Tumgik
Text
Amanecer
Hace un año amanecía en Las Vegas. Conocí a un boxeador que también era asistente de logística en los tantos eventos de multitudes que ocurren en Las Vegas. Fuimos amantes durante siete días. Me llevó en su carro al otro lado de la ciudad, y me contó lo que para él era ser un negro neoyorquino en ese lugar. Estoy mejor que en Nueva York, me dijo, porque acá prima el dinero y no el color de piel. Así que puedo ser un ciudadano que trabaja y se divierte. El boxeador se molestó porque recibí la cerveza que me invitó un gringo, pequeño en comparación con el boxeador, un stupid white, me gritó. Vete entonces con él, él es como tú. ¿Cómo soy yo? Abrí la puerta de su carro y me bajé. Eran las cuatro de la mañana. Caminé por las calles del Strip, un lugar en el que no quería estar, yo, amante del plástico, abrumado de tanta artificialidad. La ciudad se me presentó como tedio, estadio de lo indeseable, ese ruido injustificado, los ríos de dinero, porque todo cuesta, y cuesta mucho. Me dejé encantar de a pocos por su brillo, por las luces que son su maquillaje nocturno, la poesía inevitable de saberla construida, triste y decadente, en la mitad del desierto. En Las Vegas, quienes tienen el derecho de llevar el gentilicio, están a decenas de kilómetros de las luces, en otra dimensión de la planicie del desierto. Caminé las calles del Strip y vi la ciudad amanecer, hermosa y solitaria, cargada del olor del aire caliente y el cigarrillo. Algunos borrachos deambulaban, el sol subía y las luces plásticas palidecían. Caminé de regreso al hotel: una pirámide negra y gigante en la que me esperaba la cama de un faraón.
0 notes
Text
Un abismo es una puerta
Daniel me envió un correo electrónico. Fue hace unas semanas, pero hasta ayer revisé mi bandeja. No sé dónde estará Daniel. Eran palabras sueltas, ideas más que historias, confusiones, aunque todos sabemos bastante de lo que pasó.
Decía que Fabián, su amigo desde hace cinco años, intentó asesinarlo. Que un día le escribió a su celular para visitarlo en la noche. Quedó en pasar luego de las siete de la noche, al terminar un par de asuntos de trabajo.
Daniel aceptó. Recogió los platos, el desorden de la sala que eran los rezagos de una fiesta con otro grupo de amigos, sacó la basura, perfumó el ambiente, porque a Daniel le gustaba recibir con la casa limpia. Esperó el  ruido del citófono anunciando que Fabián estaba en la recepción, con su pelo negro y sus manos grandes, gruesas, unas manos de estrangulador. Sí, de estrangulador.
Su amistad estaba extinta. Habían pasado por muchas cosas juntos. Pelearon por una chica que todos conocíamos, tonta y popular, pendeja pero hermosa, hermosa como Fabián. Daniel, por el contrario, era un tipo más bien normal, de estatura escasa y rasgos comunes, no un hombre feo o raro o desaliñado, sino uno de aquellos cuya presencia, en términos físicos, no molesta pero tampoco añade nada importante. Sin embargo Daniel era el centro de las conversaciones, el humor en persona, el éxito, su trabajo en la Bolsa de Bogotá, su sueldo de gente bien, su apartamento limpio y tranquilo y el balcón decorado con muebles de diseñador y flores muy cuidadas. Fabián, en cambio, tenía mala suerte en lo laboral, aunque cuando cursaron juntos la universidad sus notas eran significativamente mejores. Era afable, alto, robusto, un hombre que ocupa la silla completa al sentarse y que parece que viviera en eterna calma.
Lo habían pasado mal a cuenta de la competencia secreta, que no era propiciada por Fabián, sino que habitaba en la cabeza de Daniel. Y se habían separado por aquella chica, por el trabajo que Fabián deseaba y que Daniel consiguió para dejarlo al mes. Recomendó a un primo suyo para el puesto, un primo cualquiera, del que jamás nos habló. Los comentarios hirientes empezaron a crecer, sangre de a gotas, hostilidad disimulada, ahora que lo pienso. 
Daniel decidió que cualquier amistad era reemplazable. Fabián estuvo de acuerdo.
¿Por qué, entonces, lo llamó en ese momento? Antes, cuando Daniel quiso hablarle, Fabián no respondió. Continuaba con la chica tonta. Terminaron. Salió con un par más que Daniel había deseado para sí. Él también estropeó a Fabián. Le dijo o le hizo hacer cosas que cambiaron, en muchos sentidos, el destino de su vida. A pesar de lo acumulado, aceptó la propuesta de su amigo para ir a su casa aquella noche. Eran dos hombres adultos.
Fabián caminó hacia el apartamento de su amigo. Había llevado sus manos grandes para ahogarlo, posiblemente un cuchillo de cocina, o una piedra fuerte, contundente. La sospecha se convirtió en certeza. A Daniel se le revolcaba el corazón de pensarlo. El asesino con ojos color de madera estaba a unos metros de su casa. 
No podía atacarlo. La diferencia de estaturas era colosal. También el tamaño de sus brazos, la extensión de sus piernas. Daniel optó por una solución infantil: dejó la puerta principal abierta, distribuyó cuidadosamente algunas piedras que trajo del jardín de su balcón, y extendió entre las piedras una capa brillante de aceite de cocina desde la entrada hasta la sala. El lago refractaba la luz que caía del techo. Sembró como rosa de plata el cuchillo en una maceta de tierra negra, con el filo elevado hacia el cielo. Le pidió al portero que dejara seguir a su viejo amigo. Apagó las luces. Se hizo en el balcón para contemplar la barricada. Tomó aire. Miró hacia la calle y saltó hasta el otro balcón, al siguiente, a la copa de un árbol, a un techo, hasta perderse en la noche, confundirse en la noche, como un animal que huye de casa.
1 note · View note
Text
Cursi
Me gusta el rosa, porque es tonto y las rosas rojas y rosadas. Los animalitos chillones de plástico, también los hologramas de la virgen en todas sus advocaciones. Las canciones que le cantan a los extraterrestres y al sexo entre desconocidos en Australia. También las canciones de Jeannete, Corazón de poeta. Me gusta dejar las cortinas abiertas en las noches, mirar las estrellas y pensar que muchas son fugaces para encargarles deseos que ojalá no se cumplan. Si las estrellas me escuchan no tendría razones para dejar las cortinas abiertas. Leo noticias de Paris Hilton tontas y bellas de lo mismo tontas. Tonto es, entonces, una manera de decir Bonito. Y el cuento de Flaubert, Un corazón sencillo, que habla de una empleada doméstica, Felicité, que antes de fallecer mira al cielo y ve en su loro disecado al Espíritu Santo. Quise escribir esto como un acróstico pero lo recordé muy tarde son las nueve y cincuenta y ocho de la noche y en la cafetería me dicen Señor ya vamos a cerrar.
6 notes · View notes
Text
Mientras cantamos
Pensé que era una hippie porque se viste sin pensarlo mucho, como creo que se visten todos los hippies. María no es para nada hippie, gracias a dios, pero no le interesa gastar su tiempo cotidiano en los efectos del maquillaje. María tiene unos ojos negrísimos y muy bellos y unos dientes lindos y unas tetas enormes que se ven más enormes y más perfectas cuando se las agarra bien arriba. Después de comprobar que no es hippie, supe que tiene un sentido del humor maravilloso, de esos que saben aprovechar la oportunidad para unir ideas que resultan inesperadas e incluso un poco crueles. También hace voces porque habla chistoso, como yo, y así nos fuimos conociendo. Muchas veces hacemos el desayuno juntos, lavamos la loza cada segundo o tercer día, y logramos entender que es posible utilizar la estufa después de las once de la mañana. Hacemos el almuerzo: ella lava la loza, yo preparo los alimentos. A veces ella me ayuda con la comida y yo con la loza. Nos sentamos a la mesa, hablamos de los temas del día y repetimos los mismos de siempre, que tienen que ver con nuestra moratoria existencial: el trabajo, la familia, el amor, el desamor, lo que haremos la próxima semana y los próximos cinco años. Nunca hay conclusiones;  a veces algunas oraciones reconfortantes o sentencias extraordinarias de lo que haremos en estos días, pero que finalmente no hacemos. Bueno, algunas cosas sí las hemos cambiado, como el orden de la cocina, hacer mercado y acabarlo todo, hasta las verduras viejas que convertimos en la crema de Verduras Old Style y los bananos negros que, asados, convertimos en el postre de Banana Noir. Así suenan más sofisticados nuestros almuerzos de verduras olvidadas.
Aunque llevamos casi un año y medio, apenas hace algunos días salimos a bailar porque nos cruzamos en Chapinero. Yo estaba por ahí con un par de amigos que saqué de Instagram, y ella iba en camino con sus amigas lesbianas para hacer cosas de lesbianas. Como soy gay, nos encontramos en un bar para hacer cosas de gays y lesbianas, es decir a bailar y a cantar como lo hace el resto de la humanidad. Es viernes. A la humanidad joven le gusta cantar los viernes por la noche. Bailamos canciones de reggaetón que María ha ido memorizando conmigo, esta vez puestas en práctica como una prueba de lo mucho que aprendimos a querernos, de que la compañía se volvió amistad: Des-pa-ci-to, quiero respirar tu cuello despacito, deja que te diga cosas al oído.
Yo la veía en la pista de baile que prendía de colores, sucia de trago y de pisadas mezcladas con sudor, apretando los ojos o abriendo los ojos para mirarme y corear la letra de la canción, felices, plenos en el baile, seguros de que el apartamento que compartimos se ha vuelto nuestro hogar, a veces tan desordenado, a veces tan triste cuando nos desesperanzamos de nuestras vidas, pero en el que repasamos las canciones que se van poniendo de moda (María descubrió que un tal Ed Sheran es el artista más escuchado en Spotify 2017), en el que hacemos el desayuno, el almuerzo, miramos convocatorias laborales de las que hablamos mal para terminar enviando una hoja de vida (formal, inútil),  en el que todas las noches que coincidimos nos damos un abrazo de amor largo y eterno lleno de la certeza de encontrarnos para el café de la mañana.
5 notes · View notes
Text
GPS
Hoy conocí a Vincent. Vino a mi casa, hablamos un rato, y después nos fuimos a la cama, por muchas horas, hasta que se hizo de noche. Vincent es inglés, pero vive en Medellín. Es periodista, es barman, le gusta nadar. También es catorce años mayor que yo, un número que suena gigante, infinito, revelado en una diferencia fundamental, que no es su piel más curtida: él puede venir a mi casa, abrazarme, besarme e irse con el mejor recuerdo posible. It was the best fuck I´d had in a while, me escribió cuando llegó a su hotel. Mientras tanto yo lo pienso, le escribo, leo nuestras conversaciones irrelevantes y concretas: me gustaría besarte y follarte, no bajarme en toda la tarde. Le quedan dos días en Bogotá y trato de no hacer lo de siempre, para que la amabilidad no se solape con el deseo. Él es práctico, concreto, y aunque me gustaría pensar que es la edad, intuyo que es más bien mi forma de ser. Aunque cuando lo vi en mi puerta no fue el hombre que idealicé por sus fotos, en el momento que me puso la mano en la espalda, apenas posada, con el roce suficiente, casi precario, Vicent lo fue todo. Así ocurre la mayoría de las veces: caminamos de la irrelevancia al apego a fuerza de tiempo.
Esta vez no le escribiré de manera casual, como quien pasa a saludar, sino que lo dejaré ir, porque tampoco hubiera logrado más con una insistencia contundente. Vive en otra ciudad, pero sobre todo tiene expectativas diferentes del encuentro. Yo pensaba lo mismo. Pensaba que la arrechera hiciera lo suyo y después continuar. Para qué más. Pero Vincent se fue para terminar sus obligaciones de periodista-barman y me dejó, me abandonó frente a una deriva que se fundó al conocerlo, apenas con un beso de despedida, un beso infame y vacío de promesas. Para qué más. Es el acuerdo tácito de la aplicación. Todo es de paso, todo depende del sitio y de la distancia que indique el GPS, que es el nuevo controlador del deseo y las emociones. Estás a equis metros de tu próximo amor o de la follada de tu vida. Vicente no fue lo primero, y no sé si será lo segundo. Ya se fue. Estará en Medellín, a cientos de kilómetros de mi apartamento, preparando mojitos y atentendiendo a los paisas y a otros extranjeros. También estará en su celular, mirando, observando fotografías para conocer personas que aparezcan cerca de su ubicación.
6 notes · View notes
Text
Adiós Padre
Hermano Pedro: hoy escuché la canción que nos hizo aprender en el colegio. Usted con su sotana negra y el cuello que era como un libro blanco, empuñaba la guitarra como un arma del Señor. Señor, toma mi vida nueva, antes de que la espera desgaste años en mi; estoy dispuesto a lo que sea, tú llámame a servir. Y nosotros, adolescentes de catorce años, sentados con las piernas cruzadas como monjes, cantábamos o gritábamos la canción. Seguramente algunos de mis amigos sentían el respeto obligatorio, los mas avezados un tedio profundo. Yo estaba sinceramente emocionado, Hermano Pedro, y sentía al Dios del colegio por todas partes, en las manos, en los ojos empuñados, en los labios que repetían el coro de la canción, cada vez con más fuerza, cada vez con más fuerza, y creo que esa fuerza era el significado de la fe.
Yo quería ser un religioso. No un hombre religioso, sino un niño religioso. Usted pensó que lo mejor era no. Sus ojos de visionario o de profesional de la fe sabían, quizás, que esa no era la manera en la que debía transcurrir mi vida. Yo pensaba que sí, El Señor toca mi puerta.
 Salí del colegio y me compré un CD de la Hermana Glenda, una monja fea (y mandona, tal como lo veo ahora), a la que mi mejor amigo llamaba la Hermana Glande. Me encerraba en mi cuarto con las luces apagadas, las cortinas cerradas, envuelto en una oscuridad artificial, sentado en la cama, o de rodillas frente a la cama, y escuchaba a la Hermana como un chorro de luz negra. Puro gozo; un niño envuelto por rosas y espinas que no pueden herirlo.
1 note · View note
Text
Al aire
Me gustan los inflables de asadero. Recuerdo uno por Salitre Plaza, que vi cuando tenía como catorce años, rojo y naranja. Pero el que más recuerdo es uno en Armenia, cuando fui de vacaciones con Alejandro, y caminábamos todo el día a la espera de la noche, la fiesta. Estaba sobre una avenida principal, no me acuerdo el nombre de la avenida, pero es la que conduce al Portal del Quindío. 
Era un hombre-pájaro o un hombre-flauta, con el cuerpo y el pelo amarillo que apuntaba hacia el cielo, hecho de aire, vivo por el aire que lo movía aleatorio, incalculable. Su función es ser visible y llamar a los clientes por las razones justas o equivocadas: porque da risa o porque asusta. A mi me parece que son hombres que piden auxilio. 
Un amigo puso hace unos días un gif que comparaba su baile de voguin con los movimientos escurridos de esos pollos-hombre que tienen brazos de gelatina. Aunque su baile era mejor, algo de muñeco inflable había en sus movimientos, pero especialmente en su saco amarillo neón. Nunca llegará al nivel de los anunciantes especializados en asaderos, pero hay un mérito en su arrojada comparación. Cada vez que encuentro uno de esos hombres en la calle me quedo atrapado en sus movimientos, una manera de poesía efímera, y los imagino grabados en cámara lenta, o vistos desde arriba como una línea oscilante, o la cámara detenida en su expresión facial: la de alguien que desea volver al cielo, que es a donde pertenece.
1 note · View note
Text
Comienzo
Empecé con la loza. Tres platos, dos vasos, tres pocillos, dos ollas, una olleta, una sartén y algunos cubiertos. Primero las cosas de vidrio, luego las de metal. Cambié la esponja, porque la otra estaba muy mal, fea, y fea ni la esponja.  
Después preparé un jugo de lulo, dos bolas filosas, verdes. Calenté las dos porciones de pizza que me sobraron de anoche y, mientras hice todo, vi una serie que Netflix me sugirió. Es una serie gay porque estuve viendo RuPaul Drag Race, y Netflix recomienda programas gays para gays y heterosexuales para heterosexuales.
Trasladé el computador al baño y lo puse sobre mis piernas. Es el jugo de lulo.
Ví el vídeo de una canción que sonó en la serie. Me gustó el ritmo, el mensaje ridículo sobre un sombrero.
A la mitad del video, pensé que no me gustó la canción. Es un grupo de gente haciéndose la rara, vestidos de blanco, con los ojos pintados de negro. Megustóporquenomegustó. Uno cambia tanto de opinión. 
Quiero hacer. 
Se me ocurren un montón de ideas, que no siempre cazan, pero que hago cazar a la fuerza con un tipo de adhesivo que me funciona: algo de ordinariez. Pero quizás no soy tan creativo como me gustaría pensar, saberlo, que me lo digan. ¿Qué haré? No sé. ¿Para qué sirve? Tampoco lo sé. Lo que no existe no me sirve ni a mi mismo, porque me hace sentir mal, enredado.
Muchas veces termino mis textos igual, queriendo dar una sensación de tedio. Pienso que ya me he tirado el efecto por utilizar la palabra que más bien debería ambientar: tedio.
Llego hasta acá. Seguiré viendo la serie, luego me obligaré a empezar y terminar el trabajo que acepté a las malas, porque necesito el dinero. Luego veré alguna cosa. Quisiera también editar el video que estoy haciendo. Son unas imágenes de mi habitación, unas del D1, de una fiesta, de la calle. Se supone que será la historia de un extraterrestre que busca algo. Aun carecen de sentido, pero de algún modo las pegaré.
1 note · View note