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#luciano manoni
chubascoenprimavera · 4 years
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por Luciano Manoni
foto por Donald Tong
Proyectos de vacunas que se interrumpen, reacciones adversas y un mundo que posterga su agonía. Acorralades
Ciento setenta y cuatro días, cambiamos la ropa de verano por la de invierno y ahora volvemos a sacar la de verano. Y acá estamos, Acorralades
El tiempo se condensa, la historia se pliega y las Bersa Thunder 9 apuntan a la sien de un mandatario. Acorralades
Mi viejo con la jubilación mínima, su bolsa de mandados alivianada. Lo extraño. Acorralado
Mi vieja cubriendo guardias por civiles infectados. La quiero y temo. Acorralada
Yo acá, sin poder negociar la renovación del alquiler. Acorralado
Enclaustrades con paredes afinadas: les vecines irritades, discuten a la una, a las dos, creo que a las tres, justo antes de dormirme. Acorralades
La vecina y la llamada de su hijo. En su trabajo circula el hisopado. Ella lo escucha resignado, si llega, llegará. Acorralades
Y el mundo? Bien gracias. Sentirá, al menos, cosquillas? Sentirá, aunque sea, un poquito, tristeza?
Intenté nublar la vista, me esforcé mirando al sol hasta cegarme, callé los gritos del balcón. Aún así me encuentro
acorralado.
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chubascoenprimavera · 4 years
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por Luciano Manoni
arte por Modron, en blenderartists.org
Hace poco más de una semana los comercios amanecieron con diversos pedidos en sus vidrieras: mantengamos la distancia; se atienden máximo 2 personas dentro del local; formen fila fuera respetando las distancias; cerrado hasta el 31. Ya mucho se habló en tono bélico sobre una guerra contra un enemigo invisible, del pánico que genera una amenaza microscópica, de las manías y paranoias de nuestros vecinos que, aislamiento mediante, abundan tanto en los mensajes de cuidados entre todos, como de escraches y denuncias al que sale a cortar el pasto a la vereda. Quizás lo que tenemos que aceptar es que ya estamos contagiados, no sólo se incrementaron los momentos de ansiedad dentro de nuestros hogares, sino que se han reordenado nuestros cuerpos y nuestra rutina. Saludar con el codo, mantener distancia del que pasa haciendo alguna compra al lado nuestro, la reticencia a manipular elementos y dinero fuera de nuestros hogares ¿Son gestos y posturas de nuestro nuevo estado de infectados, o son gestos solidarios de cuidados mutuos en sociedad?
Un fantasma recorre el mundo, y es el fantasma del COVID-19 que llegó para penetrar en nuestro espacio más íntimo. Acá algunas consecuencias de mi rutina en estos días
Amanecer
Suena el despertador (¿Despertador?) Trabajo en un servicio que se considera esencial: tengo un negocio de artículos de limpieza y perfumería. Los gatos siguen ahí, como ya dijo algún escritor, fuera del tiempo. Piden comida y atención, obligan a seguir una rutina que mantiene al mundo en marcha. El tiempo se ordena en las pequeñas tareas matutinas, lavarse los dientes, las manos y la cara, desayunar (si me levanto con tiempo), prepararme la mochila y, primera tensión, chequear que tenga los papeles que justifiquen mi desplazamiento en épocas de aislamiento. La vista desde el balcón ya no es la misma, se ven personas desayunando tras sus cortinas, hasta hace poco tan sólo se las veía a la tarde.
 En el negocio hay un nuevo panorama: Patrulleros pasan por la calle más de lo normal, la gente ha adoptado esta nueva disciplina corporal de la distancia y sale con su nuevo uniforme de barbijos y guantes de látex. La demanda varía, la semana pasada era la locura por el alcohol en gel, luego fue el cloro y la lavandina, ahora es el alcohol etílico. Por supuesto que no soy inmune al virus, miro con cierto nerviosismo a quienes demoran en buscar maquillajes y bijouterie, luego pienso que quizás lo que considero un bien superfluo, sea un paliativo para pasar algunas horas en el encierro cotidiano. Todo esto sanitizado con dosis de pulverización de alcohol sobre los mostradores, y alcohol en gel en las manos ya resecas.
Mediodía
Primera desolación, las calles se anulan cuando suenan las campanas de las 13. El contacto con el mundo se da por medio de diarios digitales, todo se exacerba, todo se profundiza, aún no hay señales de alivio. El virus intensifica su acción y, ante la duda, compro algunas latas de arveja, arroz, fideos y manteca en el chino. Algunos espacios vacíos de las góndolas llaman la atención, a esto se suman las cadenas de chats de vecinos que envían audios alarmistas sobre la inminencia del apocalipsis. Llego a casa, segunda tensión, antes de dar un beso hay una serie de pasos: lavarse las manos y la cara, sacarse la ropa y ponerla en el lavarropas; en el caso ideal, darse una ducha inmunizante. Ahora sí, en casa todo es más seguro. Los gatos siguen ahí, es una buena señal. A mi pareja le doy un beso, preferimos correr riesgos antes que vivir desamparados en nuestra propia casa. Comenzamos con las rutinas como una lucha incesante por dominar el tiempo, ahora todo demora más, mucho cocinar, mucho lavar los platos, mucho limpiar los ambientes, y mate, kilos de yerba que llenan los tachos de basura. A pesar de nuestros desechos, me llega la noticia que el mundo retrotrajo los niveles de contaminación a los niveles de hace 100 años. Una de cal y una de arena, menos contaminación más hiperinformación
Atardecer
Acá se siente, acá comienza la verdadera cuarentena. Acá surgen los síntomas de angustia tras haber ocupado todos los ambientes de la casa. Ya tomamos mate en el balcón, ya estuvimos en la cama, ya miramos la tele, ya intentamos trabajar un poco. Aparecen los grupos de WhatsApp, los que piden videollamadas, la lobotomía de las redes sociales. Todos los actos desesperados de contacto humano, ansias por poner play a algún catálogo de video on demand. El virus, aunque no lo crea, afecta al espacio digital, me llegan noticias del ENACOM que redujeron la calidad de video de Netflix para garantizar la conectividad de los argentinos, también me llega una nota de la polución que genera ver las temporadas de Stranger Things por la energía que requiere la transmisión de esos datos. Piedad, uno hace lo que puede.
Noche
En estos días la noche se inaugura con un reloj social, a las 21hs en punto comienzan los aplausos. Las palmas de los vecinos se cuelan y rebotan en nuestras paredes, no estamos solos, al menos hasta que termine de aplanarnos el silencio nocturno. El silencio duele, las sirenas de la calle se intensifican, el movimiento de los vecinos nos alerta más de lo normal. Máxima tensión, las llaves con una vuelta en la puerta, por las dudas ¿Por las dudas? Toda enfermedad incrementa sus síntomas por la noche. En la cama, bajo las sábanas no estoy solo, soy un privilegiado. Hay que dormir, pero la cuarentena empuja con todas sus fuerzas hasta contagiar insomnio. Mi cuerpo vuelve a ser afectado por la virulencia, el reloj biológico se descompensa y acompaso el transcurrir del tiempo con vueltas en la cama. Los gatos vienen, todo está bien.
Mañana volverá a salir el sol, aunque esté nublado.
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chubascoenprimavera · 5 years
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chubascoenprimavera · 5 years
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Por Luciano Manoni
En nuestro uso cotidiano de medios digitales, redes, o la misma navegación entre hipervínculo e hipervínculo en la web, se nos presenta un gigantesco flujo de información compactado en bits que circula por nuestros monitores y smartphones. El dicho es conocido, popularizado por sabios de la web: En Internet está todo.
Y ese todo incluye, fundamentalmente, una multiplicidad compleja y heterogénea de imágenes que, más o menos habituados, vinculamos, recortamos, editamos y yuxtaponemos para generar una lectura, un sentido en medio del caos. Ante esta situación, cabe preguntarnos si es que esta lectura, orientación y selección de imágenes, no está siendo direccionada por alguien o algo que exceda nuestra propia voluntad. Antes de ser señalado como conspirador paranoide, cito y edito  la famosa frase de Shakespeare para contexto millenial:
                       palabras, palabras palabras
                                          /
                   algoritmos, algoritmos, algoritmos.
 Existe una plataforma de ayuda para el problema de la curaduría digital. El portal se llama Neverthink (véanlo ustedes mismos: https://neverthink.tv). Qué nombre tan sugerente, qué alivio, qué agrado, neverthink, nunca pensar, zapping programado. La idea es simple, uno elige una categoría de videos, y empiezan a correr ininterrumpidamente videos de Youtube relacionados al tópico que se eligió. La plataforma alega que no hay un algoritmo detrás de su selección, que la selección de videos es curada por un grupo humano, creer o reventar. Ante esta percepción programada de imágenes, propongo un experimento poético, un asalto al direccionamiento de nuestra vida digital por medio de las palabras.
 Los lenguajes artísticos habitan un terreno fértil en este universo de lecturas fragmentadas, diversas y superficiales. Las propias armas dadas por nuestras formas de consumir imágenes, pueden ser tomadas y direccionadas para generar nuevos sentidos que produzcan un acontecimiento inesperado, un rumor que rebote en las subjetividades de los internautas que ponga en cuestión las lecturas prefiguradas por el formateo sofisticado de las mentes en internet. Aquí, la literatura puede entrometerse, y moldearse a base del funcionamiento digital. Por supuesto, como toda transformación de un lenguaje a otro (en este caso, del audiovisual a las letras), se exige una transformación de la materia, descomponer y recomponer, recortar, seleccionar y volver a montar. Y ahí, quizás, se juega la mano saboteadora del artista que configura su obra, para una nueva re-edición en el receptor. Un intercambio de productos remixados.
 Entonces, les traigo un juego sencillo, una especie de escritura automática 2.0, un neo ready-made literario. El procedimiento es sencillo: voy a escribir un poema de dos estrofas y cuatro versos cada una. Y, para eso, voy a utilizar los videos que me provea la plataforma, en este caso y a fines de que la selección no esté gobernada por un criterio temático, seleccionaré la categoría random (aleatorio). Pero, y aquí una primera y pequeña intervención, voy a recortar un fotograma dentro de cada video y lo transformaré en una estrofa del poema, en el orden de aparición de los videos.
Aquí los resultados:
Fotograma 1 :
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/VVnz6hlC3pQ
Fotograma 2:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/wlkCQXHEgjA
Fotograma 3:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/l4VgS69tNpw
Fotograma 4:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/vSRJrqWENOo
Fotograma 5:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/W-bO9qymRos
Fotograma 6:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/4B3nuY-oRpw
Fotograma 7:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/FlKFMwplHGg
Fotograma 8:
Tumblr media
Fuente: https://youtu.be/c8emdIC6Bec
Transformación literaria
Atraviesa, mi doble, el límite de concreto
sobre una puesta en escena, anfibio que aún no veo
¿De quiénes son esos resbalosos ojos?
tras esa mirada, como una presa me retiene
Tras colisionar, podría estallar
Apuntar directo, y perforar el límite
Oponer, en lo viscoso, la palma
De lo imprevisto, como un rayo, se debe alcanzar el fuego
¿Cuáles son nuestras posibilidades de resistencia en esta era digital?
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chubascoenprimavera · 4 years
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por Luciano Manoni
Significante Lynch
Antes que nada, me considero un seguidor de David Lynch. No digo fanático, ya que no vi absolutamente toda la filmografía (me falta Dune y la mitad de Inland Empire), ni escuché todos sus discos ni contemplé todos sus cuadros. Soy un seguidor porque hace años que Lynch me ayuda a pensar el arte, o al menos a desestabilizarme cuando parece que alcanzo alguna certeza momentánea sobre las posibilidades de representación, impacto, lecturas y experiencias que una obra puede suscitar en el espectador.
 Curiosamente su figura apareció en el transcurso de mis últimos días como aglutinante de algunas experiencias en situaciones muy disímiles. Aquí les presento un inventario lyncheano de mis días con el fantasma de pelo gris.
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chubascoenprimavera · 4 years
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Por Luciano Manoni
Si los que escribimos en soportes digitales pudiéramos recuperar todos los fragmentos, párrafos, o hasta páginas enteras que nos han sido usurpados por los errores de los procesadores de texto, tendríamos un volumen interesante de recopilación de formas y sentidos huérfanos. Nada más angustiante que ver que el Word te tira un error inesperado y se cierra, le rogamos a todos los santos tener activado el autoguardado y empezamos a transpirar hasta no volver a abrir el programa para ver si la computadora se digna en devolvernos ese fragmento de monografía, ese poema inconcluso, ese artículo para la revista Chubasco en Primavera. Bueno, yo no creo en los santos así que la tecnología me volvió a robar la introducción que había hecho para esta ocasión. Mis palabras se empaquetaron en un código binario y se perdieron en algún circuito eléctrico (quién nos dice que no sigan alojados en alguna zona remota del disco duro, esperando insertarse en algún texto y contribuir a generar un sentido. Pobrecitos).
 A pesar de estas pérdidas tecnológicas, a veces recurrimos a la gran memoria y reserva universal que es internet para buscar algún texto o idea que nos salve las papas. Para esta ocasión, recordé un relato que había escrito hacía un tiempo (no recordaba exactamente hacía cuánto, pero en Facebook lo publiqué en octubre del 2015) para un taller literario que hice en la Municipalidad de Lomas de Zamora. Por ese entonces había comenzado a trabajar como operario de depósito en una logística, un laburo que me obligó a dejar de cursar dramaturgia por cuestiones de horario, y tuve la extrema necesidad de hacer algo que haga que mis días no sean sólo etiquetar cajas, o poner tornillos. Este relato lo recordé porque fue el primero que escribí para el taller, en los momentos que pude, en el horario de almuerzo o en algún recreo. Recordé aquel prólogo maravilloso de Roberto Arlt en Los Lanzallamas donde exhorta de manera magistral a escribir en donde sea y frente a cualquier circunstancia. No es que me parezca, ni que me acerque a Arlt, pero al menos este relato tiene la marca de haberme hecho cargo del deseo de escribir pese a todo.
Un reflejo
         Blanco. Un sonido estridente, el olor a arena húmeda que envuelve el ambiente, y frío, mucho frío. ¡BUM! Un golpe en seco, un martillo hidráulico que impacta sobre el cráneo de un cerdo o una cachetada en una despedida definitiva. Un sacudón. Derrumbe del sistema nervioso.
        Y así se vió él, tendido sobre una pulcra camilla rodeado de herramientas de disección. Él y yo ¿Yo? Y él, y el aire espeso y negruzco de esa habitación que opacó los espejos, silenciosos testigos de su desintegración. Se acercó hacia uno de ellos y con su puño barrió la viscosidad que los recubría ¡BUM!
        Rojo. ¿Sabor a metal? ¿Amargo? ¿Arsénico? ¿Cuándo fue la última vez que la vi? ¿Tenía cinco? ¿Diez? ¿Estaba conmigo? ¿Me abrazaba? ¿Alguien lloró? Una caricia, el sonido algodonado de la mecedora donde se acostaba ¿Se acostaba? Cada noche en el mismo rincón, con el mismo rechinar, un estruendoso rechinar ¿Se acostó? ¡Callen a esa mecedora! ¡BUM!
Gregorio Sosa entró a esa gélida habitación de espeso, viscoso y tibio aire. Merodeó las colecciones de tumbas, la atravesó ignorando que su cuerpo yacía en la camilla y con el puño barrió la viscosidad que todo lo recubría. Y allí lo vio. Lo vio. Volvió a mirar y allí estaba ¡BUM!
Blanco
Eternamente Blanco
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