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#Ciudad de Wheaton
ztoa99 · 2 years
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El servicio de alquiler de Sniffspot ofrece beneficios para perros
El servicio de alquiler de Sniffspot ofrece beneficios para perros
Fairchild y City of Wheaton, Wis. (WEAU) – Los parques privados para perros están ganando popularidad entre los dueños de mascotas como un lugar seguro para proporcionar a sus perros ejercicio físico y psychological. Oler Comencé en Seattle en 2018 con miembros de la comunidad alquilando sus propios patios y terrenos a dueños de perros. Puede ser especialmente útil para perros interactivos que no…
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biblias · 7 years
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Continuando con el empeño de fomentar la lectura bíblica de una sola sentada entre los hispanos, os traemos un relevante aunque breve artículo de la editorial Crossway.
Es una pena que editoriales españolas no se hayan atrevido aun con este tipo de presentaciones a un solo párrafo y sin los artilugios de numeración. Esperemos que pronto dispongamos de ellas.
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La publicación realizada por la Fraternidad de Ministerios de la provincia de Jaén con el texto de la Biblia Textual IV Edición. 
  Volver a la Biblia
La Biblia es la revelación de Dios al hombre. Sus palabras son vivas, efectivas y claras. Los diferentes métodos de lectura, memorización y estudio de las Escrituras tienen cada uno sus propios méritos. Hay tanto necesidad de profundizar en el estudio de la Palabra como de simplemente sumergirnos en la historia.
Ofrecemos cinco beneficios de leer libros completos de la Biblia de una sola sentada.
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Una de las Reader’s Bible de Crossway. 
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Propuesta de Bíblica para una edición de lectura
  1. Ganas una perspectiva única.
Al tomar una sección más grande de la Escritura de manera ininterrumpida, se pueden ver los temas o patrones de escritura, el flujo de la narrativa y el contexto de cada versículo. Leer de esta manera se puede asemejar a tener una perspectiva aérea de una ciudad si lo comparamos con nuestro punto de vista desde una simple calle de un mapa.
2. Dejas que la Escritura hable por ella misma.
La lectura ininterrumpida te permite pensar, interpretar y dejar que el Espíritu Santo hable por medio de la Palabra sin perspectiva adicional derivada de notas de estudio o comentarios. Puede ser de más ayuda simplemente leer la Escritura que intentar diseccionar lo mínimo del texto.
3. Lees como un escritor.
Imagina seleccionar una novela y leer solamente oraciones de varios capítulos y libros. Mucho más que una novela, la Biblia fue escrita por un Autor — uno que los cristianos reconocen como divino. Leer con esto en mente te permite adivinar la estructura general y la forma de la Biblia como historia singular.
4. Lees más.
Te podrías sorprender cuán rápidamente puedes leer libros enteros de la Biblia. Dependiendo de tu velocidad, casi podrías completar el libro de Daniel en media hora, Santiago (Jacobo) en menos de 10 minutos, o una epístola en casi 20 minutos.
5. Amplías tu comprensión.
Hay beneficios tanto en el estudio profundo como en la lectura ininterrumpida. No importa cuál venga primero, pero cada método de lectura puede ayudarte a ampliar tu conocimiento. Combinados, cada uno se presta a una comprensión más holística del mensaje de la Biblia.
Las versiones de lectura—como la Biblia del lector publicada por Crossway y en español el Nuevo Pacto extraído de la Biblia Textual IV Edición— son ideales para este propósito, puesto que son más similares a los manuscritos originales, careciendo de encabezados, números en los versículos y números en los capítulos. Sin estos convencionalismos relativamente recientes (en los últimos 500 años), podemos leer porciones más grandes de texto sin distracciones.
De esta manera, según el Vicepresidente de Publicaciones Bíblicas de Crossway, el Dr. Dane Ortlund, “el lector absorbe ese libro que fue concebido para ser leído, y ve las conexiones y las resonancias que se hacen difíciles de discernir cuando leemos unos cuantos versículos de la Biblia de una vez. La Biblia no es sólo para ser ‘aplicada a mi vida.’ Está concebida para ser el nuevo universo mental en el que vivamos y nos movamos y pensemos a lo largo del día. Sólo la lectura profunda—la absorción de la Escritura en longitud—consigue esto”.
  Artículo publicado originalmente en inglés en Crossway.org por Crossway, el 29 de agosto de 2017. Usado con permiso de Crossway, un ministerio de publicación de Goos News Publishers, Wheaton, IL 60187, www.crossway.org.
Article originally published in English on Crossway.org by Crossway, 29 August, 2017. Used by permission of Crossway, a publishing ministry of Good News Publishers, Wheaton, IL 60187, www.crossway.org.
5 Beneficios de leer libros completos de la Biblia de una sola sentada Continuando con el empeño de fomentar la lectura bíblica de una sola sentada entre los hispanos, os traemos un relevante aunque breve artículo de la editorial Crossway.
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elmundoenmiauto · 4 years
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Las mejores empresas de mudanzas para 2020
Su amplia red y un excelente historial de servicio hacen que sea fácil encontrar rápidamente una empresa de mudanzas calificada cerca de usted. Con 327 agentes locales y presencia en todos los estados, excepto Hawái, United tiene la red de transporte más grande de todas las líneas de furgonetas que examinamos. Todas nuestras selecciones principales sobresalieron en los resultados de inspección y tuvieron un bajo número de quejas, pero United ocupó el primer lugar en ambas categorías. United tiene la mayoría de los camiones, conduce la mayor cantidad de millas y tiene la menor cantidad de quejas y fallas de inspección para arrancar. Su servicio al cliente también estaba en punto. El representante con el que hablamos respondió a todas nuestras preguntas con facilidad. Además, es una de las pocas compañías que se ajusta a un horario de trabajo estándar. Con United, puede programar estimaciones en el hogar fuera de su semana laboral de 8 a 5 de lunes a viernes. Atlas es otro gran nombre con un excelente historial y disponibilidad a nivel nacional. Atlas es más pequeño que United pero tiene una gran presencia en todo el país (incluido Hawai).
Nos gusta especialmente su herramienta de búsqueda que le permite filtrar por código postal y estado. Cuando solicite un presupuesto, se lo dirigirá instantáneamente a su agente Atlas más cercano: la compañía local que empaca y carga el camión. La persona con la que hable puede responder todas las preguntas específicas que pueda tener sobre cómo se mueven, pero es posible que no puedan responder sobre cómo otros agentes locales de Atlas hacen negocios. Una cotización instantánea en línea y un registro estelar de servicio al cliente compensan la flota más pequeña de Wheaton. Wheaton es la compañía más pequeña de nuestras mejores opciones, pero aún tiene agentes en todos los estados, excepto en tres. Si se encuentra en Maine, Nevada o Wyoming, Wheaton se coordinará con una compañía de mudanzas cdmx no afiliada para ayudarlo a mudarse dentro y fuera del estado. Si bien United y Atlas requieren que los llame para solicitar un presupuesto, nos gusta la herramienta de estimación de estadios de Wheaton. Al ingresar su información, obtiene un rango de estimación instantánea, por lo que puede determinar el costo aproximado de su mudanza antes de tomarse un tiempo libre para programar una estimación en el hogar.
Utilizando principalmente una fuerza laboral de estudiantes universitarios y una plataforma pulida e intuitiva con tecnología habilitada, Bellhops se ha convertido en una amenaza emocionante y legítima contra los goliath convencionales en el espacio en movimiento. Al ofrecer los mismos servicios que una empresa de mudanzas tradicional, Bellhops se destaca en la satisfacción del cliente, con calificaciones altas y críticas muy favorables. Su sitio web se enorgullece de tener una tasa de satisfacción promedio de 4.8 / 5 estrellas y una calificación de “excelente” del 90% en Trustpilot, de más de 1,000 comentarios. No sorprende que los puntajes de satisfacción del cliente de Bellhops sean tan altos, ya que la compañía le da tanta prioridad a la hospitalidad. “Corazón, mente innovadora, valor del propietario y espíritu juguetón”. El énfasis que Bellhops pone en la actitud y la ética de trabajo, así como el costo asequible, le dieron a la compañía un lugar entre nuestras mejores opciones. La página web y la aplicación de Bellhops están maravillosamente diseñadas, son fáciles de usar e intuitivas para navegar. La tecnología de la que depende Bellhops es capaz de recopilar una estimación precisa de los recursos necesarios para que su mudanza sea un éxito.
Después de pedirle que responda algunas preguntas en línea (usando su aplicación integrada), Bellhops determinará cuántos motores y cuánto tiempo llevará realizar su mudanza. Un cliente puede optar por obtener un camión y mudanzas o simplemente contratar ayuda para cargar o descargar. Encontramos que los Bellhops son los mejores para mudanzas locales: la compañía organizará mudanzas y un camión para que te instales. Para larga distancia, un miembro de su “equipo de conserjería” trabajará con usted para crear un plan personalizado de ciudad a ciudad en los días / meses previos a su gran mudanza. Sin embargo, Bellhops solo brinda sus servicios en 53 ciudades en 26 estados y Washington, D.C. Los otros 24 estados y ciudades internacionales tendrán que esperar mientras la compañía contempla la expansión. Bellhops ofrece dos opciones para la estructura de pago. Su primera opción es bloquear la cantidad financiera estimada por su software, que calcula la cantidad de tiempo y recursos necesarios para realizar su mudanza en función de varias preguntas de evaluación.
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autosyotrascosas · 4 years
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Las 10 principales empresas de mudanzas de cross country en EE. UU.
Con más de 30 agentes empleados por United en las instalaciones locales de mudanzas y almacenamiento, los clientes tienen acceso a servicios de mudanzas en todo el país. La amplitud de los negocios de United hace que la compañía sea ideal para movimientos a través del país. Las revisiones colocan a United en la cima de las listas de satisfacción del cliente. En 2017, Mayflower alcanzó un hito al celebrar sus 90 años en el negocio. No duras 90 años en la industria de la mudanza sin hacer bien muchas cosas. La compañía ha adquirido licencias para trasladar familias y negocios a través del país. Mayflower llena el vacío dejado por la compañía hermana United por ofrecer servicios de traslado y almacenamiento de vehículos para su reubicación de larga distancia y campo a través. Durante más de 100 años, Arpin ha establecido el estándar de calidad para los motores de cross country. La compañía cuenta con una de las mayores redes de agencias con formación profesional en el país. Better Business Bureau. Los clientes otorgan a la empresa un puntaje de satisfacción de calidad general del 92% en una encuesta realizada por la International Mover Association (IAM).
Como su nombre lo indica, Van Lines de América del Norte cruza más que Estados Unidos. Con los servicios prestados a los clientes que se trasladan a Canadá y México, la compañía disfruta de una ventaja competitiva sobre sus rivales. Con un servicio frágil y completo que forma parte de un paquete de mudanzas incluido, North American Van Lines le ofrece una forma económica de mudarse a miles de kilómetros de distancia. Bekins ayuda a los clientes a planificar movimientos para eliminar las conjeturas de los problemas logísticos. La compañía utiliza un sistema GPS de última generación para informar a los clientes sobre el estado de sus posesiones. Las resoluciones rápidas de las reclamaciones de los clientes hacen de Bekins Moving & Storage una opción popular para familias y empresas que se mudan a todo Estados Unidos. Esta empresa de mudanzas a través del país también ofrece servicios de almacenamiento en varias ciudades estadounidenses. Como jugador no anunciado en el nicho de la mudanza a través del país, Wheaton World Wide Moving ofrece a los clientes una “estimación aproximada”, que estima una estimación no vinculante que permite a los clientes crear un borrador para un presupuesto móvil. Con más de 1,000 camionetas y camiones de larga distancia en su flota, Wheaton puede trasladar familias de Maine al sur de California, así como de Seattle a Miami.
Con más de 110 años de experiencia, Stevens Worldwide Van Lines promedia 15,000 movimientos de larga distancia por año. Considerado uno de los transportistas domésticos más confiables, Stevens emplea profesionales de servicio al cliente altamente capacitados para garantizar la llegada segura de sus pertenencias personales. Disfruta del seguimiento en línea en tiempo real de un movimiento para darle tranquilidad. Con oficinas ubicadas en 42 estados, Two Men and a Truck ofrece la logística y los recursos para mudarse a cualquier parte de los Estados Unidos. mudanzas cdmx De origen humilde, la compañía ahora tiene más de 2,800 camiones en su flota. Los sistemas avanzados de GPS controlan docenas de movimientos a campo traviesa que ocurren al mismo tiempo. Más de 3.000 camiones en la flota de la compañía permiten a Atlas Van Lines trasladar familias y negocios a cualquier parte de los Estados Unidos. La compañía dedica recursos a operaciones en todos los estados, excepto Nevada y Rhode Island. Atlas recibe grandes elogios por obtener resultados de inspección excepcionales y minimizar el número de quejas de los clientes.
Una herramienta en línea de Atlas se conecta a un agente simplemente escribiendo el estado y el código postal. El eslogan lo dice todo: a la vuelta de la esquina o alrededor del mundo … haz tu mejor movimiento. Como motor oficial del equipo olímpico canadiense durante más de 20 años, AMJ Campbell se especializa en trasladar familias y negocios a través del hermoso Canadá. AMJ Campbell garantiza el desempeño a tiempo, la protección de todos los muebles tapizados y los arreglos por daños dentro de los 30 días de una reclamación presentada. Los psicólogos han descubierto que mudarse de casa es uno de los eventos vitales más estresantes. Viene justo después del divorcio y la muerte de su compañero de vida. Hay tantas cosas que hacer y considerar al mudarse a campo traviesa a otro hogar, que la mayoría de las personas se sienten abrumadas y caen en depresión y ansiedad. Las personas y las familias que planean mudarse de casa tienen que pensar sus acciones con mucho cuidado y elaborar un plan de acción a seguir.
Si no están organizados, corren el riesgo de convertir toda la operación en un gran desastre. Es fácil tener objetos valiosos de muebles y otras pertenencias personales destruidas por la torpeza de los motores. No saber cómo empacar las cosas correctamente también puede provocar daños y la pérdida de algunas de sus cosas personales. Además, mudarse a otro estado puede requerir mucha preparación, papeleo y excelentes habilidades de liderazgo. Todas estas son buenas razones para que todos los que se preocupan por su cordura y sus pertenencias contraten a una de las principales empresas de motores de cross country para ayudarles a superar este desafío. Los 10 principales motores mejor calificados para 2020 se consideran tan buenos por razones sólidas. Emplean a planificadores profesionales que pueden aconsejar a sus clientes sobre cómo empacar, cómo etiquetar y cómo realizar un seguimiento de todas las cosas que deben tomarse del lugar anterior y trasladarse al nuevo destino. Este servicio solo puede salvarlo de muchas molestias. Si no tiene idea de cómo manipular cajas y mover cosas, puede caer fácilmente en la tentación de llenar las cajas de cartón demasiado, creando así problemas reales para los transportistas.
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gobqro · 4 years
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ST realizará la última Feria del Empleo de este año y duplica su proyección de 1000 a 2038 vacantes
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Este 6 de noviembre, la Secretaría del Trabajo, a través del Servicio Nacional de Empleo (SNE), encabezará la Feria del Empleo para Personal Operativo 2019 que se llevará a cabo en el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez, de 9 de la mañana a 2 de la tarde, con la oferta de 2038 plazas, lo doble de lo que se tenía proyectado para la organización de este evento. 111 plazas son para personas con discapacidad; las restantes son para quienes sepan leer escribir o cuenten con educación primaria, secundaria, preparatoria o bien, licenciatura.
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Estas vacantes corresponden a empresas, comercio, servicios e instituciones. El Secretario del Trabajo, Mario Ramírez Retolaza, invita a toda la ciudadanía en búsqueda de empleo, a asistir a esta feria, que es una oportunidad confiable de obtener un trabajo formal, porque la dinámica laboral requiere de personas decididas y que quieran mejorar sus condiciones de vida, porque en Querétaro sí hay oportunidades reales para todos, destacó.
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Las empresas que ofertarán vacantes en la Feria de Empleo para Personal Operativo 2019 son las siguientes: AERNNOVA, AUTOLIV, BEPENSA, BRP, BTICINO, ECKERLE DE MEXICO, FEG DE QUERETARO, GRAMMER AUTOMOTIVE, GRUPO COMOSA, HITACHI, IEQSA, (DWK) DURAN WHEATON KIMBLE, LE BÉLIER , MARCEGAGLIA, SPARK MINDA KTSN, NOVEM CAR INTERIOR DESIGN, OWENS ILLINOIS, PETSTAR, REAL CONSTRUCTION OF STAMPING, RONAL, SCANIA, SIEMENS, TOOLPLAS, TRUPER, UNIQUE FABRICATING, VIÑOPLASTIC, VISSCHER  CARAVELLE, YAZBEK, HAYAKAWA, SAMSUNG, QUALTIA ALIMENTOS, TOSTADAS CHARRAS, AMERICAN INDUSTRIES , CENTRO INTEGRAL DE LIMPIEZA, CIUDAD MADERAS , GASOLINERAS ORSAN , GRUPAL FELIZ, GRUPO CARSO, KENTUCKY FRIED CHICKEN, LIVERPOOL, MEGACABLE, OUT HELPING, PABSA, PROTECCIÓN PATRIMONIAL, SABRITAS, SEARS, TECSA CONTACT CENTER, TRANSPORMEX, FRIMEX, DANONE, AIR SYSTEMS, ALPURA, SECRETARIA DE SEGURIDAD PÚBLICA MUNICIPAL , SERVICIO DE ADMINISTRACIÓN TRIBUTARIA, SECRETARÍA DE LA JUVENTUD, MUNICIPIO DE QUERÉTARO y AERI.
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Los interesados pueden realizar su pre registro, a través del siguiente link: http://ferias.empleo.gob.mx .Para mayores informes comunicarse a las oficinas del SNE al teléfono: 235 66 00, o asista directamente a las oficinas, ubicadas en Ezequiel Montes 23 norte, Col. Centro Histórico.
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chicovacio-blog · 7 years
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La casa maldita. The shunned house, H.P. Lovecraft (1890-1937) Rara vez deja de haber ironía incluso en el mayor de los horrores. Algunas veces forma parte directa de la trama de los sucesos, mientras que otras sólo atañe a la posición fortuita de éstos entre las personas y los 1ugares Un magnífico ejemplo de este último caso puede encon­trarse en la antigua ciudad de Providence, donde acos­tumbraba a ir Edgar Allan Poe, a mediados del siglo pasado, durante su infructuoso galanteo a Mrs. Whitman, poeta de excelentes dotes. Poe solía parar en la Mansión House —nuevo nombre de la Hostería de la Bola de Oro, cuyo techo cobijó a Washington, a Jefferson y a La­fayette—, y su paseo preferido era hacia el Norte, por la misma calle, donde se encontraban la casa de Mts. Whitman y el vecino cementerio de St. John, situado en la falda de la colina, cuyo recoleto recinto, con abundancia de lápidas del siglo XVII, le fascinaba de manera especial. Lo irónico del caso es que en el curso de aquel paseo, tantas veces repetido, el más grande maestro de lo terrible y de lo fantástico tenía que pasar por delante de cierta casa situada en el lado oriental de la calle; un edificio deslucido y anticuado que se hallaba posado sobre la brus­ca subida de la ladera de la colina, con un amplio y des­cuidado jardín que databa de la época en que la región era en parte campo abierto. No parece que Poe escri­biera o hablara nunca de la casa, ni se tiene noticia de que hubiera reparado en ella. y, sin embargo, aquella morada para las dos personas en posesión de cierta infor­mación, iguala o supera en horror a las más descabelladas fantasías del genio que con tanta frecuencia pasó por de­lante de ella sin saber lo que ocultaba y se alza con mi­rada maliciosa y rígida como símbolo de todo lo que es indeciblemente espantoso. La casa era —en realidad, continúa siendo— de las que atraen el interés de los curiosos. Originalmente gran­ja, por lo menos en parte, tenía el habitual aspecto colo­nial de las casas prósperas de tejado puntiagudo de la Nueva Inglaterra de mediados del siglo XVIII, con dos pisos y ático, pórtico georgiano y paredes interiores recu­biertas de madera, corno dictaba la evolución del gusto en esa época. Estaba orientada hacia el Sur y tenía un elevado tejado cuyos dos aleros daban, respectivamente, a la ladera de la colina y a la calle. Su construcción, de hace más de siglo y medio, se había adaptado al nivelado y al enderezamiento &l camino en aquella vecindad par­ticular, pues Benefit Street, llamada originalmente Back Street, se trazó como sinuoso sendero entre los sepulcros de los primeros colonos y sólo se enderezó cuando el traslado de los cadáveres al Cementerio del Norte permitió abrir camino a través de los antiguos predios familiares. En un principio, el muro posterior se alzaba sobre un campo de hierba que quedaba como a veinte pies por encima del nivel de la calle, pero un ensanchamiento de ésta; aproximadamente en tiempos de la Guerra de la Independencia, absorbió casi todo el espacio intermedio y dejó los cimientos al aire, por lo que hubo que cons­truir en el sótano un muro de ladrillo, que dio a esta hundida parte de la casa una fachada dotada de puerta y dos ventanas por encima del nivel del suelo, casi a la altura de la calle nueva. Cuando se construyó la acera hace un siglo, se eliminó el resto del espacio intermedio, y en sus paseos Poe debió de ver sólo un muro vertical de ladrillo que nacía del borde de la acera, coronado a una altura de diez pies por la pesada silueta de la antigua casa entejada propiamente dicha. Los terrenos, propiedad de la familia, se extendían por la parte trasera y subían un buen trecho por la loma, hasta casi llegar a Wheaton Street. El espacio al sur de la casa, el que lindaba con Benefit Street, quedaba, natu­ralmente, muy por encima del nivel de la actual acera, formando una plataforma que acababa en un muro de guijas húmedas y mohosas horadado por un tramo muy inclinado de estrechos escalones que conducía al interior, entre paredes que formaban una especie de desfiladero, y desembocando en la parte superior en un despeinado macizo de césped, muros de ladrillo rezumantes y jardi­nes descuidados, cuyas desmanteladas urnas de cemento, tiestos herrumbrosos caídos de trípodes de nudosas patas y objetos parecidos hacían parecer más atractiva, por con­traste, la puerta principal, maltratada por la intemperie, con su montante roto, pilastras jónicas podridas y carco­mida cornisa triangular. Lo que oí de muchacho acerca de la Casa Maldita fue simplemente que la gente moría en ella en cantidad alar­mante. Esa había sido la razón, me decían, por la que sus primeros propietarios la habían abandonado unos vein­te años después de haberla construido. La casa era, evi­dentemente, malsana, tal vez a. causa de la humedad y de los hongos que crecían en el sótano, del tufo enfermizo que lo contaminaba todo, de las corrientes de los pasillos o de la calidad del agua de la bomba y del pozo. Estas cosas ya eran lo bastante malas y a ellas culpaban, las personas que yo conocía, de las desgracias de la casa. Únicamente los cuadernos de notas, de mi tío el anticua­rio, Dr. Elihu Whipple, me revelaron detalladamente las más oscuras y vagas suposiciones que formaban una co­rriente folklórica subterránea entre los sirvientes más antiguos y la gente humilde, conjeturas que nunca llegaron muy lejos y fueron en su mayor parte olvidadas cuando Providence se convirtió en ciudad importante con una población moderna y cambiante. En realidad, los habitantes serios de la ciudad nunca consideraron la casa como «encantada» exactamente. No se hablaba de ruidos de cadenas, ni de heladas corrientes de aire, ni de apagones de luces, ni de caras en las venta­nas. Los extremistas decían que traía «mala suerte», pero no pasaban de ahí. Lo indiscutible era que en ella morían gran número de personas, o, mejor dicho, que en ella habían muerto un gran número de personas, pues después de ciertos peculiares acontecimientos ocurridos allí hace más de sesenta años, el edificio había quedado abandona­do debido a la imposibilidad de alquilarlo. Aquellas per­sonas no murieron todas repentinamente por una causa determinada; parecía más bien que su vitalidad iba sien­do minada de un modo insidioso y que su resistencia dependía de su mayor o menor fortaleza natural. Y las que no morían mostraban en diversos grados un tipo de anemia o consunción, y a veces una decadencia de las facultades mentales, que no hablaban a favor de la salu­bridad del edificio. Debe añadirse que las casas vecinas parecían estar completamente libres de aquella perniciosa condición. Esto es cuanto sabía antes que mis insistentes pregun­tas llevaran a mi tío a mostrarme las notas que finalmente nos embarcaron en nuestra espantosa investigación. En mi niñez, la Casa Maldita estaba vacía, con sus árboles desnudos, nudosos y viejos, su alta hierba de una palidez extraña y cizaña de aspecto de pesadilla en el abandonado patio en el que jamás se posaban los pájaros. Los mu­chachos solíamos invadir la finca, y aún recuerdo mi te­rror juvenil provocado no sólo por la morbosa calidad de aquella siniestra vegetación, sino ante la atmósfera y el olor de la ruinosa casa, cuya puerta abierta cruzába­mos frecuentemente en busca de emociones. Los cristales de las ventanas estaban rotos en su mayoría, y una indes­criptible desolación rodeaban los precarios paneles de madera que cubrían las paredes, los desvencijados postigos interiores, el papel de los muros que colgaba a tiras, la escayola que se desmoronaba, las inseguras escaleras y los pocos muebles estropeados que todavía quedaban. El pol­vo y las telarañas daban un mayor matiz de abandono a aquel ambiente atemorizador, y muy valiente tenía que ser el muchacho que se aventuraba por la escalera que conducía al desván, una pieza espaciosa y alargada, con vigas al descubierto, iluminada solamente por la incierta luz de las pequeñas buhardillas de sus extremos y reple­ta de un montón de arcones, sillas y ruecas rotas que infinitos años de abandono habían cubierto y adornado de formas monstruosas y diabólicas. Pero, después de todo, el desván no era la parte más terrible de la casa. Lo que nos provocaba mayor repul­sión era el húmedo sótano, aunque quedaba completa­mente por encima del nivel del suelo en el lado que mi­raba a la calle, separado de la concurrida acera por un endeble tabique de ladrillo en el que se abrían una puerta y una ventana. No sabíamos si frecuentarlo atraídos por su estímulo fantasmal, o rehuirlo para bien del alma y la cordura. En primer lugar, el mal olor de la casa era más pronunciado allí; y, además, no nos gustaban la blanca fungosidad que brotaba algunas veces del duro suelo de tierra en los veranos lluviosos. Aquellos hongos, de gro­tesco parecido con la vegetación del patio exterior, tenían formas verdaderamente horribles, detestables caricaturas de setas de especies desconocidas. Se pudrían pronto y en determinada fase de su descomposición adquirían una leve fosforescencia, de modo que los transeúntes nocturnos ha­blaban, a veces, de los fuegos fatuos que brillaban detrás de los destrozados cristales de las ventanas, por las que se esparcía el mal olor. Nunca, ni siquiera en las más descabelladas vísperas de Todos los Santos, bajamos al sótano de noche, pero en algunas de nuestras visitas diurnas pudimos percibir la fosforescencia, especialmente si el día era oscuro y húmedo. También captábamos a menudo una cosa más sutil, algo muy extraño que era, sin embargo, y en el mejor de los casos, apenas una sugestión. Me refiero a una mancha nebulosa y blanquecina en el suelo de tie­rra, un depósito, vago y cambiante de moho y nitro que, en ocasiones, creíamos ver entre la esparcida fungosidad cerca del inmenso fogón de la cocina del sótano. Algunas veces nos parecía que aquella mancha tenía una extraña semejanza con la figura de una persona encorvada, aun­que generalmente no existía tal parecido, y con frecuencia ni siquiera la veíamos. Cierta tarde de lluvia en que aque­lla sensación fue particularmente intensa y en que, ade­más, había creído ver una especie de emanación tenue, amarillenta y temblorosa que brotaba del dibujo en di­rección a la campana de la chimenea, le hablé a mi tío del asunto. Se limitó a sonreír ante aquella curiosa fan­tasía, pero me pareció que había en su sonrisa un matiz de reminiscencia. Más tarde me enteré de que en algunas de las antiguas leyendas que circulaban por la región ha­bía una idea similar a la mía, una idea que también aludía a las formas de vampiro y de lobo que tomaba el humo de la gran chimenea, y de los anómalos contornos adop­tados por algunas de las retorcidas raíces de árbol que se abrían camino hasta el sótano por entre las piedras suel­tas de los cimientos. II. Mi tío no me dio a conocer las notas e informes que había reunido acerca de la Casa Maldita hasta que fui un hombre adulto. El Dr. Whipple era un médico sen­sato y conservador de la antigua escuela, y a pesar’ del interés que le inspiraba la casa no deseaba alentar a un muchacho a pensar en cosas anormales. Sus propias opi­niones, en el sentido de que el edificio había sido cons­truido en un paraje insalubre, no tenían nada de anor­mal, pero se daba cuenta de que el pintoresquismo de lo que había suscitado su propio interés podría asociarse en la mente fantástica de un muchacho con toda clase de macabras imaginaciones. Mi tío era un solterón, un hombre de pelo blanco, de rostro rasurado vestido a la antigua e historiador local notable, que había roto frecuentemente una lanza contra guardianes de la tradición tan polémicos como Signey S. Rider y Thomas W. Bicknell. Vivía con un criado en una antigua casa georgiana de aldabón, escalinata y baran­dal de hierro que se alzaba amenazadoramente en North Court, calle de empinada pendiente, junto a la mansión colonial de ladrillo en la que su abuelo —primo de un famoso corsario, el capitán Whipple, que en 1772 que­mó la goleta Gaspee de Su Majestad—, había votado el 4 de mayo de 1776 por la independencia de la colonia de Rhode Island. A su alrededor, en la húmeda biblio­teca de techo bajo y blancos paneles que la humedad ha­cía amarillear, de pesada repisa tallada sobre la chimenea y ventanas de pequeños cristales color vino, se guarda­ban las reliquias y documentos cíe su antigua familia, en­tre los cuales había muchas ambiguas alusiones a la Casa Maldita de Benefit Street. Ese malsano lugar no se encuentra lejos, pues Benefit Stteet cofre a lo largo del borde de la precipitada pendiente por encima del Tribu­nal, por donde treparon las primeras casas de los colonizadores. Cuando mi tío me consideró lo bastante maduro como para digerirla, puso ante mis ojos una crónica realmente extraña. A pesar de la longitud de su contenido, lleno de estadísticas y monótonas genealogías, corría por ella una hebra continua de tenaz y persistente horror y de malignidad preternatural que me impresionaron más que al buen doctor. Sucesos independientes encajaban entre si de manera asombrosa, y detalles al parecer insignifi­cantes prometían un potencial de espantosas posibilida­des. Una nueva y ardiente curiosidad brotó en mí, com­parada con la cual la que sentí de muchacho era débil y rudimentaria. La primera revelación me llevó a realizar una investigación a fondo y finalmente a aquella estreme­cedora búsqueda que resultó tan desastrosa para mí y para los míos. Pues mi tío insistió en unirse a las pesquisas que yo había iniciado, y tras haber estado cierta noche en aquella casa, no volvió a salir conmigo. Ahora estoy solo, sin aquel espíritu amable cuyos largos años estuvieron llenos de honor> virtud, buen gusto, benevo­lencia y erudición. He erigido una urna de mármol en memoria suya en el Cementerio de St. John —el lugar bien amado de Poe—, el recogido soto de altísimos sauces que queda sobre la loma, en donde tumbas y lápidas se agru­pan serenamente entre la mole blanquecina de la iglesia, las casas y los muros de contención de Benefit Street. La historia de la casa, que se abría paso entre un labe­rinto de fechas, no revelaba nada siniestro en lo referente a su construcción, ni en lo referente a la honorable fami­lia que la edific��. Y, sin embargo, desde sus comienzos la rodeó un aura de calamidades, que pronto adquirió pro­porciones de mal agüero. La historia cuidadosamente re­copilada por mi tío comenzaba con la construcción del edificio en 1763, y desarrollaba el tema con una desacos­tumbrada cantidad de detalles. Sus primeros moradores fueron William Harris, su esposa Rhoby Dexter y sus hijos, Elkanah, nacida en 1755; Abigail, nacida en 1757; William, Junior, nacido en 1759, y Ruth, nacida en 1761. Harris era un adinerado mercader y marino, dedicado al comercio con las Indias Occidentales y relacionado con la firma de Obadiah Brown y sus sobrinos. Después de la muerte de Brown en 1761, la nueva casa de Nicholas Brown & Co. le nombró capitán del bergantín Prudence, construido en Providence, de 120 toneladas, lo que le permitió construir la nueva casa que había anhelado tener desde que contrajo matrimonio. El lugar que había elegido —una parte de la reciente­mente enderezada Back Street, calle nueva y de buen ve­cindario, que corría a lo largo de la ladera de la colina que dominaba el populoso Cheapside— reunía todo lo que pudiera desearse, y la casa hacía honor al solar que ocupaba. Era todo lo buena que podía ser dada una for­tuna moderada, y Harris se apresuró a mudarse a ella antes que naciera el quinto hijo que esperaba la familia. Este hijo, un varón, llegó en diciembre, pero nació muer­to. Durante un siglo y medio no iba a nacer en aquella casa ningún niño vivo. En el mes de abril, cayeron enfermos los niños, y Abi­gail y Ruth murieron poco después. El Dr. Job Ives diag­nosticó el mal como una clase de fiebre infantil, aunque hubo otros que hablaron de simple debilitación y decai­miento. En cualquier caso, la enfermedad parecía ser con­tagiosa, pues en el mes de junio Hannah Bowen, una de las dos criadas de la casa, murió de la misma dolencia. Eh Lideason, la otra criada, se quejaba constantemente de debilidad, y hubiera regresado a la granja de su padre de no haber sido por el gran cariño que le cobró a Mehi­tabel Rehoboth, que había reemplazado a Hannah. Eh falleció al año siguiente, año triste en verdad, pues en él murió el mismo William Harris, debilitado por el cli­ma de la Martinica, donde sus ocupaciones lo habían retenido durante largas temporadas en la década anterior. Rhoby, su viuda, nunca se repuso de la pérdida de su marido, y la muerte de su primogénita, Elkanah, ocurrida dos años después, significó el golpe decisivo a su razón. En 1768 fue víctima de una locura benigna, y quedó re­cluida en el piso superior de la casa; su hermana mayor, Mercy Dexter, soltera, llegó a la casa para cuidar de la familia. Mercy era una mujer muy poco agraciada, hue­suda y de gran fortaleza física; pero su salud empeoró visiblemente desde su llegada. Profesaba un profundo afecto a su desventurada hermana y un cariño especial al único sobrino que le quedaba, William, que luego de haber sido un niño fuerte y robusto se había convertido en un muchacho flacucho y enfermizo. Ese mismo año murió Mehitabel, y el otro criado, Preserved Smith, se marchó sin dar una explicación coherente, o aduciendo simplemente algunas historias poco razonables y dicien­do que no le gustaba el olor de la casa. Durante algún tiempo, Mercy no pudo conseguir más ayuda, pues siete muertes y un caso de locura, todo ello en un período de cinco años, habían comenzado a fomentar habladurías, repetidas primeramente junto a la lumbre, y convertidas luego en absurdos rumores. Finalmente, consiguió unos criados que no eran del pueblo: Ann White, una mujer melancólica de la parte de North Kingstown que hoy for­ma la villa de Exeter, y un hombre competente venido de Boston que se llamaba Zenas Low. Ann White fue la primera en dar forma definida a los rumores. Mercy nunca debió tomar a criada alguna de la comarca de Nooseneck Hill, pues esas tierras remotas y atrasadas eran entonces, como hoy, semillero de las más inquietantes supersticiones. En 1892, fecha relativamente reciente, las gentes de Exeter desenterraron un cadáver y quemaron ceremonialmente el corazón para impedir cier­tas supuestas apariciones nocivas para la salud y la paz de la población, y puede imaginarse cuál era el punto de vista de esa comarca en 1768. Ann habló mucho e indiscretamente, y al cabo de unos meses Mercy la despidió reemplazándola con una fiel y amable criada de Newport, María Robbins. Mientras tanto, la infortunada Rhohy Harris, en su locura daba rienda suelta a sueños y falsas aprensiones de la más horrible especie. Había veces en que sus gritos se hacían insoportables y durante largos períodos decía tales horrores que su hijo tuvo que ser enviado a casa de su primo, Peleg Harris, que vivía, en Presbyterian Lane, cerca del nuevo edificio del colegio universitario. El mu­chacho parecía mejorar después de estas visitas, y de ha­ber sido Mercy tan. inteligente como bien intencionada, hubiera dejado que el chico se quedara a vivir permanen­temente en casa de Peleg. La tradición no está de acuerdo en lo que Mrs. Harris gritaba en sus estallidos de violen­cia, o, mejor dicho, los relatos son tan absurdos que se invalidan a sí mismos. Pues resulta, efectivamente, absur­do oír que una mujer que solamente tenía rudimentarios conocimientos del francés, gritara durante horas enteras empleando un francés grosero y coloquial, o que, la misma persona, en la vigilada soledad de su habitación, se quejara amarga y excitadamente de una presencia que la mi­raba fijamente y la atormentaba con dentelladas y mor­discos. Zena, el criado, murió en 1772, y cuando Mistress Harris se enteró, lo celebró con risas y a1borozo, algo incomprensible en ella. Al año siguiente falleció, siendo enterrada en el Cementerio del Norte, junto a su marido. Cuando comenzó la guerra con Inglaterra en 1775, William Harris, a pesar de sus dieciséis años y de su en­deble constitución, consiguió alistarse en el Ejército de Observación a las órdenes del general Greene, y a partir de entonces empezó a mejorar de salud y a ganar en prestigio. En 1780, siendo capitán de las fuerzas de Rho­de Island en Nueva Jersey, mandadas por el coronel Angell, conoció a Phebe Hetfield, de Elizabethtown, con­trajo matrimonio con ella y la llevó consigo a Providence al año siguiente cuando le licenciaron honrosamente en el ejército. El regreso del joven soldado no fue un acontecimiento feliz. La casa, es cierto, se encontraba aún en buen estado; la calle se había ensanchado y le habían cambiado el nombre de Back Street por el de Benefit Street. Pero el antes robusto cuerpo de Mercy Dexter se había enco­gido y desmejorado curiosamente, y ahora era una patética figura encorvada de voz cavernosa y desconcertante palidez, característica singularmente compartida por Ma­ría, la única criada que quedaba. En el otoño de 1782, Phebe Harris dio a luz una hija muerta, y el día 15 del siguiente mes de mayo, Mercy fallecía tras una vida labo­riosa, austera y virtuosa. William Harris, convencido por fin de la naturaleza radicalmente malsana de su casa, decidió abandonarla y cerrarla para siempre. Consiguió alojamiento provisional para su esposa y para él en la Hostería de la Bola de Oro, recientemente abierta, y dispuso la construcción de una casa nueva y mejor en Westminster Street, en el ensanche de la ciudad, al otro lado del Gran Puente. Allí nació en 1785 su hijo Dutee, y allí vivió la familia hasta que el desarrollo y necesidades del comercio los llevaron a instalarse al otro lado del río; y más allá de la loma en Angell Street, en el nuevo bardo residencial del Este, en donde el desaparecido Archer Harris construyó su sun­tuosa y fea residencia con tejado a la francesa en 1876. William y Phebe murieron víctimas de la epidemia de fiebre amarilla en 1797, pero Dutee fue criado por su primo Rathbone Harris, hijo de Peleg. Rathbone era un hombre práctico y arrendó la casa de Benefit Street, a pesar del deseo de William de conservar­la desalquilada. Juzgó que tenía la obligación hacia su pupilo de sacar el máximo beneficio del patrimonio del muchacho, y no le importaron las muertes y enfermeda­des que ocasionaron continuos cambios de inquilinos, ni la creciente aversión que la casa generalmente inspiraba. Es probable que sintiera únicamente enojo cuando, en 1804, las autoridades municipales le dieron orden de fu­migaría con azufre, alquitrán y alcanfor como consecuencia del comentado fallecimiento de cuatro personas, proba­blemente causado por un brote de fiebre epidémica. Se dijo que el lugar olía a fiebre. El propio Dutee no pensó gran cosa en la casa, pues llegó a ser oficial de un barco corsario y prestó servicios con distinción en el Vigilant, mandado por el capitán Cahoone en la guerra de 1812. Regresó ileso, contrajo matrimonio en 1814 y fue padre aquella memorable no­che del 23 de septiembre de 1815, en que una gran tor­menta arrastró las aguas de la bahía hasta que cubrieron la mitad de la ciudad lanzando una gran balandra a bue­na altura de Westminster Street de modo que sus más­tiles casi golpearon las ventanas de los Harris en simbó­lica afirmación de que el recién nacido, Welcome, era hijo de marino. Welcome no sobrevivió a su padre, pero sí vivió lo suficiente para morir gloriosamente en Fredericksburg en 1862. Ni él ni su hijo Archer supieron nada de la Casa Maldita, sino que era un engorro casi imposible de arrendar, tal vez a causa de la perniciosa humedad y del olor a viejo y a abandono. En realidad, no volvió a ser alquilada después de una serie de muertes que culminaron en 1861, y que pasaron inadvertidas a causa de la emo­ción de la guerra. Carrington Harris, el último descen­diente varón de la familia, la conocía sólo como un lugar abandonado, pintoresco y centro de leyendas hasta, que yo le conté mi experiencia. Se proponía derribarla y cons­truir en el solar un nuevo edificio de apartamentos, pero después de mi relato decidió dejarla en pie, instalar ca­ñerías y alquilaría. No se ha tropezado todavía con nin­guna dificultad para encontrar inquilinos. El horror ha desaparecido. III. Puede imaginarse lo profundamente que me impresio­naron los anales de los Harris. En esta ininterrumpida historia parecía anidar una persistente maldad superior a todo lo que yo había conocido en la naturaleza; una mal­dad claramente relacionada con la casa, y no con la fa­milia. Confirmó esta impresión la colección menos siste­mática de heterogéneos datos de mi tío —leyendas procedentes de habladurías de criados, recortes de perió­dicos, copias, certificados de defunción extendidos por mé­dicos colegas suyos y cosas semejantes. No puedo repro­ducir todo esa material, pues mi tío fue un incansable investigador del pasado y sintió gran interés por la Casa Maldita; pero puedo referirme a diversos puntos desta­cados que llaman la atención por su repetición en muchos informes procedentes de diversas fuentes. Por ejemplo, los rumores de la servidumbre coincidían casi unánime­mente en atribuir al sótano, con sus hongos y su mal olor, la supremacía en la perniciosa influencia. Hubo cria­das —Ann White especialmente— que se resistían a usar la cocina del sótano, y por lo menos tres leyendas muy concretas hablaban de las extrañas formas, casi humanas o diabólicas, que tomaban las raíces de los árboles y las manchas de moho en esa parte de la casa. Estas últimas me interesaban profundamente recordando lo que yo ha­bía visto de chico, pero tuve la sensación de que la mayor parte de lo importante había quedado en cada caso oscu­recido en buena parte por añadiduras sacadas del común acerbo de cuentos locales de fantasmas. Ann White, con su superstición típica de Exeter, ha­bía difundido la más estrambótica y al mismo tiempo más coherente de las historias o patrañas, según la cual tenía que estar enterrado ‘bajo la casa uno de esos vampiros, o muertos que conservan la forma corporal y viven de la sangre o del aliento de los seres vivos, cuyas espantosas huestes envían sus formas o espíritus acechantes al exte­rior durante la noche. Para acabar con un vampiro, dicen las comadres, hay que desenterrarlo y quemarle el cora­zón, o por lo menos atravesárselo con una estaca, y la tenaz insistencia de Ann en que debía cavarse el suelo del sótano en busca de cadáveres había sido la causa prin­cipal de que la despidieran. Pero sus historias encontraron un amplio auditorio, y se aceptaron más fácilmente porque la casa estaba edifi­cada efectivamente en un lugar que en otra época sir­viera de cementerio. Para mí esto tenía menos importan­cia que ciertos detalles realmente desconcertantes —la queja del criado, Preserved Smith, que había precedido a Ann sin oír jamás hablar de ella, de que algo «le chu­paba el aliento» por la noche; los certificados de defun­ción de las víctimas de la fiebre en 1804, expedidos por el Dr. Chad Hopkins, es que se mencionaba que las cua­tro personas carecían inexplicablemente de sangre; y los oscuros desvaríos de la pobre Rhoby Harris cuando se quejaba de los agudos dientes y ojos vidriosos de una pre­sencia semivisible. Aunque libre de vanas supersticiones, estas cosas me producían una extraña sensación que se intensificó al leer dos recortes de periódico de fechas muy distintas relati­vos a muertes acaecidas en la Casa Maldita —uno de la Providence Gazette and Country-Journal, del 12 de abril de 1815, y el otro del Daily Transcript and Chronicle, del 27 de octubre de 1845—, y que detallaban un espeluz­nante suceso cuya repetición resultaba extraña. Parece ser que en ambos casos la persona agonizante, en 1815 una dulce anciana llamada Stafford, y en 1845 un maestro de mediana edad llamado Eleazer Durfee, se transfiguró horriblemente, vidriándose su mirada e intentando mor­der la garganta del médico que le atendía: Todavía más extraño fue el caso que puso término al alquiler de la vivienda, una serie de muertes por anemia precedidas de locura en el curso de la cual los enfermos atentaban con­tra la vida de sus parientes mediante incisiones en el cuello o en las muñecas. Esto ocurrió en 1860 y 1861, cuando mi tío comenza­ba a ejercer su profesión de médico; y antes de partir para el frente oyó hablar mucho del caso a sus colegas más viejos. Lo que resultaba verdaderamente inexplica­ble era la forma en que las víctimas —gente ignorante, pues aquella casa maloliente y rehuida no podía alqui­larse a otra dase de personas—, balbuceaban impreca­ciones en francés, lengua que era imposible que hubieran estudiado verdaderamente. Aquello hacía pensar en la po­bre Rhoby Harris de casi cien años antes, y tanto impre­sionó esto a mi tío que empezó a reunir datos históricos acerca de la casa a su regreso de la guerra, después de escuchar los relatos personales de los doctores Chase y Whitmarsh. Realmente, comprobé que mi tío había pen­sado mucho en el asunto y de que se alegraba de mi propio interés abierto y comprensivo que le permitía dis­cutir conmigo cosas de las que otros se hubieran reído. Su imaginación no había llegado tan lejos como la mía, pero presentía que el lugar tenía algo de raro por su po­tencial para la imaginación y que merecía ser tenido en cuenta como inspiración en el terreno de lo grotesco y lo macabro. Por mi parte estaba dispuesto a tomar todo el asunto con gran seriedad y empecé inmediatamente no sólo a revisar las pruebas, sino a acumular tantos datos como pudiera reunir. Hablé muchas veces con Archer Harris, el anciano propietario de la casa, antes que muriera en 1916, y obtuve de él y de su hermana soltera todavía viva, una auténtica corroboración de todos los datos que mi tío había reunido acerca de la familia. Pero cuando les pregunté qué relación pudo tener la casa con Francia o con su lengua, se confesaron tan desconcertados e igno­rantes respecto a ese asunto, como yo. Archer nada sabía, y lo único que pudo decir su hermana era que posible­mente su abuelo, Dutee Harris, había oído hablar de algo capaz de arrojar alguna luz sobre el tema. El viejo ma­rino, que sobrevivió dos años a su hijo muerto en la guerra, no conoció por si mismo la leyenda, pero recor­daba que su primera niñera, la anciana María Robbins, parecía estar vagamente enterada de algo que podía haber dado cierto extraño significado a los desvaríos franceses de Rhoby Harris que tantas veces había oído en los últi­mos días de aquella desgraciada mujer. María había vi­vido en la Casa Maldita desde 1769 hasta que la familia se mudó en 1783 y había visto morir a Mercy Dexter. Una vez le insinuó algo a Dutee, aún niño, sobre un de­talle algo extraño de los últimos momentos de Mercy, pero el chico lo había olvidado todo excepto que se tra­taba de algo raro. La nieta recordaba aquel detalle de un modo confuso. Ni ella ni su hermano estaban tan inte­resados en la casa como Carrington, el hijo de Archer y actual propietario, con quien hablé después de lo que me pasó. Una vez que conseguí de la familia Harris todos los datos que sabían, me dediqué a investigar los antiguos archivos y documentos de la ciudad con más cuidado y minuciosidad que lo había hecho mi tío. Lo que buscaba era una historia completa del solar en que se construyó la casa desde la fundación de la ciudad, ocurrida en 1636, o aun desde tiempos anteriores, si es que podía desenterrar alguna leyenda de los indios Narragansett con el fin de obtener los datos. Encontré, para empezar, que aquellos terrenos formaron parte de una larga franja de tierra otorgada originalmente a John Throckmorton, una de las muchas similares que comenzaban en Town Street, junto al río, y se extendían sobre la colina hasta un lu­gar que coincidía aproximadatnente con la de la moderna Hope Street. La propiedad de Throckmorton, naturalmen­te, se había subdividido posteriormente, y dediqué mu­cho tiempo y trabajo a investigar qué había sido de aquella parte por la que luego correría Back o Benefit Street. Parece, según rumores, que había sido el cementerio de los Throckmorton, pero cuando estudié más cuidadosamente los documentos, descubrí que todas las tumbas habían sido trasladadas en una fecha anterior al Cemente­rio del Norte, situado en la Pawtucket West Road. Y de pronto encontré, por pura casualidad, pues no estaba en los legajos principales y muy bien pudo pasar­me inadvertido, algo que me emocionó profundamente, pues encajaba con algunos de los aspectos más extraños del caso. Era un documento de arrendamiento de 1697, relativo a un pequeño trozo de tierra, y otorgado a un tal Etienne Roulet y a su esposa. Al fin había aparecido el elemento francés, y también otro más profundamente horripilante que el nombre evocó extrayéndolo de mis insólitas y heterogéneas lecturas, lo que me llevó a estu­diar febrilmente el plano del lugar tal como había sido antes del trazado de la Back Street entre 1747 y 1758. Encontré lo que a medias esperaba; en el solar donde se alzaba ahora la Casa Maldita, detrás de una casita de planta baja, los Roulets habían enterrado a sus muertos, sin que existiera constancia de ningún traslado de tum­bas. El documento terminaba de un modo confuso y tuve que buscar en los archivos de la Sociedad Histórica de Rhode Island y en la Biblioteca Shepley hasta encontrar una referencia local al nombre de Etienne Roulet. Por fin encontré algo y de tan vago y monstruoso significado que decidí investigar inmediatamente el sótano de la Casa Maldita con una nueva y emocionada minuciosidad. Al parecer, los Roulets llegaron en 1696 de East Green­wich a la costa occidental de la bahía de Narragansett. Eran hugonotes procedentes de Caude, y habían tropeza­do con una fuerte oposición antes de que se les permitiera instalarse en Providence. La impopularidad les ha­bía acosado en East Greenwich, a donde llegaron en 1686 después de la revocación del Edicto de Nantes, y decían las malas lenguas que la ojeriza procedía de algo más que de los prejuicios raciales o nacionales, o de las rencillas sobre tierras que afectaron a otros colonizadores france­ses que disputaron con los ingleses, rencillas que ni si­quiera el gobernador Andros pudo apaciguar. Pero su ardiente protestantismo —demasiado ardiente, según algunos— y su manifiesta aflicción cuando los echaron del pueblo hizo que les concedieran refugio; y el aceitunado Etienne Roulet, menos ducho en faenas agrícolas que en leer extraños libros y dibujar raros diagramas, logró que le dieran un puesto de oficinista en el muelle de Pardon Tillinghast, en el extremo sur de Town Street. Pero tuvo lugar un alboroto de alg4ti tipo, tal vez cuarenta años más tarde, después de la muerte del viejo Roulet, y nadie parecía haber vuelto a oír hablar de la familia desde entonces. Al parecer, durante más de un siglo se recordó bien a los Roulet, y se habló frecuentemente de ellos como protagonistas de incidentes ocurridos en la vida apacible del puerto de Nueva Inglaterra. Paul, e1 hijo de Etienne, muchacho taciturno cuya conducta impredecible probable­mente había provocado el escándalo que hizo desaparecer a la familia, fue especialmente motivo de conjeturas; y aunque Providence no compartió nunca los temores a la brujería de sus vecinos puritanos, insinuaban las viejas comadres que las plegarias de Paul no eran proferidas en el momento adecuado ni dirigidas a quien debían dirigirse. Todo esto constituyó la base de la leyenda conocida por la anciana María Robbins. La relación que pudiera tener con los desvarjos en francés de Rhoby Harris y de otros habitantes de la Casa Maldita, sólo podrían deter­minarlo la imaginación o algún descubrimiento futuro. Me pregunté cuántos de los que habían conocido las le­yendas habían sabido de aquel eslabón más con lo terri­ble, que mis extensas lecturas me permitieron descubrir; un dato significativo encontrado en los anales del horror morboso y que habla de Jacques Roulet, de Caude, con­denado en 1598 a morir en la hoguera por demoníaco, salvado luego de las llamas por el Parlament de París y encerrado en un manicomio. Fue encontrado en un bos­que cubierto de sangre y de jirones de carne, poco des­pués de que una pareja de lobos dieran muerte a un mu­chacho y lo despedazaran. Se había visto escapar ileso a uno de los lobos. Sin duda una bonita historia para escucharla al lado de la chimenea, con un nombre y un lugar extrañamente significativos, pero llegué a la conclu­sión de que no era posible que los chismosos de Provi­dence en general pudieran conocerla. De haberse sabido, la coincidencia de los nombres hubiera provocado accio­nes drásticas inducidas por el miedo, aunque, ¿no pudo haber sido su difusión, aunque entre susurros, la causa del alboroto final que hizo desaparecer a los Roulet de la ciudad? Comencé a visitar el lugar maldito con creciente frecuencia, a estudiar la malsana vegetación del jardín, a exa­minar todas las paredes de la casa y a revisar, pulgada a pulgada, el suelo de tierra del sótano. Finalmente, con permiso de Carrington Harris, me procuré una llave para la puerta del sótano que había dejado de usarse y que daba directamente a Benefit Street, pues prefería tener una salida más directa al exterior que la que brindaban las oscuras escaleras, el vestíbulo del piso bajo y la puerta principal. Allí, donde lo morboso acechaba en cada rin­cón, investigué y hurgué en los largos atardeceres en que el sol se filtraba por la puerta cubierta de telarañas que quedaba por encima del nivel del piso y que me situaba tan sólo a unos cuantos pies de la apacible acera de la calle. Ninguna novedad premió mi labor, sólo la depri­mente y mohosa humedad y las leves sugerencias de olo­res desagradables y salitrosos perfiles en el suelo, y su­pongo que muchos transeúntes debieron de mirarme con curiosidad a través de los cristales rotos. Finalmente, por una sugerencia de mi tío, decidí convertir en nocturnas mis visitas, y una noche de tormenta guié el rayo de luz de una linterna eléctrica por el suelo rezumante en que se dibujaban extrañas siluetas y en el que brotaban hongos semifosforescentes. El lugar me ha­bía deprimido curiosamente aquella tarde, y casi estaba preparado cuando vi —o creí ver— entre los blanqueci­nos sedimentos la silueta especialmente definida de la «sombra encorvada» que había imaginado desde mucha­cho. Su claridad era asombrosa y sin precedentes, y mien­tras la observaba creí ver de nuevo el tenue y tembloroso hálito amarillento que me había asustado una tarde llu­viosa. hacía muchos años. Se elevó por encima de la mancha antropomórfica de moho que había junto a la chimenea: era un vapor su­til, malsano, casi luminoso que mientras flotaba temblo­roso en el aire húmedo parecía adoptar una forma vaga, incierta y maligna, para luego disiparse gradualmente en una desvaída nube subiendo a través de la oscuridad de la gran chimenea y dejando un repulsivo hedor a su paso. Fue en verdad horrible, y mucho más para mí, por lo que sabía del lugar. Negándome a huir, lo contemplé hasta que se desvaneció, y mientras lo miraba sentí que también aquello me observaba ávidamente con ojos más imaginables que visibles. Cuando se lo conté a mi tío le impresionó profundamente, y después de una hora de reflexión, tomó una decisión definitiva y drástica. Sopesando mentalmente la importancia de la cuestión, y el signifi­cado de nuestra relación con ella, insistió en que ambos debíamos probar, y si era posible destruir, el misterioso horror de la casa dedicándonos una noche, o varias, a vigilar juntos, dispuestos a actuar violentamente en aquella bodega mohosa y apestada de los hongos. IV. El miércoles, 25 de junio de 1919, después de infor­mar debidamente a Carrington Harris, aunque sin comu­nicarle lo que esperábamos encontrar, mi tío y yo lleva­mos a la Casa Maldita dos hamacas y un catre de campaña plegables junto con unos aparatos científicos de gran peso y complejidad. Pusimos todo en el sótano durante el día y tapamos las ventanas con papel, con la intención de volver por la noche para nuestra primera guardia. Habíamos cerrado con llave la puerta del sótano que llevaba al piso bajo, y dado que teníamos llave para la puerta que daba a la calle, estábamos dispuestos a dejar allí los costosos y delicados aparatos, conseguidos en secreto y a un elevado precio, tantos días como fuera necesario. Nuestro plan era permanecer despiertos hasta muy tarde y vigilar luego por turno durante guardias de dos horas; yo me encargaría de la primera y mi compañero de la segunda; el que quedara libre descansaría en el catre. Mi tío asumió la dirección de nuestra aventura y consiguió los instrumentos en los laboratorios de la Univer­sidad de Brown y en la Armería de Cranston Street, po­niendo de manifiesto la gran vitalidad y resistencia de que disfrutaba a sus ochenta y un años. Elihu Whipple había vivido de acuerdo con las leyes higiénicas que había predicado como médico, y de no haber sido por lo que luego ocurrió, aún estaría entre nosotros lleno de vigor. Sólo dos personas saben o sospechan lo que ocurrió: Carrington Harris y yo. Tuve que contárselo a Harris porque era el propietario de la casa y merecía saber lo que había salido de ella. Además, habíamos hablado con él antes de iniciar nuestras investigaciones, y, al produ­cirse la desaparición de, mi tío, supe que sabría compren­der y ayudarme a dar unas explicaciones públicas vitales y necesarias. Palideció al oírme, pero aceptó ayudarme y decidió que ya no habría peligro en alquilar la casa. Decir que no estábamos nerviosos en aquella lluviosa noche de vigilancia sería faltar a la verdad. Ninguno de los dos éramos, como he dicho, supersticiosos, pero el estudio científico y la reflexión nos habían enseñado que el conocido universo de tres dimensiones abarca una mínima parte de la sustancia y energía del cosmos total. En aquel caso, existían numerosas pruebas auténticas de la existencia de fuerzas dotadas de un gran poder y, desde el punto de Vista humano, de una excepcional maldad. Afirmar que creíamos realmente en vampiros o en hombres-lobo no sería exacto. Más bien puede decirse que no estábamos dispuestos a negar la posibilidad de ciertas mo­dificaciones anormales y sin clasificar de la energía vital y la materia diluida, existentes con poca frecuencia en el espacio tridimensional a causa de su más íntima rela­ción con otras unidades espaciales, pero lo suficientemente próximas a la nuestra como para manifestarse ocasional­mente en formas que, por faltarnos una perspectiva ade­cuada, escapan a nuestra comprensión. En resumen, creíamos mi tío y yo que una incontro­vertible serie de factores indicaban la existencia de un influjo persistente en la Casa Maldita que se remontaba a uno u otro de los colonos franceses de hacía dos siglos y que seguía actuando según insólitas y desconocidas le­yes del movimiento atómico y electrónico. La historia de la familia Roulet parecía demostrar que sus miembros ha­bían poseído una anormal afinidad con círculos de enti­dades exteriores, de esferas oscuras que sólo inspiran re­pulsión y terror a las personas normales. ¿No habrían puesto en movimiento los alborotos de la década de 1730 ciertas configuraciones cinéticas en el morboso cerebro de alguno de sus miembros —especialmente en el del si­niestro Paul Roulet— que habrían sobrevivido misterio­samente a los cuerpos asesinados y continuado funcionan­do en algún espacio multidimensional con las fuerzas originales impulsadas por un odio frenético de la comu­nidad invadida? Indudablemente, esto no sería una imposibilidad física o bioquímica a la luz de la ciencia moderna que incluye la teoría de la relatividad y de la acción intraatómica. Es fácil imaginar un núcleo extraño de sustancia o energía, carente o no de forma, mantenido vivo por sustracciones imperceptibles o inmateriales de fuerza vital, o de tejidos corporales y fluidos de otros seres vivos más palpables en los cuales penetra y con cuyos tejidos llega incluso a confundirse. Puede ser hostil de manera activa, u obedecer sencillamente a impulsos ciegos de conservación. En cualquier caso, semejante monstruo ha de ser forzosamen­te, en nuestro esquema vital una anomalía y un intruso, y su eliminación es deber primordial de todo hombre que no sea enemigo de la vida la salud, y la cordura del mundo. Lo que nos desconcertaba era nuestra completa ignorancia de la apariencia bajo la cual podíamos encontrar aquello Ninguna persona cuerda lo había visto, y pocas lo habían sentido de manera concreta. Podía ser energía pura —una forma etérea y “ajena al reino de la sustan­cia—, o podía ser parcialmente material, una masa desconocida y ambigua de plasticidad, capaz de transformarse a voluntad en una nebulosa aproximación de un estado sólido, liquido, gaseoso o a cualquier otro estado tenua­mente carente de partículas. La mancha antropomórfica de mohoso salitre del suelo, la configuración o silueta del amarillento vapor y la curvatura de las raíces en algunas de las antiguas leyendas, tendían a confirmar por lo me­nos una remota y recordada conexión con la forma hu­mana; pero nadie podía saber con certeza hasta qué punto era representativa o permanente aquella similitud. Disponíamos de dos armas para combatirlo: una válvula Crookes de rayos catódicos de considerable tamaño, espe­cialmente equipada y alimentada por potentes acumu­ladores, con pantallas y reflectores especiales por si la cosa era intangible y sólo podía ser destruida, con radia­ciones de éter de gran intensidad, y un par de lanzallamas militares de los que habían sido utilizados en la Guerra Mundial, por si era parcialmente materia y susceptible de destrucción mecánica, pues, al. igual que los supersti­ciosos labriegos de Exeter, estábamos dispuestos a que­marle el corazón, si había algún corazón que quemar. Todo este equipo de agresión quedó instalado en el sótano en lugares cuidadosamente dispuestos con relación al ca­tre y a las sillas y a la zona delante de la chimenea donde el moho había tomado extrañas formas. Esa incitante man­cha, dicho sea de paso, era sólo levemente visible cuando instalamos el catre, las sillas y los instrumentos, y cuando regresamos por la noche para iniciar la vigilancia. Por un momento dudé haberla visto alguna vez dibujada con ma­yor firmeza, pero entonces recordé las leyendas. Nuestra guardia en el sótano comenzó a las diez de la noche, y discurrió sin que el transcurso de las horas aportara ninguna novedad. El débil resplandor que se filtraba hasta el sótano procedente de las farolas de la calle azo­tadas por la lluvia y la tenue fosforescencia de los detes­tables hongos nos permitían ver la humedad de la pared de piedra, de la que había desaparecido todo vestigio del enjalbegado original; el suelo de tierra cubierto en parte de verdín y de repulsivos hongos; los restos podridos de las que fueron mesas, banquetas y sillas, y otros muebles no identificables; los gruesos maderos del piso superior y las grandes vigas del techo; la desvencijada puerta de tablones que conducía a cuartuchos y salas situados bajo otros aposentos de la casa; la escalera de piedra medio desmoronada con su estropeado pasamanos de madera; la tosca chimenea de ladrillos ennegrecidos en la que unos herrumbosos trozos de hierro recordaban que allí hubo en otros tiempos trébedes, morillos, espetones, aguilones y otros adminículos del cocinero cuyos nombres han caído casi en el olvido, así como la puerta del horno de ladrillo y la pesada e intrincada maquinaria destructiva que había­mos llevado. Como en mis anteriores exploraciones, habíamos dejado abierta la puerta que daba a la calle, para tener una vía de escape práctica y directa en el caso de que tuviéramos que enfrentarnos con manifestaciones imposibles de dominar. Pensábamos que nuestra larga presencia nocturna atraería a cualquier ente maligno que allí acechara; y que, estando preparados, podríamos eliminarlo con alguno de los medios de que disponíamos, después de haberlo reco­nocido y observado suficientemente. No teníamos la me­nor idea del tiempo que exigiría evocar y destruir la cosa. Sabíamos, desde luego, que la aventura era arriesgada, ya que no podíamos intuir la fuerza con que se manifes­taría el fenómeno. Pero pensábamos que el juego valía la pena y lo emprendimos solos y sin vacilar, compren­diendo que buscar ayuda sólo nos expondría al ridículo y tal vez condujera al fracaso de nuestros planes. Ese era nuestro estado de ánimo mientras charlábamos, avanzada la noche, hasta que el aire soñoliento de mi tío me re­cordó que había llegado el momento de que fuera a des­cansar un par de horas. Algo semejante al miedo me heló el corazón cuando quedé allí sentado en la madrugada y sin compañía, y digo sin compañía porque quien permanece junto a una per­sona dormida está verdaderamente solo, tal vez más solo de lo que pueda imaginar. Mi tío respiraba pesadamente, el rumor de la lluvia acompañaba sus aspiraciones pun­teadas por otro sonido de agua que goteaba en el interior de la casa, porque ésta era muy húmeda aún en tiempo seco y con aquella tormenta parecía un pantano. Me puse a mirar detenidamente la vieja mampostería de las pare­des a la luz de los hongos y de los débiles reflejos que se filtraban por las persianas; en una ocasión, cuando aquel ruido estaba a punto de hacerme perder la paciencia, abrí la puerta y miré arriba y abajo de la calle alegrando mis ojos con cosas conocidas y también el olfato con el aire puro y saludable. Pero no sucedió nada que recom­pensara mi vigilancia y bostecé repetidamente mientras la fatiga comenzaba a predominar sobre el temor. Luego, el oír a mi tío moverse en sueños, atrajo mi atención. Durante la última mitad de la primera hora se había movido varias veces, intranquilo, pero ahora estaba respirando con anormal irregularidad, suspirando a veces quejosamente. Lo enfoqué con mi linterna eléctrica y lo vi con la cara vuelta hacia atrás, por lo que me levanté y crucé hasta el otro lado del catre y lo enfoqué nuevamente para ver si parecía tener algún dolor. Vi algo que me. alarmó de forma sorprendente, teniendo en cuenta su relativa nimiedad. Debió ser, sencillamente, la asociación de una circunstancia poco frecuente con la siniestra na­turaleza del lugar en que nos encontrábamos y la índole de nuestra misión, ya que la situación en sí no tenía nada de espantoso ni de anormal. Simplemente, la expre­sión del rostro de mi tío, perturbado por los sueños ex­traños que nuestra situación provocaba, revelaba una gran agitación y no parecía ser propia de él. Su expresión ha­bitual era apacible y tranquila, mientras que ahora parecían luchar dentro de él diversas emociones. Creo que lo que me inquietó principalmente fue esa variedad. Mi tío, mientras jadeaba y se movía con creciente inquietud y con ojos que había empezado a abrir, no parecía uno, sino muchos hombres, y daba la curiosa sensación de extrañamiento de sí mismo. De repente, comenzó a murmurar, y no me gustó el aspecto de su boca y de sus dientes mientras hablaba. Al principio no pude entender las palabras que decía, pero luego mi asombro fue muy grande cuando reconocí en ellas algo que me dejó helado hasta que recordé la gran cul­tura de mi tío y las interminables traducciones que había hecho de artículos de antropología y temas de la antigüe­dad para la Revue des Deux Mondes. Pues el respetable doctor Whipple estaba murmurando en francés, y las po­cas frases que pude captar parecían estar relacionadas con los más oscuros mitos que había adaptado de la famosa revista de París. De pronto, la frente de mi tío se mojó de sudor y él se incorporó bruscamente, medio despierto. Dejó de murmurar en francés para dar un grito en inglés, y exclamó en tono angustiado: —¡Mi aliento..., mi aliento! Despertó por completo y, recobrando su rostro la expresión normal, tomó mi mano y comenzó a relatarme un sueño cuyo espantoso significado sólo pude intuir con asombro. Dijo que había pasado flotando desde una serie co­rriente de escenas soñadas a otra cuya rareza no podía relacionarse con nada que hubiera leído. Era de este mundo, y, sin embargo, ajena a él, una oscura confusión geo­métrica en la cual podían verse elementos de cosas fami­liares en las más anormales e inquietantes combinaciones. Se advertía una sugerencia de imágenes extrañamente des­ordenadas superpuestas unas a otras; una perspectiva en la que lo esencial del tiempo, y también del espacio, pa­recía disuelto y mezclado de la manera más ilógica. En esta caleidoscópica vorágine de imágenes fantasmales ha­bía instantáneas ocasionales, si puede emplearse esta pala­bra, de singular claridad, pero de inexplicable heteroge­neidad. En un momento mi tío creyó yacer en una fosa recién abierta, mientras una multitud de rostros con alborotados rizos y sombreros tricornios lo miraban ceñudos desde lo alto. En otro momento le pareció estar dentro de una casa, aparentemente antigua; cuyos habitantes y detalles cambiaban continuamente y no podía recordar los rostros ni los muebles, ni siquiera la habitación, dado que puertas y ventanas cambiaban de forma y posición con la mis­ma volubilidad que los demás objetos. Lo más raro, y mi tío se refirió a ello en el tono de quien no espera que le crean, era que muchos de los extraños rostros que había entrevisto en sueños tenían indudablemente los rasgos de la familia Harris. Y todo el tiempo tuvo la sensación personal de ahogo, como si algo de naturaleza penetrante se hubiera esparcido por todo su cuerpo y estuviese tra­tando de adueñarse de sus funciones vitales. Me estremecí al pensar en esos procesos vitales, desgastados por ochen­ta y un años de trabajo continuo, luchando contra fuerzas desconocidas de las que un organismo más joven y ro­busto huiría con temor; pero al cabo de un momento me dije que los sueños sólo son sueños y que aquellas tur­badoras visiones no eran, a lo sumo, más, que la reacción de mi tío a las investigaciones y esperanzas que habían llenado nuestras mentes, con exclusión de cualquier otra idea. La conversación contribuyó también a disipar mi sensación de rareza, y no tardé en rendirme a los bostezos, con lo cual aproveché mi turno para dormir. Mi tío pa­recía ahora muy despierto y se alegró que le hubiera lle­gado el turno de vigilar, aunque la pesadilla lo había despertado mucho antes de las dos horas de descanso que le correspondían. Pronto me dormí e inmediatamente me vi acosado por sueños de la más inquietante naturaleza. En mis visiones experimenté una soledad cósmica y abismal, que la hostilidad me acosaba desde todos los rincones de alguna prisión en que me hallaba encerrado. Me pare­ció estar atado y amordazado, atormentado por los reso­nantes gritos de multitudes lejanas, sedientas de mi san­gre. Se me presentó el rostro de mi tío con expresión menos placentera que la que tenía cuando lo veía despier­to, y recuerdo mis inútiles tentativas de gritar. No fue un reposo agradable, y por un instante no lamenté el alarido que atravesó las barreras del sueño y me dejó en una penetrante y sorprendida vigilia, en la que cada ob­jeto que tenía a la vista se destacaba con una nitidez y realidad superiores a lo natural. V. Había estado echado de espaldas a mi tío, por lo que al despertar bruscamente sólo vi la puerta que daba a la calle, la ventana que quedaba más hacia el Norte y la pared, la parte del suelo y el techo del norte de la habitación, todo ello fotografiado con mórbida inmediatez en mi cerebro y con una luz más brillante que la de los hon­gos o la que llegaba desde la calle. No era una luz intensa, ni mucho menos, ni siquiera suficiente para leer un libro corriente. Pero proyectaba la sombra de mi cuerpo y de la cama sobre el suelo y tenía una fuerza penetrante y amarillenta que sugería las cosas con más fuerza que la misma luminosidad. Percibí esto claramente, aunque dos de mis sentidos estaban violentamente trastornados. Pues resonaba en mis oídos el eco de aquel grito escalofriante, en tanto que asqueaba mi olfato el hedor que llenaba el lugar. Mi mente, tan alerta como mis sentidos, reconoció lo anormal; y casi automáticamente salté de la cama y me volví para coger los instrumentos de destrucción que habíamos dejado instalados sobre la mancha de humedad, delante de la chimenea. Mientras me volvía, temía lo peor, ya que el grito lo había proferido la voz de mi tío e ignoraba contra qué amenaza tendría que defenderle y defenderme. Pero lo que vi fue peor de lo que había imaginado. Hay horrores que son más que horrendos, y aquél era uno de esos núcleos de- horror de las pesadillas que conden­saba todo el espanto que el cosmos reserva para fulminar a unos cuantos seres malditos y desgraciados. De la tierra apestada por los hongos, brotaba una luz vaporosa, amarillenta, malsana y cadavérica que se elevaba hasta tomar una vaga forma gigantesca de incierta silueta humana mi­tad hombre y mitad monstruo, a través de la cual pude ver la campana y el hogar de la chimenea que quedaban detrás. Era todo ojos —lupinos y burlones— y la rugo­sa cabeza como de insecto se desvanecía en lo alto en una tenue neblina que se enroscaba horriblemente y acababa por desaparecer por la chimenea. Digo que vi aquello, pero sólo he conseguido rastrear su abominable tentativa de forma a través del recuerdo consciente. Entonces no tuvo para mí sino el aspecto de una nube en aparente ebullición, ligeramente fosforescente, de repugnante fun­gosidad, que rodeaba y disolvía en horrible plasticidad el único objeto en el cual se concentraba mi atención. Ese objeto era el venerado Elihu Whipple, que con el rostro ennegrecido y las facciones desfiguradas me miraba des­caradamente y murmuraba palabras incomprensibles en tanto que procuraba alcanzarme con unas garras goteantes para despedazarme con la furia que aquel horror le había inculcado. Tan sólo la rutina me salvó de la locura. Me había preparado para el momento decisivo y este entrenamiento ciego fue lo que me ayudó. Comprendiendo que aquel burbujeante maleficio no era de sustancia vulnerable para la fuerza física o la química, hice caso omiso del lanzallamas que estaba a mi izquierda, conecté la corriente de la válvula catódica y lo enfoqué hacia aquella escena blas­fema lanzando contra ella las más potentes radiaciones de éter que el artificio humano puede extraer del espacio y las corrientes de la naturaleza. Se produjo una neblina azulada y un frenético chisporroteo, y la fosforescencia amarilla perdió luminosidad. Pero me di cuenta de que la pérdida de luz era solamente efecto del contraste y que las ondas del aparato eran absolutamente ineficaces. Entonces, en medio de aquel demoníaco espectáculo, vi un nuevo horror que me lanzó vacilante y tembloroso hacia la puerta no cerrada con llave que se abría a la calle tranquila, sin cuidarme de los anómalos horrores que desataba sobre el mundo, ni lo que los hombres pudieran pensar y juzgar de mi conducta. En aquella mezcla de penumbra azulada y amarillenta, la silueta de mi tío había comenzado una nauseabunda licuefacción cuya esencia re­sulta imposible de describir, y en el curso de la cual se producían en su rostro unos cambios de identidad que sólo la locura puede concebir. Era simultáneamente un demonio y una multitud, un matadero y una procesión. Ilumi­nada por aquella luz híbrida e incierta, la cara de gelatina se trasmutaba y adquiría una docena, una veintena, un centenar de aspectos; y con una mueca fue cayendo al suelo coronando un cuerpo que se derretía como si fuera de sebo y presentando en caricatura las facciones de le­giones de seres que eran y no eran desconocidos. Vi las facciones de la estirpe de los Harris, varones y mujeres, adultos y niños y otros rostros viejos y jóvenes, bastos y refinados, familiares y desconocidos. Durante un segundo apareció una imitación envilecida de una miniatura de la pobre Rhoby Harris que había visto en el Museo, de la Escuela de Dibujo, y otra vez me pareció ver la huesuda imagen de Mercy Dexter, tal como la recordaba en un cuadro que había en la casa de Carrington Harris. Aquello sobrepasaba en horror todo lo imagina­ble. Hacia el final, cuando una extraña mezcla de faccio­nes de sirvientes y niños pequeños titilaba cerca del suelo sobre el que prosperaban los hongos, tuve la impresión que los distintos rostros luchaban entre sí y procuraban formar unos rasgos semejantes a los del bondadoso ros­tro de mi tío. Me gusta pensar que él existió en aquel momento y que trató de decirme adiós. Creo que de mi seca garganta salió un gemido de despedida en el momen­to en que salía tropezando a la calle; un hilillo de grasa me siguió por la puerta hasta la acera empapada por la lluvia. El resto es sombrío y monstruoso. En la calle mojada no había nadie y no había en todo el mundo una sola persona con la cual me hubiera atrevido a hablar. Anduve sin rumbo, pasé por College Hill y ante el Athenaeum, bajé por Hopkins Street y crucé el puente que lleva a la parte más animada de la ciudad, en donde los elevados edificios parecían protegerme, como las cosas materiales modernas protegen al mundo contra los antiguos y maléficos prodigios. Luego, la aurora gris rompió. húmedamente por el Este, recortando la silueta de la loma ar­caica y los venerables campanarios que sobre ella se alza­ban, atrayéndome al lugar en donde mi terrible tarea estaba sin acabar. Finalmente, mojado, sin sombrero, ofus­cado por la luminosidad de la mañana, entré por la puerta tremenda de Benefit Street que había dejado entreabierta y que todavía se mecía misteriosamente a la vista de la gente madrugadora con la que no me atreví a hablar. Había desaparecido la grasa, pues el mohoso suelo era poroso. Y delante de la chimenea no quedaba vestigio de la gigantesca forma de salitre doblada sobre sí misma. Vi la cama, las sillas, los instrumentos, mi sombrero abandonado y el de paja amarillenta de mi tío. Me dominaba la incertidumbre y apenas podía recordar lo que era sueño y lo que era realidad. Luego, poco a poco, fue recobrando el sentido y supe que había presenciado cosas más espan­tosas que las que había soñado. Me senté y traté de con­jeturar en la medida en que la razón me lo permitió, qué había acontecido y cómo podría acabar con el horror, si en realidad había existido. No parecía ser algo material, ni etéreo, ni ninguna otra cosa concebible por una mente mortal.’ ¿Qué podía ser, pues, sino alguna emanación exó­tica? ¿Algún vapor vampiresco como el que la gente rús­tica de Exeter dice que flota sobre algunos cementerios? Pensé que aquélla era la clave, y volví a mirar el suelo en donde hongos y salitre habían tomado extrañas formas. Al cabo de diez minutos ya había decidido. Cogiendo mi sombrero, me marché a casa, me bañé, comí y encargué por teléfono un pico, una pala, una máscara antigás y seis garrafones de ácido sulfúrico, todo lo cual deberían entre­garme a la mañana siguiente en la puerta del sótano de la Casa Maldita de Benefit Street. Después traté de dor­mir, pero, al no conseguirlo, pasé, las horas leyendo y componiendo versos anodinos para serenarme. A las once de la mañana del día siguiente comencé a cavar, Hacía un tiempo soleado, y lo celebré. Seguía solo, ya que por mucho temor que me inspirara el horror desconocido, temía más a la idea de contarle a alguien lo sucedido. Posteriormente le revelé todo a Harris, por pura necesidad y porque él había oído ya algunas antiguas leyendas que podían predisponerle a la credulidad. Al revolver la negra tierra delante de la chimenea, la pala hizo fluir de los blancos hongos un viscoso zumo amarillo, y yo temblé por lo que podría descubrir. Algunos secretos del interior de la tierra no son buenos para el género hu­mano y aquél me parecía uno de ellos. Me temblaban las manos perceptiblemente, pero no por eso dejé de cavar; y al cabo de un rato lo hacía dentro de la gran fosa que había abierto. A medida que el agu­jero se hacia más hondo —tenía ya alrededor de seis pies cuadrados—, el nauseabundo olor aumentaba y no dudé más de mi inminente contacto con la cosa infernal cuyas emanaciones habían embrujado la casa durante más de un siglo y medio. Me pregunté qué aspecto tendría, cua­les serían su forma y sustancia y qué tamaño habría co­brado al cabo de tantos años de alimentarse chupando vidas ajenas. Finalmente, salí del agujero, esparcí la tierra amontonada, y luego dispuse los garrafones de ácido alre­dedor de dos de los bordes, de modo que cuando fuera necesario pudiera vaciarlos todos rápidamente en la fosa. Después de eso eché tierra sobre los otros dos lados ca­vando más lentamente y colocándome la máscara antigás cuando el olor aumentó. Me encontraba casi acobardado por la proximidad de un algo sin nombre que tal vez en­contrara en el fondo de la fosa. De pronto la pala chocó contra algo más blando que la tierra. Me estremecí y me dispuse a salir del agujero, en el cual estaba ahora hundido hasta el cuello. Pero recobré el valor, y seguí sacando tierra a la luz de la lin­terna eléctrica que había llevado conmigo. La superficie que descubrí era semitraslúcida y vidriosa, una especie de gelatina congelada y semiputrefacta. Seguí quitando tierra y vi que tenía forma. Había una grieta sobre la cual se doblaba parte de aquella sustancia. Lo que quedó a la vista era aproximadamente cilíndrico; algo semejante a un gigantesco tubo de chimenea doblado cuya parte más grue­sa mediría dos pies de diámetro. Excavé un poco más y luego salí bruscamente del agujero para apartarme de tan repugnante hallazgo. Destapé frenéticamente los pe­sados garrafones y vertí el corrosivo contenido uno y otro en aquella fosa sepulcral y sobre aquella increíble anormalidad cuyo gigantesco codo había visto. El cegador torbellino de vapores amarillo-­verdosos que ascendió tempestuosamente de la fosa cuando cayó el torrente de ácido, nunca se borrará de mi memoria. La gente de toda aquella colina habla del «día amarillo», en que unos vapores virulentos y horribles se elevaron desde el montón de residuos vertidos por una fábrica en el río Providence, pero yo sé lo muy equivocados que están en cuanto al origen. También hablan del espantoso rugido que brotó al mismo tiempo de alguna cañería subterránea de gas o de agua, y de nuevo podría corregirles si me atreviera. Fue algo impresionante y no comprendo cómo estoy vivo después de haber pasado por aquella experien­cia. Tras vaciar el cuarto garrafón, que tuve que utilizar cuando las emanaciones habían empezado a filtrarse por la máscara, me desmayé, pero cuando me recuperé, vi que ya no salían más vapores de la fosa. Vacié los otros dos sin ningún resultado concreto, y, al cabo de un rato, me pareció que ya no había peligro en volver a rellenar la fosa. cuando terminé mi tarea empezaba a anochecer, pero el miedo había desaparecido del lugar. La humedad era menos fétida y los extraños hongos se habían marchitado, convirtiéndose en un polvo grisáceo que se esparcía como ceniza por el suelo. Uno de los terrores más ocultos de la tierra había desaparecido para siempre, y si hay infierno, al fin había ido a parar a él el alma diabólica de un ser maldito. Cuando apisoné la última paletada de tierra mohosa, derramé la primera lágrima de las muchas que he vertido en sincero homenaje a la memoria de mi querido tío. A la primavera siguiente ya no brotó una hierba páli­da, ni creció cizaña de desconocida especie, en el jardín escalonado de la Casa Maldita, y poco después Carrington Harris alquiló su propiedad. Todavía tiene un aspecto fantasmal pero su peculiaridad me subyuga y sentiré ali­vio, mezclado con una pena extraña, cuando la derriben para convertirla en un vulgar edificio de apartamentos o en una deslucida tienda. Los estériles árboles del jardín han comenzado a dar unas manzanitas dulces, y el año pasado anidaron los pájaros en sus nudosas ramas. Howard Phillip Lovecraft (1890-1937) 👌📖📚
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acero-americano · 7 years
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Pittsburgh Steelers y su primer día de agencia libre 2017
Pues bueno, se ha ido el primer día de la agencia libre del 2017 en la NFL. Estas fechas, tan esperadas para todos los que disfrutamos del hermoso deporte del football, nos brinda sorpresas de todo tipo y para todos los tipos de aficionados. Con mis Steelers, no puede ser la excepción. Es bien sabido para todos aquellos que seguimos al equipo aurinegro, que históricamente Pittsburgh no es una franquicia que se caracterice por apostar en la agencia libre su base de éxito. Salvo contadas excepciones, Pittsburgh ha forjado su historia en sus selecciones colegiales. Y este año no iba a ser la excepción. ¿Por qué el antecedente? Bueno, pues sucede que leí y recibí diversas opiniones (todas muy respetables, sean o no compartidas por quien escribe), relacionadas a la apatía del Gerente General del equipo, Kevin Colbert, para traer un refuerzo importante a Pittsburgh. Insisto, respetando sobremanera cada una de las opiniones, la agencia libre no es la base del éxito con Steelers. Y agregaría: fue apenas el primer día, caray. Es complicado, pero hay que tener un poco de paciencia y controlar la ansiedad. Ahora bien, lo que si resulta innegable, es que hay áreas vitales que deben apuntalarse este año, con miras a que el equipo sea un real contendiente para levantar el Trofeo Lombardi; para que sea un equipo que esté a la par (deportiva y mentalmente) de los Patriots, que, guste o no, han dado muestra de consistencia en la Conferencia Americana. Y esas áreas vitales, se deben fortalecer en la agencia libre y/o en el próximo draft del mes siguiente. Habrá debate sobre las necesidades del equipo, pero personalmente siento que hay dos que sobresalen de entre todas: el perímetro, concretamente en la posición de cornerback y linebacker externo. Artie Burns ya demostró en su temporada de novato buenos números. El cornerback egresado de Miami participó en los 16 juegos de la campaña anterior (09 de ellos como titular), tuvo 65 tackles (52 en solitario y 13 asistido), con 13 pases defendidos y 03 intercepciones. Nada mal para la primera selección del Draft 2016, que arrancó nervioso y muchas veces presa de la ansiedad, pero que poco a poco fue subiendo su nivel, particularmente en la segunda mitad de la campaña. El problema fue el otro lado, donde Cockrell tuvo una actuación discreta (comparada a la de la campaña 2015) y William Gay con el tema de la edad y la obvia cuesta descendiente de su carrera, circunstancias que quedaron muy marcadas en el juego de campeonato de la AFC. El otro apartado que requiere, a mi parecer, inmediata atención por el equipo, es la de acompañante de Bud Dupree en el extremo de la línea de linebackers. Dupree ya demostró su calibre y que es dueño de una de las posiciones como outside linebacker, pese a haberse perdido más de media campaña. Regresó en la semana 11 y participó en los 07 juegos finales (04 de ellos como titular), logrando en ese lapso 24 tackles (19 solo y 05 asistido), 4.5 sacks y un fumble forzado. Y del otro lado, es innegable la aportación del eterno referente del equipo, el gran James Harrison, quien en 15 juegos (07 como titular) logró 53 tackles (39 solo y 14 con asistencia), 05 sacks, 01 intercepción y 02 fumbles forzados. Y aún cuando Harrison firmó por dos años más con Steelers y es indudable la referencia que le da al equipo, en mayo próximo llegará a los 39 años y es un hecho que no puede pasarse por alto. Jarvis Jones, tristemente creo ya no tiene cabida en el equipo y con ello se diluye la gran expectativa puesta como primera selección del Draft en 2013. Es un hecho que se necesita quien acompañe a Dupree en el otro extremo de esa línea y que hagan del blitz la más importante pieza de la defensa de acero. Bueno, pero no quiero desviarme del tema principal. En este primer día de agencia libre 2017, y como bien se apuntaba en el Twitter de @Steleers360, Pittsburgh no fue por agentes libres de otros equipos. Ponderó a los de casa y volvió a contratar, por dos años cada uno, a David Johnson (TE) y Landry Jones (QB). En el primer caso, cubren un área en la que Jesse James no hay duda es el dueño de la posición, pero en la que también es claro que se necesita mayor profundidad y un poco de descargo para James, algo que se pensaba existiría con Ladarius Green, pero que lamentablemente no se ha podido asentar dada su recurrente fragilidad en el tema de conmociones. Y bueno, en el caso de Landry Jones, lo cité hace tiempo y sigo en la misma opinión: me hubiera gustado que ya no siguiera en el equipo, pero sabía que no sería así por el simple hecho de que Ben Roethlisberger también se encuentra ya en la etapa final de su gran carrera (sí, no me crucifiquen, hay que ser realistas) y su físico ya resiente notablemente golpes que quizás antaño eran parte de su rol de juego. Lo que sí me sorprendió del tema Landry Jones, es que su recontratación haya sido por dos años. Y más aún, por $4.4 millones de dólares y un bono de $600,000 dólares por firmar el nuevo contrato. Como comentaba hoy con los amigos de Steelers360, si la expectativa fijada en 2013 para Landry Jones como cuarta selección de Draft era la de ser suplente, pues vaya que ha sido un suplente muy caro. Y además, inefectivo. Pero como no soy Gerente General ni me gusta ser de los que no apoyan al equipo en sus decisiones, obviaré mayores comentarios y por el contrario, espero sean decisiones que cumplan con su objetivo en el equipo. La partida de Markus Wheaton duele más en el tema emocional que por lo que venía aportando al equipo. Markus demostró su compromiso y sus ganas, pero lamentablemente no todo puede sostenerse así. La tercera selección de Steelers en 2013 (sí, otro pick de ese año) arrancó bien, incluso como el sucesor de Emmanuel Sanders cuando partió a Denver, pero fue a menos en su productividad, tanto por lesiones como por el ascenso de Martavis Bryant (con todo y sus problemas legales) y recientemente de Sammie Coates. Ojalá le vaya bien a Wheaton en su nueva casa, en la Ciudad de los Vientos, Chicago. Y la otra salida fue la del corredor Karlos Williams, a quien hoy la directiva de Pittsburgh le dio las gracias. Cierto, tenemos a Le´Veon Bell. Cierto, es quizás el más versátil y por ende, quizás también el mejor en su posición en la Liga, pero no por eso se puede creer que por sí sólo, es suficiente. No. Necesita un buen suplente. Y más con la incertidumbre que hay en torno a la continuidad de De´Angelo Williams al equipo (y que aún siendo así, tampoco debe pasar por alto el hecho de que Williams tendrá 34 años en abril). Es una posición delicada y ya vimos que Pittsburgh adquiere otra dimensión, otro plus, cuando Bell juega. Y sus lesiones, provienen por el exceso de veces que se le da el balón por no tener un sustituto de buen calibre. Por eso apremia otro corredor, que francamente no creo llegue de la agencia libre. Mañana, Lawrence Timmons estará conociendo por primera ocasión lo que es la agencia libre, visitando a Miami. Personalmente, y contrario de lo que pensaba con Landry Jones, deseo que escuche ofertas pero que llegue a quedarse con Steelers. Si su aspiración es llegar a otro Super Bowl, creo es con este equipo, con el que lo reclutó como primera selección en 2007. Aunque, lamentablemente creo que las posibilidades de que emigre son mayores. Es un profesional y es comprensible que tenga que ver por su futuro económico también. Y en Pittsburgh, dada su edad (tendrá 31 años en mayo) y que hay buenos prospectos en su posición dentro de la organización (léase Vince Williams, Tyler Matakevich e incluso L.J. Fort), puede que su ciclo con los aurinegros esté más cerca de cerrarse que de extenderse. Veremos. Así las cosas en este primer día de agencia libre 2017 con Steelers. Reitero, seamos pacientes y confiemos en el buen tino de Colbert y compañía en este proceso. Y tampoco desgarremos vestiduras si no hay una contratación mediática o si de plano no hay contratación alguna. En un mes, veremos el real calibre que tendrá el equipo con miras a la campaña de este año. Y agradezco mucho la oportunidad de esta primer participación en Steelers360. Ojalá cumpla con el objetivo de llevar información y opiniones, quizás no las mejores, quizás no las de primicias, pero sí de calidad y con la pasión por el mejor equipo en la NFL: mis Pittsburgh Steelers. Una posdata, que me atreveré a llamar “El Renegado”: ¿Quién creen que ha sido el mejor agente libre que han contratado mis Steelers? Han habido muchos, ciertamente: Jeff Hartings, Kevin Greene, Ray Seals, Kimo von Oelhoffen (a Carson Palmer no le agrada esto, lo sé), Norm Johnson, Ryan Clark, John L. Williams, Mike Mitchell recientemente. Pero, de entre todos ellos, coincido con algunas otras personas que he leído y me quedo con un tipo llamado James Farrior. Nos leemos en breve
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teleindiscreta · 7 years
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El nudo gordiano de los Steelers durante la offseason
Fuente original: El nudo gordiano de los Steelers durante la offseason Puedes ver más visitando Teleindiscreta - Las mejores noticias de actualidad, famosos, salud, belleza, cocina, motor, música y mucho más.
En su camino hacia la conquista del imperio persa, Alejandro Magno pasó por Frigia. En el templo dedicado a Zeus de su capital Gordio, el fundador de la ciudad había atado un nudo imposible de deshacer. Contaba la leyenda que quien pudiese desatarlo, dominaría toda Asia.
A semejante reto imposible se enfrentan los Steelers esta pretemporada: mantener el bloque que les llevó a la final de la Conferencia Americana, sin apenas espacio salarial para retener a sus figuras, ni muchos menos, para pensar en adquisiciones de relumbrón en la agencia libre.
Para añadir más dramatismo a la situación, Roethlisberger ha manifestado que se replanteará su futuro año a año. Nadie duda que esté en 2017, pero es razonable pensar que realmente no le quede mucho football en su castigado cuerpo. Sin un equipo competitivo que le permita pelear por el anillo, sus ganas de volver al emparrillado pueden reducirse drásticamente.
El principal objetivo del Manager General Kevin Colbert será renovar a Le’Veon Bell. Retener al mejor corredor de la liga no será barato. Lo normal es que le designen “jugador franquicia” para poder negociar hasta Julio un contrato ventajoso para ambas partes, o al menos, asegurar su concurso como mínimo un año más. Esta maniobra le costará algo más de 12 millones de $.
Dos veteranos pilares del front-seven también terminan contrato. El OLB Harrison, a sus 38 años, no muestra signos de declive, y podría volver a un coste asumible. Sin embargo, el ILB Timmons, con 30, aún puede recibir ofertas interesantes de otros clubes, y habría que rascarse el bolsillo para que retorne… o resignarse a su marcha y cubrir su baja con Vince Williams.
Un caso especial es el de Villanueva. Como agente libre con derechos exclusivos, si los Steelers le ofrecen renovar por el mínimo, debe firmar o no podrá jugar en la NFL. Sin embargo, el LT ha declarado que prefiere dejar el football antes que exponer su salud por un salario ridículo si lo comparamos con su presencia en el campo (con 1083 snaps fue el único jugador del ataque que los jugó todos) y sobre todo, por su juego (para la web Pro Football Focus fue el 23º de 78 LT analizados) ya que únicamente concedió 4,5 sacks esta temporada y sólo uno de ellos en los últimos 10 partidos. Con 29 años cuando se dispute la campaña 2017, no está en edad de ir renovando año a año (en 2018 sería Agente Libre Restringido, su situación sólo mejoraría ligeramente), por lo que es natural que quiera una solución a más largo plazo, o si no, se buscaría un futuro fuera de la NFL. Por lo que le conocemos, no va de farol, así que si Colbert no quiere debilitar el lado ciego de Roethlisberger, bien haría en ofrecerle un contrato con una remuneración acorde a su rendimiento y una duración que garantice estabilidad en la posición.
Otro asunto espinoso es el Antonio Brown. Al WR más desequilibrante de la competición le prometieron una mejora de contrato (los 8 millones y pico de dólares anuales que cobra están por debajo del valor de mercado para un receptor de su categoría). Sin embargo, polémicas dentro del club (como airear el discurso de Tomlin dentro del vestuario tras la victoria en el playoffs divisional) ha llevado a algunas franquicias a preguntar a Colbert si estaría dispuesto a traspasarle. La respuesta ha sido un “no” rotundo, pero si no es capaz de llegar a un acuerdo en la restructuración de su contrato, quizá cambie de estrategia e intente conseguir algo por él este año en vez de perderle, sin compensación, el que viene. Tener a un jugador a disgusto nunca es buena idea, y no sería la primera vez que Pittsburgh deja ir a su receptor estrella.
Por otra parte, en previsión de posibles conflictos futuros con el salary cap, sería aconsejable extender la vinculación con el club de jóvenes prometedores próximos a finalizar su contrato rookie, como el DE Tuitt o el LB Shazier. Todo esto lleva a suponer que habrá jugadores que por edad (DeAngelo Williams), bajo rendimiento (Jarvis Jones, Shamarko Thomas), o tener ya sustituto en la plantilla (Wheaton con Rogers, Landry Jones con Mettenberger) no vayan a volver. Igualmente, con el fin de reducir el impacto económico contra el tope salarial no descartaría despidos como el del TE Green (una lástima lo suyo con las lesiones) o el WR Heyward-Bey. Así cortaron al CB Gilbert, quien ya fracasó en Cleveland, y cuyo traspaso costó tirar una 6ª ronda.
La expresión “deshacer el nudo gordiano” ha quedado en el lenguaje como sinónimo de enfrentar un desafío irresoluble. El emperador Alejandro lo tuvo claro: sacó su espada y lo cortó. Así solventó el problema y cumplió la profecía de conquistar Asia. Quizá los Steelers se vean abocados a seguir idéntica táctica: cortar ataduras e iniciar una pequeña reconstrucción.
Fuente: AS
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