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marce-lab · 8 months
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Aprender a disfrutar la fruta y a cultivar la semilla
[Entrega #5 de la serie Aprender a ser humana]
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Tuve muchas conversaciones con mi papá en las que nombraba la muerte, su propia muerte. Muchas de ellas involucraban chistes y carcajadas. Le gustaba decir ‘cuando yo pare el culo’ para referirse al fin de su aventura terrenal. 
Hoy se cumplen dos meses de su parada… yo vengo a celebrar y agradecer. 
Quiero celebrar lo impermanente, lo que se transforma, lo que se muere. 
Es fácil caer en la tentación de querer que todo lo mágico se quede para siempre congelado, inmutable. Que ese paseo a caballo dure para siempre, que esa manera particular de sentirnos nos acompañe cada día. Que no se acaben las conversaciones en las que sentía que mi papá me entendía como nadie en el mundo. Y lo paradójico es que parte de su magia radica en que esas maravillas son finitas, que se transforman todo el tiempo, que se acaban. 
Yo siento que otra parte importante de los regalos maravillosos de esta aventura terrenal es que lo que vemos como el fin de algo bello, contiene siempre la semilla de algo más. 
Cuando digo eso pienso en el árbol de tu fruta deliciosa. Imagino que me acerco y encuentro una de tamaño perfecto, de madurez ideal, lista para ser disfrutada. Dudo por un instante si morderla o no, porque es tan bella que duele un poco comérsela. 
Si logro estar presente en mí misma, ponerle toda mi humanidad a ese momento, me la como con todos los sentidos y el momento es sublime. 
Disfruto al máximo cada mordisco, su dulzura, su suavidad, su frescura. Cuando ya casi se está acabando siento nostalgia, saudade, como dicen en Brasil. No quisiera que ese momento tuviera fin. 
Cuando ya no hay nada más para comer, tengo en mi mano las semillas. Podría verlas con cierta rabiecita, si las observo desde una mirada de carencia, pero lo poderoso es que de cada semilla de esas pueden brotar otros árboles, cada uno con la posibilidad de darle al mundo mil frutas dulces, suaves y deliciosas. 
En el instante mismo en el que se acabó la fruta solo veo su ausencia. Mi vocecita caprichosa que quiere comer más. Pero si logro celebrar la transformación, si le doy a las semillas tierra fértil, paciencia, oscuridad, agua y tiempo, puedo ver dicha y abundancia. 
Los dos meses desde que mi papá dejó su cuerpo aquí en este mundo, han estado llenos de emociones. A veces ha hablado la vocecita caprichosa y hasta rabia he sentido con él por irse así tan de repente. En otros momentos miro a mi alrededor y lo veo en todas partes, con el superpoder de acompañarme en el mundo liberado de su cuerpo. Lo veo en los árboles, en las carcajadas, en los pensamientos sabios que me llegan de la nada, en la fuerza que he tenido para hacer cosas que antes no hubiera imaginado que podría hacer. 
He querido darle espacio a todas las emociones y se que desde que siga en esta aventura terrenal muchas cosas me harán llorar cuando pienso en él. Está bien para mí. Estoy dispuesta a ser aún más cursi y más llorona de lo que he sido. 
Con todo y la montaña rusa emocional, me inunda el agradecimiento por tener un papá semilla, que además de haber dejado muchas maravillas sembradas en mi vida, tuvo el coraje de recordarme en mil oportunidades y de mil maneras posibles (casi todas divertidas) que su versión terrenal era finita. Lo agradezco porque me dio la oportunidad de pellizcarme y estar presente ahí, en muchos de nuestros momentos juntos, para saborear la dulzura, la suavidad, la frescura. 
Ahora estoy aprendiendo a darle a las semillitas que me dejó el agua, la tierra fértil, la oscuridad y la paciencia que necesitan para germinar y fructificar. 
Gracias a mi Papo fruta y gracias también a mi Papo semilla. 
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marce-lab · 10 months
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Aprender a respirar
[Entrega #4 de la serie Aprender a ser humana]
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Foto por: Motoki Tonn en Unsplash
Dificultad para concentrarme. Presión en el pecho. Movimientos torpes que me hacían golpearme con las puertas, hacer regueros, tumbar cosas. Pensamientos muy rápidos que parecían atropellarse entre sí. Yo llegué a pensar que todas estas características eran propias de mi personalidad, que incluso me definían. 
En 2011 iba caminando por una calle en Bogotá y ví una publicidad de un evento que se llamaba América Medita. Sin pensarlo mucho, ni entender de qué se trataba, llegué a un parque en el que había tal vez unas 200 personas. Me senté en el suelo. Me sentí lo suficientemente segura para cerrar los ojos junto al resto de la gente. Seguimos unas instrucciones que llevaban a unos ciertos ritmos de respiración. Disfrutamos de una forma de silencio que yo no conocía. Estar en silencio junto a cientos de personas que se sienten tranquilas me pareció mágico. 
Cuando salí del evento noté que algo en mi cuerpo se sentía diferente. No tenía presión en le pecho. Antes no sabía que la tenía porque me había acostumbrado a vivir con ella. Desde ese día empecé un proceso de reconexión con mis emociones, mis sensaciones físicas, mis pensamientos. Todo eso, a partir de la respiración. 
Yo se que la idea de aprender a respirar puede sonar absurda. Inhalar es lo primero que hacemos al nacer antes de llorar. Morimos con una última exhalación. Si la vida es un paréntesis entre inhalar y exhalar ¿cómo no vamos a saber hacerlo. si eso es lo que nos mantiene con vida?. Y sí, tal vez la descripción más precisa no es ‘aprender’ sino ‘observar y tomar conciencia’. 
La reconexión conmigo misma me ha ido mostrando que las características que describí al comienzo, y que creía parte inalterable de mí, forman parte de maneras en las que la ansiedad toma protagonismo en mi vida. He entendido también que la ansiedad en sí no es una patología, porque en sus justas proporciones y en momentos puntuales nos permite defendernos, huir de un riesgo inminente, reaccionar rápido a situaciones peligrosas. Sin embargo, es posible y de hecho bastante común, que eso que nos salva la vida en un instante puntual, se manifestarse con mucha frecuencia y en lugar de protegernos, deteriore nuestra salud y nuestras relaciones. 
Entre 2009 y 2011 yo me di cuenta de que incluso en momentos en los que podría estar relajada en una hamaca, contemplando el paisaje, viendo el atardecer, yo tenía una inclinación a ocuparme innecesariamente, a no disfrutar del ocio, a hacer cosas de manera compulsiva, a ver como urgentes y necesarias actividades que no lo eran. 
A medida que he ido prestando más atención a mi respiración he podido diferenciar los momentos en los que es útil y necesario estar alerta, y aquellos en los que mi acelere y ansiedad me impiden estar presente y disfrutar de unas vacaciones, escuchar profundamente a alguien cuando me habla, e incluso experimentar la tristeza de despedir a un ser querido, o de ver a mi papá intubado en una sala de cuidados intensivos. 
He visto que la ansiedad me ha hecho perderme momentos muy importantes de mi vida, porque si bien mi cuerpo ha estado allí (aparezco en fotos y todo) mi mente y mi emoción han estado saturadas con cosas que debería hacer en el futuro o repasando experiencias del pasado. Después veo la foto y me da tristeza reconocer que me perdí la experiencia. 
Procuro no castigarme mucho cuando eso me sucede, porque sé que el regaño mental es otra de las formas que tengo de aislarme del momento presente. Así que sin darme mucho palo vuelvo a observar mi respiración y recuerdo que aprender a respirar no se trata tanto de dominar una técnica, sino de nutrir una práctica de observación cotidiana, que además requiere paciencia y generosidad conmigo misma. 
Siento que de eso se trata este camino de aprender a ser humana, darle sentido a cosas que se pueden hacer de manera automática, pero que adquieren otra dimensión cuando puedo hacerlas con presencia e intención. 
Si alguien quiere saber un poco más sobre ansiedad o de prácticas de respiración, dejo algunos links que pueden ser útiles:
Videos sobre ansiedad en español: https://youtube.com/playlist?list=PLXeZBqknfaIsZWf07KGcubFvwvM7IMZ4s
Información sobre ansiedad de la Clínica Mayo (en inglés): https://careinfo.mayoclinic.org/mh-anxiety?mc_id=google&campaign=18473446945&geo=1003657&kw=anxiety&ad=625290409412&network=g&sitetarget=&adgroup=141472124826&extension=&target=kwd-10456081&matchtype=b&device=c&account=7470347919&placementsite=enterprise&gclid=Cj0KCQjwqNqkBhDlARIsAFaxvwzqpqmIWQPR3Mkb9xmSQzViiQN_XCqayeouiA8A0bljHBttnVLWaRQaAiEKEALw_wcB 
Videos con diversos ejercicios y técnicas de respiración:
https://youtube.com/playlist?list=PLXeZBqknfaItfl5UtY4w3YV3n6IIB_Qmd 
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marce-lab · 11 months
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Presente continuo: estar siendo
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Foto por: Paulo Prado en Unsplash
[Entrega #3 de la serie Aprender a ser humana]
Empiezo por reconocer que esta serie de textos está mal titulada. No quiero aprender a ser humana, sino aprender a estar siendo humana. 
La diferencia parece sutil y la frase suena fea, como mal redactada, pero la exposición al concepto que hay detrás ha reducido mucho mis niveles de ansiedad por llegar a un resultado acabado, completo, satisfactorio. 
Yo tengo una sobrina que tiene nueve años. Cuando mi hermano y mi cuñada estaban iniciándose en el camino de educarla, me mostraron la profunda diferencia entre ‘ser’ y ‘estar’. 
Un día cualquiera Alicia, mi sobrina, estaba muy inquieta y no seguía las instrucciones de su mamá. Mi cuñada estuvo a punto de decirle que era muy necia, pero se corrigió a sí misma y le dijo ‘Alicia, estás muy necia hoy’. A partir de ahí tuvimos una conversación sobre el impacto que puede tener en la psicología de una criatura en proceso de crecimiento que su ser se vea asociado a características complicadas: ser necia, ser grosera, ser egoísta, ser brava, ser desobediente. 
Todas las personas tenemos días en los que nos comportamos de maneras erráticas, poco nutritivas para nuestra vida y la de otros seres, pero todo eso puede modificarse. Si ya ERES así ¿qué tanto campo te queda para la transformación? 
Las ciencias de la vida me mostraron la magia del ‘siendo’. Nada de lo nos rodea o nos compone ES de una manera permanente e inmutable. Así yo haya llegado a este mundo hace 41 años, la gran mayoría de las células que componen mi cuerpo se renovaron hace poco tiempo: 8 días, 3 meses, 8 años, 15 años. 
Es así como el cuerpo, que es una de las formas que yo consideraba más atadas a mi ser, nunca ES del todo, siempre está siendo, está cambiando, está muriendo y naciendo continuamente. 
Ocurre lo mismo con todo lo vivo: las plantas, los animales, los hongos, las porciones de tierra que componen los continentes, ¡los ríos!. Ya lo decía el filósofo griego Heráclito, que vivió unos 500 años antes de Cristo: “​​Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”
Todo esto puede sonar muy abstracto, pero su conexión con mi ansiedad ha sido muy vívida y concreta. En muchos momentos de mi vida me he sentido aprisionada en formas específicas de mi identidad. He pensado que no es apropiado que yo haga, diga, o deje de hacer ciertas cosas porque yo NO SOY así. 
Cuando pienso en la renovación constante de las células de mi cuerpo me libero un poco. De repente pienso si mi hígado, mis pulmones, hasta mi sistema nervioso central están siendo constantemente nuevos, ¿por qué yo me siento atrapada en una forma particular de ser, de actuar o de pensar?
Cuando hice las pases con estar siendo, también me liberé de la ansiedad de escribir y publicar ciertas cosas. Las dinámicas de las redes sociales me ponían muy nerviosa porque pensaba ¿qué tal que yo publique este texto y al cabo de unos años cambie de opinión? peor aún ¿qué tal si el rol que tengo en la sociedad en algún momento de mi vida se presta para que esculquen mis publicaciones anteriores y encuentren algo con lo que ya no me identifico?. Ahora tengo un refugio para esa ansiedad cuando pienso que yo no soy nada completo y acabado, sino que continuamente estoy siendo en un presente continuo y transformador.
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marce-lab · 11 months
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Bye bye eterna juventud
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[Entrega #2 de la serie Aprender a ser humana]
Foto: rebootanika en Unsplash
La abuela de mi mamá superó los 100 años. Mi abuela paterna, superando sus 90 años tenía muy presente los detalles de la vida de cada una de las 72 personas que conformaban su familia y a cada quien le daba un mensaje personalizado, preciso, lleno de cariño y sabiduría. En paralelo, organizaba encuentros por zoom con sus nietos y coordinaba talleres bíblicos para un grupo de mujeres. Todo parece indicar que la tendencia a la longevidad corre por mis venas. 
Esta herencia, sumada a un sin fin de mensajes, productos, metodologías y hábitos que prometen una juventud prolongada han dejado huella en mi conciencia. Esta huella se manifiesta en una dificultad a aceptar lo inevitable: la enfermedad, la vejez y la muerte. 
En nuestra cultura occidental, urbana, basada en el mercado, todas esas son palabras fatídicas, a las que preferimos hacerle el quite. Cada una de esas condiciones nos saca del sistema. Ninguna es instagrameable. Sin embargo, no puedo pensar en mejores maestras de humanidad que esas. 
Está claro que no estoy diciendo nada nuevo. Las historias de orígen del budismo plantean que hace unos 2.600 años, cuando el joven príncipe Siddhartha Gautama salió del palacio y le puso rostro a la vejez, la enfermedad y la muerte, decidió emprender un camino de búsqueda espiritual que le convertirían en quien conocemos como Buda. 
Siddharta tenía nueve años. Yo tenía 30 cuando le puse rostro a la enfermedad y la muerte. Era el rostro de una gran amiga, quien era además mi socia. Esther Correa, a quien yo le decía Ter, estuvo entrando y saliendo de clínicas y hospitales por unos tres años, haciéndole frente a un cáncer que llegó a sumarse a una diabetes con la que vivía desde niña. Murió a los 31 años. Para mí fue dolorosísimo, y muy inspirador al mismo tiempo. 
De la mano de Ter empecé a asomarme a la idea de la impermanencia, a esa claridad de que el paseo a una finca con un grupo de amigas y amigos, puede ser el último. Que dormir fuera de casa, como lo hice con Ter tantas veces, era un privilegio que dejó de estar disponible para nosotras cuando a ella le empezaron a hacer diálisis. 
Ese mensaje, que quedó grabado con la impronta de la tristeza, me da a veces la lucidez de gozarme las cosas simples de la vida con la intensidad que lo hace alguien que considera que esa puede ser su última vez. Su último abrazo con el hermano, su última torta de cumpleaños hecha por la abuela, su última bailada de salsa, su último paseo en carro, su última salida en bicicleta. Si lograra esta claridad todos los días sería el Buda. No lo soy, pero a veces tengo ese chispazo de sabiduría que me permite vivir con intensidad y gratitud. 
Esta semana, fui muy consciente del rostro de la vejez. Otra vez fue el de una mujer amada, que casualmente también se llama Esther. Mi superabuela paterna, Esther Buitrago, murió a los 93 años. Yo vivía con ella cuando celebró 90 años. En ese momento yo no sentía que mi abuela estaba vieja. Cantamos juntas a grito herido ‘Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar’ en un almuerzo familiar en el que ella estuvo pendiente de cada detalle. Fue anfitriona de 70 personas y a pesar de que caminaba más lento que antes y se veía un poco agachada, desde mi perspectiva, su presencia era rebosante de juventud. 
En los últimos tres años de su vida, la vejez se manifestó de maneras mucho más contundentes, proceso que se aceleró exponencialmente después de una fractura de fémur y muñeca. La semana pasada, cuando nos despedimos, parecía que habían pasado más de 10 años desde nuestro improvisado karaoke.  
Mi abuelita era una maestra de la gratitud y la noción de impermanencia. Supo ir renunciando a lo que debía renunciar a medida que cambiaba su cuerpo y se menguaban sus posibilidades. Dejó de conducir cuando lo consideró prudente, usó bastón cuando sintió necesidad de caminar con ayuda, cambió la lectura, que tanto amaba, por la voz robótica de la lectura computarizada, y con cada renuncia expresaba un agradecimiento. Con su inmensa fé católica, le decía a Dios cosas como ‘ya me prestaste los ojos mucho tiempo y los disfruté mucho, te agradezco ahora la tecnología que me lee los libros sin que yo necesite mis ojos.’ 
Incluso viviendo con ella, y viendo de cerca su relación con la vejez, siento que yo solo logré empezar a aceptar su envejecimiento hasta unos pocos días antes de nuestra despedida. Estoy lejos de interiorizar realmente la idea de mi propio envejecimiento paulatino e inevitable, pero espero que la huella de mis abuelita Esthercita, me de chispazos de sabiduría como los que me regaló mi amiga Ter. 
Con esto no quiero decir que no tenga sentido apostarle a una larga vida saludable. Comer verduras de hoja verde, hacer yoga, meditar, tomarse los 8 vasos de agua, comprar la crema con ácido hialurónico. Claro que se vale todo. En mi caso, quiero combinar todo eso con el reconocimiento cotidiano de que ser humana trae consigo la permanente exposición a la enfermedad, el inevitable avance de la vejez, y que todo el paquete de humanidad viene con el moño rojo de la impermanencia, que hace que esta vida se pueda acabar hoy, en un mes o en 60 años, entonces más me vale gozármela y decirle adiós a la ilusión de la eterna juventud. 
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marce-lab · 1 year
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Aceptar que soy humana
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[Entrega # 1 de la serie 'Aprender a ser humana']
Foto: Paul Cuoco on Unsplash
Si quiero transformar algo, ya sea en mí misma o en el mundo que me rodea, debo primero reconocer y aceptar el estado actual de las cosas. Incluso, si logro suficiente sabiduría y conexión, sería ideal que abrace con amor ese estado actual de las cosas, pero la aceptación es un paso fundamental.
Puede que esto suene obvio, y desde la profunda sabiduría lo es, pero pasar de las palabras a la acción es bastante difícil.
Hay muchas cosas de mí misma que quise transformar sin antes reconocerlas o de aceptarlas. Una de ellas fue mi contextura física, mi apariencia, pero de eso espero hablar más adelante. Por ahora me voy a enfocar en mi condición humana.
Escribo esto en 2023, un año en el que la herramienta de inteligencia artificial (AI) Chat GPT fue adoptada por un millón de usuarios en un periodo de cinco días, y el número de usuarios sigue creciendo de manera exponencial. Yo no estoy usando ninguna herramienta de inteligencia artificial para escribir estas líneas, lo estoy haciendo con el enigmático y complejo proceso de mi mente humana, así que borro y re-escribo constantemente.
Hasta hace poco habría podido decir que yo, al igual que todas las personas que leen esto, nací humana sin elegirlo. Ahora, con Chat GPT y las demás herramientas de AI que escanean constantemente el ciberespacio, ya eso no es una verdad absoluta.
De cualquier forma, quienes leen, se distraen y parpadean posiblemente entiendan que he sentido cierta vergüenza de ser humana. Cuando leo sobre el deshielo de los polos, sobre los gases de efecto invernadero, cuando veo la obscena acumulación de riqueza, que convive con la pobreza absoluta, me pregunto por qué no habré nacido siendo ballena, guacamaya, ardilla, por qué seré de esta especie que se inventó el dinero, que se aglutina en ciudades hechas de concreto y crea fronteras, guerras mundiales, facebook y ametralladoras.
Desde siempre he sido sensible al dolor de otros seres. De niña, mi papá me decía que si no me endurecía un poco, iba a sufrir muchísimo, porque me veía compadecerme del perrito, de la viejita, de la persona enferma. Esa emoción me ha llevado por trabajos, voluntariados y proyectos que tienen una pregunta en común: ¿qué hace que las personas queramos y podamos colaborar para buscar colectivamente una vida con mayor plenitud y dicha?
Después de más de una década con esa pregunta como faro me di cuenta de que había una falla constitutiva en mi aproximación a este asunto y era mi poca fe en la humanidad. Por un lado invertía mucho tiempo y energía en buscar ejemplos y factores comunes de historias de colaboración, dicha y plenitud; pero por otro lado, tenía la creencia de que la gran mayoría de los humanos caeríamos en el egoísmo, la tendencia a lastimar a otros seres, la desconexión con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Cuando reconocí que esa poca fe me atravesaba constantemente, me quedé sorprendida y doblemente avergonzada. ¿Cómo pretender transformar la manera en la que los humanos habitamos este mundo, sin reconocer y aceptar amorosamente mi propia condición humana?. Si seguía anhelando ser ardilla o guacamaya, difícilmente podría ser genuina mi fé en que los humanos podemos habitar este mundo con más dicha, colaboración y plenitud.
Desde ahí me comprometí a reconocer y aceptar mi humanidad, y es ese camino de aceptación el que me lleva a escribir estos textos que ahora comparto con personas y con los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial.
Vendrán otras entregas con mis reflexiones de cómo aprender a ser humana y habitar el mundo con colaboración, dicha y plenitud.
Gracias por leer
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marce-lab · 2 years
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¿Qué hago con el poder que tengo?
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Foto: Miguel Bruna en Unsplash.com
Por muchos años creí que no tenía poder. Entendía el poder como algo que ostentaban las personas que ejercen cargos políticos, quienes emplean a otras personas, quienes tienen el dinero suficiente para seducir a tomadores de decisiones de inclinarse por sus intereses. 
Desde hace un tiempo vengo reconociendo que tengo poder y dependiendo de dónde estoy y qué está sucediendo en ese escenario tengo más o menos poder. 
Hay formas de poder tan sutiles y cotidianas que es fácil ignorarlas. Cuando voy en bicicleta soy muy consciente del poder que los buses tienen sobre mí, pero reconozco que a veces paso por alto el poder que tengo sobre quien va a pie y sobre un perrito, por ejemplo. 
Mi entrenamiento en el uso de las palabras es también un poder que a veces olvido. Poner en palabras mis emociones y mis ideas es fácil para mí. Muchas otras personas tienen dificultades para hacerlo y eso puede combinarse con una historia personal y familiar marcada por la idea de que no es bueno expresar sus ideas. 
Desde agosto de 2021 hago parte de un grupo de agentes de cambio que transitamos en conjunto por un proceso de formación de una organización que se llama Acumen. Somos 25 personas, con muchas cosas en común, como el interés de contribuir al bienestar del mundo, y también con muchas diferencias, como el lugar de nacimiento, la edad, las creencias religiosas y políticas, las causas puntuales en las que trabajamos. 
Durante el año de formación se nos invitó constantemente a revisar las dinámicas de comunicación, a preguntarnos cómo incluir en nuestras conversaciones a todas las voces. Al principio yo vi eso como algo muy obvio, me pareció que bastaba con que se hiciera una pregunta y se diera tiempo para que las personas la contestaran. Con el tiempo fui notando que al hacer eso, y nada más, lo que ocurría es que yo que tengo incontinencia verbal hablaba sin parar, daba mi punto de vista todo el tiempo. En el grupo había algunas personas que hablaban muy poco. Me parecía una decisión respetable, legítima e individual. Me equivocaba. No siempre era así. 
A medida que fuimos construyendo confianza e incluso cariño, las cosas que nos separaban empezaron a ser menos importantes. Si alguien había estudiado en una universidad internacional y otra persona no, si alguien leía varios libros al año y otra persona no, si alguien podía contradecir al grupo entero y otra persona no. Todo eso fue siempre visible, pero empezó a ser menos relevante a la hora de confiar, de hablar, de abrazar y también de ‘empujar’ (invitar a alguien a ser más valiente y autocríticx). A medida que eso fue ocurriendo las voces que antes no se oían tanto empezaron a emerger. 
Empezamos a escuchar las incomodidades, las preguntas, los dolores, las alegrías y los cuestionamientos de algunas personas que habían hablado muy poco. De repente se me hizo evidente que quería y debía ser más consciente del uso de mi palabra. Con tiempo limitado, mi afán por compartir mi posición tenía como consecuencia que otras personas se quedaban sin hablar. En los momentos en los que tuve la sabiduría de guardar silencio pude ver cómo se abría espacio para escuchar otras voces. 
Hoy vi a un hombre en bicicleta, acompañado por quien parecía su hijo. Un niño de unos 6 años que iba a su lado en una bicicleta más pequeña. Se aproximaron a un cruce que tiene semáforo específico para ciclistas. En un breve instante en el que no pasaron carros, el adulto se abalanzó al cruce y le puso la mano en la espalda al niño para que pasara más rápido. Los carros y motos que aparecieron en la escena esperaron sin gritar ni pitar. Un par de minutos después el semáforo de bicicletas alumbró en verde y yo pude pasar. Pensé en la consciencia de ese niño, en el posible nacimiento de una noción de poder. Si a los 6 años vi que podía pasar el semáforo en el momento en el que no me corresponde, puede ser que crezca pensando que puedo hacerlo siempre, e incluso, que me merezco hacerlo, que nadie debería quejarse porque lo hago. 
Yo a veces lo hago. Paso el semáforo en rojo porque voy en bicicleta. Paro un instante, si no veo ningún peatón paso. Cuando lo hago una voz mentirosa en mi mente me dice que una bicicleta no es peligrosa, que si veo abalanzarse a una niña, un perro, un peatón pararé rápido y nadie saldrá herido. Hoy pensé que no quiero volver a hacer eso. Pensé en los niños que me podían ver, pensé en la idea de derecho adquirido, y en ese poder que uso de manera corrupta (quebrando el sistema para mi bienestar individual sin considerar el bienestar general). 
Dada la coyuntura política de mi país hoy pensé también en la ciudadanía que vota por el candidato que queda elegido. ¿Qué harán / haremos con ese poder? Si el candidato por el que yo voté gana, ¿será que aprovecharé para estigmatizar, humillar, despreciar al otro candidato, a las personas que votaron por él?, ¿será que usaré ese poder para entregárselo completamente al presidente y celebrarle todo lo que haga y diga? ¿será que construiremos uno y otro fulanismo que peleará visceralmente con un sutanismo? 
Espero ser más sabia que eso, espero estar a la altura de las circunstancias que vive el país, espero ejercitar cada vez más el músculo de escuchar a quien piensa diferente, espero mantener activo mi sentido crítico, espero escuchar y leer a periodistas que investiguen la gestión del presidente, espero comprender que esas acciones cotidianas son las que más perduran en la construcción de una sociedad con mayor bienestar para cada persona, cada ecosistema, cada comunidad, cada territorio. 
A quienes me quieren les agradezco que cuando me vean usando mi poder únicamente para mi beneficio, quitando espacio para el bienestar de otras y otros, tengan el valor de llamarme a un lado y recordarme con amor que tengo poder y que declaré mi intención de usarlo de otra manera. 
¡Gracias!
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marce-lab · 2 years
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Hecha de maíz
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Foto: JosEnrique en httpswww.flickr.compeoplesupernovamx
No puedo vivir sin desayuno. Es mi comida favorita. Los días en los que por alguna razón inicio mis actividades sin desayunar soy una persona terrible: malhumorada y con un hambre difícil de saciar en lo que resta del día. 
Nací en una región de Colombia donde la arepa es piedra angular de la alimentación, particularmente de los desayunos. Entonces, un combustible clave de mis conversaciones, mis trabajos, mis sesiones de ejercicio, mis vínculos con otras personas ha sido el maíz. Sin embargo, hasta hace poco desconocía la historia de cómo el maíz y los humanos mesoamericanos nos hemos co-creado mutuamente. 
A diferencia de lo que ocurre con frutas, raíces y hortalizas que también consumimos cotidianamente, parece ser que no hay ninguna planta de apariencia evidentemente similar al maíz en ecosistemas silvestres con poca intervención humana. 
Que esto sea así es un indicio de que hubo un largo proceso de domesticación de esa especie. Es decir, por muchas generaciones las personas seleccionaron, resembraron y volvieron a seleccionar semillas de Teosinte (Zea perennis), una plantas emparentada con el pasto. Con esto lograron que lo que antes eran granos diminutos de una pequeña espiga se convirtieran en granos gorditos y deliciosos de las mazorcas que comemos actualmente. En este video explican esto mucho mejor que yo y con evidencia científica muy interesante. 
Empezar a entender la historia de la domesticación del maíz me ha resultado revelador porque me ha ayudado a tejer un hilo que antes me resultaba invisible. El hilo de la co-creación de las civilizaciones humanas y otras especies. 
Cuando pienso en la existencia urbana, occidental de una persona como yo, me parece que es fácil caer en la ilusión de que mi supervivencia no depende mucho de la supervivencia del maíz y viceversa. Pareciera que puedo caminar hasta el supermercado y comprar allí cualquier otro alimento para mi desayuno. 
Sin embargo, el maíz no solo está en la arepa que me como con gusto todas las mañana, sino que está por todas partes: en el concentrado con el que alimentan pollos, gallinas, vacas; en el biocombustible; en las bolsas biodegradables; en el jarabe de maíz presente en muchísimos productos procesados. Junto con el arroz y el trigo, el maíz ha sido base de los asentamientos humanos por milenios. En el video que recomendé anteriormente mencionan que hay evidencias de que la domesticación del maíz ocurrió hace más o menos nueve mil años. Imaginen entonces cuántos de nuestros logros como especie han tenido al maíz como combustible. 
Como dice Claire L. Evans en el artículo ‘Feeling for the Organism’ de la revista Grow “en lugar de imaginarnos en la cima de una jerarquía de vida, podríamos ubicarnos fácilmente al nivel del suelo, a lo largo de un plano continuo. Un cambio en el punto de vista puede ayudarnos a ver nuestros entrelazamiento con mayor claridad. Somos diferentes del maíz, pero muchas culturas humanas han dependido del maíz para sobrevivir. Somos diferentes de las células, pero estamos hechos de células, por no hablar del consorcio de microbios que viven en nuestros intestinos, garganta y piel.”
El maíz no existiría como lo conocemos sin la dedicación de grupos humanos que se dieron a la tarea de co-evolucionar con él. Las civilizaciones mesoamericanas no existirían como las conocemos sin la energía que nos ha suministrado el maíz preparado de mil maneras posibles. Este texto no llegaría a ustedes sin millones de arepas que me han dado la energía para iniciar mis días. 
Colombia es un país con una agrobiodiversidad asombrosa. Se calcula que hay unas 500 variedades de maíz en el territorio colombiano. Cada variedad es un tesoro, pues es el resultado de la dedicación de muchas generaciones que la han domesticado, estabilizado y resguardado. 
Estas variedades siguen existiendo porque en algún rincón hay una familia que guarda la semilla, la siembra año a año, selecciona las mejores y las guarda otra vez. Si las familias campesinas se cansan de hacerlo puede desaparecer por siempre esta diversidad de la faz de la tierra, porque como lo dije anteriormente, no vamos a encontrar en ninguna selva del mundo una mata de maíz morado para sacar sus semillas y resembrarlas. 
Que se conserve esta diversidad es muy importante porque de ella depende la resiliencia a diferentes condiciones, porque cada especie de maíz forma parte de un nicho ecológico de otras especies y por otro montón de razones de las que espero hablar en otros textos. 
Por ahora, celebro este misterio con el que el maíz y las mujeres (también los hombres, pero como soy mujer me gusta hablar de las mujeres) nos hemos co-creado mutuamente. Y celebro también la paciencia y el diálogo constante de las familias guardianas de semillas que han hecho posible la pervivencia del maíz, del que estoy hecha. 
Links recomendados relacionados con mis parendizajes sobre el maíz: 
Diagnóstico de maíces criollos de Colombia - Campaña Semillas de Identidad
Barbara McClintock: Great Minds  (En inglés) - Breve resumen del trabajo de la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Medicina. Dedicó su vida a estudiar las estructuras móviles en la genética del maíz. 
Feeling for the organism. What it means to actually work with biology. - Revista Grow 
Nota importante: Ofrezco disculpas a expertas y expertos de biología, ecología y otras disciplinas especializadas en estas materias por cualquier simplificación o imprecisión en la que haya caído. Soy una aprendiz abierta a recibir comentarios, sugerencias de textos y otros materiales para profundizar mi conocimiento de estos temas.
Este texto hace parte de un newsletter que llevo en LinkedIn, llamado Aprendiz de Madre Monte. Sigue este enlace para suscribirte
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marce-lab · 3 years
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Nación de perritos lastimados
Tengo muy grabadas imágenes de algunos perritos recién adoptados a los que he conocido, que no soportan que nadie se les acerque a acariciarlos o darles comida. Ante cualquier gesto de cuidado responden con agresividad o corren a esconderse.  
Estos perritos no tienen codificado en su comportamiento un acto de cuidado. Esperan que todo gesto aquel a quien consideran su amo sea un acto violento, represivo, descalificativo. Estoy empezando a sentir que la nación colombiana también es así. 
Desde hace unos años me di cuenta de mi propia noción limitada del cuidado. En mi conciencia más primaria estaba la imagen de una mujer alimentando, educando, sanando a niñas y niños, personas enfermas o de edad muy avanzada. También estaba la imagen de un hombre consiguiendo la plata que se necesita para que haya techo, comida, pañales, cobijas, etc. La mujer teje, arropa y alimenta a las personas frágiles; el hombre se rebusca la plata. Si las personas son adultas y no están enfermas no son elegibles para ser cuidadas. 
Colombia es un país donde tantas criaturas crecieron sin una figura paterna que en el inconsciente colectivo hay unos estándares mínimos de lo que significa ser un buen papá e incluso un buen esposo. He hablado con amigas que me dicen que sus parejas sienten que merecen una fiesta al buen padre por no llegar a casa borrachos a la madrugada a incomodar a la familia (uso incomodar para referirme a un amplio espectro de violencias simbólicas, sexuales y físicas que están normalizadas en Colombia. El eufemismo es intencional porque muchas personas que conozco no consideran violento nada que no mate, deje morados o saque sangre).  
Mi papá ha sido cuidador de muchas maneras. Es muy cariñoso, me muestra su vulnerabilidad, me da consejos, me da ánimo para explorar mi máximo potencial. Aún así, ha pesado mucho la idea social de que los papás pueden ser fríos, desentendidos, con presencia intermitente. Intuyo que muchas personas comparten esta misma noción de paternidad y de cuidado. Dicho esto, quiero hacer una relación entre estos preconceptos y lo que la nación colombiana espera del Estado. 
Según la constitución política de 1991 “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria [...] democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.” Podríamos tomar cada término de este primer artículo de la constitución y desmenuzar sus consecuencias, pero por ahora basta con que hablemos de la noción de Estado social de derecho. 
Yo hasta hace poco no entendía muy bien a qué se refería y qué lo diferenciaba de otras formas de Estado. He estudiado un poco y encontré un video que resume varios conceptos que leí en otros documentos. Dejo el video en esta publicación y cito una frase que me parece clave: “el papel del Estado social de derecho consiste en perseguir y luchar contra las desigualdades que se producen dentro de la sociedad. El Estado social de derecho ya no se limita solamente a asegurar la vida, la propiedad y la libertad. Sus fines tienen mayor alcance e incluyen entre otros promover el progreso social, garantizando la distribución de la riqueza.”
Yo creo que el día que un aparato estatal Colombiano quiera hacer cualquier cosa que luche contra las desigualdades y garantice la redistribución de la riqueza, las personas que vivimos en este país vamos a reaccionar exactamente como perritos callejeros acostumbrados a recibir maltratos: responderemos con agresividad o emprenderemos la huída. 
Hasta hace pocos años para mí una persona adulta no necesitaba que nadie le defendiera de las opresiones, ni le ofreciera cuidados de ninguna especie y esto es porque tengo muy interiorizada la idea de que hay que ser ‘berraquito’, ‘echado p’adelante’, ‘emprendedor’. Hoy no peleo de todo con esas ideas, pero cada día tengo más presente que la ‘carrera’ del progreso, el éxito económico e incluso el bienestar básico es una carrera a la que algunos llegamos con nutrición de óptima calidad, los zapatos con la más alta tecnología y un equipo de entrenamiento; mientras otras personas llegan sin haber comido en varias semanas, descalzas y cargando a la abuelita que tiene 90 años y pesa 100 kg. 
Es posible que después de leer el último párrafo algunas personas crean que yo estoy sugiriendo que a quien llega sin comer a la carrera hay que llevarle a la meta en helicóptero y darle alimentos para su familia completa por 100 años, sin que tenga que moverse ni 1 milímetro. ¿Por qué es ésa la única noción de cuidado y compensación social? porque somos perritos maltratados. Porque tendemos a caricaturizar el papel de los Estados sociales de derecho hasta nociones ridículas. Porque creemos que es imposible e indeseable que un Estado reduzca con su accionar las desigualdades sociales. Tal como el perrito escapa o muerde cuando le van a dar amor. 
Un verdadero estado social de derecho habilita condiciones como la educación universal de alta calidad para todos los rincones de un territorio, el acceso a salud para toda la ciudadanía, infraestructura de transporte de personas y mercancías con condiciones óptimas para las comunidades y el medio ambiente, buenos equipamientos para la cultura y la recreación, y otra serie de condiciones que admiramos en países de latitudes lejanas. 
Es posible que quien lee conozca a alguien que se fue a vivir a un país que ofrece condiciones como las que se mencionaron anteriormente. Es posible que hoy ese familiar, esa amiga les esté diciendo que el accionar de los entes estatales frente a esta crisis es inaceptable. Es posible que en medio de esa conversación, quien vive en Colombia le diga a la otra persona que sus opiniones son producto de una desconexión con la realidad nacional, de que hace tanto tiempo se fue que no sabe bien cómo funciona este país. Yo creo que lo que ocurre en un caso como estos es que la persona que vive en otro país es como un perrito que ya se acostumbró al buen trato, que ya acepta que su amo le acaricie y le de buena comida. 
A veces los hombres que creen que amanecer en su casa es el epítome de ser un buen padre, se sorprenden de imaginar a otros hombres que bañan a diario a sus hijas, que están al tanto de las recomendaciones que dio la pediatra, que le hacen las trenzas a la niña mientras cantan con ella la canción que aprendió en el colegio el día anterior. En la conciencia de estos hombres es alienígena la idea de tomar la iniciativa de limpiar los gabinetes de la cocina o buscar que su esposa se tome una semana de vacaciones con sus amigas. Ese hombre se puede estar sintiendo incómodo con el proyecto de ley de licencia de paternidad extendida porque no ve ninguna razón para ausentarse de las reuniones importantes en los momentos en los que su pareja está lidiando con los desafíos de la lactancia. 
Cada vez veo más familias con padres que se comprometen con la co-crianza de sus hijas e hijos y no simplemente ‘ayudan’ un par de horas a la semana. También veo cada vez más a personas que se convencen de que las relaciones familiares y románticas se basan en el cuidado mutuo, en la responsabilidad afectiva. Tengo fe en que esa noción del cuidado poco a poco se extenderá a la esfera pública y podremos co-construir un país en el que la nación le exija al Estado que materialice con políticas y programas ese apellido de ‘social de derecho’. 
He cometido un sinfín de errores en mi participación en esta cultura del cuidado. He sido irresponsable con mi propio cuidado; me he llenado de pánico frente a las vulnerabilidades de otras personas y he salido huyendo; he actuado un sinfín de veces bajo la premisa de ‘sálvese quien pueda’ o ‘la ley del más fuerte’; me han parecido exageradas las solicitudes de comunidades históricamente descuidadas por el Estado; he mirado hacia otro lado en circunstancias en las que se han pisoteado los derechos de muchas personas; y a eso se le suma un largo etcétera. 
Por fortuna he estado rodeada de personas que tienen la paciencia y la sabiduría de acompañarme a desaprender la cultura del maltrato, la violencia, el abandono sistemático. De la mano de esas personas voy dando pasos hacia la co-construcción de una nación en la que la vida, la integridad y la solidaridad estén en el centro. Gracias por leer con compasión este texto tan largo
https://youtu.be/iyWg_GBRH5k
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marce-lab · 3 years
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Marchante Te hablo desde la compasión, la admiración y la gratitud. Se que sales con el corazón en la mano y con el temor de no regresar con vida. Se que cada grito sale del hastío de vivir en un país donde conviven el hambre y el latifundio, el puente caído de miles de millones que pasa impune y el balazo en la cabeza por un grafiti. Reconozco tu dolor y me duele aceptar que he co-creado ese país desigual, con mis votos (o la ausencia de ellos), con mi desinformación, con mi indolencia, con mi temor a perder la comodidad y mi falta de sentido de comunidad, de bienestar general.
Sabiendo que no tengo la autoridad moral para darte consejos, te quiero invitar a revisar tus arengas, tus grito, tu clamor. Detrás de cada uniformado que abusa del poder hay miles de se vistieron de verde para aprovechar la única oportunidad de estabilidad laboral que se les presentó, y otros miles que realmente creyeron que el uniforme era sinónimo de servicio a la comunidad. Cada insulto a un policía proviene de la misma bolsa de la que se sacan palabras como 'ñero' para referirse a un joven que lleva una gorra, o 'puta' a una mujer que usa la ropa que la hace sentir bien, o 'vago' a quien dedica su vida a procesos comunitarios, o 'vándalo' para llamar al artista callejero. Se que has visto como un uniformado le disparó un pelado en el pecho,  y otro manoseó a tu hermana en un CAI. Se que tu rabia está justificada. Sin embargo, cuando nos agredimos y violentamos entre nosotros, reproducimos las mismas lógicas que nos han tenido matándonos por décadas: liberales contra conservadores; paras contra guerrilleros; etc, etc. La tarea de no atacarnos, después de tantos años de jugar en bandos opuestos es inmensamente difícil, lo se, pero también sé que la juventud de hoy tiene el coraje que se requiere para enfrentarla. Se que tendremos también el valor de ver por qué tu primo, el vecino de infancia, el compañero de la escuela que hoy porta el uniforme cayó en la trampa de seguir las órdenes mezquinas de un establecimiento que no protege a la ciudadanía; por qué se encegueció por el poder de recorrer las calles con una ametralladora; qué eventos traumáticos lo llevaron hasta allí, y cómo la institución se aprovechó de su dolor. Más adelante podremos tener esa conversación. Por ahora se que esta invitación es ya bastante difícil de terminar de leer. Gracias por hacerlo. Gracias por hacer todo lo que se está a tu alcance para buscar que la próxima generación viva con un poco menos de inequidad, violencia y hambre.
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marce-lab · 4 years
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Este fin de semana, cuando las redes sociales se llenaron de banderas de colores yo sentí muy cerquita de mi corazón a un hombre que adoro, que llenó mi infancia de arte y mi vida de magia, una persona que me mostró la grandeza de materializar una idea, de convertir un impulso en un proyecto: una carpintería en casa, una obra de arte a partir de reciclaje, un tractor viejo pintado de colores, un tronco sin ramas forrado en tapas de gaseosa. Este ser humano increíble vivió en una época donde no había marchas de pelucas y tacones, donde lo que se conocía como ‘gente decente’ no ondeaba banderas multicolor. Una época en la que era impensable salir a la calle con los vestidos y labiales que tenía entre el closet. Se fue de este mundo sin conocer el orgullo queer y sé que habría sentido una dicha inmensa al subirse a una de esas carrozas de las marchas del 28 de junio. Seguramente habría recitado un poema fantástico escrito para la ocasión. En ese mundo en el que vivió donde en lugar de orgullo había vergüenza, no encontró más camino que la melancolía y el licor, muy presentes en los últimos años de su vida. Por este ser humano increíble y por todos los espíritus únicos y diversos celebro el mes del orgullo queer, y me comprometo a revisar los cajones mentales, los prejuicios que me impiden valorar la diversidad en todos sus matices y manifestaciones, a esas ideas y visiones de ‘lo correcto, lo natural, lo normal’ con las que pueda estar contribuyendo a que alguien en este mundo sienta vergüenza de sacar a la calle su espíritu único e irrepetible. #pride https://www.instagram.com/p/CCD-qi0JJB8/?igshid=1yxlwc9whhk4
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marce-lab · 4 years
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El primer paso, de un viaje de 1000 km
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Nota introductora: Escribí este texto en 2015. Aún no trabajaba en Crepes & Waffles, pero la empresa ya estaba creando conexiones con las comunidades que le venden desde entonces frijol cuarentano. 
Las ramas de los árboles se mecen levemente, caen un par de gotas y el pueblo entero cruza los dedos.
Con el buen ánimo que trae la brisa empiezan a rodar las historias. Todos recuerdan aquel hombre que prometió ir de rodillas desde su casa, hasta el atrio de la iglesia, si volvía la lluvia a sus tierras. La misma noche de su promesa cayó un aguacero que les recordó a los habitantes de El Salado que su pueblo está atravesado por un arroyo. Han pasado varios meses desde aquel suceso. Del arroyo solo queda una zanja seca, como una cicatriz, y de la promesa incumplida del vecino queda una leyenda, esa en la que las cosechas se están perdiendo por culpa de un hombre que no entiende que la palabra pesa.
Estas historias se cuentan en la puerta de Delsy, la anfitriona del pueblo. Por su casa han pasado todos. La fiscalía, los funcionarios de las ONGs, los ingenieros, los periodistas. Todos han desayunado yuca cocida con suero costeño, pasta de ajonjolí y algunos se han aventurado a probar el famoso ají que prepara su marido.
Desde la puerta de su casa se alcanzan a ver una cancha de fútbol polvorienta y una iglesia. Allí se dieron cita el llanto, la sangre, los gritos, la tragedia y la desesperación en febrero del año 2000, cuando las autodefensas masacraron a 66 habitantes de la zona.
Quince años después, Delsy alojó al personal de la fiscalía que fue a entregar los restos de 9 víctimas que por fin fueron reconocidas, después de haber sido exhumadas de una fosa común en 2013.
En El Salado todos están marcados por esa tragedia, todos tienen tatuado en el alma el dolor, el abandono, el absurdo de la indolencia de las autoridades, el sinsabor de haber tenido que dejar su pueblo abandonado y vivir en otras tierras, por amargos y largos años.
Aún así, en las noches saladeñas, en mecedoras ubicadas en los portones de las casas, se habla de oportunidades, de proyectos, de prosperidad y se cuentan historias al calor de unas cervezas.
Una de esas oportunidades se empieza a materializar en una mañana de martes, en la casa comunal del pueblo y yo tengo la fortuna de participar en esta reunión.
Campesinos de diferentes veredas se reúnen para reconocer que juntos son más fuertes, para pensar cómo pueden estrenar el pavimento de la vía que los conecta con Carmen de Bolívar, sacando productos orgánicos que terminarán en mesas de importantes restaurantes.
Con orgullo y amplias sonrisas, los saladeños dicen que la gente linda, la unión y la confianza son lo que más valoran de su pueblo. Yo observo sus miradas cristalinas con profunda admiración por su resiliencia, por su pujanza y cruzo los dedos junto a ellos porque llegue la lluvia y se llene el arroyo que atraviesa el pueblo.
Los campesinos eligen un líder por cada vereda e idean mecanismos para mejorar la calidad de sus productos, fijar precios y conectarse con esos clientes que tendrán el poder de transformar sus vidas, disfrutando de un plato de buena comida.
Los fríjoles y los aguacates de El Salado, como tantos otros productos de la zona de Montes de María, tienen un sabor único y además son cosechados por manos que aman la tierra, que cuidan el bosque, que dejan a sus gallinas sueltas, que saludan al vecino cuando pasa y estrechan con cariño la mano del visitante.
Estas manos están ávidas por cosechar los mejores granos y vegetales, de variedades nativas que han sobrevivido a Monsanto.  Quieren aprender a limpiar esos productos, a empacarlos y transportarlos de manera adecuada, quieren saber cómo hacer una cuenta de cobro y llevar una contabilidad organizada. Estas manos quieren ganar con trabajo el pan que ponen en sus mesas y dejar atrás los paños de agua tibia de muchas ONGs que los adormecen con refrigerios, como dice un amigo mío.
Esto no pasará de la noche a la mañana. Los campesinos deberán preparar sus fincas para recolectar el agua que todos esperamos que llegue. Necesitarán aprender a sacarle el mejor provecho. Será necesario que aquellos que tienen más conocimiento y experiencia, lleven a los demás de la mano en el camino de cosechar y vender productos de alta calidad. Las estructuras de liderazgo y toma de decisiones que nacieron de esta reunión deberán fortalecerse y resistir los contratiempos y malos entendidos que vendrán en el proceso.  Falta un largo camino por recorrer, pero un viaje de mil kilómetros siempre comienza con un pequeño paso.
Para que este paso este paso trascienda y conecte a estos agricultores con restaurantes de lujo será necesario aunar esfuerzos de muchos sectores y yo espero participar en ello.
Nota: El contenido de este blog no representa las opiniones y visiones de ninguna de las organizaciones involucradas en la iniciativa que conecta agricultores con mercados de alto valor. Estas son impresiones personales de las que Marcela Arango Bernal se hace responsable ([email protected])
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marce-lab · 4 years
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Integrar la sabia sencillez
[Entrega #8 de la serie 2020 y la observación]
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Foto: Echo Wang en Unsplash https://unsplash.com/@elxw
Cada vez que he tenido la fortuna de entrar en contacto con personas que están realmente presentes, con personas sabias e inspiradoras, me encuentro con un factor común en sus palabras y es la idea de que lo más profundo y transformador es al mismo tiempo abrumadoramente sencillo. Cuando escucho a alguien muy sabio siento un poco como si estuviera escuchando una voz que hay dentro de mí, es decir, que en lo profundo de mi conciencia está todo eso que la persona sabia dice. 
Dicho esto, también me he encontrado mil veces con la misma sensación y es la de que aunque conozco esos principios de sabiduría, vivirlos plenamente es otro camino bien diferente. 
Unos días después de que publiqué la entrega 7 de este experimento de observación mi cotidianidad (esa nueva que había tejido en la pandemia) se transformó mucho. En los primeros días de la cuarentena muy buena parte de mi energía estaba dedicada a actividades y tareas de observación, ideación, planeación medición de impacto de una iniciativa que Crepes & Waffles tiene en Montes de María. También había en esa ecuación muchas actividades de cuidado, de cocina, de tejer la vida cotidiana en un espacio pequeño. Con la vida en ese estado, observar se me daba con naturalidad. 
Cuando sentía que me estaba acomodando allí en ese mundito que tejí, apareció el desafío de ponerme al frente de las conversaciones con cientos de personas que se comunican con Crepes a diario a través de redes sociales para quejarse, para hacer preguntas y sugerencias. Con las dinámicas de relación con la virtualidad que ha traído este aislamiento esa es una tarea que no parece tener fin y cuyos momentos más álgidos son las noches y los fines de semana. 
Los mensajes parecen llegar por toneladas. En la mayoría de los casos están llenos de emociones: hay frustración, hay rabia, hay demanda, hay prisa (mucha, mucha prisa), hay juicios, hay también gratitud, amor, celebración. 
En los primeros días de cuarentena yo me sentía como flotando en un río. Sabía que lo mejor que podía hacer era alivianarme y dejarme llevar, me sentía tranquila y podía darme el lujo de contemplar las nubes, sentir la temperatura del agua...observar. Cuando empecé con esta tarea de comunicación por redes sentí como si hubiera llegado a los rápidos del río, apenas lograba salir a la superficie, y cuando menos pensaba tenía otra vez la boca llena de agua, mientras mi cuerpo se movía en direcciones inesperadas a toda velocidad. Observar, en medio de eso, no se siente como la actividad más natural. 
Hoy que me detengo por un momento me ronda la idea del ejercicio de la ampliación de la perspectiva, de la sabiduría. Es decir, escribir unos textos sobre mi visión de mi cuerpo, de mis emociones, de la tristeza, de mis valores, es importante para mí, y al mismo tiempo, representa un paso pequeñísimo del camino de integrar esto en mi vida, en cualquier circunstancia de mi vida, no solo en los momentos en los que voy flotando, sino en las turbulencias; y para que la observación no sea algo que solo viene a mí cuando todo está en calma, necesito ejercitarla. 
Confieso que en medio de mi trabajo de comunicarme con clientes frustrados he sentido ganas de ver el mundo arder, he juzgado con mucha severidad a personas que están furiosas por cosas que me parecen insignificantes, he sido impaciente, he ignorado las alertas que me da mi cuerpo, se me ha olvidado por completo que con dedicar energía y tiempo a mi respiración puedo incrementar la posibilidad de ser ecuánime. Como suele ocurrir, las actitudes que he más he juzgado en las personas con las que he hablado en redes son exactamente las que son comunes en mí. 
Unas semanas antes de que el COVID llegara a Colombia tuve un momento de epifanía sobre la impaciencia. Participé en conversaciones muy significativas sobre lo que ha ocurrido en este planeta desde que apareció en el universo hasta nuestros días y cómo, en comparación con toda esa historia, la presencia humana no llega a ser un parpadeo, sin mencionar la diminutez de mi tiempo viva. Eso comparado con presencias como la de la cola de caballo que está en la tierra muuuucho antes que cualquier mamífero y no se ha modificado mucho desde que apareció en el planeta azul, hasta hoy. 
Estas comparaciones entre mi insignificancia y la magnificencia de la cola de caballo me hacen dar risa y vergüenza al mismo tiempo, porque tengo una vocecita por dentro esperando que muchas cosas se transformen en el mundo, y que ojalá ocurra pronto. Como mido todo bajo la regla temporal de mi tiempo en el planeta, me parece que tener a una buena parte de los homo sapiens en sus casas durante uno o dos meses debería ser suficiente para que nos comportemos de maneras diferentes. Yo anhelo más colaboración, más empatía, más conciencia. Se que todo eso lo espero bajo unas medidas fijadas por mí de manera muy arbitraria y hasta ególatra. 
Esa prisa, esa impaciencia, no dista mucho del afán con el que alguien con prisa de almorzar escribe para decir que es la peor falta de respeto del mundo que su pedido no haya llegado después de una hora de haberlo ordenado. 
Mi texto de esta entrega, lejos de ser una línea recta que va a algún lugar certero, se parece más a un meandro de un río, que da curvas largas para volver casi al mismo lugar, un lugar que me recuerda todo el camino que tengo por delante para que ese contacto que he tenido con la sabia simplicidad de la vida se integre en mis días, no como una idea, sino como una forma de vivir, no como una foto de un río, sino como el agua que es río, y el río que es agua. 
¡Gracias por leer este meandro!
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marce-lab · 4 years
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De oficios, ocupaciones e identidades
[Entrega #7 de la serie 2020 y la observación] 
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Foto:  Branimir Balogović https://www.pexels.com/@brandaohh
‘¿Y tú qué haces?’ Esta es una de las primeras preguntas que se acostumbra hacerle a alguien en el ritual de presentación y se orienta a averiguar en qué actividad remunerada ocupas tu tiempo, en qué te entrenaron (ojalá en una universidad). 
Es decir, creo que recibiré gestos de extrañeza si ante esa pregunta, yo contesto ‘preparo comida para personas que quiero, bailo en la ducha, escribo textos que comparto en un blog y en redes sociales, hago estiramientos y ejercicios de respiración, lavo platos y ollas, me reuno virtualmente con amigas y amigos para darnos ánimo en el aislamiento, hago logística para recibir el mercado a domicilio, preparo mermeladas, yogurt casero’. 
En el mundo en el que yo vivo, el oficio que alguien desempeña es piedra angular de su identidad. Y eso contrasta con que en plena pandemia, muchas personas que conozco se están haciendo preguntas relacionadas con sus ocupaciones. La mente plantea escenarios de cómo será el mundo después de esto y de inmediato cuestiona la pertinencia y utilidad tiene una cierta profesión en ese mundo que creemos que será diferente al que habitábamos en enero del 2020. 
Si yo mido mi valor a partir del oficio remunerado en el que ocupo mi tiempo y de repente ese oficio deja de tener relevancia entonces ¿qué será de mi valor y cómo me ganaré la vida?. Esa última frase, la de ganarse la vida, a mi me hace mucho ruido porque desde mi perspectiva representa claramente esa correlación que hemos hecho de la ocupación, la identidad y una especie de lotería (ganarse) que te da un boleto para ocupar un espacio válido en el mundo. 
Las guerras, las pandemias, los desastres naturales sacuden a las sociedades de muchas maneras, una de ellas tiene que ver con la cotidianidad de las ocupaciones, es lo más natural del mundo. Hoy mi observación está dedicada a revisar si el hecho de que cambie la ocupación, tal vez se mueva hacia el territorio de lo no-remunerado-con-dinero golpea la identidad al punto en el se que pueda sentir que alguien que quiero ya no se está ‘ganando la vida’. 
¿Desde dónde puedo construir mi identidad y valorar la de otras personas que no sea tan limitante al oficio, a aquello que aprendieron en el sistema educativo formal? ¿Cómo puedo construír a que quienes me rodean sepan que su lugar en el mundo no depende sólo del dinero que les paguen por hacer un oficio o del reconocimiento social de la organización con la que tienen un contrato laboral? ¿cómo sería un ritual de presentación que le permita a una persona decir lo que sea que le haga sentir bien de sí misma, lo que sienta que realmente la identifica? ¿cómo le doy un lugar significativo a las actividades de cuidado propio y de otras personas, que al final son cruciales para mantenernos con vida y bienestar?
Con esas preguntas les dejo por hoy.
Gracias por leer y participar en este experimento de observación 
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marce-lab · 4 years
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¿De qué material está hecho lo que valoro?
[Entrega #6 de la serie 2020 y la observación]
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Foto: Stefan Stefancik en Pexels https://www.pexels.com/@stefanstefancik
Considero que varios días de confinamiento son una muy buena receta para preguntarme qué me da bienestar. Si me imagino el peor panorama posible, si las restricciones que hoy enfrentamos son más permanentes de lo que he imaginado cuáles serían esos hábitos, esas personas, esos alimentos, esos objetos que quisiera poder mantener en mi vida. 
Llevo unos meses leyendo un libro que se llama Lost Connections (conexiones perdidas) escrito por Johan Harris. Este hombre, que toma medicina psiquiátrica desde que era un adolescente, dedica una investigación alrededor del mundo a buscar múltiples causas de la ansiedad, la depresión y encuentra también lo que él llama soluciones inesperadas. 
Yo no soy una autoridad en salud mental ni mucho menos, así que no voy a entrar en la discusión sobre si las causas y las soluciones que se presentan en este libro son atinadas o si las investigaciones que las respaldan son suficientemente rigurosas. Solo quiero enfocarme en una de las causas de las que Harris habla y es los valores chatarra (como ‘primos’ de la comida chatarra). Este hombre dice que estamos (nosotros los urbanos_occidentales) inmersos en una cultura que nos empuja a perseguir con ansias cosas como la envidia de otras personas, los retweets, los likes, cuando en el fondo de nuestra conciencia sabemos que los momentos en los que hemos encontrado sentido y conexión en nuestra vida están hechos de otro material, por decirlo de alguna manera. 
Yo no lo voy a poder explicar tan bien como Harris, así que les recomiendo (y creo que es una de las recomendaciones más significativas que he hecho en esta serie y en general en mis publicaciones) ver este video:
https://www.ted.com/talks/johann_hari_this_could_be_why_you_re_depressed_or_anxious?utm_campaign=tedspread&utm_medium=referral&utm_source=tedcomshare
Lo que les puedo decir como complemento del video es que siento que estas restricciones y condiciones particulares que nos ha impuesto la pandemia pueden ser una oportunidad para hacer una especie de desintoxicación de los valores chatarra y tener un reencuentro con lo que me hace sentir que mi vida tiene propósito, que estoy conectada con lo esencial, con lo que valoro; y como consecuencia, preguntarme cómo puedo dedicarle más tiempo, energía y dinero a esos valores reales que me traen bienestar y le dan sentido a mis días.
Siento que mi hermano Julio Arango, a quien adoro, está en esa búsqueda y la está documentando en su canal de youtube. Se los dejo por aquí para que lo revisen, lo sigan y se animen a participar en sus desafíos: https://www.youtube.com/channel/UCuARThFHZgb5nYwV1vtGY3w
Gracias por leer y por ser cómplices de esta #Mirada2020
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marce-lab · 4 years
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En honor a la tristeza
[Entrega #5 de la serie 2020 y la observación]
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Foto: Cristian Newman https://unsplash.com/@cristian_newman
Siento que en este momento histórico, en estas condiciones urbano_burguesas_privilegiadas_occidentales en las que vivo la felicidad es el tesoro más preciado. En estos tiempos y en estas condiciones anhelamos ser felices con una avidez tal que esa promesa está por todas partes: comida para ser felices, productos de belleza para ser felices, proyectos inmobiliarios, educación, dispositivos tecnológicos, bebidas alcohólicas y gaseosas, productos y servicios por doquier nos seducen con la idea de consumirlos para lograr la felicidad.
Quienes me conocen saben que parece que yo me hubiera tragado un payaso. Sonrío mucho y me queda muy fácil reirme a carcajadas. Casi no hablo de mis tristezas, tiendo a vivirlas en soledad, en contraste, me refiero mucho de los lados nutritivos de casi todo lo que me ha pasado en la vida, así que yo puedo ser un ejemplo de ese yugo de la felicidad. 
Llevo apenas unos dos años en un encuentro paulatino con los rincones menos brillantes de mi emoción.
Ha sido un camino en el que he sentido temor. Ha retumbato mucho en en mi conciencia la idea de que la felicidad es el lugar que debería habitar. A eso se le suman algunos casos de depresión, ansiedad y bipolaridad en mi historia familiar y en otras personas que quiero mucho. Y entre lo uno y lo otro yo me he inclinado a patologizar la tristeza y por lo tanto, temerle.
Por vías diversas, a través de personas maravillosas y experiencias muy profundas han llegado a mi vida otros rostros de la tristeza, de la incomodidad, de los estados de ánimo y de conciencia donde no hay tanto brillo, no son tan populares, ni ganan corazoncitos en las redes sociales. Unas formas de ver estas emociones como lugares dignos de ser honrados y observados con detenimiento. 
Sin deshacerme del temor he abierto puertas de mi vida, de mis recuerdos, de mis preconceptos que me han hecho llorar, me han traído cansancio y dolor. Siempre he encontrado tesoros en esos lugares. Es difícil describir esos tesoros (las palabras se quedan cortas para muchas cosas, como lo muestra Tiffany Watt en su charla TED sobre las emociones). Pero aunque me cueste describir esos regalos, les puedo decir que los valoro un montón. 
En algunas de las conversaciones sobre la vida en pandemia que tenido con algunas personas que quiero me he aventurado a reconocer que he estado triste. Cuando lo digo, siento la responsabilidad de explicar por qué estoy triste y allí se me vuelve un poco más difícil seguir con el tema. Voy caminándolo de a pocos y me río de mis dificultades porque ser parte de una especie que hoy vive una pandemia, sentir compasión con tantas familias que vivien del diario y ahora sufren, tener limitaciones para ver y abrazar a personas que amo serían motivos más que suficientes para justificar mi tristeza, y aún así me avergüenzo un poco de ella.
Dentro de este experimento quise dedicarle un día a la tristeza porque quiero honrarla, observarla, darle su lugar. Quiero que llegue el momento en el si alguien me pregunta ¿cómo estás? pueda contestar ‘triste’ y no me cause tanta incomodidad decirlo, ni me sienta responsable de justificar mi tristeza.
Hoy no voy a compartir ningún recurso, metodología ni herramienta, solo vengo a mostrarles un poquito de mi tristeza, y tal vez, si alguna persona que lee tiene una tristeza enclosetada, esta lectura puede darle un impulso para dejarla salir. 
Gracias por leer
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marce-lab · 4 years
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Estar aquí y poder continuar
[Entrega #4 de la serie 2020 y la observación]
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Foto: Jeremy Bishop https://unsplash.com/@jeremybishop
En 2011 yo me despertaba y me acostaba con una presión en el pecho. Había cambiado de vida súbitamente, pasando de vivir en una pequeña vereda pacífica en clima cálido a trabajar en el centro de Bogotá en un año que me pareció muy gris y lluvioso. 
Le habían diagnosticado cáncer a mi mejor amiga. Estaba muy delicada y eso me llenaba de impotencia. 
Un día, por pura casualidad llegué a un evento gratuito y masivo de meditación por la paz, convocado por una organización que se llama El Arte de Vivir. Me senté en el suelo bastante incómoda y no solo por la falta de espaldar, sino porque me sentía fuera de lugar rodeada de caras sonrientes y prendas holgadas de colores claros. Veía a todas las personas a mi alrededor como iluminadas y yo con mi pecho presionado. 
Hicimos unos ejercicios de estiramiento, algunos otros de respiración, cerré los ojos y seguí unas instrucciones que daba un hombre vestido de blanco que estaba sentado en posición de loto en una tarima. Transcurrió una media hora y al levantarme del suelo dejé de sentir presión en el pecho por primera vez en muchos meses. 
He oído decir muchas veces que hay estudios que demuestran el efecto de la respiración profunda, la atención consciente y la meditación en el funcionamiento del cerebro, en la salud del sistema inmune, en el manejo del dolor. Por cada estudio hay un contra-estudio que contradice los hallazgos en estos temas. Nunca me ha hecho falta leer un estudio al respecto y hago el ejercicio consciente y decidido de ignorar los contra-estudios.
Por ahora, mi experiencia con las técnicas de respiración, mindfulness, relajación y meditación es suficiente para afirmar que he encontrado algunas herramientas que me van ayudando poco a poco a responder a las preguntas ¿qué significa estar aquí, presente en lo que estoy viviendo y poder continuar?.
En tiempos de pandemia y de aislamiento social, me parece invaluable poner la mirada a posibilidades para poder estar aquí, navegando esta incertidumbre, estas emociones y poder continuar. Todo esto, en un contexto donde la ilusión de control se cae, pues ni yo ni ninguna de las personas que están leyendo pueden decir que tengan el control y que por eso puedan sentirse en paz. 
Yo creo firmemente que no todo funciona para todas las personas, no hay receta universal, pero en mi receta hay muchos audios que me dan instrucciones, mucha observación de la respiración. Y les digo esto, no solo porque es parte del tema que quiero tratar hoy, sino también como un dato para tener en cuenta y poder decidir si quieren seguir participando en este laboratorio de observación, pues es muy posible que haya bastante de este contenido a lo largo de los días. 
Dicho esto, quiero profundizar un poco en la idea de qué es para mí estar aquí y poder continuar. Desde mi perspectiva no se trata de tener una vida como la que nos imaginamos que tiene un monje encerrado en un claustro, donde no hay algarabía, música, ideas, caos. En la mía (en mi casa de ladrillos y en mi casa mental) hay de todo eso. Alguien que amo mucho me decía en estos días que ese ‘estar aquí’ (lo que en inglés llaman mindfulness) se parece a la idea de ir en una tabla de surf en la cresta de una gran ola. No es inacción, no es somnolencia, es la ecuanimidad para enfocarse y avanzar. No crean que yo siempre la tengo, creo que es una utopía, una que me alegra que exista porque cada vez que estoy en mi centro me acerco un poquito más a ella (así ella se me aleje otra vez jajaja). 
El primer paso para sentir que me estaba acercando a ese estado fue dejar de sentir la presión en el pecho. Después de eso, he visto otras cosas, como que en algunas ocasiones tengo la fortuna de pausar por un instante antes de decir cosas de las que me podría arrepentir (en algunas ocasiones), o también he podido observar mi estado de ánimo y poderle poner nombre a emociones y comunicarlas con cierta claridad. 
Aquí sigo buscando maneras de estar aquí y poder continuar, en plena pandemia y en lo que sea que venga después de ella. 
De nuevo les comparto algunos de los recursos que he encontrado: 
Organización el Arte de Vivir:
Respiración de fosas alternadas: https://youtu.be/Vdf9braF1CU 
Meditación guiada que pasa por la observación de los sonidos del ambiente, el cuerpo, los pensamientos y las emociones: https://youtu.be/aDqTjXlmJM8 
Método Wim Hof de Respiración (este lo he empezado a practicar recientemente. Si quieren conocer detalles y tienen la posibilidad de acceder a Netflix, vean el segundo capítulo de la serie The Goot Lab. El capítulo se llama Cold comfort) - NO ES APTO PARA MUJERES EMBARAZADAS):
https://youtu.be/tybOi4hjZFQ 
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marce-lab · 4 years
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¿Cómo me siento?
[Entrega #3 de la serie 2020 y la observación] 
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Foto por:  Cristian Newman - https://unsplash.com/@cristian_newman
 Una amiga me contó hace un par de años que con cierta frecuencia su novio le hacía dos preguntas ¿cómo estás? y ¿cómo te sientes?. 
La segunda pregunta fue nueva para mí, pues solía relacionarla con el hecho de estar mal de salud, a manera de chequeo de cómo seguía. Creo que esta pregunta constante fue muy importante para consolidar un lazo muy fuerte entre mi amiga y su novio. 
Me pareció tan mágica que de a pocos la he ido incorporando en mi vida. 
Me la hago a mí misma y se la he hecho a personas que amo y ya se está empezando a volver una práctica. Cuando estoy en el papel de identificar cómo me siento siempre me tardo un momento. Necesito observarlo con detenimiento. A veces me tardo en encontrar la palabra que lo describa y en ausencia de un término a la mano, cuento par de historias con el ánimo de pintar la imagen de mis emociones. 
Una mujer a la que admiro mucho trabaja en un jardín infantil bogotano que se llama El Arca de Noe. Su gran propósito (entre muchos que tiene) es el de dotar a las pequeñas personitas que están en el jardín de herramientas para identificar sus emociones, conectarse con ellas y comunicarlas a otras personas. Saber que eso está ocurriendo en un jardín infantil y ojalá en muchos más, me llena de esperanza y de ilusión. 
Identificar emociones no formó parte de las herramientas que yo recibí en mi infancia, y mucho menos de lo que le enseñaron a mi mamá, a mi abuela, y ni decir a los hombres de mi familia (con esto relacionar la masculinidad con la represión de las emociones…).
Una emoción que no logro identificar no desaparece por arte de magia, es más, con frecuencia toma el control de mis acciones, de mis palabras, sin que yo pueda comprender por qué me estoy comportando erráticamente. Yo diría que una emoción no identificada es como una criatura que quiere conexión, atención, y a la que no se le presta atención. Esa criatura suele elevar la voz, golpear el suelo (muy común en pataletas de personitas), rasguñar (si es gato o perro). Mi emoción puede ser así cuando no le dedico tiempo y atención. 
En tiempos de pandemia, de confinamiento social, de incertidumbre, siento que es crucial que pueda preguntarme por mis emociones e ir encontrando maneras de nombrarlas. Si se preguntan ¿por qué es importante nombrarlas? les recomiendo ver esta charla de una historiadora que desarrolla el tema de una manera muy linda: Tiffany Watt Smith: The history of human emotions (tiene subtítulos en español)
https://www.ted.com/talks/tiffany_watt_smith_the_history_of_human_emotions?utm_campaign=tedspread&utm_medium=referral&utm_source=tedcomshare 
Como creo que es común que se nos queden cortas las palabras para describir emociones, busqué listados de emociones y sentimientos y encontré esta rueda de las emociones traducida desde el inglés por Adrián Silisque - Rueda de emociones y sentimientos: http://adriansilisque.com/emociones-basicas-y-una-rueda-de-palabras-emocionales/
Es posible que en esta misma serie incluya algo sobre la tristeza y otras emociones a las que se les pone mucho la etiqueta de negativas, que desde mi perspectiva las limita mucho, pero mientras tanto, si quieren profundizar en la idea de qué nos hace felices, les dejo esta charla de una gran amiga que ha usado la investigación para responderla: Cómo la investigación académica me ha hecho más feliz - Lina Martínez https://youtu.be/cLWr5pAMtbU 
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