La noche también arropa a aquellos sueños que nunca serán recordados, porque
habitaron alguna vez en nosotros y de alguna manera nos hicieron ser lo
que somos.
“I have so much to say to you that I am afraid I shall tell you nothing.”
–Fyodor Dostoyevsky, The Brothers Karamazov (1880)
Photo by Jean-François Dalle Rive
El mundo es confuso e incierto.
El pensamiento no llega a ninguna parte de la Tierra,
como el brazo no alcanza más de lo que puede contener la mano
como la mirada no atraviesa los muros de sombra.
En la isla a veces habitada de lo que somos,
hay noches, mañanas y madrugadas
en que no necesitamos morir.
En ese momento sabemos todo lo que fue y será.
El mundo se nos aparece explicado definitivamente
y entra en nosotros una gran serenidad,
y se dicen las palabras que la significan.
Levantamos un puñado de tierra
y la apretamos en las manos. Con dulzura.
Allí está toda la verdad soportable:
el contorno, la voluntad y los límites.
Podemos en ese momento decir que somos libres,
con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce
y viajó alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos sin apuro la tierra donde ocurren milagros
como el agua, la piedra y la raíz.
Cada uno de nosotros es en este momento la vida.
Que eso nos baste.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
FEDERICO GARCÍA LORCA