Tumgik
wannabemeraki · 8 months
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I could be family….🍊
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wannabemeraki · 8 months
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no nightingales.
[ID: A drawing of a black bird falling with Crowley and Aziraphale from Good Omens kissing in the center of its chest. In the bird’s wings there are paintings of two stars and a purple and red nebula respectively. The background is a light brown color, and text in the bottom right corner reads, “hear that?” /End ID]
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wannabemeraki · 2 years
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Heartbreak High: Darren & Ca$h.
"I love you, Darren. I've loved you since year 8. And the only good thing about coming to this shithole every day is seeing your face."
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wannabemeraki · 2 years
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Not my own GIFs.
Love how passionate Darren & Ca$h are when they kiss.❤️
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wannabemeraki · 3 years
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I mean, this was just a matter of time 🤷🏽‍♀️
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wannabemeraki · 3 years
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“No hicimos nada malo”
“No”
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young royals | season one, episode six
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wannabemeraki · 3 years
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Don’t I get any breakfast? No. Okay, but I’m starving. You should have brought a sandwich. Wow! Just kidding.
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wannabemeraki · 3 years
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physical touch: expressing and receiving affection through touch, physical closeness, and other forms of physical connection.
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wannabemeraki · 3 years
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wannabemeraki · 3 years
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Wild Sea Otter Pup Gets Super Snuggly with Mom
Via Monterey Bay Aquarium
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wannabemeraki · 3 years
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thanks @incorrectthesongofachillesquotes (original)
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wannabemeraki · 3 years
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Achilles and Patroclus play at the beach, having the time of their life.
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wannabemeraki · 3 years
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call me ignorant but i genuinely don’t understand why sports have to be split up by gender.
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wannabemeraki · 3 years
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I don’t even know them but now I want to
May I present to you: my absolute favorite gifs of all times
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Happy to make your day <3
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wannabemeraki · 3 years
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Apidano
Mis pies no hacen ruido al golpear incesantes la piedra gris. No tengo sombra pues no hay sol en este lugar. Yo soy ahora la sombra, una más bajo la hoguera del mundo, pero la más rápida. Dejo atrás incontables otras, de caminar trastabillado y confuso, que buscan desorientadas el camino de vuelta a su hogar. Solo para mí el hogar está al frente.
Corro, corro, corro como hice aquel día, cuando sostuve mi destino como un guijarro en la mano. Casi puedo sentir la solidez de Ftía a mis espaldas. Ta vez no he sido un gran hombre todos los días, pero me regocijo al rememorar aquellos momentos, tal vez no más de diez o doce en toda mi vida, cuando los dioses hablaron por mi boca y me regalaron el arrojo para tomar las decisiones correctas.
Mi vida ha transcurrido por la senda angosta de quien camina junto a un nombre en boca de las Morias. Su destino grabado en anchas losas cerraba caminos que nunca atisbé, pero he sido libre entre los peñascos. Ante cada acantilado, yo he movido mis pasos. Él solo tuvo una elección, yo he cambiado a menudo el rumbo de las aguas sin que nadie lo esperase, por pura testarudez. Libre es de quien nada esperan.
Ahora que no soy más que sombra, aquellos instantes de lucidez refulgen como claros al sol. Mientras los dejo atrás, me atraviesan de nuevo, impregnándome en un haz de luz. Cambia el tono de mi piel de humo, tintándose de un color que jamás habría reconocido con ojos mortales. Es el color de mi nombre y del epíteto que ningún hombre conoció, pronunciado una única vez, en las plegarias de una mujer a los dioses.
Que halle descanso Patroclo, el dueño de su destino.
En mi avance dejo atrás infinitas sombras que alcanzo a reconocer. Yo retuve sus almas en el mundo vivo, una vez, pero finalmente han llegado hasta aquí. Vibro de esperanza al comprender que nos equivocábamos: no nos perdemos al llegar a este lugar, no nos olvidamos de quién fuimos y de cuantos nos acompañaron. Pero aun si así fuese, a él lo recordaría. Para él fue mi pensamiento postrero, y también el primer instante en que estuve del todo vivo. Y él nos mandó entrelazar, mezclar tan íntimamente que fuese imposible volver a separarnos. Como una interminable noche aferrándonos las espaldas, disueltos. Ese era nuestro sino, y los caprichos de un tirano ya lo han postergado bastante.
A él también lo dejo atrás muy pronto, una sombra apenas visible, que se mira con horror las manos translúcidas. Nadie recuerda ya su nombre, solo sus atrocidades.
No sé cuánto tiempo llevo corriendo, pues no tengo resuello que perder ni necesidad alguna que me reclame una pausa. Mi única urgencia me impulsa hacia el frente y da alas a mis talones, como si siguiese embebido de su nombre y su gracia. Tal vez pasan días o tal vez meses. El camino es largo, o quizás solo existe en mi impaciencia.
A ella la veo más nítida que a nadie. Mi corazón casi da un vuelco, henchido de alivio, y si no me detengo es porque ella aún no tiene ojos para mí. Llegó hace muchos años, pero lo que veo es todavía una escena de reencuentro. No hay prisa, aquí el tiempo no se escurre como arena hasta agotarse. Un niño se abraza a su vientre y una mujer anciana rodea sus hombros, y a estas tres figuras las rodean otras, menos nítidas a mis ojos.  Cuando paso, ella alza la cabeza un instante: creo que me ha sentido. Volveré a buscarla, más tarde.
Briseida y su familia son un indicio de que me acerco. Aquello ya no es camino, sino lugar de descanso elegido. De pronto la gruta se ha transformado para mí. Durante un instante veo el lugar donde ellos se encuentran. El exterior de su casa en Anatolia, humilde pero cuidada y llena de flores. El pan humea casi listo en el horno de leña, y las ovejas descansan en la planicie de hierba. Después, todo se desvanece y sigo caminando por la gruta. Un pequeño regalo de Briseida, un soplo enviado para darme ánimo y esperanza. Volveré a visitarte tan pronto, querida, y caminaremos juntos por los recuerdos de los que tanto me hablabas. Recogeremos hierbas y comeremos frutos silvestres.
Esa punzada de amor por Briseida parece prenderle fuego al que me llena y me mantiene tan corpóreo. Soy humo que corre y no me desvanezco, ni me olvido: busco a Aquiles. Él me espera y yo pensé, durante tanto tiempo, que solo volvería a verle en mis recuerdos, que la única forma en que podría sentirle era esta pena desgarradora de su ausencia. Pero voy hacia él. Voy a volver a sumergirme en su abrazo. Oleré su pelo de nuevo, ungido de aceite de flores por las ninfas, cuando entierre en él mi rostro. Gracias, Tetis, por regalarme la felicidad que a ti te está vedada.
Estoy en el claro de un bosque y cientos de hombres aguardan, apenas despiertos, casi vueltos de piedra. Son soldados. En ese estado me cuesta reconocerlos, recordar sus nombres, aunque sé que los conocí. Tardo en darme cuenta: los mirmidones. Están cubiertos de una pátina de piedra, como si un río hubiera depositado sedimentos día tras día sobre su quietud.
Al mismo tiempo que yo los nombro en mi cabeza algunos de ellos comienzan a despertar. Se escuchan murmullos a mi paso: es él, el mejor de los mirmidones, por fin está en casa. Me abren paso con solemnidad.
El hueco que dejan me conduce hasta él.
Aquiles está agazapado, inmóvil como un dios, con los ojos perdidos en la espera y la culpa. Al principio no me ve. El miedo me inunda al pensar que tal vez es demasiado tarde. ¿Y si ya no puede resquebrajarse la roca que le cubre?
Mis pasos resuenan esta vez, los últimos que doy para llegar hasta ��l. Eso le hace levantar la cabeza.
La piedra se marcha de sus ojos para dejar paso al torrente. Sus lágrimas son de humo también, y se las lleva el viento que de pronto recorre el claro. Avanza raudo pero sin levantarse, hasta postrarse a mis pies. Los besa, y el tacto de sus labios blandos en mi piel curtida es tan nítido, se recorta tan claro en el aire. Nada que ver con las leyendas de oscuridad y olvido que cantan los nuestros. O tal vez sea su divinidad, que siempre ha extendido hacia mí, la que nos mantiene tan despiertos.
-Perdóname – pide. Sus labios, tras tantos años sin despegarse, apenas se mueven. Tiro de él para que se levante, pero no lo hace. Es como si hubiera vuelto a tornarse piedra, allí agachado rozando mis piernas, agarrado a mis tobillos como un alud. Un murmullo vuela a mi alrededor, y me doy cuenta al poco de que es mi nombre que sale de sus labios, repetido como una cantinela. Como el día en que me fui de sus brazos. No debió pasar ni un día desde aquel dolor hasta este encuentro. Cada día ha sido una brecha en el orden justo de las cosas.
- Aquiles, amor -De nuevo intento atraerle hasta mí-. ¿Qué estás diciendo? Fui yo, fue mi sola estupidez, o si no, un soplo de locura mandado por los dioses.
He pensado mucho en aquel momento que dejé pasar. Pude haber vuelto sano y salvo a sus brazos. Pero los héroes, para ser recordados, han de morir jóvenes. Mi vida le ataba a la vida. ¿Cómo no lo entendimos al escuchar las profecías? Ese era el ingrediente, el secreto de su amargura. La verdad estaba allí desde el principio, y eran tus propias ilusiones las que no te dejaban escucharla.
Aquiles apoya la frente en el dorso de mis pies. No lo soporto más. Me agacho y acaricio sus cabellos, y él se acurruca como un niño, y le rodeo tan fuerte, como si pudiese abarcar todos los años de su pena de una sola vez y calmarla para siempre.
Nos quedamos así tanto tiempo que, uno a uno, los hombres apoyan una mano en nuestros hombros -siento lo que él siente, no sé ya dónde acabo y dónde empieza – y se marchan.
Deben llevar muchos años allí. ¿Por qué no se han ido antes con sus seres queridos? Cuando les encontré, muchos tenían una mano apoyada en su espalda, en un gesto de consuelo, y comprendo: se quedaron a aguardar con él. Él también es su familia. Y yo también lo soy.
Por eso les cubrió la piedra: les protegía de la espera, pues no descansaban aún. Les faltaba uno de sus hombres. Ahora pueden ir. Con suerte, sus familias y amistades, quienes se quedaron en casa, habrán tenido vidas largas y felices, y estarán recién llegando a este lugar.
Aquiles y yo descansamos al fin, en un abrazo férreo que nos llena el pecho como si respirásemos de nuevo. De vez en cuando, alzo en silencio una plegaria de agradecimiento a los dioses, aunque no sé si pueden escucharme. No sé cuánto tiempo pasamos así. Tal vez años. Poco a poco se calma el dolor de la ausencia.
No nos desvanecemos. Parecemos más corpóreos que otras sombras que cruzan, y pienso que tal vez esta es la forma de inmortalidad de la fama y la gloria. Mi nombre ha quedado atado al suyo, le pese a quien le pese. Seguí a Aquiles en su destino, pero nunca esperé compartir su lugar en la historia. Solo aspiraba a unos meses más con él, y me ha sido regalada la eternidad.
Ante ese pensamiento me levanto, y esta vez sí se mueve conmigo. Nos ponemos en pie y miramos alrededor, maravillados. Talión. Claro, ¿dónde si no? Las estrellas coronan el firmamento altísimo y nos siguen al interior de la cueva rosada cuando corremos a ella. El manantial corre cristalino con los mismos finos hilos que recordaba. El blando lecho está tibio, como si hubieran pasado pocas horas desde que lo dejamos. Salimos de nuevo, como chiquillos explorando emocionados, recorremos el bosque en busca de Quirón.
Pero él nunca estará aquí. Como para Tetis, el mundo de las sombras no es su lugar. Aun así, de alguna forma nos sentimos de nuevo bajo su protección, y tal vez estamos justo bajo sus pies ahora mismo, en este espejo invertido que es el inframundo. Le mando un pensamiento alado, con toda la fuerza de la que soy capaz: “estamos juntos de nuevo, maestro”. Unos segundos más tarde, un viento fresco nos despeina como un hermano mayor y se marcha por donde ha venido, con un leve sonido de risa, grave y de corazón alegre.
Aquiles vuelve a ser un muchacho ante mí. Uno que nunca se ha manchado de sangre. Aquella es su verdadera naturaleza, aunque pocos la hayan conocido. Su sonrisa ancha se extiende y de pronto ya no está junto a mí, sino en lo alto de un árbol.
-¡Mira! - Señala las siluetas de los pájaros que nos sobrevuelan. Claro, ellos también mueren. Las ardillas corretean a pocos metros, más confiadas aunque nunca del todo. Las hiedras cubren los troncos más viejos, y los más jóvenes tienden vigorosos sus ramas al cielo. Un cielo añil y septembrino que augura moras y fresas en abundancia, y caudal suficiente para un buen baño en el arroyo del Castaño, aquel donde lavé mi túnica la noche que llegamos.
Qué felicidad.
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wannabemeraki · 3 years
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proud!boyfriend
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wannabemeraki · 3 years
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You know, sometimes I wonder what would it be like if I just stayed behind for once? I mean, would it be the end of the world?
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