Tumgik
victoriapriano · 4 years
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El peso del mensaje
Hace algunos días, en una comida con mis amigas, surgió el tema del dramático cambio físico que una ex compañera de colegio estaba transitando. Como tantas otras veces, el asunto era que había bajado de peso -unos diez kilos- y lo estaba documentando todo por instagram. Para poner en tema a las que no sabían de qué hablábamos, desde un teléfono celular se inspeccionaron las historias destacadas, las fotos, los cambios, los posteos. Con mucha admiración y aprobación, coincidieron en que estaba por el buen camino. Estuve tentada de preguntar qué era lo que validaban como mérito: ¿el cumplimiento de su objetivo? ¿la persecución de hábitos sanos? ¿por qué era que estábamos hablando de ella? ¿cuál era el foco de la conversación? pero segura de que nunca me admitirían a mí, ni a ellas mismas la verdad, dejé pasar la ocasión. En tiempos donde las obsesiones y los trastornos se esconden detrás de rutinas FIT, discursos de empoderamiento y ayunos intermitentes, la búsqueda de los motivos ulteriores es compleja. No hay nada de malo con querer bajar de peso y buscar el equilibro personal, pero hay que prestar muchísima importancia al contenido y las formas del mensaje que mandamos.
Hubo muchísima sorpresa en el ambiente cuando yo -muy irritada- dije que me parecía una vergüenza lo que estaba haciendo, y que me resultaba la perpetuación de un ideal perverso.
Las caras giraron hacia mi dirección. Pude leer algunas de las respuestas de siempre, algunas cansadas de mis siempre presentes opiniones políticas, otras, genuinamente dispuestas a dialogar. No pudimos llegar a un acuerdo, si bien afirmaron que mi punto de vista tenía algo de válido, me sorprendió (y no) que no pudieran ver ni entender lo nocivo que era el mensaje. Al final, todas asintieron condescendientemente, y por adentro dejaron de lado la discusión atribuyendo mi posición extremista a mi trastorno alimenticio. A sus ojos, yo no puedo ser objetiva porque todo es un disparador para mis propias inseguridades, y quizás lo sea, pero también quizás porque lo sufro, es que soy muy consciente de que este tipo de contenido puede dañar a otrxs como yo, especialmente a lxs más jóvenes.
“Si ella quiere mostrar sus cambios, ¿por qué no debería?” insistieron “si no te gusta, no lo mires, no la sigas”. El problema con este tipo de lógicas es que caen en un territorio muy peligroso, en el que uno puede hacer lo que quiera y no responsabilizarse de los efectos de su contenido. No dista demasiado de discursos como “las personas blancas también son discriminadas” o “los hombres también sufrimos violencia de género”. Estoy segura de que su opinión sería diferente si esta persona en particular estuviera subiendo consejos de suicidio, o una de las cuentas “thinspo”, o los antiguos blogs de “ANA” y “MIA”. Lo que eligen no ver, es que Argentina es el segundo país con más trastornos alimenticios a nivel mundial, con una incidencia del 29%, y como si esto fuera poco, entre un 10% y un 25% de las personas que padecen un T.A. mueren a causa de eso, según indica un relevamiento realizado por la Asociación de Lucha Contra la Bulimia y Anorexia (ALUBA). Los T.A. son tan peligrosos como cualquier otra enfermedad terminal, y muchas veces, aunque el paciente logre recuperarse, tienen consecuencias físicas y psicológicas que cargarán por el resto de sus vidas. Muchas de estas publicaciones no solo son un disparador para aquellos que tienen un T.A., sino que muchas veces también son el punto de partida o la manifestación de un trastorno de la conducta alimentaria propio. La gran mayoría de los trastornos pasan por debajo del radar de familiares, amigos y a veces hasta de profesionales, porque los pacientes no están lo “suficientemente” enfermos, es decir, no están muy por debajo del peso “normal”, esto también es un problema cuando lo normal no es sinónimo de sano.
Las causas de los T.A. son múltiples, y varían de persona a persona. Sin embargo, es imposible negar que el factor social, la presión y la imposición del modelo de belleza social es un factor crucial. El constante bombardeo en las redes sociales y en los medios de comunicación que vinculan la felicidad, la belleza y la perfección con la delgadez son la principal razón por la cual las personas buscan la felicidad en la pérdida de peso.
En este caso en particular, la jóven sobre la cual conversábamos, había subido historias en las que se leía un texto que decía “5 kg menos y soy feliz”, en las que tapaba su cara con un emoji de chancho mientras mostraba su abdomen delgado y se subía a la balanza mostrando su progreso. Es verdad que no hay nada de malo con querer estar más sano, pero en este caso estaba más que claro que su objetivo no era estar más sana, sino lograr un ideal de cuerpo hegemónico y esbelto. El problema se intensifica cuando relaciona la delgadez con la felicidad, y los kilos de “más” (porque nunca estuvo obesa ni fuera de un peso sano) con ser un chancho, ser indeseable o ser infeliz. Este tipo de contenidos (resulta irrelevante el alcance que tenga la cuenta, 10 mil seguidores es peor, pero entre tus 15 seguidores pueden haber personas frágiles) son excesivamente peligrosos para personas sensibles, pueden resultar de “inspiración” para pasar un día más sin comer, para dejar el plato de lado cuando tienen hambre, o vomitar cuando han comido de más. No basta con el discurso de “si no te gusta no mires”, porque de nuevo, se cae en una lógica muy peligrosa en donde uno puede hacer cualquier cosa sin pensar en la incidencia social de lo que hace.
Esta historia se enmarca en una cuarentena donde nos bombardean constantemente con memes sobre salir obesos de la cuarentena, campañas de la Sociedad Argentina de Nutrición hablando del promedio de 2 a 5 kg de aumento de peso de los argentinos durante el encierro, y otras muchas publicidades diciendo que es el momento propicio para tener el cuerpo que siempre deseaste.
Me veo obligada a admitir, sin embargo, que es verdad que esta mujer, como muchas otras, están inmersas en un sistema y en una sociedad que valida este tipo de mensajes y este tipo de contenidos. No puedo ni quiero culparla de estar ciega a los efectos de su red social. Sin  embargo, me resulta imposible pensar que con tanta información, tantas agrupaciones e individuos movilizándose y ocupando espacios de lucha contra este tipo de cuestiones, en una era donde el body-positivity está en su auge, siga poniéndose en duda la nocividad de este tipo de publicaciones. No hace falta que caiga en manos “equivocadas”, que aparezca en el inicio de personas “frágiles” para ser nocivo. El hecho de que perpetúe este ideario perverso y gordofóbico debería ser causa suficiente para, al menos, levantar una señal de alarma.
Si bien el discurso dominante sobre las formas de los cuerpos se resignificó en la última década y ya no valoramos el “heroin thin” de los 90, la obsesión por la salud, por el cuerpo “perfecto”, por los porcentajes de masa muscular no distan mucho del original. Sigue siendo una fuerza opresiva y modelizante, el control sigue existiendo sólo que adaptó su slogan. Mientras vivamos en una sociedad que siga valorando que las mujeres ocupen el menor espacio, donde las marcas ofrecen talles únicos de medidas ridículas y la ley de talles pareciera ser más una sugerencia que una ley, seguiremos teniendo una relación tóxica con nuestros cuerpos, con la comida, y con lxs otrxs. No podemos subestimar el peso del mensaje que mandamos, de la imagen que proyectamos.
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