Tumgik
paulaanrey · 5 months
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Hilar
"La conexión entre mujeres es un tejido indestructible que sostiene el mundo" -Sor Juana Inés de la Cruz
¿Los roles que tenemos en la vida de otras personas nos definen? ¿Vivimos en función de quienes amamos? ¿Somos únicamente hijas-amigas-nietas? De pequeña solía creer eso, que mis papás solo eran mis papás, no personas que trabajaban, que se relacionaban con otrxs, que también eran hijxs; para mí eran papás y ese era el único papel que cumplían en sus vidas. Y así con mi hermano, así con mi abuela. Supongo que esta noción nace de la forma en que me querían, en que toda su atención la dirigían hacia mí: miren Paulita como baila, y todos se sentaban y aplaudían, inflandome el ego desde infante, callense todos que va a cantar Paulita, va a hablar Paulita, mi niña, la luz de mis ojos. Así me decía la abuela. De esa manera crecí, creyéndome la luz de todos los ojos que me miraban en la casa familiar. También crecí pensando que el amor tierno que me daba la abuela, era el amor tierno que todos recibían de ella.
Nací luego de toda una generación de hombres, de siete hombres. Nací de la hija menor de mi abuela: la más castigada, la más mal geniada, la que más conflictos tenía con ella. La que más cuido a mi abuela en su lecho de muerte. Fui anhelada por todos y amabada especialmente por mi abuela. De ella recibí el trato más dulce, la protección más devota. Cuando fui creciendo, entre encontrones con la vida, me di cuenta que la abuela no le daba besos en la frente a nadie, que no le trenzaba el cabello a ninguna, que fruncía el ceño si no era yo quien estaba frente a ella, que era Ana Josefa, una persona que yo desconocía. Por primera vez en la vida, comencé a ver a mi abuela como persona y eso implicó el abandono de un sesgo muy grande, el sesgo más grande (a mi parecer): el amor.
Cuando amamos, en la emoción que genera sentirnos cuidadxs/protegidxs, tendemos a aislar la identidad de esa persona que nos ama. Nos creemos dueñxs de ese cariño, dueñxs de ellxs mismxs. E incluso nosotrxs mismxs renunciamos a nuestra identidad por amar, pero eso lo entendí más adelante. Cuando fui creciendo descubrí otra parte de mi abuela, una parte más frívola, más esquiva y hasta cruel. ¿Quién era ella? ¿Ella —como abuela— solo era una fachada de su dureza? En algún punto vi a mi abuela bajo esa lupa: ¡Que mala es mi abuela! Cómo fui a comerme el cuento de que era tierna. Empecé a desconfiar de su nobleza, de su amplio cariño y su entrega, a dudar de la honestidad de esos actos que me construyeron como persona, como mujer. Esa fue mi primera ruptura amorosa. El estrujon que me dio la adolescencia. También el más sano consentimiento.
Con el tiempo fui mirando hacia adentro, escarbando las entrañas para entender por qué me sentía así o más bien, cómo me sentía. Porque estuve mucho tiempo juzgando afuera, mirando al rededor y recriminando lo que, para mí, era incorrecto. Y me encontré con un poco más de lo mismo: ¿Soy también una persona mala? ¿También he sido amorosa con algunxs y terrible con otrxs? ¿Dejo de ser feminista por reprochar a mi abuela, a mi mamá? Entre muchas emociones y desconciertos fui dando mínimos pasos a la aceptación, una etapa tan difícil de conseguir, de vivir y abrazar: antes que cualquier otra cosa, somos personas y que las personas estamos llenisimas de contradicciones, de luchas internas con ese pasado que nos marca, que muchas veces nos ata y eso mismo condiciona nuestro actuar/sentir/pensar frente al mundo y frente al otrx. Que a fin de cuentas, somos personas heridas en un contexto engorroso y enmarañado. Muchas veces — y más en épocas pasadas— no se encuentran las herramientas para cicatrizar y actuar asertivamente. Esto sin justificar la crueldad de quienes hieren a otrxs. Creo que esto jamás debe ser fundamentos para lastimar, ejercer violencia, porque de ser así se seguiría ejerciendo un círculo interminable. Una serpiente comiéndose la cola.
Y así con la vida, el feminismo, los tropiezos y este ensayo, abrazo la contradicción, el esfuerzo de mi abuela por el cambio que ejerció en mí, la herida de mi abuela y mi mamá. Interpretar también que a las tres nos une el ser mujer, somos hijas de una sociedad violenta, que muchas veces nos enseña a defendernos con las garras, a actuar desde la herida. Sin buscar desligitmar esto último, también somos mujeres que buscamos salir de eso e hilarnos desde la fuerza del amor.
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paulaanrey · 6 months
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Tono del ensayo
Muchas veces pensamos que las personas son como las conocemos, tendemos a ignorar todo lo que cargan: un pasado, un contexto, una construcción de personalidad a partir de esos contextos, vivencias. Y por supuesto, mi abuela no se salvó de eso. Descubrir su historia ha sido una experiencia digna de escribir. Desde mi yo mujer y feminista, buscaré ensayar(me) ante la revelación.
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paulaanrey · 6 months
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Referencia
Yo pensaba que la vida era distinta, cuando estaba pequeñito yo creía que las cosas eran fácil como ayer; es el verso que representa mi despertar, el momento en que me di cuenta que mi abuela era una persona como cualquier otra, con pasado y contextos que le forjaron hasta el final. También es una canción que le gustaba y que hace parte de la relación que tuvieron con mi mamá.
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paulaanrey · 6 months
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1.¿Por qué mi abuela sólo me trataba bien a mí?
2. Mi abuela era una persona con historia y pasado
3. Mi abuela como mujer
4. Entendí a mi mamá y a mi abuela cuando comencé a ser feminista
5. Las actitudes y posturas de mi abuela (que se podrían leer como feministas)
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paulaanrey · 7 months
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De pequeña solía creer que mis papás solo eran mis papás, no personas que trabajaban, que se relacionaban con otrxs, que también eran hijxs; para mí eran papás y ese era el único papel que cumplían en sus vidas. Y así con mi hermano, así con mi abuela. Supongo que esta noción nace de la forma en que me querían, en que toda su atención la dirigían hacia mí: miren Paulita como baila, y todos se sentaban y aplaudían, inflandome el ego desde infante, callense todos que va a cantar Paulita, va a hablar Paulita, mi niña, la luz de mis ojos. Así me decía la abuela. De esa manera crecí, creyendome la luz de todos los ojos que me miraban en la casa familiar. También crecí pensando que el amor tierno que me daba la abuela, era el amor tierno que todos recibían de ella.
Nací luego de toda una generación de hombres, de siete hombres. Nací de la hija menor de mi abuela: la más castigada, la más mal geniada, la que más conflictos tenía con ella. La que más la cuido en su lecho de muerte. Fui anhelada por todos y amabada especialmente por mi abuela. De ella recibí el trato más dulce, la protección más devota. Cuando fui creciendo, entre encontrones con la vida, me di cuenta que la abuela no le daba besos en la frente a nadie, que no le trenzaba el cabello a ninguna, que fruncia el ceño si no era yo quien estaba frente a ella, que era Ana Josefa, una persona que yo desconocía. Y entonces, con la pubertad, el choque hormonal y este descubrimiento brotó una de las disputas que más me ha atravesado.
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paulaanrey · 7 months
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Abanico de mi identidad
Paula humana
Paula mujer
Paula hija
Paula nieta
Paula hermana
Paula pareja
Paula feminista
Paula lectora
Paula observadora
Paula indignada
Paula sensible
Paula que se descubre Paula todo el tiempo
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paulaanrey · 8 months
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Para hablar de mí es inevitable hablar de esas épocas que tanto me han marcado
La infancia más dulce, siendo la primera mujer luego de siete primos hombres, llegando al foco de una familia cuyo humor y forma de amar son peculiares
La pubertad, tan llena de cambios, transmutaciones, confusiones
Mi adolescencia, el inicio de traumas que, al día de hoy, han marcado mi carácter, mi forma de ver a las personas y de ser en la vulnerabilidad. El odio hacia todo como respuesta hormonal.
El principio de mi juventud, cundida de excesos: exceso de amor, de ternura, alcohol, descubrimientos, baile, lecturas. Donde descubrí a uno de mis más grandes amores: el feminismo. Cuya influencia en mi vida, muchas veces, ha hecho cambiar mi rumbo
Eso soy, así me enuncio: como una persona llenisima de cambios, rencores, descubrimientos, vulnerabilidad, dulzura (a veces)
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paulaanrey · 8 months
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Ataduras
Si tuviera que echar la vista atrás para rememorar la etapa que más me ha marcado en la vida, sin dudarlo, pensaría en el bigote de lulo que me nacía en los bordes de la sonrisa, en el olor ácido de mi axila y en la revelación de amor hacia mi mejor amiga: en la pubertad.
Y probablemente no soy la única que se sitúa en esta fase cuando se habla de transformaciones, huellas y momentos representativos. Pues, es en la pubertad donde más cambios enfrentamos, donde las dudas nos roen la cabeza cual escarabajo a la madera, donde el cuerpo parece ajeno y las hormonas nos quitan la calma.
Muchas cosas me marcaron en esta época, una por supuesto fue el cambio, en todos los sentidos: se fueron asomando atrevidamente los pelos en la entrepierna, aparecieron manchas marrones en los cucos y todos gritaban "ya eres una mujercita", comencé a oler distinto, a mudar a un cuerpo que desconocía. Y de forma paralela, esos cambios también se reflejaban en el pensamiento, nuevas formas de sentir, de concebir a las personas, empecé a sentir vergüenza más a menudo y culpa, mucha culpa.
Fue donde abandoné por mucho tiempo la diversión, las risas escandalosas, las cambié por la seriedad y la apariencia de ser madura: una mujer. Aunqué resultó frustrante y tranformador en ese momento, después pude soltar todas las ataduras del deber ser y elegí construirme desde la consciencia y libertad.
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paulaanrey · 8 months
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La memoria
En un ejercicio de reflexión junto a mamá en la mesa, hablábamos de cómo siempre terminamos hablando de mi abuela (ya fallecida), de su forma de actuar frente a situaciones específicas, de momentos divertidos, de lo que ella haría si estuviera aquí aún. Nos resultaba curioso como los recuerdos de mi abuela surgen siempre, de forma muy natural, como los temas de conversación terminan siendo ella. Antes de que muriera, muchos de mis recuerdos con ella no salían a la luz, es como si hubieran estado reposando, calentando motores para el futuro.
Hoy en día, y a partir de su muerte, las evocaciones hacia ella parten de momentos que estaban muy lejos de mi radar. Es como si dentro del duelo existiera una práctica (muy nostálgica, por cierto) de rebuscar en la memoria partes muy específicas de mi vida en las que ella hizo parte y que quizá no las traería a colación de ser otras las circunstancias.
Debo admitir que pensar en mi abuela ahora, viviendo su ausencia, es una experiencia fascinante y tranquilizadora: dejar a un lado el miedo de perder el recuerdo de su voz, la textura de piel arrugada, la suavidad de su cabello y esa mirada casi pueril que la acompañaba en sus últimos días. Por supuesto, es un miedo que no me abandona del todo, a veces me susurra y es ahí donde se manifiesta la mejor herramienta de mi cuerpo: recordarme que aún está ahí, en la reminiscencia.
A partir de estas nociones, que han aparecido durante este año y medio, quisiera dedicar este espacio a la memoria, al ejercicio de recordar las imágenes que quizá ni sabía que tenía, a darle vida a la vivencia reposada.
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