Tumgik
sirenanin · 2 years
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El día comenzó bien. Me levanté, desayuné. Mis hijas desayunaron conmigo. Tostadas con queso y mermelada. Tomo un té, ellas leche. A Brenda le gusta caliente con una barrita de cacao derretida, a Carolina le gusta fría con tres cucharadas de azúcar.
Van a la escuela a la tarde porque es mejor. Es mejor porque tengo más tiempo de preparar todo. De hablar conmigo misma para poder hacer todo eso.
Mientras toman la leche me digo unas diez veces hacia mis adentros; 12.40 salimos, a las 13 hs están entrando a la escuela. Y cumpliste. Cumpliste con la obligación de llevar a tus hijas al establecimiento que te va ayudar en su crianza. Que le va a dar traumas distintos a los que puedas darle vos. Igual de distintos que las herramientas para salir a la vida. Donde van a tener amigas, amigos. Ver que el mundo no se limita a los cien metros cuadrados de tu casa. Luego ya está. Volver es lo mejor. Siempre la vuelta es lo más fácil. Llego en la mitad del tiempo. No hay nada que haga más rápido que volver a mi casa de donde sea.
Para poder salir a llevarlas, me imagino unas once veces volviendo. Me repito otras once, que será fácil. Que ya me conozco, que cuando llegue me voy a felicitar a mi misma. Que siempre lo más difícil es arrancar. Vestigios de la terapia. Cuando lo hago, me felicito. Llego, me pongo música, me hago unos mates. Enseguida me empiezo a preparar para volver a salir. Si. Casi cuatro horas antes.
Algunas veces por miedo a no poder ir a buscarlas a la salida, me he quedado en la puerta cuatro horas. Pero luego de que todo el equipo directivo se haya percatado, lo dejé de hacer. Eso debió verse raro. De igual modo, nadie nunca preguntó qué me pasaba.
Vivo con el miedo constante de que me quiten a mis hijas. Por favor. Que no me quiten a mis hijas.
Llevalas. Tienen que ir a la escuela, tienen que ir o te las van a quitar. Me digo con frecuencia.
Pero llegar a los lugares, cómo cuesta.
La semana pasada fue mi cumpleaños, mi hermana me regaló un reloj digital. Es bastante moderno, y tiene una función automática que te cuenta los pasos.
No se le escapa nada. Intenté mover los brazos para ver si lo notaba, si contaba pasos con ese movimiento. Pero no, solo cuenta mis pasos. Me impresiona un poco. Investigué cuantos tiene que dar una persona por día para llevar una vida sana. Ocho mil.
Ocho mil y estas sana. Sanísima. No importa si doy los ocho mil pasos alrededor de mi mesa. Son ocho mil. Pero no voy a estar sana. Porque mi problema es que me cuesta mucho salir de mi casa. Cuando salgo tengo ansiedad. Me dan ansiedad esas madres que conversan en la puerta, siempre tienen un tema de conversación. Buscan incluirme en sus charlas, mostrarse amables, y no ser las responsables del bullyng que hacen sus hijxs en la escuela. Esquivo sus miradas.
Me ponen nerviosa sus conversaciones. Sus preocupaciones. Me enoja que hagan un millón de cosas por día y juzguen a todos los que no puedan llevar su ritmo. Me entristece que usen palabras como “vago”, “pobre”, “villeros”, “abandono”, “soltera” de forma peyorativa. Me molesta que me pregunten de qué trabajo. Nunca les contesté. Son incansables. Basta con que estemos un poco cerca para que sus caras se transformen en signos; de interrogación, de exclamación, de desesperación y aburrimiento.
Pero volvamos al reloj. Hice dos mil pasos al llevarlas. Ok. Dos mil pasos. Está bastante bien. Me entusiasmó un poco la idea. Esta vez voy a ir a hacer las compras. No voy a volver corriendo a casa. La casa no se va a mover, va a seguir estando ahí. Me digo innovadora. Envié un mensaje a mi hermana para avisarle que hoy iba sola. Se sorprendió. Preguntó si estaba bien. Si había pasado algo.
Julieta, no soy un bebé. Hoy voy sola, me siento bien. Gracias por todo lo que haces por nosotras. Le dije.
Fui a comprar. Otros mil pasos más. La cajera me mira, sospecho que le llama la atención mi nerviosismo, siempre estoy nerviosa. Me temblequean las manos, me suda la frente, hablo rápido , y cada cosa que agarro la toco dos veces, nunca estoy segura de qué quiero. De qué sea lo mejor. Casi nunca. De pocas cosas no dudo. Aunque me hable mucho. Mi cuerpo solo quiere llegar a mi casa. Mi cara desmaquilllada y mi andar descolorido, hace que la gente buena (o la curiosa) esté siempre atenta a lo que hago. Debo parecer una bomba de tiempo con piernas, con piernas largas, morochas y macizas. La seguridad de mi andar no vino con la misma fuerza con que mi cuerpo recae sobre el suelo a cada paso. Miro el reloj, hice cien pasos más adentro del supermercado. Desafiante. Por primera vez alguien parece preocuparse por mí. Algo. No te encariñes, seguro tiene poca vida útil. La voz de mi cabeza siempre me recuerda que lo bueno dura poco. Que algo caótico esta por suceder. Que si bajo la guardia un segundo. Podría haber daños colaterales tan gigantes que no sabria reparar. Con frecuencia, con justa frecuencia, imagino la peor situación, el peor accidente. La circunstancia mas dolorosa e irrisoria. Porque al imaginarlo creo con firmeza, que ya hice que eso no suceda. ¿Paradójico verdad? Lo más terrible sucede cuando no te lo esperas. Te toma por sorpresa. La desgracia es un monstruo poderoso que elige y se alimenta de presas desprevenidas, mientras menos se esperen su llegada, más atractivas le resultan. Pero si yo me imagino el peor escenario. No podré nunca, ser su victima. Nunca. Nunca.
Dejo el paquete de fideos. Recuerdo que en la casa hay dos más. Escojo una crema, la más económica. Toallitas femeninas, mi hija más grande comenzó a menstruar ayer. Le elijo un chocolate. Otro chocolate para la más chica. A mi me gusta comer chocolate cuando menstruo, quizás a ella también. Si compro para una compro para las dos.
Miro el reloj. Tres mil pasos.
Pago, me voy a mi casa. El ritual de siempre al llegar. Dejar todo a mano para que no tenga que dar tantas vueltas al salir. Cierro la puerta de mi habitación con llave. Voy al baño, me lavo las manos, hago pis, me lavo las manos. Cierro también esa puerta con llave.
Voy a la cocina, agarro los productos de limpieza los llevo todos al fondo del patio, vuelvo y cierro también con llave la puerta de la cocina.
Pongo música, configuro el celular para que la alarma suene 2 horas antes de retirar a las nenas.
Podría hacer otra cosa. Podría aprovechar ese tiempo para mí. Pero para mí no existe. No mientras tenga que volver a salir en unas horas.
Agarro un libro, leo algunas páginas. Me quedo cerca de la puerta. Tengo las llaves en la mano. Suena la alarma. Falta menos. Camino alrededor de la mesa el tiempo que resta. ¿Estoy loca, por qué hago esto? Quiero estar sana. Quiero estar sana para mis hijas.
Ocho mil pasos. Voy a buscarlas a la escuela. En el camino imagino cosas; horribles, protectoras, les pongo el repelente para desgracias también a mis hijas. No puedo contarle a nadie lo que imagino. Van a pensar que no estoy bien. Cuando si lo estoy, cuando ya di en mi primer día y por la mañana mis ocho mil pasos.
Llegamos a casa. Cocino. Hablamos. Hacemos chistes. Disimulo muy bien cómo me siento frente a ellas. Me comporto segura. Les hago preguntas, les pido cosas para que no vean tanto como las hago yo. Nerviosa, inquieta, temblorosa, diferente.
La más grande se parece al padre, la más chica a mí.
La personalidad no se hereda, dijo alguna psicóloga del pasado.
Menos mal. Las imagino peor que yo, completamente desquiciadas, en un psiquiátrico, arrancándose pedazos de piel de la cara con las uñas. Comiendo sus heces y gritando mi nombre, enojadas. Culpándome de su locura. Odiándome por haberlas traído a un mundo del que no puedo protegerlas del todo.
Así las protejo. Así nunca van a ser como yo. No puedo creer todo lo que dicen los y las profesionales de la salud. ¿Si se hereda que hago? Tengo que protegerlas.
Miro el reloj. Esta apagado.
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sirenanin · 2 years
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Largos caminos
Jamás llegué al orgasmo con él.
Jamás, nunca. Y duraba mucho tiempo cada vez. Me sentía cómoda,  también me tocaba donde tenía que tocarme.
Pero nunca llegué al orgasmo con él.
Me excitaba su mirada, su voz, su conversación,  y su figura.
Me resultaba magnético su olor, me hechizaba la mezcla proveniente de sus fluidos y lo míos.
Nunca tuve un orgasmo.
Recuerdo que la última vez, un hombre me llamó puta, me cacheteó los pezones y me ordenó que acabase.
Lo hice, porque 'inútil es todo aquel que no sabe mandar, y tampoco obedecer.'
Yo soy versátil,  y nunca seré una inútil.
Acabé extasiada sobre ese tipo. Que me parecía ordinario, insulso, bestial e insensible.
Porque le hice caso, porque soy obediente
Pero encima de él, nunca acabé
Ni encima, ni debajo, como le hice creer.
Si supiera las veces que mis alaridos prominentes no eran más que un abrazo a su seguridad masculina.
No lamento mentirle.
Cuando llegaba a mi casa, me masturbaba recordando todo, y alcanzaba el orgasmo.
1,2,7 veces.
En cierto sentido pudo hacerme acabar.
O quizás lo que más me gustó de él. Fue la imagen que recree  en mi cabeza...
Como si mi cerebro tuviese un editor, un embellecedor de hombres.
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sirenanin · 2 years
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De un lado de la puerta una fiesta, del otro dos que comenzaban una que iba a durar un poco más. Porque nosotros éramos la fiesta. Todavía me acuerdo como me escondí en la ducha y escuchaba hacer pis a todos los que entraban y salían del baño. Todo para esconder que nosotros, dos adultos; habíamos cogido. Porque hoy parece que el sexo es a prueba de todo, que todo es válido y que entre fantasmas no nos pisamos las sábanas.  Pero todavía hay fantasmas que no le gustan a nadie, ni siquiera a los más jóvenes.  Que parecen haber mamado el amor libre y el sexo open mind. Nos escondiamos, sentimos que era algo solo nuestro.  Percibí en su olor una familiaridad y un regocijo que me adheria a él cada vez que lo veía. Era especial. Aunque nunca tuve un orgasmo con él, nunca se trataba del final, ni del camino, se trataba del principio y de que no tenía que suceder. Me gustaba mucho. Creo que nos encendía aceptarnos tal cual éramos. Hasta que un día, lo mismo pasó con su hermano. Me juzgó, y no lo pudo entender. El tiempo posterior pareció esperar una disculpa.  Ahí vi que ya no éramos los mismos fantasmas.
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sirenanin · 2 years
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Una vez comparti algunos momentos con una persona hermosa.
Bella, bellísima...
De palabras dulces, y trato amable...
De momentos nutritivos y de pausas reflexivas.
Bien puede decirme cualquier escéptico de la luz humana; que seguramente solo fue lo suficientemente corto para que permanezca así en mi su imagen.
Como un gran ídolo que muere joven antes de decepcionar a sus fans.
En mi defensa creo que fue el mismo tiempo en el que cualquiera muestra sus lados ácidos.
Yo misma lo habré hecho.
Puedo ser incómoda, bastante tonta, o muy ordinaria.
Pero esas personas, otra vez esas hermosas personas (porque ahora tengo fe en que tienen que haber más) nunca dejan que te sientas así cuando estas con ellas.
Por lo cual, no hay margen de duda, estoy cien por cien segura... ¡ Qué persona hermosa !
Qué circunstancias, qué madre o qué padre, o qué no madre y cuál no padre, qué Estado o qué ausencia de él. Qué contexto, qué clima, qué rayo de luz atraviesa a una persona para volverla bellísimamente humana, aunque no impermeable a las gotas de realidad, no pierde la belleza del alma y el brillo en la mirada.
Cada vez que miro a una persona de esas a los ojos, estoy deseando con todo mi corazón que nunca cambie.
Aunque no la vuelva a ver jamás.
Que esté bien,
que le pasen cosas buenas y agradezca ser quien es.
Por que ellos nunca ven quienes son...
Es natural, les sale así.
Y así andan por la vida.
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