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llama2-co · 3 years
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Debajo de la higuera
¿Que sucedio debajo de la higuera? Tal vez lo mismo que estás viviendo hoy; afrontamos tiempos difíciles, pero aún en medio de la tormenta, nunca se dormirá quien te cuida, no te abandonará y siempre estará dispuesto a extender su mano hacía ti para ayudarte... pero hay algo mejor: ¡Te ve!...
Él, nuestro amado Jesús, te ve en tus luchas, en tus momentos de desierto, en tus tristezas, y hasta en los fracasos... y siempre está ahí, ¡Siempre te ve!...
Hoy te invitó a que te permitas vivir la experiencia más grande de amor que puedes vivir en tu vida... Tal vez tienes a un amigo cansón hablándote de las maravillas que el Señor ha hecho en su vida... tal vez siempre le evades diciéndole: ¿que cosa buena puedo encontrar allá? ... tal vez es el momento que le aceptes la invitación  y escuches su voz cuando te dice: ¡Ven y verás!... te aseguro que no es su voz, ¡Es la voz misma de Cristo que vive en el llamándote!
El sólo quiere llevarte a vivir la más grande de todas las aventuras, ¿aceptas la invitación? ¡Espero de todo corazón que sea así!
Estoy seguro que sentirás en tu corazón la voz de Jesús decirte: antes de que tu amigo te trajera, cuando estabas en tu peor momento, ¡Te vi!
Por: Ricardo Sánchez Martínez - Agente para la Evangelización Arquidiócesis de Barranquilla / Guitarrista Ministerio de Música Llama2, Parroquia Inmaculado Corazón de María / Barranquilla - Colombia
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llama2-co · 3 years
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Formación para ministerios de música. Tema 1: ¿Que es un ministerio de música?
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Todos los que estamos aquí reunidos hoy, tenemos muchísimas cosas en común, pero hay algo que tal vez estemos pasando por alto: ¿Cómo inicio todo este viaje?… podremos decir muchas cosas, pero todo se resume en que cada uno de nosotros recibió en su corazón un llamado.
Cada uno de nosotros tenemos una historia de encuentro con Jesús; llegamos a ese encuentro por diversas circunstancias… ya estando en ese hermoso lugar, pasaban y pasaban las horas, pero estábamos como detenidos en el tiempo y sin tiempo –por aquello de los relojes y los celulares-, y a cada momento que pasaba se sentía más y más fuerte la presencia de Jesús, que iba quitando de nuestros corazones esos delgados pétalos de hielo perpetuo que los envolvían… los iba quemando uno a uno con el fuego de su amor, sentíamos arder nuestros corazones y como se estremecía todo nuestro interior mientras nos hablaba en el camino y nos iba explicando las Escrituras (cf. Lc 24, 32).
Siempre se acercaba alguien a decirnos: ¡Jesús te va a hablar!, ¡Jesús te va a hablar!, que no sabíamos en que forma, ni mucho menos el momento, pero que seguro nos iba a hablar y que nos íbamos a llevar esas respuestas que andábamos buscando en nuestro interior.
Hoy les puedo confesar mis hermanos, que Jesús cambio mi vida; antes olvidaba todo, y desde ese hermoso encuentro, recuerdo cada detalle de cada momento vivido al lado de ustedes mis hermanos… porque Jesús me hablo… me hablo ¡pero también lo vi!... Fue cuando descubrí que Él siempre ha estado a mi lado, pero en ese momento, ¡Estaba frente a mí! Y no pude más que llorar y mal contarle mis pecados por pena conmigo mismo al verme tan indigno de estar en su presencia, por eso la parábola del hijo prodigo estremece todo mi ser, al ver los brazos extendidos de nuestro Padre Misericordioso saliendo a mi encuentro, para recoger mi humanidad vuelta pedazos, con mis ropas y mi alma hecha retazos, aunque creía que todo en mi vida iba bien; por eso también, al hacer la profesión de fe del Centurión Romano, mi voz se corta al reconocer su presencia en ese pedacito de pan que se parte y se comparte para hacerse uno en nosotros: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme».
Hablemos de ese llamado que hemos recibido mis hermanos;
¿Por qué es un llamado?
Es un llamado porque Jesús nos habla directamente al corazón, y constantemente nos dice: «Ten en cuenta que estoy a la puerta y voy a llamar; y, si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos los dos.» (Ap 3, 20). Él siempre está a tu lado, ¡caminando contigo!, esperando ese momento en que abras las puertas de tu corazón y le digas ¡Quiero, Señor, entra, la puerta está abierta! , y aunque no soy digno, te quisiera hablar. Entra, Señor, las puertas de mi corazón están abiertas para ti, para que conmigo vengas a cenar; Entra Cristo Jesús a mi corazón, quiero que inundes todo con tu presencia dime tan solo una Palabra y mi corazón será sano
Un llamado, porque ciertamente Él, Jesús, nos ha mirado a los ojos y sonriendo ha dicho nuestros nombres: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10).
¿Cómo respondemos nosotros ante esa mirada, ante esa voz que nos llama por nuestros nombres?
¿Escuchamos la voz del Señor cuando nos dice «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar»? (Lc 5, 4)
Nuestra respuesta debe ser llevar nuestras barcas a tierra y, dejándolo todo, seguirle (cf. Lc 5, 11).
¿Es fácil dejar nuestras redes en tierra y seguirle?
Pues definitivamente No, nada fácil, sobre todo cuando Él mismo Jesús nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame» (Lc 9, 23)
Pero aquí encontrarnos una hermosa promesa: «pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8, 35)
¿Te sientes elegido por el Señor? Te invito a que en este momento cierres tus ojos… y lo medites en tu corazón…
Si tu respuesta es un sí, estoy seguro que querrás preguntarle al Señor cada mañana al iniciar tu día: «Maestro, ¿dónde vives?» (Jn 1, 38); y Él, con todo su amor y ternura, cada mañana te responderá: «Ven y verás» (Jn 1, 39).
Cuando esa pregunta se anide en tu corazón, no querrás estar en otro lugar que no sea en su presencia ¡a cada instante de tu vida! Porque nuestras vidas, son una permanente oración, hagamos de nuestras vidas un permanente ¡Sacrificio de alabanza!
Ahora preguntarás: ¿Y después del llamado, qué sigue?
¡Nuestra respuesta mis hermanos! Dios nos conceda la gracia de darle ese sí sin medidas a ejemplo de nuestra amada Madre María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38)
¿Qué quiere el Señor de nosotros?
Su respuesta va a ser una sola palabra, que puede llegar a iluminar tu vida o hacerte volver atrás como aquellos discípulos que les pareció muy duro el lenguaje del discurso del Pan de Vida (cf. Jn 6, 60).
Esa palabra, lo que Jesús quiere de nosotros es: ¡Todo! Todo de nosotros, nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma sintonizados con su amor; lo que Jesús quiere es que seamos verdaderos adoradores,  en espíritu y en verdad (cf Jn 4, 23), tal como Dios Padre quiere que sean los que le adoren.
¿Cómo podemos acoger la voluntad de Dios Padre?
Mis amados hermanos perseverando. Solo tenemos que creer, tal como respondió Pedro cuando el Señor les pregunto a los doce si también querían marcharse: «Señor, ¿A quién vamos a ir? Tú tienes Palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69)
Cuanta ternura en esas palabras de Pedro: «Señor, ¿A quién vamos a ir?»… Mis hermanos, ese es el sentir que nosotros debemos tener en el corazón, porque solo así, podemos transmitir a través de nuestro canto que <nosotros creemos y sabemos que Él, Jesús, es el Santo de Dios>
Perseverando, tal como lo hacían los discípulos en la naciente Iglesia de Jerusalén: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de sus hermanos.» (Hch 1, 14)
Perseverando, como lo hacían las primeras comunidades cristianas: «Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu; partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo.» (Hch 2, 46-47)
Para eso hemos sido elegido mis hermanos, para anunciar que creemos en un Jesús vivo, que nos alcanza en el camino, hace arder nuestros corazones mientras nos enseña lo que sobre Él dicen todas las escrituras (Lc 24, 27), le pedimos que se quede con nosotros «porque atardece y el día ya ha declinado» (Lc 24, 29a), y que se quedó con nosotros (cf. Lc 24, 29b), en nuestros corazones; y que le reconocimos en la fracción del pan (cf Lc 24, 30-31. 35)
Tenemos una gran responsabilidad mis hermanos, bien lo dijo San Pablo: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria; se trata más bien de un deber que me incumbe. ¡Ay de mi si no predico el Evangelio!» (1Co 9, 16).
Si el camino de Emaús es encuentro con esa Palabra que hace arder nuestros corazones y con el misterio Eucarístico que se revela ante nuestros ojos, mis hermanos nuestra responsabilidad es más grande aún, porque estamos llamados a permanecer en ese amor puro y perfecto, amor que se parte en el Altar, se comparte y que nos hace uno con Él: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.» (Jn 6, 56) «También el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 57b).
Es una gran responsabilidad porque cuando recibimos ese pedacito de pan, ¡Lo recibimos a Él y se queda a vivir en nuestros corazones! Por eso nuestro llamado es a vivir por Él, porque ¡Él Vive en nosotros!.
Para finalizar mis hermanos, les comparto esta bellísima oración con la que San Agustín inicia sus Confesiones:
Grande eres, Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites.
Y ahora hay aquí un hombre que te quiere alabar. Un hombre que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de su pecado, el testimonio de que tú siempre te resistes a la soberbia humana. Así pues, no obstante su miseria, ese hombre te quiere alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti.
Y ahora, Señor, concédeme saber qué es primero: si invocarte o alabarte; o si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.
Pues, ¿quién te podría invocar cuando no te conoce? Si no te conoce bien podría invocar a alguien que no eres tú.
¿O será, acaso, que nadie te puede conocer si no te invoca primero? Pero, por otra parte: ¿cómo te podría invocar quien todavía no cree en ti; y cómo podría creer en ti si nadie te predica?
Alabarán al Señor quienes lo buscan; pues si lo buscan lo habrán de encontrar; y si lo encuentran lo habrán de alabar.
Haz, pues, Señor, que yo te busque y te invoque; y que te invoque creyendo en ti, pues ya he escuchado tu predicación. Te invoca mi fe. Esa fe que tú me has dado, que infundiste en mi alma por la humanidad de tu Hijo, por el ministerio de Aquel que tú nos enviaste para que nos hablara de ti.
Ahora les pregunto, no para que me respondan a mí… para que se respondan en sus corazones: ¿Qué es un ministerio de música?
Mis amados hermanos «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» (Lc 10, 2).
¡El Señor los bendiga y los guarde!
Por: Ricardo Sánchez Martínez - Agente para la Evangelización Arquidiócesis de Barranquilla / Guitarrista Ministerio de Música Llama2 - Parroquia Inmaculado Corazón de María.
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