Tumgik
ylnovo · 9 years
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El miedo es brutal, despiadado, avasallador.
Se desliza por las arterias.
Nacimos con miedo. Ya venía escrito en nuestra información genética.
Miedo a decir, a no decir, a ser escuchados.
Miedo a bajar la vista o a subirla demasiado.
Miedo a no dar el paso al frente o a ser el único dando el frente.
Miedo a ser descubierto, a dejar de ser invisible, a ser convertido en invisible.
Miedo a no poder escapar, a no poder regresar.
Miedo a jamás librarnos del miedo.
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ylnovo · 10 years
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Sometimes you just don't have words...
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ylnovo · 10 years
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¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?   Ella sigue en su baranda,  verde carne, pelo verde,  soñando en la mar amarga.
(fragmento de "Romance sonámbulo", de Federico G. L.)
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ylnovo · 11 years
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Yo que nací en una ciudad encallada en medio del polvo y la sequía recuerdo mi arrobo la primera vez en aquel puerto frente a los bajeles anclados, esos que el tiempo y el salitre habían despojado de todo su vigor... Aquella villa fue la oyente de mis 20 años mientras andaba el Tivoli, olía el mar, empinaba papalotes con mi blusa, lloraba a Rocamadour, bailaba Guaguancó y me perdía en su subibaja guiada por el sonido inconfundible de Satchmo. Luego... adiós al mar, regresar, el reencuentro, crecer, ¿madurar?
Regresar al polvo y al asfalto fraccionado en miles de pequeñas arterias que se retuercen y entrecruzan pero nunca, nunca... llevan al mar: las calles de mi ciudad solo conducen a otras calles y, a veces, no tienen salida. Será por eso que nunca aprendí a nadar y soy alérgica al polvo, a esa boronilla de cal que cae constantemente de las paredes de las casas coloniales, al guano de murciélago acumulado en los techos de las iglesias... al polvo, al eterno polvo de mi ciudad en la que llueve poco, demasiado poco.
En la casona de abuela había un tinajón enterrado hasta la boca en el patiecito, esa fue toda el agua que me rodeo la mayor parte de mi vida, como si nunca hubiera vivido en una isla...
Sin embargo, es como si el mar me atrajera y ando ahora, otra vez, de náufrago: "The damned circumstance of water everywhere..." me abruma y, por un instante, la añoranza se explaya aprovechando el desconcierto: mi memoria son esos pequeños fragmentos de cristal que se esparcen y rebotan en un eco infinito... Escucho el goteo incesante de la lluvia en el aljibe de abuela, la estridencia de los motores en el parquecito de Ferreiro, el coro de Santa Ana, el murmullo del viento en la Alameda del Puerto y, por un instante, se me entremezclan la humedad de Santiago y los adoquines del Camagüey, mis dos amores, como un último esfuerzo de mi mente por convencerme o disuadirme. Y entonces me doy cuenta de algo: todos esos recuerdos desde hace mucho tiempo solamente existían en las fotos, y cartas, y libros, y postales... que fui conservando e, incluso, traje conmigo. Ya no existen ni el cine América, ni la zapatería de Martín, ni el club Minerva... A veces los espejismos se interponen para desfigurar el rostro del futuro...
Así que, otra vez presa de la marea, disipo la niebla, observo las luces verdes y me preparo para alcanzar la costa de esta ciudad que aún no me conoce. Por lo menos hasta que llegue el próximo naufragio.
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ylnovo · 11 years
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De apagones y otros recuerdos
Me cautivan las fotos viejas. Le adivino historias a las ajenas y disfruto reviviendo las personales. Me gusta ser capaz de recordar cada instante, cada milisegundo, porque los momentos vividos son las especias que sazonan la vida, el material del que estamos hechos.
Lástima que en los 90 no teníamos smartphones en Cuba para documentar el día a día y lo más parecido que cayó en mis manos y las de mis amigos fue una cámara rusa que usamos durante toda una semana en Nuevitas para descubrir, al final del viaje, que se había velado el rollo entero.
Si hubiera tenido un iphone o una simple cámara -no hay que ponerse exquisito- hubiera tirado fotos a troche y moche y ahora no me sería tan difícil explicarle a la vecina de enfrente dos o tres cosillas acerca de mi infancia, adolescencia y juventud -todo el mundo no puede ser Tolstói- en mi ciudad natal.
Me encantaría, por ejemplo, tener algún recuerdo de aquellas interminables noches -y días y semanas y meses- de apagón, porque es difícil explicarle a quien no lo vivió cómo en aquella época tan amarga también viví las noches familiares más divertidas. En medio de las tribulaciones para sostener el hogar, llenar los platos, no desmoronarse durante los agobiantes apagones de 48 horas, sólo aliviados por unas 2 horas de “alumbrón”, mi familia consiguió evitarnos a mi hermano y a mí, al menos un poquito, la áspera realidad para que pudiéramos ser niños un instante más.
Solíamos sentarnos en la sala, la única parte de la casa con techo de placa y por tanto la más calurosa, y mientras espantábamos los mosquitos reíamos a carcajadas con las desatinadas respuestas de la Doctora Sordiz -abuela- que nunca daba pie con bola en nuestro remedo del programa Escriba y Lea. Como se deduce del apodo, su sordera no le permitía enterarse de nada y, cuando ya se había logrado precisar que estábamos hablando de un suceso posterior a la Edad Media, ocurrido en el continente Europeo, llegaba su turno y ella preguntaba si se trataba de un personaje histórico. Mención especial merece el añejo -ya en esa época- Pequeño Larousse ilustrado que servía de documentación para todos nuestros programas y permitía “lanzar unos clavos” que no había quien adivinara en aquel entonces pero que, definitivamente, se fijaron para siempre en mi hermano y en mí.
Después de Escriba y Lea venía nuestro De la gran escena. Mi mamá había estudiado piano durante su infancia y pretendió pasar esos conocimientos a su primogénita. Lamentablemente, “el día en que yo nací” no sé “qué planeta rondaría”, pero los astros se juntaron para crear el oído más cuadrado de la historia. Nunca una madre ha sufrido tanto. Era triste verla tratando de mostrarme las gigantes diferencias entre Rapsodia en azul y la Novena sinfonía: a mí, acorde más, acorde menos... me sonaba todo parecido. Por supuesto, algo aprendí. Luego de un enorme esfuerzo podía leer el pentagrama y, con el oído cuadrado o no, ¿a qué niño no le gusta aporrear un piano?
Así, para “deleite” del resto de mis conciudadanos sin corriente, esta servidora interpretaba un “exquisito y selecto” programa de obras “novedosísimas” como son:
-Señora Santana, cuya melodía eventualmente servía también para cantar el tema clásico Los paticos dicen... -Para Elisa -En un rincón del alma -Damisela encantadora y... como colofón pero no menos importante -Lejos de los ojos
Todos los temas eran interpretados con maestría y pasión y un sentido del ritmo extraordinario, lo mismo en tiempo de Cha cha cha que de sinfonía inconclusa. Ah, y también cantaba, que posiblemente haya sido lo más doloroso de escuchar.
La última canción -acabo de googlearla porque lo único que recordaba era la letra y me he enterado de que el autor es Dyango- me encantaba, supongo que por lo deprimente que permitía hacer una interpretación bien desgarradora -recordar que yo tenía 10 u 11 años- y por eso la repetía varias veces. A estas alturas de mi vida me imagino a mis pobres vecinos, meciéndose en sus balances, rodeados de oscuridad, siendo atacados por los mosquitos -el mosquito común, el de toda la vida, que ya se conoce poco por allá pues ha sido suplantado por el Aedes Aegypti, pero que mordía duro-, preocupados por el tizne de las chismosas en las paredes y el techo o con falta de aire por la peste a gas... y ¡de contra! siendo torturados por esa canción que es del tipo de las de cortarse las venas... Nada, que desde lo profundo de mi corazón les pido las más sinceras disculpas.
La imagen que quiero conservar de aquellos días es la de mi mamá riendo, el amor de mis abuelos, mi hermano haciendo monerías y yo torturando al barrio: ese pedacito de felicidad que logramos proteger, como al viejo quinqué, de los vientos de angustia y frustración que realmente azotaban en esos años. Porque la realidad era otra y no mi bucólico recuerdo, y en medio del apagón abuela trataba de acomodar mentalmente en las dos horas de corriente que habría en algún momento el planchado de los uniformes de la semana, encender el ventilador aunque fuera para cargar baterías y entrarle de frente y luchando al calor de la noche; mami, mientras tanto, pensaba que tenía que buscar otro tubo de pasta perla para hacer una chismosa porque andábamos ya cortos de iluminación y que se le había olvidado regar el cultivo de tomate angolano del patio; y abuelo, si ya no estaba con la boca abierta roncando en su sillón, tiene que haber estado pensando en que ya era hora de acostarse porque al otro día había que ir temprano al Soda Init de General Gómez para hacer -los dos, él y yo- la cola de las hamburguesas: que eran dos y solo dos por persona y son las más ricas que me he comido en mi vida: a lo mejor estoy padeciendo de memoria endulzada por la nostalgia pero es que el picadillo de cáscara de toronja ¡qué va! no se podía parar al lado de una hamburguesa de verdad -digo yo que eran de verdad, pero no me hagan caso porque yo nunca he sabido mucho de carne, a mí literalmente me pueden pasar gato por liebre, y cuando digo literalmente... bueno, digamos que yo sé de lo que hablo.
A pesar de tantas escaseces sobrevivimos a la desesperanza, y como nosotros muchas más familias, porque ni siquiera esa escasez absoluta podía impedir a una mamá jugar con sus hijos a ser la Doctora Novochet para que la noche fuera menos oscura, o impedir que el apagón interminable se convirtiera en un jolgorio de sombras chinescas, canciones del Duo Pimpinela o Mocedades -pura influencia materna, ¡oh, vergüenza!, hahaha-, chistes de gallegos -contados por el mismo gallego-, representaciones navideñas en pleno verano... y que la noche, esa noche infinita de los cubanos... se hiciera más corta.
La única preocupación seria que teníamos mi hermano y yo -por favor, tratar de no ser muy duros en los juicios, que éramos sólo un par de niños-, agravada por el problema de que siempre estaba todo oscuro, era la sospecha de que abuela fuera una vampira. Resulta que cuando queríamos ir al baño o a la cocina en medio del apagón tratábamos de convencer a abuelo de que fuera con nosotros en vez de ella, que estaba sieeeempre sospechosamente dispuesta a acompañarnos y, por si las moscas, no queríamos darle ni un chance.
Antes del The End: ¡qué clase de calores, caballero, qué clase de calores!
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ylnovo · 11 years
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No encuentro las palabras -creo que no existen- para decirte todo lo que representas en mi vida; todo lo que significa no tenerte en mi vida. No quiero pensar en ti -al menos no todavía- porque la ignorancia también puede ser una forma legítima de evitar la realidad, y yo no estoy conforme aún con la mía sin ti.
Ahora mismo es como si me hubiera quedado sin aire porque el mundo tal como lo conocía desapareció completamente. Ni siquiera tengo razones para regresar porque esa ciudad, la que solía ser todo mi universo, ya no significa nada para mí. Ustedes me enseñaron que la patria está hecha de aquellos a quienes amamos y sin ti los adoquines de mi vieja ciudad son ladrillos sin trascendencia alguna.
Tú sabías todas las historias y ahora que me has dejado huérfana de memorias veo las fotos de mi pueblo y lo desconozco; me siento extraviada en la telaraña que nunca entendí y que tú conocías al dedillo: el entramado gris de una ciudad que ya no quiero mía... porque nadie me va a esperar nunca más dormitando en el balance del zaguán.
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ylnovo · 11 years
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"Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde."
  "Ausencia", J.L.Borges
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ylnovo · 11 years
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Humani nihil a me alienum puto...
Han pasado siglos desde la última vez que vi la lluvia deslizarse por las hojas de los sauces y yo era una criatura leve y feliz. Tumbada sobre la yerba, en las mismísimas faldas del monte de los Dioses, entrecerraba los ojos para mirar las nubes romperse en la encrestada cima. Aún recuerdo el olor de los lirios...
Cuando pienso en todas las personas que he sido... ese instante es mi refugio. Yo, ajena al bullicio, a la angustia de no ser, al dolor. Fue entonces cuando gané la ira de los Dioses.
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  El Hades, el Seol, el Infierno... serían una panacea comparados con mi destino. Regresar una y otra vez... sin haber olvidado, esa es mi penitencia: el cansancio de recordar cada vez más miserias y felicidades y de no ser recordada, lo abrumador de recomenzar hasta el agotamiento y saber que no valdrá la pena, las sucesivas muertes a mi alrededor que ya no duelen porque... no caben en mí. A través de mis venas corre una mixtura rancia, cuajada por centurias de dar vida a un ser sin sombra.
Solo yo recuerdo quién fui... y diera todas mis vidas por olvidarlo y borrar aquel instante donde comenzó esta historia, cuando me atreví a levantar la vista de mis sandalias y lo miré a los ojos...
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ylnovo · 11 years
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“Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
...
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar...”
                                                  J.L.L. 
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ylnovo · 11 years
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Quererlo era como un amor de mariposa esquiva, que no muere porque no entrega más que besos y flores. Y porque hoy se posó en su pecho y quiso ser suya... la mariposa ha muerto.
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ylnovo · 11 years
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"Te ofrezco magras calles, ocasos desesperados, la luna de los corroídos suburbios."
 I offer you lean streets, desperates sunsets, the moon of the ragged suburbs.
                                                     J.L.B.
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ylnovo · 11 years
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Soy una isla y el mar se rompe en mis farallones de piedra. Las olas, deshechas, se cuelan por cada hendidura de roca que soy, reducen a sal mi intemperie y se marchan después de un minúsculo instante de intimidad.
                                                                                       Y.L.N., 2003
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ylnovo · 11 years
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“Cuanto más profunda es la herida, más privado es el dolor.”
Paula, de Isabel Allende
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ylnovo · 11 years
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¿Cómo me gustan las historias de amor?
Llevo una semana tratando de escribir pero me aparecen los pretextos por todas partes y, aunque el último era bastante real porque estuve unos días con uno de esos dolores de muela que no te dejan ni pensar, reconozco que padezco del pecado de procrastinación. Hoy, por ejemplo, me estaba buscando otra excusa: que si estoy deprimida, estresada, afligida...; justificaciones, en fin, que sirven para el año entero. Así que me armé de valor para enfrentarme al monstruo interior de la auto indulgencia y, por ahora, conseguí algunos esmirriados parrafillos. Vamos, que por algo se empieza.
 Hace una semana leí el post de una amiga sobre los amores que “remueven el piso” y de ahí salieron los motivos de esta postergada reflexión. ¿Cuáles son las historias de amor que dejan marcas? ¿Las tiernas y románticas fábulas emplazadas en un ambiente bucólico, las apasionadas y épicas leyendas, los tórridos romances que terminan en muerte y destrucción? Como decía mi abuelita “para gustos se han hecho los colores”.
 A mí, particularmente, me enganchan los argumentos imposibles, los amores vehementes y enrevesados que deben superar obstáculos de esos que le quitarían los deseos a cualquiera y aun así persisten, incluso cuando no es asunto de un solo día sino de toda la vida. Me gustan los enamorados que se atreven aun sabiendo que no tienen oportunidad -en eso coincidimos mi amiga y yo-, porque a veces lo importante no es ni siquiera el desenlace feliz sino haberlo intentado.
 Hice una pequeña lista de los libros cuyas historias de amor me han conmovido, creo que muchos van a coincidir conmigo y los que no, sepan que se aceptan sugerencias.
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El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.
La edad de la inocencia, de Edith Warthon.
Rayuela, de Julio Cortázar.
Jane Eyre, Charlotte Brontë.
La tregua, de Mario Benedetti.
Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Los novios, de Alessandro Manzoni.
La casa de los espíritus, Isabel Allende.
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.
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ylnovo · 11 years
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Yo fui feliz. Caminé por la calle de los incontenibles bajo el mismo paraguas que mi amor. Escuché sus haiku bajo los farolitos de papel. Lo besé. Tuvimos hasta uno de esos silencios cursi de las canciones pasadas de moda. Entonces, llegó el año impar demasiado pronto y vi marcharse el último barco sin mí. Llovía como en todo buen drama que se respete y yo esperaba acurrucada en los portales del puerto. Agitaba el pañuelo pero nadie volteó la cara. Esta vez no hubo telegramas para decir Chinita, las luces de mi ciudad te extrañan. Las lámparas se apagaron, la ciudad no reconoció mis pasos y me quedé a oscuras recogiendo besos usados de los tragantes.   Ahora padezco de memorias sustituidas, soy el asfalto recubierto que ya no alcanza a diferenciar la capa antigua de una nueva. El mar, la iglesia de los encuentros fortuitos, el papalote que hiciste de mi vestido verde, el paraguas, la estela de los barcos, tu y yo somos cartas viejas, pretextos para contar historias. Y uno de estos días las habré olvidado todas.
  YLN, 2003
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ylnovo · 11 years
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                                   O meu avó
Abuelo nació el 25 de agosto de 1925, en una aldea gallega de cuyo nombre, aunque puedo acordarme, no sé la ortografía correcta: Brocermo lo llamaba él. Era un hijo bastardo y apenas a unos meses de nacido su mamá se fue a América y lo dejó con la abuela Dolores.
No sé cuántas veces me contó de su niñez pero jamás me aburrieron sus historias. Casi puedo recordar la casa de piedra como si hubiera estado ahí: los corrales estaban adentro y justo al lado la alcoba, una especie de cama empotrada en la pared donde dormía el abuelo y que me provocaba pensamientos claustrofóbicos. Después de escucharlo podía abrir las puertas del patio y oler ese paisaje tan distinto al mío que había logrado dibujarme, lleno de berzas, perales, manzanos, castaños, nogales, avellanos; podía, incluso, saborear el vino de moras de Dolores.
Me contó que cruzaba un río para ir a Cospeito, el pueblito cercano donde estaban la escuela y la iglesia. Al regresar casi siempre terminaba castigado porque llegaba a la casa magullado de las peleas con los muchachos que le llamaba bastardo.
En invierno odiaba bañarse y la abuela lo obligaba a sentarse en la palangana para estrujarle la espalda con gajos, no sé de qué planta, ahí ya la memoria no me alcanza.
Cuando “la cosa se puso mala”: la abuela vieja y enferma, las tierras produciendo poco, el dinero y la comida escaseando y él tenía sólo diez años, lo embarcaron en el barco inglés Reina del Pacífico que salía del puerto de A Coruña rumbo a Cuba. Llevaba un suéter tejido por la abuela y… más nada, ni papeles, como casi todos. A menudo me repetía lo que el tío Manuel, que viajaba con él, le dijo refiriéndose al nuevo estilo de vida: “mijo, ‘tamos’ embarcados, porque Cuba es paraíso de mujeres y vacas e infierno de hombres y toros”.
Después de 12 días el barco llegó a La Habana, el 2 de julio de 1936, unos 15 días antes de que comenzara la Guerra Civil en España. Allá en Cuba viviría en Santa Isabel de las Lajas, conocería a Benny Moré, se iría a Camagüey…, pero esa ya es otra historia completamente distinta.
Un día descubrí los libros del escritor gallego Xosé Neira Vilas y fue como revivir esas memorias. Busqué una novela tras otra por ese placer de ver más o menos plasmadas las historias que había escuchado.Aquellos años de Moncho (Aqueles anos do Moncho), Memorias de un niño campesino (Memorias dun neno labrego) o Historias de emigrantes, entre un montón más de obras son las historias de mi abuelo y de todos los inmigrantes gallegos, sus evocaciones de la pequeña patria, de esa geografía íntima impresa para siempre en los genes, la morriña…
Quizás por una circunstancia genética heredé el sino del inmigrante y en días como hoy me entra la morriña. Entonces comprendo esa necesidad de recordar, de perpetuar esas imágenes que conforman el universo personal, el hogar primero, el principio del mundo. Abuelo nunca regresó a la aldea pero me convirtió en una prolongación de su memoria y Neira Vilas inmortalizó su pequeña aldea de Gres a través de su obra literaria. Yo… escribo sobre abuelo mientras paladeo mi café cubano.
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ylnovo · 11 years
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Si la sed va a abrasarme, que ya me abrase.
Jorge Luis Borges, "El desierto"
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