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#bruno valenttino
chubascoenprimavera · 4 years
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por Bruno Valentino ( @tansolootracrisisexistencial)
imagen por Anna Shvets
Decir que es agotador pasarte tu vida saliendo del armario es, cómo mínimo, generoso de mi parte. ¿Ubicas esa sensación incómoda de pararte frente a toda la clase a dar lección? Algo así -sumándole que pones en riesgo tu vida- se siente cuando tenés que aclarar tu identidad de género o sexual.
En mi caso tuve dos grandes salidas del armario: la primera como torta y la segunda como trans. Y cuando digo dos lo hago sólo en referencia al número de veces que transgredí una norma impuesta como lo es la heterosexualidad normada y el género que te asignan al nacer. En realidad, y en forma de contarle a une otre, salí del armario tantas veces en mi vida que ya debo haber validado un examen en la materia contarle a une otre algo que sólo me incumbe a mi.
Habité el lesbianismo del dos mil tres al dos mil dieciocho. Y digo dos mil tres cómo fecha en que fui consciente de mi atracción hacia las mujeres, aunque encuentro esta fascinación muchísimo tiempo antes. Por aquel entonces tenía trece años, no estaba bien visto ser lesbiana y la palabra torta todavía me sonaba violenta. Soy pésimo con la memoria pero recuerdo con todos los detalles el día que me senté al lado de Madre y le dije, mientras ella comía un sandwich, soy bisexual. Porque es muy difícil ir y directamente decirle aquello que ya sabés: me encantan las mujeres y une siempre intenta suavizar la verdad a les xadres. O al menos dosificarla.
Madre se ahogó, no sé si por mi confesión o por las migas del sandwich y dijo ¿no podrías haber elegido otro momento para decírmelo? y ahí se acabó la charla. Mi historia familiar, cruzada por dos tíos desaparecidos en la última dictadura militar, siempre fue una historia feliz y de aceptación, sin embargo tuve mis vínculos más tormentosos cruzados por la violencia y el prejuicio de las familias de mis parejas.
Ser torta durante la mayor parte de mi vida significó muchas cosas según iba creciendo. Fue mi lugar de pertenencia, un punto de encuentro, la primer puerta a cuestionármelo todo.
Mi grupo de amigas igual de tortas que yo, las pibas que me gustaron y las historias cruzadas entre mi grupo y otros (porque si algo hay entre las lesbianas son historias entrelazadas). Ser torta también significó tener que entender y acompañar el proceso de la piba ex paki que habitaba un nuevo sentir. Ser torta significó recibir la violencia de las familias de esas pibas, muchas veces extremas. Nos han seguido en auto, me han ido a buscar al trabajo para asegurarme que su hija era heterosexual y amenazarme con llevársela de la ciudad si yo no dejaba de verla. Me han negado besarnos en la calle o con amigues en frente. Me han negado ante el mismo grupo de amigues. Ser torta fue hermoso en lo personal y subjetivo y fue terriblemente violento en lo objetivo.
Estoy cansado de que las historias lgbtq+ sean siempre desde este lugar pero suceden y lo que es más importante: no van a dejar de suceder sólo porque lo deseemos.
La representación importa.
Cómo varón trans la historia es distinta. En Argentina se sancionaron dos leyes de extrema importancia: la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género. La primera sancionada en Julio del dos mil diez y la segunda en mayo del dos mil doce. Lo que quiero decir, es que hubo un camino recorrido por miles de activistas tomando las calles entre aquel dos mil tres cuando le dije a Madre que me gustaban las mujeres y el dos mil dieciocho cuando le dije que me autopercibía como varón trans.
Hoy, en dos mil veinte, volví a salir del armario con mis vecines, quienes hacía mucho no me veían y la última vez que habíamos cruzado palabra yo tenía nombre femenino. Me asaltaron preguntas cómo ¿es necesario que les diga quién soy ahora? Tampoco es que nos veamos tanto. Cualquiera que viva en Buenos Aires sabe que el vínculo con une vecine es muy superficial. Pero ¿qué era lo que quedaba, de elegir no decirles? ¿Seguir escuchándoles llamarme por un nombre con el que ya no me identifico?
Me sorprendió sentirme nervioso. Descubrí que era la reacción a saber que su respuesta podía ser agresiva, discriminadora o intolerante. Porque sí, vivimos en un país con dos leyes que ayudan a que nuestras existencias sean más fáciles, pero también soy consciente de que nunca se está lo suficientemente seguro de que le otre es tolerante con la diversidad y no basta más que  mirar cómo han crecido los crímenes de odio lgbtq+ en los últimos años de gobierno macrista.
No puedo ni imaginarme lo que debe ser vivir una vida sin atravesar jamás estas situaciones. Sin tener que especificarle a tu familia el género de la persona con la que salís, sin tener tristeza o angustia pensando en las reacciones,  que se distancien de vos o te hablen con el pronombre equivocado sólo porque les cuesta mucho el cambio.
Y por eso creo en el deber político o responsabilidad política que tenemos las personas de asumirnos como, en mi caso, varón trans y bisexual. No puedo evitar que me den risa las personas que dicen que mejor no etiquetarnos. Claro que quienes lo dicen principalmente son personas cis heterosexuales. Claro que para vos, que sos une privilegiade, lo mejor es anular directamente la identidad de la otra persona no vaya a ser que te toque replantearte algo. O hacerte cargo de ese privilegio.
Yo no sé porque nunca pude ser de otra manera. Siempre desde el primer día que me gustó una chica tuve un posicionamiento público al respecto. No sé vivir distinto.
Hablar es visibilizar. Lo que no se nombra, no existe y lo personal es político, siempre. Ojalá seamos una mejor humanidad donde no te maten ni te persigan por a quién amás o por quién sos.
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chubascoenprimavera · 4 years
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por Bruno Valentino
Recetas para practicar el amor propio, comer sano, tener una buena relación con tu pareja, militar la causa de la semana o saber qué crisis te toca hoy según la posición de los planetas en el cielo. Todo eso, y más, lo podés conseguir en Instagram, la red social que cuenta con 500 millones de usuarios diarios, de los cuales el 71% tienen entre 24 y 35 años. Que desde que arrancó la cuarentena hemos volcado nuestra atención hacia las redes no es ninguna sorpresa para nadie, aún así, los números sorprenden.
En un estudio de la Universidad Necmettin Erbakan sobre el uso de redes sociales durante la pandemia, se descubrió que el tiempo que le dedicamos es de cinco horas diarias. Dos horas más que en el tiempo pre pandémico. La Royal Society for Public Health (Gran Bretaña), realizó una encuesta a 1.479 jóvenes entre 14 y 24 años, acerca de qué red social consideraban más perjudicial en cuestiones como la depresión, la ansiedad, la sensación de soledad y la evaluación del propio cuerpo: Instagram salió en primer lugar. Eso tampoco es ninguna novedad, hay numerosos estudios que dicen que les usuaries de esta red son más propenses a desarrollar problemas de salud mental. Angustia, ansiedad o estrés son las que están al comienzo de la lista.
Y es que Instagram, se llenó de recetas que parecen ser máximas de vida. Lejos quedó la app para compartir tus fotos con amigues y familia. Actualmente, es el cine para mostrar lo aceptade, progre y feliz que sos. Nadie se queda fuera de esto: todas las tribus tienen sus máximas. Curioso es que la red que te ofrece las diez claves para amarte más, es la misma que te genera un estado de insatisfacción extrema. ¿Realmente es positivo consumir contenido que todo el tiempo te dice que no te estás amando lo suficiente?
Pero, ¿cómo vamos a quedarnos afuera? Porque de eso se trata: de pertenecer, de que nos den los suficientes me gusta o que nuestras historias tengan muchas visualizaciones para sentir que encajamos.
Paralelamente, estamos quienes nos sentimos saturades y con creciente necesidad de hacer una desintoxicación digital. A continuación, les voy a contar mi Aventura de Cuarentena: cerrar mi cuenta de Instagram.
Hacía unos cuantos días venía sintiendome contrariado respecto a los discursos que abundan en esta red y a pesar de eso, me tomé el tiempo para estar seguro de que quería cerrar la cuenta. Para hacerlo, investigué si podía sólo desactivarla y después volver con todo mi contenido intacto: se puede. Lo hice y desinstalé la aplicación.
Qué se siente, me preguntó una amiga.
Se siente bien. Se siente a libertad. Ya no tengo que estar atento al ojo virtual de les demás sobre mí, no hay obligación por subir contenido nuevo en tiempos inverosímiles, no se me enfría la comida por sacarle una foto ni me detengo horas pensando cuál es el mejor ángulo para la selfie. Lo que menos extraño es leer las formas en que es correcto amar, extrañar, doler y/o militar. Lo que más extraño es ese camino que tienen tan automatizado mis dedos, que apenas me quedo solo, agarran el celular y abren Instagram. Según el ánimo del momento, se ponen a bajar por el feed o pasar historias una tras otra.
Ahora llegan sólo a desbloquear el celular y nos quedamos ahí, sin saber a dónde ir. Es como estar huérfano de red. Sin comunidad. Whatsapp es el pueblo, Instagram es la ciudad que nunca duerme.  Es tu posibilidad de mostrarle al mundo quién sos, qué haces, a quién amas, a quién defendes, qué militas. Es el filtro que le ponemos a nuestra realidad. El supermercado del cual abastecés tu mente para que se nutra. Le decís qué vida te gustaría tener, qué cuerpo alcanzar o qué ropa comprar. Dos días necesité para confirmar lo que sospechaba: no extraño para nada esta red. Mis amigues me pasan memes por Whatsapp y entonces ya no hay ninguna razón por la que desee volver. Salvo claro: esos momentos donde te acordas de una foto que viste, un texto que leíste, la cuenta de no sé quién y lo querés revisar o se lo querés mostrar a alguien, y te das cuenta de que estás fuera.
La balanza se desequilibra muy fácilmente cuando noto todo el contenido que estaba consumiendo por día. Hipersaturado de información que no necesito. De metas que no son las mías. De voces ajenas, que está bien que existan y las escuchemos, pero no cuando tanta voz externa te impide oír la propia. La duda que me carcomió antes de cerrar Instagram fue ¿por qué permanecemos en redes que nos hacen daño?
No me comprometo a no volver a instalarla nunca, pero en esta semana descubrí algo: la vida es eso que pasa mientras fingís vivirla en Instagram.
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chubascoenprimavera · 4 years
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Hoy, Bruno Valenttino es quien nos lee un poema de Juan Solá, sin título. 
Disfruten, disfruten
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