Tumgik
marcfarraspiera · 3 years
Text
Calligarich
Tumblr media
“Roma era la nostra ciutat, ens tolerava i ens amansia, i fins i tot jo vaig acabar descobrint que malgrat les feines esporàdiques, les setmanes de fam, les humides i tenebroses habitacions d'hotel, i els mobles groguencs, agonitzants i secs com per una fosca malaltia del fetge, era l'únic lloc on podia viure. I amb tot, si penso en aquells anys no aconsegueixo situar gairebé cap rostre ni cap fet, perquè Roma té una embriaguesa particular que crema els records. Més que una ciutat, és una part de vosaltres, una fera oculta. Amb ella no val cap mitja mesura, només un gran amor, o l'haureu d'abandonar perquè això és el que vol la dolça bèstia, ser estimada. Aquest és l'únic peatge que us imposarà, vingueu d'on vingueu, dels verds i costeruts carrers del sud, de les boiroses avingudes del nord, o dels abismes de la vostra ànima. Estimada, se us oferirà tal com la desitgeu, i només haureu de deixar-vos anar a les oscil·lants ones del present flotant a un pam de la legítima felicitat. I per a vosaltres hi haurà vespres d'estiu plens de llum, vibrants matins primaverals, les estovalles dels cafès com faldilles de noies agitades pel vent, hiverns afilats i interminables tardors en què us semblarà desarmada i malalta, rendida, inflada de fulles decapitades damunt les quals les vostres passes no faran cap soroll. I hi haurà les escalinates encegadores, les fonts estrepitoses, els temples en ruïnes i el silenci nocturn dels déus destronats, fins que el temps perdrà qualsevol significat que no sigui el pueril d'empènyer els rellotges. Així, també vosaltres, dia rere dia, esperant, esdevindreu part d'ella. També vosaltres nodrireu la ciutat. Fins que un dia de sol, olorant el vent que vingui del mar i mirant el cel, descobrireu que no cal esperar res més.”
L’ultima estate in città (Gianfranco Calligarich)
0 notes
marcfarraspiera · 4 years
Text
Cambridge, el sueño inglés
Si la nariz de Cleopatra cambió la faz del mundo, las mentes de Cambridge le dieron forma y sentido. Pocas ciudades han sido tan decisivas. Basta con pensar en un mundo sin fútbol, huérfano de Pink Floyd y gobernado por una alianza de nazis y creacionistas. Y esto sería solo el principio.
En la vieja ciudad inglesa se gestaron las leyes del beatiful game y de la teoría de la evolución, se descifraron los códigos que permitieron vencer a Hitler y se explicó el universo en toda su dimensión, desde el ADN hasta los agujeros negros. Newton, Darwin, Turing, Hawking… la lista de ilustres es interminable, sin olvidar a dos contribuciones mayores al séptimo arte, Olivia Newton-John y Sir Ian McKellen. Quizás se puede vivir sin fútbol y sin Pink Floyd, pero ¿qué sería de nosotros sin Sandy y sin Gandalf?
Tumblr media
Gestas y mitos aparte, Cambridge es una de las mejores ciudades del planeta para vivir. Lo dicen informes y expertos del mundo entero, y lo confirman los miles de visitantes que cada año se rinden al encanto de sus calles adoquinadas, de sus rutas fluviales y de su mezcla irresistible de templo del conocimiento y epicentro de cultura, con propuestas de altísima calidad durante todas les estaciones. Para muestra un botón:
La Midsummer Fair (junio) se celebra desde la friolera de 1211 y es un tótem de las ferias británicas, ideal para familias. Otros eventos de primera línea son el Cambridge Summer Music Festival y el Cambridge Shakespeare Festival, ambos en verano, dos ocasiones únicas para disfrutar de la música clásica y de las obras del Bardo en escenarios privilegiados, incluida la mismísima capilla del King’s College. Además de festivales de ciencia (marzo), folk (julio), cine (septiembre) e ideas (octubre), el favorito de los locales es la Strawberry Fair (junio), a mayor gloria de las fresas, el fruto rey de la campiña inglesa.
Agua, piedra y frutos salvajes
Toda la ciudad se distribuye y organiza alrededor de la vida universitaria, cuyos estandartes son los archiconocidos colleges, desde el Trinity hasta el Queen’s, una treintena de venerables instituciones académicas que rigen el porvenir de Cambridge desde hace siglos.
La mayoría se pueden visitar enteros o por partes, algunos gratuitamente, y muchos son auténticas maravillas arquitectónicas. Dan fe de ello sus majestuosos jardines, perfectamente recortados; sus puertas, torres y capillas, tan dignas de una fortaleza como de un palacio; y la harmonía e inspiración que transmiten en conjunto.
Tumblr media
Por supuesto, no todo en Cambridge son títulos, togas y bibliotecas. El deporte es uno de los pilares de la sociedad inglesa, y en Cambridge ninguno es tan amado y practicado como el remo. La versión para los novatos y curiosos se llama punting, y es la mejor manera de conocer la ciudad – y de enamorarse rápidamente de ella.
Para descubrirlo, nada mejor que embarcar en una de las incontables chalanas que surcan el río Cam, que a su paso por el centro es apenas un riachuelo serpenteante entre los nobles edificios de piedra. Las embarcaciones, largas y planas góndolas rectangulares, suelen estar pilotadas por apuestos estudiantes con atuendo marinero que se sacan un sobresueldo explicando batallitas y anécdotas a los turistas, que yacen reclinados entre cojines, fresas y copas de champán cuál séquito imperial.
Tumblr media
Entre sorbo y mordisco, conviene prestar atención a los mil atractivos de la ruta. Por ejemplo, a los puentes, insinuantes y venecianos como el de los Suspiros, ninguno como el Puente Matemático, construido solo con tablones rectos de madera, según la leyenda, por Isaac Newton y sin roscas ni tornillos.
Ya de vuelta a tierra firme, el coqueto Mercado del centro, activo desde el Medioevo, acoge un par de docenas de puestos variopintos donde se pueden comprar desde fresas y confituras hasta peletería y discos de segunda mano. A diferencia de muchos tinglados de la capital, aquí se puede curiosear y regatear sin agobios y con todo el tiempo del mundo.
Almuerzo sobre la hierba
Si el cielo acompaña, nada mejor que comprar comida para llevar y sentarse al lado del canal en Jesus Green o en The Backs, las dos grandes zonas verdes del centro, al norte y al oeste de los colleges, respectivamente. Parques urbanos, limpios, de un verde brillante, y bañados por las aguas del río, con pistas de tenis, barbacoas y patos revoloteando. Una estampa de felicidad campestre en el corazón de Inglaterra.
Quien prefiera pasar directamente a los postres, en Cambridge hay un buen motivo para ello. El responsable es un pastelito redondo, en forma de espiral, brillante y pegajoso llamado Chelsea bun, cuya fama alcanza las cuatro esquinas del reino. Sus creadores, la pastelería Fitzbillies, guardan la receta como oro en paño desde hace generaciones.
Tumblr media
No es para menos, pues exportan su producto desde su local art-déco de Trumpington Street a cualquier rincón del mundo. Aunque muchos ya lo han intentado sin éxito, para replicar un Chelsea bun en casa hay que contar con una base de harina dulce, una mezcla de grosella seca y canela, y adornarlo con un glaseado de sirope y aromas de limón. Hasta aquí, fácil, pero el toque mágico es cosa de los dioses, o sea, de Fitzbillies.
Un buen sitio para dar gracias al cielo por semejante placer es el Jardín Botánico, al final de la misma calle. Abierto desde 1831, a lo largo de sus 16 hectáreas conviven hasta 8.000 especies de plantas y especies vegetales, muchas de ellas en peligro de extinción. El espectáculo violeta de los campos de lavanda en primavera y la inflamación rojiza en otoño son dos momentos cumbre de este pequeño paraíso multicolor.
Tumblr media
Aún en Trumpington Street, y para digerir tantas emociones, no es mala idea tomar un café en Hot Numbers Coffee, un local juvenil con mesas y bancos de madera y con una impecable lista musical con temas de jazz y blues. Con las pilas cargadas, nos espera otra batería de propuestas. Abrochémonos los cinturones.
Faraones y osos polares
Como buena ciudad universitaria, el abanico de posibilidades culturales de Cambridge es prácticamente ilimitado, con recursos para todos los paladares y excentricidades. Obviamente no hay que perderse el Fitzwilliam Museum, una versión en miniatura del British Museum, con una impactante colección de momias y una sala de antigüedades grecorromanas de postín, como el hipnótico busto de Antínoo, el amante del emperador Adriano.
Tumblr media
A la vuelta de la esquina se encuentra el Museo de Arqueología y Antropología, que explica los orígenes romanos de Cambridge y organiza estupendas exposiciones temporales, como la dedicada a Harry Burton, el único fotógrafo testigo de la excavación de la tumba de Tutankamón y autor de instantáneas icónicas, como la de la máscara dorada del faraón.
Sin embargo, más allá del circuito cultural oficial, hay dos visitas alternativas que uno no debe perderse por nada del mundo. Dos gemas que representan a la perfección la exquisita tradición inglesa de las galerías de arte y del conocimiento científico sin descuidar nunca el factor humano de cualquier experiencia.
La primera es Kettle’s Yard, antigua casa del coleccionista, erudito y trotamundos Jim Ede, que convirtió un bello cottage (casa de campo) en la galería de arte más bella y evocadora de todo el país. Ede creía que el arte debe ser compartido con todo el mundo y pidió que, al morir, su hogar se conservara inmaculado para goce de todos los amantes del arte, con mención especial para la escultura, el diseño y la arquitectura.
Tumblr media
Kettle’s Yard es un paraíso del arte contemporáneo; un prodigio de harmonía entre espacio, naturaleza y luz; una experiencia sensorial completa que mezcla la sensualidad de los paisajes mediterráneos con la sobriedad del interiorismo británico. Tal fue la pasión de Ede por la escultura y la cerámica que su pequeño palacio es conocido como “el Louvre de las piedras”. Una gozada.
Después de tomar un té con pastas en el precioso café-jardín de la casa, a los pies de la preciosa y diminuta iglesia de Saint Peter y de Castle Mound, el viejo castillo normando de Cambridge, hay que dirigirse sin demora al Museo Polar, a unos veinte minutos a pie hacia el sur cruzando el centro histórico. A la entrada del recinto, las palabras del malogrado capitán Scott, escritas con una fuerza y una ternura descomunales al acecho de una muerte segura en medio de un deserto de hielo, preparan el cuerpo y el espíritu para una de las experiencias más impactantes que se pueden vivir en un museo.
Tumblr media
Scott y otros exploradores polares como Amundsen, Shackleton y Peary protagonizaron algunas de las epopeyas más extraordinarias de la historia de la humanidad. Sus hazañas en los confines del mundo, al filo de lo imposible, a menudo persiguiendo obsesiones irracionales y siempre enfrentados a un frío atroz, a la hambruna y a una soledad infinita, quedan recogidas en este pequeño museo que sirve a la vez de cuaderno de bitácora y de memorial. Hay sin duda museos mejores, más completos y más importantes, pero pocos (quizás ninguno) producen una emoción semejante.
¡Eureka!
Una vez saciado el apetito cultural y científico nada mejor que reconciliarse con la realidad más mundana a la manera de los ingleses, es decir, con una buena pinta. Por suerte para los sedientes, en Cambridge no solo se estudian las leyes del mundo, también se bebe – mucho (se cuentan 110 pubs) y bien, como en todo el país.
El santuario idóneo para comulgar con la tradición etílica de la ciudad es The Eagle, a dos pasos del mercado. Este pub abierto desde 1667 presume de haber cambiado la historia de la biología, puesto que fue bajo su techo donde Watson y Crick anunciaron por primera vez que habían descubierto la estructura del ADN. Bautizaron su hallazgo con solemnidad - “el secreto de la vida” - y acto seguido se zamparon un buen asado regado con cerveza negra. Por si al local le faltaran alicientes, cuentan los más viejos del lugar que The Eagle hospeda a un puñado de fantasmas góticos y que bajo sus suelos de madera crujiente se esconde un tesoro con doscientas piezas de oro.
Tumblr media
The Eagle es centro de peregrinación de ratas de laboratorio de todo el mundo y también de muchos curiosos sedientos de un pedacito de gloria. Para opciones más tranquilas y genuinas, un poco más al oeste, entre los parques de Christ’s Pieces y Parker’s Piece, se esconde un barrio encantador formado por un puñado de calles con casas tradicionales arrebozadas con cal blanca. Justo en el medio, dos pubs hacen guardia uno al lado del otro como una vieja pareja de centinelas. Sin pretensiones, con fotografías antiguas colgadas en las paredes, un arsenal juegos de mesa y una incombustible chimenea, como mandan los cánones, The Elm Tree y The Free Press se erigen como la quintaesencia del pub de provincias, con un servicio amabilísimo y una parroquia discreta y fiel proclive a entablar conversación mientras devora unos huevos con beicon.
Forever England
Y una última tentación para terminar. Si algo cose y hermana a la sociedad británica a lo largo y ancho de la isla, es el afternoon tea. Y si hay algún lugar donde merece la pena degustarlo, es en The Orchard Tea Garden, un salón de té al aire libre a 4km al sur de Cambridge, siguiendo el curso del río Cam. En un entorno sin parangón, a la sombra de los cerezos, no es de extrañar que estrellas de todas las épocas, desde Virginia Woolf hasta Julio Iglesias, pasando por reyes y matemáticos, lo amaran y frecuentaran con pasión. Los poetas, embrujados de tanta belleza (y quizás tras un exceso de crema y confitura) abandonaron toda modestia y lo describieron como “el pequeño jardín de Dios” y símbolo de la “Inglaterra eterna”. Qué mejor que comprobarlo con un earl grey y unos pastelitos con mermelada…
Tumblr media
0 notes
marcfarraspiera · 4 years
Text
Hampstead, gloria de Londres
Igual que el perfumista guarda sus mejores fragancias para los clientes especiales, todas las ciudades esconden un barrio lejos de las masas y del mundanal ruido para ofrecer al turista exigente y bien informado la quintaesencia de su vitalidad. Su verdadera naturaleza. El alma. En el caso de Londres, locales y foráneos coinciden en su veredicto: Hampstead es lo más cerca de la plenitud que uno puede alcanzar.
Y no es para menos. Sus calles florecidas, con torres de ladrillo rojo y palacios rebozados de cal blanca son un escenario inmejorable para un largo paseo dominical. Sus restaurantes eclécticos y sus históricos pubs (conviene detenerse en The Holly Bush y The Flask, ambos a un palmo del metro), un gozo para los paladares más selectos. Y qué decir de Hampstead Heath, joya de la corona de los parques de Londres, con sus miradores, sus lagos, sus hayedos y sus umbríos senderos dignos de la Tierra Media.
Tumblr media
Elegante como Kensington, bohemio como Bloomsbury, y exclusivo como Mayfair, Hampstead tiene esa mezcla irresistible de vieja aldea popular y de punto de encuentro de artistas, liberales y otros personajes incorregibles. Talento y dinero forman parte del ADN del barrio tanto como excursionistas y románticos. Ninguna otra zona del Reino Unido concentra tantos millonarios, pero tampoco hay constancia de otro punto en la capital donde arte, gastronomía y paisaje se fundan en un cuadro tan perfecto.
Para allanar el terreno en busca de una experiencia sensorial completa de Hampstead, bastan un puñado de breves visitas culturales en entornos íntimos y semidesconocidos para descubrir pinceladas singulares y evocadoras de un barrio con un patrimonio artístico y humano excepcional.
Keats House
Pocas veces un escenario ha sido tan crucial para la vida y la obra de un escritor – si es que éstas se pueden separar. El poeta romántico John Keats vivió en Wentworth Place (hoy Keats House) sólo 17 meses, pero fueron suficientes para consagrarse como uno de los grandes de las letras inglesas.
Keats House es un harmónico y pequeño complejo de dos casas semi-adosadas, una de las cuales perteneció a Charles Brown, amigo íntimo del poeta. Keats se la alquiló por la módica cifra de 5 libras mensuales (el precio actual de una pinta). Eran otros tiempos.
Tumblr media
En su idílico refugio de Hampstead, y como buen romántico, Keats amó y escribió desesperadamente. No en vano, conoció al amor de su vida (Fanny Brawne, la vecina de al lado, hay cosas que no cambian) y fue su época más productiva.
La leyenda cuenta que compuso la mítica Oda a un ruiseñor bajo la sombra de uno de los ciruelos del jardín, aunque en el pub The Spaniards Inn, catedral etílica del barrio, aseguran que lo escribió en uno de sus bancos entre jarra y jarra.
La casa-museo guarda diversas pertenencias del poeta: cartas manuscritas, libros con anotaciones e incluso el anillo de compromiso con Brawne, noviazgo que se mantuvo en secreto hasta el descubrimiento de una carta en 1878. También se pueden admirar los vestidos de Bright Star, la excelente adaptación fílmica de la vida del poeta a cargo de Jane Campion.
Tumblr media
La Keats House es de visita obligada para todo amante de la literatura y para los buscadores de inspiración. Las musas encontraron a Keats y le dieron la inmortalidad, igual que a la morera de 400 años de edad que alimentó al poeta en sus tardes de tinta y perfume y que aún hoy produce unas moras deliciosas.
Todo en la vida del poeta fue corto e intenso. También su estancia en Hampstead. Keats vivió aquí entre 1818 y 1820 antes de partir hacia Roma, donde moriría de tuberculosis pocos meses después, a los 25 años, dejando uno de los epitafios más deslumbrantes que se recuerdan: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua”.
Al aterrizar de nuevo en la prosaica realidad, lectores, admiradores y traficantes de libros tienen cita obligada entre les estanterías y las lámparas verdes de Daunt Books, santo y seña de las librerías de Londres, justo a la vuelta de la esquina.
2 Willow Road
En el número 2 de Willow Road, en el extremo sur de Hampstead Heath, yace la única casa de estilo racionalista de Londres abierta al público, obra del arquitecto húngaro Ernő Goldfinger.
Diáfana, flexible y con una estructura simple y equilibrada de hormigón y ladrillo rojo, la que fue su última residencia familiar es un perfecto exponente de un movimiento funcional y estético que revolucionó el concepto del hogar.
Tumblr media
El interior de la casa, habitado hasta 1987 y decorado con gusto exquisito, se ha mantenido intacto desde su construcción en 1939 y cuenta con obras de Max Ernst, Herny Moore, Jean Arp, Man Ray y Lee Miller, entre otros.
Goldfinger es también el padre de diversos edificios brutalistas en barrios tan alejados de Hampstead como Poplar (este) y Elephant and Castle (sur). Criticado en vida por promover una arquitectura “fría y desalmada”, Goldfinger es hoy uno de los grandes nombres del patrimonio moderno de Londres.
Tumblr media
Los amantes de intrigas ya sabrán que el creador de James Bond, Ian Fleming, que fue vecino del barrio y enemigo íntimo del arquitecto, se opuso tan firmemente a los planes urbanísticos de Goldfinger que lo homenajeó bautizando con el mismo apellido a su malo malísimo.
El festín arquitectónico de Hampstead no se termina en el 2 de Willow Road, puesto que a un tiro de piedra se encuentran buena parte de los 18 edificios protegidos del barrio por su singular valor histórico y artístico.
Freud Museum
Los expertos aseguran que el siglo XX nació el diván de Freud. El sofá más famoso del mundo es la estrella de la casa-museo dedicada al padre del psicoanálisis, que pasó los últimos meses de su vida exiliado en Londres.
Esta magnífica mansión fue residencia de la familia Freud desde 1938, cuando Austria fue anexionada a la Alemania nazi, hasta 1982, cuando murió Anna, la hija pequeña, que heredó de su padre la casa, la vocación y el peso de los mitos griegos (su segundo nombre era Antígona).
Antes de instalarse en Hampstead, Freud puso dos condiciones innegociables: llevarse su biblioteca personal y su colección de 2.000 antigüedades egipcias, griegas y romanas. Ambos tesoros pueden contemplarse al completo, así como diversos objetos extravagantes relacionados con el psicoanálisis.
Tumblr media
Ya en Londres, el austriaco recreó con precisión científica su estudio vienés, por el que desfilaron una lista infinita de neurosis, traumas y catarsis, y también algunos invitados de postín, como Stefan Zweig y Salvador Dalí, que le visitaron juntos en una conjunción de egos cuanto menos memorable.
Por fortuna, las estancias freudianas se conservan en un estado envidiable, como una instantánea en tres dimensiones de la Viena de los Habsburgo. Tal es el magnetismo del espacio y del mítico diván que si uno se descuida sale del museo con un complejo de Edipo como un templo o con la libido desbocada. En este caso, Hampstead ofrece diversas soluciones revitalizantes, como un helado en Oddono’s o un capricho de chocolate francés en La Crêperie de Hampstead.
Fenton House
El hechizo vienés no termina con Freud. Como abejas a la miel, los melómanos londinenses vuelven cada primavera a Fenton House atraídos por las melodías celestiales que emanan de los clavecines. Erigida en el siglo XVII por un comerciante báltico en estilo sobrio y compacto, con tejado normando y cierta influencia flamenca, es una de las casas más antiguas de Hampstead y una institución de la música británica. Entrar en sus dominios es como encontrarse de golpe en una escena de Amadeus llevando peluca y escuchando embelesado al genial Wolfgang.
Tumblr media
Fenton House es un mundo en sí mismo, con un universo propio en cada habitación. En la primera planta se puede admirar un inmaculado salón de dibujo del siglo XVIII. La estancia principal se usa para conciertos y alberga el mayor clavicémbalo de Inglaterra. Tampoco hay que olvidar su ecléctica muestra de porcelana, bordados y ebanistería, ni una notable pinacoteca, con obras de artistas como Constable. Pero su principal reclamo es la inigualable colección de teclados e y clavicémbalos, la mayoría aún en funcionamiento. Lo que decíamos, arte para todos los gustos.
El otro gran atractivo del complejo es el jardín, un verdadero edén vegetal con zona de césped, un huerto, un rosal, una colmena (cuya miel se puede comprar al salir) y un vergel de 300 años de antigüedad con más de 30 variedades de manzanas. El mejor momento para visitar Fenton House es a finales de septiembre, cuando se celebra el Día de la Manzana y se ofrecen al diletante deliciosos jugos del fruto prohibido.
Tumblr media
Todo en Fenton House está pensado para elevar el espíritu. Sea con los aromas de lavanda, romero y clavel o con los acordes de virginales y espinetas, las angustias terrenales se evaporan y uno tiene la impresión de sentirse lejos de todo y un poco más cerca de los dioses. Y todo ello a escasos 100 metros de The Holly Bush, uno de los pubs favoritos de los locales, con soberbios acabados de roble y unos asados dominicales para lamerse los dedos.
Kenwood House
Todo buen cinéfilo, sobre todo el adicto a comedias con mucho azúcar, habrá estado en Kenwood House unas cuantas veces, siempre en excelsa compañía, ya sea con Julia Roberts y Hugh Grant o con Emma Thompson y Kate Winslet. Ya se sabe que la ficción tarde o temprano se desvanece, pero ahí sigue el decorado. Y qué decorado.
Construido en el siglo XVII, transformado poco después en una villa neoclásica, y residencia histórica de grandes linajes británicos, hoy Kenwood House alberga una de las pinacotecas más prestigiosas del país, con 63 obras maestras de Turner, Rembrandt y Vermeer, entre otros.
Tumblr media
Con unos interiores de ensueño dignos de un monarca – techos abovedados, muebles policromados, alfombras orientales, bustos de mármol y un sinfín de riquezas – Kenwood está considerado uno de los complejos arquitectónicos más completos de toda la ciudad.
Las maravillas del palacio (naranjería incluida) se integran en un espacio no menos privilegiado, en la parte alta de Hampstead Heath, cerca de Highgate. En la ciudad de los parques, ninguno alcanza la fuerza y el esplendor de Hampstead, tanto en las brumosas mañanas de invierno como en las toscanas tardes veraniegas.
Hay que volver al Heath una y otra vez para degustar con calma y profundidad todos sus placeres, ninguno como sus ponds (lagos aptos para el baño). Alimentados por el agua del río Fleet (sí, el mismo que discurre bajo la tierna barbería de Sweeney Todd), son uno de los últimos testigos de la Londres victoriana, ya que hombres y mujeres se siguen bañando separados. Pese a tal excentricidad, no hay excusa: la entrada es libre, están abiertos todo el año y cuentan con un regimiento de socorristas.
Después de visitar Kenwood House, nada como unas brazadas entre las aguas salvajes del pond, una comida campestre con mantel de cuadros, vino y quesos del país (cheddar, sin discusión) y una siesta sobre campos de trigo dorado. Y si aún os quedan fuerzas, contemplad en la hora bruja la ciudad a vuestros pies desde el mirador de Parliament Hill hasta que caiga el telón de la noche. Ya lo dijo Zadie Smith: “¡Hampstead Heath, gloria de Londres!”
1 note · View note
marcfarraspiera · 4 years
Text
Rotherhithe: princesas, colmenas y bucaneros
América empieza en Rotherhithe. La historia es caprichosa y tiende a olvidarse del origen de muchas cosas. Ahora casi nadie se acuerda, pero durante siglos Rotherhithe, el extremo oriental del puerto de Londres, fue el punto de partida de expediciones marítimas que cambiaron la faz del mundo. Y ahí sigue, con 900 años de vida y miles de anclas levadas a sus espaldas, y con apenas 14.000 vecinos. Entre sus dársenas, sus bodegas y sus calles empedradas con olor a sal y alquitrán se gestaron aventuras de coraje, compromiso absoluto y estoicismo religioso. Algunas de ellas levantaron continentes enteros - luego lo veremos.
Los historiadores difieren en el origen del nombre de Rotherhithe. Como suele pasar, los hay prosaicos (“tierra de ganado”) y poetas (“refugio de la rosa roja”). A juzgar por el presente, se deberían imponer los primeros: en Rotherhithe no hay rosas, pero sí ganado - esto también lo veremos. Lo que no admite discusión es su geografía, una discreta península al sureste de Londres, en el distrito de Southwark, antigua frontera con el condado de Surrey.
Tumblr media
Lejos quedan los años de grúas y mercancías. El nuevo milenio cambió a Londres para siempre. También a Rotherhithe. Con la llegada del metro (línea Jubilee, la más rápida y moderna) el barrio se ha regenerado a una velocidad de vértigo. Los viejos muelles isabelinos han dado paso a un centro comercial, y la arquitectura tradicional de ladrillo austero convive con grandes bloques de vidrio y acero. Actualmente es una zona pacifica y aseada, rodeada de agua y con uno de los aires más frescos de la ciudad. A primera vista, la rutina y la flema del vecindario muestran un típico arrabal británico, pero en cuanto uno empieza a rasgar con paciencia, emergen relatos y curiosidades fascinantes, aventuras que llegan a la orilla del presente como los restos de un naufragio.
Reyes y bombas
Sea por codicia, sea por olvido, Londres no es muy amiga de las ruinas. No hay sitio ni tiempo para la nostalgia. Hay excepciones, por supuesto. Como la mansión del rey Eduardo III, construida en Rotherhithe hacia 1350, en plena Época Negra por la peste bubónica. El monarca, famoso por haber iniciado la Guerra de los Cien Años contra Francia, y muy aficionado al cuidado de aves, ordenó construir una cetrería con todos los lujos dignos de su real figura, foso incluido. Lamentablemente, sus descendientes no desarrollaron el amor a la ornitología y este refugio natural inició una larga decadencia, siendo alfarería y bodega hasta ser demolido en 1970. Sus restos, en una bella y tranquila plaza cuadrada, ofrecen una de las mejores vistas del perfil de Londres. Ideal para degustar el atardecer con la solemnidad y la soledad de un rey.
Tumblr media
Muchos siglos después, Rotherhithe se citó de nuevo con la historia. Esta vez, en lugar de pájaros, el cielo se llenó de bombas. Los muelles del este de Londres fueron objetivo prioritario de la aviación nazi durante el Blitz. El 7 de septiembre de 1940, los alemanes acribillaron el barrio con una lluvia incesante de plomo. Murieron decenas de personas. Ardieron un millón de toneladas de madera almacenada en el puerto. Nunca se vio (ni se ha vuelto a ver) un incendio de tal magnitud en todo el país. Los bombardeos continuaron hasta 1944, pero el barrio, cual lobo de mar en medio de la tormenta, resistió.
El fotógrafo y la princesa
Rotherhithe tiene su porción de gloria en la mitología cinematográfica del país. Aquí nació Michael Caine en 1933 y Hitchcock rodó en sus calles escenas de su primera película, Number 13 (1922). Incluso Marlene Dietrich puso brillo y glamour a noches inolvidables en las tabernas marineras.
El barrio también alumbró, en la ficción, a Lemuel Gulliver, el más famoso personaje de Jonathan Swift; inspiró a Sherlock Holmes para engañar a su querido Watson con una supuesta enfermedad contagiosa, y sirvió a Dickens para cerrar su emblemático Oliver Twist.
Sin embargo, una vez más son los royals quienes se llevan la mejor parte del pastel de anécdotas. Un viejo almacén de Rotherhithe fue el escenario de uno de los romances más sonados del siglo pasado, entre el fotógrafo Tony Armstrong-Jones (también conocido como Lord Snowdon) y la Princesa Margarita. En el número 59 de Rotherhithe Street (hoy demolido) el artista adecentó una alcoba secreta para sus apasionados encuentros con la hermana de la reina. Lejos de la purpurina de Buckingham, la oscuridad de Rotherhithe escondió a los dos amantes de los flashes y la salsa rosa.
Tumblr media
A juzgar por la leyenda, se lo pasaron en grande: bacanales infinitas de pastel de ternera y vino negro, bacalao frito cocinado por el propio Snowdon, sesiones de fotos subidas de tono… En medio del jolgorio, la pareja llegó a lanzar un sofá rojo por la ventana que se hundió lentamente en el fondo del río. Margarita se encariñó con el barrio, y bautizó a su nido de amor “Little White Room” en recuerdo de los cisnes que pululaban alrededor de la casa. Quien quiera revivir esos días de vino y rosas solo tiene que ver Beryl, el cuarto capitulo de la segunda temporada de The Crown. Oro puro de la televisión.
Guerra y paz
Los feligreses del barrio se reúnen puntualmente en la señorial iglesia de Saint Mary. Pese a que en sus fundamentos se encontraron restos de una construcción romana y de que hay constancia de una iglesia desde 1282, el templo actual fue erigido a principios del siglo XVIII. El diseño fue obra de John James, discípulo del genial Sir Christopher Wren.
Tumblr media
Los imperios se empiezan con guerras, se sueldan con fe y se inmortalizan con arte. La historia se encarga de mezclarlos. St Mary da cuenta de ello: la mesa de la capilla y dos cátedras obispales fueron construidas con restos de madera del buque militar HMS Temeraire, cuyo viaje al desguace de Depftord fue inmortalizado por Turner en uno de sus cuadros más emblemáticos, y que se puede ver en la National Gallery.
La estrella polar
De Rotherhithe zarparon barcos hacia todos los rincones del mundo, pero curiosamente con los países nórdicos se estableció una conexión particular, primero con la llegada de marineros y navegantes, y más tarde por urgencias políticas: durante la Segunda Guerra Mundial el barrio hospedó al gobierno noruego en el exilio.
La impronta escandinava es fuerte en la zona, así en la historia como en la estética. Hasta cuatro iglesias (una finlandesa, una sueca, una danesa, y la mejor, St Olav’s, la noruega), tiendas, cafés, alberges e incluso una sauna. Además del legado en el nomenclátor de calles y edificios, la huella nórdica es visible en la arquitectura y en el diseño harmónico y de colores claros de muchos interiores.
Animales vs corbatas
El capitalismo manda en Londres con puño de acero, pero aun hay grietas -pocas, pero fascinantes- por donde se cuelan resquicios de otro tiempo. Seguramente lo último que el visitante esperará encontrar a los pies de la City es un puñado de cabras, ovejas y cerdos correteando alegremente al aire libre. Sólo hay que visitar la Surrey Docks Farm (Granja de los Muelles de Surrey), apenas una hectárea de terreno que acoge a una familia variopinta de patos, pollos, pavos, abejas y asnos, y aun queda espacio para el cultivo de flores y hortalizas. Quien tenga antojo de miel natural o de forjar una espada, puede visitar la colmena o probar su destreza medieval en la herrería, ambas abiertas al público.
Activa desde 1743 y reubicada en 1975, la granja cuenta con espacios educativos y con una de las postales más pintorescas de Londres: corrales y conreos con los imponentes rascacielos de Canary Wharf al fondo. Para redondear la visita y reflexionar sobre el lado oscuro del poder, nada mejor que sentarse en un banco y leer Rebelión en la granja, del maestro Orwell.
Tumblr media
400 metros de viaje submarino
Hace 200 años, Rotherhithe protagonizó uno de los grandes hitos de la ingeniería civil gracias al túnel que unió el barrio con el centro de la ciudad. Fue el primer túnel construido bajo un río, y lo diseñaron Marc Isambard Brunel y su hijo Isambard Kingdom, autor del mítico puente colgante de Bristol, otra maravilla de la ingeniería.
La construcción fue digna de una epopeya homérica. Usando el revolucionario escudo tunelador patentado por el propio Brunel, y con el apoyo económico del Duque de Wellington, se necesitaron nada menos que 18 años para finalizar las obras (1825-1843). Fueron dos décadas infernales con un arsenal de calamidades: hundimientos, inundaciones, incendios, fugas de gas, bancarrotas e incluso muertes. Nada quebró el espíritu indomable de los Brunel, seguramente los ingenieros más mediáticos de su tiempo, víctimas de incontables sátiras y burlas en los periódicos y las tertulias.
Pese a todo, el resultado fue espectacular. Las cifras hablan por si solas: 11 metros de ancho, 6 de alto, 396 de largo, y 23 por debajo del Támesis. También lo fue la factura: 630.000 libras.
El túnel se convirtió rápidamente un icono de Londres. Fue tanto su éxito que se llenó de tiendas y de todo tipo de animaciones. Un Atlantic City avant la lettre. Los periodistas locales, siempre rivalizando con París, lo bautizaron “la resplandeciente avenida de la luz”. Londres quedó fascinada con la obra de los Brunel. El túnel se transformó en un harén subacuático multiusos. Centro comercial de día, raves victorianas de noche. Dos millones de personas lo visitaban cada año y llegó a ser considerado “la octava maravilla del mundo”.
Ya se sabe que el éxito y las multitudes atraen también a las almas más oscuras, y el túnel no tardó en llenarse de carteristas, ladrones, prostitutas y fugitivos. Lo más llamativo es que el túnel, originalmente diseñando para el tránsito de carruajes, nunca sirvió para tal propósito. La modernidad lo enmendó, y hoy forma parte de la red del Overground.
Tumblr media
La épica y el desenfreno de aquellos años no han caído en saco roto. La casa edificada para guardar las bombas de drenaje alberga actualmente el Museo Brunel, con explicaciones detalladas del titánico proceso de construcción y con piezas de coleccionista como acuarelas originales del propio ingeniero. Uno de los pozos de ventilación ha sido adaptado como eventual espacio cultural. Es una cavidad cilíndrica única, de paredes crudas, con los arañazos del tiempo bien visibles, y una escalera metálica de ensueño, como un descenso a los infiernos. No hay que desaprovechar por nada del mundo la oportunidad de presenciar un concierto de música clásica. Hay pocas experiencias en la vida comparables a escuchar a Bach o a Mozart bajo el Támesis. Para los más expeditivos, el día de San Valentín se organizan visitas al túnel para parejas. Los publicistas, inspirados por Springsteen, lo rebautizaron Tunnel of Love.
Cine Paraíso
A veces ocurren milagros. Puede que paseando por el barrio uno se dé de bruces con Keira Kinghtley, Benedict Cumberlatch o la mismísima Vanessa Redgrave luciendo capas reales o enfundados en corsés victorianos. Todo tiene su explicación. Y es que un viejo granero de Rotherhithe esconde uno de los secretos mejor guardados de la industria cinematográfica británica, la productora Sands Films, una de las grandes especialistas mundiales en vestuario de época. Sus creaciones han resplandecido en Orgullo y Prejuicio, Los Miserables, El fantasma de la ópera y un sinfín de películas, series de televisión y obras de teatro, mayormente adaptaciones de clásicos de la literatura.
Tumblr media
El interior del elegante edificio, con mosaicos de ajedrez, vigas de madera carcomida y grandes ventanales rojos, es historia viva del cine de sombreros y tacitas. Sus archivadores verdes, sus estanterías repletas de bobinas, e interminables hileras de vestidos, pelucas y accesorios guardan mil secretos con aroma de celuloide y terciopelo rojo. Si alguna vez soñaste con ser Elizabeth Benneth, este el lugar ideal. Difícilmente encontrarás a un Mr Darcy a la salida, pero ya lo decía Aute, todo en la vida es cine, y los sueños, cine son.
La semilla americana
Antes de partir hacia el ártico, el explorador Ernest Shackleton publicó en The Times la oferta de trabajo más célebre de la historia: “Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío atroz. Peligro constante. Retorno improbable. Honor en caso de éxito”. El anuncio lo hubiera podido firmar perfectamente hace cuatro siglos Christopher Jones, capitán del buque The Mayflower, que protagonizó el viaje fundacional de la nación estadounidense.
En 1620, 135 almas zarparon del puerto de Rotherhithe a bordo de este velero holandés de 34 metros de eslora hacia las costas de Virginia. Se hicieron llamar los Padres Pelegrinos, ya que muchos de ellos estaban en guerra contra la iglesia anglicana. 45 no sobrevivieron al invierno del Nuevo Mundo, pero los que se quedaron hicieron mella: George Bush, Richard Nixon, Marilyn Monroe y Humphrey Bogart son descendientes directos de aquel centenar de aventureros.
El recuerdo de la travesía sigue vivo en Rotherhithe gracias al pub The Mayflower, ubicado justo delante del muelle desde el que el barco se despidió de Londres. Por si la emoción fuera poca, el local ostenta el honor de ser el pub más antiguo del Támesis. Aunque del velero original solo conserva el ancla y algunos restos de madera, The Mayflower es una puerta abierta al espíritu del siglo XVI. No hay en toda Londres un escenario igual.
Tumblr media
Hoy en manos de una franquicia, hay que reconocer que la comida no es nada del otro mundo, pero hay una buena oferta de cervezas, vinos y quesos. La terraza, con soberbias vistas al Támesis, hará las delicias de los enamorados – si tienes previsto pedir la mano a tu pareja, cuidado con la marea alta, muy traicionera.
A los filatélicos más acérrimos les interesará saber que, a fecha de hoy, The Mayflower sigue siendo el único pub de todo Reino Unido con licencia para vender sellos americanos y británicos, una tradición que se remonta al siglo XVIII. Y por último, antes de viajar, revisa tu árbol genealógico. En caso de que tengas lazos de sangre con los Padres Pelegrinos, tendrás el honor de estampar tu firma en el ‘Libro de los Descendientes’.
Si, por el contrario, eres un vulgar plebeyo sin antepasados gloriosos, limítate a observar, escuchar y degustar. En invierno, con una pinta negra al calor del fuego y a la luz de las velas cual Barry Lyndon, la experiencia adquiere tintes místicos. Luego mira al horizonte. Dicen los agoreros que a lo lejos verás América.
1 note · View note
marcfarraspiera · 4 years
Text
Stoke, el corazón delator
De él se dice que cambió el rostro del mundo. Que alberga el parque más bonito de la ciudad. Que en ningún sitio del país nacen tantos niños. Que en sus locales se cocinan los manjares más exóticos y se preparan los brebajes más inspiradores. Que atrae a genios y diablos por igual. Y por si todo ello fuera poco, su calle principal alumbró a tres de los más grandes escritores de siempre. ¿Cuántos barrios pueden presumir de semejante expediente?
Este barrio existe y se encuentra, cómo no, en Londres, ciudad de imposibles y excesos por antonomasia. Hablamos de Stoke Newington. En el norte de la ciudad, no muy lejos de King’s Cross, esta antigua aldea sajona, incorporada a la capital hace un par de siglos con el auge del ferrocarril, conserva aún un cierto aire rural y señorial de otras épocas, nada que ver con el imperio de acero y metal de la City.
Odiado y amado desesperadamente, como Londres; refugio histórico de outsiders, revolucionarios y vividores; de espíritu inconformista y muy politizado, Stoke es hoy una pacífica colmena de artistas, familias acomodadas y jóvenes liberales. Los más entendidos hasta lo comparan con San Francisco. No siempre fue así. Después de siglos de tensiones religiosas, a finales del XIX el barrio fue precursor de la Londres multicultural con la llegada de judíos rusos, poloneses y alemanes. Éstos precedieron el desembarco de indios, griegos y turcos a partir de los sesenta, y a los jóvenes españoles, italianos y franceses hijos de la crisis. Unos en presente y otros en pasado, todos han forjado una comunidad singular que, pese a su alta calidad de vida, sigue siendo una gran desconocida.
Tumblr media
Si usted nunca ha oído hablar de Stoke, es más que comprensible. Incluso puede que haya estado en Londres tres o cuatro veces y nunca se haya paseado por allí. No se rasgue las vestiduras. Todo tiene su explicación. Pese a su excelente ubicación en el mapa, Stoke no tiene parada de metro. Lo que a priori es un hándicap insalvable en una metrópolis de casi 10 millones de habitantes, para Stoke fue -y es- una bendición. En Londres, un barrio sin metro es a priori una puerta abierta al olvido. 
Sin embargo, a veces en el olvido se vive bien. Incluso de maravilla. Sin ningún tube alrededor, Stoke es un remanso de paz, amado tanto por los bajos fondos, en su tiempo, como por la bohemia urbana, actualmente. Sin conexión directa con las turbinas capitalistas del centro, durante años los precios del alquiler se mantuvieron sorprendentemente bajos, y Stoke se ganó la fama de polo de tolerancia, cosmopolitismo y buena vida antes de que las redes sociales nos descubrieran las bondades del slow food y el melting pot.
Aun así, como todo en Londres, las dos últimas décadas han transformado el paisaje radicalmente. Stoke ha empezado el siglo con una vitalidad envidiable. Los más escépticos lo acusan de ser uno de los polos de la gentrificación (algunos expertos aseguran que el término se acuñó por primera vez aquí en los años sesenta), pero si queda alguna Arcadia céntrica en Londres, ésta se llama Stoke.
Tumblr media
Con la energía canalla de Dalston, el bullicioso mestizaje de Finsbury y la blanca elegancia de Canonbury, todos ellos barrios circundantes de los cuales se nutre y respira, el viejo Stoke, antaño feudo de fervientes protestantes y de todo tipo de granujas de medio pelo, es hoy uno de los mejores sitios para vivir. No lo dicen solo sus entusiastas habitantes, también las cifras. Los que afirman con gravedad que Londres no es lugar para niños quedarán en fuera de juego en Stoke, una de las zonas de todo Reino Unido con más hijos por cápita - llegó a ser conocida como la ‘capital del bebé’ de todo el país hace 15 años. Las tardes de buen tiempo y los fines de semana, las calles son colonizadas por hordas de niños y niñas galopando en cochecitos, triciclos y bicicletas, y armados con un arsenal infinito de pelotas, raquetas, globos de agua y otros artilugios. 
El corazón del barrio y auténtico edén familiar es Clissold Park, un pulmón verde en forma de diamante en cuyo interior se pasean cervatillos, patos y gallinas en admirable convivencia. En la única colina del parque, a los pies de huertos ecológicos y humedecida por un alegre riachuelo, una antigua mansión de ladrillo con columnas blancas y largos ventanales rectangulares preside el escenario. En la terraza del café, orientado a poniente, los vecinos ven la vida pasar enmarcados por dos alfileres negros que parecen aguantar la bóveda del cielo: el imponente Shard, al sur, y un castillo victoriano, al norte, hoy popular centro de escalada entre la nutrida comunidad internacional.
Si Clissold Park es un destello de luz y de vida, su reverso es el cementerio de Abney Park. Esta necrópolis del siglo XVII, distinguida como una de las ‘7 Magníficas’ de Londres, es una auténtica jungla de la muerte, con un laberinto de lápidas dispersas entre una vegetación salvaje. Los mitómanos tienen en Abney su primera cita obligatoria: aquí grabó Amy Winehouse su icónico y premonitorio videoclip Back to Black.
Tumblr media
Quien también paseó entre las tumbas cubiertas de maleza fue un joven y huérfano Edgar Allan Poe. El escritor nacido en Boston pasó parte de su infancia en Londres con su familia adoptiva. Vivió tres años en Stoke y fue a la escuela parroquial de Manor House, en Church Street, hoy convertida en un pub de cerámica rojiza. Humillado por sus compañeros por su acento americano y un físico enclenque, Poe deslumbró a sus profesores con una prodigiosa habilidad literaria. En la oscuridad de las frías noches de invierno, ebrio de soledad y sin duda influido por un tétrico decorado urbano, Poe puso los cimientos en este rincón de Londres de un universo gótico que ha transcendido hasta nuestros días. Algunos de sus cuentos más famosos, como El pozo y el péndulo, fueron concebidos en Stoke.
Tumblr media
Un siglo antes de Poe, la primera celebridad de las letras en el barrio fue Daniel Defoe. Los lectores más fieles pueden acercarse al número 95 de Church Street y rendir tributo al padre de Robinson Crusoe (en viernes, por supuesto). Además de escribir crónica parlamentaria y centenares de novelas con la tinta de la eternidad, Defoe cultivó en el jardín de su casa de Stoke la particular afición de criar gatos civetas para destilar perfume. Desconocemos si llegó a vender un solo frasco.
Tumblr media
El magnetismo de Stoke no se detuvo con el tiempo. Entre viaje y viaje por los siete mares del mundo, Joseph Conrad residió en el barrio, donde se curó de unas fiebres contraídas en el Congo. El autor de El corazón de las tinieblas siempre prefirió latitudes más exóticas, y llegó a describir Londres como una ciudad de “total salvajismo” y “privada de belleza o esplendor”. Desde su casa de Dynevor Road, Conrad imaginó algunas de sus grandes historias, y dicen las malas lenguas que se inspiró en sus caseros y en algunos tenderos de Church Street para crear sus personajes más tenebrosos. 
La lista de eminencias es larga. El filósofo utilitarista John Stuart Mill cambió las leyes morales del mundo desde Stoke. El barrio también alojó las conspiraciones regicidas contra Carlos II, vio nacer al metodismo gracias a John Wesley, y en sus calles y pubs correteó y tocó sus primeros acordes Marc Bolan, el trágico cantante de glam rock y líder de T. Rex. Incluso Kate Winslet vivió aquí antes de ser Kate Winslet. 
Tumblr media
Pero no todo son celebridades de alta alcurnia. Stoke también tiene una generosa cuota de personajes estrafalarios y de sucesos grotescos. Como el surrealista funeral de John Wilmer, de la secta cristiana de los cuáqueros, quien fue sepultado en una cripta con una campanilla atada a la muñeca para asegurarse que no fuera enterrado vivo. Hasta el momento, sigue descansando en paz. 
Todo cuerpo tiene su corazón que bombea oxígeno y protege su espíritu. Todas las calles, sueños y miserias de Stoke van a dar a Church Street, que es el vivir. La vida y los días en Stoke nacen y mueren entre sus dos orillas. Pocas calles en el mundo concentran tal cantidad de puntos de fuga gastronómicos, musicales y estéticos. En Church Street se pueden comer verdaderas pizzas napolitanas, comprar vinilos perdidos en el tiempo, y decorar el salón de invitados con piezas de vajilla artesanales dignas de Buckingham Palace. Pese al rodillo homogeneizador del tiempo y a la desnaturalización que azota las grandes capitales del continente, Stoke cuida con esmero una personalidad propia y poliédrica, digna de la mejor Londres, la hedonista, creadora y noctámbula.
Tumblr media
Los stokeys de hoy son los herederos involuntarios de un pequeño cosmos de historias lejanas y pieles policromas. A lo largo de los siglos, comunidades y grupos humanos de todos los rincones del planeta han encontrado en Stoke un refugio para vivir y morir. Poetas y fugitivos, feministas avant la lettre y curas rebeldes, camellos e intelectuales, todos ellos han convertido Stoke en un espacio de vida vibrante y libérrimo. 
Cuando vuelvan a Londres, no lo duden. Aunque no puedan llegar en metro, tomen el 73 desde Fitzrovia o el 141 desde Fleet. Bájense en Stoke Newington. Coman, paseen, observen. Túmbense sobre la hierba de Clissold y hablen con Dios (o con el diablo) en Abney. Bevan bailen, inspírense. Volverán siempre.
Tumblr media
1 note · View note
marcfarraspiera · 4 years
Text
Romanitat
A Roma, en un carrer estret i fosc a tocar del Pantheon, hi ha un peu de marbre gegant. És un dels meus llocs favorits de la ciutat. I ho és perquè representa molt bé diversos atributs clau de la romanitat. La romanitat entesa com una manera de viure i de passar l'existència. O, almenys, de com la percebo jo.
Primer, la confusió. A Roma ningú es posa d'acord en res. Tampoc amb el peu de marbre gegant. No se sap si era d'home o de dona, ni a quina estàtua pertanyia, ni on s'ubicava aquesta estàtua, ni quina finalitat tenia. Alguns diuen que representava Neró. D'altres, d'una deessa. També n'hi ha que afirmen que és un peu egipci. O que presidia l'entrada al Colosseu. Vés a saber. En el fons, tant és. Es tracta d'opinar i anar fent bullir l'olla, i que el misteri, si pot ser, no es resolgui mai, devorat per una espiral de conjectures, teories i burocràcia. A Roma només hi ha una veritat, i és que la veritat és avorrida, per això els romans s'esforcen tant a donar voltes a les coses i a divagar eternament.
El segon atribut és l'elegància. És un peu preciós. Esplèndid. Després de dos mil anys a la intempèrie, sembla un peu acabat d'estrenar i de polir. El marbre exuberant, llis i brillant, defineix perfectament els contorns i l'ondulació dels dits, del turmell i dels ossos. I el més important: el peu reposa sobre una sandàlia impecablement travada. La tradició italiana del bon calçat no és nova: els romans sabien perfectament que no es pot construir ni defensar un imperi sense soldats ben calçats. I també ho sabia Nino Manfredi quan cantava “Basta 'a salute e un par de scarpe nove, poi girà tutto 'er monno” (n'hi ha un prou amb salut i un parell de sabates noves per fer la volta al món”).
El tercer atribut és l'anarquia. Què hi ha fa un peu gegant de marbre en una cantonada d'un carrer estret i fosc? Per més incomprensible que resulti, si aquest peu l'haguessin traslladat a un museu inhòspit o hagués estat víctima d'una absurda ordenança municipal, aleshores Roma no seria Roma. El que a qualsevol espai públic civilitzat resultaria intolerable o directament inimaginable, a Roma no només és natural sinó que està completament incorporat a l'imaginari comú.
I això ens porta al quart atribut. La transcendència. Que té un revers essencial: la lleugeresa. Quan vivia a San Lorenzo anava sovint al Trastevere, i sempre agafava el tramvia número 3, que baixa per San Giovanni i dona la volta al Colosseu pel seu perfil est. Sempre em col·locava estratègicament a la finestra de la fila de la dreta per no perdre-me'n cap detall. I no em podia creure que ningú no fes el mateix. Els romans, fos quan fos, de bon matí, havent dinat, al vespre, o a la nit, no li feien ni cas: llegien, xerraven, o pesaven figues. De mica en mica vaig entendre el pes i la transcendència de les pedres, o sigui de la Història. Viure envoltat de pedres majestuoses, de temples ruïnosos i de columnes trinxades dona un sentit singular a l'existència. El que per a qualsevol persona és motiu de fascinació i d'una sensible alteració de l'esperit, per a un romà és un element més del paisatge, rutinari i pragmàtic, com un arbre, un cotxe o un fanal. Els romans, sàviament, a força de generacions i d'una cadena quasi infinita de desencisos diversos, han après a viure d'una manera subtil i despreocupada, de passada, com si la cosa no anés amb ells. El més curiós és que amb el pas dels mesos, i a base de creuar-me diàriament amb centenars de frisos, arcs i capitells esquerdats i apilats sense solta ni volta, vaig començar a imbuir-me d'aquesta lleugeresa, i em va semblar una actitud molt sàvia i necessària davant la vida: no esperar-ne massa res, assumir la intranscendència de la pròpia existència amb esportivitat i un bri de dignitat, que tot el que havíem de dir i de fer ja es va dir i fer fa dos milers d'anys. Les pedres, en el fons, ens diuen: feu el que vulgueu, que nosaltres ja hi érem i quan marxeu encara hi serem.
Per desgràcia, quan vaig tornar a Barcelona, vaig oblidar ràpidament aquesta màxima i a la llarga em vaig anar desromanitzant. Per desgràcia, a Barcelona no hi ha peus de marbre gegants, perquè tot el que és antic fa nosa i perquè tenim una relació difícil amb el nostre passat. El passat molesta perquè diu coses de nosaltres que no són agradables i ens posa davant del mirall. D'alguna manera, els romans han renunciat a l'ordre cartesià i exterminador de la modernitat, i han preferit (o s'han vist obligats a) conviure amb les restes del naufragi. És més, han construït una nova vida amb les restes d'aquest naufragi. Han incorporat el naufragi a la seva rutina i alguns fins i tot s'hi senten còmodes, tranquils o en pau.
Més coses sobre la romanitat. Sempre he tingut la sensació que els romans són uns finíssims i experts teatrers. Els encanten els dobles jocs i la ironia, i detesten la gravetat i la solemnitat (excepte quan juga la Roma). Hi ha, molt endins, un sentiment de menyspreu o de decepció cap a la resta del món perquè intueixen que el món no els ha entès. El romà és essencialment un ésser melancòlic perquè se sent sol i incomprès. El món no parla la llengua de Roma. I el romà, en general, ha après a sentir-se còmode en aquesta insularitat, que és també una insularitat paisatgística, a causa del pes i l'omnipresència de les pedres. El romà no deixa de ser un nen gran que preferiria no haver de créixer ni prendre decisions. El romà sap que el més important és viure lleuger, qual piuma al vento, que les pedres del passat ja estan bé com estan, millor no tocar-les i, si pot ser, mirar-les fixament només de tant en tant, i que no hi ha res prou greu ni dramàtic que no es pugui arreglar amb una bona taula, una conversa amb els amics o un toc inesperat i fugaç de distinció.
La romanitat avui no té gaire èxit perquè és un desafiament massa gran a les inèrcies, a la histèria i a la figuració. El peu de marbre gegant que hi ha en un carrer estret i fosc de Roma a tocar del Pantheon és molt útil per distanciar-se una mica del present i veure les coses amb perspectiva, i alhora és un petit gran triomf de romanitat per la seva lliçó exemplar de supervivència, bellesa i surrealisme. Com una victòria del passat, que apareix per sorpresa per riure's de nosaltres i de la nostra eterna ignorància.
0 notes
marcfarraspiera · 5 years
Text
Isola Minor
Els francesos van conquerir Menorca el 1756. Quan el cardenal Richelieu va ser rebut amb tots els honors a Versalles per Lluís XV, el monarca li va preguntar: "és cert que les figues de Menorca són tan bones com diuen?"
La tradició diu que el primer bany després d’aterrar és a la platja d’Es Grau. A l’última ferradura de la platja. Sempre a l’última ferradura, des d’on es veu el poble davant per davant, blanc, discret i menut. De la platja estant, entre nosaltres i el poble només s’interposa el mar, quiet com una banyera i esquitxat per barquetes de pescadors en hibernació. El sol es pon rere S’Albufera, el mar s’enfosqueix i comença a fer fred.
Maó no deixa de ser una ciutat pendent de ser desxifrada, privilegiada per la geografia, que li va concedir un port natural únic al mare nostrum, i un pèl ofegada sota el tràfec de vaixells i històries antigues de fortaleses i hospitals. El caràcter circumspecte i irònic del maonès, tirant a britànic, consoliden el misteri de la ciutat i reforcen el caràcter ombrívol i crepuscular del centre, elegant i senzill i alhora trist i solitari.
La carretera de Maó a Cala Llonga passa just per davant de la finca de Sant Antoni, roja, plana i quadrada, la cèlebre Golden Farm on Nelson i Hamilton van viure un rampell de passió adúltera que les cròniques han potinejat alegrement amb la llegenda.
Els nins i nines de l’escola que hi ha a l’inici de la carretera de Favàritx, a llevant, deuen ser els més feliços del món. Uns quilòmetres més endavant, després d’una recta infinita de tres mil metres, el far en espiral com un polo de nata i xocolata presideix un decorat lunar, desolat, d’un dramatisme interplanetari. Les ones xoquen incansablement contra les roques. Tot al voltant de la torre és aigua negra i escuma blanca, com un reflex dels colors del far.
La platja de Presili és una petita llengua de sorra tenyida de posidònia i petxines. El camí que hi baixa serpenteja entre arbustos i matolls secs, socarrimats pel sol i xuclats per la sal. La llum de migdia, dura i zenital com la d’un quiròfan, esclafa les sargantanes i la mitja de dotzena de banyistes intrèpids que desafien el fred i les pedres punxegudes del fons marí.
A la badia de Fornells les hores passen lentes i suaus com una llarga migdiada a l’interior d’un palau d’estiu - un palau buit que espera el brogit de l’estiu i la dansa indiscreta de bitllets de cent. Malgrat els anuncis de calderetes suculents, o potser pels preus prohibitius, a tots els restaurants hi ha taules lliures, i els cambrers traginen a pas tranquil pops a la brasa i calamars arrebossats.
Es Migjorn Gran són tot just quatre carrers impecablement guarnits, polits i florits. Als baixos de l’església, com en tants altres indrets de l’illa, hi ha un refugi de la Guerra Civil. L’únic bar obert acull un parell de parroquians que fullegen el diari en silenci al límit de la becaina.
Els pins, frondosos i esvelts com xiprers, anuncien la imminència del mar. El migjorn de Menorca és terra de pirates, tresors i rondalles de moros i cristians. El xiringuito de la platja de Sant Tomàs és un balcó damunt del mar. Al fons, més enllà de l’entrada a la Cova des Coloms, la terra es torna vermella, d’una intensitat infernal, gairebé solar.
A mitja tarda els carrers d’Alaior ja estan buits. Pugem una costa cordovesa, amb testos florits a banda i banda del carrer i units a les façanes de calç blanca amb argolles de ferro negre. La plaça del poble, presidida pel casino, continua coberta de garlandes. O sempre estan de festa, o no les canvien mai. A Maó em diuen que Alaior és la Suïssa de Menorca.
El vent castiga amb fúria l’immens arenal d’Algaiarens. Ni una ànima, només dos surfistes que fumen a les roques amb el neoprè fins a la cintura i un vagabund despullat i despistat que diu que ve caminant de Cavalleria. La tramuntana cobreix la platja d’algues negres que s’arrapen a la pell com sangoneres.
Mateu Orfila, maonès insigne, pare de la toxicologia moderna i metge personal del rei de França, és enterrat al cementiri de Montparnasse de París. Vaig visitar la tomba un vespre de setembre, aviat farà dos anys, tornant dels barris del sud de la ciutat, quan l’illa era encara tan lluny.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Clissold
Avui és l’últim dia de tardor.
A l’entrada de Clissold Park, a la porta Robinson Crusoe, un grup de dones turques es prepara per fer una caminada pel parc. Duen els cabells recollits en una cua de cavall, abrics pneumàtics, malles fosques i vambes de colors. Mentrestant, els seus marits i germans preparen gözlemes i dolços d’ametlla als mil locals repartits amunt i avall de Green Lanes.
A l’altre extrem del parc, les famílies jueves ortodoxes de Woodberry i Tottenham passegen en silenci la seva prolífica descendència. Els homes, amb llargues túniques i barrets negres, caminen capcots i amb les mans agafades darrere l’esquena. Les dones, algunes amb vel, empenyen cotxets. Als nens, fins i tot als que amb prou feines caminen, ja els han deixat créixer les patilles rinxolades, que els arriben, en tirabuixons infinits, fins a l’espatlla.
Dos amants seuen recolzats, cara a cara, com dos personatges de Jane Austen, a les columnes dòriques del cafè davant del pont. Una noia amb auriculars i un barnús flamenc balla al bell mig de l’ampla esplanada. Dues amigues obren una ampolla de vi blanc i mengen patates fregides sobre la gespa.
El vapor que envolta els focus de les pistes de tennis afegeix un aire èpic als partits que s’hi disputen. Tots els tennistes vesteixen de blanc de cap i peus, cinta als cabells i mitjons a mitja cama. Grans i petits juguen en rigorós silenci, i el tac-tac-tac dels cops secs de raqueta ressona sobre la grava humida.
Tots els camps de futbol són buits, tret d’un on entrena un equip infantil femení. Practiquen jugades d’estratègia i escolten atentes les instruccions de l’entrenador. La jugadora que serveix els córners, una índia menuda amb uns ulls negres enormes, els pica millor que molts professionals.
La gelateria d’Albion Road, la millor de la ciutat segons la humil opinió del cronista, despatxa els últims cucurutxos de fondente i avellana de la temporada. A pocs metres, dues veïnes cockney fan cua per comprar pollastre fregit per sopar. Vesteixen bates florejades i arrosseguen els peus en xancletes vermelles.
Els locals socials turcs s’omplen d’homes amb bigoti que surten de la mesquita. A la televisió sempre hi ha futbol, i a les parets no falten mai fotografies antigues del Bòsfor ni un retrat descolorit d’Atatürk.
Al jardí de l’església de Saint Mary, tres pancartes gegants pintades amb lletres negres sobre fons vermell denuncien la cronificació de la pobresa al barri. A Hackney, el gran districte de l’est de Londres, hi viuen actualment 6167 persones sense sostre.
Cada dilluns el senyor Newton posa dos rams de clavells blancs i grocs a un dels bancs a la vora del llac, on encara no fa un any, una nit de novembre, la seva filla Danielle es va llevar la vida als 23 anys. Una placa metàl·lica amb quatre papallones negres recorda que aquest era el seu indret preferit.
Els cignes regnen sobre l’aigua. De tant en tant una rata esperitada travessa el camí. Una família de corbs busca restes de menjar entre els arbustos. Els gossos s’oloren mútuament sense bordar, i els amos respectius es creuen mirades sense parlar.
A migdia, l’últim cel de tardor és d’un blau grec que la tarda va pintant de malva i gris. Cau una boira baixa i espessa, enganxosa com una teranyina. Primer sobre el campanar de l’església, després sobre els arbres, finalment sobre nosaltres. El sol se’n va cap a Finsbury i desapareix rere Hampstead.
Demà serà hivern.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Fulham
Cinc milles a l’oest de Westminster, el Tàmesi fa una ampla corba en forma de U entre Hammersmith i Battersea. La llengua de terra resultant acull el tranquil i residencial barri de Fulham. Passat industrial i present acomodat. Els mohicans del Fulham FC contra els petrodòlars del Chelsea FC. Galeries d’art, antiquaris, cafès orgànics, música i especulació. Londres en estat pur.
Far, far west
Durant segles Fulham va ser una zona grisa i fangosa castigada per les contínues inundacions del riu i amb una fama llegendària de llibertinatge, ludopatia i prostitució (casualitat o no, va ser durant 900 anys residència oficial del bisbe de Londres). Res més lluny de l’actualitat. Avui el barri és un feu conservador de cases victorianes i llargues fileres de terraces d’una blancor impol·luta.
Durant les dècades d’industrialització s’hi van instal·lar fàbriques d’aviació, vidre, ceràmica, alimentació i alcohol. L’oest de Londres bullia, però Fulham, tot i ser frontera de Chelesa i Kensington, va mantenir un toc obrer lluny de la classe i la purpurina dels seus veïns de l’est. A Fulham la bohèmia hi és escassa però selecta - Edward Elgar hi va viure un temps, i Elvis Costello i Daniel Radcliffe són fills del barri.
Els seus residents més il·lustres són socis del Hurlingham Club, un dels més exclusius de la ciutat. Els aspirants, a part de ser rics, virtuosos i tenir amistats importants, convé que tinguin paciència: la llista d’espera supera els 15 anys.
Cada barri de Londres es defineix per algun element que el fa distintiu i reconeixible arreu. Brixton és el seu mercat afrocaribeny. Shoreditch, un cau de hipsters. Notting Hill, casetes de color pastel i la llibreria de Hugh Grant. Fulham és essencialment el seu entranyable club de futbol.
Go, Fulham!
D’arrels catòliques, el Fulham FC és l’equip original del barri. Va ser fundat el 1879 (26 anys que el Chelsea FC) amb el nom de Fulham St Andrew's Church Sunday School i és el club més antic de Londres.
Enemics íntims, el Fulham i el Chelsea disputen el ‘Derbi de SW6’ - tots dos comparteixen codi postal (Stamford Bridge és a Fulham Road). Altres equips molt estimats pels lily whites són el Queens Park Rangers, el Brentford i el Crystal Palace.
El Fulham és un club modest sense els deliris de grandesa dels blues, cosa que els permet afrontar la derrota amb certa familiaritat, i no com a fracàs histèric. Ha disputat 25 temporades a la Premier i la seva millor classificació va ser un setè lloc el 2009.
139 anys després de la seva fundació, el Fulham segueix sent un club familiar i un punt pintoresc. L’afició és coneguda per la seva bonhomia i fins i tot per la seva bona educació: al final dels partits nadalencs, és tradició desitjar Merry Christmas i Happy New Year als seguidors visitants.
El romanticisme perviu a la grada, però ja fa temps que va marxar de la llotja. L’actual propietari del club és l’empresari i multimilionari pakistanès Shahid Khan, que el 2013 el va comprar al magnat egipci Mohamed Al-Fayed, tan avesat als rànquings de la revista Forbes com als tabloids - és propietari de Harrod’s i pare de Dodi Al-Fayed, l’examant de Lady Di.
El vestuari reflecteix la internacionalització del futbol anglès. Dels 25 jugadors de la primera plantilla, només cinc són anglesos. Tot i així, tots els mites del club són velles glòries britàniques, com l’estimat Boby Robson (344 partits i 77 gols en 11 temporades) i l’irrepetible i genial George Best, que amb 48 partits en va tenir prou per deixar un record inesborrable.
Però el gran referent històric és el davanter Johnny Haynes, The Maestro, que va disputar 594 partits al llarg de 18 temporades. Pelé el va definir com el millor passador que havia vist mai. Haynes va precedir Bobby Charlton com a capità d’Anglaterra, i avui una estàtua seva amb posat orgullós dóna la benvinguda a l’estadi i una tribuna duu el seu nom.
Home is where the heart is
A falta de glòria, la nineta dels ulls del Fulham FC és casa seva, Craven Cottage, un dels grans temples del futbol de les Illes. Descrit amb justícia com a ‘beautiful on the eye, heart pounding on the soul’, 2.200 partits de futbol i 32 milions d’espectadors el contemplen.
El club hi juga des de 1896, i en tot el futbol britànic només el seu rival del nord-oest, el QPR, ha tingut més estadis (14) que el Fulham (12).
Craven Cottage era una zona de caça des dels temps d’Anna Bolena (segle XVI). La caça, de fet, és clau per explicar la geografia de Londres. La majoria dels grans parcs de la ciutat (Hyde, Regent’s, St James’s) es van salvar de la febre immobiliària no pas per amor naturalista sinó perquè eren terrenys reservats al lleure cinegètic de la monarquia.
El cottage original era una mansió construïda el 1780 pel baró William Craven i ocupava l’espai actual  del cercle central. A les seves estances hi van dormir Conan Doyle, Jeremy Bentham, Florence Nightingale i la reina Victòria en persona, i l’escriptor Edward Bulwer-Lytton (autor d’Els últims dies de Pompeia) hi va viure una temporada.
Un foc va destruir el cottage el 1888. Van caldre dos anys per netejar el terreny i construir-hi un estadi. El Fulham el va estrenar l’octubre de 1896 en un partit de la Copa Middlesex contra el Minerva. Aleshores hi havia amb prou feines quatre graderies de fusta per a uns mil espectadors. Popularment se’l va batejar com a “caixa de taronges”, i poc després com a “conillera”.
De seguida es va quedar petit i les autoritats temien per la seguretat del públic. El club va encarregar a Archibald Leitch, prestigiós arquitecte escocès especialista en estadis (fou el pare d’Anfield, Highbury i Ibrox Park, entre d’altres) una remodelació completa de les instal·lacions.
Va costar 15.000 lliures, rècord aleshores. Però va ser una bona inversió. Més d’un segle després, la façana Johnny Haynes (est), construïda amb maó vermell a l’estil eduardià, segueix sent un exemple d’elegància i sobrietat. També hi va erigir un pavelló que encara avui acull ‘temporalment’ els vestuaris i la sala de premsa perquè Leitch es va oblidar d’incloure’ls als plànols.
Craven Cottage va ser l’últim estadi de la Premier en eliminar graderies sense seients (cosa que va causar al club dos anys d’exili a Loftus Road), i és l’únic estadi britànic que té una grada neutral (coneguda com a “Petita Suïssa”) i un arbre dins el recinte, a la tribuna de Putney End, un plataner supervivent del bosc original. Tot i que va arribar a acollir 49.000 ànimes, avui té un aforament limitat de 25.700 espectadors.
L’estadi limita a l’oest amb el riu i al sud amb Bishops Park, inaugurat només tres anys abans de l’estadi. És la principal zona verda del barri juntament amb el cementiri de Fulham - a Londres les necròpolis estan perfectament integrades en la vida urbana - i té un memorial de guerra dedicat als voluntaris que van lluitar a les Brigades Internacionals.
Com a curiositats, s’hi van rodar escenes de The Omen (La profecia, 1976), una pel·lícula de terror protagonitzada per Gregroy Peck, i el passeig a la vora del riu va ser obra dels germans Mears, fundadors del Chelsea FC.
A Craven Cottage s’hi han celebrat misses, desfilades, casaments i concerts, s’hi han exhibit Eusébio i Pelé i s’hi han jugat partits de rugbi i dels Jocs Olímpics del 1948. El dia de Sant Esteve de 1963 el davant escocès Graham Leggat hi va marcar un hat-trick en menys de tres minuts, rècord vigent a la Premier durant 52 anys.
Per sobre de tot, a Anglaterra el futbol és mística i tradició, i a Fulham els cànons manen que s’ha d’arribar a Craven Cottage baixant amb metro a Putney Bridge (District Line) i creuar Bishops Park fins a l’estadi. Els lily whites en diuen la “Green Mile”. No és un punt de partida qualsevol: des de Putney Bridge comença la cèlebre regata annual entre Oxford i Cambridge.
Match Day
Fa hores que plou i Stevenage Road, l’únic carrer des del qual s’accedeix a Craven Cottage, arrossega quasi tanta aigua com el Tàmesi, que discorre ample, espès i marronós a l’altra banda de l’estadi. Falten dues hores per al kick-off entre els locals i el Burnley, i les dues aficions fan temps sota la pluja. Gairebé ningú no duu paraigües i molts van amb pantalons curts.
Els bobbies patrullen i una legió de vigilants amb armilles reflectants fan guàrdia a cada porta d’accés. El vapor de les casetes d’hamburgueses desprèn una olor de fregit que es barreja amb la humitat del riu i de la gespa fresca. Ningú no diria que rere la majestuosa façana de totxo ataronjat i formes ondulants s’amaga un vell camp de futbol.
Des dels nostres seients de la fila SS de Little Switzerland, l’única graderia neutral de tota la competició, es veu el riu darrere les cantonades de les tribunes. La més noble conserva els seients de fusta originals, que els aficionats colpegen fent un soroll estrepitós quan la megafonia anuncia els onzes. Em sorprèn que els socis del Fulham també fan tard i també mengen frankfurts amb devoció, i em sento com a casa.
Els dos equips surten junts al terreny de joc des d’un córner i les dues aficions es posen dempeus. El Burnley ha desplaçat un miler de seguidors, aplegats a la tribuna sud. A l’altre extrem, el gol nord desplega dotzenes de banderes albinegres i pica de mans a l’uníson. No hi ha himnes ni cançons. Els jugadors ocupen les seves posicions, l’àrbitre xiula i comença el matx sota una fina cortina d’aigua.
Joc net, faltes escasses, ritme tranquil. Els locals surten tocant-la i els visitants la rifen de seguida. Al minut 9 ja han caigut dos gols, i al 35 el minúscul marcador electrònic mostra un 3-2 que es mantindrà fins que quasi al final del partit els whites amplien la diferència i firmen la primera victòria del seu retorn a la màxima categoria.
Tots dos equips al complet aplaudeixen les respectives aficions, que els reconeixen l’esforç amb una ovació tancada. Els locals fan una petita volta d’honor aixecant els punys tancats i llançant samarretes a la grada. La felicitat entre la parròquia és majúscula. Operaris del club desmunten les xarxes de les porteries.
Els seguidors dels dos equips surten ordenadament de l’estadi com els martinis de James Bond. Mesclats, però no agitats. Un estol de samarretes i bufandes negres i blanques es dissol per tots els carrers adjacents de Craven Cottage, que aviat queda buit i en silenci.
Els periodistes recullen els cables dins les furgonetes, es despatxen els últims frankfurts i un parell de venedors ambulants regategen souvenirs del club a turistes que baden. Des de Stevenage Road es veu un escorç del rectangle verd, impecable, amb la perfecta geometria de les línies de calç. Enfilem el passeig del riu cap al nord. Els pubs de Fulham s’omplen de pintes, d’abraçades, de crits i de suor. I per fi, després de mil hores, deixa de ploure.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Roma
Dijous
Sophia Loren, nascuda al barri de Nomentana: “Tot el que veieu, ho dec als linguine”.
L’autobús de Ciampino a Termini segueix la Via Appia Antica. Fragments del vell aqüeducte, escampats a banda i banda de l’autopista, marquen el camí cap a Roma. Creuem un hipòdrom, Cinecittà, les Catacumbes i San Giovanni.
El primer gelat és a Giovanni Fassi, prop de Vittorio Emmanuele, monumental i decadent plaça porxada. Filipins amb mocadors negres al cap juguen a bàsquet. El florista del parc escapça les tiges de les roses. Els locals de la zona, magatzems xinesos de sabates i roba, blanquegen diners nit i dia. Abans d’arribar a Santa Maria Maggiore ja m’he acabat el gelat.
Camino ràpid fins al balcó de Roma, al Campidoglio, encalçant el sol. Pujo les escales del Palatino de tres en tres, però faig tard. Quan sóc dalt, el sol ja s’ha post. El cel és malva i blau marí, granulat, com en una pel·lícula.
El Teatro di Marcello ha fet tots els papers de l’auca: teatre romà, presó medieval i palau renaixentista. Avui són pisos de luxe. Als seus peus, les roselles creixen entre les columnes trencades.
La llibreria del Governo Vecchio on comprava les millors postals de Roma ja no hi és. Ara es diu Otherwise i venen llibres en anglès. Els propietaris han pintat el local de blanc, però segueixen sent simpàtics.
Em refaig del disgust a la llibreria Fahrenheit 451 de Campo de’ Fiori, on compro una col·lecció sencera de postals. Paisatges d’hivern sobre el Tevere. Arbres sense fulles, cels grisos i corbs negres sobre les ruïnes.
La fotògrafa Tina Modotti al seu amant Edward Weston: “Accepto el tràgic conflicte entre la vida que canvia contínuament i la forma que la fixa immutable”.
Set anys després, torno a San Lorenzo, el nostre barri. Partisà, obrer, ferroviari, supervivent. Passo per davant les cases on vaig viure. D’una, me’n van fer fora. L’altra, la vaig inundar. Hi vaig aprendre a cuinar risotto i a vigilar la rentadora.
Mentre faig temps per sopar, pregunto a la cambrera de La Piazzetta a quina hora tanquen. ‘Boh’, la clàssica resposta romana, és tot el que en trec. Acabem menjant quatre talls de matinada a les escales de l’església.
Divendres
Esmorzem al Bar dei Belli. Cambrers professionals i simpàtics. Preus del segle passat. Cafè i croissant, 1,50€.
Les ciutats es defineixen pel verd. Londres té boscos i parcs. París té jardins. Roma té pins. Barcelona té plataners.
Agafem el 71 fins al Tritone. Durant el trajecte se’ns enganxa un nostàlgic de Mussolini que es declara fan de la monarquia espanyola. No està gaire ben informat: porta una gorra groga. Abans que l’engeguem a fer punyetes ens recomana que pugem al Gianicolo a veure les vistes. A Roma fins i tot els fatxes tenen bon gust.
Baixem a Campo Marzio. Tots estem d’acord que compraríem una casa a la Piazza delle Copelle, encara que al mercat els enciams vagin a 2,50€.
Vermut Spritz al Bar del Fico. Observatori ideal de la romanitat. Imitadors professionals de Jep Gambardella mengen un arròs amb verdures a la terrassa - pantalons blancs, camisa marinera, americana fosca, mocador a la solapa, ulleres de sol, gomina, pell morena.
A Da Tonino només hem d’esperar deu minuts. Trattoria familiar, cuina del país, servei amable i sense pretensions, plats generosos. Seiem a la millor taula, oberta al carrer. No hi ha en tot Roma una carbonara com aquesta, encara que el cacio e pepe, amb pasta fresca d’ou, també és extraordinari.
Com sempre, la gelateria Giolitti sembla les rebaixes, però estaria disposat a fer treballs forçats per aconseguir-hi un gelat. Porto set anys esperant aquest moment. Per esquivar les masses enfervorides, ens refugiem al Vicolo della Guardiola. Les cases semblen pintades amb sang.
Els excessos gastronòmics exigeixen un llarg passeig per compensar tants pecats. El pati del Vicolo degli Acetari, amb les façanes ocres i vinoses, les plantes salvatges i la roba estesa, és un món a part, un oasi improbable a tocar de Campo. Em segueix semblant tan bonic com el primer dia.
Fa tanta calor, que si pogués triar un desig, m’agradaria nedar a les banyeres gegants de Piazza Farnese, igual que l’emperador Caracalla. Furgons blindats de la policia protegeixen l’ambaixada francesa, que presideix la plaça.
Entrem al Trastevere creuant l’Isola Tiberina. El pati de la basílica de Santa Cecilia sembla l’entrada del paradís. A dins, la jove màrtir degollada reposa convertida en marbre. Mai no s’han esculpit unes mans tan perfectes.
Segon Spritz al San Calisto, bar de bars. Podríem discutir sobre els mil barris de Roma, però el Trastevere sempre ha tingut alguna cosa especial. El San Calisto és un bon lloc per comprovar-ho, mentre els romans joves festegen i els romans vells s’ho miren. Nosaltres som joves però també ens ho mirem.
Homenatge d’Apollinaire al Trastevere:  “Joventut, adéu gessamí del temps / He respirat el teu fresc perfum / a Roma sobre les carrosses florides / carregades de màscares i de garlandes / i dels cascavells del Carnaval.”
Per saber si una dona és romana o no, cal observar-la mentre camina per l’empedrat amb tacons d’agulla. Només les autèntiques capitalines s’aguanten dretes sobre els sampietrini, les traïdores llambordes quadrades de la vella fàbrica de San Pietro.
Fem temps a les escales de la Piazza Trilussa, a la vora del riu. A cada plaça hi ha un músic, tots mediocres. Fa anys, al Pantheon un persa cantava Turandot i altres hits operístics amb música enllaunada, però ja ho hi és. Ara hi ha cavalls i carrosses i centurions panxuts fent-se selfies amb japoneses.
Sopem a La Casetta quan tothom ja ha acabat. Les pizzes segueixen sent tan senzilles com bones, i el vi tan dolent com sempre. Els cuiners devoren un plat de pasta a la taula de l’entrada mentre l’amo compta calés a la caixa.
De nit, la Piazza dell’Immacolata és plena de gent. Estudiants de La Sapienza vinguts d’arreu d’Itàlia, romans i Erasmus. Avui ens hi afegim nosaltres, que tornem a casa.
Dissabte
Al forn de Via Tiburtina on compro pizza rossa per esmorzar, presideix la paret un tiffo romanista dedicat als veïns de la Lazio: “Che Dio vi furmini”. Déu és de la Juve, però els giallorossi no perden l’esperança.
Crec que no tornaria a viure a Roma, però si ho fes, m’agradaria viure a Monti. Incomprensiblement, els turistes encara no hi han posat els peus. Prego a la Madonna perquè segueixi sent així. Des de les cruïlles anguloses dels seus carrers, es veuen escorços màgics del Coliseu, del Mercat de Trajà i de Santa Maria Maggiore. Els desnivells afavoreixen les terrasses amb vistes de somni i els enquadraments impossibles.
La pujada a San Pietro in Vincoli sota el sol inclement de migdia ens deixa sense al·lè. Ens hi esperà el Moisès de Miquel Àngel. Una escultura que seria perfecta si no fos per una esquerda al genoll: la hi va fer el propi Miquel Àngel per comprovar que l’estàtua no fos viva.
Tot el Ghetto fa olor de carxofes fregides. Durant segles, generacions de jueus hi van viure atrapats en unes maresmes infectes. La nit del 16 d’octubre de 1943, els nazis hi van entrar i se’n van endur milers. Només en van tornar disset. Un sol nen.
El cambrer de la Montecarlo ens renya perquè demanem plats massa diferents i es nega a portar-nos una carbonara extra que volem compartir. Després d’insistir molt, ens la serveix pràcticament crua, però li ho perdonem perquè l’amatriciana és excel·lent.
Segona ronda de Giolitti. Contra tot sentit comú, però les temptacions, com deia Oscar Wilde, existeixen perquè hi caiguem.
La litúrgia exigeix acabar-se el gelat asseguts a les escales de la font de la Piazza della Rotonda. Som davant del Pantheon, l’edifici més perfecte del món, segons Stendhal. La impressió de la cúpula és indescriptible. Durant dos mil anys ningú no la va poder superar. Tampoc Miquel Àngel, que per curar-se en salut va dir que era obra dels àngels, i no dels humans.
A dins, descansa en pau el pintor Rafael Sanzio, protegit per un epitafi insuperable: “Aquí reposa Rafael, en vida del qual la Natura va témer ser superada, i ara que és mort, té por de morir”.
Estem tan cansats i acalorats que el barroquisme de Sant’Andrea al Quirinale ens deixa atordits. Migdiada celestial sota la daurada cúpula ovalada de Bernini. Que els déus ens perdonin.
Quan arribem a Spagna la ciutat comença a transformar-se sota l’influx del vespre. ¿Hi ha carrers més elegants que la Via Margutta? Segurament no. Per això hi van viure Fellini i Giulietta Massina. No m’importaria arruïnar-me sopant a la terrassa de l’Osteria Margutta.
A Piazza del Popolo tot és soroll i gent pesada que ens vol convertir a religions estranyes i que ens obliga a escoltar música espantosa. És hora de pujar corrents cap a Villa Borghese, que no és Hampstead, però s’hi està prou bé. Descalços al parc. De tornada al Pincio, el sol muta a un taronja nuclear mentre s’esmuny a l’oest del Vaticà. És la llum de Roma. La llum que fa somniar en imperis perduts i en la glòria eterna.
Urgències terrenals -tenim gana- ens porten cap al Pignetto, pura perifèria romana. Nucli de gentrificació. De Bellvitge a Gràcia en set anys. Mentre mengen i bevem, una banda municipal de trompetes i timbals aficionats perfora els timpans dels veïns. Escena neorealista en temps de presses i mòbils.
Diumenge
No hi ha temps per a gaire més. Ens acomiadem de Roma (fins quan?) des del balcó del Campidoglio. Legions de turistes fotografien cada bloc de marbre des del turó veí de l’Aventino. Dues dones morenes, vestides de vermell corall i amb tatuatges als braços es fan fotos després de casar-se.
Cada cop que sóc a Roma penso quants cops més hi tornaré. Com un compte enrere contra el temps i contra la mort. Quatre, cinc, sis vegades? Deu? És una batalla perduda però em fa viure la ciutat amb una lucidesa particular i un gran sentit de responsabilitat. Conec aquesta sensació: també em passa amb Menorca.
Han passat set anys, un quart de vida, i és evident que han passat moltes coses. Roma ens precedeix, ens va definir, i ens sobreviurà. Roma va ser nostra per un moment i ara torna a volar, lluny, fora del nostre control. Queden rastres d’èpica i un fil d’innocència. Em sorprenc a mi mateix d’aquesta retrobada sense dramatismes ni ensucrades. Està bé que sigui així. Tan de bo fos sempre així.
Londres m’ha ensenyat qui sóc. París, qui podria haver estat. Roma és la meva millor versió.
Una estàtua eqüestre de Marc Aureli presideix el centre del Campidoglio. Originàriament recoberta d’or, avui gairebé desaparegut, la llegenda diu que el dia que no en quedi ni un bri, una òliba blanca volarà fins a l’emperador, posarà els peus al cap del cavall, i anunciarà la caiguda definitiva de Roma.
Des de la pista de l’aeroport es veuen els turons ancestrals del Lazio i els primers arcs de l’aqüeducte. De cop el cel es torna gris, gairebé negre. En qualsevol moment començarà a ploure.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Notes
Modigliani. La Tate dedica fins al 2 d’abril una retrospectiva a Amedeo Modigliani.  És una exposició planera, assumible, dolça i fresca com un paisatge mediterrani. La sala dels nus, part central de la mostra, és realment extraordinària. És el millor Modigliani, el pintor febril, desbocat, sensual, vibrant, de mirada profunda i models en flames. Pinta les dones amb la urgència i la devoció de l’amor desesperat, ennuvolat, analgèsic, un amor mig boig mig lúcid que neix d’excessos i dolors. En perfila els cossos amb un traç negre i suau com una branca de pi. Ulls d’ametlla, pell torrada i galtes enceses com dues cireres al pic de l’estiu. Els cossos femenins regnen damunt les teles grises i de la llum de l’hivern de París. Els llavis, rojos, closos, prims, guarden en silenci un crit de llibertat. Els visitants passegen muts i concentrats amunt i avall de la sala, guiats per l’instint, absorts, una mica groguis, desconcertats per la passió latent de les vides curtes i tristes que s’intueixen rere cada quadre.
Call me by your name. Luca Guadagnino ha rodat una pel·lícula important. En una vil·la idíl·lica de la Llombardia, un adolescent francoitalià i un estudiant americà s’enamoren com manen els cànons: a l’estiu, en un paradís mitològic, contra les convencions, després d’haver-se odiat mútuament al principi, i just abans de quedar separats per un oceà i pels imperatius de la vida. Tots els elements de la història se subordinen lliurement al clímax dels dos amants: la sensualitat de les escultures clàssiques que estudia el pare-professor, els plats suculents del país i les sobretaules infinites, la fruita madura, prohibida i temptadora, les fonts d’aigua fresca i transparent, les clarianes, els boscos i els llacs, els pantalons curts i les camises descordades, la pell suada i en ebullició, els cabells rebels, la música i les nits de revetlla, la poesia dita amb un fil de veu, els matalassos plens de pols, les mares que callen, les nòvies que no ho saben, la solitud agonitzant. Splendour in the grass, glory in the flower. L’Elliot i l’Oliver viuen l’amor de la seva vida, que no se sap si és el primer o l’últim, però és el que recordaran, l’únic que comptarà. Call me by your name retrata amb una potència visual enlluernadora i una sensibilitat poc comuna els dies daurats que es converteixen en el parèntesi decisiu - el parèntesi entre el no res de l’expectativa i el no res de l’enyor. De vegades aquest parèntesi (hores, dies, un estiu a tot estirar) defineix una vida sencera.
París. Les coses importants es revelen després d’acabar-se. Ara començo a entendre què vol dir París. Què significa i què implica. París determina la manera com veiem les coses, què sentim i com ens movem. Com ens relacionem amb les ciutats, com ens hi comuniquem, com ens hi deixem vèncer i com ens hi lliurem. Com hi transitem, convertits en corrents d’aire a penes imperceptibles entre carrers estrets i en ventades ferotges a les grans avingudes. París és una mica la mesura ideal de totes les coses - sobretot de les coses impossibles. A partir d’ara el criteri, la mirada, el pols, tot queda tallat pel patró de París. És la seva herència i la seva condemna. París frustra i enlaira. Realça i desperta els sentits, com Roma, i destrueix i arrasa, com Londres. Per als barcelonins, tocats per naturalesa pel vici amarg de la insatisfacció i la mediocritat, París és la quintaessència del que no serem mai i de totes les nostres mancances: París projecta un ideal integral de creativitat, instint, inspiració i seducció permanents, tirànics, ignorant els complexos col·lectius i la covardia que mata l’acció i l’alliberament de la banalitat quotidiana. París és una manera de veure el món a través d’una determinada idea supremacista i inqüestionable de l’estètica, en què aquesta s’imposa a la resta de veritats i d’axiomes amb una superioritat a voltes arrogant, sovint insuportable, gairebé sempre irrefutable. París és una putada perquè la resta del món no s’hi assembla gens, i això fa difícil sobreviure després de París, fins i tot a Londres, ciutat de possibilitats infinites on l’estètica és subministrada amb comptagotes. París ensenya a viure amb una exigència esgotadora i alhora irresistible, i a no retre comptes amb res ni amb ningú en benefici d’un escenari privilegiat, orfe de veritat i d’escalfor, bell i mortuori com un marbre antic, i massa vegades en detriment d’una vida honesta, senzilla i real, és a dir, plena de renúncies, de lletjor i de derrotes. París està molt bé, fins i tot podria ser imprescindible, per establir uns paràmetres del que podria haver estat i del que ens hauria agradat ser, per tot seguit enfrontar-nos sense recança ni vergonya a la pròpia existència, que potser no és tan bonica ni per descomptat tan romàntica, però al cap i a la fi potser més interessant, i en tot cas, amb plena seguretat, real.
Istanbul. La parella del meu company de pis és turca. Va arribar a Londres fa deu anys per estudiar art i s’hi ha quedat. Els dissabtes al matí, després d’un esmorzar abundant i proteic, se’n va a nedar a la piscina descoberta de London Fields. És una de les piscines més emblemàtiques i populars de l’est de Londres. A fora l’aire és gèlid, però a dins l’aigua es manté calenta. Em diu que ella és una dona d’aigua, que nedaria sempre a tot arreu. Quan era petita, recorda, amb el seu pare i els seus germans creuaven el Bòsfor de punta a punta. Es llençaven a l’aigua en un continent i s’eixugaven en un altre. A la tarda, m’explica, la lenta caiguda del sol els encalçava entre braçada i braçada. Assegura que és un dels seus records més bonics. Me la crec. Jo també he vist l’espectacle del sol ponent sobre el Corn d’Or i puc assegurar que és d’una bellesa sublim, perfecta, inoblidable.
Diumenge. Per una vegada ajornem el rostit de rigor i decidim innovar - en el meu cas, amb certes reserves. Dinem en un restaurant a la vora del canal on serveixen un plat únic: un pa de mig, daurat i cruixent, buidat per dins i farcit de beicon fumat, tomàquet cuit a foc lent, porros, bolets, gírgoles i espinacs, coronat per un ou ferrat i gratinat amb formatge. Hi entro amb escepticisme i en surto encantat. El dinar em recorda les excel·lents sopes d’hivern txeques amb patata, col, ceba, xampinyons i fonoll, on un rodó buit també fa de recipient. Ho rematem en un cafè de Broadway Market amb un crumble de poma i pruna amb gelat de canyella. A fora cauen els primers flocs de neu, que no quallaran.
Park. Al Museu del Disseny entrevisto la coreana Soomi Park, que s’autodefineix com a dissenyadora especulativa. És una dona discreta i elegant que parla amb una veu nerviosa entretallada per la timidesa i les dificultats per expressar-se en anglès. Ha creat un robot capaç de mostrar vergonya davant la interacció amb humans. Està convençuda que serem immortals perquè la nostra ment -idees, pensaments i emocions- es podrà enregistrar al núvol i ser traspassada a un altre cos quan ens morim. Ella, però, prefereix viure només un cop i morir sabent que tot s’acaba aquí, que amb una vida ja en té prou i de sobres. Està enamorada de París però no hi viuria mai. En canvi, troba que Londres és una font de problemes però no viuria a cap altre lloc. Amb els seus homòlegs coreans no s’hi entén, diu que professionalment parlen idiomes diferents, que encara no és hora de tornar. A la sortida del museu, que des de fora sembla una piscina soviètica, creuo Holland Park cap al nord. El parc, mig en obres, està desert, els arbres tremolen pel vent i les sabates se m’enganxen al fang.
Bristol. Les ciutats amb mar tenen una personalitat especial. Igual que la sal i el sol damunt la pell dels mariners, el tràfec de segles, mercaderies i persones hi ha deixat un solc de vida profunda. També de misèria i brutícia. Bristol, com Liverpool, Nantes o Liorna, no és una excepció. Envoltada per turons i pendents abruptes, els carrers costeruts del centre desemboquen als vells molls. Les grues rovellades i els magatzems de maons són els últims vestigis d’una època d’esplendor esclavista negligida per la historiografia oficial. Avui els equipaments culturals d’última generació maquillen sense massa èxit un passat feixuc i controvertit - 500.000 ànimes hi van ser venudes. Al sud de la ciutat, les façanes de les cases estan pintades d’una àmplia paleta de colors llampants. De lluny, es confonen els uns amb els altres com en un calidoscopi boirós. De prop, en moltes façanes es distingeixen dibuixos estranys i trampes visuals. L’alegria cromàtica de les cases contrasta amb l’aire melancòlic dels carrers. El cel, ventilat, ample, atlàntic, sembla una placa de nitrat de plata. Després de la pluja de la tarda, els núvols agafen un to rosat, nacre, oriental, que ja no abandonaran fins a la nit. Al mercat de Saint Nicholas hi ha parades de menjar portuguès, fideus vietnamites i empanades sud-africanes. Moltes floristeries, botigues de discos i algun pub centenari. El trajecte fins a Londres, per una autopista recta i tranquil·la, és d’una coherència admirable: camps llaurats amb una austeritat i una sobrietat exemplars. Tènues ondulacions pràcticament imperceptibles delimiten un paisatge definit per dos colors: el blau del cel i el verd de la terra. I res més.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Turnpike
Els barris del nord de Londres. Carrers de cases unifamiliars clonades fins a l'infinit. Dues plantes, teulada triangular, un jardí, una glorieta. Façanes blanques, de color de mantega i de vi. Als porxos i al paviment, esquerdes, humitats i males herbes. La fauna hi és diversa: persones, ocells, gats, ànecs, guineus. Pocs gossos, per sort. La gent no passeja, la gent es desplaça, va o torna de llocs. A la feina, de comprar. Moltes milles, poques distraccions. La vida (el comerç, el diner) es concentra al voltant de les parades de metro. Poques, i molt espaiades sobre el mapa - entre algunes, mitja hora a peu.
L'esquema es repeteix: locals de tota mena de fregits, fruiteries, drogueries, barberies, botigues d'andròmines diverses a preus ridículs. Cap fleca, cap carnisseria, cap peixateria. L'únic que canvia és l'origen dels treballadors. A Turnpike Lane, per exemple, on visc temporalment, diuen que hi ha molts búlgars. Un dels restaurants més freqüentats per la parròquia local té nom de xiringuito de Castelldefels, Sunny Beach. S'anuncia amb lletres brillants de neons blaus, dues de les quals fan pampallugues inquietants. Tenen la calefacció a tota pastilla i sempre està ple. Una mica més avall, a Harringay, els restaurants turcs competeixen entre si fins al deliri, com els curris de Brick Lane i les botigues de mòbils del Raval. Serveixen delícies mediterrànies a una clientelea fidel i nostàlgica dels paisatges gastronòmics del sud: carn de xai amb formatge fos i pols de pistatxo, mongetes amb tomàquet i albergínies amb mel i iogurt.
Queden pocs pubs. Dels supervivents, n'hi ha d'extraordinaris. No gaires, per desgràcia. Alguns conserven vidrieres de colors, sostres policromats, forjats, barrils i tiradors de coure. L'oferta de cerveses és àmplia i variada, i la carta de rostits dominicals és prometedora, consistent. Els vespres de fred s'hi està tranquil i s'hi pot llegir al costat de la llar de foc o xerrar sense haver de cridar com un posseït. Els cambrers són amables i ofereixen recomanacions personalitzades i tastos moderats de cerveses singulars.
Els moderns, els joves amb macs, els autònoms barbuts, els estudiants ganduls, els rendistes, les mestres jubilades, les cites a cegues i els lectors esforçats coincideixen (mesclats, però no barrejats) a l'únic cafè del barri. Un local de revista, amb llums verds i grocs de disseny, taules de fusta, cadires nòrdiques, plantes tropicals exuberants i cançons lentes de músics que canten baixet. Els lavabos d'aquests cafès solen ser magnífics. Si un es despista s'hi pot passar mitja hora processant tota la informació acumulada a les parets – cartells, fotografies, postals, eslògans, consignes, dibuixos. Una Tate en miniatura a cada vàter. El cafè i el te se serveixen en una vaixella exquisida i el sucre es guarda en pots molt elegants que costen molt d'obrir. De vegades damunt les taules hi ha gerros de vidre amb camamilla o farigola.
Els reclams per comprar són incessants, angoixants, esgotadors. Infinitat de supermercats, de botigues de roba, de tecnologia, de coses de casa, d'esport. Segona i tercera mà. A les grans cadenes, la secció de dolços és impressionant, hipnòtica, cromàticament delirant. Quantitats inconcebibles de galetes, de xocolata, de bombons, de croissants, magdalenes i pastes envasats, de pastissos, de confits extravagants i multitud d'artefactes hiperglucèmics indescriptibles. Només hi rivalitza el passadís de les patates fregides, exposades en tota mena de mides, formes, gustos, aromes, textures i colors. Els més impacients les obren i se les cruspeixen al mig del passadís. Els compradors responen als cants de sirena del mercat amb entusiasme, constància i molta voluntat. Tanta, que de vegades faig més de vint minuts de cua per pagar. Els vespres, a la cua dels supermercats, s'assaja amb una determinació encomiable l'última compra abans de la fi del món.
Els parcs, aquí dalt, són d'un verd esllanguit, opac, mandrós. La rosada cobreix els camins de fang, i la pluja suau i persistent crea bassals als marges. Als camps de futbol, amb porteries tortes sense xarxa, l'àrea petita sembla un camp de batalla. Els sots, les irregularitats del terreny i l'absència de línies de calç revelen partits medievals sense treva ni xiulet. Des de dalt les pendents, es veu la ciutat al fons, el centre poderós i metàl·lic, resguardat en torres d'acer i de vidre coronades per cims punxeguts amb llums vermells intermitents.
Els dissabtes al matí, baixen les revolucions. A Crouch End i a Stoke, barris benestants en plena gentrificació, allunyats de la neurosi comercial i proletària de la xarxa de metro, es produeixen escenes de benestar escandinau. Les famílies blanques porten els nens als tobogans i als gronxadors. Els homes blancs juguen a tennis. Parelles d'avis blancs amb americana de quadres, ell, i vestit llarg i mocador llampant, elles, passegen de bracet. Als cafès se serveixen brunchs amb cansalada i alvocat, torrades de pa de trenta llavors diferents i xarops estranys. Uns francesos espavilats han obert una pastisseria on venen panets de xocolata a preu de tortell. La llibreria de barri, la torre del rellotge i el pub de l'antiga estació ferroviària mantenen amb un cert esforç i una paciència melancòlica les engrunes d'un passat llunyà, polsegós, pràcticament oblidat, invisible.
Londres és implacable amb tothom, també amb si mateixa. No hi ha pràcticament treva per a la memòria ni per al record. El minotaure vol carn fresca cada vespre. Tot és present, comprar, pagar, consumir, desplaçar-se, treballar, produir, i dormir si queda una mica de temps. Passejar, divagar i dubtar semblen excentricitats forasteres de personatges desvagats. Es tracta, doncs, de transitar entre tots aquests pols de temptació, de pausa, de febre i de desconcert amb un punt d'escepticisme i una enorme curiositat. Dignament, si es pot, i sense fer gaire soroll.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Gaúcho
El Gaúcho ens va canviar la vida.
Ens en vam adonar una matinada de setembre amb aquella cavalcada salvatge contra la porteria del Sevilla. Va ser com un llamp. Fulminant. L’estadi es va ensorrar. La ciutat va tremolar. Literalment. Des de Collserola, l’Observatori Fabra va registrar un sisme insòlit amb epicentre a Les Corts. Era nit tancada, el soci bevia gaspatxo, i amb una fuetada plena de vida, com un crit de llibertat, el Gaúcho va despatxar un lustre de misèria i frustracions. Per als que vam fer tard per veure el Dream Team, aquella nit va començar tot. Era tot just el 2003.
Amb el temps, van venir moltes nits glorioses. Parets, barrets, culleres, sotanes, elàstiques. Trucs de màgia. Dibuixos animats. Rolandinho reia, l’equip jugava, el club guanyava, la gent era feliç. Però va ser una derrota, i no una victòria, la que va coronar el Gaúcho a les hemeroteques i a les retines.
Comencem pel final. Fa uns anys, quan ja començàvem a atipar-nos de títols i el Gaúcho era part del passat, vam visitar Stamford Bridge. A la botiga, ens va sorprendre que el producte estrella no era el pòster de cap final guanyada pels blues, una relíquia de l’estadi o la samarreta d’Albert Ferrer. Ni tan sols The especial one, la modesta biografia de José Mourinho. El souvenir més preuat era un DVD editat de forma maldestra i amb una tipografia pornogràfica que anunciava, com una superproducció de Hollywood, “The game of the century”. El partit del segle.
El títol fa referència al partit que va enfrontar els blues contra el Barça el dimarts 8 de març de 2005 en la tornada dels vuitens de final de la Champions. A l’anada, els blaugrana s’havien imposat per 2 a 1 la nit del gol (l’únic en la seva prolífica etapa barcelonista) de la gallina Maxi López. Era la segona temporada de l’era Laporta, i el Gaúcho era el rostre radiant d’un equip amb Puyol, Deco i Eto’o en la columna vertebral. Des de la banqueta, Frank Rijkaard movia els fils amb el seu aire de jamaicà endiumenjat, encara es discutia si Xavi i Iniesta podien jugar junts, i el club només tenia una Copa d’Europa a les vitrines del museu. Eren altres temps. A l’altre bàndol, José Mourinho comandava amb mà de ferro un equip de fidels legionaris de la talla de Terry, Carvalho i Makelele, entregats al talent de Lampard i a l’artilleria de Drogba. Invulnerables a darrere, letals al contracop, assadegats de glòria. Un còctel letal.
El Barça es va presentar a Fulham Road amb la baixa de Rafa Márquez, que Rijkaard, en un atac de cruyffisme suïcida, va decidir suplir amb Gerard López. L’aposta va donar fruits immediats: al minut 19 de partit, els locals ja guanyaven per 3 a 0, cortesia de Gudjohnsen, Lampard i Duff. Els catalans, enfundats en un uniforme de color de fems d’oca, encara no havien obert els ulls i ja estaven sent massacrats pel vertigen dels anglesos. Tot semblava dat i beneït, i a la Bonanova ja s’entonava l’aquest any, tampoc.
Al minut 27, intentant blocar una rematada de cap d’Eto’o a centrada de Belletti, el portuguès Ferreira toca l’esfèrica amb la mà i Collina xiula penal. Ronaldinho el transforma ajustant el xut, ras i fort, a la base del pal dret de la porteria de Cech. És una taula de salvació enmig del naufragi. Malgrat l’hecatombe, els blaugrana només són a un gol dels quarts, i encara queda més de mig partit. 11 minuts després, Deco recull un rebot a la frontal i assisteix en curt al Gaúcho.
El brasiler, sense moure’s, i envoltat de tres rivals, amb Carvalho a damunt i Lampard al clatell, dansa sobre si mateix protegint la pilota, finta amb el maluc una, dues i tres vegades, arquejant la cama dreta, pivotant amb l’esquerra, i amagant amb una assistència o un canvi de joc. Té el peu enganxat a la pilota -la cuida, l’acarona, la protegeix- i els centrals a sobre. El xut és impossible. El gol, inconcebible. La pèrdua, imminent. No té angle, ni marge, ni temps. I, tanmateix, s’inventa una rematada dolça, suau, preciosa, que sorprèn el món sencer. També el porter Cech, espectador privilegiat d’una paràbola deliciosa que, descrivint un efecte de dins cap enfora, entra a la porteria acaronant la xarxa a càmera lenta.
En un tancar i obrir d’ulls, Ronaldinho ha vist i ha fet el que ningú ni tan sols podia imaginar. Tothom es queda petrificat. The Bridge emmudeix de cop, presa d’un encanteri. Com s’ho ha fet? Déu, que mira el partit, ha pitjat el botó de pausa. “És com si durant tres segons el món s’hagués aturat i jo era l’únic que em movia”, confessaria més tard ell mateix (el Gaúcho). És un d’aquells instants decisius que ofereix l’esport de tant en tant, i que legitimen l’adulació desmesurada i les creences irracionals.
Per no fallar a les lleis de l’èpica ni a la tradició melodramàtica del club, el Barça va perdre l’eliminatòria però va guanyar alguna cosa més important. Un bocí d’eternitat.
La resta de la història és prou coneguda. El Barça, poc avesat encara a la tensió competitiva de la Champions després d’anys d’ostracisme, va resistir el marcador fins que Terry, a la sortida d’un córner, i amb Valdés blocat, va situar el 4 a 2 definitiu a quinze minuts del final. Els blues van passar ronda, i els blaugrana es van venjar l’any següent camí de París, donant continuïtat a una rivalitat quasi mitològica que culminaria Iniesta el 2009 comprant el bitllet cap a Roma a l’últim sospir.
Més enllà del resultat i de l’eufòria i decepció puntuals de cada equip, amb el temps tothom recordaria aquell partit. Els anglesos, per un triomf de prestigi que els va presentar definitivament davant l’elit. Els culers, per aprendre la lliçó i liquidar els blues un any després amb un equip més madur i un futbol precís com un rellotge i contundent com un martell. Els aficionats en general, per l’espectacle grandiós de gols i emoció que per una nit van dignificar el futbol.
Ara que el mag brasiler es retira i que li plouen les lloances necrològiques i les cròniques pòstumes, els experts fan balanç, i els anglesos, tan poc donats a l’afalac gratuït com nobles davant l’evidència, ho tenen clar. De totes les accions del Gaúcho, el gol d’aquella nit d’hivern a Londres potser és la més especial, per genuïna, per irrepetible i per solemne. És el triomf de la imaginació davant dels límits tangibles de la vida. Un desafiament a les coordenades espai-temps i a les lleis de la lògica i de la previsibilitat. Un manifest radical i libèrrim de l’enginy i de la creativitat. Música contra la por. Llum damunt la mediocritat. Un d’aquells improbables i efímers esclats de bellesa que omplen de sentit la fe sovint injustificable i sens dubte irracional en la vida i en el futbol.
0 notes
marcfarraspiera · 6 years
Text
Lutècia
1. La jubilada amb barret violeta que reia llegint l’últim Astèrix al metro.
2. La dona amb cabells egipcis i peto texà que portava una bola del món i mirava fotografies velles.
3. A París els filòsofs semblen estrelles del rock, i les estrelles del rock semblen filòsofs.
4. El confit d’ànec amb patates rostides del bistrot Aux Petits Oignons.
5. El cafè La Marine i el terra enrajolat com un tauler d’escacs i les làmpades esfèriques gegants de color ambre, amb vistes al Canal Saint Martin.
6. El passatge des Panoramas, amb els antiquaris i les llibreries de vell.
7. El rastre de Miró. Llum, formes i colors.
8. El Boulevard Pereire desert a les vuit del matí i ple de partits de futbol sense porteries els divendres a la tarda. Els rosers a mig florir i els dos vells rics que hi fan manetes com dos adúlters de quinze anys.
9. La terrassa del restaurant Moncœur, sobre el parc de Belleville i davant la ciutat grisa, immensa, indiferent.
10. La llibreria flotant L’eau et les rêves, al Canal de la Villette.
11. Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta.
12. La logopeda de L’escafandre i la papallona, en sessió universitària de vespre al Desperado.
13. El taller de Pierre Bourdelle a Montparnasse.
14. El jardí del Museu de Montmartre, amb vistes a les vinyes i al cabaret rosa de Picasso.
15. El cuscús i el pollastre amb olives de l’algerià de La Goutte d’Or. I el te de menta amb molt de sucre.
16. El pastís de merenga de La Loire dans la Théière.
17. Els falàfels de la Rue des Roisiers. Els cambrers t’assetgen pel carrer però val la pena.
18. Els ulls tan grans de Nôtre-Dame.
19. La place Dauphine.
20. La línia 6 del metro de l’Étoile a Glacière. Brooklyn.
21. El grafit de Tintín i el Capità Haddock, vestits de vermell, acabats de casar.
22. La botifarra negra amb puré de patates de Le temps des cerises a la Butte aux Cailles.
23. Els petons furtius a la Square des Peupliers.
24. Moustaki i Gainsbourg.
25. La sala ovalada dels nenúfars a l’Orangerie.
26. L’estany platejat de les Tuileries.
27. La Victòria de Samotràcia.
28. Els vitralls modernistes i el tapís vermell del bistrot La Renaissance, on Tarantino va reunir Mélanie Laurent i Daniel Brühl.
29. Portar les visites a La Recyclerie.
30. Les nits a La Limite. Els flirtejos descarats dels macarres, les dones que ballen, i els panxuts amb jaqueta de cuir que s’ho miren i riuen des de la barra.
31. Descobrir de sobte l’església de la Val-de-Grâce i recordar les banyeres gegants de la Piazza Farnese.
32. La pluja imparable.
33. El te sota les carpes humides de la Mesquita i els hivernacles humits del Jardin des Plantes.
34. Les cases noucentistes de conte de fades de La Campaigne a Paris.
35. La plaça Édith Piaf, a Bagnolet, i la seva estàtua clamant al cel vandalitzada amb pintura vermella.
36. El Sacre Cœur des de la Place Dalida, pujant des de Lamarck. El nas de Dalida. Dalida cantant Bang Bang. Luigi Tenco i els barbitúrics. “Pardonnez-moi, la vie m’est insupportable.”
37. Les col·leccions privades impressionistes i els salons versallescos del Museu Jacquemart-André.
38. "París és a dues lletres del Paradís" (Jules Renard)
39. El panteó (que encara no he trobat) del fotògraf Francesc Boix, únic testimoni català contra els nazis a Nuremberg.
40. El mercat africà de Château Rouge. Túniques, mangos i peus de porc.
41. La fortor d’alcohol al metro a qualsevol hora.
42. Els campaments de refugiats i sense sostre als afores de París.
43. Els nens sirians descalços sobre l’asfalt. Dotzenes de nens sirians descalços sobre l’asfalt. Potser centenars.
44. La baguet del forn de la Plaça Saint Ferdinand, i els panets de xocolata de l’altre forn de la Plaça Saint Ferdinand.
45. La secció de làctics del supermercat.
46. Les crisis nacionals de mantega.
47. Les parisenques. Quin estil.
48. Esther Garrel.
49. Les arenes de Lutècia, el Coliseu de París.
50. La fruitera xinesa, que sempre em torna malament el canvi (a favor de la casa).
51. Una nit em van convidar a menjar pop. Vaig fer una excepció i vaig beure vi blanc.
52. La flauta màgica a l'Opera Comique.
53. Mateu Orfila, maonès insigne, pare de la toxicologia moderna, metge personal del rei de França.
54. Quan els francesos van arribar al Louvre per anunciar la conquesta de Menorca, el primer que va demanar el cardenal Richelieu a l’oficial de l’exèrcit era si les figues de l’illa eren tan bones com es deia. (Desconeixem la resposta de l’oficial).
55. Les rancheras dels músics del metro, a anys llum dels seus homòlegs de Londres.
56. Els partits del Barça que no he vist. Ja no m’importa.
57. Les visites multitudinàries a pisos de nou metres quadrats amb llit plegable i dutxa comunitària. 700 euros i en negre.
58. Veure nevar un dijous a la nit des de la bugaderia. La meva vida en un programa de cotó a 30°.
59. Els passatges de Bastille.
60. La dona trista que llegia el diari al Pure Cafè asseguda dalt d’un tamboret.
61. El magnat llegendari dels prostíbuls de Montmartre, ulleres negres i anells d’or, perruca i trajo blau impecables. Es feia el milhomes i necessita ajuda per pixar.
62. Vaig conèixer una logopeda pianista que viu davant el cafè de l’Amélie i que intercanvia confidències (i alguna cosa més) amb el capellà del barri.
63. Els francesos, igual que els italians i que els anglesos i que molts catalans i que quasi tots els espanyols, no entenen per què volem la independència.
64. Diuen que els gelats de la Maison Berthillon són els millors de París però en realitat són gel amb colorant i no valen res.
65. La solitud d’agost.
66. Em van regalar una planta preciosa i se m’ha mort.
67. He viscut nou mesos sense armari però amb un mirall picat que deu valer una fortuna.
68. El campanar de l’església de Saint Blaise des de la Plaça de la Magnòlia, seu del Partit Comunista.
69. La cuina provençal de Chez Janou.
70. El record inesborrable de Marsella i Dantès. La sal i el mistral.
71. La Plaça Marc Bloch i totes les obres de la Beckett de Gràcia. I encara no he anat a la nova seu del Poblenou.
72. El village Saint Paul, el meu oasi particular a Le Marais.
73. Les torres medievals de la Rue Charlemagne i la basca socialista de Chez Mademoiselle que ens ho va preguntar tot sobre els Procés. Ho vam intentar però no la vam convèncer.
74. L’arquitectura brutalista del barri xinès.
75. El mural de la Fada electricitat de Raoul Dufy al Museu d’Art Modern de París.
76. El luxe del Faubourg Saint Honoré i el trauma del fiscal Gérard de Villefort.
77. Vam empaperar les portes massisses de la seu de la Comissió Europea i ens en van fer fora. Hi havia més gendarmes que manifestants. Vam cantar els Segadors i ningú no se sabia la tercera estrofa.
78. Si mai tinc un pis hi penjaré pòsters de Tintín comprats als encants. Per començar, dubto entre Els Cigars del Faraó i El Lotus Blau.
79. La botiga L’Oiseau de Paradis del Boulevard Saint-Germain.
80. El pícnic nocturn al bosc de Vincennes.
81. Les albergínies fregides de Chez Alex, un xinès tan barat que no pot ser.
82. Una sidra a la sala interior de La Palette, a la Rue de Seine.
83. El Moulin Rouge, el Trocadéro, Truffaut i la Shakespeare & Co estan sobrevalorats.
84. Egon Schiele.
85. Si m’haguessin agafat al pis de la Rue Magenta hauria viscut amb una noia rossa que es deia Ofèlia. Una vegada vaig fer de Hamlet. Encara em sé la primera estrofa del monòleg.
86. Foix. “Sóc a París, i entre ermots, a Lladurs.”
87. Les vies del tren a La Chapelle, que esquarteren París.
88. París són floristeries, forns i formatgeries.
89. L’espina de peix de la Mouzaïa i tots els passatges laterals florits.
90. Algun dia viurem a la Villa Léandre.
91. El camino de Miguel Delibes.
92. Psique reanimada pel petó de Cupido, de Canova.
93. Els diumenges es dina pollastre a l’ast.
94. Per culpa d’un cafè a Le Méthode vam perdre un avió.
95. Els funcionaris de correus em posen nerviós. No ens entendrem mai.
96. La lliga francesa és un frau.
97. París fa somiar. La realitat et desperta.
98. Els parisencs fumen molt, van sempre amb gavardina i a mig pentinar i no cuinen mai.
99. L’aparador de la llibreria de Jourdain.
100. Els arbres grocs del Père Lachaise i les fulles grogues damunt les làpides.
101. El jutge Claude Frollo cantant desesperat davant la llar de foc.
102. Les heures de la façana de l’Hotel Le Pavillon de la Reine a la Place des Vosges.
103. El barri de Batignolles i els bistrots vermells de la Rue des Dames.
104. Les epifanies (forçades, però necessàries) al Pont Saint-Louis.
105. La tarda al Cafè Strada de Rue Monge. Una de les cambreres fa pastissos de coco i de xocolata al fons del local amb els auriculars posats.
106. Les cases de colors-pastel-Notting-Hill de la Rue Sainte-Marthe.
107. Arribar amb tren a la Gare du Nord. A l’entrada, hi ha una escultura terrorífica d’un ós vermell amb ales. A la ciutat de Rodin.
108. Els restaurants corsos. Les llonganisses corses. La cervesa corsa. Còrsega en general.
109. La versió de Roger Mas de Ma Solitude.
110. El Sena.
111. El meu barri, Gambetta.
0 notes
marcfarraspiera · 7 years
Text
Ginebra
Ginebra és una ciutat líquida. La ciutat és llac i el llac és ciutat. Tots els camins comencen i acaben al llac Léman. Els carrers i avingudes no són més que petits afluents que desemboquen a la gran plaça marina del centre.
Divendres a la tarda, Pâquis, el barri on tenen seu multitud d’organismes internacionals, s’esllangueix en un llarg tedi burocràtic. La riba oest es prepara per a les festes de la ciutat. Parades de menjar, atraccions de fira i escenaris de música. Joves amb patinet i auriculars han començat a conquerir l’espai. Les esculleres són refugi de banyistes expeditius i d’amants furtius.
Lluny de tot, omnipresent, oracle i sentinella, el cim del Montblanc, que a cada minut canvia de color fins a aturar-se en una suspensió rosada abans de morir en la nit.
Durant 18 anys, Mercè Rodoreda va veure aquest cim cada dia. Després de tanta, tanta guerra, l’escriptora s’instal·la a Ginebra entre 1954 i 1972. Són anys de solitud i de patiment, però també de productivitat. El seu talent natural, el record de Barcelona, el trauma de les guerres, el dolor i la maduresa de l’exili, juntament amb la pau aquàtica de Ginebra i l'exuberància vegetal de Suïssa, queden sublimats als seus dos cims literaris, La Plaça del Diamant i Mirall Trencat, tan bells i afilats com les muntanyes que envolten Léman.
Rodoreda explica que va escriure La Plaça en un estat gairebé febril que la va deixar exhausta. La quietud gèlida de Ginebra es va fondre en l’escalfor de les cambres interiors de la memòria i en l’evocació del paradís perdut. A Ginebra, Rodoreda crea i cultiva un primer jardí, passeja per les ribes de Léman i dina sovint en un restaurant amb vistes al Montblanc. No és difícil imaginar-la caminant pels molls humits, extasiant-se amb la pulcritud dels jardins públics i omplint les places i els carrers de personatges imaginaris.
El record de Rodoreda és viu i emociona.
Una altra catalana que també va viure anys decisius a Ginebra en té un record diferent. Aurora Bertrana parla així de la vila del llac: “l’entranyable ciutat dels meus amors (…) m’havia obert els ulls a un món nou, un món insospitat, revelador (…) pel grau de civilització, de cultura, de civisme i europeisme que s’hi respirava. (…) La meva amable Ginebra neta i alegre, poblada de gent ben alimentada, ben vestida, diligent, com amarada d’un afany i d’una joia de viure que contrastava amb el meu estat d’ànim.”
Bertrana fugia d’una Barcelona en fallida integral, “arruïnada, afamada, bombardejada i bruta”. Viuen circumstàncies personals molt diferents, però l’efecte de la Guerra és igual en totes dues dones: “amb el cor i l’esperit amarats de la gran tragèdia de les lluites fratricides, l’enderrocament moral, social, polític i material de la nostra amada ciutat cap de Catalunya, m’havien llevat la facultat de sentir cap mena de goig.”
Ginebra era aleshores el paradigma de la ciutat refugi. Suïssa es va convertir en un centre d’acollida de refugiats, exiliats i fugitius de tot tipus i de tot arreu. Rodoreda i Bertran hi devien trobar la inspiració, la pau i la solitud que també van respirar, en altres èpoques, Shelley, Byron, Mercury, Stravinksy, Hemingway, Nabokov, Le Corbusier, Chaplin i Borges (que hi morí).
La Ginebra d’avui em sembla diferent i no em transmet ni l'espurna de la creació ni l’abric de la pau. Ginebra és una ciutat cuirassada, una fortalesa emmurallada amb el paper de canvis de divisa astronòmics i de factures inassumibles. La ciutat exclusiva s’ha convertit en excloent. El refugi, en búnquer. La seguretat, en caixa forta.
La visió del centre, buit i silenciós durant tot el cap de setmana, és impactant. Amb prou feines ens creuem vianants per les avingudes, els cambrers badallen, i els pocs comerços oberts expulsen la clientela amb preus prohibits.
Al final, la neutralitat, el seny i la moderació no són més que subterfugis i una forma elegant però còmplice de covardia i d’indiferència. A la manera de Gramsci, si viure vol dir prendre partit, qui no lluita no perd, però tampoc no viu. 
Amagada en blocs de vidres opacs, en reservats de forquilla i en cotxes oficials, costa de creure que l’elit de funcionaris ginebrencs tingui encara algun contacte o alguna afinitat amb la realitat per a la qual suposadament treballa.
Necessitem reconciliar-nos amb el present, i fem cap al casc històric, una petita piràmide de carrers empedrats i vells palaus de pedra fosca. Un parell de llibreries i algun restaurant de fondues alegren tímidament el paisatge. Dinem un pollastre rostit a la provençal en un dels pocs locals oberts i animats. A l’esplanada damunt dels jardins de la universitat, en un tobogan, una pintada: La liberté n’est qu’une illusion dont on a peur. La llibertat no és més que una il·lusió que ens atemoreix.
Caminem cap al sud. Creuem el barri de Plainpalais i creuem el riu Arve fins a Carouge. Sé de seguida que aquest seria el barri on m’agradaria viure. Carouge és una quadrícula breu i equilibrada de cases venecianes. Finestres quadrades amb marcs de pedra clara i porticons maonesos. Mentre cau la tarda les façanes grogues viren cap al taronja. La Plaça del Mercat té tot el que la civilització necessita: terrasses, llibreries, fruita, gelats i un cinema. Les bombetes de colors que enllacen les cases i els arbres anticipen nits felices de rifes i envelats. Hores més tard, alguna parella hi ballarà un vals de punta.
La canícula ens arrossega cap al riu. El Roine creua la ciutat amb urgència. La riba dreta és un cingle imponent de vegetació amazònica. Un mur vertical del qual pengen branques i fulles de mil verds diferents. La riba esquerra és plena de gent. Joves amb cerveses, homes esfèrics al comandament de les barbacoes i dones estirades en hamaques amb nens badallant damunt la panxa. La majoria de banyistes jeuen a les tovalloles. Les flaires de carn i verdures a la brasa es barregen amb la brisa humida i cançons africanes. Tothom beu i tothom menja. No sembla la mateixa ciutat que hem vist al matí.
Només uns pocs valents desafien el riu. Nedar-hi és impossible, el corrent és massa fort. Es tracta de llançar-s’hi des d’un pont a un quilòmetre de la zona de bany i tornar a les tovalloles deixant-se endur pel corrent. És qüestió de minuts. Deixar el cos mort i flotar. Des del riu, ample, profund, cabalós, Ginebra passa com un tràveling a càmera ràpida. Lluny dels despatxos i dels reservats, la ciutat s’allibera de formalitats i es lliura a l’esclat de les tardes d’estiu. El riu és vida. L’esplendor dels cossos calents damunt els molls. El miracle dels músculs en moviment. El riu és anarquia i alhora un ordenador democràtic. Mai som tan lliures com quan som dins l’aigua. I la llei de la carn quasi nua s’imposa damunt l’ordre de les coses.
A la nit, els suïssos i molts estrangers surten a les places del centre i aprofiten la treva de calor per seguir bevent i xerrant i ballant fins tard. Al final la música s'acaba i tanquen els bars. Només el Roine no dorm.
Diumenge al migdia tornem al llac, principi i final de Ginebra. Fem l’últim bany a la riba sud, la del Montblanc. L’excitació aquàtica dels nens ens recupera de la nit i de la quietud general. Aviat començaran les festes de la ciutat i per uns dies Ginebra podrà assemblar-se a una d’aquestes ciutats barroeres del sud on les voreres estan brutes i la gent crida i els turistes passegen en banyador. On la vida passa de pressa i cruel, però passa.
De camí a l’aeroport, veig el Montblanc per última vegada. Què devia pensar Rodoreda en veure cada matí, cada vespre, l’amplitud i la puresa de la vella muntanya sempre blanca?
Tot queda massa lluny, ha passat molt de temps.
Viatges i flors, morts i primaveres, jardins vora l’aigua, llacs com miralls i vides trencades. Tota Rodoreda conflueix en un punt o altre a Ginebra. També les nostres vides, d’alguna manera, conflueixen en Rodoreda, i per tant també a Ginebra.
De totes les escenes de La Plaça, se’m fa més viva que cap altra el crit de la Natàlia. “Un crit d’infern. Un crit que devia fer molts anys que duia a dintre […] era la meva joventut que fugia amb un crit que no sabia ben bé què era”. Aquest crit, a Ginebra, pren una dimensió diferent i adquireix un significat encara més poderós.
Sovint la literatura completa l’experiència, però de vegades aquella és tan forta que la vida només pot aspirar a atrapar-la un instant. I a arrodonir-la. Com un home o una dona sols sota l’ombra espectral del Montblanc.
0 notes
marcfarraspiera · 7 years
Text
Normandia
A les nou del matí del 30 de maig de 1431, una gran pira es va encendre a la Place du Vieux Marché de Rouen. Més de 10.000 persones s’hi van aplegar atretes per la mort imminent d’una noia de 19 anys. L’acusació: heretgia. La sentència: culpable. La pena: la foguera. Aquell dia de primavera, Joana d’Arc, filla de la Lorena, donzella d’Orléans, va ser cremada viva. Lligada a una estaca de fusta i vestida amb una túnica blanca, va ser reduïda a cendres invocant a crits el nom de Déu. Les flames, que van cremar durant hores, es van enlairar fins al cel de la ciutat.
484 anys després, la Plaça del Vell Mercat de Rouen recorda el matí més trist i cèlebre de la seva història amb una sòbria placa de marbre amagada entre bardisses i graons de formigó. Al lloc de l’antic mercat s’alça una església de múltiples teulades inclinades que volen recordar l’ondulació de les flames negres que van consumir Joana. A la nit, els bars del voltant serveixen còctels cars i posen pornografia a la televisió.
Més enllà del record inevitable, la ciutat viu amb certa discreció el dubtós honor d’haver estat l’escenari del calvari i el patíbul de Joana. El centre històric és un entremat medieval de cases de bigues castanyes, teulades de pissarra i façanes de colors clars. Els joves i els turistes fan el cafè i beuen cervesa a les terrasses de les places, a l’ombra d’esglésies i catedrals que s’alcen com colossos gòtics fins a confondre’s amb els núvols.
Dormim a Val-de-la-Haie, una zona residencial als afores de la ciutat, enclavada a les ribes serpentejants del Sena, entre turons verds i polígons monstruosos. La mestressa ens rep despentinada, amb un somriure trist, bata i sabatilles. A casa només se senten el lladruc d’un gos i la pèrdua d’algú o d’alguna cosa. Madame Bovary avui miraria la televisió en pijama i soparia ansiolítics.
La nostra amfitriona viu sola en una mansió preciosa de tres pisos que lloga a un preu assumible perquè la dutxa no raja, els matalassos semblen d’alumini i el terra cruixeix a cada passa. Al jardí de darrere, llarg i estret, hi té un hort amb quatre verdures, un galliner i una filera de rosers. Davant de casa hi ha la carretera i un camp de futbol de sorra amb porteries sense xarxa. En tot el cap de setmana no hi veurem jugar ningú. A la nit, malgrat el fum nuclear de les fàbriques, es veuen les estrelles i mitja lluna ambre.
Normandia és un vals de solitud i de pau rural. Tot el sarau es concentra als quatre enclavaments turístics (abadies, penya-segats, cementiris de guerra), submergits en una voràgine d’autocars, gorres temàtiques i gelats de plàstic que intentem evitar. Conduïm per carreteres secundàries resseguint la costa escarpada i metàl·lica i passem de llarg pobles amb ports esportius pretensiosos i casinos noucentistes decadents. Per contra, ens aturem en d’altres de noms mitològics mig oblidats en la quietud de l’interior.
Entre París i la Mànega, la terra és plana i fèrtil. Pocs boscos i molt conreu. Uniformitat i horitzontalitat. Colors crus i profunditat. Molta profunditat. Els camps es perden en l’horitzó sense cap obstacle de muntanyes ni de xemeneies ni de campanars.
Si els països funcionen com cossos, necessiten òrgans que els depurin. Ronyons. Le Havre és la terminal orgànica de París. La seva diàlisi. Incòmoda i necessària. Port descomunal de quilòmetres de grues i molls de ferris, és una de les principals entrades a França de mercaderies i combustibles fòssils. Arrasada en un 85% durant la Segona Guerra Mundial, la reconstrucció del centre de la ciutat és tan admirable com desconcertant. Tot de mòduls geomètrics de pisos baixos i amples arcades als baixos omplen la vella quadrícula del barri marítim. Una Barceloneta soviètica. Una Marsella del nord sense la llum del sud. Passegem una tarda de festiu entre carrers deserts i botigues tancades.
La costa normanda oscil·la entre la deshumanització industrial i la superpoblació turística. Paratges d’una bellesa cruel i prehistòrica conviuen amb escenaris postapocalíptics de runa i aigües tòxiques. Encara que avui costi de creure, aquestes costes van acollir Proust i Flaubert al zenit del seu geni i van inspirar els impressionistes per fixar tots els vermells i tots els blaus del món en un metre de tela.
Ja en òrbita de París, la catedral de Beauvais regna en solitari enmig d’una ampla planúria. Els pedestals buits i els sants decapitats de la façana infinita recorden èpoques en què les turbulències es resolien a cops de matxet i de guillotina. La pau de plom d’un diumenge al vespre a la plaça de l’ajuntament, on els coloms picotegen cacauets i els cambrers cultiven el mal humor malgrat el ponent roig i els partits improvisats sobre l’asfalt, barreja l’èxtasi de la calma amb el pànic de l’avorriment.
Tota aquesta tranquil·litat, tot el silenci, les carreteres amb els marges florits i les viles guarnides, res de tot això no amaga un malestar latent que batega per a qui el vulgui sentir i que crida per a qui el vulgui escoltar. La desindustrialització a gran escala, sumada a les cicatrius ferotges de la guerra i als estigmes del nord, han deixat un paisatge físic i humà foradat i degradat, viciós i tanmateix orgullós i resistent. Normandia, Rouen, Le Havre, no s’esfondren així com així.
Ha passat molt de temps. L’esgotament és palpable. França està exhausta.
Els anglesos ja no assetgen ciutats normandes - busquen la clau per sortir del seu propi laberint.
Els nord-americans no desembarquen en platges normandes - són convidats a la catifa vermella de napoleons postmoderns.
Els escriptors i els pintors ja no escruten el mar normand a la recerca de les muses - s’entaforen a les golfes de París en un exercici quasi ridícul de supervivència nihilista.
I, sobretot, ja no hi ha cap grangera adolescent, de cabells pèl rojos tallats à la garçon a cops d’espasa, que cavalqui un cavall blanc pels prats normands brandant al vent l’estendard reial de la flor de lis.
A poc a poc, els mites també van sucumbint a la modernitat. I després de vèncer exèrcits, desafiar l’església i forjar imperis, Joana d’Arc és avui el símbol del Front Nacional.
1 note · View note
marcfarraspiera · 7 years
Text
Llangollen
Llangollen és un de tants poblets gal·lesos que passen els anys entre la quietud del present i les maresmes de la memòria. Al cor de la província de Denbighshire, al nord del país, domina la vall del riu Dee, entre la grisa i industrial frontera anglesa i l’escarpada costa cèltica. A Llangollen es confirmen els trets propis del país i del seus habitants: circumspecció, pragmatisme i impertorbabilitat, així en l’ètica com en l’estètica. L’arquitectura de la vila no té res d’especial. Les cases s’organitzen en forma d’espina de peix, amb una carretera medul·lar, Regend Street, paral·lela al riu, i tot de petites travessies perpendiculars.
L'autoestima local puja com l'escuma d'una pinta un cop l'any, religiosament, a principis de juliol, quan hi té lloc un festival de música i dansa de força anomenada que reuneix artistes d’arreu del món. A l’extrem del poble, una gran carpa blanca d’inspiració calatraviana allotja un certamen que gaudeix de fama internacional i que cada estiu, durant una treva efímera, i malgrat les inclemències del vent del nord, converteix el poble en una cruïlla babilònica. Més enllà de l’aplec musical, els dies a Llangollen transcorren plàcidament, sense presses, contemplant les tardes l’una rere l’altra, esperant -normalment en va- que el temps millori i la pluja escampi la boira.
Els llangollencs són bona gent, afable i cordial. Treballen, però no de manera infatigable; parlen, però sense esplaiar-se, i beuen com si els anés la vida en cada glop. En definitiva, són gal·lesos. No de socarrel (el gaèlic amb prou feines ultrapassa els límits dels senyals de trànsit i els prospectes turístics), però s'hi intueixen matisos de diferència respecte els anglesos. Els escarafalls i les estridències hi són tan escadussers com la bona fruita. A Gal·les tot funciona a preu fet, i a taula i al llit al primer crit. No es pot entendre la idiosincràsia de les terres britàniques sense aquesta noció d’ordre i de respecte a la norma escrita.
L’atractiu principal de la vila, com ho és el de tot el país, són els paisatges que l’envolten. A Gal·les tot passa pel paisatge. Tot és paisatge, i els gal·lesos en són accidents puntuals. Els gal·lesos viuen i moren, el paisatge queda i regna. Les pedres, l’aigua i el vent han configurat una geometria i una textura físiques que, com en una osmosi cel·lular, han penetrat en les estructures psicològiques de la societat. Gal·les, un país petri i mineral, ha dotat els seus fills de les propietats dels millors metalls: duresa, conductivitat, durabilitat, resistència.
A diferència de moltes ciutats mediterrànies, Llangollen esdevé bonica a mesura que te n’allunyes i l’observes des dels turons propers, com els corbs que hi grallen tothora. Seguint el rastre sonor d’aquests ocellots negres, sentinelles de la mort, el visitant expeditiu arriba fins al castell de Dinas Brân, una fortificació majestuosa erigida el segle XII per un cabdill local. Avui amb prou feines en queden els fonaments, quatre murs, un parell d’arcs, i la base d’algunes torres. Malgrat tot, el conjunt és imponent, i en la seva breu etapa d’esplendor, degué impressionar els cavallers errants que s’aventuressin per aquests verals. La meitat del castell està defensat per l’actuació natural del gel, que ha esculpit una paret vertical de roca infranquejable. L’altra semicircumferència és un llarg prat inclinat des del qual es pot accedir fàcilment a la fortalesa a través d��un caminet zigzaguejant.
A Gal·les, com a tots els territoris d’herència bretona, la història, ja antiga i opaca, sovint es confon amb la llegenda. Els mites i les rondalles de matriu artúrica són freqüents en paratges evocadors com el de Dinas Brân. Diuen, per exemple, que temps era temps aquí hi visqué Myfanwy Fechan, una damisel·la la bellesa i virtuositat de la qual ultrapassaren els límits de la comarca fins a captivar els cors -i la inspiració- dels poetes, que intentaren -sense fortuna, ai las!- conquistar-la a través de la paraula (“Though hard the steep to gain / Thy smiles are harder to obtain“).
Però no només d’amors terrenals viuen l’home i la dona. També els espirituals han deixat la seva empremta a Gal·les. Testimoni de la intensa vida monàstica de la regió, l’abadia de Valle Crucis és una mostra extraordinària de l’activitat religiosa al nord del país. A tot just una hora a peu de Llangollen, l’abadia regna al bell mig d’una vall, envoltada de cingles pelats i de grans planúries habitades per ovelles taciturnes. Encara que no iguali en magnificència i solemnitat les grans abadies d’Escòcia, Valle Crucis impacta per l’harmonia del conjunt, per la quietud celestial de l’entorn, per la bellesa de les columnes trencades, escampades com vèrtebres en una gran tomba, i pels grans finestrals buits a través dels quals la llum travessa la façana i les parets. Una visió imponent que reconcilia el viatger solitari amb les forces primigènies de la natura.
0 notes