Tumgik
tallerlispectorblog · 5 years
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Siempre en silencio
Monumento sagrado, mujer,
cáliz que vierten con desdén.
Ellos no soportan tu brillo,
quieren opacarlo,
marchitar tus pétalos,
arrancar tu tallo.
Majestuosas formas en tu lienzo, mujer,
son tuyas, sólo tuyas.
Ellos quieren desdibujarlas,
saquear ese templo milagroso.
Bestias camufladas son,
respiran muerte,
a su paso todo color se desvanece.
Su alimento es tu miedo, tu llanto cotidiano.
Golpe tras golpe, mujer.
Solo maquillas tus heridas.
Ellos te culpan por tu divinidad,
todos te culpan,
todos señalan con el dedo, te crucifican,
ven tus carnes desgarradas por los buitres
y hacen de sus ojos dos telones negros.
Tu sangre se derrama, mujer,
y te refugias en las grietas de tu cuerpo.
El sufrimiento es la más grande cicatriz.
Estás sola, te han dejado sola
y aunque tu corazón grita,
todo está en silencio, siempre en silencio.
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tallerlispectorblog · 5 years
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Nada de eso tiene que ver conmigo
El café frío sobre tu mesa
la ausencia cenando en mi asiento
los versos hilados con memorias de mí
tus besos en labios jugando a ser los míos
las botellas durmiendo en tu recámara
el llanto interno en tu alegre mirar
la poca química entre nosotros
tus blasfemias en mi nombre.
Nada, nada de eso tiene que ver conmigo. 
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tallerlispectorblog · 5 years
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Mariposas nocturnas
Entramos. Estás frente a mí mirándome con tu par de zafiros, única luz entre estos cuatro metales. Me acerco a ti y rozo con mi lengua la deliciosa fresa entre tus mejillas, te muerdo y siento que tu boca se deshace entre la mía. Quiero explorar cada rincón de tu cuerpo e impregnarme de tu aroma suave y felino. La intensidad de nuestros besos sube y también tu respiración, nuestras manos inquietas juegan con lo prohibido: las tuyas, con mi sexo; las mías, con los lunares de tu pecho. Tu corazón golpea con tanta fuerza que casi lo siento entre mis dedos; levanto tu camisa y enseguida retiro la mía, luego recorro el camino de gotas de sudor que se deslizan por tu desnuda pomarrosa. Allá, más abajo, está ese postre nocturno que ansío devorar, aunque saboreo primero con mis yemas, tal como un niño prueba los bordes de un delicioso pastel antes de comerlo; una mezcla de dulce y salado se impregna en mi boca, y mi lengua baila al ritmo de lentos movimientos que se tornan una vorágine; siento cómo tu cuerpo tiembla y veo tus ojos desorbitados, estás muriendo, alguien golpea la puerta pero no te importa, me aprietas con tus piernas obligándome a seguir la faena, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, de nuevo suena y no me detengo, me aprietas más fuerte y siento que rocías mi rostro con tu escarcha blanquecina. Allá, entre el estruendo, las bebidas y las luces de colores, te espera quien supone ser dueño de tus labios. Nos vestimos con rapidez ignorando a la chica que desea usar el baño, maquillamos nuestros ojos, labios y mejillas, y volvemos a la fiesta. 
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tallerlispectorblog · 5 years
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Objetos de valor, humanos devaluados.
Todas las mañanas caminaba por esas calles observando los marcos de las ventanas y los techos de las casas coloniales, se estremecía al pensar en los cientos de años  que esas viejas edificaciones habían sido testigos silenciosos del tiempo, se sentía feliz por estudiar tan cerca de la historia, su corazón se llenaba de sangre mientras a pasos acelerados andaba por el  centro de la ciudad, una sonrisa se dibujaba en su cara y disimulaba su preocupación por llegar tarde a clase. Al doblar la esquina, a unos metros de la entrada de la universidad, un anciano lo llamó:
— ¡Joven, joven! ¿Podría ayudarme a llevar esta silla a mi casa? Ya estoy exhausto y creo que no puedo más.
El estudiante se detuvo y miró al anciano, en especial su atuendo; pantalón azul, mocasines cafés, saco de lana beige y una boina gris, tenía la barba blanca de una semana. Sintió inmediatamente empatía por él ya que le recordaba mucho a su abuelo fallecido recientemente. Olvidó su clase de historia y decidió ayudar al anciano.
—¿Desde dónde viene con esa silla señor? —Inquirió el joven.
—Desde la tercera, es una herencia familiar de mi fallecida esposa, ha pasado de generación en generación, un amigo la estaba examinando pero dice que no tiene valor.  Ahora la llevo de vuelta a la casa.
El anciano miraba al joven fijamente mientras sonreía, y este observaba la silla que era de madera con tapizado rojo y borlas amarillas al final de los brazos, parecía muy antigua tal vez de la época republicana. El viejo vivía en una casa muy antigua como todas las del sector, al entrar  el joven esperaba encontrar muchos artilugios y muebles antiguos como el que llevaba en sus manos, pero se encontró con una casa prácticamente vacía, solo quedaban las cortinas de algunas ventanas, la cama del anciano en uno de los cuartos y algunos utensilios de cocina, eso hasta lo que el joven podía ver.
—¿Qué pasó con todo, señor?
—Mis hijos me abandonaron y me dejaron una deuda muy grande cuando estudiaron, he tenido que vender todo para pagar y evitar que me quiten la casa, cada vez estoy más solo. Hace un año murió mi mujer y  ahora que el gobierno me quitó su pensión no tengo otra alternativa. Cada vez que vendo estas cosas siento que vendo los recuerdos, es como si me arrebataran pedazos del alma, me siento cada vez más enfermo, pero ¿Qué más puedo hacer?
Dijo esto el anciano mientras se sentaba en su cama y miraba fijamente el piso de madera. El joven sintió cómo se humedecían sus ojos al contemplar esa triste escena, pensó en los desalmados hijos y esas absurdas leyes, apretó sus puños y trató de mirar hacia otro sitio para que el anciano no se diera cuenta de su reacción. Tomó aire para decir algo, pero tenía la garganta hecha un nudo.
—Agradezco mucho que me haya ayudado con la silla, si tuviera algo que darle… —volvió a mirar hacía el piso pensativo— ¡Ya sé! En ese cuarto, al fondo hay un par de cajas con libros, lo que queda de la biblioteca familiar, tome el que quiera. El joven fue inmediatamente, ni siquiera había visto ese cuarto, se agachó para sacar el libro de una de las cajas pero de repente se acordó de su clase, había faltado en varias ocasiones y no podía darse el lujo de fallar o llegar tarde nuevamente, así que tomó el primer libro que encontró y salió deprisa de la casa del anciano.
Pasó más de una semana antes que el joven mirara el libro que había dejado a un lado en su escritorio, pues se encontraba en exámenes. Una noche observó el libro y se acordó del viejo, de su precaria situación, lo tomó y empezó a ojearlo, trataba sobre un personaje ilustre del siglo diecinueve, tenía unas tapas duras y de color azul oscuro, las esquinas estaban un poco dobladas pero enseguida intuyó que tenía un gran valor. Pasaron tres días para que volviera a tomar el libro, al revisarlo esta vez encontró una ilustración excepcional que le llamó la atención, la observó detenidamente, era el sujeto al que hacía referencia todo el libro, tenía una mirada estoica, vestía una levita negra con una camisa blanca de cuello inglés, la ausencia de sombrero le pareció inquietante, en el fondo se distinguía una biblioteca, además de esto estaba sentado en una silla, que reconoció en seguida.
Esa noche no concilió el sueño pensando en cómo ese objeto de alto valor histórico, esa silla que tuvo en sus manos, podría ser la solución para que el anciano terminara sus días dignamente. Se imaginaba que ya el banco había confiscado la casa y veía al viejo a la deriva en las frías calles de la ciudad. Daba vueltas en su cama pensando que el anciano había entregado la silla en cualquier prendería por unos pocos pesos.
A las cinco de la mañana saltó de su cama, salió y tomó un transporte hasta el centro. Al llegar corrió hacia el hogar del anciano, golpeó la puerta en repetidas ocasiones sin obtener respuesta así que rodeó la casa y encontró una ventana por la que calculó que podía entrar, agarró una roca y rompió el cristal, mientras retiraba los pedazos del marco se preguntó si no estaba yendo muy lejos, si el insomnio no le jugaba una mala pasada. Al ingresar notó un olor pestilente que aumentaba mientras se acercaba al cuarto del viejo, abrió la puerta y vio el cadáver en descomposición, tapó su nariz con una mano, con la otra apretaba el puño, el  anciano tenía la misma ropa del día que lo había ayudado y la silla a su lado. Al abandonar la casa observó que alguien se acercaba, no eran médicos o personal del servicio funerario, eran policías acompañados de agentes de incautación.
Alejandro Espejo
2019
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tallerlispectorblog · 5 years
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La desaparición de L
Hacía dos horas la oficina había cerrado, las luces siempre permanecían encendidas por razones que trascienden la razón. L se encontraba inmóvil observando la oscuridad  de su monitor apagado, nadie notó que seguía ahí en el momento que se fueron, si alguien lo hizo habría pensado que tenía trabajo acumulado.
—¡L, quiero ese informe lo más pronto posible! ­­—Gritó su jefe sacándolo del trance.
L giró su cabeza y se percató de que la voz no provenía de su jefe sino de la puerta de su despacho que se abría y cerraba como una gran boca vertical que seguía sermoneándolo. En el escritorio adjunto reposaba la grapadora de su compañera, esta empezó a abrirse y a cerrarse, escuchaba su voz preguntándole en un tono tierno si le iba a ayudar el sábado con la mudanza. L se sentía feliz de estar con ellos sin tener que ver sus caras cansadas, de no tener esas presencias amenazantes rodeándolo, deseaba ser un objeto más y mezclarse en el vacío. Giró de nuevo su cabeza y las teclas de su teclado ahora  eran grandes y afilados dientes, la pantalla un gran ojo, L fue devorado en seguida y la oficina continuó sola e inmutable. Al siguiente día todo el personal colmó el lugar pero L no fue extrañado hasta que, días más tarde, el jefe necesitó su informe.
  Alejandro Espejo 2019
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tallerlispectorblog · 5 years
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El capitán Toribio está a punto de salir de su oficina para al fin verse con su querida Susana en un restaurante de comida peruana cuando r...
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tallerlispectorblog · 5 years
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Han atropellado a un desgraciado, pero lo ignoro y caigo en la trampa. Voy de pie pensando que podía descansar hasta mi destino. Supuestame...
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tallerlispectorblog · 5 years
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Reminiscencia
En el centro médico todo era un zumbido constante que combinaba las quejas de los usuarios,  lloriqueos de los niños, llamados de los médicos por los citófonos, y uno que otro gemido. La atmósfera a veces enrarecida, a veces aséptica, no incomodaba a Carlos, que se retorcía por sus dolores abdominales en una fría y dura silla, mientras pensaba en su trabajo y cómo enriquecía cada vez más a personas que nunca había visto en su vida y que seguro nunca vería, pero aun así se declaraban superiores a él. Día tras día le obsesionaba la misma idea; el ser consciente de pertenecer a un sistema que necesitaba su tiempo, pero que le pagaba solo lo suficiente para sobrevivir, así tuviera todas las cosas necesarias ese dinero no le iba servir para recuperar el brillo de los días, la esperanza. Si acumulara el salario de todo un año ni con eso podría comprar aquello que añoraba y que veía cada vez más lejano. Pensaba el pasado como un barco en el horizonte que un náufrago observa y desea que venga hacia él pero solo se aleja o toma un rumbo que puede seguir con su mirada por un momento y luego desaparece.
Un niño a su lado jugaba con un carrito de plástico y recordó que su padre lo llevaba a una heladería y además le regalaba un pequeño juguete de plástico que compraba en la juguetería que había enseguida. El dolor le dio una tregua a Carlos y recordó con placidez lo hermoso y soleados que eran los días entonces, con la tierra en las rodillas, el olor a pino y esas salidas a comer helados de vainilla o de chocolate, y su padre, que no cambiaba jamás el sabor de limón, todo brillaba y el humo de las fábricas no estaba tan cerca y los timbres de marcar el  turno no sonaban jamás, -que bonita es la vida sin tantas obligaciones-, pensó y luego recordó que en esa misma heladería había sido su primera cita, una niña llamada Ana María, había aceptado su invitación, la llevó allá porque era el lugar más bonito que conocía  y en donde siempre había estado feliz, ella escogió el sabor de ron con pasas, Carlos el de chocolate, odiaba el de ron con pasas pero no dijo nada para no arruinarlo. Fue un día brillante y el sol se reflejaba en el cabello castaño de Ana María, parecía un ángel, había conservado esa visión, esa epifanía como una gema, un recuerdo único que le decía que en alguna parte había esperanza, que el mundo merecía ser vivido, pero raras veces salía a flote. A los pocos días de la cita ella se mudó y desapareció. Carlos escuchó su nombre, el dolor era cada vez más agudo y se desplazó hacia el consultorio encorvado y dando pasos irregulares.
El día anterior Carlos terminó su jornada caminando por horas con la autojustificación que se repetía a menudo -caminar… me hace pensar mejor- por eso se perdió en las calles de ese barrio cercano al suyo, que no conocía, viendo los parques, las formas de los árboles que siempre lo sorprendían, mirando siempre los transeúntes al rostro y criticando a los conductores por su falta de precaución y al gobierno de la ciudad por no hacer esas cosas que se podrían cambiar fácilmente; en el fondo sabía que su mentalidad parecía la de alguien mucho mayor, eso lo avergonzaba aunque se sentía orgulloso de ser tan metódico. Ya era de noche cuando vio una provocativa pizza tras el vidrio de un viejo local, no dudó en entrar y comprarla, luego fue a casa a descansar.
-El dolor es producto de esa pizza que compré por no tener nada en la nevera-. Se repetía Carlos así mismo mientras trataba de dormir, pero en unos minutos el sol se alzaría en el cielo e imaginó a toda la gente saliendo de sus cálidos hogares a cumplir con la rutina, a convertir el tiempo de sus vidas en cosas tangibles y comestibles, eso era deprimente para él porque se daba cuenta que era uno más de todos ellos. Un piñón desgastado de una gran maquinaria, deseaba que su salida de ella fuera una devastación, algo que dejará un daño permanente pero la verdad es que era una pieza fácilmente reemplazable así que solo esperaba en esa rutina por si algún día tenía una idea brillante. Era hora de pararse de la cama y alistarse para ir al trabajo, pero una vez en pie el dolor aumentó a un nivel que sobrepasaba lo que conocía como un dolor normal de estómago, tuvo que sentarse al borde de la cama apretando los dientes -Ahora ¿Que putas? ¡Maldita pizza!- Se quejó mientras tocaba su abdomen inflamado.
De camino al consultorio el apéndice de Carlos estalló y todas las onzas que su cuerpo había acumulado, de lo que consideraba residuos, ahora se estaban diseminando por su cuerpo, por cada rincón de sus órganos, invadiendo todo como un caño desbordado.
La doctora Ana María ordenó a su enfermera sedar al paciente inmediatamente.
Muchos años habían transcurrido, las marcas del tiempo eran notables en su rostro, pero no mancillaban su belleza; tenía puestos unos tenis cómodos y su uniforme. Para ella el día se desenvolvía con la normalidad que le encantaba y esto se reflejaba en su sonrisa. Habló con la enfermera y tomó la historia clínica, una sensación extraña empezó a recorrer su cuerpo pues la perfecta normalidad se desmoronaba al leer el nombre del paciente con peritonitis. A veces el pasado de unos es el Edén y para otros es algo más parecido a un infierno. Este era el caso de Ana María, recordaba con cariño a Carlos, pero algo en la totalidad de su infancia la perturbaba.
Carlos abrió los ojos, una luz blanquecina formaba un aura celeste en los bordes del cabello castaño de Ana María, que lo observaba, el olor a pinos de su vecindario se sentía en el aire y todo brillaba más, sintió muchas ganas de vivir como antes, pero era tarde pues todo era resultado de la última actividad de sus neuronas.
Alejandro Espejo.
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tallerlispectorblog · 5 years
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Usurpación
Empieza a caminar por la calle con una sensación extraña, de pérdida, revisa sus bolsillos uno por uno, pero encuentra todo lo que tiene en su lugar, nada le hace falta. Sigue su camino hacia la estación, a esa hora en que la multitud colma las calles con ese ritmo acelerado casi estrambótico, pero ese sentimiento de ausencia aumenta a medida que avanza. Gira su cabeza hacia atrás como si buscara algo o alguien y vuelve a revisar sus bolsillos, esta vez superficialmente sin introducir las manos, se detiene obstruyendo el paso por el desconcierto de saber que todo está en su lugar. Ya en la estación avanza en la fila mientras su cabeza da vueltas pensando que ha sido robado, en efecto, algo le han quitado, ha perdido la paz y la tranquilidad y a cambio le han impuesto esta zozobra todos los días en el mismo momento, un vacío que lo devora desde adentro, cualquier vestigio de significado que la vida pudiera tener hasta ese momento se desdibuja como las caras de esas personas que tiene tan cerca  y que olvida tan pronto. Sabe que debe seguir, continuar su camino con el peso de ese agobio, no tiene alternativa. Los buses atestados y olorosos convierten el vacío en asco, ya el hastío está completo. El recuerdo de una melodía trae la lucidez de nuevo a su mente y cuando el bus se detiene en el semáforo recuerda quien es, un empleado más en la multitud, aquello que le hace falta, que busca y anhela es el tiempo de su vida que el empresario compra a muy bajo precio, es el tiempo lo que le roban a diario y no lo puede reponer de ninguna manera. El tiempo , la vida misma siendo expoliada de a pocos como un reloj de arena, dejando miles de almas en una ausencia definitiva.
Alejandro Espejo
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tallerlispectorblog · 5 years
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Maquina de escribir
Faltan cinco para las once. Subo la media negra por mi pierna, llega al muslo y levanto la mirada. Ahí está en su estuche color añil. Veo las carpetas que le he dejado encima. El polvo ya le llega, tal vez la tinta se seca.
Tap, la primera carta, no responde el destinatario. La segunda se pierde entre mis libros. La tercera la escribo a mano.
Subo la otra media negra por mi pierna, llega al muslo y bajo la mirada. Es como un golpe que te obliga a repensar en el color del techo de la casa, del humo de la sopa, del sonido mecánico, la ropa colgada. El mueble café que sostiene la máquina en su estuche color añil da golpecitos torpes en mi cabeza.
Ya son las once y diez. Apresuro el paso, muerdo rojo, respiro estridente, siento oscuro.  
Tap, tap tap. Te escribo una carta.
- Isabella Her
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tallerlispectorblog · 5 years
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Néstor murió tras caer de las escaleras de un bar
- Ojalá resista, pero la verdad no le veo mucha esperanza. - ¿Estaba tomado? - De la perra, si antes de entrar a cuidados intensivos le lavaron el estómago, a ver si le limpian la porquería que se metió. - ¿Luego es que estaba tomando agua con alcohol? - dijo sonriendo. - No, normal, disque “Cariñoso”. Esa gente como se emborracha con agua picha. - Pero no me quedó claro, ¿el man se cayó solo o lo botaron? - Pues... lo que yo le entendí a la familia era que un amigo lo empujó por accidente, disque por una vaina con una nena. Pero al parecer al man no lo van a coger porque es poli. - La corrupción está hasta en el caño. - ¡Ja! Mire quién habla. Luego no es su novia la que hace diagnósticos de dependencia emocional para que sus amigos se vayan con sus perros en primera clase. - Ay marica, usted si jode, fue a  una amiga y es porque ella quería mucho al perro. - Si claro. Más bien dígame cuando le dice que me haga una receta de Xanax…  ¡Paro respiratorio!. Necesito el desfibrilador. ¡Despejen! Tras varios intentos el paciente muere a las tres y veinte. - Ah, marica,  es el segundo que se me muere este mes. - Yo la verdad si estoy pensado en pasarme a consulta interna. Ahí es solo mirar expedientes, palpar un poquito y ya. - La familia debe estar re mal. Es que el man tiene la misma edad que yo, treinta y dos. Se hizo una pausa leve, los dos se dirigieron al baño. Se lavaron las manos, Daniel se puso a orinar. Néstor le dijo. - Ya que hijueputas, termino el turno y nos vamos a House. - Hágale, salimos los dos en mi carro.
- Isabella Her
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