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sobreeldolmen9 · 1 month
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Cielo y tierra
La zenaida, el pichoncito gris, picotea en el jardín donde algo habrá caído de la albahaca y la tomatera. Las golondrinas collarejas son bandada a las cinco de la mañana. O al menos sus siluetas salen a volar, a cantarle al sol. En las tardes se emparejan. Cuando miro hacia arriba y veo cómo vuelan los gallinazos siento paz, frescura, poca densidad táctil. Dos colibríes se pelean estruendosamente, más fuerte su conflicto que el sonido celebratorio de la libación. Uno, achicopalado, reposaba con agitado corazón en un cable para extender la ropa. El ganador no chupó néctar de nopal, pero se fue. Un bichofué se levanta perfecto sobre una tela de aire donde todo es azul para engullir un insecto que fue invisible hasta su cacería.
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sobreeldolmen9 · 1 month
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Una mañana en Kaukitá
La Reserva Natural de la Sociedad Civil Kaukitá se encuentra en Cerritos, Pereira. Son treinta hectáreas de bosque seco tropical, si bien habría que descontarle el espacio de las casas ―relativamente pequeñas y muy bonitas― y el sembradío, que no supe de qué era. Igual, es mínimo. Después de atravesar el portal se llega muy rápido a un mirador de guadua donde se puede ver la percha preferida de la migratoria águila pescadora. Este dato es de Fernando, el esposo de la dueña de la reserva que nos recibió. Su acento se nos hizo del sur y se confirmó cuando mi hermano le preguntó su origen. Dijo que "era de Nariño para abajo": "ecuatoriano". Una persona muy amable, atento a las preguntas de Ed y mi tío Tata, u Oswaldo. Después de dos horas en el sendero del bosque un mono capuchino nos encontró de frente; luego de un leve balanceo de ramas próximas apareció otro que luego desapareció veloz hacia un árbol alto. "Por esto ya valió la pena el pago de la entrada", nos dijo subiendo Tata. El capuchino que primero nos vio se sentó y curioso nos soportó las miradas. Nadie pago ninguna entrada; Ed hizo todo porque se trata de su proyecto de tesis de maestría sobre la posible conectividad de las áreas protegidas entre sí. En realidad, siempre quisimos ver monos aulladores, sus rugidos se sintieron desde el comienzo del camino. Esos cantos de diablos presagian unas formas terribles, muy prominentes. Logramos estar muy cerca. Esta reserva, antes una finca enorme que abarcaba los condominios del presente, todavía propiedad de la familia Drews por intermedio de una nieta, ha peleado con sus vecinos por el incumplimiento de las licencias ambientales. No es sino salir de su bosque ―o del "monte" como me decía el jardinero un poco despectivamente del entorno en el que decidió vivir "doña Johanna"― para constatar la destrucción del lujo inconsecuente de los ricos propietarios. Praderas y césped pulcros; olvido de árboles y arbustos nativos. Se exhibe orgullosa la vivienda, el horizonte pastoril sin sombra de las vacas. Cuando Johanna supo que soy historiador noté una alegría en su mirada. "Como mi mamá", me dijo. ¿Ya viste el mapa? ¿Cuál? "Camine". Me llevó a ver un antiguo mapa que su madre había encontrado pesquisando para escribir una historia del poblamiento de Cerritos. No le tomé una foto, y ahora me lamento, porque consideré grosero sacar el celular mientras conversábamos. "Estos temas le interesan a mi mamá", decía, "a mí no, yo soy más de mirar al futuro". "Eso es también lo que nos diferencia a él y a mí", le respondió Ed, y sonreímos. Por supuesto que pensé de inmediato que esas separaciones solo son posibles teóricamente y que algún comentario no contribuiría a nada. La verdad es que nadie huye de sí mismo porque todo cuanto sentimos hace parte de ese flujo denso, que a veces simula estarse quieto, nombrado como presente. Ed, que tiene ojos para eso, vio insectos, aves, hojas, hongos, y los intentó nombrar científicamente. Otro animal que también justificó el "pago" de la entrada para mi tío fue el carpintero real. Ed hizo su tesis de pregrado sobre un ave que está en Kaukitá pero no la encontró. Una piedra gigante, como de diez metros de largo por cinco de ancho duerme en los límites de la reserva. Muchas guaduas salen de la tierra, se arquean bajo su peso, y salen disparadas hacia la luz, como si estuvieran sosteniéndola, amarrada. También simula unas velas que se disponen a probar el viento, solo que aquí, en lugar de atravesar el mar, se internaría en la montaña. Mi tío pensó y dijo: "parece una balsa". Yo pensé y dije: "Cuántas personas y quiénes no habrán estado junto a esta piedra". Ed seguro pensó algo también pero se quedó callado. El acceso a Kaukitá está privatizado aunque se trate de una carretera nacional. La concordancia de vecinos condominales ha establecido que el acceso al camino ha de ser privilegio de la propiedad aledaña. Kaukitá es una generosidad. Un bosque tropical reforestado, trabajo de más de veinte años, rodeado por la nueva riqueza rural que odia la naturaleza.
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ED SÍ TOMÓ UNA FOTO.
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sobreeldolmen9 · 1 month
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Un primer Mutis para mí
No me emocionaba hacía mucho con un relato, pero La última escala del Tramp Steamer de Álvaro Mutis quebró la racha. ¡Qué escritura tan clara, tan musicalmente precisa! Me anima a buscar sus novelas sobre Maqroll el Gaviero y también su poesía, lo primero que le leí pero que ya vagamente recuerdo. Últimamente también he dejado otros libros (no de Mutis) en la página que me aburre, algo inusual para quien prometía acabar los textos sólo para justificar su conocimiento de lo que no le gustó. Con esta novela, en cambio, sentí fuego, placer, un deseo de construir la historia leyéndola. En estos tiempos de trabajo de uno mismo ―remedios contra la tristeza, la ansiedad, la fatalidad― y de adicciones que se resisten a abandonarnos, encuentro la belleza en las peripecias del Alción, su capitán Jon Iturri y en su modesto narrador, quienes me reconcentraron en un lugar donde mi visión vital también podía ser posible. El mar fue navegable para mí. Hay un elemento intrigante que configura toda la historia: las coincidencias, repetidas al infinito si apareciera un personaje nuevo dispuesto a revelar su historia particular (que resultaría siendo global). Las cuatro veces inauditas que el narrador ve al Tramp Steamer, y el encuentro ocasional con el marinero vasco Iturri que es, nada más ni menos el capitán de ese mismo remolcador, encierra el univero causal. Todo enseña un mundo estrecho ―a pesar de recorrérselo en sus mares―, un núcleo de explicación resuelto por el encuentro de lo improbable y lo mínimo. La gente está en el lugar que le corresponde para dar sentido al destino de cada uno. Y aunque no todos estén enterados de la secreta trama de sus vidas, para el narrador cumplen una elegía misteriosa, unen un broche que se ajusta sin forzar a su vida poéticamente experimentada como viajero de los océanos y de los ríos. Toda historia confluye en la suya, la única. Que un barco aparezca como premonición, que su azar sea, de repente, tan preciso y misterioso, le hace conjurar contra un tiempo, el suyo, que renunció a la divinidad de lo inverosímil: "No es ése ya nuestro mundo. Los hombres sólo conseguimos ahora cumplir con la mezquina cuota de venganza que nos imponen otros hombres. Poca cosa. Nuestro modesto infierno en vida no da ya para ser materia de la más alta poesía. Quiero decir que, sin tener la certeza de que era la última vez que nos veíamos, algo me indicaba que el juego no podría seguir adelante. No estaba dentro de la parca zona a que hemos circunscrito lo imaginable [42]". ÁLVARO MUTIS, LA ÚLTIMA ESCALA DEL TRAMP STEAMER, ESPAÑA, ESPASA, 1999.
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sobreeldolmen9 · 4 years
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Charlas del Lunes: Memorias de Phillipe de Commynes
Charles-Augustin Sainte-Beuve*
 (Nueva edición publicada por Mlle. Dupont)
7 de enero de 1850
Philippe de Commynes es, en fecha, el primer escritor verdaderamente moderno. Aquellos lectores que no quieran ir muy atrás, ni entrar en consideraciones eruditas, para quienes no piensan sino una moderna, pequeña biblioteca francesa, deberían, al menos, disponer de Montaigne y Commynes. Son poseedores de nuestras ideas, las mantienen con un sentido óptimo, comprenden el mundo, la sociedad, el arte particular de saber vivir y saber conducirse, como quisiéramos ser hoy; cabezas sanas, juiciosas, dotados de un sentido fino y seguro, plenos de una experiencia no amarga, sino disfrutable, consolante, y diríamos, placentera. Son los consejeros y oradores que después de tres o cuatro siglos todavía hablan al oído; Montaigne sobre todo asunto y de todas las horas, Commynes sobre el Estado, la fuerza y el secreto de las grandes cosas, lo que llamaremos desde ahora los intereses políticos modernos, tantas maniobras que ejecutaron los hombres de su tiempo, y que no dejan de fluir hacia nosotros. Lo que parece ingenuo en ellos no es sino una gracia, floritura que ornamenta la madurez, y de ahí que sus experiencias, consumidas, tengan a nuestros ojos no sé qué aire de precoz novedad, agradables e incisivas, insinuadas. Nos figuramos que los cómplices del conocimiento tienen cabellos blancos, y grises los prudentes; pero aquí solo escuchamos risas. Como la juventud hablan con frescura.
La edición que anuncio es toda una ocasión para releer a Commynes. Publicada bajo los auspicios de la Societé de l’Historie de France no sólo es mejor que la anterior, sino la única verdaderamente buena, digna de ser reputada un clásico. Y por el texto que la editora restituyó siguiendo una comparación exhaustiva de los manuscritos, y por la mención de nombres propios muchos de los cuales habían sido desfigurados, y por las notas sobrias y precisas que esclarecen los lugares esenciales, en fin, por la biografía misma de Commynes, completa y esclarecedora de los puntos más importantes. El reconocimiento aumenta si pensamos que tantos buenos oficios, donde el eminente historiador es objeto, son de una mujer. L’Académie des Inscriptions reconoció el sólido y modesto mérito otorgando la primera medalla a Mlle. Dupont de la serie de trabajos sobre las antigüedades francesas. Los lectores, que conocerán a Commynes con mayor placer y facilidad, elevamos un sentimiento de estima a la excelente editora.
“Al salir de la infancia, dice Commynes, en la edad posible para cabalgar, fui conducido a Lille para ver al duque Charles de Bourgogne”. Con diecisiete años se acomodó los estribos y entró pleno a la escuela del mundo. Hasta ese momento había sido mal educado por su tutor, no sabía griego ni latín, como se arrepintió más tarde; pero no lo lamentemos por él ni por nosotros: tuvo menos problemas evitando la pedante retórica de su tiempo. Las Memorias escritas durante el retiro fueron dedicadas al amigo Arzobispo de Viena, con la esperanza de que él, antiguo capellán de Louis XI, y, además, sabio médico y astrólogo, las convirtiera al latín como nueva obra de importancia. Parece una disculpa, un pequeño acto de educación. Como sea, su escrito, menos ambicioso, donado como material útil para otros, es la historia definitiva de aquellos tiempos; un monumento de ingenuidad, verdad y finura. La historia política de Francia proviene de tal acontecimiento.
Antes de servir a Louis XI, Commynes estuvo atado al heredero de Borgoña, el príncipe que sería Charles le Téméraire. Apenas llegó Louis XI al trono se desvelaron todas las suspicacias de la nobleza contra un príncipe no caballeresco. Se armaron para defender ambiciones feudales; fueron La Ligue du bien public. Todos sus grandes vasallos combatieron al rey en algunos lugares de la capital, como en la parte baja de la colina de Montlhéry (1465). Es la primera batalla que presencia Commynes y nada es tan incisivo como el relato que le compone. Nunca un hombre estuvo tan desencantado de la apariencia militar y aun así emprende su descripción. Del lado del ejército de Borgoña advierte cómo se presenta con fasto un contingente de hombres mal armados, andrajosos, con uniformes roídos por una larga paz de treinta años. Se presiente el avance de la decadencia; el primer choque violento será la ruina. Hace alrededor de un siglo que Froissart, el último de los más brillantes historiadores de la Edad Media, describió la épica, grandiosa Batalla de Poitiers (1356). Después no se conoció nada con esa claridad, con la destreza para aventurarse en nimios episodios como en intricadas relaciones, culminando con una heroica escena, además. Se distingue el plan general como una relación moderna, y cada duelo particular son combates de la Ilíada. Si el relato de Montlhéry fue una parodia de la batalla de Poitiers, el lugar y las circunstancias ayudó que así fuera. La batalla ocurre al revés del plan y no hay sentido común. Charles, queriendo combatir en Longjumeau, posicionó al condestable de Saint-Pol en Montlhéry, y cuando Louis XI quiso eludir el combate ocurrió lo contrario. En ambos bandos hay traiciones o, al menos, dobles fines: del lado de Borgoña, Saint-Pol, y del rey, Pierre de Brézé, falsos caballeros que figuraron en las primeras líneas del plan. En el momento que el combate empieza los borgoñeses invierten la decisión del Concejo. Los hombres del rey resistían replegados detrás de una enramada y un pozo; necesario fue atacarlos con arqueros. Ellos, según Commynes (la infantería de nuestros días podría ser su equivalente) son “los más importantes en las batallas”, pero deben ser miles: pequeñas cantidades son nada. Dice que es mejor si no se sirven de caballos, y no van muy equipados, para no sentir remordimiento de las pérdidas. Commynes, en fin, esclarece las verdaderas razones, y como lo hace sobre el heroísmo, dirá que los mejores arqueros se mantienen a retaguardia porque el hierro del enemigo (nosotros diríamos el fuego) no debe imaginarse pronto. Hay que evitar el peligro hasta el momento justo. Los mejores arqueros son los que no lanzan ingenuamente contra el enemigo. Pero a los caballeros borgoñeses no les alcanzó la paciencia para disfrutar los efectos de tal maniobra, pues enardecidos pasan sobre los arqueros que los preceden (“la flor y la esperanza del ejército”) sin dejarlos disparar una sola flecha. Resultó cierto “que las cosas no ocurren sobre el campo como se imaginan en la cama”. ¡Las ideas de un solo hombre no ordenan multitudes! En este punto se interrumpe argumentando que un hombre de razón natural no ofende a Dios intentando descifrar el destino: “las batallas están en su mano, dispone victorias a su parecer”. Dios y el Cielo frecuentemente son consideraciones de peso. Podemos preguntarnos si es franqueza o si, en cambio, es para cubrir sus atrevimientos y malicias. Pero el pensamiento se eleva, naturalmente, y la misma reflexión sirve para sabias y enormes batallas. Como regularmente sucede, las idioteces permitieron el triunfo de los borgoñeses del siglo XV. El ala derecha, comandada por Charles, victoriosa. Commynes estuvo todo el día a su lado, “con menos temor del que pudo tener en cualquier otro lugar desde entonces”; y ofreció la razón: era joven y sin conocimiento del peligro. Así se muestra en Montlhéry, así será más tarde en Fornoue y sus alrededores, sin concesiones a su vanidad. Palpitando sangre fría no alardeó heroísmo militar. Y es de la opinión, como su futuro maestro, que “la guerra es latrocinio”.
La ironía de Commynes aparece en este primer relato. Contamos el acontecimiento como pretexto de ella. Un ala, decíamos, resultó victoriosa, abatida la otra. En algún momento todas las partes se creyeron perdidas. De lado del rey hubo un gran personaje que galopó hasta Lusignan, en Poitou, sin descanso. Y del lado de Borgoña igualmente otro gran hombre no llegó menos rápido a Quesnoi, en Hainaut. Claro está que estos dos, dijo Commynes, no esperaban morderse mutuamente.  
Conquistado por Charles cae la noche sobre el campo de batalla. Commynes enseña su geografía, tal como son todas [1]: la comida del duque, sobre un paco de paja, en medio de muertos y agonizantes; en algún momento alguien grita fuerte, levantándose, pidiendo un poco de bebida. La noche fue de éxtasis, y se dieron por perdidos si el enemigo aparecía en la mañana. Frecuentemente dice el Te Deum del historiador: apenas nos salvamos. Y concluye diciendo que, después de todo, en asuntos de guerra los comportamientos son de hombres, jamás de ángeles.
Uno de los eventos curiosos de esta placentera victoria en Montlhéry fue el inflamiento del corazón de Charles que desde ese día se creyó un Alejandro. No soñaba más que en guerra y conquista; rehusó, asimismo, el consejo de cualquiera. Nunca, durante siete años que Commynes hizo la guerra a su lado, lo vio expresando fatiga, ni confesar incertidumbres. Así fue el príncipe con el que compartió esta expedición, en calidad de chambelán y consejero. Trató en vano de moderarlo y de insinuar su prudente juventud. Sin duda más de una vez se apiadó de él. Se cuenta la historia donde el duque lanza una bota provista de espuelas contra su rostro, sin duda como agradecimiento por algún buen consejo. Brutalidades como esas no se olvidan. En muchas ocasiones Commynes se levanta contra la bestialidad de los príncipes; sin cesar opuso sabios de insensatos. Sintió repulsión hacia los reyes brutos, sordos al consejo, “que no han tenido nunca temor ni dudas ante el enemigo, y los tendrán en la humillación”. Vemos bien en quién pensaba al escribir así. ¿Si esto sucedió con Charles, cómo serían aquellos con el sentido común devastado? En todo caso, cuando lo nombra es con discreción y conveniencia. Y lo juzga: “Muy poderoso de personas y dinero, pero incapaz de audacia y sentido para sus asuntos”. Tal palabra, audacia, suele aparecer en sus escritos y siempre como cualidad. “Fue un hombre sabio y audaz”, dice sobre uno de sus personajes. Así en la lengua, y con Commynes, desaparece el reinado de la caballería ante el surgimiento de la burguesía.
 [Fragmento]
 [1] Ver la carta del marqués de Argenson a Voltaire, escrita en el campo de batalla de Fontenoy (Commentaire historique…Tomo I de las Obras de Voltaire).
* “Mémoires de Phillipe de Commynes”, Causeries du lundi, tome 1, Libraire Garnier Fréres. Versión de Kevin Marín Pimienta.
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sobreeldolmen9 · 4 years
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Charlas del lunes: Prefacio
Charles-Augustin Sainte-Beuve
Regresé a Paris en septiembre de 1849 proveniente de Bélgica y Lieja, después de trabajar un año como profesor. Tenía la gustosa idea de vivir cada año de una manera distinta; cultivarme con diversos métodos. Después de muchos meses de estudio y soledad, París me llenó de energía, pero qué podía hacer. Conociendo de mi regreso, M. Véron, director del Constitutionnel, me ofreció amablemente espacio en las columnas del lunes. Me entusiasmé, tuve miedo. La naturaleza del periódico es amplia, son miles sus lectores. ¿Cómo hablarle a un público diverso sobre literatura y crítica? ¿Cómo lograr interés, sobre todo en tiempos de preocupación política y confusión? Todas mis objeciones fueron presentadas a M. Véron; y las combatió; me habló como hombre de gusto literario, y como conocedor del público. Sus razones finalmente me convencerían. Sus ofrecimientos eran posibles, y desde entonces entré resolutivamente en materia.
En el fondo fue siempre mi deseo. Estuve atento de las oportunidades para ser crítico, como lo imaginaba: haciendo de la edad y la experiencia momentos para la dureza y el atrevimiento. Me puse entonces a hacer crítica, por primera vez, de la manera más clara y franca posible, en pleno día, abiertamente.  
Ya son veinticinco años desde que inicié mi carrera; ésta es la tercera forma a la que me entrego para escribir mis impresiones y calificaciones literarias, variantes según mis edades en los diversos medios donde transité.
Primero Globe, después, la Revue de Paris, bajo la Restauración.  Joven y debutante hice crítica polémica, voluntariamente agresiva, muy activa, crítica invasiva.
Bajo el reinado de Louis-Philippe, durante los dieciocho años de su régimen, la literatura no tuvo iniciativa; pasiva y no activa, hice, principalmente en la Revue des Deux Mondes, crítica más neutra, más imparcial, pero sobretodo analítica, descriptiva y curiosa. Tiene, por tanto, un defecto: no concluye.
Los tiempos son cada vez más difíciles, la confusión y los ruidos callejeros obligan a los individuos a engrosar su voz; asimismo, la experiencia reciente otorga a cada espíritu un sentimiento más vivo del bien y el mal, de lo justo e injusto; creo que debemos arriesgar más, sin olvidar los límites, y decir finalmente con claridad aquello sobre las obras y los autores.
Al público pareció agradarle esta manera más depurada y breve. Doy, entonces, aquí, los artículos de este año, desde octubre de 1849 hasta octubre de 1850. Nada fue alterado. Jueces más severos dijeron de estos artículos: “No hay tiempo para empeorarlos”. Acepté, muy feliz de encontrar, a ese precio, un elogio.
Diciembre de 1850
 Le Constitutionnel, en las últimas páginas de septiembre de 1849, publicó la siguiente nota:
“La literatura no sabrá morir en Francia. Posible es su eclipsamiento, pero en el primer instante de calma reaparece. Nos hemos privado tanto de él. Creemos que tal es, en la actualidad, la disposición de los espíritus. Es suficiente que la confusión política tenga una tregua para que la sociedad regrese a lo que más le interesa de sus buenos momentos. La prensa cotidiana, que sigue y algunas veces anticipa los gustos del público, no tiene nada mejor qué hacer sino satisfacerlo. Le Constitutionnel no ha dejado de procurar el interés literario; ahora es el momento de insistir con ahínco. Es un signo de confianza en la situación, y no debemos temer para ofrecerlo. M. Sainte-Beuve será el encargado, a partir del primero de octubre, de escribir todos los lunes un análisis sobre una obra seria, a la vez agradable. Promete mucho. Es discutir sobre publicaciones que facilitan este género de crítica; también para provocarlas. Nosotros creemos que, a pesar de la esterilidad en la que estamos, hay verdaderas obras en Francia. M. Sainte-Beuve, encargándose de colaborar en Constitutionnel, ha creído que no hay lugar para desesperar de la literatura, y que ejerce aquí, junto a otros compatriotas, una acción útil. La primera condición de una acción semejante es volver a la carga, hacer de la pluma un objeto que ofrece vida, frecuente, breve, en contacto directo con el público, consultándole, escuchándolo algunas veces, para que, a su vez, lo escuchen a él. Los tiempos de los sistemas han terminado, también para la literatura. Se trata de tener sentido común, pero sin insipidez, sin aburrimiento; conocer las ideas para juzgarlas, o por lo menos para encauzarlas con libertad y decencia. Son estas las charlas que queremos proponer, y que M. Sainte-Beuve tratará de establecer con sus lectores”.
    *C.-A. Sainte-Beuve, Causeries du lundi, tome 1, Libraire Garnier Fréres. Versión de Kevin Marín Pimienta.
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sobreeldolmen9 · 4 years
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El Topo: el western más extraño
Por Larushka Ivan-Zadeh*
Nueva York, 1971. Son alrededor de la una de la mañana y John Lennon, junto a Yoko Ono, en The Elgin Theatre de la Octava Avenida, verán por tercera vez El Topo. La sala de cine desbordada; las filas abrazan la manzana. La original “midnight movie” ha sido vendida durante semanas, gracias a los devotos que la han visto un promedio de once veces. Una chica va por la ocasión veintiuna. Es el evento más alucinante de la ciudad.
Una gran nube de marihuana oscurece la pantalla, donde Lennon ve o, mejor, experimenta, algunas de las imágenes más raras puestas en celuloide. Un jinete de negro, con un pequeño niño desnudo asido a su espalda, a través del desierto cumple la misión de enterrar, ritualísticamente, un osito de peluche. Un hombre sin manos carga a un hombre sin piernas hacia el nirvana. Un hombre, el protector, es enterrado bajo sus blancos conejos muertos. Un canoso cowboy extáticamente se chupa la punta de los tacones.  
“Quise crear una imagen imposible de olvidar”, el director Alejandro Jodorowsky explica. “Crear cambios mentales. Buscar un estado de iluminación. Es LSD sin LSD”.
La película, para emplear la expresión de época, voló la mente de John Lennon, como de otros visionarios revolucionarios, desde Bob Dylan, David Lynch hasta Erykah Badu, Roger Waters, The Mars Volta, Nicolas Winding Refn y Kanye West (éste, claro, mucho más tarde). “Fui muy afortunado, porque Yoko y John estaban muy interesados en la trascendencia y el conocimiento”, señaló Jodorowsky en la entrevista que le hice en 2007 debido al lanzamiento para DVD de El Topo. “John Lennon le dijo a su manager [Allen Klein] que me diera un millón de dólares para hacer lo que quisiera en la próxima película”. Lennon también persuadió a Klein, entonces jefe de Apple Records, para comprar los derechos de distribución de la aclamada película.
Apogeo y caída
El mecenazgo de Lennon, o incluso, la coerción contra Klein, fue un momento particular en la carrera de Jodorowsky. El autor chileno usó el dinero para La montaña sagrada, psicodélica obra maestra de 1973, que iba a ser protagonizada por George Harrison, hasta que, dice el director, el Beatle rehusó desnudar su ano mientras andaba de chapuzón con un hipopótamo.  Pero cuando Klein le sugirió al director que adaptara The Story Of O, una novela francesa de BDSM, Jodorowsky renegó alegando “sexismo”. El productor, de todas formas, supo vengarse. Saboteó todos sus trabajos para que no fueran presentados durante tres décadas, hecho que, irónicamente, propició la demanda continua una vez los espectadores los consideraron como clásicos de culto underground.
Desde entonces Jodorowsky, ahora un vital hombre de 91 años (dice con insistencia que espera llegar a los 120), se convirtió en un famoso director cuyas películas no se vieron. Después de La montaña sagrada, intentó con Dune, adaptación de una novela de ciencia ficción de 1965 escrita por Frank Herbert. Gastó todo el dinero del presupuesto antes incluso de iniciar la filmación, concebida para durar catorce horas. La elección de Salvador Dalí como un emperador galáctico no ayudó mucho. Un documental de Frank Pavich, Jodorowsky’s Dune, es sobre la película no lograda.
El Topo, por comparación, es el trabajo más accesible del director chileno. Deliberadamente concebido. Su primera obra, Fando y Lis (1968), es un romance postapocalíptico entre el misterioso Fando y su parapléjica novia, Lis. Ocasionó protestas durante el lanzamiento, era 1968; prohibida en México y sólo llegó a enseñarse durante tres días en Latinoamericana. Evento doloroso, declara el director: “La próxima será sobre un cowboy. Todos vendrán a verlo”. El Topo es la película.
Un sangriento spaghetti western, poseído de espiritualismo oriental, centrado en un héroe (interpretado por el mismo Jodorowsky), que es arquetípico héroe del género: un hombre de negro. Conocido solamente como “El Topo”, su piel es armazón de cuero, cabina para almacenar armas, es un ser enigmático, viajero con un niño desnudo de siete años (Brontis: hijo real). En la escena inicial, padre e hijo encuentran una sangrienta masacre. El pueblo fue devastado. Buscan al malvado Coronel detrás de los hechos y lo castran; rescatan a la bella Mara, exprisionera del séquito del jefe. El Topo, después, y abruptamente, abandona a su hijo para emprender la misión con Mara. Acaba con toda suerte de asesinos, bye-bye gun masters!, y parece que solo llega a morir por los disparos de otra bellísima mujer. La segunda parte es el despertar del pesado sueño; está pálido y con una abundante cabellera eléctrica. Fraggle en pañales. Ahora vive en una cueva, la de los desposeídos, personas amputadas, que se arrastran, enjutos, como desfiguraciones del sueño racional. Es venerado: lo escuchan porque es la esperanza. Todo ocurre antes de iluminarse hacia la transmigración de las abejas.
Creó un subgénero, el acid western. La película puede llegar a ser extravagante, en algunos momentos insoportable, una mezcla de budismo zen, astrología, sufismo, surrealismo (¿es menester decir europeo?), la Cábala y, sobre todo, el Tarot, una larga pasión del director, prueba son sus libros sobre el asunto y la creación de la baraja propia. En la sofocante mezcla alegórica justo es decir que la prioridad no es la historia ni el complot, sino más bien cómo nos disponemos (o no) para ella, tal como haríamos ante los intuitivos significados del tarot.
Que por qué ha sido una película de culto, en Nueva York, desde 1971, tiene como respuesta al momento justo, el lugar correcto. No es difícil oler el ambiente de la contemporánea contracultura, y Lennon es un ejemplo, buscando caminos en las ideas y filosofías orientales. Sin embargo, las personas aparentemente más rebeldes de entonces, chocaron con Jodorowsky, como se observa en una graciosa entrevista del mismo año: ante un balbuciente periodista insiste que “un pedazo de queso puede ser Cristo”.
Jodorowsky es molesto como showman. Sólo puedes imaginarte si tan extrañas situaciones corresponden a un acto. Cuando lo entrevisté en el 2007, un señor exaltado de felicidad tenía a su guardaespalda atento “¡en caso de que me ataques!”. Insiste que es un asunto con el que debe lidiar regularmente durante las sesiones de tarot. Como queriendo aliviar la tensión le pregunté si estaba de acuerdo con la opinión que sentencia a El Topo como la mejor película de la historia. Intensa carcajada. “Me hace muy feliz cuando dicen eso. Mi ego crece. Debo ser cuidadoso o si no explotaré pronto. No tengo idea por qué debo decir esto, a menos que sea porque mi hígado es el mejor hígado de la creación”. ¿Tu hígado?: “Sí. Mi trabajo no proviene del pensamiento crítico, sino de mis entrañas. Hice El Topo con toda la honestidad artística imaginable. No busqué el dinero, no quería trabajar con las celebridades. No quería nada, excepto expresarme. ¿Entonces cuál es la esencia del arte?, pregunté. “Mostrar a los demás cuán bella es su alma. La belleza de los otros. Abrir la conciencia”.  
La odisea de su arte sin concesiones comenzó cuando dejó Chile, su país, dirigiéndose a Paris para estudiar con Marcel Marceau. Pronto sus cortos, sus pantomímicas grabaciones, llamaron la atención de Jean Cocteau. Alternando entre Paris y el Distrito Federal, perteneció al Movimiento Pánico, un grupo experimentalmente caótico de teatro que en 1962 reconoció el desgaste del surrealismo moderno. Crearon más de cien obras, o happenings, como Sacramental Melodrama, de cuatro horas, que involucran a Jodorowsky despellejando gansos, serpientes balanceándose contra su pecho, mujeres desnudas cubiertas de miel, un pollo crucificado, una vagina gigante y una lata de albaricoques (y yo diría que todos estos entes, infinitamente entrelazados, son variaciones cuyas explosiones de la posibilidad harían de la enumeración categórica una tarea infructuosa).
Lo artístico y lo espiritual pertenecen al mismo espíritu. Un showman que también se venera como chamán –oficializó la boda de Marilyn Manson con Dita Von Teese en el 2005–, Jodorowsky pasó décadas desarrollando su propio sistema terapéutico, la “psicomagia”. Su principal creencia sostiene que la representación de los momentos traumáticos ayuda a solucionar los problemas psicológicos. Sus películas también funcionan como melodramas freudianos. Literalmente hijo del trauma, pues su padre violó a su madre; indeseado y no querido, Jodorowsky nace en 1929 en las costas de Tocopilla. Crecía y era burlado por su ascendencia judía; los padres migraron de lo que hoy llamamos Ucrania.
A los 23 se deshereda, pero no olvida las complejidades que le crearon. Hizo dos películas autobiográficas, La danza de la realidad (2013) y Poesía sin fin (2016), donde ahora aparece Brontis, hijo mayor, como su progenitor. En El Topo el padre probó su trauma con el hijo. En el principio, El Topo le dice: “Tienes siete años. Eres un hombre. Entierra tu primer juguete y la fotografía de tu madre”. El acto enardeció tanto a Brontis que, después, Jodorowsky dejó que su hijo desenterrara al oso, concediéndole: “ahora puedes ser un niño”. Expresó culpabilidad del hecho, aunque en su momento resultó normal.
“Las personas cambian, todo el tiempo”, dijo en Vulture en el 2014. “La conciencia se transforma. Cuando comencé El Topo, era una persona. Cuando terminé, otra. En el rodaje le pedí a Brontis que matara algunos conejos, ¡en ese momento creí que todo se lo debíamos al arte! Pero terminé y era más humano, pedí perdón a mi hijo. Nunca volveré a matar un animal. Fui consciente. ¿Cómo puedes llegar a ser consciente si no cometes errores?”.
La explotación de los niños, y la crudeza, desigualdad e indiferencia hacia las personas y los animales –Jodorowsky ha llevado una larga vida de vegetariano– es lo que identifica hoy sus películas. Eso y la sofocante misoginia. En El Topo hay una violación ejecutada por el protagonista contra Mara. En 1972 el director confesó que fue real. Comentario que en el 2019 lo llevó a decir que se trató de “publicidad surrealista” de la que se “arrepiente”.
A pesar de estos inquietantes elementos, El Topo y el resto de su filmografía es única, opaca; fascinante universo, increíblemente raro. Su obra continúa deslumbrando artistas cincuenta años después.
Hace unos cinco años, por ejemplo, se le pidió un encuentro con Kanye West. “Fue muy surrealista”, dijo ante un auditorio en la British Library, “porque no sabía nada de Kanye West. Me dijeron es un rapero que piensa que eres un genio. Lo inspiraste para hacer un show sobre Jesús”. Al principio, continúa diciendo, fue muy extraño, “¿qué hago ahí?”. Para romper el hielo le ofreció su lectura del tarot. El rapero tomó “El Bufón” para representarse a sí mismo, y “El Mundo” para el destino. “West es un hombre de enormes ambiciones. Busca el signo. Tal vez por esto vino hacia mí. Le dije tienes el sol en las manos, puedes hacer lo que quieras. Fue una fabulosa, genial lectura, de la cual quedó muy sensible. Me levantó con sus brazos, y luego se lanzó al suelo y continuó como si nada hubiera pasado. Era un niño. Muy simpático. Me agradó al instante”.
El detalle que más impresionó a Jodorowsky, sin embargo, fue que Kanye y su círculo bebían agua, solamente. Quizás por esto necesitó romper el hielo. Aun si tampoco es mentira cuando dice: “Nunca consumí para hacer películas. Mis experiencias son las de la sobriedad”.  
 *Texto original de la bbc.com, publicado el 23 de julio de 2020. Traducción de Kevin Marín Pimienta.
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sobreeldolmen9 · 4 years
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Gaspar (Lorand)
Por Isabelle Larpent-Chadeyron*
Lo descubrí cuando era estudiante, en una antología de poesía; después profundicé su obra con la lectura de Égée Judée y Sol absolu, Carnets de Jérusalem, Feuilles d’observation, Patmos et autres poèmes y Arabie heureuse, así como en la biografía que Jean-Yves Debreuille le consagró, en la colección Poètes d’ajourd’hui, ediciones Seghers. Lorand Gaspar, que trabajó como cirujano del Hospital francés de Belén y de Jerusalén, así como en el Hospital Universitario de Túnez, respondió afortunadamente una de mis cartas. Señaló: “Es por eso que el poema, de vez en vez, está fuera de su creador, por la fuerza y las experiencias vitales de algunos de sus lectores”.
Confrontado muy rápido con la muerte, deportado durante la Segunda Guerra Mundial, Gaspar decidió vivir en Francia, y fue en París donde emprendió sus estudios de medicina. Políglota (a los diez años hablaba fluidamente húngaro, rumano, alemán y francés). Se naturalizó francés antes de partir a ejercer en los hospitales de Jerusalén y Belén. Permaneció dieciséis años en Israel estudiando la Biblia, historia, geología, la fauna y la flora orientales, participando asimismo en las pesquisas arqueológicas de Qumrán (Lo poco que logré leer y escribir se lo debo a aquellas mañanas de Jerusalén, a los amaneceres de Judea que despuntan a las cuatro, cuando es verano [1]). Atravesó Beirut, Patmos. Cruzó el mar Egeo y los desiertos de Transjordania, aprendió inglés, griego, árabe. Conoció a Georges Schehadé, Yves Bonnefoy, Georges Perros, Jeang Grosjean y Henri Michaux. Fue un gran amigo de Yorgos Séféris. Después de la Guerra de los Seis Días, abandonó Jerusalén por un puesto de cirujano en Túnez, que ocupó desde 1970 hasta 1995. Hombre discreto, habitó más tarde Sidi Bou Saïd, donde nos encontramos en varias ocasiones, ciudad blanca, bañada de sol, toda de puertas azules, allí desesperadamente busqué su nombre sobre los postes del correo: Un lugar verdadero, de algunas auténticas boutiques, un viejo café junto a la mezquita, colgado en lo alto de una escalera flanqueada por dos balcones donde podemos dominar una parte del pueblo y del mar (…) De naranjas amargas, jazmines, agaves, y buganvillas. Una vieja casa al final del pueblo, contigua a la colina, una pieza con fisuras, suspendida como un amplio balcón [2]. Este poeta querido, afecto de mi corazón, enamorado de Medio Oriente (Para mí los grandes mercados de Medio Oriente son más fantásticos que todos los teatros del mundo [3]), que viajó igualmente por toda Europa, así como a Kazajistán, Estados Unidos, Yemen, Egipto y Jordania, rehusó separar el cuerpo del espíritu, estrechamente unidos en su vida personal. Si algunos lo toman únicamente desde el punto de vista del escritor, el traductor, el médico, el investigador neurocientífico o de la fotografía, él es siempre, incontestable y principalmente, el poeta del desierto,  la iluminación y la piedra. Un poeta honesto, de una humildad imbatible, aun si reconoce su pequeñez de cara a la inmensidad de un conocimiento que lo sobrepasa: No, no es el saber el que corrompe, sino aquella ilusión de conocer, sujeta a revisión, asumida como el todo. La idea de que el saber puede ser una totalidad cerrada [4]. Sus textos están marcados por la discreción, la renuncia. Si hubiera podido dejarle la palabra a las piedras y a los desiertos, lo habría hecho. Su abnegación iría, para retirarse, hasta el enfrentamiento de aquello que es más grande que él, lo más vasto. Su escritura estuvo marcada por los cambios sucesivos, por los conflictos israelíes-palestinos, por su experiencia desértica: el lugar de encuentro y renovación. Por el acto médico, indisociable del acto de la escritura. Con él se establece una correspondencia entre ciencia y poesía: de la cirugía nace la importancia de las manos que cosen y refuerzan con tacto, como aquéllas que escriben. Consignó sobre pequeños papeles, sobre cuadernos, notas tomadas en el hospital (“feuilles d’observations”), reflexiones que sirvieron para ordenar sus pensamientos, aparecidos más tarde como Feuilles d’hôpital. Habla de ese silencio necesario de la escritura, de la naturaleza que lo envuelve; de ese límite de vida lleno de calor y luminosidad, que encontramos en la extensión de sus textos que son inscripción de su espacio-tiempo.
 “No sabemos más qué hijos nos lían
a esos vientos de resurrección
de los fondos inhabitados.
¿Y de dónde esos dos trazos de fuego
que en un instante nos paraliza
en claro dolor hacia el espesor de los reinos? (…) Transparencia
que no explica nada [5].
 Leí y releí los textos de Lorand Gaspar, y unos veinte años después, sus líneas fueron para mí un reencuentro, una certitud. Sus alusiones a la música de Bach, aquí y allá, me encantaron. ¡Qué alegría cuándo, una vez más, abro una de sus obras! Son sus páginas: la piedra, los minerales, las calizas, el mármol, el granito y la arcilla, pero también el mar, las islas, los barcos, los olivos y el pan. Patmos, Delfos, Qurám, Judea y Transjordania, Jerusalén y Jericó, los naranjos en flor, el jazmín, el Jordán, los nómadas y la leche de camello. La luz. La poesía y la cirugía. La luz que yo no encontré en ningún otro lugar: resplandores, la claridad, el alba, la mañana, la porosidad del día sobre la piel [6], la pulpa del sol, la luminosidad, el destello, el fuego, la flama, la transparencia desértica; pero también las suavidades ocres, el calor de las piedras, las blancas terrazas, los muros de barro, las capas del día y todos los términos que iluminan, que son fuentes, e igualmente reflejos. Que absorben o esparcen la refulgencia. Entre la rocosidad de Patmos y las piedras de Jerusalén, hay un denominador común: la luz [7]. Los desiertos que atraviesa son lugares del ocre al beige, del greige al arenisca, desiertos de arenas o de piedras, territorios de la contemplación, del silencio y la meditación. Moradas del ascetismo. Es la roca, el crudo, el bistre. La erosión. Las capas sedimentarias. El vacío que no es nada. Vacío que posee la inmensidad, vida subterránea, ardiente y hospitalaria. Está magníficamente descrito en su Égée Judée: “Allá, detente. Ese lugar seco, ese desierto…”. Allá están las aperturas [8]. El desierto fascinante, espacio del abandono: Renunciar a las ataduras, enredar el camino, aumentar la carga del camello. Planicies infinitas reducidas a lo esencial. Los nómadas, las caravanas de beduinos y tuaregs, lejanos. Sequedad, dátiles, agaves. Fauna: insectos y reptiles. Imágenes que atesoró para sí, preciosamente –epifanía de una transparencia inexplicable de los espesores de la tierra–. El desierto, tebaidas, recinto del calor y las respuestas. Lugar de respiro y la suspensión. De introspección y acogida. De meditación.
El desierto está potencialmente abierto a los rencuentros: su amistad por Yorgos Séféris, a quien dedicó una de sus obras. Sus similitudes escriturales con Yves Bonnefoy, que agradezco mucho. Sus fotos en blanco y negro, presentes en Mouvementé de mots et des couleurs, son el apoyo de los textos de James Sacré. Fotografías del Norte de África, de piedras y arena, de beduinos en marcha, todas bañadas en la luz.
 “Hay cambios bien simples entre un silencio en nosotros y algunos ruidos esas breves ráfagas del espíritu colores y gritos en las cosas suficiente fue ver, escuchar el crecimiento del olivo y del mar tejiendo las redes dentro de la noche.
 Sí, Lorand Gaspar, que nos dejó el 9 de octubre de 2019, seguirá estando, al menos para mí, ligado a una forma de humanismo originaria del desierto. Sus poemas son esclarecidos por la luz que supo capturar, que penetraron los intersticios de las ventanas; permitiendo que ella inundara sus palabras. ¿Puedo, hoy, hablar de la luz de lo invisible?
 Nada es añadido desde afuera, la vida que pasa un instante de la noche a la mañana se enseña como siempre.  
  *Texto original de la revista Recours a Poéme. Traducción de Kevin Marín Pimienta
 Notas
[1] Lorand GASPAR, Essai autobiographique, Sidi Bou Saïd, 28 février 1982, in Sol absolu et autres textes, éditions GALLIMARD, 1982. [2] Lorand GASPAR, Arabie heureuse, DEYROLLE Éditeur, 1997. [3] Lorand GASPAR, Feuilles d’hôpital, REVUE EUROPE n° 918, octobre 2005. [4] Lorand GASPAR, Feuilles d’observation, éditions GALLIMARD, 1986. [5] Lorand GASPAR, Égée Judée (Îles), éditions GALLIMARD, 1993. [6] Lorand GASPAR, Égée Judée, éditions GALLIMARD, 1993. [7] Lorand GASPAR, Essai autobiographique, Sidi Bou Saïd, 28 février 1982, in Sol absolu et autres textes, éditions GALLIMARD, 1982. [8] Lorand GASPAR, Égée Judée (Pierre), éditions GALLIMARD, 1993. [9] Lorand GASPAR, Sol absolu et autres textes, éditions GALLIMARD, 1982. [10] Lorand GASPAR, Carnets de Jérusalem, éditions LE TEMPS QU’IL FAIT, 1997. [11] Lorand GASPAR, La maison près de la mer, in Égée Judée, éditions GALLIMARD, 1993. [12] Lorand GASPAR, Feuilles d’observation, éditions GALLIMARD, 1986.
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