Tumgik
didimerlani · 4 years
Text
La primera escena de Desde tu infierno
La primera escena de Desde tu infierno
Tumblr media
No todas las escenas llegan a publicarse. Por esa misma razón, la primera escena del primer borrador de Desde tu infierno la escribí y reescribí varias veces. Es más, al título del libro también lo cambié varias veces. Empezó llamándose Rétame, luego decidí llamarle Rétame, Diablo, después Desde tu mismo infierno, luego Diablo y, finalmente, terminé decidiendo que se llamaría Desde tu infierno
View On WordPress
0 notes
didimerlani · 4 years
Text
Desde tu infierno (Diablo, 1)
Capítulo 1: La traición 
Tumblr media
Ayer la voz me dijo que él estaba cerca. El día anterior pasó advirtiéndome que estaba de camino.
Hoy dice que me ha encontrado.
¿Dónde está? ¿Por qué no aparece de una buena vez?
Levanto a ver a las titilantes estrellas y les pregunto si me estaré volviendo loca, como si en su fulgor estuvieran las respuestas que tanto anhelo.
A lo lejos, la hermosa, lenta y aterciopelada melodía de una gaita irlandesa armoniza a mis tormentos. El gélido viento trae consigo al aroma del bosque y lo mezcla con el del pavimento húmedo. Cierro los ojos por unos instantes y respiro profundamente.
Te encontré, vuelve a decir él dentro de mi mente y busco entre los transeúntes al dueño de tan bella y sobrenatural voz. Pero todos parecen caminar despreocupados; unos riendo, otros serios.
No dejaré que esa voz me arruine la noche. Coloco mis manos dentro de los bolsillos delanteros de mi abrigo negro y continúo caminando hacia la pizzería en la que quedé en topar con mis personas favoritas.
Haré todo lo posible para ignorarlo.
No me ignores, que soy tu salvación, dice y siento como si una ráfaga de aire cálido me acobijara. Luego regresa el hielo.
Me estremezco.
Llego al restaurante y noto que Eric, mi novio, está parado a un lado de la maciza puerta de madera con los brazos cruzados sobre su amplio pecho y recargado contra el paredón verde. Él patea a una piedrecilla de lado a lado, mientras mi amiga, Allene, habla por teléfono cerca de la puerta. Ya hace unos días que él anda de lo más extraño.
—Hola, mi amor —digo.
—¿Cómo estás, ingrata?
—La ingrata no soy yo.
—Podías haberme llamado tú, ¿no crees?
No te quiere, querida, ¿cuántas veces te lo tengo que recordar? retumba dentro de mi cabeza.
Esto cada día se pone peor.
Debo ser franca con Eric y confiarle todo lo que me está sucediendo, pues en cuestión de una semana, mi vida, si antes ya era un desastre, ahora se ha transformado en un infierno que ni el mismísimo Diablo se atrevería a vivir. Y no quisiera perder a mi novio por no abrir la boca y contarle lo que me está sucediendo.
La comunicación es clave, ¿cierto?
No.
Creo que no en este caso, porque me estoy volviendo loca y no sería justo atormentar a mi novio con otro más de mis problemas, cuando él sufre mucho gracias al estrés de la universidad.
Allene se acerca hacia nosotros.
—¿Y tú? —pregunta ella y se para junto a mí—, ¿dónde andabas? Llevas demasiado tiempo metida en tu cueva, ¿no?
—Necesitaba un tiempo a solas.
Mentira.
No sabía cómo salir a la calle y actuar normal. ¿Cómo se supone que iba ir a clases así? Me tacharían de loca. A veces, la voz es tan fuerte, la energía tan poderosa, que tengo que agarrarme de la cabeza y respirar profundo por varios minutos. Luego me da un ataque de migraña y siento como si tuviera moretones en el cerebro.
—¿Segura estás bien? —insiste Allene.
—Sí, bueno… La verdad no estoy muy bien que digamos. —Le echo una mirada de soslayo a mi novio y lo veo revisar a sus redes sociales—. Necesito contarles algo muy extraño que me está sucediendo.
Eric despega la mirada de su celular y me queda mirando.
—¿Los fantasmas te siguen molestando? —pregunta él, burlonamente—. Pensé que ya lo habías superado, vamos. No seas tan infantil.
Ojeo a los adoquines. La semana pasada, la voz me habló mientras Eric me desabrochaba el brasier. Me aterré tanto que, de un empujón, lo saqué de mi departamento. Desde ese día casi y ni hablamos.
Todo ha cambiado para peor.
Además, hacía unos meses atrás, le confié a mi novio que escuchaba voces, pero no entré en detalles. Tampoco es que las escuchaba todos los días. Eran esporádicas y no tan intensas como han sido en estos días. Desde ese entonces, él lo toma como tema de burla y me duele mucho, pues se supone que él debe ser mi apoyo, mi roca.
—Ay, no seas malo con ella —dice Allene—. Tienen que aprender a entenderse.
—Exacto. Gracias, Allene. Aparte de que no estoy loca —le digo a Eric.
—Sí, claaaro —responde.
—No le hagas caso —dice Allene y posa su mano sobre mi hombro—. ¿Entramos?
—Vamos.
Al entrar, noto que el salón es rústico, con poca iluminación y decorado con madera oscura y bien tallada. Chicas llevan jarrones de cerveza de mesa en mesa, gritando por encima del bullicio, mientras otras sirven pizzas humeantes, abriéndose paso entre el gentío. El delicioso aroma a queso fundido y tomate horneado me abre el apetito.
—Buenas noches, bienvenidos a Milano’s Pizza, la mejor en Dublín —dice una muchacha rubia de ojos verdes—. ¿Mesa para cuántos?
—Tres, por favor —responde Allene.
—Listo, síganme por aquí.
Caminamos detrás de la chica. Eric no toma de mi mano. Rodeo a su cintura con un brazo y, antes de que le pueda preguntar qué le sucede, la mesera se para frente a una mesa cuadrada y nos pregunta si nos parece bien aquí.
—Perfecto —contesta Allene y se sienta a la mesa.
Tomo asiento y Eric lo hace junto a Allene.
Qué no te quiere, necia, repite aquella voz dentro de mi mente. De inmediato, agarro los cubiertos y los empiezo a acomodar. Siento a una gota de sudor resbalar por mi sien.
Aquí no, por favor.
—Todo esto se ve tan provocativo —comenta ella, mientras lucho contra la voz—. ¿Qué les parece si empezamos con una orden de pan de ajo y la acompañamos con vino tinto?
—Suena delicioso —respondo, fingiendo estar de lo más tranquila. Tomo la carta y pretendo leer las opciones. Pero yo no quiero nada de lo que aquí se ofrece. Quiero que esa voz jamás me vuelva a hablar y que Eric me mire y me regale una de sus bellas sonrisas. Quiero que todo vuelva a la normalidad.
Quiero volver a ser una chica normal.
El chico que habla dentro de mi cabeza se carcajea y una sien me comienza a palpitar.
—¿Qué te pasa? —pregunta Allene, entornando los ojos—. Sudas, loca.
Miro a mis costados y venteo a mi cara.
—Hace mucho calor aquí.
—Sácate el abrigo, pues —interrumpe Eric.
Me retiro el abrigo y lo acomodo sobre mis piernas. Al otro extremo del salón, parejas aplauden, zapatean y bailan al ritmo de la flauta irlandesa.
—¿Quieres bailar? —le pregunto a mi novio, con la intención de desviar la atención a cualquier otra cosa que no sea lo patética que me debo ver. Quizá bailando me tranquilice un poco.
—¿Pensé que estabas acalorada? —responde y echa un vistazo a la gente.
—Vamos. —Alcanzo su mano y la aprieto—. Es una de nuestras canciones favoritas.
—No quiero, Keira. Me tropecé ayer saliendo del laboratorio de química y me duele mucho el tobillo.
—Para todo tienes una excusa.
—¿No dijiste que tenías calor? La de las mil excusas siempre has sido tú.
—Okey, bueno, te doy la razón.
Desvío la mirada y me cruzo con la de un tipo imponente de cabello azabache que está sentado a la barra. El chico alza su jarra de cerveza y me regala una sonrisa demoledora. Me sonrojo y miro a mi regazo. ¿Será él producto de mi mente?
—Ahora sí… cuéntame —logro escuchar a la voz de Allene—, ¿qué es lo que te anda sucediendo?
Giro para verla y logro sostener su mirada, mientras la de aquel tipo quema en mi nuca. Él tiene que ser real.
—No sé qué hacer —titubeo, pues algo me dice que no les cuente nada sobre mi posible esquizofrenia. Entonces, opto por contarles otro más de mis actuales problemas. Uno mucho más creíble—. No me gané la beca.
—¿Cómo que no te ganaste la beca? —pregunta mi novio—. ¿No me dijiste que ya te la dieron?
—Pensé que sí, pero no fue así.
—¡Es absurdo! —responde él, acercándose hacia mí.
—Sí, lo sé. —Regreso a ver al pelinegro, pero ya no está. Eso quiere decir que él no era real. Voy de mal en peor. Y si fuera poco, tengo que pedirle un favor muy especial a Eric y me muero de la vergüenza. Ni sé cómo pedírselo. Esbozo una sonrisa—. De eso mismo quería conversar hoy contigo, mi amor. ¿Crees que tú me puedas prestar dinero? Es solo para cubrir con los gastos de este semestre. Ya sabes, la pensión. —Mierda, lo dije—. Y no te preocupes, pienso en devolverte todo apenas mis padres consigan.
Él cruza sus brazos sobre su pecho y suspira profundamente.
—Yo… —Eric le regala una mirada a Allene y luego a mí—. No, Keira, lo poco que tengo ahorrado es exclusivamente para poder cubrir con los gastos de la pasantía. Bien sabes que estoy corto de dinero. Por eso no salimos como antes.
Mentira.
Eric es un niño consentido y sus padres son dueños de varios sembríos de papas aquí en Irlanda. Tienen mucho dinero.
Mis hombros se hunden.
—Pensé que podrías ayudarme.
—Tú sabes que, si tuviera, con gusto te lo daría.
Mentira. Él tiene.
—Qué pena, Kei —dice Allene—, y ¿has pensado en qué harás para conseguir ese dinero? ¿Cuánto te falta? Quizá podamos buscar la manera de conseguirlo.
Es obvio que no sé. Soy una buena para nada que escucha voces en su cabeza, soy una idiota que está al borde de la locura.
—¿Piensas en regresarte a Galway? —pregunta Eric y trato de no llorar. Es obvio que, sin ese dinero, no voy a poder mantenerme aquí en Dublín. Me tocará regresar a casa de mis padres en Galway. Y regresar a mi ciudad natal significa poner unos doscientos kilómetros de distancia entre nosotros. Lo nuestro no va a funcionar así y a él parece no importarle en lo absoluto. Podríamos hasta vivir juntos y así a mí me alcanzaría para pagar la pensión. Pero pedirle eso sería algo humillante. Es más, mi situación económica parece haberle caído como anillo al dedo.
—No se preocupen —digo y decido mejor cambiar de tema—. Ya buscaré la manera de conseguir plata. Tocará venderse en la esquina. —Reímos al unísono—. Pasando a otra cosa, ¿cómo va tu proyecto, mi vida?
—Aún no se ha muerto la primera población de bacterias, por suerte —responde Eric.
—Aquí tienen, chicos —dice la mesera y coloca a una fuente con pan de ajo sobre la mesa.
En seguida, pedimos una pizza de tamaño familiar con camarones y albahaca. Mientras la esperamos, conversamos sobre el fantástico proyecto de Eric y el patético cultivo bacteriano de mi grupo. Todo parece transcurrir con normalidad, pero la atmósfera entre nosotros es pesada. Algo no anda bien. Unos cuantos minutos después, nos traen la cena.
Agarro un pedazo, le doy un gran mordiscón y abro los ojos como platos. No lo había notado antes, pero Allene lleva puesto un precioso anillo de diamante en ese dedo tan comprometedor.
—¿Y eso? —Apunto a su anillo y ella esconde a su mano debajo de la mesa.
—Uy.
—¿Uy? —pregunto.
—Me voy a casar.
—No seas mentirosa.
—Pensaba en decírtelo mañana. —Ella le echa un vistazo a Eric.
—¿Quién es? ¿El Xavier? ¿El André? ¿O es el Gustav? —pregunto y ella vuelve a regresar a ver a mi novio y luego a mí. Eric, por otro lado, se dedica a comer extrañamente callado, cuando la mayoría de las veces a él le gusta comentar sobre la comida.
—Ay, yo solo ando con uno, ¿cómo vas a decir esas cosas, amiga?
—Sí, claro —digo en son de burla—. ¿No me digas que piensas casarte con ese español?
—Con Eric.
—¿Eric? —pregunto.
—Creo que no es el momento para discutir sobre esto —dice Allene.
—Ay, acaba con esto rápido —interrumpe Eric y dejo de comer.
—¿Ustedes dos?
—Sí, Keira. —Ella suspira profundamente—. Eric y yo, ay, ¿cómo te lo explico? Eric y yo, ay, ya nada. —Allene apunta a mi novio y mis hombros se hunden. Siento a las palpitaciones de mi corazón en la garganta—. Te dije que le dijeras sobre lo nuestro hace rato —le dice a Eric. Ella lleva las palmas de sus manos a los ojos y luego suspira, mirándome—. Eric y yo nos casaremos en un par de meses.
—¿Cómo? —Le regreso a ver a mi novio en busca de una explicación—. Eric, coño, di algo.
—Allene y yo hemos estado saliendo hacía algún tiempo ya, más o menos desde que empezaste a alejarte de mí gracias a esa ridícula voz que supuestamente te habla. Y, bueno, nos enamoramos, Keira. ¿Qué te puedo decir? —dice él, pero yo lo oigo como un pitido ensordecedor—. Créeme que no deseábamos que te enteres hoy y peor de esta manera, pero sí te lo íbamos a contar en estos días.
Eso es mentira, escucho dentro de mi cabeza.
—¡Cállate! —le respondo a la voz y cubro mis oídos—. Por favor, cállate. No me hables más.
Allene y Eric me miran sin siquiera parpadear.
—Estás mismo loca —dice Eric—. Mírate. Yo no puedo seguir con una persona así. Espero me entiendas. Eres demasiado inestable, Keira.
—No me importa si estoy loca o no y no me cambies el tema, Eric. ¿Por cuánto tiempo me engañas? —logro hilar—. ¿Ah? Respóndeme, mierda.
—Seis meses.
—Eres un hijo de puta.
—Keira —dice Allene—, perdón, ¿sí?
—Esto es una pesadilla. Tengo que estar dentro de una pesadilla.
—Lo siento, de verdad —escucho a Allene decir a lo lejos.
—Esto es una pesadilla.
—Respira, Keira —dice Allene.
—¿Cómo pudieron? ¿Seis meses? ¿Seis meses haciendo el papel de estúpida mientras ustedes se la gozaban a mis espaldas?
—Ya deja de llorar —dice Eric.
—Púdrete. —Golpeo la mesa con la palma de mi mano y las copas brincan sobre ella. La gente nos regresa a ver. Una mesera se acerca.
—Keira —dice Allene—, baja la voz, por favor.
—¡Desgraciada!
—Cálmate.
Agarro una copa y le echo vino en la cara a Allene.
—Eres una desgraciada.
Allene se cubre el rostro con sus manos.
—Mejor ándate a la casa, toma un baño y relájate —me dice Eric—. Mañana te llamo, ¿sí?
—No, yo no los quiero volver a ver. Y no te hagas la que lloras, Allene, porque bien pudiste haberme contado que el perro este, —le echo vino en la cara a Eric—, quería algo contigo, en vez de revolcarte con mi novio como acostumbras a hacer con todos.
La mesera se acerca a la mesa y me dice que por favor me calle o va a llamar a seguridad.
Lanzo la copa sobre la mesa, me pongo en pie y me dirijo a la puerta de la pizzería. Salgo a toda prisa, ignorando a las incómodas miradas de los demás comensales y me detengo en media «Grafton Street». Mis manos y piernas tiemblan, mientras veo como las luces navideñas destellan y giran a mi alrededor.
Los odio a los dos. Le odio a esa maldita voz. Esa maldita voz me arruinó la vida.
¿Dónde está ahora, ah? ¿Por qué ya no me habla?
Caigo sentada sobre una solitaria banca y cubro a mis ojos con las palmas de mis manos.
Siento que alguien me observa y levanto la vista. Desde la banca de enfrente, el mismo chico pelinegro que vi en la barra me sonríe.
—Te encontré —dice.
—No. —Llevo las manos a mi rostro y friego a mis párpados. Pero él sigue frente a mí, mirándome divertido—. No eres real.
—Vamos. Ven conmigo. Tengo algo muy especial que ofrecerte.
Las manos me empiezan a temblar y el piso a girar debajo de mis pies. Me pongo en pie y huyo lejos de él, lejos de tanta locura.
Tumblr media
2 notes · View notes
didimerlani · 4 years
Photo
Tumblr media Tumblr media
Mi libro 😍😍
Tumblr media
2 notes · View notes