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#Ejército Soviético
olivia2010kroth · 2 months
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Olivia Kroth: Lektionen in russischer Geschichte – Zum Gedächtnis an die heroische sowjetische Panzerfahrerin Maria Oktjabrskaja, 80 Jahre nach ihrem Tod
Lektionen in russischer Geschichte: Zum Gedächtnis an die heroische sowjetische Panzerfahrerin Maria Oktjabrskaja, 80 Jahre nach ihrem Tod von Olivia Kroth Als die Nazi-Wehrmacht 1941 in die Sowjetunion einmarschierte, griffen junge Menschen aus allen Sowjetrepubliken zu den Waffen, bildeten sich zu Kämpfern aus und nahmen am Großen Vaterländischen Krieg teil, um den Feind zu besiegen und das…
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Los 5 artículos de historia más leídos en Russia Beyond en 2022
Los 5 artículos de historia más leídos en Russia Beyond en 2022
DMITRI FILOMENKO La sección de “Historia” es una de las populares de nuestra web. Tanto los textos sobre la URSS como las que tienen que cuentan momentos del Imperio ruso, despiertan gran curiosidad entre nuestro público. Quizá hayas leído ya alguno de estos textos, o quizá no, lo que es seguro es que no podrás encontrar algo parecido en otra web.   1. No, no fue el invierno el que acabó con el…
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jartitameteneis · 1 month
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La aparición de los talibanes está relacionada con la caótica situación en Afganistán tras la partida de las fuerzas soviéticas en 1989. El régimen comunista afgano cae tres años más tarde. En abril de 1992, entran a Kabul los muyahidines, grupos armados que habían combatido al Ejército Rojo con apoyo estadounidense y pakistaní, pero no logran ponerse de acuerdo en torno a la forma de administrar el país. Entonces estalla una guerra civil que duraría 4 años y causaría cerca de 30.000 víctimas y por lo menos 100.000 heridos. El país estaba totalmente destruido, y la población, acorralada y agotada.
En ese contexto surgen los talibanes, literalmente los “estudiantes”, una fuerza compuesta por estudiantes de escuelas islámicas situadas mayormente en el sur del país. El movimiento, emanado principalmente de la comunidad pastún, fue fundado en el otoño boreal de 1994 por el mulá Mohammed Omar Akhunzada en la ciudad de Kandahar, y contaba con un activo apoyo de los servicios de inteligencia pakistaníes. Gozaba de una fuerte legitimidad religiosa y prometía liberar al país de los señores de la guerra.
En abril de 1996, el mulá Omar es declarado “Comandante de los creyentes” en Kandahar, y los talibanes entran a Kabul el 27 de septiembre de 1996.
UN ARRAIGO TRIBAL
Los talibanes controlaban todo el territorio afgano salvo el valle de Panshir, en el noreste, que seguía bajo el mando del comandante Ahmad Shah Masud. Los nuevos adalides de Kabul se presentaron como un movimiento capaz de llevar la paz y encarnar el orden moral. Estaba respaldados por la organización tribal pastún del sur. También recibían apoyo de Pakistán, el país vecino que los considera cercanos ideológicamente y los ve como una promesa de estabilidad, una apertura hacia las rutas comerciales de Asia Central y un aliado contra India.
Apenas tomaron el poder, los talibanes instauraron un régimen que descansaba enteramente en una interpretación extremista de la ley islámica, la sharia. Las mujeres estaban obligadas a llevar el burka azul que recubre enteramente el cuerpo y el rostro. En caso de adulterio o falta de pudor, corrían el riesgo de sufrir la lapidación o latigazos. No tenían acceso a la educación ni al empleo, y solo podían salir acompañadas por un hombre. También terminó el entretenimiento: cine, música y televisión ya no eran tolerados, al igual que la posesión de dispositivos de captura de fotos. Los homosexuales eran condenados a muerte, y la comunidad hazara, de confesión chií, era particularmente perseguida.
A comienzos de 2001, los talibanes destruyeron los budas de Bamiyan, símbolo del patrimonio cultural afgano y joya del arte iraní-búdico.
LA DERROTA POS 11 DE SEPTIEMBRE
El gobierno de los talibanes solo fue reconocido por Pakistán, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, cuyo apoyo no sorprende, ya que Riad había contribuido a financiar la guerra contra los soviéticos y había enviado combatientes árabes a Afganistán. Desde 1996, se instala en el país el movimiento Al Qaeda de Osama bin Laden, quien se había casado con la hija del mulá Omar.
Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Washington solicitó la extradición de bin Laden, pero los talibanes se negaron a entregarlo. Alegando su voluntad de venganza, pero sobre todo “la guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos y sus aliados –principalmente los británicos en un primer momento– comenzaron a bombardear el país el 7 de octubre de 2001. Sus operaciones acompañaban el avance en tierra de los soldados de la Alianza del Norte del fallecido comandante Masud. Las ciudades controladas por los talibanes cayeron una tras otra. Kabul fue tomada sin combate el 13 de noviembre de 2001.
Los talibanes y Osama bin Laden pasaron a ser fugitivos. El acuerdo de Bonn de diciembre de 2001 apuntaba a construir un Estado afgano sin ellos, que se atrincheraron en Pakistán antes de reaparecer en la provincia de Helmand en 2003, principal centro de cultivo de amapola. Con el paso de los años, volverían a conquistar cada vez más ciudades. Las fuerzas gubernamentales, respaldadas por tropas enviadas por la ONU y la OTAN, no dejaron de combatirlos, pero sus esfuerzos fracasarían, al igual que la instauración de un gobierno central fuerte en Afganistán.
Los diferentes anuncios de retiro de las tropas de la OTAN y luego de las estadounidenses permitieron abrir el diálogo en 2017 entre los talibanes y el gobierno de Kabul, en vista de “reconciliar el país”. El Acuerdo de Doha, firmado en febrero de 2020 entre Washington y los talibanes, deja constancia del retiro definitivo de los estadounidenses a cambio de una garantía de seguridad. El 15 de agosto, es decir dos semanas antes del retiro del último soldado estadounidense de Afganistán, los talibanes entraron a Kabul, sin efectuar, una vez más, un baño de sangre.
orientxxi.info
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De Afganistán aprendimos, desgraciadamente, un término que utilizo mucho. Talibán. Hay mucho talibán fuera de Afganistán. En mi misma calle, en mi trabajo, en mi familia. Nos cruzamos con ellos a diario, gentes que nos regalan sonrisas, que nos saludan, que se interesan por saber cómo estamos, que no te tiran piedras físicas. Pero quisieran. Gentes radicales que todo lo juzgan con un prisma inamovible, sesgado, rotundo, inmisericorde. Salvador Navarro
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shiningland · 1 year
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Tormenta de Invierno - Preludio (versión alternativa)
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El ambiente se percibía tenso. Las gotas de la fría lluvia de aquél 12 de diciembre de 1942 golpeaban con fuerza contra los cristales empañados del cuartel general del grupo de ejércitos Don, a las afueras de Berlín. Mia posaba sus pálidos dedos sobre las hojas del semanario, para seguidamente acariciarlas con un suave movimiento; la relajaba el tacto rasposo del papel. Observaba sus páginas, las imágenes, las cabeceras de página, impactantes, al igual que la masiva campaña propagandística del régimen. Con su mirada melancólica atravesaba las historias de la revista, una y otra vez, página tras página, alzando sus ojos y mirando hacia el exterior con tristeza, finalizando así y cada vez el viaje de la historia humana. El silencio regía esos instantes, mientras la lluvia, momentáneamente más intensa golpeaba contra las ventanas como si de torpedos enemigos se tratara, barriendo la situación y rellenando los pozos del olvido. De repente, una irritante melodía se adueñó de aquél lúgubre comedor; el teléfono sonaba, y los dedos de la joven se detuvieron en seco.
—Hallo
—¡¡Ich glaub mein Schwein pfeift!! ¿¡Pero cómo diablos ha podido ocurrir!?
El pulso de Mia comenzó a temblar. Bajó su mirada, clavándola en el suelo, mientras la discusión entre su padre y aquella misteriosa voz que se hallaba al otro lado del teléfono proseguiría sin intenciones de aminorar su tono.  
—Nein, ¡¡Nein!! ¿¡Acaso no me ha oído teniente Hoth!?
—¡¡Ich glaub’ ich spinne!!, es usted un inútil teniente Hoth, ¡¡es usted un maldito inútil, un maldito bastardo hijo de cerdo!!
Se levantó de manera violenta, sosteniendo el teléfono con una de sus manos, mientras en su otra mano un mapa era estrujado con rabia, a la vez que el pulso de Mia temblaba sin control y la lluvia caía con más y más fuerza. Cuando de repente... «¡¡PUMM!!» un duro golpe contra la mesa hizo saltar todas las alarmas de la joven, mientras simultáneamente un fuerte temblor invadía todo su cuerpo, acompañado por un involuntario pero contenido gemido repleto de ansiedad.  
—Pienso comunicárselo a Führer, ¿¡me oye teniente Hoth!? Está usted acabado, ¡¡Fix und fertig sein!!
Colgó el teléfono entre un arrebato de rabia e impotencia, y abriendo la mano dentro de la cual el mapa yacía ya por aquél entonces destrozado, volvió a sentarse, inquieto. Mia seguía con la mirada fijada en el suelo, sin atreverse a alzarla así evitando contacto visual alguno con su padre; no era el momento idóneo, por su propio bien. Pero esa voz agresiva y grave que tanto la hacía temblar en tales situaciones, en esos momentos parecía que fuera a por ella...
—Y bien meine tochter, ¿no vas a decir nada al respecto?
Mia, aún con su mirada clavada en el frío suelo y sin ninguna intención de otra cosa con ella, mantuvo su silencio, aumentando el nerviosismo ya presente en su padre.  
—¡¡Maldita sea, responde!!— De nuevo, su padre asestó otro golpe contra la mesa, y de nuevo, otro escalofrío recorrió el cuerpo entero de la joven.  
—Sí, padre— Con una voz bajita, cortada, casi susurrando respondió a su padre. Su mirada seguía baja, observando el suelo y escabulléndose de la realidad, mientras el ruido de la lluvia impactando contra los cristales de las deterioradas ventanas iba en aumento, y una de las goteras procedentes del techo de aquella lúgubre habitación comenzó a emanar pequeñas gotas de agua, cayendo éstas, estrellándose al llegar al final de su viaje y produciendo un hipnótico, pero a la vez angustioso sonido que rompía con los momentos de tenso silencio entre gritos y reproches.  
—Deberías casarte, y formar una familia; el país necesita hombres fuertes y sanos para defender a la nación. Esos malditos soviéticos no se saldrán con la suya, y Alemania volverá a erguirse con toda su grandeza para dominar Europa, el territorio soviético, y tal vez al mun...
—Erich, cariño, pero ¿qué ocurre? — Sus delirantes declaraciones fueron interrumpidas, de repente, por Anne.  
—Hoth, Hermann Hoth... ese maldito hijo de cerdo ha rendido al cuarto y al sexto ejército Panzer. ¡¡Desobedeciendo a Führer!! Desobedeciéndome a mí, ¡¡y traicionando a Alemania!!
Anne le servía el caliente plato de caldo de pollo, junto con el pan, mientras escuchaba con una palpable preocupación las palabras de su marido. Él, se levantó de nuevo, impetuosamente, para seguidamente dirigirse hacia la esquina contraria de la mesa y coger de manera ansiosa la media botella de Jägermeister que su desgastado hígado y su enfermiza mente aún no se habían bebido, y dando unos tres pasos apresurados, permaneció de pie tras el cristal empañado, observando el paso del tiempo y el desgaste de la guerra.  
—Hoth ha fracasado en capturar Moscú, maldito inútil…  
Anne siguió con sus quehaceres del hogar, haciendo como si nada ocurriera, a la vez que Mia intentaba controlar su pulso, y sus deliberados temblores debido a la situación; se intuía ciertas cosas, y no estaba para perder otro enfrentamiento visual con su padre.  
—Leningrado y Sebastopol continúan resistiendo el cerco, nada está saliendo como se había planeado, ¡¡maldición!!— Los inminentes gritos de Erich las sobresaltaron; se mantenían en silencio, procurando evitar hacer nada que pudiera irritarle aún más. Incluso un pequeño ruido como el sonido de los cubiertos impactar contra el plato de cerámica, o una respiración demasiado profunda podían hacerle explotar, de nuevo. Erich prosiguió;
—Los soviéticos están planeando una gran contraofensiva desde la capital, y el alto mando ha pactado la no agresión con Tokio. Georgi Zhúkov no deja de desplegar sus malditas reservas, incluidas las divisiones siberianas de Manchuko, ¡¡mientras la Wehrmacht no deja de perder hombres, malgastar munición… — Dando unos fuertes golpes contra el marco de la ventana marcó el final de aquel ataque de histerismo, entre tanto el pulso de Mia perdía definitivamente el control, y la respiración de Anne se hacía cada vez más y más densa.
— …y agotar todas las malditas reservas de combustible!!
Y un forzado silencio invadió la tétrica estancia. Las gotas de agua que osaban colarse entre tantísima tensión a través de las goteras en el techo del edificio y los marcos podridos de las ventanas eran pisoteadas una y otra vez por las botas repletas de barro seco de Erich, y cuándo parecía que el regreso de la calma se hallaba cerca…
—Y yo, con una hija que aún no conoce marido ni hijos, mientras en el frente hay falta de hombres… que tan ingente desgracia para un padre…
Los ojos de Mia se llenaron de rabia; su mirada era tan desafiante que podía penetrar el casco de acero de un Panzer. Anne poso una de sus manos sobre los hombros de la joven, conteniéndola, en un intento por evitar males mayores, pero ya era demasiado tarde…
—Nadie quiere la guerra. — Y un susurro escapó de entre los labios cortados de Mia, destrozando por dentro a su padre, y despilfarrando todo su orgullo. Se giró de golpe, asfixiando los ojos de su hija con la mirada;
—¡¡No vuelvas a hablarme así!! No te atrevas a hablar sobre lo que nunca serás capaz de comprender. La guerra es cosa de hombres…
—Erich, por favor, es sólo una niña… — Anne dio un paso al frente, rebasando la fina línea entre el amor y la insensatez en un intento por calmar los humos de su marido y proteger a su pequeña, cuándo de la nada…
«Toc, toc, toc»  
—¡¿Quién es?!— Erich respondió histérico; alguien llamaba a la puerta. Una voz entrecortada le respondía desde detrás de ésta.
—Mariscal Von Manstein, Führer le espera; los preparativos para su reunión están listos.  
Erich cogió apresuradamente la chaqueta del perchero de madera, para seguidamente peinarse con una vieja púa frente al reflejo de la cristalera, y cuándo llegó el momento de salir de la estancia y cruzarse la mirada, de nuevo con la de Mia, pronunció las palabras que podrían a ésta los pelos de punta;
—La guerra es necesaria, ¡¡el pueblo quiere la guerra!!
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noixdraw · 5 days
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El 9 de mayo se celebra el Día de Victoria ⭐
🇷🇺 Rusia celebra el Día de Victoria que marca el 79.° aniversario del triunfo soviético sobre la Alemania n4z¡ en la Gran Guerra Patria, un capítulo crucial y decisivo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en el que el pueblo soviético luchó contra los invasores n4z¡§ y sus aliados.
El Ejército Rojo cambió el rumbo de la guerra al derrotar a las tropas invasoras en las batallas de Moscú, Stalingrado (hoy Volgogrado), Leningrado, el Cáucaso y Kursk.
Las tropas alemanas y de sus aliados sufrieron en el Frente Oriental más de 8,6 millones de bajas y perdieron más del 75% de su material bélico.
Según diversas valoraciones, la Gran Guerra Patria requirió un gran sacrificio del pueblo soviético, se estima que entre militares y civiles las pérdidas totales ascendieron a los 27 millones de personas.
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Para conmemorar este día importante dibujé a Iván de Hetalia a mi estilo de dibujo
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omg-lucio · 3 months
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Erupción de petróleo de Karlino, Polonia, diciembre de 1980. Foto de Tomasz Gawałkiewicz.
A las 17:30 horas del 9 de diciembre de 1980, en el pozo perforado de 2.800 m de profundidad denominado Daszewo - 1 , situado en el pueblo de Krzywopłoty (a 4,5 kilómetros de Karlino), se produjo una gigantesca erupción de petróleo y gas natural. Poco después se produjo un incendio cuyas llamas alcanzaron hasta 130 m. La temperatura de la mezcla ardiente de gas y petróleo alcanzó los 900 °C y, a pesar de las temperaturas bajo cero, aparecieron hojas en los árboles helados cercanos. Durante la noche del 9 al 10 de diciembre, cuatro trabajadores sufrieron quemaduras y tuvieron que ser trasladados al hospital de Białogard . Dieciocho equipos de bomberos llegaron al lugar y las viviendas cercanas fueron evacuadas. Los carriles de la principal ruta nacional número 6 Este-Oeste ( Droga Krajowa n° 6 ), en dirección a Szczecin , adyacentes al incendio, fueron cerrados. Los equipos y las chozas de los trabajadores fueron destruidos. La presión del petróleo alcanzó las 560 atmósferas y el incendio era visible desde varios kilómetros de distancia. En aquel momento, se produjo una de las mayores erupciones petroleras de la historia de Europa.
El 11 de diciembre, unidades especializadas del ejército polaco , bomberos, policía, una unidad de búsqueda y rescate minero de Cracovia y especialistas de la Universidad de Ciencia y Tecnología AGH de Cracovia comenzaron a trabajar para proteger el área local de las llamas. La noticia del incendio fue noticia de primera plana en toda Polonia, con titulares como "Días calurosos como el petróleo", "Karlino sin vacaciones de Navidad", "La antorcha de Karlino" y "Artillería y zapadores en Karlino". Cinco días después, el 16 de diciembre, bomberos de Hungría y la Unión Soviética se unieron a los polacos, y el ingeniero Adam Kilar y el experto soviético Leon Kalyna de Poltava , quien también era de ascendencia polaca , tomaron el mando de la operación . Para el 18 de diciembre, el área adyacente al pozo de perforación fue limpiada de partes de acero quemadas y destruidas del pozo de petróleo y se había construido un camino hacia las ubicaciones de dos nuevos pozos.
La operación para extinguir el incendio fue muy laboriosa y los preparativos duraron casi un mes, hasta el 2 de enero de 1981. Se construyó un oleoducto especial y la población de Polonia se mostró muy interesada en estos acontecimientos. Cada día, Karlino recibía cientos de cartas con sugerencias sobre cómo apagar el fuego. Después de una larga reflexión, los especialistas llegaron a la siguiente solución. En primer lugar, se retiraron los restos del pozo petrolero destruido y el dispositivo de prevención de explosiones . El pozo fue removido por un tractor especialmente construido, equipado con un brazo de gancho de 30 m. El preventor, sin embargo, fue destruido por un cañón desde una distancia de 25 m. La tarea consistía en apuntar a una pequeña grieta entre las bridas . Primero se utilizó un cañón de 85 mm, luego un obús de 122 mm y finalmente el 28 de diciembre un cañón-obús de 152 mm logró destruir el preventor. Después de todos los preparativos, el incendio fue extinguido el 8 de enero de 1981, casi un mes después de la erupción. El periódico local Karlino Chronicle escribió: "A las 10:42 un chorro de agua de 23 cañones apuntaba al géiser de petróleo en llamas. Después de 16 minutos, el fuego se apagó y los especialistas retiraron las bridas dañadas".
El 10 de enero de 1981, a las 15:38 horas, se instaló un nuevo preventor y se detuvo el chorro de petróleo. Así acabó la operación, después de 32 días. En total, en la misión participaron unas 1.000 personas. El nuevo preventor se construyó en la fábrica del 1 de mayo en Ploiești , Rumania . Pesaba 11 toneladas y era levantado por una grúa de 100 toneladas con un brazo de 60 metros. Toda la operación costó alrededor de 300 millones de zlotys , y durante el incendio se quemaron entre 20.000 y 30.000 toneladas de petróleo y entre 30 y 50 millones de metros cúbicos de gas natural. Durante la operación de extinción hubo un herido: un soldado sufrió quemaduras leves.
La investigación estableció que la causa principal de la erupción fue la holgura del dispositivo de prevención de reventones. Lo más probable es que las juntas estuvieran dañadas y el preventor no se bloqueó a tiempo. El incendio fue provocado por motores de gasolina que accionaban las bombas. Otra causa de la erupción fue una evaluación geológica inexacta: los especialistas esperaban encontrar petróleo a una profundidad de 2.952 metros bajo tierra, pero resultó estar a 2.792 metros, 160 metros más alto de lo esperado.
El 16 de enero de 1981, a las 15.55 horas, un tren de carga con diecisiete vagones cisterna llenos de petróleo salió de la estación de tren de Karlino en dirección a una refinería en Trzebinia . Las esperanzas eran altas, pero resultó que los depósitos de petróleo eran escasos y, después de unos años, el pozo se secó. En total, se extrajeron y transportaron a Trzebinia más de 850 toneladas de petróleo, mucho menos de lo esperado. Como afirmaron más tarde los expertos, si el incendio hubiera durado dos semanas más, todo el petróleo se habría quemado. Además, el aceite de Karlino fue evaluado como de "calidad media", con un contenido de azufre del 0,58%.
Desde octubre de 2002, el pozo Daszewo - 1 se utiliza para la producción de gas natural. El pozo de perforación sirve actualmente como instalación subterránea de almacenamiento de gas natural, con una capacidad de 30 millones de metros cúbicos. En diciembre de 2010, el alcalde de Karlino anunció planes para la apertura de un museo interactivo dedicado a la erupción de 1980
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𝓗𝓲𝓼𝓽𝓸𝓻𝓲𝓪
LYUDMILA PAVLICHENKO
Nacida el 12 de julio de 1916, Lyudmila ( o Liudmila) Pavlichenko fue una de las primeras generaciones que vivió la URSS prácticamente desde su nacimiento.
Su infancia transcurrió en una pequeña localidad ucraniana, donde asistió a la escuela y empezó a mostrar una gran competitividad en actividades físicas, en particular cuando se enfrentaba a los chicos de su edad.
Desde pequeña quiso demostrar que las chicas podían hacerlo igual o mejor que ellos.
En 1930, la familia decidió trasladarse a Kiev, la actual capital de Ucrania. Con 14 años, Liudmila empezó a trabajar en la Arsenal Factory, una fábrica histórica de producción y reparación de armamento del Ejército Rojo.
La propia empresa ofrecía opciones de ocio a sus trabajadores y, tras dejar el curso de aviación, Pavlichenko optó por formarse en un club tiro, su primer contacto con las armas. De él salió con la insignia de Tirador de Voroshílov, un certificado de los conocimientos y la preparación adquiridos que incluían formación en otras habilidades del ámbito militar.
Al mismo tiempo que trabajaba, Liudmila Pavlichenko terminó la secundaria y se matriculó en la Universidad de Kiev para cursar la carrera de historia con la intención de convertirse en maestra. Justo había aceptado un trabajo en la Biblioteca de Odesa que le permitiría terminar su tesis cuando, en junio de 1941, Hitler lanzó las primeras ofensivas de la Operación Barbarroja, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La Alemania nazi pretendía seguir su imparable avance por el territorio soviético.
Inmediatamente, se presentó como voluntaria para ingresar en el Ejército Rojo, y parece ser que el hecho de ser mujer le puso los primeros obstáculos. Sin embargo, la insistencia de Pavlichenko hizo que el oficial de reclutamiento comprobara sus credenciales, tras lo cual fue admitida y destinada a la 25ª División de Fusileros del Ejército Rojo como francotiradora. 
No fue la única. Alrededor de 2.000 mujeres desempeñaron el mismo rol en las tropas soviéticas, aunque solo 500 de ellas sobrevivieron a la guerra, y solo Liudmila alcanzó el récord por el que sería recordada.
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Uno de los puntos calientes de la ofensiva alemana fue el tramo sur de la frontera rusa señalado por el río Prut, actualmente línea fronteriza de Rumanía. Allí fue enviada su unidad que, tras resistir los primeros envites, se vio obligada a retirarse hasta Odesa, donde Liudmila participó en su primera batalla. Fue herida a los diez días de combate y evacuada al hospital donde se recuperó para volver a reincorporarse. Al regresar al frente, había sido ascendida a cabo y al término del asedio de la ciudad, aunque la deshecha soviética era una realidad, Pavlichenko había causado 187 bajas al enemigo: su nombre empezaba a convertirse en una leyenda.
Mientras el número de enemigos abatidos por ella aumentaba, sus misiones se volvían más arriesgadas. A veces debía contraatacar el fuego enemigo de un francotirador, y se vio inmersa en duelos directos. En una ocasión, pasó tres días enfrentada a un francotirador alemán al que finalmente también abatió.
Fue herida por fuego de mortero en junio de 1942 en Sebastopol y trasladada al hospital para recuperarse. A esas alturas, Lyudmila era ampliamente conocida también en las filas nazis, por lo que se convirtió en un objetivo militar y empezó a ser apodada como Lady Death (Lady Muerte) por la prensa extranjera. No era para menos, ya que después de menos de dos años en activo dejaba tras ella 309 enemigos abatidos, entre ellos 36 francotiradores. Era oficialmente una heroína.
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gonzalo-obes · 9 months
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IMAGENES Y DATOS INTERESANTES DEL DIA 7 DE AGOSTO DE 2023
Día Mundial de los Faros, Semana Mundial de la Lactancia Materna, Año Internacional del Mijo y Año Internacional del Diálogo como Garantía de Paz.
San Severo, San Sixto y San Cayetano.
Tal día como hoy en el año -480: En Grecia, tiene lugar la batalla de las Termópilas entre persas y griegos.
En 1956: En la ciudad de Cali (Colombia) explotan siete camiones del ejército cargados con 42 toneladas de explosivo plástico gelatinoso, dejando un cráter de 50 metros de diámetro por 25 metros de profundidad. Mueren al menos 4.000 personas y quedan unas 12.000 heridas. Al hecho se le conoce como la explosión de Cali.
En 1959: Lanzamiento del Explorer 6 en EEUU, con el fin de tomar la primera foto de la Tierra desde un satélite.
En 1961: El cosmonauta soviético Gherman Titov orbita alrededor de la Tierra durante un día completo a bordo de la nave Vostok 2.
En 1963: El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) prohíbe la venta de armas a Sudáfrica.
En 1987: Los presidentes de Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras firman un plan para la pacificación de la zona.
En 1992: Tiene lugar la Conferencia de Desarme, que deriva en la firma del Tratado de Prohibición de Armamento Químico, con la asistencia de 39 países.
En 1994: En Yokohama (Japón) se celebra la X Conferencia Internacional sobre el Sida, enfermedad que afectaba ya a más de 36 millones de personas en todo el mundo.
En 1996: Cerca de Biescas (Huesca, España) mueren 87 personas y 183 resultan heridas como consecuencia de una riada provocada por una tormenta que arrasó el camping Las Nieves.
En 1998: en las embajadas de Estados Unidos en Nairobi y Dar es Salaam, el Frente Islámico del árabe Osama bin Laden perpetra dos atentados, que acaban con la muerte de 258 personas y unos 5.000 heridos.
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jgmail · 10 months
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El puente de Crimea y el destino de Rusia
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Por Alexander Dugin
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
 El reciente ataque contra el puente de Crimea es un sello distintivo de los pequeños rusos y la enorme rabia que cargan consigo. No obstante, no deja de ser bastante diciente. Recordemos que desde el 2014 Ucrania no ha parado de bombardear Donetsk ni un solo día, además de las continuas agresiones contra antiguas regiones rusas como Belgorod, Kursk y Briansk. A todo lo anterior se suman reiterados ataques terroristas en contra de ciudadanos rusos e incluso intentos de hacer volar en pedazos centrales nucleares. El ataque contra el puente de Crimea se entiende en este contexto. Ucrania es controlada por un régimen maniático que gobierna sobre una población enloquecida. Resulta bastante ingenuo creer que tal comportamiento cambiará de la noche a la mañana. Es por eso que considero imperativo el acabar de una vez por todas con el actual estado de pacifismo dentro de Rusia, aplazar las elecciones (Putin ya ha sido elegido de antemano y no existe nadie que pueda competir con él) y declarar la movilización general. Todo ello requiere cambios importantes en el personal y seguir posponiendo esto resulta suicida ya que nos enfrentamos a un enemigo que es controlado por Occidente, que está completamente loco, es extremadamente agresivo y que ha perdido hace rato todo contacto con la realidad. No existe una cura para eso, por lo que nuestra única alternativa es ir hasta las causas detrás de tal enfermedad y preguntarnos: ¿quién causó y preparó el colapso de la URSS? ¿Quién aplaudió y se aprovechó de todo eso? Responder estas preguntas nos ayudará a darnos cuenta de quienes son los responsables de la actual catástrofe y nos llevarán a cambiar el rumbo en que nos encontramos.
 La actual élite rusa nació en la década de 1990 y en general todos ellos son un montón de criminales. El liberalismo es un crimen contra Rusia y la situación únicamente comenzó a cambiar cuando Putin llegó al poder, pero durante estos 23 años, y a pesar del inició de la Operación Militar Especial, solo el 5% de los liberales han sido expulsados, un 0,000001% han sido castigados o envidos a prisión, otro 15% se volvieron patriotas (ya sea por sinceridad o por necesidad, no importa) y el resto de ellos siguen en sus puestos. Hasta ahora los liberales lo único que han hecho es obstaculizar el proceso de transformación del país, la movilización del ejército, las reformas patrióticas y el renacimiento de nuestra civilización. La élite rusa alaba a Gorbachov y Yeltsin mientras que el pueblo y la historia rusa los maldicen. Tanto la perestroika como las reformas de la década del 1990 fueron una catástrofe para el pueblo y la historia de Rusia; en cambio, la élite liberal la considera una “edad de oro” y “el comienzo de su ascenso al poder”. En estos momentos estamos en guerra en contra de esta Anti-Rusia que nació en 1991 y que se ha arraigado no solo en Ucrania y el resto de los Estados post-soviéticos, sino también en la misma Rusia. Sin esta Anti-Rusia que nació en el centro de Moscú no existiría la Anti-Ruisa vulgar de los Pugachevs y los Galkins, o la Anti-Rusia de los emigrados que se jalan sus cabellos en el extranjero. Jamás podremos salir de la catástrofe en la que nos encontramos si primero no arrancamos de raíz las causas de todos los males que hoy nos habitan.
 Otra pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿acaso Rusia se encuentra al borde de una “guerra civil latente”? Por un lado, se encuentra el ejército y el pueblo ruso que cada vez más se encuentra en un proceso de movilización permanente, mientras que del otro lado están los paladines del liberalismo que impiden cualquier reforma real. Hasta ahora Putin ha sido el único arbitro que impide que el choque entre estas dos fuerzas se convierta en algo abierto. ¿Acaso el motín de Wagner no fue una premonición de todo esto? La posibilidad de una guerra civil rusa solo fue evitada por la intervención directa de Putin que es considerado como la autoridad legitima no solo por el pueblo, sino también por la voluntad del cielo y la Providencia. Sin embargo, no pasa lo mismo con las élites liberales, que no son consideradas legítimas por nadie.
 El comienzo de la Operación Militar Especial fue el momento en que nuestro pueblo retomó su misión histórica, pues los rusos fuimos creados con la intención de luchar la batalla final en contra de la civilización del Anticristo. Esta batalla apenas esta comenzando. Putin tendrá que tomar una decisión: por una parte, esta el pueblo, el cual no puede abandonar, y, por el otro, está la élite liberal que no quiere sacrificar. Pero mientras que el pueblo no puede ser substituido o recreado a toda velocidad – a pesar de que los liberales rusos creían que podían desintegrarlo y reformatearlo a su antojo – teóricamente la élite sí puede transformarse y recrearse fácilmente. Toda guerra civil tiene una lógica inexorable: una revolución desde arriba puede impedir una revolución desde abajo. La revolución desde arriba puede ser creativa, en cambio, la revolución desde abajo destruirá por completo todo. Las condiciones para que se den las revoluciones desde abajo las crea la élite al llevar a cabo una política alienada, corrupta, irresponsable y miope. Nos encontramos precisamente en medio de esta disyuntiva: una guerra civil o una revolución desde arriba. Tal estado de cosas implica empezar a actuar con firmeza y esto último no significa lanzar un ataque nuclear, sino realizar una serie de cambios, como, por ejemplo:
 ·         Eliminar a todos los agentes liberales de los puestos claves del Estado,
·         Reorganizar el personal,
·         Iniciar la movilización general de la sociedad,
·         Dejar de lado el estribillo de “nos han engañado”, que no es un argumento, solo es el despecho de aquellos que creían en Occidente, pero venerar tal ídolo esta prohibido,
·         Declarar el estado de excepción y proclamar abiertamente la guerra.
 ¿Qué es el estado de excepción (Ernstfall)? Es cuando se acaba el estado normal de la sociedad, con todas sus regulaciones, y comienza la guerra. Tal estado no solo se aplica a las nuevas regiones incorporadas a Rusia o Belgorod, sino a todos nosotros. Las leyes que rigen en la paz ya no se aplican en el estado de excepción, pues el país, la sociedad y el Estado se encuentran en peligro y cualquier medio para salvarlo esta justificado. Solo una vez que hayamos proclamado el estado de excepción (estado al que ni siquiera hemos entrado todavía) podremos a sopesar en serio el uso de armas nucleares contra nuestros enemigos. Kiev teme que dejemos de desvariar y comencemos a combatirlos de verdad haciendo uso de todos los medios convencionales disponibles. Occidente intenta detener todo eso haciendo uso de sus agentes – después de todo, los liberales rusos son agentes de Occidente – logrando de ese modo que las cosas no se salgan de control o, más bien, temiendo hasta el último momento que comencemos a movernos en serio y llevemos nuestra lucha hasta las últimas consecuencias. Solo es soberano quien proclama el estado de excepción. El soberano declara el estado de excepción y toma decisiones de acuerdo a las condiciones actuales, no basándose en la ley, sino en su voluntad e intelecto. La única forma de convertirnos en sujetos soberanos es mediante el estado de excepción, fuera de él solo existen formas parciales de soberanía para los sujetos y los objetos. El estado de excepción deja todo al descubierto.
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DOCILIDAD
https://youtu.be/VLjFBbgU000
Presento el texto base del podcast:
LOS CIUDADANOS “DÓCILES”: ASPIRANTES TAIMADOS A LA DIGNIDAD DE MONSTRUOS
1)
Dado el conflicto, el disturbio, la insurgencia, los historiadores (y el resto de los científicos sociales) inmediatamente se disponen a investigar las “causas”, a polemizar sobre los motivos, a buscar explicaciones, a interpretar lo que se percibe como una alteración en el pulso regular de la Normalidad. Causas de los ‘furores’ campesinos medievales (Mousnier), causas de las ‘revoluciones burguesas’ del siglo XIX (Hobsbawn), causas de las ‘revoluciones de terciopelo’ de 1989 en el Este socialista,... Sin embargo, la ausencia de conflictos en condiciones particularmente lacerantes, que hubieran debido movilizar a la población; los extraños períodos de paz social en medio de la penuria o de la opresión; la misteriosa docilidad de una ciudadanía habitualmente explotada y sojuzgada, etc.; no provocan de igual modo el ‘entusiasmo’ de los analistas, la ‘fiebre’ de los estudios, la proliferación de los debates académicos en torno a sus causas, sus razones...
Se diría que la docilidad de la población en contextos histórico-sociales objetivamente explosivos, bajo parámetros de sufrimiento, injusticia y arbitrariedad a todas luces ‘insoportables’, es un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, en su paradoja, uno de los rasgos más llamativos de las sociedades democráticas contemporáneas. Aparece, a la vez, como un objeto de análisis tercamente excluido por nuestras disciplinas científicas, una empresa de investigación que nuestros doctores parecen tener ‘contraindicada’. ¿Por qué?
2)
Wilhem Reich, en Psicología de masas del fascismo, llamó la atención sobre este hecho: lo extraño, lo misterioso, lo enigmático, no es que los individuos se subleven cuando hay razones para ello (una situación de explotación material que se torna insufrible en la coyuntura de una crisis económica, de la intensificación de la opresión política y de la brutalidad represiva, del germinar de nuevas ideas contestatarias,...), sino que no se rebelen cuando tienen todos los motivos del mundo para hacerlo. Esta era la “pregunta inversa” de Wilhem Reich: ¿Por qué las gentes se hunden en el conformismo, en el asentimiento, en la docilidad, cuando tantos indicadores económicos, sociales, políticos, ideológicos, etc., invitan a la movilización y a la lucha?
Trasplantando su pregunta a nuestro tiempo, grávido de peligros y amenazas de todo tipo (ecológicas, socio-económicas, demográficas, político-militares, etc.), con tantos hombres y mujeres viviendo en situaciones límite -no solo “sin futuro”, sino también “sin presente”- y con un reconocimiento generalizado de la base de injusticia, arbitrariedad, servidumbre y coacción sobre la que descansa nuestra sociedad, podríamos plantearnos lo siguiente: ¿Cómo se nos ha convertido en personas tan increíblemente dóciles? ¿Qué nos ha conducido hasta esta enigmática docilidad, una docilidad casi absoluta, incomprensible, solo comparable -en su iniquidad- a la de algunos animales domésticos y, lo que es peor, a la de los “funcionarios”?
3)
Isaac Babel, corresponsal de guerra soviético, cronista de la campaña polaca desplegada por el Ejército Rojo en torno a 1920, contempla atónito las matanzas gratuitas llevadas a cabo en nombre de la Revolución. Cuarenta soldados polacos han sido detenidos. Los reclutas cosacos preguntan a Apanassenko, su general, qué hacen con los prisioneros, si pueden disparar contra ellos de una vez. Apanassenko, educado en el internacionalismo proletario y en la universalización de la Revolución, responde: “No malgastéis los cartuchos, matad con arma blanca; degollad a la enfermera, degollad a los polacos”. Babel se estremece y mira hacia otro lado. Esa noche escribirá en su diario algo que no será ajeno a su posterior encarcelación y a su fusilamiento acusado de actividades antisoviéticas: “La forma en que llevamos la libertad es horrible”.
Días después se repite la escena, pero ya sin necesidad de que los soldados cosacos pierdan el tiempo preguntando qué deben hacer a su general: degüellan a una veintena de polacos, mujeres y niños entre ellos, y les roban sus escasas pertenencias. A cierta distancia, Apanassenko, que se ha ahorrado la orden, los premia con un gesto de aprobación y de reconocimiento. Babel mira a los cosacos, sonrientes después de la matanza; los mira como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror, algo terrible y, sobre todo, enigmático: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”, anota, al caer la tarde, en su Diario de 1920.
Yo me pregunto lo mismo, me interrogo por este “enigma de la docilidad” que nos aboca, todos los días, a la infamia de una obediencia insensata y culpable. He mirado a mis ex-compañeros de trabajo, profesores, cosacos de la educación, como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror (horror, por ejemplo, de haber suspendido al noventa por ciento de la clase; de haber firmado un acta de evaluación, con todo lo que eso significa: ¿cómo se puede firmar un acta de evaluación, aunque nos lo pida el Apanassenko de turno -“matad con arma blanca”?). Ante las pequeñas ‘unidades’ de profesores, avezadas en ese degüelle simbólico del “examen”, me he preguntado siempre lo mismo: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”. Docilidad también del resto de los funcionarios, de tantísimos estudiantes, de los trabajadores, de los pobres...
4)
Recientemente, Daniel J. Goldhagen, en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, ha subrayado, de un modo intempestivo, la culpabilidad de la sociedad alemana en su conjunto ante la persecución y el exterminio de los judíos; ha remarcado la participación de los alemanes ‘corrientes’, afables padres de familia y buenos vecinos por lo demás, gentes completamente normales (como reza el título de un libro de Christopher R. Browning), en todo lo que desbrozó el camino a Auschwitz.
Estos alemanes corrientes, lo mismo que los cosacos de Apanassenko, torturaron y mataron a sangre fría, sin que nadie los obligara a ello, sin necesitar ya el empujoncito de una orden, deliberadamente, en un gesto supremo, y horroroso, de docilidad -seguían, sin más, la moda de los tiempos, se dejaban llevar por las opiniones dominantes, calcaban los comportamientos en boga, se apegaban blandamente a lo establecido... No es ya, como solía decirse para disculpar su aquiescencia, que ‘cerraran los ojos’ o ‘miraran hacia otra parte’ -eso lo hizo, mientras pudo, Babel-: abrían los ojos de par en par, miraban fijamente a los judíos que tenían delante, y los asesinaban. Es un hecho ya demostrado, por Goldhagen, Browning y otros, que estos homicidas no simpatizaban necesariamente con la ideología nazi, no eran siempre funcionarios del Estado (policías, militares,...), no cumplían órdenes, no alegaban ‘obediencia debida’: eran alemanes corrientes, de todos los oficios, todas las edades y todas las categorías sociales, hombres de lo más normal, tan corrientes y normales como nosotros; gentes, eso sí, que tenían un rasgo en común, un rasgo que muchos de nosotros compartimos con ellos, que nos hermana a ellos en el consentimiento del horror e incluso en la cooperación con el horror: eran personas dóciles, misteriosa y espantosamente dóciles. Toda docilidad es potencialmente homicida...
Aquellos jóvenes que, en un movimiento incauto de su obediencia, se dejaron reclutar y no se negaron a realizar el Servicio Militar, cuando la “objeción” estaba a su alcance, sabían, ya que no cabe presuponerles un idiotismo absoluto, que, al dar ese paso, al erigirse en “soldados”, en razón de su docilidad, podían verse en situación de disparar a matar (en cualquier ‘misión de paz’, por ejemplo), podían matar de hecho, convertirse en asesinos, qué importa si con la aprobación y el aplauso de un Estado. La docilidad mata con la conciencia tranquila y el beneplácito de las Instituciones. Goldhagen lo ha atestiguado para el caso del genocidio... En general, puede concluirse, parafraseando a Cioran, que la docilidad hace de los ciudadanos unos “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.
5)
Sostengo que este enigmático género de docilidad es un atributo muy extendido entre los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas -nuestras sociedades. En la forja, y reproducción, de esa docilidad interviene, por supuesto, la Escuela, al lado de las restantes instituciones de la sociedad civil, de todos los aparatos del Estado. Me parece, además, que esa docilidad potencialmente asesina y capaz de convertirnos en monstruos, se ha extendido ya por casi todas las capas sociales, de arriba a abajo, y caracteriza tanto a los opresores como a los oprimidos, tanto a los poseedores como a los desposeídos. No resultando inaudita entre los primeros (empleados del Estado, propietarios, hombres de las empresas,...; gentes -como es sabido- con madera de monstruos), se me antoja inexplicable, sobrecogedora, entre los segundos: docilidad de los trabajadores, docilidad de los estudiantes, docilidad de los pobres,...
Trabajadores, estudiantes y pobres que se identifican, excepciones aparte, con la misma figura, apuntada por Nietzsche: la figura de la víctima culpable. “Víctimas” por la posición subalterna que ocupan en el orden social -posición dominada, a expensas de una u otra modalidad del poder, siempre en la explotación o en la dependencia económica. Pero también “culpables”: culpables por actuar como actúan, justamente en virtud de su docilidad, de su aquiescencia, de su conformidad con lo dado, de su escasa resistencia. Culpables por las consecuencias objetivas de su docilidad...
Docilidad de nuestros trabajadores, encuadrados en sindicatos que reflejan y refuerzan su sometimiento. Desde los extramuros del Empleo, las voces de esos hombres que huyen del salario han expresado, polémicamente, la imposibilidad de simpatizar con el obrero-tipo de nuestro tiempo: “Es más digno ‘pedir’ que ‘trabajar’; pero es más edificante ‘robar’ que ‘pedir’”, anotó un célebre ex-delincuente...
Docilidad de nuestros estudiantes, cada vez más dispuestos a dejarse atrapar en el modelo del “autoprofesor”, del alumno participativo, activo, que lleva las riendas de la clase, que interviene en la confección de los temarios y en la gestión ‘democrática’ de los Centros, que tienta incluso la autocalificación; joven sumiso ante la nueva lógica de la Educación reformada, tendente a arrinconar la figura anacrónica del profesor autoritario clásico y a erigir al alumnado en sujeto-objeto de la práctica pedagógica. Estudiantes capaces de reclamar, como corroboran algunas encuestas, un robustecimiento de la disciplina escolar, una fortificación del Orden en las aulas...
Docilidad de unos pobres que se limitan hoy a solicitar la compasión de los privilegiados como privilegio de la compasión, y en cuyo comportamiento social no habita ya el menor peligro. Indigentes que nos ofrecen el lastimoso espectáculo de una agonía amable, sin cuestionamiento del orden social general; y que se mueren poco a poco -o no tan poco a poco-, delante de nuestros ojos, sin acusarnos ni agredirnos, aferrados a la raquítica esperanza de que alguien les dulcifique sus próximos cuartos de hora...
6)
De todos modos, se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de las cosas.
Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer. El hombre dócil de nuestra época es prácticamente incapaz de “afirmar” o de “negar” (Dante lo ubicaría en la antesala del Infierno, al lado de aquellos que, no pudiendo ser fieles a Dios, tampoco quisieron ser sus enemigos; aquellos que no tuvieron la dicha de ‘creer’ de corazón ni el coraje de ‘descreer’ valerosamente, tan ineptos para la Plegaria como para la Blasfemia); acata la Norma sin hacerse preguntas sobre su origen o finalidad, y ni ensalza ni denigra la Democracia. Es un ser inerte, al que casi no ha sido necesario “adoctrinar” -su sometimiento es de orden animal, sin conciencia, sin ideas, sin militancia en el frente de la Conservación.
Los cosacos dóciles de Babel no ejecutaban a los polacos movidos por una determinación ideológica, una convicción política, un sistema de creencias (jamás hablaban del “comunismo”; era notorio que nunca pensaban en él, que en absoluto influía sobre su comportamiento); sino solo porque en alguna ocasión se lo habían mandado, por un espeluznante instinto de obediencia, por el encasquillamiento de un acto consentido y hasta aplaudido por la Autoridad. Goldhagen ha demostrado que muchos alemanes ‘corrientes’ participaron en el genocidio (destruyeron, torturaron, mataron) sin compartir el credo nacional-socialista, sin creer en las fábulas hitlerianas; simplemente, se sumergían en una línea de conducta lo mismo que nosotros nos sumergimos en la moda...
7)
Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente alimenticia: escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,... Se ha hablado, a este respecto, de una funcionarización de la violencia, de una funcionarización de la ignominia...
Significativamente, estos profesionales que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado... Son, solo, hombres que obedecen... Yo he podido comprobarlo en el dominio de la Educación: se siguen las normas “porque sí”; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al “sentido común docente” sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los ‘compañeros’, evitando desmarques y desencuentros.
Esta “docilidad de los funcionarios” se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene ‘bien’ (comida, bebida, tiempo de suelta,...) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino... Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,..., obedeciendo todos los días a su Enemigo solo porque este les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear... Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no solo la docilidad funcionaria, acusa esta índole perruna...
8)
Desde el campo de la sicología -sicología social, sicología de la paz, sicología clínica,...- se han aportado algunos conceptos, elusivos y tambaleantes, con la intención de esclarecer este “enigma de la docilidad”, abordado como enigma de la parálisis (no-reacción, ausencia de respuesta, ante el peligro, la amenaza o incluso la agresión).
Partiendo de las tesis de Norbert Elias, que interpreta la civilización de los individuos como formación y desarrollo gradual de un aparato de auto-coerción (un aparato de auto-represión que lleva a los sujetos a no exteriorizar sus emociones, a no desatar sus instintos, a no manifestar su singularidad, a sacrificar su espontaneidad y casi a desistir de expresarse), Hans Peter Dreitzel ha defendido la idea de que “en los países industriales los individuos se encuentran doblemente ‘paralizados’ como consecuencia de la fuerza del aparato de auto-coerción y de la extremada complejidad de las cadenas de acción”. El “hombre civilizado”, vale decir el “hombre de Occidente”, es, desde esta perspectiva, un ser que se auto-reprime incesantemente, de modo que en él, y por ese hábito de la autoconstricción, de la autovigilancia, “la energía para huir o para oponerse está paralizada”(P. Goodman). Esta “parálisis”, esta “falta de energía para huir o para oponerse”, se resuelve al fin en aquella docilidad estulta y casi suicida de los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas. En Retrato del hombre civilizado, Emil M. Cioran abundó, por cierto, en esa visión de la Civilización como degeneración, como retroceso, como alejamiento de la base natural, biológica, del ser humano -olvido de nuestra espontaneidad y de nuestra animalidad.
Para Dreitzel, como para Goodman o para Cioran, habría algo terrífico en el “proceso de civilización”; algo siniestro y no-dicho que acudiría justamente por el lado de aquel aparato de autocoerción, por el lado de la parálisis que origina y de la docilidad a que aboca; algo que nos erigiría, como he anotado, en aprendices desapercibidos de monstruos; algo, en fin, que echó a andar en Auschwitz y que aún no se ha detenido -un horror que nos persigue desde el futuro. En palabras de Dreitzel: “Hasta ahora solo se han tomado en consideración las, aún así dudosas, ganancias humanitarias del proceso de civilización; y no sus pavorosos ‘costes humanos’ (...). En este país, Alemania, la cuestión se plantea con toda brutalidad: ¿Es Auschwitz un retroceso momentáneo en el proceso de civilización, o no será más bien la cara oscura del nivel de civilización ya alcanzado? ¿Cuánta coerción internalizada debe haber acumulado un hombre para poder soportar la idea, y no digamos ya la praxis, de Auschwitz?”. La interrogación es perfectamente retórica: Auschwitz solo fue posible -y así lo considera Dreitzel- en el seno de una sociedad altamente civilizada; devino como un fruto necesario de la Civilización Occidental, un hijo predilecto de nuestra Cultura; se desprendió por su propio peso de este árbol de la auto-represión y de la docilidad que llamamos “Capitalismo Liberal”. Auschwitz es la verdad de nuestras democracias, el resumen y el destino de las mismas...
Goldhagen ha hablado de la “responsabilidad individual” de todos y cada uno de los alemanes de ayer en el genocidio (por participación o por pasividad). Karl Otto Apel ha añadido la idea de una “responsabilidad heredada”, como alemán, en todo lo que su pueblo ha podido hacer (“Soy hijo de este pueblo y pertenezco a la tradición socio-cultural e histórica de este pueblo... No puedo negar que soy corresponsable de lo que este pueblo haya podido hacer”). Dando un paso más, y acaso también para no satanizar en exceso a los alemanes (el Diablo no tiene patria: ya se ha globalizado), yo me permito apuntar la corresponsabilidad de todos nosotros, en tanto hombres dóciles, en el Auschwitz que ya conocemos y en los que tendremos ocasión de conocer. En la medida en que consintamos que la docilidad acampe a sus anchas en nuestro corazón y en nuestro cerebro, seremos los padres morales y los artífices difusos de todos los Holocaustos venideros...
9)
Otros psicólogos, como Harry Stuck Sullivan o el americano Ralph K.White, han intentado concretar un poco más los mecanismos psíquicos que acompañan y casi definen la mencionada parálisis del hombre contemporáneo. Y han aludido, por ejemplo, a la autoanestesia psíquica y a la desatención selectiva.
La autoanestesia psíquica permite al ‘hombre civilizado’, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de la constatación de la amenaza -dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real-, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).
Por su parte, la desatención selectiva, un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe, quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos ‘zapping’ con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer “asumir” a dónde lleva la docilidad... White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una sobreatención compensatoria (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.
En el caso de los profesores, hombres normalmente dóciles, paralizados, extremadamente civilizados (es decir, auto-reprimidos), cabe observar, en efecto, cómo la desatención selectiva que les lleva a ‘desconectar’, a no querer saber, de su propio oficio (“el tema de la enseñanza no me interesa nada”, me han dicho a menudo), se complementa con una sobreatención histérico-paranoide, un centramiento desaforado y enfermizo, devorador, en algo no-escolar, extraescolar, algo que de ningún modo remite o recuerda a la Escuela: sobreatención a algún ‘hobby’, a algún proyecto (construcción de una casa, preparación de un viaje, estudio de una operación económica,...), a algún interés (afectivo, o sexual, o intelectual, o...), a alguna cuestión de imagen (la línea, el cuerpo, el vestir, los signos de ostentación,...), etc. Como la autoanestesia psíquica no es muy efectiva en el caso de la docencia -el sujeto se expone casi a diario, y durante varias horas, a la fuente de su dolor-, la desatención selectiva (desinterés por la problemática escolar, en sus dimensiones sociológicas, políticas, genealógicas, ideológicas, filosóficas,...) y la sobreatención histérico-paranoide paralela quedan como los únicos recursos para procurar ‘sobrellevar’ la mentira de una tarea envilecedora y la conciencia de que nada se le opone, nada se trama contra ella.
10)
Desde un campo muy distinto, y con unos intereses divergentes, Marcel Gauchet, analista y comentarista de ese otro enigma, ese otro absoluto desconocido (está entre nosotros, pero no sabemos con qué intenciones), que llamamos Democracia Liberal -ya he adelantado que, en mi opinión, los regímenes liberales conducen a una modalidad nueva, inédita, original, de “fascismo”-, ha pretendido asimismo arrojar alguna luz sobre este desasosegante misterio de la docilidad contemporánea.
Gauchet parte precisamente de lo que podemos conceptuar como docilidad de la ciudadanía ante la forma política de la democracia liberal -una docilidad que no significa respaldo firme y convencido, sino mera tolerancia, aceptación desapasionada y descreída. Detecta, incluso, “un movimiento de deserción cívica de la democracia que la abstención electoral y el rechazo hacia el personal político en ejercicio está lejos de medir suficientemente”. En el momento en que el régimen demo-liberal se queda sin antagonistas de peso (por la cancelación del experimento socialista en la Europa del Este), parece también que no convence a la población y que simplemente se ‘soporta’. Gauchet habla de una “formidable pérdida de sustancia de la democracia, entendida como poder de la colectividad sobre sí misma, que explica la atonía, o la depresión, que esta sufre en medio de la victoria”. El aliento que mantiene viva la democracia no es otro que el aliento de la docilidad: como fórmula vigente, consolidada, que de todos modos “está ahí”, se admite por docilidad; pero ya no despierta ilusiones, ya no genera entusiasmo, no suscita verdaderas adhesiones, resueltas militancias. “Si está ahí, y parece que no tiene recambio, que siga estando; pero que no espere mucho de nosotros”: esto le dice el hombre dócil, todos los días, al sistema democrático... Curiosamente, la hegemonía de la cultura democrática se ha acompañado de una despolitización sin precedentes de la población.
Incapaz de amar o de odiar el sistema político imperante, inepta para afirmar o negar una fórmula de la que deserta sin acritud -o que acepta sin convicción-, la ciudadanía de las sociedades democráticas se hunde hoy en una apatía difícil de explicar. Marcel Gauchet busca esa explicación en un terreno equidistante entre lo social y lo psicológico. Consumido en inextinguibles conflictos interiores, corroído por innumerables dilemas íntimos, atravesado por flagrantes contradicciones, el hombre de las democracias -sugiere Gauchet- ya no puede cuestionar nada sin cuestionarse, no puede combatir nada sin combatirse, no puede negar sin negarse. “Lo que combato, yo también lo soy (o lo seré, o lo he sido)”. De mil maneras diversas el hombre contemporáneo se ha involucrado en la reproducción del Sistema; y obstaculizar o torpedear esa reproducción equivale a obstaculizar o torpedear su propia subsistencia. Gauchet menciona el atascamiento, la inmovilización, que se sigue de esos imposibles arbitrajes internos, de esas perplejidades desorientadoras, de esos torturantes dilemas de cada sujeto consigo mismo.
Entre estas contradicciones paralizantes encontramos, por ejemplo, la de aquellos críticos del Estado y del autoritarismo que se ganan la vida como funcionarios o insertos en un aparato o en una institución de estructura autoritaria; la de los enemigos del Mercado y del Consumo que se aficionan a los “mercados alternativos” y a un consumo de élites, de privilegiados (artículos ‘bio’, o ‘eco’, o ‘artesanales’, o de ‘comercio justo’, o...); la de los padres de familia ‘antifamiliaristas’; la de los defensores de la libertad de las mujeres enfermos de celos cuando sus mujeres quieren hacer uso de esa libertad ‘con otros’; la de los antirracistas que no terminan de ‘fiarse’ de los gitanos; etc., etc., etc. La lista es interminable, y ninguno de nosotros deja de aparecer entre los afectados...
Solo se puede luchar de verdad desde una cierta coherencia, desde una relativa pureza; si se consigue que nos instalemos en la inconsecuencia y en la culpabilidad, se nos habrá desarmado como luchadores, se nos habrá desacreditado ante los demás y ante nosotros mismos, se habrá dejado caer sobre nuestra praxis el anatema de la impostura, de la doblez, de la falsía. Por otro lado, “asumidas” dos o tres contradicciones, se pueden asumir todas; cerrados los ojos a dos o tres pequeñas miserias íntimas, se pueden cerrar a la miseria total que nos constituye. La docilidad del hombre contemporáneo se alimenta, sin duda, de este juego paralizador de las contradicciones personales, de este astillamiento del ser a golpes de complicidad y culpabilidad. El individuo que se sabe culpable, cómplice, apoyo y resorte de la iniquidad o de la opresión, dócil por no poder rebelarse contra nada sin rebelarse contra sí mismo, no encuentra para sus conflictos interiores otra salida que la seudo-solución del “cinismo” (percibir la incoherencia y seguir adelante) o la huida hacia ninguna parte de la “negativa a pensar”, del vitalismo ciego, amargo, del sensualismo desesperado... No sé si con estas observaciones de Gauchet, sumadas a las de Dreitzel y otros, el “enigma de la docilidad” se hace un poco menos opaco, un poco menos abstruso. Desde luego, no son suficientes...
11)
Algunos autores asumen esta docilidad de la ciudadanía contemporánea como un hecho incontestable, un factor siempre operante; una realidad casi material que han de incorporar a sus análisis, pero sin ser analizada en sí misma; evidencia que ayuda a explicar muchas cosas, aunque permaneciendo de algún modo inexplicada (¿inexplicable?); cifra de no pocos procesos actuales, que no se sabe muy bien de dónde procede o a qué responde. Calvo Ortega, abordando cuestiones de educación, subraya, en esa línea, el “enorme automatismo del comportamiento social”; y M. Ilardi ha apuntado el “fin de lo social” como cancelación de toda forma de apertura insubordinada al Sistema...
Yo, que tampoco hallo muchas explicaciones a esta faceta dócil del hombre de las democracias, y que me resisto a esquivar el problema mediante la apelación a “conceptos-fetiche” (el concepto de alienación, por ejemplo), quiero remarcar no obstante la responsabilidad de la Escuela en la forja y reproducción de esa rara aquiescencia. Estimo que se está diseñando una “nueva” Escuela para reasegurar la mencionada docilidad, hacerla compatible con un exterminio global de la Diferencia y sentar las bases de una forma política inédita que convertirá a cada hombre en un policía de sí mismo (“neofascismo” o “posdemocracia”). Junto a la docilidad de las gentes, la disolución de la “diferencia” en irrelevante “diversidad” prepara el camino de ese Sistema. Y la Escuela está ya allanando las vías...
*** *** *** *** *** ***
Compuse este texto en 2005, e hizo parte de “El enigma de la docilidad”, obra publicada por Virus en España, Abecedario en Colombia, No ediciones en Chile y Nautilus en Italia, entre otras editoriales.
Tras la pandemia, sometí esas ideas a cierta corrección, señalando el tránsito del Policía de Sí Mismo posdemocrático al Ciudadano Robot contemporáneo, característico del Capitalismo vírico y bélico, necrófilo y necrófago.
El podcast que comparto danza entre esas dos figuras, enlazando las problemáticas abordadas en “El enigma...” con los asuntos de que me ocupé en “La Forja del Ciudadano Robot”, ensayo breve en vías de publicación, en el que se incluye el siguiente fragmento:
Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia
Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la cúpula del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y la obedecemos.
Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía de los balcones» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a quienes transgreden la norma.
Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y cada cual sale de casa sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, algo más que un policía de sí mismo.
Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.
Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).
Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.
Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?
Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?
Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?
Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir a la tienda, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado). Y a las autoridades políticas, confiscadoras de libertades, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.
Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes me chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.
Optimización del demofascismo.
Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el Ciudadano Robot.
https://youtu.be/VLjFBbgU000
Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Alto Juliana de Sesga
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kpwx · 1 year
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Según los textos clásicos del marxismo y del leninismo el Estado capitalista no es más que una superestructura organizada para sojuzgar a la clase obrera, mientras que el Estado socialista está destinado a destruir la clase explotadora, pero en los campos de trabajo forzado soviéticos no he visto ni marqueses ni condes ni fabricantes ni banqueros de ninguna clase. Todos los que se encontraban entre los alambres de espino eran pobres campesinos, obreros o intelectuales condenados por «traición a la patria», «agitación antisoviética» o fórmulas por el estilo. La verdad era otra: una queja en el trabajo, un chiste a costa del jerarca de turno, el haber sido hecho prisionero por los alemanes en grupos de 200.000 y 500.000 mientras los generales soviéticos los dejaban cercados salvándose en un avión, el haber sustraído de la fábrica una pieza para revenderla y ayudarse a vivir. En el año 1917 la revolución acabó con la aristocracia y la gran burguesía; en el año 1930 se erradicó la pequeña burguesía de la ciudad y del campo; en el año 1937 se coronó la extirpación de los disidentes del partido. ¿Quiénes eran, pues, los 10 millones de condenados a trabajos forzados que en 1948-1955 llenaban los campos de concentración de Siberia, Asia Central, Urales, Lejano Oriente, territorios subárticos? Gente del pueblo, otra no había en Rusia en esos años.
Julián Fuster Ribó sirvió como jefe de sanidad en el bando republicano durante la guerra civil española; tras la victoria del franquismo se vio forzado a emigrar a Francia, y luego de una corta estancia, embarcó hacia la Unión Soviética. Para todos los antifascistas de la época, la Unión Soviética era el summum de la libertad y del igualitarismo, y Julián no creía lo contrario: llegó esperanzado en el proyecto comunista (tanto como para unirse a las filas del Ejército Rojo cuando estalló la guerra con Alemania), pero rápidamente se desencantó al ver con sus propios ojos la miseria y la falta de libertades en la que vivía el pueblo ruso. Es de admirar que durante los dos años en los que en vano intentó conseguir el visado para salir del país no escondiera su opinión crítica, tal como lo confirma el testimonio de otro extranjero:
Un médico, mientras esperaba el visado para México, fue llamado al Partido, donde se le preguntó por qué quería marchar. —Porque sí —contestó—. Aunque en México no me haga una clientela, ganaré más de lo que gano aquí. Además, tendré sol y corridas de toros.
Esta anécdota tiene algo especial: de los libros que he leído hasta ahora, es la primera vez en la que encuentro al autor de un testimonio presente en la obra de otro (quien relató eso fue Andrea Familiari, de quien ya escribí aquí).
Las abiertas críticas de Fuster comenzaron a volverlo un personaje incómodo para el régimen; incomodidad que terminó por transformarse en amenaza (según los estándares paranoicos de un Estado totalitario, claro) cuando se le vinculó con un caso de intento de fuga en el que estaban involucrados varios españoles. ¿Alguien se había intentado fugar de la cárcel? No, del país. Como escribió en una carta a sus padres uno de los que planeaba hacerlo, la diferencia en realidad no existía:
Llegó el momento que tanto he deseado. Mi estancia en la URSS parece ser que toca a su fin. Hubiese deseado, desde luego, el poder haber salido de esta de una manera distinta, pero a esto se oponen las autoridades del «país del socialismo». Es imposible salir de esta sin visado del Ministerio de Negocios Extranjeros y conseguir este es algo más difícil que encontrar una aguja de coser en el Océano Atlántico. Mi estancia en este país ha sido la de un preso en una cárcel de 200.000.000 de almas. No puedo encontrar otra manera de salir de esta si no es escapando y burlando a las autoridades del país «cuna de la democracia». Si esto lo consigo puedo decir que soy uno de los pocos que han tenido la suerte y la osadía de hacerlo. Si sale bien contar que vuestro hijo desde el extranjero hará todo lo posible para que sus padres se reúnan a su lado. No maldecir a nadie sino a la dictadura soviética que me pone en tal trance. Deseando que todo salga bien y poderos abrazar pronto, se despide con un millón de besos vuestro hijo.
¿Qué tan desesperado se tiene que estar para intentar escapar de un país escondido en un pequeño baúl? De todos modos, se entiende: era intentarlo o acabar tarde o temprano en el gulag tal como le ocurrió a Fuster, que tras los hechos fue condenado a veinte años de prisión por “espionaje’’ y “agitación antisoviética’’. Cuando se allanó el domicilio de otro de los españoles condenados se encontró su diario, cuyo contenido “comprometedor’’ era el siguiente:
He visto el Volga. Es horrorosa su inutilidad. Está cubierto de hielo y sirve de carretera por la que pasan los camiones. Espero que llegue el verano y, con él, un barco que me saque de este maldito país. He ido a la cantina de Sarátov. Los camareros van vestidos con harapos. Los manteles están rotos, no hay servilletas, tampoco hay vajilla. Sirven papilla en latas en conserva, y esta papilla es totalmente inadecuada para un estómago civilizado. Hay una cola enorme para entrar en la cantina. Sin querer empiezas a pensar que vas a morir de frío a cuarenta y cinco grados bajo cero. La gente se calienta de forma socialista: abrazas al que está delante de ti, y él que va detrás de ti hace lo mismo contigo. Después empieza un balanceo rítmico e interminable, primero en un pie, después en el otro. He preguntado a mis vecinos: ¿por qué no protestáis? Me han mirado mal. Y uno me ha dicho: esto no es nada, en 1928 nos comíamos a nuestros propios hijos, hacíamos salchichas de ellos. Es un pueblo de esclavos que solamente se puede dirigir con un látigo. Se crean colas para comprar las cosas más impensables: tinta, candados, cepillos de dientes, etc. Es el país de las colas. Preferiría que me fusilaran en España que vivir en Sarátov.
Fuster fue arrestado en enero de 1948 y enviado al campo de trabajo forzado de Kengir, en Kazajistán, en donde pasaría los siguientes siete años. Si pudo sobrevivir fue en gran medida a su fama de médico, pues esta le permitió desempeñarse como cirujano dentro de la prisión y amenguar así las invivibles condiciones en las que tenían que sobrevivir los presos comunes. Según parece, no eran el coraje y la decisión lo único que lo caracterizaba:  
Sus cualidades humanas y profesionales le valieron la gratitud y el cariño de los presos a los que había operado y cuidado, y llegó a ser considerado un cirujano de primera clase, de hecho, el mejor de la región de Karagandá. Todos respetaban a Julián Stepanovich, bautizado así por sus compañeros de reclusión por el nombre de su padre Esteban para que sonara más ruso. El recluso Vladimir Peskin recuerda que le decía en broma: «Julián Stepanovich, si me pudieras garantizar que cortándome la cabeza y volviéndomela a coser seré más inteligente, estaría de acuerdo». Y Fuster le contestaba: «que no es así de sencillo, ninguna operación lo puede remediar»
Tras la muerte de Stalin en 1953 se decretaron algunas amnistías que le hicieron prever su pronta liberación, pero antes de que ello ocurriese le tocaría vivir el acontecimiento que más le impactaría durante su paso por el gulag: la revuelta de Kengir. El asesinato de algunos presos había desencadenado un levantamiento general que terminó con la toma de la prisión y la formación de una especie de gobierno con el que exigían mejores condiciones de vida. El control, que ya llevaba más de un mes, se terminó cuando el régimen decidió sofocar la rebelión a punta de soldados y tanques. Así describe la situación:
Hacia las cuatro de la madrugada me despertó el tronar de un cañoneo. Salté de la cama y medio adormilado no podía comprender lo que oían mis oídos. Un tiroteo no me hubiera sobresaltado, pues ya conocía bien las metralletas de los soldados. Pero ¿de dónde podía proceder el cañoneo? Sin avanzar de la sorpresa, unos presos irrumpieron en el hospital llevando a algunos de sus compañeros heridos. Mi asombro no tuvo límites. El muchacho presentaba una herida de metralla que le había destrozado todo el muslo izquierdo. No podía volver en sí ante herida insólita en tiempos de paz. Podía imaginar y prever heridas de bala en la situación en que vivía el campo, pero heridas de metralla capaces de destrozar un muslo no las había vuelto a ver desde la terminación de la guerra, donde no asombran por previstas. Pero en un campo de presos indefensos, desarmados, aquella herida y el cañoneo antes oído me dejaron en un primer momento atónito. Unos segundos bastaron para que el herido expirara sin que yo hubiera todavía recobrado el espíritu suficiente para empezar a actuar como cirujano. Siguieron a este herido decenas de otros que en pocos minutos llenaron todas las salas y los pasillos del hospital. De nuevo tuve de revivir las escenas de hacía cuarenta días. Solo como cirujano para atender una avalancha de heridos de metralla graves. Eran las cuatro y media cuando entré en el quirófano.
Fuster fue finalmente liberado en marzo de 1955; al salir trabajó en un hospital y luego se trasladó a Moscú, en donde se dedicó a la traducción de libros de medicina. Aunque esto le permitió una cierta estabilidad económica, la intención de escapar de una vez por todas seguía presente. Tuvo que esperar otros cuatro años para que, por fin, en 1959 se le permitiese volver a su país de origen. Tras una estadía en Cuba y en el Congo, finalmente regresó a España, en donde murió en 1991.
Ya escribí alguna vez que por pocas personas siento más admiración que por los médicos, y en el caso de este la admiración es doble: el amor que sentía por su profesión (a mi parecer la más noble de todas) sumado a las muchas cualidades humanas que tuvo y la difícil vida que vivió hacen de Julián Fuster Ribó un personaje que merece ser conocido. Por lo demás, es verdaderamente indignante que teniendo acceso testimonios como este siga habiendo tantísimo admirador de un régimen tan totalitario como el soviético.
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olivia2010kroth · 2 months
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Olivia Kroth: Lessons of Russian History – Remembering heroic Soviet tank driver Marya Oktyabrskaya, 80 years after her death
Lessons of Russian History: Remembering heroic Soviet tank driver Marya Oktyabrskaya, 80 years after her death by Olivia Kroth ln 1941, when the Nazi Wehrmacht invaded the Soviet Union, young people from all of the Soviet Republics took up arms, trained as fighters and participated in the Great Patriotic War to defeat the enemy and save the Motherland. One of those young people was the famous…
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"Los pueblos de todo el mundo dan la bienvenida al Ejército Rojo del Trabajo" - cartel soviético de 1919. https://t.co/gocbYlH6S3
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jartitameteneis · 1 year
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En Kiev, el 26 de septiembre de 1941, muchos de sus habitantes consideraron a las tropas nazis como libertadores. Antes de la ocupación nazi, la ciudad tenía unos 400.000 habitantes, para 1943, cuando la ciudad fue liberada por el Ejército Rojo, apenas quedaban 100.000. La mayoría de los ciudadanos de la capital ucraniana fueron tomados como esclavos por el Tercer Reich. Decenas de miles de personas más fueron asesinadas por las fuerzas de ocupación nazis y sus partidarios ucranianos, los banderistas. Los que pudieron, eventualmente, huyeron a las ciudades cercanas. En 1945, con la guerra acabada y en manos de los soviéticos, la ciudad de Kiev contaba con unos 450.000 habitantes, mucho más que antes del inicio de la guerra.
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La Web del Surrealismo. Vladimir Kush (1965-)
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Vladimir Kush es un pintor y escultor surrealista nacido en Rusia. A la edad de siete años comenzó a asistir a la escuela de arte hasta altas horas de la noche, donde se familiarizó con las obras de grandes artistas del Renacimiento, famosos impresionistas y artistas modernos. Después de estudiar en el Instituto de Arte Surikov de Moscú, fue reclutado en el ejército soviético durante dos años, donde se le asignó pintar murales. En 1987, comenzó a exponer con la Unión de Artistas de la URSS, pero se ganaba la vida dibujando retratos en las calles de Moscú y caricaturas para un periódico. En 1990, luego de su primera exposición en el extranjero en Alemania con otros dos artistas rusos, emigró a los Estados Unidos, inicialmente viviendo en Los Ángeles antes de mudarse a Hawái, donde también trabajó como pintor de murales para el Whaler's Village Museum en Maui. Eventualmente estableció su propia galería allí. Sus pinturas al óleo también se venden como impresiones giclée, lo que contribuyó a su popularidad y llevó al establecimiento de más galerías en Laguna Beach, California y Las Vegas, Nevada. En 2011 Kush ganó el Primer Premio de Pintura en la exposición internacional Artistes du Monde en Cannes. Aunque su estilo se describe con frecuencia como surrealista, el propio Kush se refiere a él como "realismo metafórico" y cita la influencia temprana en su estilo de las pinturas surrealistas de Salvador Dalí, así como los paisajes del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Otra influencia en su obra ha sido el pintor holandés del siglo XVI Hieronymus Bosch.
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1942 12 25 Velikiye Luki, carro lanzallamas KV - Peter Dennis
Velikiye Luki 1942-1943; la fortaleza condenada.:
Ataque por la manaña de Navidad, 0730 horas, 25 de diciembre de 1942.A fines de diciembre de 1942, el 3er Ejército de Choque gradualmente comenzó a dividir la bolsa de Velikiye Luki en dos bolsas más pequeñas, atacando simultáneamente los flancos norte y sur. Justo antes de Navidad, el Frente Kalinin envió infantería adicional y una nueva unidad — el 515° Batallón de Tanques Lanzallamas — que tenía 14 tanques KV-8. La Fábrica de Fieltro fue capturada el 23 de diciembre, y la defensa alemana se vio perjudicada por la escasez de municiones.En la mañana de Navidad, al amparo de una espesa niebla, los soviéticos avanzaron hacia el norte desde la Fábrica de Fieltro, hacia el punto fuerte conocido como Nuremberg. La último arma antitanque de la guarnición fue destruida, dejando a la infantería alemana casi indefensa frente a los tanques soviéticos. Los defensores alemanes temían especialmente a los tanques enemigos que lanzaban llamas. Debido a la niebla de la mañana, los atacantes rusos aparecieron repentinamente a corta distancia, dando poco tiempo para que los alemanes reaccionaran. En el transcurso del mes anterior, Velikiye Luki había sido destrozada por miles de disparos de artillería y las calles estaban llenas de restos de muertos y de restos del campo de batalla.En esta escena, un KV-8 lanzallamas (en primer plano) silencia un equipo alemán de ametralladora MG-34 (al fondo, ubicada en un agujero de proyectil al lado de un edificio) con un largo chorro de fuego, incendiando a la dotación y la posición. Unos cuantos soldados de infantería alemanes situados en el edificio contiguo a los soviéticos continúan resistiendo (soldados en la ventana), uno de los cuales está a punto de lanzar una carga concentrada (Geballte Ladung) a los soviéticos que están afuera. Incluso con los lanzallamas, los soviéticos deben superar la defensa de cada edificio con un intenso combate cuerpo a cuerpo, lo que les costará caro. Aunque la defensa alemana está muy presionada y cerca de colapsar, de alguna manera se las arreglan para aguantar otro día. Para el 28 de diciembre, los soviéticos habrán logrado reducir la bolsa a la mitad, pero no tendrán la fuerza para concluir sin demora la batalla.
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