Tumgik
kmines · 4 years
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la ventana
Recostada en la cama, con el mundo tumbado hacia la derecha, veo la luz que se filtra entre las fibras de la tela cuadriculada de la cortina. En el vaivén, ese baile que hace con el viento, la sombra que se genera me cubre la mitad de la cara mientras pestañeo despacio y me rasco la cabeza con la mano.
Reparo en el caño que sostiene la cortina, polvoriento por la falta de limpieza y el paso de los días. Me pregunto cuántas arañas habrán tejido sus telas para poder deslizarse hasta el suelo, bajando y subiendo a su gusto y necesidad, cazando bichos y tejiendo, tejiendo, tejiendo.
Y pienso en mi abuela que me hizo un pulóver hace mucho tiempo. En lo emocionante que me resultaba acompañarla a la lanería para elegir y ver los montones de madejas coloridas, apiladas en los estantes. La infinidad de posibilidades: bufandas, gorros, guantes, pantuflas para abrigar las extremidades frías.
Cuando aprendí a tejer descubrí que me gustaba el ruido de las agujas cuando chocaban entre sí, pero nunca resultó ser lo mío porque la constancia necesaria para acabar una pieza entera siempre fue compleja para mi rutina cambiante. De grande también aprendí el mito de Penélope, que tejía y destejía su manta esperando a que su amada volviera de la guerra. Mentía así a todos sus pretendientes, pero el día en que Ulises volvió ella no lo reconoció. Siempre me pareció muy triste.
La cortina se corre una vez más en su danza lenta y pesada. El sol me da de lleno en los ojos y, por unos segundos, estelas de luz multicolor me interrumpen la visión, son como pequeños arcoíris. Me acuerdo de esa profesora de físico-química que tuve, muy delgadita y con cara de ratón, y su explicación acerca de la composición del blanco de la luz, de cómo se consigue con todos los colores del arcoíris. Me quedé mucho tiempo pensándolo, me re flashó, aunque, ahora que lo pienso, puede que haya sido la profesora de arte quien nos proporcionó ese dato, la verdad que no estoy segura. Y eso me preocupa, a veces, no estar segura, digo. Porque siempre tengo una certeza de las cosas que pasaron hasta que transcurre los años, los meses y ¡puf! se desvanecieron, se transformaron y ya no están ahí.
Creí, por un lapso considerable de mi vida, que, en mi mente, todo permanecería inmutable, a salvo del avance del tiempo en mi pensadero privado hasta que un día volví a buscar un recuerdo y no lo encontré. Eso también fue tremendo, peor que la historia de Penélope.
Miro la cortina con un poco más de detenimiento y me pregunto quién habrá sido la primera persona a la que se le ocurrió que el cuadrillé era un estampado de cortina, así como también de mantel. Me imagino a un hombre descansando apaciblemente en su cama durante la madrugada, luego de una larga jornada laboral, hasta que, de golpe, se incorpora por el sobresalto ocasionado por una idea que entre sus sueños ha engendrado. Y lo figuro ahí, una imagen entre histórica y ridícula, con un camisón blanco a la rodilla y los pelos revueltos, las marcas de la almohada en la cara. ¿Por qué todos los hombres de la antigüedad dormían en camisón? ¿realmente era así o es una idea producto de consumir tantas películas animadas?
Cuántas cosas nos son familiares de tanto consumirlas por medios audiovisuales. Divago entre películas que todes vieron y yo no, otras que me recomendaron y prometí ver, pero que luego quedaron en la nada. A veces me da cierta impotencia lo inabarcable, las cosas para las que sé que no me va a alcanzar la vida. La cantidad de libros que no voy a leer, la música que nunca voy a descubrir, las películas que me voy a perder.
Para huír de la angustia que me provoca la inminencia del fin vuelvo a observar por la ventana. El sol se pone y en la habitación comienza a hacer frío. Me incorporo, dispuesta a hacerme un té, y, camino a la cocina, cierro las cortinas. Tengo que sacar esas telarañas de una vez, me digo por lo bajo.
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kmines · 4 years
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diecisiete
Qué lindo que es tener diecisiete, pero qué terrible el frío ¿sabés?. Sí, el frío, ese que te recorre la espalda cuando te das cuenta de que cuanto más disfrutes más rápido se te escurre cada segundo y que cada canción que cantas a los gritos se va a volver un punto chiquito y distante en una adolescencia todavía más chiquita y distante. Cuando tenía diecisiete sabía qué quería y a dónde tenía que ir. Podía beberme los amaneceres en un vaso y, aún así, permanecer sobria el resto del día. Aprendí muy bien a querer a gente que nunca me iba a querer de la misma manera, y lo hice tan bien que me costó tirar el manual que llevaba constantemente en el bolsillo a la basura. Por suerte, también encontré la manera de querer todavía más a personas que sí me abrazaban con la mirada y me cobijaban en una risa. Tener diecisiete fue la apertura de un paréntesis a mi existencia hipócrita sin saber que este nunca iba a cerrarse. Fue un espacio donde fluyeron las canciones y la poesía tímida que no estaba segura de serlo propiamente. Fue una pisada fuerte en una sala vacía: impertinente, valiente, instantánea y con poco sentido. Comerse al mundo supo casi casi tan dulce como la cantidad de pico dulces que saboree esperando a bailar con las zapatillas bien puestas. Es que bailar a los diecisiete si no era con las zapatillas bien puestas, el corazón roto y la poesía en los labios nunca hubiera sido bailar. Y, en cierto modo, los diecisiete casi que podrían ser esa canción que escuché hasta el hartazgo y que, luego de olvidarla en uno de los tantos estantes que mi corazón tiene, vuelvo a encontrarla para desempolvarla y ponerla en bucle bajito y a escondidas hasta quedarme dormida.
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kmines · 4 years
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nada
me preguntás qué estuve haciendo y yo quiero decir que pensando en vos, pero digo nada.
y cuántas ganas me da de que la nada signifique todo lo que quiero que sea, pero no deja de ser eso, nada.
y nada. que estoy triste. que ya estoy mejor. que te extraño un poco, sin entender por qué. y que me arrepiento de todas esas veces en las que dije nada cuando, en realidad, quise decir mucho.
y nada. que te escribí un poema que, probablemente, leíste sin saber que era para vos y que escondía tu nombre entre las letras, como un acertijo. y me parece muy oportuna esa comparación porque vos sos muy eso. un acertijo, un laberinto sin entrada ni salida, enroscado en sí mismo. muy poco nada y muy muchas cosas. no como yo, que te digo nada cuando me preguntás qué estuve haciendo porque sé que para mí nada es decir estuve pensando en vos y no sé cómo decírtelo.
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