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NOPE.
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La cortada inexistente.
En ocasiones llega la aberración. En ocasiones me aburro. No le he hecho la culpa a nadie y los que consideren que el del problema soy yo tienen razón.
En esto no hay psicología, drogas ni artistas deprimidos.
A veces tengo hambre de conocimiento, de que alguien me cuente cosas que no sabía; descubrir detalles o cosas minúsculas que pasan a desapercibido o que pocos hablan.
A veces me aburre todo. Todos. Y yo soy el del problema, nadie más.
Pero nadie, tampoco está.
Por la noche recurro a buscar algo inexistente. Abro cajones, los 16 cajones de la cocina y no hayo nada.
En estos tiempos es peligroso salir de casa.
Y las personas cercanas son dos caminos y no siempre está el de hacia tu casa entre ellos. Ya sea por las distancias, o la circunstancias.
A veces simplemente quiero estar solo. Aguardar a encontrarme a mi mismo, ya que estar solo ahora está de moda, más ya no por un verdadero problema existencial.
Me cierro. Pero se abre en mi una herida que goza de ser vista. Así como como aquellos chicos que quieren que las cortadas de sus brazos atraigan la atención de algo que anhelan, así mi herida, mi cortada inexistente quiere ser vista; y la luzco a las paredes. Me hace sentir orgulloso de ella. Calma mi ansiedad y sólo así no siento romperse el sedal o la caña de pescar; el hambre de los vagabundos; la ambivalencia de la soberbia y la piedad.
No siento el miedo a la oscuridad o a la soledad.
Pero veo reventar y sangrar mis tímpanos. Soy yo el del problema.
No busco la idea de morir porque me aterra. La tierra reclama mi cuerpo, evita en mi la idea; dice: hay demasiada literatura por leer y escribirse; mucha música por oír, comida por saborear y encuentros furtivos para amar.
Anónimo.
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La cortada inexistente.
En ocasiones llega la aberración. En ocasiones me aburro. No le he hecho la culpa a nadie y los que consideren que el del problema soy yo tienen razón.
En esto no hay psicología, drogas ni artistas deprimidos.
A veces tengo hambre de conocimiento, de que alguien me cuente cosas que no sabía; descubrir detalles o cosas minúsculas que pasan a desapercibido o que pocos hablan.
A veces me aburre todo. Todos. Y yo soy el del problema, nadie más.
Pero nadie, tampoco está.
Por la noche recurro a buscar algo inexistente. Abro cajones, los 16 cajones de la cocina y no hayo nada.
En estos tiempos es peligroso salir de casa.
Y las personas cercanas son dos caminos y no siempre está el de hacia tu casa entre ellos. Ya sea por las distancias, o la circunstancias.
A veces simplemente quiero estar solo. Aguardar a encontrarme a mi mismo, ya que estar solo ahora está de moda, más ya no por un verdadero problema existencial.
Me cierro. Pero se abre en mi una herida que goza de ser vista. Así como como aquellos chicos que quieren que las cortadas de sus brazos atraigan la atención de algo que anhelan, así mi herida, mi cortada inexistente quiere ser vista; y la luzco a las paredes. Me hace sentir orgulloso de ella. Calma mi ansiedad y sólo así no siento romperse el sedal o la caña de pescar; el hambre de los vagabundos; la ambivalencia de la soberbia y la piedad.
No siento el miedo a la oscuridad o a la soledad.
Pero veo reventar y sangrar mis tímpanos. Soy yo el del problema.
No busco la idea de morir porque me aterra. La tierra reclama mi cuerpo, evita en mi la idea; dice: hay demasiada literatura por leer y escribirse; mucha música por oír, comida por saborear y encuentros furtivos para amar.
Anónimo.
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Pienso. No, a veces no pienso.
Hay respuestas que matan o agobian las circunstancias que hacen sentirnos vivos. Porque me gustas tú, el pan con mermelada y el sonido crujiente;
La vista de las montañas por la ventana,
el cielo azul,
los bordes finos que crea en las cosas el sol,
los trastos desordenados que hay que lavar mientras pienso en ti,
la primavera,
La Semana Santa,
La música,
El agua,
Los dibujos,
Las fotos de mis amigos,
La trama,
Las vacaciones,
La hamaca,
el camino hacia Tzicuilan,
Las curvas de la mujer que amo,
Su cabello,
Su nombre;
las coincidencias espontáneas,
La plaza de los domingos,
El vaivén de las enaguas de las transeúntes,
El reloj del parque que marca un IIII romano inexistente,
los mitos y las leyendas,
las danzas autóctonas y el pilato con su fétida voz,
las sonrisas de las personas,
el color rosa con el azul,
las mariposas 88,
las cascadas y los ajocuahuit; a decir verdad, últimamente me ha comenzado a gustar todo,
por eso no, a veces no pienso,
porque es cuando más te extraño.
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