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#y el que no tiene miedo... el que ignora porque igual “ellos” son monstruos enfermos y no un ser humano comun y corriente...
surreal-cult-space · 6 years
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La bestia que pedía amor a gritos desde el corazón del mundo
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Por: @angel-de-los-vientos
Empecé este año con la idea idílica de escribir un artículo enorme y muy desarrollado, con entrevistas, testimonios y estadísticas. Estaba realmente inspirado y ya iba a más de la mitad cuando una serie de circunstancias relacionadas directamente con mi nuevo estilo de vida en la Ciudad de México me impidieron lograr concretarlo. Esa serie de circunstancias, enteramente personales, dieron pie para que empezara a cuestionarme la forma en que quería iniciar mi columna de opinión: ¿de verdad tomaría un giro por lo político desde el principio? ¿Qué tan personal quería que fuese? 
Con la pequeña conclusión de que lo político y lo personal en realidad son dos cualidades indivisibles de la vida diaria, introduzco el tema que decido abordar en esta primera publicación de mi columna: las relaciones humanas en las grandes urbanizaciones o lo que es lo mismo, la apatía selectiva y el individualismo frente al utilitarismo. Le advierto de antemano al lector que puede que este artículo no sea muy agradable de leer, desde que critica ideas muy arraigadas en nuestra sociedad. 
EMPATHÉIA: LA VIEJA PROBLEMÁTICA
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Hace unas semanas un menor de edad fue detenido violenta y arbitrariamente por unos policías en la Ciudad de México, siendo encontrado algún tiempo después en un estado mental deplorable en las instalaciones de un psiquiátrico de otro estado. Las investigaciones sobre el cuerpo policial fueron mínimas, lo que indignó a la población. En especial se mostraron indignados los alumnos y maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México, pues este menor era alumno en dicha institución y su madre maestra. 
Hace una semana, el jueves ocho de febrero, todo el tramo de la ciudad que abarcaba la Universidad fue cerrado por manifestaciones. Debido a eso, llegué muy tarde a mi casa y tuve bastantes dificultades para llegar. Yo tuve la suerte de tener algo de dinero para el metro en el bolsillo, pero por lo que me contaron hubo gente que tuvo que caminar media ciudad. Se les podía ver recorriendo la avenida en eterna procesión. Al final sólo quedaba una pregunta: ¿valió la pena? La misma pregunta de siempre. 
Puedo asegurar que un alto porcentaje de la población se encogería de hombros con apatía, frente a un porcentaje más alto que estaría dispuesto a reaccionar de forma violenta contra los policías y/o manifestantes. Un viejo tema de mis artículos: las masas y los linchamientos públicos son bien vistos por esta sociedad, algo con lo que no estoy en lo absoluto de acuerdo. Hace unos años mataron a dos inocentes por confundirlos con secuestradores. Hoy la gente demoniza a los criminales, los deshumaniza y se convence de que está bien que se reúna una multitud a golpear a un miserable en una estación de Metrobus. 
¿Hay unidad en la ciudad? Sin duda la hay, ¿pero cuáles son las raíces de esa unidad? Porque es muy fácil sentir compasión y empatía por un enfermo terminal, pero cuántas personas se atreven a hacer lo mismo por el condenado a muerte, el ladrón, el miserable; y en esta voluminosa urbe la gente parece olvidar muy fácilmente que la empatía va más allá del narcisismo. Porque qué sencillo es compadecer al espejo, o sentir que tenemos todo el derecho por ser “gente bien” (sea lo que sea que eso signifique) a un trato digno mientras que le escupimos a la ¿gente mal? Ignorando su historia a causa del prejuicio. La cadena de odio comienza aquí. 
Pero bueno, muchas divagaciones ya sobre el ciudadano de a pie. Pasemos a lo siguiente, y es que la ira subyacente a los cimientos de Tenochtitlán no tiene su origen en el corazón de los hombres. El corazón del hombre es mucho más árido, se requiere de otro suelo más fértil para que nazca esta idiosincrasia.
CACOCRACIA, MEDIOCRIDAD Y PRIVILEGIO
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No llevo mucho viviendo en esta ciudad, pero ya conozco sus modos. La corrupción y problemática de la seguridad abordada desde el enfoque policial es un tema extenso y amerita un artículo totalmente distinto (el cual de hecho era el original en que estaba trabajando), pero si tuviera que describir a la policía mexicana con una palabra utilizaría sin duda “mediocridad”. Por supuesto estaría cometiendo aquí un grave error, error que si el lector está bien entrenado habrá notado ya: cometo falacia al generalizar. Sin embargo, debe entenderse que hablo de una situación general y no particular que puede ser abordada desde un estudio poblacional y cuyos porcentajes son alarmantes, por lo que ruego me disculpen el atrevimiento. 
Ahora entremos en detalle, ¿por qué mediocridad? Pues bien, aparte de los bajos estándares que por lo que tengo entendido tiene nuestra institución, he sabido y he vivido la mediocridad policial en los actos de sus oficiales. Es bastante común aquí en México, como quizá también sea en otros lugares, tenerle un temor a la policía similar al que se tiene a los criminales o incluso mayor. ¿Qué es peor, que un agente de ley que se supone está para protegerte y que forma parte de una institución oficial gubernamental te extorsione y ataque, o que lo haga un malnacido al que la primera turba furiosa estaría dispuesta a linchar? ¿A dónde vas cuando la policía es la perpetradora del crimen? 
Se habla mucho de instituciones contra la corrupción, de denuncia ciudadana y de saneamiento de oficinas gubernamentales, pero hasta donde sé el problema es peor de lo que parece. Ya ha penetrado en el inconsciente colectivo, y la gente tiende a aceptar su existencia e inmutabilidad. “Ya ni modo, ¿qué puede hacerse?” “De todas formas no cambian las cosas”. Estos comentarios demuestran un síntoma de otra cosa: un mal gobierno. 
La historia de México lleva años registrando un descontento creciente de la población contra su gobierno y las políticas públicas. En 1968, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, un número obsceno de personas fueron masacradas en un genocidio orquestado por un partido cuyas instituciones aún viven a día de hoy, y ese es sólo el ejemplo de más relevancia internacional pues sucedió poco antes y a causa de las Olimpiadas (mejor callar las protestas a dejar que el mundo viera los trapos sucios de nuestro gobierno adorado). 
Podemos ver el resultado de esto reflejado en el individuo y en la cada día más abismal desigualdad social. El número de gente que desconfía de la democracia o directamente no cree en ella aumenta. Aquí es donde entra un monstruo en escena. 
MICTLÁN O EL INFIERNO COLECTIVO
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Un número alarmante de jóvenes no estudian ni trabajan en mi país. Se les conoce despectivamente como “ninis”, e independientemente del enfoque que se tome (si se quiere apoyarlos o repudiarlos) de igual manera hay un estereotipo oscuro en torno a ellos. Pero bueno, hay estereotipos de todo, ¿qué tiene esto de especial? 
Cuando una madre le dice a su hijo que estudie una carrera de provecho, cuando los trabajos no concuerdan con las opciones de estudio y el sistema favorece unas formas de pensamiento más que otras se crea una sombra muy grande. Esta sombra es una falla, y demuestra que una sociedad no funciona más. ¿Esto ha sido distinto en algún momento de la historia? Quizá sí, quizá por poco tiempo, quizá no. De todas formas nada de eso tiene importancia, ¿pero y si la tuviera? Entonces tus posibilidades para tener un buen futuro en un país donde la riqueza está concentrada en un pequeño porcentaje de la población se reducen exponencialmente conforme la población aumenta, e implican una lucha encarnizada por la supervivencia del más apto. 
Bajo esta luz (o sombra, más bien) los ninis no son más que el miedo de la gente a su propia incapacidad de manejar su vida. Toda vida tangencial o ajena a la norma es mal vista, todo aquello que no sigue las reglas del progreso (o el sueño citadino de poseer un auto y un buen departamento) es en cierto modo marginado. ¿Los ninis son un problema? Más bien son un síntoma, un síntoma de una sociedad que lleva mucho enferma. 
Es justo esa enfermedad la oscuridad última que habita en esta mi tan querida y criticada ciudad, parecida a otras muchas metrópolis del mundo: el individualismo decadente utilitarista. Por llamarlo de alguna forma, pues quizá el lector vea otro monstruo aquí, y seguro su idea enriquecería la perspectivas sobre sus facetas. ¿A qué me refiero con mi opinión personal al respecto del monstruo de la urbe? A la deshumanización, al abandono de los sueños, las esperanzas, la personalidad y la propia esencia en favor de la utilidad para poder conseguir una satisfacción efímera pero continua y exclusivamente individual. 
¿Sueno muy romántico e idealista? ¿Los sueños, esperanzas, la personalidad no son cosas que importen? Son mutables, sí, ¿pero y el enorme porcentaje de la población que las ignora, que no se conoce más allá del vestíbulo de su propia mente? ¿Qué hay de la gente que ya se “chingó”? ¿De todas esas personas atrapadas en carreras, trabajos, estilos de vida que los matan en vida porque “de algo hay que vivir”? El monstruo existe, y todos lo saben. Pero nadie desea conocerlo, ni reconocerlo. La bestia que exige algo tan extraño y vergonzoso como “amor” en el corazón mismo de nuestro mundo nos es tan conocida que preferimos ignorarla antes que enfrentar la realidad de su existencia. Esto sólo lo empeora todo.
CONCLUIMOS CON UNA ROJA PRIMAVERA
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Una nueva era para la humanidad se muestra a la puerta de nuestro presente, y estas anteriormente mencionadas son todas las causas y los signos que nos muestran sus posibles características. ¿El mañana será una linda primavera? Yo no lo creo. Sospecho que ya vamos tarde, que la humanidad como colectivo cruzó hace tiempo un umbral como cultura y sociedad del que ya no podrá retornar. Pero mi esperanza se mantiene, y creo que aún hay gente interesada en cambiar el mundo, gente que ve más allá del aburrido y decrépito individualismo y que logra trascender al utilitarismo de masas. Quiero pensar en un futuro donde vivamos un renacimiento, pero debo temer lo peor si quiero alejarme de ello. 
Existe la idea utópica de que el estado mental perfecto existe, de que la oscuridad del alma y del pensamiento es exorcisable y que de forma casi mística y religiosa el optimismo es la respuesta a todos nuestros problemas, desdibujando la mitad de la psicología humana y adornando la otra mitad. Esto sin duda en un intento de ignorar al monstruo, cual niño que se oculta bajo las sábanas, y puede traer como consecuencia algo parecido al Mundo Feliz de Huxley o a la distopía tenebrosa del anime Psycho Pass: un mundo donde el índice de estrés y la psique humanas determinan el estatus y libertad de una persona. Todo esto, por supuesto, es muy debatible y nada seguro, pero no hay tiempo, el tren avanza y vamos por más. 
Las carreras amenazan con desaparecer, las profesiones se centralizan más y más en aquello que favorece al mercado, pero al mismo tiempo estas profesiones son las que corren más riesgo de desaparecer bajo la sombra de los super ordenadores y las I.A. El mundo laboral se tambalea, la gente debe reinventarse cada hora, la espiritualidad está prostituida y el individuo irónicamente al centrarse en sí mismo corre el riesgo de desaparecer. ¿Esto es bueno o malo? Quizá sería bueno en otro contexto, pero en este nos enfrentamos a gélidos números, estadísticas y decisiones basadas en las masas. Mala democracia, en otras palabras. 
Finalmente, la gente desea más que nada en el mundo adquirir estatus social, posesiones materiales, privilegios, prestigio, fama, fortuna, y demás. Qué novedad, ¿no? Sin embargo, combínese esta variable omnipresente en la historia humana con las otras dos más recientes y nótese la aterradora incompatibilidad. ¿Qué pasará cuando los individuos desaparezcan, cuando la competencia sea tan encarnizada que el monstruo encarne de forma completa finalmente en la sociedad y la deshumanización llegue a sus puntos más altos? ¿Qué significará entonces ser humano, y qué significa de cualquier modo ahora? Sólo nos queda especular y revisar qué se dice en el Reino de las Ideas. 
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