. Desde el suelo pudo ver como otros pares de piernas pasaban a gran velocidad ignorando su presencia, un par de hombres con uniformes verdes lo levantaron con una fuerza violenta, tratándolo como si fuera un muñeco de trapo. Ramón no estaba seguro del momento exacto en el que apareció, pero los guardias lo llevaban a uno de esos camiones verdes en los cuales se transportaban.  
Un grupo de militares se reunía junto al camión, donde tenían rodeado a un pequeño grupo de manifestantes.  El barrió Sucre se quedó en total silencio después de la huida de los protestantes, solo se podía oír la risa de los colectivos y la brisa  que provenía del mar le helaba los huesos. Los guardias subieron al pequeño grupo a la fuerza, y al encenderse el motor toda la confianza que Ramón hubiera tenido se desvaneció.  
Ramón conto siete detenidos-ocho si se contaba a él mismo-a su lado estaba la única mujer en aquel camión. Por alguna extraña razón  sentía que se comunicaba con su grupo de detenidos sin decir ninguna palabra, sus miradas lo decían todo. Cuatro chicos hablaban en murmullos en una de las esquinas de la zona de carga, esto hiso enojar a uno de los guardias.
“¡Cállense la geta!”
  Los cuatro saltaron al escuchar el grito del uniformado. Ramón los observo, ojos aguarapados, manos temblorosas y miradas confundidas, estos muchachos no debían pasar de los diecisiete años. Pronto empezaron a adentrarse a una zona más rural del estado, el camión se estaciono en una alcabala ubicada en puerto de madera
-Ahora empieza lo bueno- dijo uno de los guardias mostrando una sonrisa pícara-que bajen cuatro.
Ramón fue uno de los seleccionados del primer grupo, los llevaron detrás de una enramada y los pusieron en fila, los obligaron a mirar al frente mientras un guardia se acercaba a ellos con paso lento, se puso firme en frente de ramón y le roció algo en la cara, no estaba seguro de lo que era, lo único que sentía era que sus ojos le ardían y su cara le picaba. Se  lanzó al suelo al mismo tiempo que maldecía al guardia por todo lo alto, el uniformado le respondió dándole una patada en su pecho, Ramón pudo sentir como en un segundo todo el aire de sus pulmones fue expulsado.
-¿Tú no eres guarimbero pues? ¿Ahora me aguanta la pica pica?
-¡Anda vete a la mierda!- se atrevió a decir uno de sus compañeros.
Luego un grupo grande se lanzó sobre el que había reunido una pisca de valor, los guardias se turnaban para patearlos, mientras se reían sonoramente frente a su miseria.  
0 notes