Tumgik
estatizado · 4 years
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Más allá de la representación.
La sospecha cunde sobre aquel que quiere hablar de la “verdad”. Entre pruritos varios y el fantasma plausible de ser acusado de autoritario, es probable que se desista de hacerlo. Algo que bien podemos rastrear (del fantasma totalitario al fin de la Historia) pero no desactivar, trajo consigo que se naturalice eludir la discusión en esos términos: esto es así, es verdad. La aserción dura, sin atenuantes, cede a una profusión de eufemismos finamente gasificados, cincelando el sentido hasta volver la materia de algunas discusiones en apenas una cuestión de retórica.
Más espinosa aun es la situación de aquel que aventura abordar los vínculos que traman la relación entre verdad y política. El reproche airado, la acusación de querer silenciar opiniones en una perorata que tiene como ropajes la consabida reivindicación de las libertades individuales, y fundamentalmente la de expresión, abstractas, decimonónicas, no hacen sino empañar y empantanar cualquier opción sincera por el debate en torno a la verdad política.
¿Existe la verdad política? En principio se le desconfía a tal constructo como se lo hace ante las nociones de moral, ética, y cualquiera que revista la sombra de la solemnidad (oh, cómo tememos a la solemnidad). ¿Entonces, como gustan decir analistas y dirigentes embebidos de repentina semiótica, “todo es relato”?. El fin de la historia sugiere haber implicado también el fin de la verdad. Y sin embargo…
Y sin embargo algo de ese murmullo persiste, soterrado; pidiendo permiso como si debiera. Hálito que no es tal: la restauración del estado de debate político - a cielo abierto y sin tener que exhibir credencial alguna - que vive el país desde el comienzo de esta década larga, da cuenta que esa persistencia, esa disputa por el sentido con la verdad (parcial, relativa, temporal: democrática) como trofeo, lejos de retirarse de modo definitivo, no hizo sino sedimentar su sitio en la arena política.
Y la arena política, antes que un espacio físico, está hecha de la materia con la que la labran sus actores. La carne de sus verdades forma parte de ella.
***
A riesgo de ser esquemáticos y a los fines de practicar una caracterización provisoria, podemos delimitar dos tipos de verdades políticas. Por un lado, tenemos la verdad del militante, del sujeto del acontecimiento político. Hablamos de acontecimiento político como de aquel suceso o hecho cuya irrupción escapa a las leyes de una situación dada, en la que existe algo de azaroso, de incalculado y fundamentalmente novedoso. El acontecimiento, por lo tanto, no puede ser enteramente explicado ni predecido desde la perspectiva de lo dado. Un sujeto político cuya subjetivación acontece bajo las coordenadas que brinda el acontecimiento implica que el mismo ha tenido surgimiento en un momento político determinado que lo hizo nacer, arropado por un campo semántico que no teme sino que enarbola nociones como idealismo, ideología, programa. Se trata, en definitiva, de un sujeto para el cual la verdad se articula en futuro anterior, es lo que habrá de haber sido. El suyo es un discurso que incluye lo que está en potencia en el presente, lo no realizado.
Las verdades del llamado “realismo político”, por otro lado, aparecen ancladas en los movimientos de la agenda política, en el manejo de las relaciones de fuerza; la verdad es lo que es. El realpolitiker recepta como fuente fundamental y casi exclusiva a la “opinión pública“, tributa al mundo de las encuestas, etc. La cuestión pública aparece así maquinizada, automática, fruto de una naturalización anterior: una cadena que comienza en el reconocimiento a la existencia de la opinión pública como tal -y no un público artefacto, una suma de opiniones individuales representadas en un porcentaje-, al que le sigue la derivación de dicha agenda hacia las usinas tecnocráticas que todo resuelven.
La frontera de la política está dada por los límites iluminados mediante el faro de la gestión, palabra que aparece como piedra de toque al momento de ocuparse de, como se dijo, lo que es. Todo lo anterior tiene como telón de fondo ineludible una homologación entre realidad y verdad, donde la segunda es apenas una marca de agua sobre la primera. Y algo más, a diferencia del militante, este sujeto político no requiere de un suceso que lo haga irrumpir: siempre está, está en su esencia el no ser novedoso.
***
Estas verdades poseen una temporalidad propia. Hay un vínculo entre verdad y temporalidad para cada una de ellas. En la realpolitik, el tiempo que marca su pulso es el del presente, el de lo dado. La realidad es lo que sucede ahora mismo y que, en su urgencia presente, pugna por ser tenida en cuenta. Por otro lado el tiempo del militante es el del futuro anterior, el de lo que habrá sido, que localiza una falta y potencia en el presente y por lo tanto no se agota en él.
La verdad realpolitica así caracterizada tiene algo de celebración a todo rey, figuras a las que se auratiza, ya que lo dado, lo que triunfa, es necesariamente lo que “representa”. La verdad del militante, por el contrario, no está atada a esas hegemonías porque su propia temporalidad es distinta. El tiempo propio del militante político es un tiempo intempestivo: desoye la sentencia de que hay cosas que "pasaron de moda”, por lo que resulta ridículo que se lo señale. El realpolitik se erige como el conocedor del espíritu de los tiempos con el cronómetro en la mano, pero puede fallar: sin caer en la ingenuidad voluntarista, nadie tiene compradas las butacas del teatro de la Historia.
Por otro lado, conviene recordar que el terreno en que se desenvuelven estas verdades y los sujetos que las enarbolan y participan en mayor o menor medida es el de la democracia representativa, donde la disputa por el control del Estado y sus resortes de poder se resuelve a partir de la ficción consentida heredada de la tradición contractualista, en la que el que tiene más votos tiene la razón, la verdad restringida, temporal. Pero, en el caso del militante, su verdad no se acota en un mandato, hay una trayectoria de fidelidad al acontecimiento político.
***
Esta oposición espejada entre aquel que participa del realismo político y el militante aparece de manera clara en el poema Vittoria de Pier Paolo Pasolini. Alli el autor italiano sitúa de un lado a la figura del militante con su “rabia delicada” que exclama “toda política es realpolitik”; del otro lado, la política realista representada por “la prosa del hombre astuto” y “protector del clasicismo” como figuras de lo conservador. Pasolini expone la distinción entre el militante y el político que representa con el estandarte de lo “realista” y sus leyes, colocando al primero en situación de orfandad, abandonado a una "desesperación que no conoce leyes".
En páginas canónicas de la literatura política del siglo pasado, Jean Paul Sartre advertía en similares términos tal confrontación. Las manos sucias expone las desaveniencias entre Hugo, el intelectual militante, movido por un afán principista e intransigente, y Hoederer, el político clásico (¿o de la clase política?), permeable a un pragmatismo a la orden de como corran los tiempos.
En la escena principal de la obra se plantea dicho antagonismo:
Hoederer.- ¿Qué quieres hacer del Partido? ¿Una pista de carrera? ¿De qué sirve afilar un cuchillo todos los días si jamás lo usas para cortar? Un Partido nunca es sino un medio. Sólo hay un fin: el poder.
Hugo.- Sólo hay un fin: conseguir el triunfo de nuestras ideas, de todas nuestras ideas y sólo de ellas.
Hoederer.- Es cierto: tú tienes ideas. Ya se te pasará.
Más adelante, en otro momento del mismo diálogo:
Hugo.- Entré en el Partido porque su causa es justa y saldré cuando cese de serlo. En cuanto a los hombres, lo que me interesa no es lo que son, sino lo que podrán llegar a ser.
Hoederer.- Y yo los quiero por lo  que son. Con todas sus porquerías y sus vicios. Quiero sus voces y sus manos calientes que agarran, y su piel, la más desnuda de todas las pieles, y su mirada inquieta y la lucha desesperada que cada uno a su vez libra contra la muerte y contra la angustia.
Más acá en el tiempo y el espacio, advertimos que algo de esa oposición también se cifra en la novela de Damián Selci, Canción de la desconfianza. En una Buenos Aires reconocible y contemporánea, Selci dispone y caracteriza dos grupos de personajes cuyo nombre los delata: Empecinados y Esclarecidos. Pero si los Empecinados de Selci pugnan por una nueva pedagogía moral (simbolizada en la composición de un nuevo alfabeto que se reinventa de modo insistente a lo largo de la novela) que podría acercarlos a la verdad política del militante, los Esclarecidos participan de otra zona, también distante del universo del realismo político, aunque sólo en apariencia, porque se trata del sujeto aideológico de las clases medio urbanas contemporáneas, que aun en su bienpensantismo titilante es hablado por ese universo. Es la carne de la opinión pública que, aun advertida de lo que se monta sobre sus espaldas y a su nombre, se resigna a que sea así, quizá hasta siendo feliz con eso.
***
Entendemos que estas configuraciones de dos tipos de verdades pueden visualizarse en el último tramo de la década kirchnerista entre aquellos que participan de modo entusiasta de “la vuelta de la política” y entre quienes sospechan, desencantados, de la potencialidad transformadora de un proyecto político y su “relato”. Ambos coinciden en un punto nada menor, como lo es la disputa por el sentido de la figura política de Néstor Kirchner.
Kirchner sería para algunos aquel gran gestionador del caos, un natural heredero del duhaldismo, cuya hechura es resultado de las prácticas de la política tradicional y sus bajos fondos morales, de un altruismo ausente. Otros parecen privilegiar la irrupción de un político que introdujo en el primer plano de la agenda ejes que resultaron a su entender constitutivos de su legado, como la centralidad que adquirieron cuestiones como la inclusión (en un sentido laxo, abierto) y la política de Derechos Humanos, por citar sólo algunos ejemplos. De algún modo, acentúan dos direcciones que se encontraban en ese proyecto. Es indudable la dimensión que refiere a la cobertura de ese vacío de representación luego del 2001. Pero además, durante su presidencia ingresaron a la agenda política cuestiones que no estaban muy probablemente en las prioridades de la opinión pública de ese momento, tales como los supuestos mencionados. Son temas que introduce Kirchner que van más allá de la mera administración de aquel presente, ya que hacen referencia a una falta, a un área que no estaba contemplada en la cuenta de lo dado. Aparece ahí la lógica del habrá sido, ya que en ese presente no formaban parte del circuito de la representación, pero operando a la par de la atención de las demandas que la frankensteiniana opinión pública reclama.
Lo expuesto nos lleva a pensar qué sucede si esa verdad del militante toma los resortes del Estado. Habría que pensar si éste, frente al analista de la realpolitik, no corre el riesgo de suturar su verdad política a un tiempo político determinado, homologándola a un partido o situación política concreta. Como otro modo de coronar a un rey pero de manera extemporánea, descuidando la mirada estrábica que también le exige lo no contado en forma de resto. Aquello que anida en los bordes de la representación, en su periferia, y conforma la materia de la falta, lo que no es.
Si es que acaso la política se piensa sólo como representación hay que preguntarse por su resto. Siempre hay un resto no representado, no contado. La pregunta es si la verdad política se encuentra en lo dado o si, también, se encuentra en eso que, a la vez, sobra y falta, lo que habrá de ser representado, y que puede ser percibido como las sombras de nuestro tiempo
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estatizado · 4 years
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El mensaje
                                           "The crack's in me, I said heroically”
                                                         (F. Scott Fitzgerald)
Un mensaje nuevo de Alicia Mercado.
Abrió el mail y se detuvo unos minutos en el corazón del texto:
“...espero que hayas pensado mi propuesta; tengo más precisiones. La idea: escribir un libro en términos de ‘Guía feminista’, es decir, que partas de tus experiencias personales de mujer heterosexual en dos grandes ejes, el amor y el sexo, y luego derives en sugerencias para poder vivir esas dimensiones de otro modo. No tengo dudas de que va a funcionar, el feminismo debe seguir por esta vía de proposiciones y dejar de lado el enojo reactivo. Sin banderías políticas claras, agrego, las cosas están convulsionadas ahí y no nos conviene...”
El mensaje continuaba con algunas informaciones financieras y leguleyas ciertamente atractivas. La alegría por la oportunidad (¡la primera!) se mezclaba con cierta confusión; ella había realizado reseñas para una de las publicaciones dependientes de la editorial, y recordaba vagamente una charla con Alicia en una fiesta, su mano insistente en la cabellera lacia que pugnaba por invadir el territorio de los anteojos, mientras escuchaba las geniales ideas de ignotos que, en trance de ebriedad, se soltaban para aprovechar la oportunidad de presentarse ante la importante editora; y ella no era la excepción. Entonces, finalmente, ¿su encuentro fue el triunfante en el darwinismo cultural de presupuestos escasos en países periféricos?.
Debía aceptar la propuesta de inmediato. Tenía que alegrarse y responder cuanto antes, ya con un adelanto que demuestre la metabolización de las líneas de Alicia.
“Experiencias personales en el amor y el sexo” con enseñanzas feministas… ¿qué hacer? Por supuesto, en términos de material biográfico estaba colmada. La relación demasiado larga con un sádico, los periodos previos de extravío, los encuentros en las lindes del abuso. Pero ¿de qué se trataba todo eso?. Cuando pensaba en aquello, era como mirar una película en lengua extranjera sin doblaje, o como cuando se ve en una vidriera un plato parecido a uno viejo guardado en casa, pero que se perdió en alguna alacena y ya no se sabe en dónde está. El problema es si podría hacer algo con esa otra casi irreconocible. Tenía que hacer un esfuerzo para rescatar del pozo chirle del pasado algo como puntapié para escribir. Recordaba una tarde caminando en cierta calle suburbana, aturdida. Recordaba una mañana llorando en el trabajo, ¿o fueron varias?. Una vaga sensación de obsesión. El sabor del alcohol (First you take a drink, then the drink takes a drink, then the drink takes you). La lejanía de los demás. Y cuando aquella lejana tarde se hamacó con ambos brazos en unas sillas y lo hacía cada vez más fuerte, con las piernas mayor envión, y más, hasta que la cara dentelleó en el suelo y paladeó unas partículas lubricadas en sangre. ¿Y más atrás? Se camina un pasillo y se abre un cajón, y hay cuchillos. Alguien agarra uno, alguien piensa en cierto carácter de cosas... ¿Dónde? ¿Cuándo?
Nada de eso iba a servir, era imposible: debía aferrarse a lo que contaba. En definitiva, era verdad que el feminismo la había ayudado de miles y todavía incalculables maneras. Podía verlo en el presente, podía verlo en sus amigas. La sensación en cada uno de los ámbitos de la vida era como soltar una bolsa de cemento luego de cuadras de acarreo. En definitiva, la dominación masculina es la rigidez obligatoria, la mímica de las estatuas vivientes en calles peatonales que se mueven un ratito por una dádiva y luego de nuevo a la estática del buen rol. Cosas ya dichas hace mucho tiempo, nada nuevo; pero no por eso menos ciertas. Las capas geológicas del juego entre la transgresión y la inseguridad, entre el vértigo emocionante y la vergüenza, desde la niñez, acumuladas, pesadas, demasiado pesadas. Si insistía en la creación novedosa del amor o el sexo, en su desmontaje y nuevo montaje, partiendo de miradas más sociológicas y estadísticas de las relaciones heterosexuales, podría dar con un buen resultado. Tenía las lecturas, tenía el tono, las experiencias personales podría recuperarlas de la TV o de internet.
Escribió la respuesta aprovechando el atajo del entusiasmo. Se relajó, empezó a imaginar el devenir de los acontecimientos esperables: una editorial grande, las fotos de promoción, sus redes. Pensó que era un buen momento para retomar una dieta morosa: después de todo, usar el atractivo físico para promocionar una publicación es parte de la liberación feminista, o al menos es eso lo que se suele decir y considerar. Luego de una ducha rápida que traicionó lo relajante, abrió el mail y encontró mensaje nuevo:
“Estimada,
Qué desafortunado mi error, me equivoqué en el envío, el mail estaba dirigido a una colega periodista. Lamento la confusión, ¡por lo que veo tenés muchas ideas! No faltará oportunidad para que las puedas plasmar.
Saludos!, Alicia”
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estatizado · 6 years
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Gracias, chicxs
“las mujeres empiezan a ser tenidas en cuenta y a intervenir en la mayoría, o en las minorías secundarias, con arreglo a su agrupamiento en relación a ese patrón mayoritario (humano, adulto, varón, habitante de las ciudades). Sin embargo, al lado de esto, ¿qué hay? Hay todos los devenires que son devenires minoritarios. Quiero decir que las mujeres, como tales, no son algo dado y consolidado, no son mujeres por naturaleza. Las mujeres tienen un devenir mujer. De resultas de esto, si las mujeres tienen un devenir mujer, los hombres también tienen un devenir mujer.” (Gilles Deleuze) “Hombres necios que acusáis /a la mujer sin razón” (Sor Juana)
¿Cómo se comienza a vislumbrar una causa política? no se puede preguntar por un origen, ni único ni idéntico a sí mismo, lo sabemos, pero subsiste la pregunta ¿cuál es el murmullo en la prehistoria de lo que ahora vemos como parte del estado de la situación, a saber, el feminismo como un factor que forma parte del mapa político “tradicional”, como un movimiento insoslayable en la cultura argentina? Se puede pensar que en esos inicios se jugó la apuesta sobre un vacío. Algo no contado en la normalidad comienza a pugnar y a inventar (con tanteos, con ensayos, con dudas y errores también) un modo de ejercer y nominar aquello que, inesperado y sin la posibilidad de cálculo de sus derivas, debía comenzar a ser tenido en cuenta por los modos esperables y cristalizados de ver la política. Aún así, no nos apuremos a visualizar una revolución que no puede ser articulada por esos mecanismos conocidos, hablamos en términos generales; el feminismo como contingencia no inexorable que tuvo que presionar y negociar ante límites fijados fue encontrando, con mucho trabajo, algunos espacios en las organizaciones militantes o comunitarias que todos más o menos conocemos. Nada de eso fue fácil, eso supuso ninguneos, discusiones con amigos, con familiares, salidas dolorosas de agrupaciones políticas, con todos aquellos que se re cagaron olímpicamente en lo que ahora vemos como parte del sentido común. En esas intervenciones conflictivas se inscriben muchos de los recelos y cuestionamientos al movimiento feminista, varios de ellos de lo más urgentes: la vinculación del feminismo como “identidad” con otras identidades políticas y por lo tanto con otros temas o problemas económicos y sociales acuciantes. Como suele pasar, en este caso “desde afuera” no se señala nada nuevo, nada que buena parte del feminismo (amplio, conflictivo, proteico, resistente a ese sustantivo colectivo pero a la vez configurándolo) no haya reflexionado y discutido. Ahora se suma otra dinámica: cuando la emergencia se instala en el proceso social y cultural amanece otra posibilidad, no sólo el feminismo debe ser interseccional, o como se le llame a la articulación con otros espacios, sino que los movimientos políticos afianzados, a los que a nadie se le ocurriría discutirles el título de “políticos” deben (y varios lo hicieron) incluir esa otredad vista hasta no hace mucho como particularidad menor. Otras voces de la retaguardia las hemos oído y leído (en general de señores): que el género es menos importante que la clase, que hay cuestiones que pertenecen al ámbito privado, que todo esto obedece únicamente a una lógica liberal identitaria, o simplemente oímos el silencio timorato. En el mejor de los casos, cuando la última pluma del búho de Minerva se desplegó y su punta de idea consciente de sí estaba clara para todos, irrumpieron los diagnósticos halagadores con noticias de ayer. En el peor —porque el descaro puede ser una ruta ilimitada— estos especímenes de la retaguardia dedican sus horas a seguir cuestionando al feminismo, subestimar sus evaluaciones, aprovechar los yerros de algunas de sus representantes vinculadas a los medios para mostrar el buen camino, y, claro, señalar las estrategias que “restaron” en el tratamiento de la ley de IVE. La autocrítica, el ensimismamiento reflexivo, la puesta en pausa de la pulsión explicativa son procedimientos vitales demasiado nobles para la rémora, bicho parasitario cuya jactancia es alimentarse sin riesgo en terreno seguro. ¿Quiénes están enfrente y qué se les escapa? no seré original: hubo agua, hubo verde, vamos a mantenernos en el mundo marino y en lo que la cultura de masas ha imaginado a partir de las confusas descripciones anatómicas en el mito: allí están las sirenas, esos seres extraños, informes, inclasificables, que han sido leídas a tono con el imaginario cristiano y patriarcal como las seductoras que pierden al hombre: el sincretismo del canto y la manzana o, más aún, la que arruina las comunidades de masculinos, las que incluyen una perturbación con su goce en la camaradería del orden en el espacio público. Esas sirenas, como figuras de una identidad que sólo puede ser contingente porque incluyen a todxs los arrastradxs por su rareza (en principio ¿son humanas o no?), las del verde brillante y las imposibles piernas abiertas, con gritos indios de guerra en el frío húmedo e invernal de horas pacientes, ellas efectivamente desquiciaron a la tripulación política de Odiseo, a su organización fundamentada y férrea, para trasformarnos a todos en otra cosa. Ésa es la potencia de “ahora sí nos ven”. La discusión del aborto fue uno de los episodios del encuentro con el navío. Se volverá a repetir, y habrá otros, de otro tenor. La fuerza política que se pretenda emancipadora puede taparse los oídos con cera, pero sería suicida negarse a perecer un poco. Alain Badiou, cuyos interesantes cuestionamientos al feminismo específicamente “liberal” en esta oportunidad dejaremos de lado por razones geográficas, políticas, afectivas y retóricas, ha escrito sin embargo sobre “esa muchacha desconocida pero que está viniendo” que podrá decir “ante el cielo vacío de todo Dios” (o mejor digamos de un Dios nuevo y mejor hecho) “Bello cielo, mírame que estoy cambiando”. Pero en esa metamorfosis estamos arrastrados todos y en la noche del 8 A, aún en el silencio y las lágrimas por la noticia sobre el triunfo del no, tal como describe Kafka a las sirenas en su relato “ellas, más hermosas que nunca desplegaban sus húmedas cabelleras al viento” y cualquiera sabía que las ideas de “derrota” y “caída” iban a ser brutalmente erróneas.
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estatizado · 6 years
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“No se va a caer, no se va a caer, el Catolicismo no se va a caer”
@AdrianLakerman @FernandoCasullo Arzobizpos de Culto - Carapachay.
Hola, amantes castos del Deuteronomio. En estos tiempos urgentes, repletos de avances sociales, queremos parar un poco la pelota. Y por pelota nos referimos al pensamiento ese de las degeneradas que nos pintan de violeta a las iglesias, claro. Es así, en la actual coyuntura elegimos la prudencia. Somos moderados, como nuestro Messi, el Monseñor Aguer. El feminismo nos gusta como jugador pero no como persona.  
Es la realidad que nos tocó y deberemos amoldarnos. Hoy el ultramontano está un poco en jaque. Es así chichipíos, hay que pelearla palmo en la batalla cultural. En esta actualidad tenebrosa de pecados y calusriveros, predicar la palabra del Señor se ha vuelto casi como si Van Helsing fuera a embadurnar de salsa provenzal a toda Transilvania.
Triste, el ultracatólico ya no cuenta con el sentido común a su favor. Ahora cada hostia que metemos, cada mistela que servimos, todo nos cuesta un perú, hay que remarla. Antes iba San Pablo y les mandaba unas cartas pedorras a los Corintios, y todo se empapaban el alma. Ahora nosotros tenemos al Papa Pancho metiendo un stand up brillante en el avión e igual nos llueven los ateísmos. Basta viejo, ¿a nosotros no nos dejan pasar una y a los pastores brasileros de la Iglesia Universal les festejan hasta cuando piden asado con hueso de oferta en el Coto?, ¿Al Catolicismo le ponen enfrente a Stephen Hawking y a los budistas le dejan hablar de Nirvana y está todo bien porque Richard Gere es budista? Eso es mala praxis, señores agnósticos.
Pero no nos han vencido. ¿Porque acaso el Catolicismo es una religión que metió un One Hit Wonder como la Biblia y luego se dedicó a descansar y torturar? ¡No! El Catolicismo es activo y en tiempos de incertidumbre siempre tiene eclecticismos para pelar. Así como en pleno déficit religioso de los 60 -tiempos de hippies y drogas- metimos una Teología de la Liberación y anduvimos bien, también cuando Reagan arrancó a matar comunistas con Rocky sacamos de la galera un Papa polaco neonazi y la rompimos. El nuestro es un culto con todos los climas. Hemos resistido al Liberalismo, al Marxismo, incluso al Dadaísmo, ¿vamos a asustarnos por unos millenials y sus emojis de cacona? Nunca. Tuvimos Inquisición, tendremos Focus Group. Como Arzobispos que somos, hemos renunciado al sexo y también a la paternidad. Pero lo hemos reemplazado con Dios y con nuestros monaguillos, en indistinto orden. Pero no por eso nos vamos a quedar afuera de este tremendo debate. Es hora de poner blanco sobre negro, de sacarnos las sotanas y decir lo que pensamos. Estamos en contra del aborto. Si, como lo leen. ¿Se imaginan a Dios, nuestro creador absoluto, abortando al hombre, abortando al mundo? El hombre puede tener ese debate porque Dios no lo abortó. Y aún más, ¿qué hubiera pasado si abortaba el Big Bang? El Big Bang se quedó embarazado del Universo siendo una joven masa y energía. Pero no se entregó, no renunció a su sueño, nos cuidó los no se cuantos milisegundos que estuvimos en su panza, y nos entregó en adopción a Dios, que a su vez nos legó a los dinosaurios, caracho.  
Hay hombres y mujeres que abortan porque ciertos médicos, que actúan como astrólogos, les dicen que el hijo tiene alguna anomalía genética, lo llaman “Aborto Eugenésico”. Y es momento de decirlo, estamos en contra. Imaginemos que la criatura tiene un problema grave como ser hincha de Racing, o querer ser sociólogo o algo mucho peor, ser admirador de Gerardo Rozín. ¿Es motivo ese para practicarse un aborto?
¿Y todo este tema de los derechos de los embriones? En esto queremos ser contundentes. Pero no podemos. Embrionia es un país muy lejano y seguro su cultura es distinta a la nuestra. Ni siquiera nos atrevemos a afirmar para qué lado giran los inodoros allí. Lo que sí sabemos es que hay vida desde la Concepción, del Uruguay, acaso una de las zonas más pródigas del país.
¡Señoritas! Son una contradicción tras otra. Andan con pañuelos verdes. El verde es el color de lo no-maduro, “esa banana está verde, señora. Mejor llévese esta”, el verde del “viejo verde”, del viejo que piropea, que hace chistes que relacionan la impuntualidad con el tamaño de los pechos. Se están apropiando del color del enemigo y eso no se hace. Encima de asesinas son ladronas.
Pero somos hombres de fe y de la buena, y queremos que nuestras hijas vuelvan a ser parte del rebaño, que vuelvan a ser hijas de la comunidad, fieles del catolicismo. Por eso hemos decidido que desde ahora nuestro servicio de los domingos no será más la misa, pasará a llamarse la Misaprostol. Hay que probar con todo.
Queremos cambiar, así que en las próximas pascuas no vamos a entregar huevos de pascua, eso ya fue (como dicen los chicos), vamos a entregar ovarios de chocolate. Y no vamos a ser tacaños, cada niño o niña podrá llevarse uno, dos, tres o varios (un poco de humor clerical jeje).
El Feminismo pide igualdad, pero nadie le pidió a María que se cuelgue en la cruz. Jesús no tuvo Instagram, tuvo Parábolas. Jesús no te daba el pescado, te daba la red social para pescar. Jesús no usaba Tínder, si no milagros. Jesús no te daba un pobre me gusta en Facebook, se Sacrificaba para salvarte. Y así seguiremos nosotros, muestra clara de un ideario que resiste con las armas del Neolítico en debates del siglo XXI. Aguante por eso. O debemos decir, Aguantx. Somos jodones.
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estatizado · 7 years
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Supermercados
“Cuán bendito eres tú, que puedes aficionarte al campo, Wroth! / Ya sea por elección, ya sea por destino, ya sea por ambas cosas; / Y, aunque tan próximo estás de la ciudad y la corte, / no te dejas teñir ni por el vicio ni por el juego” (Ben Jonson, “To Sir Robert Worth”)
Ayer irrumpió una anécdota infantil -decir “por azar del recuerdo” sería una tautología- que ahora, en retrospectiva, con lo que el presente le puede saber al pasado (que es muy poco) llamo “muy noventas”. Era chica, corrían los años menemistas y le pregunté a mi viejo "Pa, ¿por qué venimos a "Papático" que es tan feo?" ("Papático" era un supermercado viedmense venido a menos, caro y desabastecido en contraste con La Anónima, perteneciente a la familia del actual secretario de Comercio, los Braun). La respuesta de mi papá fue: "Porque el viejo Papático no aumentó nada durante la híper y hay que ser agradecido". Como es de suponer la extravagancia de abstracciones tales como “hiperinflación” o “agradecimiento por riesgo capitalista” escapaban a mi estrecha configuración cognitiva; en cambio era indudable el panorama deprimente de una góndola con dos tres Odolitos perdidos bajo la sombra, dado que el viejo Papático no tenía una iluminación adecuada para que rutilen sus mercancías.
A la distancia me conmueve, por supuesto, la quijotada comunitarista de mi viejo, Gustavo, quien ilustraba en su accionar guiado por principios la ya conocida destrucción de los valores tradicionales de “confianza”, “agradecimiento” y “ayuda” que suponen las fuerzas del capitalismo. La amistad al desconocido, los favores y el sacrificio complementan los rasgos de una subjetividad en riesgo de perderse y que no imagino sobreviviendo en una gran ciudad en la que la necesidad de otros modos de relaciones se haya impuesto.
El sólido y gris Papático se desvaneció, como era de esperarse, a los meses de este breve diálogo.
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estatizado · 7 years
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Derecho de admisión
“La gente guarda las distancias La gente comprende y dice: Es marica pero escribe bien Es marica pero es buen amigo”
(Pedro Lemebel)
Vivimos tiempos mejores en cuanto a la situación de los que se llevaron la peor parte en la gran repartija de identidades de género en el teatro del mundo. Matrimonio igualitario, presidenta mujer, “Ni una menos”; no quedó medio o discurso sin un eco de las discusiones que excitaron, todo acompañado de ciertas características del mercado y de una domesticación no contracultural de cierto feminismo. Fin de la Captatio benevolentiae. En este Locus amoenus de igualdad existe una práctica conocida: la actitud de ciertos personajes al frente de medios o espacios laborales (importantes o no) que ante las mujeres que producen discurso (militante, periodístico, literario, del que sea) o fuerza proletarea no pueden olvidar ni su cuerpo ni su sexualidad a la hora de hablar de trabajo. Se mezcla, de manera bastante turbia, un interés o desinterés por ese producto a partir de las cualidades físicas de quien lo produce, o sea, entra en el plano del intercambio cultural si quieren adornarle a esa chica la rosca de carne o no. Hace casi dos siglos Charlotte Brontë decía “Cuando escribe un hombre lo que se juzga es lo que está escrito, cuando escribe una mujer es a ella a quien se juzga”. Es como cuando a una piba le tiran una pelota para hacer jueguitos y un genio exclama “nada mal para una chica”, es inevitable la remisión al sujeto de la acción. Mutatis mutandis, en ciertos ámbitos (cada vez menos, seré optimista) estamos ante la misma cuestión. No se trata, de ninguna manera, de considerar que el interés intelectual no debe mezclarse con el sexual -Acibíades se quería empernar a Sócrates, además de admirarlo-; de ningún modo se propone aquí una suerte de higienización moral de las costumbres ni nada remotamente parecido -mi utopía está más cerca de Marcuse que del Papa Francisco-. Se trata de señalar dos problemas o, mejor, dos incomodidades: en primer lugar, no parece ser fungible entre los géneros esta cuestión de “debo usar mi sexualidad para conseguir una chance en el mundo de producción de los bienes simbólicos y/o materiales”, simplemente porque los que están en las mesas chicas de decisiones de este tipo son hombres o mujeres que no parecen cuestionar esta lógica de funcionamiento. En segundo lugar, una cuestión vinculada al propio proceso de creación; cuando se crea algo (un post pedorro de redes, un discurso militante, periodístico, literario, una obra de arte, lo que sea) todo individuo tiene la necesidad de saber si eso tiene algún valor ante algún otro. Publicamos para no seguir eternamente escribiendo borradores decía Borges, pero también para saber si eso vale la pena, si realmente está bien hecho. Para aquellos especialmente ocupados en la obsesión modernista por la obra y no por la expresión de una interioridad personal esto es clave, es decisivo y vital, como lo sabe cualquiera que se toma el juego del arte y la cultura demasiado en serio. Bueno, al parecer a veces si sos mujer esa posibilidad, deseo y necesidad de la afirmación o rechazo del discurso por el discurso no es posible, por estar en un cuerpo que importa, que no se soslaya (el epígrafe de Lemebel sirve para recordar que no sólo puede suceder con las mujeres, también con toda sexualidad disidente y las clases subalternas). Como se verá acá estamos en el plano en el que el lector busca y ancla en sus propias experiencias personales o no porque simplemente nunca atravesó cuestiones de este estilo, y la comprensión, empatía o acuerdo es indiscernible de esos fragmentos de vida. La consigna problemática pero potente de “lo personal es político” trae esa dimensión: debemos hablar de nuestra vida “privada”, de nuestras estructuras estructurantes de percepción, de cómo hasta lo más íntimo aparece en gran parte determinado. Es incordioso, molesto, suena a imprecación, a insolencia irrespetuosa, ¿pero de qué otro modo hablar de estas cuestiones?. Que quede claro, acá se habla de situaciones sociales-históricas que poco tienen que ver con la “bondad” o “maldad” de los individuos. Los iconoclastas en contra de la famosa “victimización” de las minorías parecen olvidar -por ser generosos- que estamos en sociedades de dominación en las que la masculina es una de ellas, y que debemos salir del individuo como causa un segundo para pensar estas cosas; ¿qué es lo contrario a la “victimización”? ¿hacer como si las particiones de lo real no existiesen? ¿jugar el juego de lo dado porque habría alguna suerte de lugar natural o deseable para los géneros que no debería problematizarse? ¿Son éstas las mismas personas que acusan al feminismo de neoliberal, mientras replican uno de los principios de ese ideario, a saber, hay un sujeto que puede pensarse desprendido de dominaciones?. Quiénes hablan y quienes no, cómo se escucha, valora y jerarquiza esa voz, quienes deciden y quiénes no, quiénes tienen acceso y quienes no, aún al detalle en cada ámbito social -escuela, redes sociales, medios, trabajo, hogar-. El poder, de eso hay que hablar, todo el resto que lo niega es literatura, y mala. Por otro lado, y hay que aclararlo, a mi no me importa si una chica se banca boludeos de conductores y editores para publicar, si se acuesta con un productor o dueño de televisión, con un machista o con una torrrrtuga, lo que sea que incremente sus potencias de creación. En definitiva, gran parte del feminismo se jugó así, con negociaciones ante los límites fijados, con ejercicios de presiones a través de “tretas del débil”; Sor Juana Inés de la Cruz como claro ejemplo escribió un soneto que comienza con “¿En perseguirme, mundo, qué interesas?”. Pero además de las tretas y estrategias individuales, existe la salida política de pensar en conjunto y objetivar situaciones a priori para criticar y operar sobre sus injusticias. Y acá el camino, creo, es sí o sí con todo lo que ha sido apartado del mundo social a causa de la dominación masculina y el dualismo de género, con el fin de crear nuevas formas de vida, de relaciones y amistades en la sociedad, en el arte y la cultura. “No solamente tenemos que defendernos a nosotros mismos, o afirmarnos como una identidad, sino como una fuerza creativa.”
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La dictadura del SIDA
por @NicoteraPablo
El 23 de enero de 2015 falleció el escritor chileno Pedro Lemebel y a dos años de su partida le quito el polvo a un viejo texto que intenta una lectura de las crónicas reunidas en loco Afán. ¿Homenaje? ¿Recordatorio?... Como les guste.
En un recorrido por las páginas de Loco Afán. Crónicas de Sidario no es complejo advertir la intencionalidad política que pernea, en varios aspectos, las crónicas de Pedro Lemebel. Uno de esos aspectos evidenciados en el texto es la homologación entre la dictadura militar y el flagelo del SIDA: una equiparación entre el gobierno de facto de Augusto Pinochet y la enfermedad, que a su vez plantea un segunda analogía que deriva de la anterior, que es la que se lee entre represión a la “subversión” política y el acto sexual como represión a la subversión travesti.
Luego de la segunda guerra mundial los Estados Unidos comenzaron a ejercer el control de las Fuerzas Armadas en Latinoamérica a través del TRIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) fundado en 1947. Este tratado obligaba a los ejércitos a subordinarse a la estrategia militar global norteamericana, lo cual se veía reforzado por los convenios de asistencia militar, que incluían la venta de armas y el entrenamiento de oficiales y suboficiales en la Escuela de las Américas (donde posteriormente recibieron entrenamiento Augusto Pinochet y Jorge Videla, entre otros) la cual funcionó por varias décadas, junto con el sistema interamericano de defensa y el Comando Sur, en Panamá. La ideología del sistema de dominación militar de América Latina se denominó “Doctrina de Seguridad Nacional” y postulaba la “guerra total y permanente contra el comunismo (Arellana 2004).  Esta doctrina identifica al enemigo interno dentro de cada país y en la lista de estos enemigos se encuentran los partidos comunistas y movimientos de izquierda, guerrillas y organizaciones antiimperialistas. Esta doctrina fue la que sistemáticamente aplicaron las dictaduras militares latinoamericanas de los años 60 y 70. Al darse a conocer los archivos secretos de la CIA, se confirma la intervención abierta de ésta y el gobierno de los Estados Unidos en Chile: “En ellos se revela que el 15 de Septiembre de 1970 el presidente Richard Nixon citó a su oficina en la Casa Blanca a sus principales asesores, Henry Kissinger entre ellos, y les dijo: ‘Estados Unidos no puede aceptar el gobierno socialista de Allende.’” (Ibíd).  Por órdenes de Nixon la CIA creó un grupo especial de agentes que se denominó Task Force, el cual estaba al mando de Thomas Karamessiness, quien debía realizar una serie de acciones para derribar al presidente Allende. Se implementó el plan Track II, cuyo objetivo era crear todas las condiciones para un golpe de estado, con el cual el comandante René Scheider, jefe del ejército, no estaba de acuerdo (Ospina 2004). El 26 de Octubre de 1972 algunos de los colaboradores en dicho plan, secuestraron a Scheider y lo asesinaron con las mismas armas que suministró la CIA, de acuerdo con la enmienda de la misma agencia hecha al senado de Estados Unidos, publicada en Abril de 1975. “Según el senado de los Estados Unidos, la CIA decidió apoyar y diseñar el asesinato del general Scheider con la intención de abrir camino para un golpe.” (Arellana 2004). En el informe Hinchey, del 18 de Septiembre de 2000, se certifica cuál era el interés estratégico que tuvo el gobierno de los Estados Unidos para tomar parte en el proceso político de Chile. De la misma forma que las dictaduras llegan a Latinoamérica (y particularmente a Chile) como una forma de dominación estadounidense, en las crónicas de Loco Afán, el Sida es importado, llega desde los Estados Unidos como una forma de colonización. Ya desde los epígrafes puede articularse esta lectura: “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización por el contagio.” (Lemebel 1997).  Pero no solo en el epígrafe puede advertirse esta procedencia extranjera de la enfermedad, sino que en las crónicas se reconoce como uno de los contagiados “se compró la epidemia en Nueva York (...)”. Más adelante puede leerse, refiriéndose al modelo gay llegado del norte:
En ese Apolo, en su imberbe mármol, venía cobijado el síndrome de inmunodeficiencia, como si fuera un viajante, un turista que llegó a Chile de paso, y el vino dulce de nuestra sangre lo hizo quedarse.
Entonces, de la misma forma que la dictadura, el Sida llega proveniente de Estados Unidos como otra dictadura destinada a apalear la subversión travesti. Además, la procedencia yanky de la enfermedad subvierte la teoría xenófoba que afirma que el Sida vino del tercer mundo, particularmente de África, a enfermar a la ciudadanía estadounidense. Según Lucía Guerra Cunningham en las ceremonias rituales del acto de fundación de las ciudades latinoamericanas, el conquistador arrancaba unos puñados de hierba, daba golpes en la tierra con su espada y finalmente, si hubiese alguien que se opusiera a la fundación, el conquistador lo retaba a duelo. Luego se procedía a colocar la primera piedra de las instituciones: la iglesia, el cabildo, la justicia y el regimiento alrededor de la plaza, en cuyo centro se clavaba la picota, columna de madera o piedra donde se exponían las cabezas de los ajusticiados o se ataba a los delincuentes para recibir en público sus castigos. Según los estudios de Quiroz, aclara Cunningham, este elemento no era solo un elemento representativo de la autoridad, sino que tenía connotaciones fálicas. Con esto, la voluntad de poder del conquistador corresponde a un impulso falogocéntrico que, a través de la devaluación del resto, se impone como sujeto. En el caso de Santiago de Chile, continúa Cunningham, la supremacía falogocéntrica obedece a los propósitos de su fundador, Pedro de Valdivia: “El proyecto de Valdivia (...) fue, entre otras cosas, la implementación de una ideología falogocéntrica que hizo de las ciudades que fundara un espacio del padre (...), en el cual la mujer, en su posición de suplemento, se relegó a la otredad de la maternidad, la pasividad y la sumisión” (Cunningham 2000: 75). De la misma forma que el marxismo subvierte la ideología neoliberal de las dictaduras, el travesti subvierte la idea de falogocentrismo. Si la mujer, en estas sociedades, está relegada a la crianza de los hijos y a la sumisión y el hombre debe ocupar el espacio central de la vida política y social, el travesti ocuparía el no-lugar. No hay, en una sociedad asentada sobre estas bases, un lugar para el travesti. Como mujer, está imposibilitado, genital y reproductivamente, para ser madre, y como hombre, es imposible que ocupe el lugar de éste debido a su apariencia. El travesti no sería ni hombre, ni mujer: “Casi masculina, si no fuera por la costura del jean´s hundida en el tajo azulado. De no ser por el planchado y ese color soft a detergente” (Lemebel 1997). Entonces el travestismo, al igual que la “subversión” política para la dictadura, es una militancia sexual subversiva, es una actitud que desdice, que desarticula, las bases mismas de la fundación de la ciudad. Esta subversión no es combatida con la dictadura militar, no es abatida y asesinada por soldados, sino que para ella existe otra dictadura, la dictadura del Sida: “Quizás, había demasiadas locas de derecha que apoyaban el régimen, tal vez su hedor a cadáver era amortiguado por el perfume francés de los maricas del barrio alto. Pero aun así, el tufo mortuorio de la dictadura fue un adelanto del SIDA, que hizo su estreno a comienzos de los ochenta” (Ibíd). Por otra parte, como señala Andrea Ostrov, la figura del travesti es una figura subversiva en sí misma, ya que no mantiene la coherencia entre género, sexo y objeto de deseo (Ostrov 2003). Otro de los elementos que actúa para la analogía entre Sida y dictadura es esa pila de muertos que ambos, dictadura y Sida, dejan a su paso. Por un lado, los muertos de la dictadura: “(...) irradiando de fresas estivales el crudo invierno dictatorial, que en la periferia arrumbaba cadáveres sin maquillaje” (Lemebel 1997). Por su parte, también están los cuerpos muertos por el sida: “Y antes de cerrar los ojos, pudo verse tan joven, casi una doncella sonrojada empinando la copa y un puñado de huesos en aquel verano del 73” (Ibíd.). Esa pila de huesos, así como representa a los cadáveres dejados por el Sida, es, a la vez, la imagen de los cadáveres de la dictadura.
Como si el huesario velado, erguido aun en medio de la mesa, fuera el altar de un devenir futuro, un pronóstico, un horóscopo anual que pestañaba lágrimas negras en la cera de las velas, a punto de apagarse, de extinguir la última chispa socialista en la banderita de papel que coronaba la escena.
Tanto dictadura como enfermedad dejan a su paso una pila de huesos, unos cadáveres que forman una pirámide. Esa pila de huesos se erige como el lugar donde confluyen dictadura y VIH, es la imagen que articula los dos imaginarios de los elementos homologados: dictadura y sida. Dentro de esta analogía entre dictadura y enfermedad puede leerse otra homologación que se da en el plano de acción de los elementos anteriormente equiparados. Si la dictadura combate la subversión política a través de la represión, el Sida hace lo propio a través del acto sexual y así, dentro de la homologación entre dictadura y enfermedad aparece la de represión y el sexo:
Eran camionadas de hombres que descargaban su pólvora hirviendo en el palacio de aluminios El Mono. Noche a noche había derrame para todos (...) A toda hora, a media noche, al alba, cuando el toque de queda era una campana de vidrios sobre la ciudad, cuando algún grito trizaba esa campana y llovían balas sobre los habitantes. Cuando ese mismo grito empañaba el cristal de sangre. Solamente la luz del cuarto piso, era un faro para las patrullas cansadas de apalear gente en el tamboreo de la represión.
Exacerbando esta segunda analogía, aparece la incapacidad de ver, debido a su conciencia, tanto las matanzas de la represión, como el acto sexual, por parte de un soldado: “El Sergio se dejó lamer el oído para no escuchar los timbales de pólvora.”, “Como si no quisiera ver, como si quisiera tapar con humo la capilla Sixtina de la sodomía” (Ibíd). El último de los puntos que permite una lectura de esta homologación entre represión y acto sexual es la confusión, la mezcla entre el uniforme y elementos del soldado represor y las pertenencias de los travestis, confundidos luego del acto sexual:
Buscando las partes del uniforme, las camisas y pantalones de camuflaje confundidos con los tacoaltos y pantis, el fusil coronado por una peluca sucia.
Entonces, en el caso de la dictadura, los encargados de impartir la muerte, la represión, son los soldados, en el caso del Sida, los encargados de repartir la muerte, su propia represión, son los mismo travestis a través del sexo. La puesta en común entre dictadura militar y enfermedad es una forma de politizar el Sida y a la vez, es la forma en que Pedro Lemebel trata al gobierno de facto como una enfermedad, una enfermedad importada directamente desde los Estados Unidos, que coloniza con la represión y a la vez un HIV político que coloniza por el contagio.
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Un canto de amor
“A mí, pues. me enseñaron a amar en la cárcel. ¿Qué vale comparado con esto, la tristeza del bosque de Boulogne? ¿Qué vale comparado con esto, los suspiros ante un paisaje de mar?” (Maïacovski)
Son extraños los tonos del amor
Su primer amor y modelo a seguir fue un hombre criminal. Aquella vez, él atravesó la puerta con su esposa, alto, rubio, ojos prístinos, todos los clisés del caso. Ella lo vió y lo saludó exultante; “¡padrino!”, y luego del abrazo desesperado en puntas de pie corrió a su habitación para vestirse igual que él: pantalones verdes y camisa abierta. Años pasaron y en una de las tantas salidas sucedió lo que luego ha de ser el comentario velado, largo, doliente: un gatillo nervioso, un comerciante alcanzado, una respiración que cesaba, la caza de la oveja negra, el nombre manchado. Llantos, abogados; la familia es una colectivización de culpas y responsabilidades. Durante su niñez se enteraba mediante metonimias, retazos, charlas de teléfono entrecortadas, llantos disimulados. Mucho tiempo después, cuando aprendió a disparar, no pudo olvidar el suceso trágico. En las armas de fuego el contraste entre el gasto propio y el gasto ajeno es escandaloso, infinito: un deslizamiento de falange contra la negación de todo movimiento. Cuando se le dispara a un cerdo el brazo sufre una violencia breve que lo retrae y los ojos se cierran. Al abrirse de nuevo se ve al animal con espasmos nerviosos y un punto rojo en la cabeza, tirado. Debe ser sujetado entre dos y rápidamente hay que acercar un balde con sal y atravesar su garganta con un cuchillo, para usar la sangre. En invierno emana un vapor casi imperceptible. Hay que revolver para que no coagule, despacio para no mancharse porque cuando la sangre se seca no sale. Las pupilas detenidas como un reloj sin cuerda. La calma después del disparo. Las próximas escenas fueron las visitas: la primera vez, a los 13 años, en la la unidad n°4 de bahía blanca . Hacía calor y la requisa fue en un cubículo nervioso de cemento. Los intercambios eran órdenes cuya respuesta eran movimientos. Sacate las sandalias, la próxima no vengas con sandalias, date vuelta, la bombacha, más abajo. Agachate, abrite. despacio para no mancharse porque cuando la sangre se seca no sale. Primero se vio a ella misma desde afuera, desnuda por primera vez, con una mujer policía atrás que le inspeccionaba el ojo del culo porque -y esto fue una verdadera revelación- allí podrían introducirse cosas para meter en la unidad.  Y al mismo tiempo vio desde su propio centro, así, agachada, un haz de luz ínfimo que, intruso, irrumpía desde una grieta desconocida y en su centro bailaban lentamente miles de partículas iluminadas que realizaban una danza tranquila por momentos y espasmódica por otros, como si quisieran fugarse de la luz de repente, no ser vistas ni percibidas. La mirilla sospechosa observada, las órdenes breves derretidas en el cubículo de cemento, resonancia lánguida en las paredes, aturdimiento leve y manejable. Cuando la primera experiencia sexual terminó se dirigió con su familia hacia los patios abiertos, en los que familiares de convictos extendían alimentos apurados. Notaba en el aire el sentimiento de su familia: nosotros no pertenecemos acá, una familia trabajadora, la oveja negra, la humillación de haberse desnudado, el maltrato policial. Rodearon al visitado, ella lo miraba con la extraña admiración de antaño, las anécdotas excitadas eran de golpes recibidos, pérdidas de dientes, quebraduras. Sentía pena, conmiseración y admiración por la bravía. Su padre escondió la cara cuando el padrino se fue. Cuando me dicen que barra el lavadero tengo que tener cuidado correr las armas despacio que no me apunten, me da miedo cuando apuntan las corro y acomodo rápido, de nuevo en su lugar. El segundo espacio de encuentros fue el penal de Olmos. Llegaba con un colectivo rojo a una zona despoblada, y tomaba un camino que a sus costados tenía casas muy grandes y cuidadas. Casi al llegar se visualizaban unos huertos y criaderos de conejos para los presos. Luego de una requisa más liviana que la de aquella vez atravesó el pasillo y sus numerosas puertas como una vaca determinada a través de cepos puntuales. Allí había más comodidad, un compañero de celda respetuoso y notable. Lo veía sin ese halo de admiración temprana, veía soledad, autodestrucción irreversible, nostalgia y la desesperación sin grito. Las pupilas detenidas como un reloj sin cuerda. La sangre seca. Estudiaba, cuidaba conejos, estaba esperando la liberación con el talante bovino de quien espera la apertura de la tranquera para pastar. Ella dejaba los consabidos paquetes de cigarrillos y hacía lo posible por aceitar sus patéticos e infructuosos envites de locuacidad. Ya afuera, lo último que supo es que él se accidentó gravemente con una moto. Lo recibió como una noticia de un país extranjero. Son extraños los tonos del amor.
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Las Parábolas de los Arzobispos: The E-True Jerusalem Story
¿Cómo están, queridos amantes de la programación de Discovery Home and Healt? Nosotros, los ya míticos Arzobispos Lakerman y Casullo, ansiosos por comenzar un nuevo año de lucha por la genuflexión de la mayoría silenciosa. Deseamos con frenesí casi epiléptico que nos acompañen en las nuevas reflexiones de este año, el del Jubileo Vegano del Quinto Metatarsano Fisurado tomate un Dioxaflex cada ocho horas. Vengan, súmense, cópense como dicen los chicos ahora. Tenemos tenedor libre de incienso, canilla libre de mistela, codificado libre de Vaticano TV. Esta vez, y para iniciar la temporada anual de espiritualidad, queremos referirnos acaso a la semana más conocida para la grey católica: la Santa. En efecto, nos acercamos a la conmemoración del Calvario, la Muerte y la Resurrección de Jesús, el momento donde los que abrazamos la fe cristiana nos sentimos en una película de Quentin Tarantino. Siete días donde todo es roscas, huevos y conejos: acaso la peor pesadilla de Glenn Close. Pero, atención amigos, hay que profundizar en el núcleo sacro del asunto, no todo es comer empanada gallega y armar barcos piratas de los Kinder. Si algo nos enseñó Mel Gibson, con ese hemograma visual que fue la Pasión de Cristo, es que este feriado nacional trata mucho más que de paella barata y bacalao descongelado. Corta la hostia. Entonces, para ahondar en un fecundo terreno de dogmas y censuras es que hay que recurrir una vez más a nuestras Parábolas. Y hoy traemos a colación la que es acaso la historia más comprometedora de contar. Un relato que tiene poco de simbólico y mucho de concreto. Hoy ponemos a consideración del lector un verdadero Expediente X de la Iglesia: The E-True Jerusalem Story. La verdadera historia de Jesús que nadie nos contó. Cual Pignas de la Judea, hoy ponemos al alcance de ustedes una serie de episodios truculentos de la vida del hijo de Dios. Pasen y esnifen con gusto, no sean tímidos.  
Jesús, el deportista Una historia que muy pocos saben es la de que el joven Jesús fue un excelente deportista. Por caso, el nacido en Galilea fue un gran tenista. El tenis en ese entonces no era lo que es hoy, no había, por ejemplo, Ojo de halcón (entrenados antiguamente por fenicios, los halcones de Palestina eran bravos y muy reacios a quedarse tuertos). La red era la misma con la que con Juan y Pedro pescaban al lado de la barca y las raquetas eran de madera hechas por el padre de nuestro protagonista. Pero Jesús no aprendió solo, tuvo un instructor al que le decían el Mago Curia, quien  le contó muchísimos trucos como por ejemplo el de tirar la pelota y esconder la mano con la raqueta para despistar al rival. “Se juega como se vive” decía el Mago Curia y así lo tomó Jesús. Pero el tenis no fue el único deporte que practicó, también curtió el fútbol, pero no era muy bueno. Era un futbolista mezquino, conservador, el famoso defensor que se colgaba del travesaño y si había que clavarse en el palo para tapar el córner lo hacía. Igualmente el futbol no era lo suyo, sus compañeros mucho no lo querían en su equipo y siempre que hacían pan y queso, él era el último en ser elegido. Eso marca a cualquier chico, y tanto lo marcó que durante toda su vida luchó por ser el elegido. Y cada vez que le hablaban de pan y queso, multiplicaba los panes, cuestión de aprovechar la abundancia para superar el trauma. También fue muy rechazado Jesús en los grupos de pesca deportiva de ese momento. Los cultores del fly fishing de entonces no soportaban que cada vez que querían ponerse a buscar un buen esturión asiático, Jesús se empecinaba en sacarles sus pescados y, en cambio, enseñarles a pescar. Un moplo. Finalmente y para no aburrir al lector, vamos a evitarnos contarle lo poco efectivo que fue Jesús practicando boxeo y lucha grecorromana. Cada vez que arrancaban los rounds se encargaba de ofrecerle la otra mejilla al rival y cobraba como macrista en Télam. Todo muy sucio, todo muy gore, todo muy chanchote, como decían los niños tracios de antaño.  
Jesús, el humorista Una de los secretos mejores guardados de Jesús de Nazaret era su glorioso y divino sentido del humor. Así es, era dueño de una acidez e ironía única. Manejaba el humor negro como pocos y en su círculo íntimo le decían “Jesús, el Jorge Corona de espinas”. Su camellito de batalla era “Entra María Magdalena a la iglesia en blusa y el cura le prohíbe entrar así. María Magdalena le dice que para entrar ella tiene el derecho divino y el cura le responde que tiene el derecho divino y el izquierdo también pero que no la puede dejar entrar igualmente”. También contaba otro medio verde que más o menos versaba así “Sabés cómo hace el amor Dios, María? Con la mano en el hombro”. Y también tiraba uno un poco más autobiográfico “María, dice el doctor que no te vamos a poner peridural porque el padre parece que dejo indicado el parto con dolor”. En fin, un jodón, un tipo que hasta en la Cruz siguió haciendo de las suyas cuando dijo esas famosas palabras de “A mi me habrán clavado todo, pero más entero que Tupac Amarú quedé, forros”.
Jesús, el Fashion ¿Quién fue el primer hipster de la historia? La respuesta es obvia: Jesús de Nazaret. Se vestía con una túnica larga con mangas y sin costuras, un cinturón sin cuyo concurso la túnica se hacía molesta, sandalias y un turbante. El Lisandro Aristimuño del Mundo Antiguo. La túnica era la vestimenta más común en esa época, pero Jesús le implementó el uso del cinturón para ceñir su figura. Lo hacía ver más delgado y seguro de sí mismo. Pero el cinturón de Jesús no era solo una cuestión estética, también le daba un uso práctico: Sujetar un cuchillo o atarle la faltriquera (bolsa pequeña para guardar elementos, monedas, la SUBE, etc). Casi que podría afirmarse que Jesús inventó la riñonera, elemento de moda que tiene un éxito arrollador dentro de la iglesia en la actualidad (y que, en un terreno más laico, idolatran los profesores de Educación Física). A su vez, sin ponernos colorados podemos afirmar que Jesús tuvo un protagonismo central en el desarrollo de las crocs con medias. El calzado nacional de Palestina eran las sandalias, pero Jesús usaba unas especiales, resistente a cualquier suelo: Arena, piedras y agua. Un Ricky Sarkany Superstar. Y por último, cómo olvidarse, el turbante: Cristo era un fanático del turbante, los coleccionaba, para cada cumpleaños pedía de regalo más y más turbantes. Marcó así una senda que luego seguirían tantos otros párrocos, en Boston sin ir más lejos.
Jesús el Peronista Su estética descuidada -harapiento, barbudo- y su impronta ideológica -perseguido por la oligarquía, defensor de lo humildes y de los intereses nacionales- lo han marcado siempre como peronista. Esta es una teoría a la que adherimos. Repasemos: por ejemplo, Jesús se hizo conocido por su romance con una mujerzuela, así como lo hizo el ex presidente argentino. Y después está la historia de la multiplicación de los panes y los peces, que nos habla ya en ese entonces de la famosa dádiva. Ese día no se produjo un milagro, se produjo un Plan Quinquenal. Jesús no murió por nosotros, murió para que en el futuro existan los feriados. Feriados que luego las personas aprovecharían para cargar sus Renault 12 con canastas con sanguches para tomarse unos días en la costa argentina. También fue Jesús el inventor de la famosa frase “Vamos a volver”, resucitando al tercer día de muerto. Porque se sabe que solo se puede resucitar luego de haber estado muerto. En fin, nada nuevo bajo el cielo de un pueblo que, se sabe, se animó a realizar un éxodo de décadas en el desierto movidos por el Colectivo y el Maná.
Jesús, el cagón Hemos dejado para el final un breviario que nos narra sobre una verdad que pide a gritos ser revelada. Contrariamente a lo que nos ha dicho durante años, Jesús no quería ser enviado a sacrificarse por nosotros. En efecto, amigos. sí como la historia afirma que los MIDACHI del espacio, ‎Neil Armstrong, ‎Buzz Aldrin y Michael Collins llegaron a la luna por primera vez en 1969, pero todos sabemos que eso fue una puesta en escena manipulada por la NASA, la historia de cristo y su crucifixión también lo fue... ...Volvamos al siglo I. En ese entonces Dios necesitaba inventar la religión católica, dado que veía sus principios medio pinchados y a los paganos disfrutando orgías potentes repletas de enanos, camellos y almácigos. Dios estaba preocupado, y con razón, se sabe que el pagano por propia tradición politeísta era medio swinger y apenas te descuidabas ya estaba monitoreando la flauta de los sátiros. Había que actuar y rápido. Entonces el Altísimo envió a su propio hijo para que muriera en la Cruz y con su sacrificio nos salvara a todos. Pero Jesús nunca estuvo convencido de tal encargo. Desde el vamos, a la hora de enfrentarse a su destino, le preguntó al padre qué Plan de Osde tenían. Y cuenta la leyenda que en el momento que estaban por hacerle cargar la Cruz de su Calvario pidió el cambió. “Me tiró”, dicen que le escucharon decir. “No lo vi venir a Judas, jugó por el 225”, “Pilatos, bufarra, Barrabás, tiraste gas, abandonaste”. Narra la historia que en el mismísimo momento de la Resurrección, Jesús le gritó a Jehová, “Ahorá me sacás del partido, que la estoy rompiendo toda”. En fin, un Jesús humano que, así visto, nos genera empatía. Un Jesús Tiki Tiki. Un Jesús Gato.    
Y esto es todo amigos. Luego de esta revisión por la historia secreta de Cristo, nos despedimos hasta otra ocasión, con la fe beata empapándonos la médula espinal. Y les deseamos, cómo no hacerlo, unas Felices Pascuas, las parábolas están en orden.
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Sobre invasores chilenos
por Guido (@guido__ce)
Cada tanto hay algún conflicto vinculado con comunidades mapuche y emergen al respecto determinados discursos que se presentan como la “verdad” frente a ideas que serían resultado de no sé qué efluvios jipis que harían estragos en las grandes ciudades. Estos discursos, sin embargo, suelen ser resúmenes de manual de una historiografía vetusta, que ha sido superada por los especialistas hace más de 30 años. Aunque no se nos escapa que en estos no-debates (porque no son planteados como tales, sino como iluminación frente a párvulos equivocados) se esconden otras cuestiones que exceden las puntualizaciones históricas de marras -invariablemente erradas-, proponemos centrarnos solo en algunas afirmaciones. El destino del contestador de bolazos es utilizar caracteres a razón de 200 a 1 (por tirar un número), y por esta vez asumiremos brevemente ese rol a la que gente más paciente y dedicada dedica una energía y fe que no podemos más que admirar.  
La afirmación a la que hacemos referencia, lo suficientemente repetida y enraizada en los sentidos comunes como para permitirnos parafrasearla sin citar fuente alguna sostiene que “los mapuches no son originarios porque su origen es chileno e invadieron la Argentina en el siglo XIX matando a nuestros tehuelches que eran los verdaderos pueblos originarios”. Ciertamente no agota el tema, pero hoy nos limitaremos a ella, para no aburrir a nadie. Esta afirmación tiene problemas conceptuales y empíricos, empecemos por los primeros. Tendemos a pensar los grupos humanos a partir de una analogía con nuestro grupo identitario por excelencia -aunque por cierto no el único- que es, por supuesto, la nación. Dicho de otro modo, pensamos a los grupos humanos con las características que suponemos tiene nuestro propio grupo. Estas son, salteando largas discusiones, básicamente tres: una nación es, para la mayoría de las personas del mundo que han nacido en esta era, un pueblo con una cultura compartida y más o menos homogénea, un territorio continuo y con límites claramente delimitados donde este pueblo vive y algún tipo de estructura organizativa capaz de ejercer su dominio sobre dicho territorio de modo exclusivo. Poco importa que en los hechos esas condiciones no se cumplan de modo estricto en un caso particular -o que, incluso, no se cumplan en la mayoría de los estados-nación realmente existentes-, el caso es que cuando pensamos en una nación pensamos en eso y, a la hora de pensar en grupos humanos del pasado los etnólogos y los historiadores no siempre han esquivado el impulso natural, a la hora de pensar en otros pueblos, de buscar en elllos cultura, estado y territorio o sus equivalentes. Pero este modo de organizar a las personas en el mundo, además de ser más un ideal que una buena descripción, es bastante reciente. Apenas un par de siglos, quizás algo más en algunos estados puntuales y algo menos en otros. El modo de articular los elementos que mencionamos ha sido muy diferente, no ya en pueblos lejanos y exóticos sino en la propia Europa y su extensión colonial americana. En el caso al que nos estamos refiriendo aquí, los indios al sur del dominio español y luego republicano en lo que luego sería Chile y Argentina, no los encontraremos ordenados del mismo modo que los vemos en nuestra representación -insistimos: ideal- de un estado-nación. Su estructura política, si bien los detalles más precisos son objeto de discusión entre los especialistas, era fundamentalmente descentralizada. Se la ha descripto como segmental -formada por segmentos equivalentes sujetos a procesos de fusión y fisión de los que derivan nuevos segmentos- o como alguna forma de jefatura levemente más jerarquizada que en la definición anterior. Como sea, no cabe duda de que no había ningún tipo de estructura única capaz de articular el dominio sobre un territorio tan vasto. La organización política se articulaba alrededor del parentesco en torno a diversos liderazgos cuyo dominio sobre su grupo estaba sujeto a límites bastante importantes. Aunque en distintos momentos de la larga interacción entre indios y cristianos hubo liderazgos muy poderosos, a ambos lados de los Andes, ninguno logró unificar una coalición lo suficientemente amplia como para ejercer un verdadero dominio, capaz de homologarse al de un estado. El territorio o, mejor dicho, la territorialidad -el uso humano del territorio mediado por como éste es concebido- tampoco resultaba idéntico al de un estado-nación. La territorialidad indígena, la apropiación de porciones de la tierra por diferentes grupos, era discontinua y, en algunos casos, compartida. Las redes políticas y parentales que articulaban la sociedad indígena controlaban -o intentaban hacerlo compitiendo con otros- espacios estratégicos a veces muy distantes entre sí y de su propio núcleo más relevante. Algunos de estos lugares -sitios con algún recurso particular, caminos, boquetes cordilleranos- eran utilizados por diferentes grupos y otros eran retenidos en exclusividad por algunos. Con estos dos elementos -el carácter más bien “rizómatico” de la sociedad indígena, la territorialidad derivada más cercana a nodos y grafos que a la cartografía euclidiana de la territorialidad nacional- ya parece difícil hablar de una invasión de “a” a “b”. En el peor de los casos, se trataría de un segmento (nunca “los mapuches”) que se expandiera a costa de otro. Hacia mediados del siglo XIX las pampas, el norte patagónico y la Araucanía poseían sin duda algo que podríamos llamar una “cultura compartida”. Los diferentes grupos indígenas allí presentes hablaban mayoritariamente la misma lengua, utilizaban las mismas normas para regular la resolución de sus conflictos y atribuían valor a los mismos objetos y prácticas. En los términos de la etnología tradicional, la “araucanización” de las pampas había llegado a su fin. Dicho proceso, sin embargo, no parece haber sido resultado de una invasión concreta y una guerra de exterminio sino de un largo período de cambios y transformaciones al interior de las sociedades indígenas en parte determinadas por la interacción con los españoles. El comercio entre la Araucanía y las pampas probablemente haya sido previo a la llegada de los españoles pero es indudable que incrementó su dinamismo como resultado de la incorporación del caballo. Con las facilidades de este nuevo medio de transporte, las redes comerciales preexistentes se expandieron a partir del siglo XVI, al tiempo que la incorporación de bienes que los grupos indígenas no producían y su intercambio en las fronteras cristianas por sal, textiles y ganado proveniente de las tolderías, produjeron grandes transformaciones al interior de la sociedad indígena. Algunos grupos se especializaron en algún aspecto de los nuevos circuitos económicos, como la invernada de ganado, la extracción de sal o la producción de textiles. La acumulación de riquezas, a su vez, permitió la emergencia de importantes liderazgos así como fuertes disputas y guerras que se sumaron a las violentas confrontaciones que, en Chile, implicaron la llegada de los españoles. La actual llanura bonaerense, en ese marco, se convirtió en productora de ganado una vez que éste se multiplicó luego de los primeros asentamientos españoles. Dicho ganado circulaba hacia la Araucanía, y de allí a los mercados coloniales o era comerciado en otros puntos del Río de la Plata.  Su presunto agotamiento, en el siglo XVIII, ha sido señalado tradicionalmente como el origen de los saqueos a las estancias bonaerenses (malones). El agotamiento del ganado cimarrón en ese siglo y la explicación unilineal de la conflictividad a partir de ello ha sido recientemente puesto en duda, pero lo que nos interesa resaltar es el cuadro étnico en ese contexto ya que es ésta la etapa en la que se sostiene que habría habido una suerte de reemplazo de “tehuelches” por “mapuches”. El uso de fuentes históricas casi exclusivamente cristianas implica complejidades particulares a la hora de atribuir un rótulo a un grupo. Muchos “etnónimos” (palabreja horrible que remite al nombre atribuido a un grupo étnico) expresan en realidad el nombre con que se llamó a un grupo de gente en determinado momento sin por ello remitir a un pueblo autorreconocido como tal. Así, pampa aparece en la fuentes del siglo XVII y XVIII en referencia a los grupos más inmediatos del sur de Buenos Aires, de Córdoba y de Mendoza si bien estos no tenían necesariamente relación entre sí. En algún caso, un grupo que había sido llamado de otro modo “se convertía” en pampa en las fuentes a partir de cambiar su ubicación. En el siglo XIX, los pampas bonaerenses serán fundamentalmente aquellos instalados en el lado cristiano de la frontera como parte de acuerdos con el gobierno, a veces definidos en oposición a los “chilenos”, si bien su lengua y otros aspectos culturales los hacían indistinguibles de aquellos. Así, de una connotación territorial el término pasa a una política. Otros etnónimos, como serrano (en el siglo XVIII) refiere a poblaciones de las sierras del sur bonaerense pero también se extiende a otros de la cordillera o, en última instancia, a cualquier lugar que no fuera llano. Auca significa “alzado” en mapudungún y aparece asociado a indios oriundos de la Araucanía (por cierta similitud) pero también a otros que en fuentes alternativas se mencionan como pampas o serranos. Los puelches, que aparecen en viejos mapas escolares pueden ser grupos muy distintos ya que el etnónimo proviene de los baqueanos mapuches que guiaron a los fundadores de Mendoza y, desde la perspectiva del occidente cordillerano, todo el que vivía de este lado era del Puelmapu (tierra del este). Del mismo modo, y sin extendernos, wiliches (gente del sur), picunches (del norte), pehuenches (de los bosques de araucaria), mamüilches , etc. pueden referir tanto a un grupo propiamente dicho como a una ubicación particular en un momento específico. Otras denominaciones, especialmente en el siglo XIX, pueden referir a un cacique (catrieleros) o a su lugar de origen en el actual chile para aquellos emigrados a las pampas (boroganos, llailmaches). Estos etnónimos no necesariamente distinguían grupos étnicos, refiriendo más bien a liderazgos y alianzas políticas que es lo que le interesaba a quienes escribían esas fuentes por ser potenciales aliados o enemigos. Es decir, no necesariamente eran etnónimos. Los tehuelches, que aparecen en las fuentes hacia mediados del siglo XVIII como tehuelets o teguelchus no escapan de estas ambigüedades. Personajes tehuelches pueden ser en otras fuentes pampas o aucas. Asimismo, aparecen emparentados con otros indios definidos de otro modo.  ¿Significaría esto que no existían grupos étnicos diferenciados en las pampas? Claro que no, sucede que no tenemos del todo claro aún cuales eran esas configuraciones. Sí podemos asegurar que bastante antes de que alguien escuchara hablar de la Argentina, el mapudungún se había expandido bien hacia el este de la cordillera, por migraciones, por mestizajes, o por las propias necesidades de un comercio poderoso, que precisa una lengua común para desarrollarse. Cuando algunos linajes araucanos se instalaron definitivamente en las pampas, en las primeras décadas del siglo XIX, lo hicieron entre gente que hablaba su misma lengua, se vestía de modo parecido, y creía más o menos en las mismas cosas. No venían, por cierto, de “Chile”, sino del Ngulumapu, territorio independiente del vecino país y el reino que lo precedió, que solo se expandiría sobre las tierras indígenas hacia fines del siglo XIX, paralelamente con llamada Conquista del Desierto.
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Ante la ley
Por Ernesto (@FilosofiaJUCHE)
El Proceso de Kafka constituye una obra literaria muy próspera para la reflexión sobre los asuntos públicos. La literatura resulta material fundamental, principalmente frente al racionalismo cartesiano, el cual ha privado al pensamiento occidental de recursos esenciales para la comprensión de los fenómenos políticos. El propósito de construir una razón científica sobre la exactitud teórica y el rigor metodológico prescinde de aquellas fuentes del pensamiento que se nutren de la profundidad de los sentimientos. Frente a los diseños conceptuales y los procedimientos técnicos, el saber retórico recupera la importancia de los mitos, las metáforas, la ensoñación letárgica, los fragmentos mudos del ser, como una concepción más compleja de la función del pensamiento. La pretensión totalizadora de la razón científica se obstina en desvelar enigmas de los que extraen el conocimiento del mundo, sometido a la finitud de una verdad última y concluyente. Parafraseando a Eric Voegelin “el mundo llega a ser el contenedor de la verdad acorralada, el corral gigantesco de la verdad. Los soñadores activistas quieren liberarnos de nuestras imperfecciones encerrándonos en la prisión perfecta de su fantasía”.
En el inicio de la novela, el ciudadano K. despierta sorprendido una mañana ante la presencia de un hombre vestido de negro que se encontraba en el interior del cuarto con una orden de detención muy extraña. En un principio, K., una vez notificado de su proceso, rechaza la idea de una broma y piensa sobre la arbitrariedad de una ley que desconocía, que sólo existía en la imaginación de los guardianes. Su reacción primaria resulta una serie de preguntas a los guardianes a fin de esclarecer un acontecimiento incompatible con lo que él cree saber acerca del país en el que vive. No recibe ninguna respuesta, los guardianes tienen como única función obedecer a instancias superiores a las que no tienen acceso, sin hacer un uso libre de su juicio para determinar la legitimidad del arresto domiciliario. Tal lo explica Barthes: “son empleados de rango inferior que cobran por vigilar a personas de las que no saben nada y a las que arrestan en nombre de una ley de la que tampoco saben nada: la obediencia ciega parece, pues, el principio en el que se fundamenta el orden jerárquico al que sirven”. Mientras en el interior del espacio doméstico, los funcionarios del tribunal desayunan, imponiendo la certeza (legal y moral) de sus obligaciones públicas en el recinto privado de la modesta pensión de Praga.
La novela contrapone magistralmente la sucesión de acontecimientos sorprendentes ante la percepción de normalidad que caracteriza a los personajes implicados. K. se sabe víctima de una situación irracional y sin sentido, pero real y efectiva en todas sus manifestaciones: un arresto domiciliario sin conocer las razones de su detención y los principios de la ley que sustenta el proceso. Así literalmente lo dice: “...es propio del carácter de esta magistratura el hecho de que uno sea juzgado no sólo siendo inocente, sino también ignorante...”. Las leyes que rigen sobre los acusados constituyen un secreto del pequeño grupo que las domina.
En la primera visita de K. al tribunal, el juez de instrucción preside una asamblea alineada de izquierda a derecha, rodeada por una galería en la que se concentra el público encorvado sobre sí mismo y vestido de fiesta. K. afrontará su defensa como una representación teatral, aceptará su papel actuando en el extraño juicio, alternando lo cómico y lo serio, la ambigüedad resulta evidente y calculada. Desde la antigüedad los procesos judiciales tienen mucho que ver con la representación teatral: “como los espectáculos, deben impresionar los espíritus de quienes asisten a ellos”, explica Sultana Whanón en su obra “Kafka y la tragedia judía”.
La inexistencia de todas las garantías del proceso, con reminiscencias burocráticas, resulta más que evidente. Así, se reproducen dos características básicas de los sistemas totalitarios: coincidencia entre poder político y poder judicial, lo cual surge de la afinidad de la audiencia con interrogatorios celebrados en una asamblea púbica, y la eliminación del pluralismo político, que se ve plasmada en la homogeneidad de los presentes en la sala. Pasada esta instancia procesal, K. comienza a entender la complejidad organizativa que se presta a envolverlo como una malla impenetrable. “...Kafka construye símbolos o imágenes de seres humillados, que a diferencia de Joseph K. logran sobrevivir en el sistema a costa de renunciar a su dignidad de seres humanos. Es lo que caracteriza por ejemplo a los empleados de rango inferior” (Whanón). Esta secuencia coincide con la representación espacial de las oscuras galerías donde se encuentran las oficinas. Constituye una trazado laberíntico que comunica a las salas de instrucción con casas vecinales, todo esto parece conformar un ojo minúsculo y promiscuo – todos son jueces, todos trabajan en el tribunal – que permite la vigilancia de todos los escenarios más íntimos de la vida. Una presencia porosa, continua e invisible que se prolonga en el silencio.
El procedimiento escapa al control de los acusados y los arroja al vacío de un desenlace judicial reservado, pero decidido de antemano. El misterio de la acusación dificulta la argumentación de la defensa que desconoce la imputación. Humillación del acusado, negación de su defensa y secretismo de los actos procesales son los rasgos distintivos. Aunque el proceso, como una abstracción, parece tener entidad propia y sigue el curso inexorable del veredicto final hacia la condena. Las interpretaciones de la ley son vanas opiniones que, por su contingencia, no tienen el alcance universal y trascendente de la norma escrita. K. aparece atrapado en un callejón sin salida, frente al que cabe solamente perfeccionar habilidades en el trato informal con los altos funcionarios.
Joseph K. es portador de una riqueza y variedad de recursos – ironía, observación meticulosa, pragmatismo negociador, convicción ética, argumentación racional –, los cuales emplea a la hora de resistir el proceso abierto contra él. K. conservará en todo momento su libertad de juicio frente al discurso equívoco y persuasivo de los magistrados del tribunal. Los jueces someterán la disposición de las palabras al interés por hacer coincidir sus argumentos con la verdad: “no hay que considerarlo todo cierto, hay que considerarlo necesario”.
Si bien todo el relato se caracteriza por su ambigüedad semántica, los distintos niveles que se desprenden de su lectura se pueden clarificar pensando su estructura en relación con el género literario de la tragedia, una interpretación hermenéutica más sofisticada propone Whanón. La circularidad del juicio, su prolongación a través de la coincidencia entre principio y fin, es interrumpida, únicamente, por la muerte como veredicto irrevocable. La dialéctica del sufrimiento acompaña a Josef K. en su proceso, convirtiéndolo en un hombre más sabio, como a Edipo, que accede de un modo trágico al conocimiento de la verdad de sí mismo. El relato corresponde a la articulación de una relación de poder, que vincula a los acusados con los funcionarios del poder judicial, como  un enfrentamiento que disuelve otros ejes de definición ligados a las identidades ambiguas y complejas de ambos términos. Esta modalidad de relaciones de poder puede ser analizada a partir de lo que propone Elías Canetti en su obra Masa y Poder. Relaciones de poder caracterizadas por la dependencia circular de la víctima respecto al verdugo, como una metáfora del juego entre el gato y el ratón: “El espacio que el gato controla, los vislumbres de esperanza que concede al ratón, vigilándolo meticulosamente sin perder su interés por él y por su destrucción, todo ello reunido – espacio, esperanza, vigilancia e interés destructivo – podría designarse como el cuerpo propiamente dicho del poder o, sencillamente, como el poder mismo.”
El mundo de la complejidad normativa que hila la imaginación kafkiana se nutre de una profunda preocupación por la cuestión de la obediencia a las leyes, estructurando y explicando así el problema de la justicia en su obra. Si bien los protagonistas de Kafka no se identifican como judíos en ninguno de sus relatos, la relación del escritor con el judaísmo, y así lo advierte muy oportunamente Whanón, no puede eliminarse de las músicas internas de su ser, nacido en la tradición hebrea y con fuertes vínculos familiares. Así, en clave judía, aunque fuese la de un judío imaginario, Kafka enlaza con la raíz hebrea del pensamiento de Leo Strauss sobre el conflicto entre el individuo y el Estado: la obediencia al poder político de individuos dotados de libertad.
No es posible realizar una interpretación completa de la obra de Kafka únicamente en clave de su origen judío, pero si descubrir los tropos de su pensamiento literario que guardan similitud con un pensador de tradición hebrea como Leo Strauss. Cómo construir el orden de un Estado que no se adueñe, hasta eliminarla, de la conciencia de quienes lo integran? Cómo conciliar la autoridad con el individuo? Cómo disponer sin contradicciones insuperables la libertad del pensamiento con el poder político? Preguntas fundamentales que Strauss trata de responder, y en lo que se puede ver un hilo de conexión con las reflexiones de Kafka en clave literaria. La centralidad, tanto en Kafka como en Strauss, radica en el problema político de la formación del Estado y de la obediencia de los individuos a las leyes, lo cual tiene una raíz filosófica más honda, la obediencia a las leyes de la comunidad judía, en el seno de un estado liberal dotado por sus propias leyes, es la tensión hebrea, que late en el pensamiento político de Strauss y en la obra literaria de Kafka. En la duda sobre a qué autonomía obedecer, al mandamiento divino transmitido desde los orígenes del judaísmo mediante la revelación, o la búsqueda individual de la verdad, que encuentra su precedente en los maestros griegos clásicos, en un punto pareciera que Strauss sufre la misma contradicción de Joseph K. cuando interroga al sacerdote de la catedral en la leyenda del portero, la fidelidad del campesino a las leyes.
Esta melodía interna entre Strauss y Kafka bien podría ser interpretada por Wladyslaw Szpilman, un lúcido observador de la persecución judía. Szpilman es un héroe trágico que llega más sabio al final de su viaje, aunque a diferencia de Joseph K., éste ya no trata de buscar la causa, la verdad de su injusta condena; más bien es un sobreviviente en el estado de naturaleza en que se transforma la ciudad de Varsovia durante la ocupación alemana. La música interior que Szpilman hilará en su memoria para escapar de la locura, de la irracionalidad en el curso de la historia, ese juego ambivalente de perseguidores y perseguidos, es lo que Kafka despliega en la racionalidad de K. durante todo El Proceso.
Al fin, el espíritu trágico revela la existencia de un abismo entre dos mundos diferenciados, el divino y el humano; los mitos trágicos constituyen el relato de la caída del hombre en el mal (que realiza o padece) como una ofensa a los dioses. Los mitos trágicos de procedencia pagana y los mitos éticos de la tradición judeocristiana difieren en la prioridad del fatum sobre la acción, que caracteriza a los primeros, frente a la libertad de elección responsable, que sostiene el vínculo de la culpabilidad en los segundos, explica Paul Ricoeur en Hermenéutica de los símbolos, una reflexión filosófica. En el caso de El Proceso, su definición como “tragedia de la verdad” responde a la predisposición continua del héroe de la novela a descubrir la verdad de sí mismo, mediante la comprensión de las razones que explican su misterioso proceso. El relato de Kafka no sería, a diferencia de la tragedia clásica, una obra del destino, sino una “moderna tragedia política” en la que el hombre es víctima de sus semejantes y no de un mal de origen metafísico.
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Las Parábolas Navideñas de los Arzobispos. El Curita Feo.
@AdrianLakerman @FernandoCasullo Arzobizpos de Culto - Carapachay.
Hola queridos amantes de la garrapiñada de precios cuidados, como estais hoy. Tal vez hayan notado que avanza el calendario y así el final de año se empieza a ver cerquita y tentador como papaya madura entrada de contrabando por un primo que conocés de la AFIP. Y nosotros queremos honrar la promesa que hicimos hace un par de semanas: traer nuestras parábolas finianuales para que podamos pensar juntos y en familia. Regocijarnos en el miasma celestial, como bien dijo Jesús en plena crucifixión, “¡Las manos de todos los Católicos, arribayyyy duele!”. En primer lugar, antes de meternos en ese gigantezco manglar de sacrosantismo que son nuestros parábolas, deseamos tomarnos unos minutos para repasar algunos tips de cara a la llegada de Nochebuena. Como sabemos que las Fiestas son estresantes para la mujer de hoy que, como buena ama de casa, debe tener todo impecable, hemos escrito para ella un breve Decálogo Navideño. En el mismo intentamos traerles a nuestr@s feligres@s una porción de la verdadera Navidad, un poco de infancia, un trozo grueso de moral. Anhelamos eliminar la frase que actualmente está de moda en nuestras féminas: “La navidad ya no es lo que era”. Basta de ese modernismo que todo lo corrompe, todo lo infecta, todo lo putrefacta. ¡El Pesebre no se mancha! Por eso a continuación postearemos, en clave de recupero navideño, un breve decálogo con consejos para volver a tener la Navidad que todos nos merecemos.   En primer lugar versaremos sobre el tamaño y la disposición del pesebre. Es fundamental que la decoración navideña sea proporcional a nuestras posibilidades económicas, al espacio que tenemos, al tamaño del árbol. No queda bien que con un tronco largo tengamos un pesebre pequeño (más allá de lo tentador que pueda verse un tronco así para ciertos párrocos de Boston). Y lo más importante es en qué lugar poner las respectivas estatuillas. Es clave saber cómo largarlas al verde césped del pinito a cumplir su labor neonatológica. A veces funciona bien un conservador 4-4-2, pero toda vez que nos sintamos más salvajes puede funcionar el 4-3-3. Lo ideal es la proporción, como siempre. Como la Sagrada Trinidad, como el Vitel Toné. Por eso recomendamos el curso de reiki que damos los jueves en la parroquia y así poder ponerle armonía al hogar. Un segundo tema para traer a colación son las mesas familiares y su armado. Estas suelen tener un grado alto de discusión y en la cena de nochebuena las rispideces pueden empeorar. Por eso, señora, hay que evitar algunos temas: política, fútbol, feminismo, aborto, cualquier tema de actualidad, legalización del cannabis, inmigración extranjera, proyectos personales, chismes, chistes, reflexiones y por sobre todas las cosas, la religión. Usted sabe bien que las cuñadas son, por definición, corrosivas, entonces, si no puede evitar invitarlas, tenga al menos una buena cantidad de torre de panqueques a mano para entretenerla comiendo y evitar así sus comentarios hípicos (de yegua).   Como tercer tópico uno por demás urticante: el de las bebidas espirituosas. Esas que calientan la garganta, aflojan los cinturones y ceban a los imitadores de Jorge Corona. Aquí lo mejor es servir extra large aperitivos inócuos como Hesperidina, Licor de Huevo o Cerveza Liberty. Así se logrará tener a todos más o menos alcoholizados a eso de las 22 horas, pero sin borracheras extravagantes. Evitar, por supuesto, las bebidas alcohólicas, hasta las más José Ottavis, con los tíos de boca floja, con los niños y con Ozzy Ousbourne. Vayamos ahora el cuarto tópico a aconsejar: las curaciones de fin de año. Una costumbre que lamentablemente se ha perdido es la de quitar el mal de ojo. Las personas mayores de la familia o mejor dicho, las viejas, suelen tener el don de quitarnos el mal de ojo. Esa creencia popular y supersticiosa es una suerte de lista colectora de nuestro credo y es importante que siga existiendo. El traspaso de ese poder solo se hace luego del brindis de las doce de la nochebuena. No perdamos eso. “Que no se corte”, como dicen los chicos ahora. Y ahora sí, cumplidos todos esos tips occidentales y cristianos, es hora de reunir a la familia en torno al pino y, a la espera de la llegada de Santa Claus, narrarles esta bella parábola que hoy compartimos con ustedes y que hemos denominado “El Curita Feo”. Agarraos fuerte de los rosarios, que se viene un cuento con el suspenso de un Código Da Vinci, la ética de una Historia Oficial y la picardía de un No toca Botón... Cuenta la leyenda que el padre Juan Mariani tenía miedo. Un miedo que no le permitía dar Misa, no le dejaba dormir y no le permitía comunicarse con Dios. El tema venía de larga data. La familia de este curita de Rawson nunca aprobó su fe y su oficio de pastor. Y cuando éste decidió encarar el camino de la religión, sus padres dejaron de hablarle. Principalmente porque los progenitores de Juan eran judíos. Ellos preferían tener un hijo heavy metal, hippie, drogadicto o periodista antes que un cura. Pero nada pudieron hacer. Por más que de niño le compraron los vinilos de Pastoral, los libros de Louis Althusser y Elsa Bornemann y las golosinas de harina de algarrobo, no hubo caso, el pibe se les volvió ultramontano. De adolescente Juan vivió toda su formación seminarial con una gran culpa, aquejado por fuertes incertidumbres y tentaciones. Más de una vez a escondidas, mientras en la Academia le hacían leer las bulas de Leon XIII, Juancito escuchaba  casettes de Les Luthiers o de Chico Buarque. La carne progre es débil, se sabe, y a  Juan le bastaban recordar dos o tres compases de “Sobreviviendo” de Victor Heredia para perder toda compostura social. Sin embargo su líbido sacra, sus calenturas por el Señor pudieron más y terminó recibido y párroco en Chacharramendi, La Pampa. Pero los senderos de la fe no fueron fáciles para el Karol Wojtyla de los ombúes. Una vida atravesada por más contradicciones que los socialistas de Alfredo Palacios le fue limando la moral. Y las conductas extraviadas no tardaron en llegar. De este modo, paulatinamente, el Padre Juan fue utilizado en su comunidad  como ejemplo, pero negativo. Los pobladores a su paso murmuraban, “Ahí está el padre, nunca seas como él” o “Aflojá con el chupi, no sea cosa que termines como el padre Juan”. Todo muy triste, todo muy dawn, como dicen ahora los roqueros. Ahora bien, en parte los críticos tenían razón, porque nuestro curita había empezado  a tener ciertos problemas de consumo. La salida del clóset conservador que había tenido que hacer a tan temprana edad le estaba pasando factura, y Juan comenzó a buscar refugio en el alcohol. Se entregó al vino buscando escape de los morrales hippies y los anteojos hipsters de sus padre. Teología de la Destilación. El tema es que con aquellas prácticas hedonistas el cura arrancó con problemas graves con su grey. Casi sin darse cuenta, comenzó a faltarle el vino en las misas y hasta hubo alguno que llegó a encontrarlo bajoneando unas hostias en la profundidad de la madrugada. Su fe etílica fue creciendo con los años, y de pronto también estuvo obsesionado con la cocaína. Un Domingo de Ramos llegó a desconocer a Jesús y en plena fiebre alucinógena quiso comerle la boca como hacía el Diego con Claudio Paul Caniggia en la época del Boca de Bilardo. Otra vez, en plena semana de Navidad,  se las agarró con unos monaguillos al grito de “yo les voy a dar renos, elfos de mierda!”.   Sin embargo, cuando volvía en si y se disipaba el efecto de la farmacopea, Juan sufría. La mirada de costado del pueblo le hacía doler el alma, y le penetraba el espíritu. Sin familia, sin amigos y con fieles que solo llenaban la iglesia para burlarse de él, la única salida era la muerte. Así, una Nochebuena, el padre Juan decidió subirse al puente del pueblo y acabar con su vida. Terminó la botella de vino de misa y la tiró por el barranco, calculando así su propia caída. Y en el momento exacto en el que iba a lanzarse, apareció un espectro flotando adelante de sus ojos. Padre, ¿Qué estáis haciendo? - le dijo el espectro en un español claro y con una voz aguardentosa, idéntica a la de Joaquín Sabina. Estoy pagando la luz en el rapipago… ¡me voy a suicidar, mostro! ¿Qué voy a estar haciendo, máquina?... A propósito, ¿Usted quién es? El espectro le explicó que era un ángel y que estaba allí para contarle cómo sería el mundo, su pueblo, si él se mataba. El Padre Mariani decidió oír al ángel por curiosidad, bajó del puente y antes de escuchar el relato le preguntó por Dios, por su existencia. Pero el ángel le contestó con evasivas, solo le confirmó que Dios existe y que es hincha de Velez. El ángel le contó que con su muerte los feligreses iban a dejar de ir a misa, que sus padres se iban a terminar divorciando y que su ausencia iba a llevar a todos los habitantes del pueblo en violentos y perversos pecadores. De alguna manera el stand up merquero del Padre había unido más a la comunidad de Chacharramendi. Como un Favio Posca pero franciscano. El padre Juan se tomó un minuto para pensarlo y sin mediar palabra se tiró del puente. El ángel observó todo con desolación, no esperaba esa reacción, nunca le había pasado, se sintió un Lagomarsino celestial. Tanto es así que luego de esto empezó a perder la fe en la religión y se puso un cabarulo cerca de General Pico. Pero algo inesperado sucedió y la Navidad dio paso a otro milagro... ¡El padre Juan sobrevivió! Si, amiguitos, el suicida se encalló en una roca y solo sufrió una fractura de fémur que lo mantuvo en reposo durante tres meses. Es verdad que la depresión lo invadió al principio, haber fracasado hasta en morirse lo liquidó mentalmente las primeras semanas. Pero al final, pudo entender el mensaje que Dios les estaba dando. Que no siempre drogarse era malo, que a veces servía, que incluso decían que Frank Zappa a veces se drogaba, que lo importante era seguir adelante. Así el Padre Juan con el tiempo volvió al alcohol, a las drogas duras y a la Misa. Es verdad que un poco debió dosificar el extasis, sobre todo la vez esa que quiso beberse el agua de la palangana que acababa de usar para limpiar las patas de unos paisanos leprosos. Y nunca más quiso volver a su pasado progre. Ganó el integrismo católico y perdieron las demandas de reforma social. Nada nuevo en la Argentina del 2016.
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Las Parábolas Navideñas de los Arzobispos. La Quema del Grinch.
@AdrianLakerman @FernandoCasullo Arzobizpos de Culto - Carapachay.
Hola chicos y chicas, hola familia tipo, seguramente habrán notado los calores que últimamente empaparon la hostias e hicieron menos llevadera la misa. Se aproxima el verano, claro, y con él las Fiestas. Como dice aquel cántico popular: “ya se acerca Nochebuena, ya se acerca Navidad y a todos los herejes, una cruz le vamo’a dar”, je, que plato. Pero no es momento para chistes, no, si no para enfilar el mascarón de proa de la ética y la moral hacia los terrenos sanos y evacuados de demonios de la reflexión religiosa. Queremos que los jóvenes puedan exorcizar sus malos pensamientos y para eso en esta temporada estival tomaremos mano de las parábolas. Sí, familia, así como algunos en el estivo son de usar mucho el Sapolán o las bermudas con palmeras, nosotros os deleitaremos con parábolas. ¿Y qué es una parábola? El concepto en general tiene dos acepciones: puede ser la ingle de una persona que se cuelga viendo una partida de pool y es golpeado con la bola 8 o puede ser un bello cuento que a su vez nos deje una enseñanza. La segunda es la que tomaremos nosotros, claro (los denominados “pooles” son obra del demonio con esos agujeros penetrados a cada rato por esferas de marfil). Seremos, entonces, como unos Esopos pero con sotanas y acusaciones racistas a las minorías. Cuentos con punch y picardía, pero también con mensajes que queremos que vayan alojando en sus corazones. Tal vez incluso cuando llegue el momento de cantar villancicos, quién dice, alguno de estos relatos los puedan inspirar. Niño, adolescente, adulto, acaso en estas fiestas comas menos pan dulce -bastante ya le diste a la lasaña- y en cambio sea tu espíritu lo que engorde. ¡Saquen su torre de panqueques de nuestras fiestas cristianas y un poco paganas! Algunas recomendaciones para la Nochebuena: es sabido que los niños ansían la Navidad por una sola razón, los regalos. Y no está mal, los presentes motivan a los infantes, los estimula para meterse en el árbol, luego en el pesebre y así en el niño Jesús. Pero claro, nosotros somos devotos pero no por eso sonsos, y sabemos muy bien que el capitalismo, ese monstruo grande primo hermano de la guerra, pisa fuerte, y así nuestros niños con sus obsequios suelen olvidarse de la Biblia. Ellos embelesados abren paquetes, rompen papeles y tiran moños al suelo, y solo están pendientes del dominó, el escalectric o la Juliana Doctora. Se olviden del verdadero espíritu de la navidad. Pero nosotros tenemos la solución, no queremos ser abolicionistas, ni censurar (no es nuestro estilo) la costumbre de hacerle un presente al pequeñín de la familia. Proponemos que los niños no puedan abrir los regalos, usted papá, mamá, cómprele lo que quiera, envuélvalo y entréguelo, pero aclárele al niño o niña que se encuentra terminantemente prohibido abrir el juguete. Puede jugar con el paquete, usarlo con la imaginación, si es una caja puede armar bloques con ella, pero nunca abrir el paquete. (Denos bola,en general nosotros como miembros del clero sabemos harto sobre ludear con el paquete). De esa forma el gurrumín no tendrá otra opción que interesarse por la historia, por la religión y por Dios. Y allí tal vez sea justo el momento para mechar con una bella historia, con una parábola como la que contaremos a continuación. La llamaremos “La Quema del Grinch”. Pónganse cómodos, saquen la pornografía de sus cabezas y escuchen… Resulta que había hace mucho tiempo una criatura verde y extraña llamada Grinch que se ponía muy incómodo con la Navidad. Vivía alejado del pueblo, en una montaña, porque en general no se llevaba bien con nadie, pero cuando se aproximaba fin de año y veía que los Walmarts se poblaban de regalos y los tenedores libres de guirnaldas iluminadas y mersas, se le subía mucho el malhumor. Refunfuñaba contra esas semanas llenas de alegría, árboles navideños y pesebres porque le parecía que en general estaban basadas en falsedades. Odiaba que lo invitaran a cenas navideñas (amén de gustarle mucho el Vitel Toné) porque sabía que iba a terminar hablando del clima y de las retenciones al agro con tíos borrachos, abuelas frígidas e hijos libidinosos. Detestaba el momento en que, tipo 23.58, todos empezaban a discutir sobre qué reloj era más preciso para dar las doce. Le aquejaba la jaqueca al momento de los “chin chin” con clericó y cuando arrancaba la apertura de regalos directamente tenía náuseas. Veía esos organitos a pilas, esas bicicletas sacadas con Ahora 12, y se daba cuenta que pocas cosas son tan populistas como la Navidad. De pronto un año pensó en robársela y le dio mucha satisfacción tener un plan tan malvado. Un poco se dio cuenta que era una cosa medio pelotuda porque no se puede robar la Navidad, “técnicamente es una fecha, no se roban las fechas, bobo”, rumió para sus adentros, “pero al menos me cercioraré que en el pueblo no haya regalos, que los niños no disfruten”, redobló la apuesta. Y así fue que en plena noche del 24, más o menos a las diez, aprovechando que la gente estaba distraía con la rusa y los lechones, se metió a hurtadillas en los livings del ṕoblado. Sacó todas las cajas, las cajitas, los cajones con precisión suiza y malevolencia alemana. Mientras a lo lejos se escuchaban a las cuñadas hablando mal de los hermanos, el Grinch se rajó con la bolsa llena de paquetes. “Acabo de arruinarles la Navidad a estos choripaneros que solo van al árbol por la sidra y la garrapiñada”, iba pensando mientras se volvía a la montaña. Todo muy triste, todo muy bajón, como gustan decir hoy los chicos. Cuando llegaron las doce comenzó a sentirse un murmullo en las casas. Y no era de petardos y suegros puteando, obvio, eran los peques notando que faltaban sus presentes. Las cartitas a Santa no tenía su recompensa. Sin embargo la cosa no quedó en la manifestación pasiva del dolor y no pasó mucho tiempo hasta que todos notaron que hechos parecidos pasaban en las casas de sus vecinos. Poco a poco fueron descubriendo que se trataba de un ataque colectivo, como El Eternauta, pero sin nieve tóxica. Las multitudes se congregaron en el centro del pueblo, casi como un cacerolazo pero de la Nochebuena. Todos preocupados y exaltados, reclamando por sus regalos. La plaza central era un griterío infernal. “Queremos los juguetes”, “Magnetto, devolvé a los nietos y los legos!”, “Cristo se la come, Ben 10 se la da”, y otras cosas horribles se alcanzaban a escuchar. Todo era un caos, un aquelarre, hasta que de pronto alguien dijo “che, y no será el Grinch el que se robó todo? Hace como quince días que está diciendo que algo grave iba a suceder en este pueblo. De hecho ayer nomás estaba en la ferretería preguntando si las bolsas de consorcio eran buenas para sustraer obsequios, yo lo escuché”. Los manifestantes se quedaron helados, sospechando, y sin dudar enfilaron en procesión hacia la montaña. Cuando llegaron no pudieron creer lo que observaron... Sucede que el Grinch en el devenir de su vandálico acto, había sacado de sus envases unos Playmóvil de pirata y estaba jugando con ellos. Se había armado el fuerte vaquero de aquellos muñecos tan nobles, y estaba jugando a la Conquista del Desierto. Se sentía de nuevo un niño, y lloraba. Eso vieron los pobladores enojados, que el Grinch lloraba a pata suelta, porque jugando acababa de comprender el verdadero espíritu de la Navidad. Arrepentido por sus actos, cuando notó que lo observaba esa multitud de aldeanos, les pidió perdón, de corazón, y prometió devolver los regalos y pagar los tomates rellenos del almuerzo del día siguiente. Pero la gente no entendió sus razones, enojados por el mal trago consideraron a las acciones del Grinch como un acto de inseguridad y decidieron prenderlo fuego allí nomás en la Montaña. Fogata por mano propia. Y así fue, amigos, con velocidad inusitada la gente usó el parquet de la casa del Grinch y en breve instantes tenían a la criatura verde ardiendo y muriendo de forma lenta. Arrugado, aquel daba la sensación de ser más un Gremlin que un Grinch. En pocos minutos solo quedó un charco de un gel esmeralda caliente y maloliente. Y satisfechos por la venganza volvieron a sus casas con los juguetes recuperados. La enseñanza, familia, es prístina. De nada sirve arrepentirse y reflexionar porque la gente tiene muy claro que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra. Y si pensás en arruinarle la Navidad al tipo común, que se levanta todos los días a las seis para laburar, mejor pensalo de nuevo. Porque no hay garantismo que te salve cuando se trata de regalos.
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Latinoamericanismo: una utopía intelectual. (2da parte)
por @nicoterapablo
Cuestiones de método
La multitud de prácticas convoca numerosas disciplinas; de allí la productividad de un enfoque multidisciplinario para el estudio de América latina que permita verificar los alcances que en cada dominio tienen las imágenes y los textos que procuran definirla y llegar a su comprensión. Y si bien toda comprensión apunta a revelar una estructura, no necesariamente busca cuestionarla ni desestabilizarla.
Mientras oriente fue una zona de dominio occidental incuestionado hasta el siglo XX, lo que no sólo favoreció sino que incluso naturalizó la alineación del continente con Occidente y declaró en rebeldía a cualquiera que optara por adhesiones ajenas a esa órbita o a quien directamente se mantuviera en pugna o desafío hacia ella; es el caso de Cuba cuando se aproxima a la Unión Soviética. Acaso hasta ese momento las amenazas parecían domeñables, lo que justificaba la visión de propietario que el principal imperio que opera en el continente le dedicaba a la región. El “gendarme del mundo” va perfilando la actitud conveniente a su pronunciada vocación: preserva propiedades, evita motines y conjura invasiones, práctica cuyo exclusivo ejercicio se reserva. Tal vez por tan pronunciado interés de orden geopolítico en primera instancia, la investigación cultural quedó relegada a curiosidad de etnólogos y recortada sobre la voluntad colonial, en lugar de orientarse hacia la restitución de relaciones entre culturas, la dialectización del vínculo entre cultura y política o la invención de un pasado común que el mundo “civilizado” se empeñó en negar. Correlativamente, América Latina nunca fue percibida como socia eventual, sino como subordinada constante.
Las zonas no occidentales importan fundamentalmente por la utilidad que pueden prestarle a Occidente. La comparación, tal como se plantea desde los centros imperiales –tal como se ha pretendido instalar en forma modélica a partir de las “literaturas comparadas”, según advertimos antes—, reside en mostrar la funcionalidad de lo ajeno sobre lo propio. Si en el caso del orientalismo lo que se comparaba eran lenguas (la filología como modelo de sistematización es la disciplina central del acceso a Oriente y su ejercitador más consecuente será Ernest Renan, el estrecho nacionalista francés), en América Latina lo que se compra son literaturas, como si las lenguas indígenas (muchas de ellas exclusivamente orales) estuvieran de antemano excluidas de cualquier clasificación. La comparación literaria no solamente tiende a subrayar la posición subordinada de América latina, instalando su literatura como una especie de derivación de obras occidentales, sino que se integra al proceso de acumulación –impregnación capitalista—, siempre señalado con signo positivo, que opera el pensamiento occidental. Comparar literaturas será, en esta perspectiva, añadir una dimensión subordinada al imperio, desde la matriz de un didactismo presto a asegurar el dominio y de una pedagogía que confirma la construcción cultural como articulación de una comunidad de signos en los que no es posible reconocerse pero a los que es imperioso respetar.
Conocer para dominar: el otro se convierte en una necesidad intelectual. Si en torno al orientalismo fue necesario inventar una lengua que justificara la dominación –el semítico—, en América Latina simplemente se implantó el inglés como lingua franca y se lo convirtió en credencial obligatoria para entrar en contacto con el imperio. Como señala Renato Ortiz, la dominación puede recurrir a múltiples prácticas; lo que resulta indudable a partir de ellas es el derecho que la asiste para manifestarse. Si la naturaleza, como observaba Renan con vago darwinismo y una secreta complacencia, es antidemocrática, la sociedad democrática constituiría un rechazo al orden natural, lo que justificaría la supervivencia dificultosa y efímera de los grupos humanos que se ajustaran a ella. La historia latinoamericana, en que sobresalen los imperios inca y azteca, tiende a refrendar esa teoría.
¿Por qué estudiar al débil, excepto que el dominio sobre él no esté garantizado? Salvo que la dimensión de su diferencia obligue a detenerse en sus rasgos y a establecer una zona de interés cuya utilidad puede parecer, a simple vista, diferida. Y luego, ¿quiénes son las figuras más apropiadas para dedicarse a ese estudio? Desde ya, los científicos: los viajes de Alexander von Humboldt, de Aimé Bompland, de Louis Antoine de Bougainville, de Charles-Marie de la Condamine, de Carl Friedrich von Martius, de Félix de Azara, de Theodor Koch-Grünberg, certifican la preeminencia de los sabios, quienes a su vez deben adquirir conocimientos que permitan reorganizar las taxonomías disponibles. Es la primera intervención sistemática  en un espacio que no tardará en ser abordado por personajes diversos, casi todos con un componente aventurero, que tratarán de ajustar las novedades a sus campos de dominio excepto que resulte imposible, ante lo cual optarán por museificar para neutralizar y anular aquello que pueda volverse en algún momento peligroso, o bien tesaurizar para sobredimensionar en un pasado remoto algo que por este mismo acto que evacuado del presente y mucha más del futuro. El objeto de estudio queda así apartado de la realidad; lo normativo, al no poder operar sobre él, lo define como excéntrico en un intento de regular y sujetar la desobediencia. En el orientalismo, este gesto se advertía en los textos a través de la censura impuesta desde el estilo; mientras “lo que un espíritu inglés examinaba era un dominio imperial que hacia 1880 se había convertido en un territorio continuo, desde el Mediterráneo hasta la India”, para “el peregrino francés estaba hecho de un agudo sentimiento de pérdida en oriente”. En esta frase de Said se condensa la diferencia entre Inglaterra y Francia, cuyas prácticas respectivas marcan la distancia que va del imperio clásico (cuyo modelo dicta, en perspectiva) a la recaída exótica. Si Oriente es continuidad de Europa, América Latina será, correlativamente, continuidad de Estados Unidos.
Para verificar tal continuidad en el aspecto cultural se establecieron en los centros imperiales los estudios del Otro, en un abanico que se expande desde la pura recolección de información hasta ciertos ejercicios sofisticados de análisis a través de los cuales se instala un método, como ocurre con las literaturas comparadas. El propio Said, titular de cátedra en la Universidad de Columbia, se encargó de señalar los alcances de la disciplina en Cultura e imperialismo (1993) en tanto pretensión de rigor para establecer las características del Otro y anularlo como producto cultural, con el propósito de mostrar que sus ideas e iniciativas ya han sido pensadas antes y mejor desde los centros imperiales. Las literaturas comparadas se prestan a marcar una jerarquía de textos –extensiva a todas las prácticas culturales— que reproduce la jerarquía de sociedades en que se asienta la dominación imperial. La voluntad de liquidación del otro, no obstante, se desarrolla a la par de la búsqueda de mitificación que se le reserva , lo que asegura por un lado anularlo en la fijación intemporal y en consecuencia ahistórica, y por el otro atribuirle un poder impredecible e inaudito al cual siempre conviene adelantarse antes de que efectúe un golpe. Paradójicamente, esa disciplina superespecializada, asentadas en las universidades, construye un conocimiento superficial típico del periodismo, solventado por una producción hegemónica como la que garantizan los medios. Tal superficialidad se advierte, por ejemplo, en la profusión de tópicos que se erigen en caricaturas de la representación, no menos que en la tautología que al tiempo que proclama el fracaso de la lógica se levanta como tentativa de axioma, fácilmente manipulable para la enunciación de prejuicios. La función subordinada y acomodaticia del “intelectual orgánico” encuentra en estas prácticas su verificación más ajustada.
Intelectuales: el alma y las formas
En orden de figuras intelectuales, a la tradicional distinción entre intelectual orgánico, de cuño gramsciano e intelectual comprometido de arraigo sartreano conviene agregar la de intelectual crítico, más próximo a los planteos de Sartre y a cuyo diseño se entrega Said. En El mundo, el texto, el crítico (1983), establece que “para la clase intelectual, la especialización ha sido normalmente un servicio prestado, y vendido, a la autoridad central de la sociedad. Ésta es la trahisson des clerc de la que hablaba Julien Benda en la década de 1920” y que no consiste sino en la asociación de los intelectuales con el poder a los fines de garantizar la hegemonía. La forma de situarse como conciencia crítica, que es la función privilegiada que Said le asigna al intelectual independiente, es practicando la crítica o al menos situándose “entre la cultura dominante y la formas globales resultantes de los sistemas críticos”, apartándose de los peligros de al ortodoxia. La actitud del intelectual sobre la cultura puede ser eventualmente la del creador pero fundamentalmente la de quien ejerce una vigilancia metodológica, a veces transitando una serie desalentadora en relación con el poder que “va desde el chivo expiatorio hasta el profeta solitario, desde el paria social hasta el artista visionario, desde la clase trabajadora hasta el intelectual alienado”. En la imposibilidad (por lo demás, indeseable) de una filiación natural, el intelectual se incorpora a una afiliación cultural y en la distancia que va de la filiación a la afiliación, del parentesco que sobreviene a la afinidad electiva, se desarrolla la conciencia crítica.
La especialización, ese peligro de todo conocimiento que, aterrado ante una totalidad donde cualquier elemento adquiere significación, opta por el recorte extremo, la segmentación virulenta y los campos de saber forzadamente comprimidos y forzosamente restringidos, fragua filiaciones artificiales a partir de afiliaciones compulsivas cuya garantía reside en el carácter institucional que trasuntan. Dentro de la institución, la crítica es aceptada e incluso tangencialmente promovida en tanto no procure ningún distanciamiento violento respecto de la ortodoxia. En este sentido, las literaturas comparadas son admitidas como modelo jerárquico que propaga en el orden de las producciones culturales lo mismo que se instala en el espacio político, en tanto el método marxista –por tomar un ejemplo consabido— resulta anulado o al menos neutralizado en su dimensión política, por no decir directamente descalificado en sus preferencias estéticas. A mitad de camino entre la rigidez institucional y los modelos críticos con tendencia a la ortodoxia, entre una estructura impositiva y un esquema aseverativo, la forma ensayo conserva la posibilidad de elaborar y asentar una crítica escéptica, privada de limitaciones doctrinarias. Si en el caso del marxismo lukacsiano, sus estrecheces quedaban salvadas por el pensamiento más brillante de la escuela de Frankfurt que sumaba a la elección del ensayo como forma, como señala Benjamin, la predilección por el fragmento –cuya tergiversación, que Said encuentra en Wilde, consiste en el epigrama como banalización pretenciosa y síntesis arbitraria—, en el espacio latinoamericano el ensayo será el modo más proliferante de enfrentarse a una doxa amenazadora y a la suficiencia asertiva con que se enuncian las teorías y se establecen las metodologías. El ensayo –cuyo carácter Said admite como “irónico”— es la resistencia discursiva a una excrecencia académica en que las culturas no europeas quedan subordinadas, impregnadas de una dialéctica textual que reproduce el patrón político de colonizador colonizado y que lejos de autorizar semejante simetría reclama una teoría y un método que resulten originales de los países dependientes.
El ensayo, que promete proliferación y renuencia al orden, se sustrae a ese rasgo tan frecuente del discurso académico que es la repetición como flagelo deshistorizador. Entre las formas que adquiere la historia existen al menos tres modelos más o menos canónicos que, más allá de sus respectivas limitaciones, siempre son preferibles a la mitificación que reemplaza la voluntad de explicación lógica por el expediente de la pura fe. Existe una historia conservadora que cree que los hechos se reproducen cíclicamente y minimiza el papel de las condiciones y el contexto de producción en cada caso; tal sucesión se ajusta a una gráfica circular en la cual se vuelven indistinguibles el principio y el fin tanto como los puntos intermedios del recorrido, que en ocasiones resultan intercambiables y en otras optan por una rigidez que convalida el seudodiagnóstico que late en la expresión “circulo vicioso”. Por otro lado, existe la historia liberal que confía en un progreso infinito y cuya gráfica más adecuada es la línea recta siempre en avance, constantemente encaminada hacia la superación. Finalmente, la historia marxista provee un modelo espiralado, en el cual el avance se produce a través de la crisis, no sigue una dirección única y, contrariamente a la confianza optimista de los liberales, cree que existe un fin de la historia, una sociedad ideal más allá de la cual es imposible esperar perfección o trascendencia, lo que de paso borra el sentido de acción humana y tiende a suprimir cualquier voluntad de modificación. Pero al margen de las dificultades que presenta, el marxismo parece ser la única alternativa que queda en pie luego de los fracasos de otras perspectivas críticas, o bien una vez que se ha comprobado la intolerancia de otros modelos. Del mismo modo, en el orden de una crítica más orientada sobre los textos, los estudios culturales también aportan su cuota renovadora, sobre todo cuando se enfrentan a modelos excesivamente formales o a los afanes cientificistas del estructuralismo y sus secuelas.
El ejercicio crítico recompone y convoca el ethos del intelectual, liberándolo del corsé del experto en legitimación. Las divisiones duales, sin embargo, no son convincentes; al evadir la dialectización se empobrecen, y al extasiarse en oposiciones tajantes se empeñan en preservar esquemas envejecidos que recuerdan alternativas excluyentes como la de apocalípticos e integrados propuesta hace cuarenta años por Umberto Eco. El planteo de Said, que en ocasiones se expone a través de dualidades, promueve la textualidad como reconciliación de posturas, menos como síntesis que como modelo de tolerancia que soslaya la polémica. Lo que alienta en tal planteo es una política de los textos de la cual la crítica opera como estrategia, y es precisamente ese punto el que conviene rescatar porque es en sus virtualidades donde se perfila el horizonte de la crítica latinoamericana, siempre que no resulte disuelta o neutralizada en el comentario sino que defienda enfáticamente su condición valorativa, su facultad primordial de asignar valores.
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Latinoamericanismo: una utopía intelectual. (1ra parte)
por @nicoterapablo 
Ante la visión homogeneizadora propuesta por los estudios acerca Latinoamérica  desde los centros imperiales y, al parecer, una nueva reconfiguración de la derecha en la región, es pertinente volver a recorrer el concepto de latinoamericanismo. La condición de “utopía intelectual” resulta una forma de resistencia a las particularidades de una geografía reacia a unificar un territorio cuya descripción física varía desde la Cordillera de Los Andes hasta las playas atlánticas, pasando por diversas selvas entre las que sobresale la Amazónica, e incidiendo de manera notoria en un caribe cuyas islas han sufrido colonizaciones diversas: la francesa (Haití, Guadalupe, Martinica), la británica (Jamaica, Trinidad y Tobago) y la holandesa (Aruba, Bonaire y Curaçao), sumadas a las persistencias culturales del dominio español (Cuba, Puerto Rico, República Dominicana), expulsado violentamente de la región a partir de la guerra hispano-norteamericana de 1898. La diversidad geográfica, el imperialismo derramado en la profusión de potencias que avazaron sobre el continente –a lo que debe añadirse el gesto portugués que directamente trasladó su sede monárquica, amenazada por el avance napoleónico, a la vastedad de un Brasil en el que se erigió en imperio— y la relación de tensión creciente con el predominio de Estados Unidos, son algunos de los rasgos que habilitan a especular que esa “utopía intelectual” pueda superar en algún momento la condición futurista e idealizada que conlleva el lugar inexistente para expandirse en territorio comunitario, libre de nacionalismos mezquinos y mejor pertrechados, por lo mismo, para rechazar las avanzadas invasoras.
Porque América Latina fue percibida, con una imaginería que por momentos se superpone a la oriental, como repositorio de recursos, primero por Europa y luego por Estados Unidos, más favorecido este último en términos espaciales por la proximidad que representa una innegable ventaja frente a las potencias ultramarinas. Del mismo modo que, en términos de Said, “Oriente ha servido para que Europa (u Occidente) se defina en contraposición a su imagen, su idea, su personalidad y su experiencia”, como “una parte integrante de la civilización y de la cultura material europea”, América Latina también se ha desempeñado, en tanto habitáculo de “bárbaros” (término que nuclea en su semántica a pueblos originarios, negros comercializados como esclavos, formas volubles de mestizaje, inmigrantes consustanciados con un medio que los perturba, desde la pretensión positivista que arraigó más de un siglo en las élites ilustradas latinoamericanas), como espacio de una amenaza primordial que sólo puede ser contrarrestada por la posición defensiva que implica la unificación, por precaria, pretenciosa y oportunista que se presente.
Pero existe una diferencia capital entre la percepción de Oriente y de América Latina desde los “ojos imperiales”: a Latinoamérica se le ha escatimado el pasado esplendoroso que se reconoce en Oriente, relegando a las civilizaciones indígenas a puro pintoresquismo o a ocupación de antropólogos inespecíficos, a diferencia de los arqueólogos sofisticados que demandan “civilizaciones antiguas”, a quienes corresponderá organizar los museos metropolitanos en función del saqueo de las regiones visitadas (Entre los antropólogos europeos que se ocupan de América Latina sobresale Claude Lévi-Strauss, quien se ocupa de varios pueblos latinoamericanos. El estructuralismo lévistraussiano que tiene en Tristes Trópicos (1955) una soberbia manifiesta es un apartamiento deliberado respecto del funcionalismo del inglés Radcliffe-Brrown y el polaco Broniaslaw Malinowski, cuyas elecciones de estudio tuvieron como objeto privilegiado a las comunidades de Oceanía). Además, el descubrimiento tardío de esta región por parte de los europeos no favorece ninguna paridad entre zonas del mundo, sino que por el contrario, lo que es en verdad una demora en el desarrollo de algunos sectores del conocimiento se revierte sobre América Latina como una marca inextinguible e irredimible de atraso. En su condición de zona de dominio, asimismo, Latinoamérica convoca una heterogeneidad imperial mayor que Oriente aunque, al avanzar el siglo XX, los movimientos de liberación  en ambas regiones se encaren contra Estados Unidos como peligro principal, exceptuando la dudosa alianza que mantienen los israelíes con los norteamericanos –en parte por la graciosa concesión que significó la instalación del Estado de Israel, en parte por la ausencia de petróleo codiciado por los norteamericanos en ese territorio y, en mayor medida acaso, por la función de barrera o tapón que cumple el pequeño país frente a sus vecinos árabes, petroleros y levantiscos, cuya condición islámica se ha esparcido desde los medios occidentales como sinónimo y exacerbación del terrorismo, la intolerancia y el fundamentalismo.
Otra diferencia básica entre Oriente y América Latina es que esta última se presenta, ya desde las cartas de los viajeros renacentistas, como una tierra de promisión, como desborde de una naturaleza pródiga que reemplaza en términos mercantiles la presentación bíblica del Edén (la indagación de esta fructífera metáfora en el orden latinoamericano redunda a mediados del siglo XX en el ensayo de Sérgio Buarque de Holanda Visión del paraíso. Motivos edénicos en el descubrimiento y colonización de Brasil –1958). La tierra que Dios ha destinado para usufructo de la humanidad es ubérrima; de allí que el poder imperial se empecine en avasallarla, generando la consecuente defensa. Un hecho que permite datar el origen del latinoamericanismo como posición defensiva es, más que el congreso Anfictiónico organizado por Simón Bolivar en 1824, el avance de Estados Unidos sobre el Caribe, poniendo en práctica la teoría sostenida por el Almirante Mahan según la cual el dominio de los mares aseguraría el dominio del mundo. Martí, en la década de 1890 –con la experiencia desoladora de la Primera Conferencia Panamericana que encendía el alerta el año anterior—, advertía que si Estados Unidos se alzaba con Cuba, esa sería la puerta de entrada para América latina y, en retrospectiva, la comprobación es inevitable. Precisamente es Cuba la que ha insistido, a lo largo de su historia, con la presentación del latinoamericanismo como posición relativa o defensiva. ¿Qué otro significado tiene la admisión, por parte del Che Guevara, de que exceptuando la Reforma Agraria, todas las medidas del gobierno revolucionario instalado en 1959 fueron respuestas puntuales a provocaciones norteamericanas? Es sobre esta base que conviene reconocer el origen reactivo, más que activo, del término que postula la unificación continental de quienes “aún rezan a Jesucristo y aún hablan español”.
Utopía intelectual
La cultura latinoamericana que promovió ese gran impulsor que fue Casa de las Américas, la creación más eficaz para vinculación intercontinental, acaso por la nefasta enseñanza que arrastraba la banalización habanera de Tropicana bajo el dominio de Fulgencio Batista (que admitía la prostitución y el juego como si se tratara de una extensión de Las Vegas, sólo que en un clima acogedor en lugar del desierto de Nevada, sin prescindir del subrayado de condición de patio trasero del esplendor norteamericano), se resistió al exotismo tan proclive a la mercantilización y se empecinó en producir y difundir una cultura original, novedosa, denunciante, inconformista respecto de los grandes centros imperiales. El mundo académico de las metrópolis, por el contrario, se obstinaba en estudiar la literatura latinoamericana, o bien como pariente pobre de las “grandes literaturas” (notoriamente las europeas, aquellas a las que el romanticismo y el positivismo habían consagrado como modelos universales), o bien desde la sujeción que implican las literaturas comparadas cuando son ejercidas desde la centralidad.
En la caracterización, las literaturas comparadas apelan a una relación de semejanza regida por lo jerárquico en la que interviene copiosa e instrumentalmente la categoría colonial de “influencia”, en términos de Gutiérrez Girador. Si la literatura latinoamericana como conjunto puede ser abordada desde cierta metodología de las literaturas comparadas, es soslayando cualquier posibilidad de que los términos del parangón reclamen jerarquías diversas y, desde ya, salteando todo condicionamiento arrastrado por lo nacional. Esto no supone que los aspectos nacionales sean descartados, sino que los mismos no deben ser incorporados como determinaciones.
En este punto, tergiversar la metodología que los centros imperiales pretenden imponer a los estudios culturales marca una diferencia clara del latinoamericanismo con otro tipo de abordaje. Si desde el predominio occidental la idea misma de América Latina es instalada como homogeneidad elemental, desde el continente se restituye una heterogeneidad basada en diferencias cuyo conocimiento y aceptación mutuos ofrecen una perspectiva enriquecedora que reclama reunión y de ningún modo supresión de idiosincrasia. La idea de Latinoamérica producida en el espacio mismo al cual se pretende aplicar resulta, así, otra forma de reacción frente a las pretensiones especiales: es consecuencia de la productividad generada por la hegemonía imperial sobre un territorio extenso  diverso, sobre una geografía demasiado inabarcable como conjunto y a la vez demasiado variable en su pretensión como para someterla a una particularización siempre empobrecedora y simplificadora, y sobre una serie de grupos humanos que se resisten a una mirada aplanadora que les deparan las potencias.
Para descalificar tales iniciativas, los centros imperiales han abusado con pasmosa insistencia –hasta convertirlo en una constante— del recurso de la infantilización del colonizado. Said lo resumía en la observación de que “la exterioridad de la representación está siempre gobernada por alguna versión de la perogrullada que dice que si oriente pudiera representarse a sí mismo lo haría; pero como no puede, la representación hace el trabajo para Occidente”. Pero acaso la infantilización más evidente sea la que se propaga precisamente en las representaciones destinadas al consumo del público de niños, como las historias y las películas que las grandes firmas norteamericanas –encabezadas por la productora Disney, cuya hegemonía se ha visto no estrictamente disputada sino más precisamente compartida por Dreamworks, Fox y Pixar, asociada al emporio de Walt hasta la absorción definitiva— distribuyen a través de sus socios latinoamericanos (los “Calibanes de adentro”) y a través de otros socios en regiones igualmente sensibles al impacto mercantil de la mayor potencia mundial. Estos productos abruman con el lugar común y los tópicos remanidos (sólo ocasionalmente adaptados a las circunstancias, como el eventual pacto comercial con alguno de los países burdamente representados), convirtiendo al latinoamericanismo en una actualización mediática de lo que en el orientalismo clásico se restringía a “un sistema constituido por citas de obras y autores”.
A su vez, si “la elección del término ‘oriental’ era canónica”, en torno a América Latina existen múltiples nomenclaturas: Hispanoamérica, centrada en los antecedentes de la conquista española, evidentes en la lengua oficial de los países que la integran (y en su lengua literaria); Iberoamérica cuando se suma la colonización portuguesa que permite agregar a Brasil al conjunto; Latinoamérica cuando contempla a todos los países de habla latina, incorporando las zonas de colonización francesa; Indoamérica cuando se subraya el componente nativo que autoriza postulados optimistas como los del mexicano José Vasconcelos –La raza cósmica (1925) e Indología (1927)— y el peruano José Carlos Mariátegui –Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928)—, con su exaltación del Inkario como fundamento del comunismo primitivo y respaldo de un socialismo nacional. Ninguna de esas designaciones admite la participación de las colonias y en la mayoría de los casos ahora naciones independientes que estuvieron bajo dominio británico y holandés, y que asumimos para encarar los estudios sobre América Latina consiste en incorporarlas, momentáneamente bajo la generalización que se ofrece como más englobadora (Latinoamérica), y eventualmente a través de un topónimo más preciso e indudablemente original. Evitar Indoamérica proclama tanto la convicción de que la noción de transculturación, creada por Ángel Rama, obtura el acceso a lo que ese registro indica en estado puro, como la evasión del registro de exotismo que comporta semejante elección, tomando recaudos ante una forma tan superficial de conocimiento, tal ofuscación de la condición crítica y tan sumisa concesión a la tipicidad de la mirada imperial que se arroga, en ese gesto, el dominio sobre el objeto y el sujeto a los que accede con la precariedad de dicho abordaje.
Por otro lado, si el orientalismo “coincidió constantemente con el período de mayor expansión europea” y “se puede comprender mejor si se analiza como un conjunto de represiones y limitaciones mentales más que como una simple doctrina positiva”, el latinoamericanismo se superpone sobre todo con el momento de expansión del nuevo imperio norteamericano –desde fines del siglo XIX en adelante— y tiende a identificarse mejor con lo mercantil, como ya señalaba Raymond Williams en sus análisis de novelas inglesas decimonónicas en las que aparecían personajes cuyas rentas estaban aseguradas por la explotación esclavista en posesiones caribeñas como las plantaciones de tabaco en Antigua. Es sabido que allí donde el conocimiento preciso resulta insuficiente tiende a reemplazar con la imaginación los datos faltantes. La presunción y el prejuicio operan de la misma manera, y por lo tanto pueden identificarse como consecuencias de este abandono que invierte el rechazo en fascinación y correlativamente perturba la noción de “siniestro” como aquello que siendo familiar se vuelve extraño en su exacta contrapartida por la cual lo extraño se asume como familiar, acostumbrado y, en el extremo, doméstico o al menos domesticable. Si esto funcionó en el caso oriental, en que la relación con lo desconocido se asentaba fundamentalmente en lo textual, en el orden latinoamericano habría que añadir lo tectónico (una geografía abundante y arrolladora, con extensos mares en ambos lados) y lo arquitectónico, cuya culminación representan las perdurables construcciones incas, mayas y aztecas desde un sinuoso “descubrimiento” que también es obra de viajeros metropolitanos y generará a partir de entonces, como señala Mary Louise Pratt, una copiosa industria de turismo exótico.
Estados Unidos, además de prestar asentimiento a la compartimentación de América en tres sectores bien definidos (la del Norte, cuyo sector más autral es siempre proclive a la anexión –como queda confirmado a partir de la guerra con México que se apropia de los actuales estados sureños y por la entrada en vigor del NAFTA en 1992—; la Central, puerta de ingreso al sur; la Austral, más apta para el dominio comercial y financiero a través de inversiones), ha insistido en neutralizarla como unidad a través de un conjunto de prácticas que pueden resumirse en tres más o menos típicas. La primera consiste en dominarla con una serie de métodos que quedan plasmados en forma de políticas, desde la perspectiva del primer Roosevelt (big stick) con el consabido desembarco de marines hasta la cooptación fomentada por la Alianza para el Progreso en los ’60 y expandida en becas, ofertas laborales y todo tipo de tentaciones presumiblemente intelectuales o confortable. La segunda prefiere la compra, como ocurrió con los territorios de Louisiana (adquirido a Francia), Florida (adquirido a España) y Alaska (adquirido a Rusia) y como se pretendió con Cuba hasta que la renuencia hispánica inclinó al gobierno norteamericano a la guerra con una excusa irrisoria. La tercera se pronuncia por “asociada”, como se logró con Puerto Rico, isla a la que se concedió el equívoco estatuto de “estado libre asociado” y sobre cuyo ejemplo se modeló el frustrado proyecto de área de libre comercio continental (ALCA).
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Feminismo nuestro
Habla también tú sé el último en hablar, di tu decir. Habla- Pero no separes el No del Sí. Y da a tu decir sentido: dale sombra. (Paul Celan)
Cierto, debe ser de cristal lo que provoca el movimiento de los cuerpos lo que dice, calla una fuerza de cristal, una guía invisible Llegó el día en que leímos “Máquina Hamlet” la parte de la europa la mujer dijimos este tipo entendió todo lo entendió para siempre
veo que se impacientan, no no se no quiero acusar a nadie ni siquiera a los acusadores esto tampoco es carne de victimología, no hay nada grave Yo soy Ofelia es verdad, no pedí mucho, no pedimos mucho sin embargo cicatrices de comentarios en la espalda cicatrices de segundas intenciones y otras también Destruyo el campo de batalla que era mi hogar nada grave, vamos, nadie quiere incomodar cada uno ocupa su lugar cada uno se acostumbra cosas que pasan Ayer dejé de matarme la idea no es incomodar no apelación a la herida, debe haber alguna amos o esclavos falta o no falta vida difícil o simple oportunidad o falta de la máquina adversativa organiza pero claro
llega el punto en que y a eso voy, no se vayan llega el punto en que die riss a riss is a riss is a riss y uno o una o lo que sea no puede decir yo sin mentir un poco. Yo no soy Hamlet. Ya no represento ningún papel. Mis palabras ya no me dicen nada. No sé si se entiende, lo que quiero decir NIEVE SOBRE LOS LABIOS Quédense un poco más. Hablemos de nuestra comunicación imposible.
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estatizado · 8 years
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La Virgen del Osobuco. Breve catálogo filológico, teológico, taxonómico y gastronómico.
@AdrianLakerman @FernandoCasullo
Arzobizpos de Culto - Carapachay.
En estos días nuestra sensibilidad religiosa se ha vuelto a sacudir. Y nos referimos a una sacudida epileptioide, irracional, fibrilante, como se mueve un hereje al ser torturado en un potro de la Inquisición. Estamos así, felices y regocijados, por una sorprendente noticia: la aparición de una imagen de nuestra madre María en un trozo de osobuco. Albricias de albóndigas y mondongos divinos, ya podemos hablar hoy de una verdadera “Virgen del Osobuco”. Y queremos compartir con la feligresía de Estatizado una líneas escritas al calor de estos acontecimientos, y al calor de un convento que acaba de ver roto su aire acondicionado.
Grande fue nuestra emoción al encontrar en la prensa diaria una noticia tan bondadosa, tan recalcitrantemente santa, tan esperpénticamente creyente. Debemos confesar que nos dio tanto placer como el que produce sorber el producto gelatinoso que viene en el tan mentado caracú. Pero esta vez no se trataba de sorber un derivado del puchero, no, sino de celebrar un milagro llegado al terreno hasta ahora impío de las carnicerías. En efecto, así como el agua ya tenía su Difunta Correa y hasta ese mundo un tanto afro y vudú que es la cumbia portaba su Gilda, por fin los amantes del asado y los guisos tendremos nuestra deidad. Desde hoy las Cruzadas ya no serán con espadas y escudos, si no con chimichurris y ensalada de papa y huevo.
Sin embargo queremos hacer notar que aquel fenómeno tan trascendental no es un hecho aislado. No es un rayo en una noche de oscuridad, un chispazo acarbonado en un brasero. Es verdad que ahora podremos presumir de tener una santa propia y reconocida homologada por la Iglesia y sus concilios, pero el ámbito de la industria cárnica ha tenido varios prodigios previos. Manifestaciones extra terrenales que han sido tapadas, vilmente invisibilizadas. Acaso por tratarse el Vaticano de un ámbito vegano friendly, con un Jesús en piel y huesos que a lo sumo te pica un poco de pan con el vinito. ¡Pero no! Hay unos cuantos milagros chorreantes de sangre y relleno de chinchulín que queremos, brevemente, reseñar en este nuevo escrito que ponemos a consideración del lector.      
Para comenzar, una referencia ineludible en el ámbito de las apariciones vinculadas a la pulpas es la de aquellas tripas gordas que, puestas por una bella muchacha norteña en el contexto de un locro patrio allá por 1910, comenzaron a sonar sin ningún aviso previo. Aprovechando sus evidentes estructuras tubulares, de pronto zumbaron casi como un órgano de Iglesia e interpretaron Bach (aquel autor que alguna vez dijera que toda música debía ser hecha para agradar a Dios). Las achuras fueron más castas aquellos segundos que la Madre Teresa de Calcuta, quien podría saber mucho de darle la extremaunción a los leprosos, pero seguro que no te sacaba crocante una molleja.
Vayamos ahora con el siguiente caso. Una madrugada de 1930, el joven monaguillo Manuel Mendizabal tocó la puerta de la parroquia interrumpiendo el asado eclesiástico de los jueves. Su cara estaba pálida, sus manos temblaban. Los párrocos lo hicieron pasar al cuarto de juegos mientras soltaban las butifarras de la picada, pero el humo que había surgido de la leña crepitante hizo que a Manuel le agarre un ataque de tos, así que terminaron conversando en el altar. Resulta que el tío de Manuel, insistente como un Daniel Filmus en las elecciones, lo había llevado a una whiskería para que el pibe “se haga hombre”. Es sabido que en las ciudades pequeñas todos se conocen y la prostituta que eligió el tío para que su sobrino comience esta nueva etapa era la madre de una compañerita de primero inferior de Manuel. Manuel obligado llegó a la habitación de la casquivana y ella sin mediar palabra lo acostó en la cama y lo obligó a hacerle sexo oral. Y ahí surgió la aparición divina, Manuel vislumbró en los labios vaginales de la prostituta, el rostro del mismísimo Jesús. Es decir, le vio la cara a Dios por partida doble. Manuel les exigió a los curas que vayan a ver, corroborar y bendecir la figura descubierta, pero lo párrocos se negaron, excusándose que el asado de los jueves era sagrado. Es muy típica esa actitud en ciertas órdenes sacerdotales, no te sueltan un gramo de carne tierno ni que esté danzando desnudo el Gauchito Gil.  
También podemos recordar aquel perturbador caso de 1963 donde parroquianos de un bodegón al paso de Trenque Lauquen aseguraron haber visto estigmas en los chorizos y las salchichas parrilleras. Los estigmas, se sabe, son manifestaciones de las heridas sufridas por Cristo en la Cruz. El incidente resultó bastante paradójico dado que casi sin quererlo se agotó el debate sobre si a los embutidos hay que pincharlos para desgrasarlos antes o después de darlos vuelta en el grill. Tal vez nuestro Señor, con su siempre presente sabiduría, colocó esas laceraciones para que reinara la paz en los ámbitos metodológicos de un buen asado.
Imposible olvidarse del incidente de 1984 en el taller mecánico “Chapín” de Pringles. En dicho establecimiento Don Emilio, mecánico en jefe, luego de arreglar un Peugeot 504 y al disponerse a asar un cordero en honor a sus subalternos, identificó la figura del periodista Gerardo Rozín en una mancha de aceite que recorría el piso. En un principio, Emilio contó que solo había adivinado la figura de un ser humano, desconocía el rostro de Rozín. Pero al alertar a su hija Dolores, una joven estudiante, esta no dudo un segundo en reconocer al conductor rosarino en los trazos del charco. Emilio intentó que la mancha quede intacta, que nadie la toque, pero el asado del cordero estaba en plena hechura y la mancha empezó a ensuciarse cada vez más, con pedazos de caucho, gotas de vinagre y hojas de romero. Lo más increíble del caso es que la figura de Rozín era cada vez más identificable conforme se deformaba. Desde ese descubrimiento el taller cambió su cartel “Taller mecánico Chapín, el de la cara de Rozín”.
Menos conocido pero no por eso menos llamativo es el caso de un adolescente que en 1991, mientras apuraba un matambrito de cerdo porque se disponía a jugar a la Cómodore 64, reconoció entre los pliegues de su comida una representación mística peculiar. Efectivamente, mucha fue su sorpresa cuando pudo distinguir en ese chicloso trozo de carne blanca un dibujo con las soluciones del Monkey Island II “Le Chuck's Revenge”. Sintió así la presencia divina, la palpó, hasta un poco le hincó los dientes. Pero aquel recibió a los signos de Yavhé con un dejo de desilusión, hay que decirlo, porque en realidad era “The Prince of Persia” el juego que no podía pasar hacía semanas.    
No podría faltar en nuestra gregoriana enumeración el famoso caso de aquel enfermo de diabetes de Isidro Casanovas que en el 2000 logró ver entre una ristra tupida de morcillas la inconfundible imagen celestial de un hemograma. Análisis que, prima facie, le daba muy bien de glucosa. Acostumbrado a los retos de sus médicos este sufriente muchacho se arrodilló emocionado dado que hacía meses que la hematología lo castigaba. Lo único que, cuando observó un poco más en detalle, notó que tenía altos los triglicéridos, y las plaquetas medio bajas. La verdad que para milagro, milagro, este caso no fue de los mejores, pero sí un buen llamado de atención en un contexto sedentario como es el de la vida moderna. Hoy el protagonista de tal evento es un reconocido runner, top 5 del Conurbano.
Para cerrar, mencionar los testimonios de aquellos asistentes al programa de Mauro Viale del 2002 cuando tuvo el desagradable incidente con Samid -aka el Rey de la carne-. Aquellos juraron haber visto descender al Arcángel Gabriel para sumarse a la religiosa trifulca hoy tan recordada. Según testigos, el ser celestial la emprendió contra el famoso conductor semita al grito de “Judío Hijo de Pucha, vení comete esta Marucha”. Marucha, se sabe, es un corte económico de la vaca que proviene de la tapa de los bifes angostos y puede ser usado en el  asado. Todo muy confuso, todo muy bizarro, como gustan decir los chicos ahora.    
En fin, hemos dejado claro que el asado y Dios se llevan bien desde siempre. De hecho, no jorobemos caracho, formamos parte de un culto que domingo a domingo en misa reparte la carne y la sangre del hijo de Dios. Una religión caníbal que debería llevar de ícono una parrilla más que una cruz. Brindemos por eso. Y pongamos a la Virgen del Osobuco a hervir, que el osobuco ablanda a las tres horas, mínimo.
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