Citas Médicas SURA
Desde la comodidad de tu casa podrás programar tu cita Sura, sin ningún tipo de inconveniente.
Te preguntarás, ¿y cómo es esto posible? Es gracias al Internet, es decir, por esta vía tendrás la posibilidad de pedir cita en el portal en línea, por medio de un dispositivo móvil u ordenador, así como a través de su número de teléfono o presencialmente en clínicas y oficinas.
Cómo solicitar sus citas médicas Sura
¿Qué necesitas para solicitar las cita médicas Sura? Es primordial que cuentes con tu documento de identificación.
Agendar citas en línea 💻
Si eres afiliado de EPS Sura, será mucho más fácil programar la cita médica. Entre las opciones disponibles están: Medicina general y odontología.
El primer paso es ingresar el número de tu documento de identidad, el segundo es colocar la fecha de nacimiento.
¿Qué servicio ofrece?
La orientación de servicios EPS Sura, ofrece un abanico de múltiples opciones para sus afiliados. Ahora bien, ¿cuáles son esos servicios?
Destacan los siguientes:
Órdenes
Consulta médica de familia
Consultas de citas
A parte, de los servicios mencionados, también tendrás la posibilidad de acceder a:
Cambio de EPS y otros trámites
Autorización de órdenes
Renovar fórmulas
¿Cuál es la central para las citas telefónicas? ☎
En el caso de las personas que no tengan acceso a Internet, Sura también habilitó otra manera de solicitar citas médicas.
¿Qué queremos decir? Si deseas una cita para medicina general u odontología, ¡puedes hacerlo por teléfono!
Hazlo a través del IPS de su ciudad… ¡Presta atención a los números que te presentaremos! Antes de continuar, ¡te tenemos otra buena noticia! Contarás con una persona que te indicará los horarios y médicos disponibles, así que no tendrás que preocuparte por nada.
Si te encuentras en Bogotá, el número telefónico es el siguiente: 4 04 22 20
¿Eres de Barranquilla? Podrás comunicarte, por medio del siguiente número: 3 30 22 20
Para aquellas personas que están en Cali, está este código disponible: 6 44 22 20
En el caso de que estés en Medellín, Sura también habilitó una línea de atención para esta región: 5 11 11 66
Comfama: 3 60 70 80
Para todos aquellos afiliados que prefieren la línea gratuita, es la siguiente: 01 8000 51 95 19
Ahora bien, recuerda que después de programar la cita, es de suma importancia que estés 10 minutos antes en el lugar. No olvides presentar tu documento de identidad, seguido del carné y pagar la cuota moderadora.
¿Cómo solicitar citas personales en su EPS Sura? 🏥
Sura cuenta con unas sedes, en las cuales los afiliados se pueden dirigir para solicitar su cita. En el siguiente cuadro podrás encontrar la que se encuentre más cerca de ti, dependiendo de la ciudad en donde te encuentres.
Medellín IPS Dirección Teléfonos IPS Sura Córdoba Transversal 78 N° 65-17 4 09 95 50 Ext:132 Instituto El Torax – La Paz Calle 57 N° 50A – 37 5 12 16 70 IPS Comfama Manrique Carrera 45 N° 78 – 61 2 11 66 86 IPS Coopsana Centro Calle 45 N° 54 – 54 4 44 00 55 opción 6 IPS Coopsana Argentina Centro Calle 57 N° 45 – 18 4 44 00 55 opción 6 IPS Sura Centro Carrera 43 N° 50 – 08 3 10 68 00 IPS Salud Sura Industriales Carrera 48 N° 26 – 50 3 50 68 88 IPS Sura Almacentro Carrera 43A N° 34 – 95 3 81 23 24 IPS Sura Saman Calle 15 sur N° 48 – 92 3 13 00 46 IPS Sura Monterrrey Calle 14 N° 48 – 61 3 12 61 10 IPS Sura Los Molinos Carrera 82C N° 30A – 150 L123 3 40 90 90 IPS Salud Sura Sao Pablo Carrera 43A N° 18 sur – 135 L123 3 21 17 17
En el caso de que estés en la capital, Bogotá, ¡no te preocupes! También hay algunas sedes que puedes visitar para obtener tu cita Sura. ¡Aquí están las direcciones!
Bogotá IPS Dirección Teléfonos IPS Sura Chapinero Carrera 7 N° 54 – 27 2 49 70 71 IPS Sura Olaya Avenida Carrera 14 N° 26 – 79SUR 3 72 10 10 IPS Sura Country Carrera 16A N° 84 – 05 6 21 45 41 IPS Colsubsidio Centro Medico Suba Clle 147 N° 101 – 56 7 43 04 50 IPS Unidad Médica Santafé Américas Avenida AMERICAS N° 69C – 56 7 43 05 06 IPS Javesalud Avenida 127 N° 17A – 83 6 51 39 03 IPS A & G Niza Avenida 127 N° 71 – 96 6 24 04 57 IPS Salud Sura Bogotá Calle 100 N° 19A – 35 4 87 38 88
¿Vives en Cali? Entonces, ¡seguimos con las buenas noticias! Porque Sura también habilitó unas sedes en la conocida “sucursal del cielo”. En el siguiente listado, podrás visualizar el centro que quede más cerca de tu hogar.
Cali IPS Dirección Teléfonos SALUD Sura Chipichape Avenida 6a Bis N° 35N – 64 6 08 01 01 IPS Sura Pasoancho Carrera 50 N° 12A – 90 3 31 49 25 IPS VIVIR Calle 10 N° 48 – 07 4 87 15 37 Sura La Flora Calle 38N N° 4N – 102 6 64 99 51
Para aquellos afiliados que residen en otras ciudades, por medio del portal web (enlace) existe la opción de seleccionar la ciudad y la categoría. Después de rellenar las opciones, automáticamente, aparecerá la sede que esté en esa metrópolis.
¿Cómo solicitar cita de citología EPS Sura?
¿Quieres solicitar una cita para una citología? ¡Es sencillo! Desde tu casa o trabajo, puedes hacerlo ¡y nosotros te decimos cómo!
Ingresa en Solicitar Cita de Citología, acto siguiente colocarás tus datos, luego deberás seguir las instrucciones que indica el portal.
¡Atención usuarios en las líneas!
Como se mencionó antes, Sura habilitó una serie de números telefónicos para aquellas personas que desean agendar una cita médica.
Para las personas que residan en la capital colombiana, tienen la posibilidad de comunicarse por medio del siguiente número: 4897941.
¿Estás en Medellín? Entonces, comunícate a través del siguiente código telefónico: 4486115.
Si estás en cualquier otra parte del territorio neogranadino, en ese caso, puedes comunicarte al: 018000 519 519.
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Por eso todo sucedió en la noche
Octubre 2018
No fue en la noche, fue a la madrugada. Pero incluso antes que el atardecer perdiera sus últimos resplandores, débiles pálpitos lo habían hecho pensar en eso, en no terminar extraviado cuando diera el salto de un plano al otro, en estar atento para que la alternativa riqueza de las cosas no lo apartara de lo esencial y así poder situarse distanciada e incontrastablemente de cara a su objetivo, no al modo de los otros, que cuando conocieron su historia se vieron adentrados en la minuciosa vorágine de la desconcertante singularidad. Él no. Él esperaba algún signo revelador en cualquier momento, que la música del azar lo pusiera en contacto con alguna entidad profunda del otro lado, el suyo. Eso era realmente lo que esperaba y era la confianza a la que se atenía, la del sentido de una justicia bruscamente emergente, que irrumpiera repentina y violenta, que al punto cero, que al punto de inicio, por flojo y mediocre que fuera, por tambaleante que pudiera parecer, lo nutriera alguna afantasmada sustancia de rabia capaz de irradiar toda la atmósfera de significado y así cumplir el cometido. Quedaría agradecido con la orientación del instinto. Por eso todo sucedió esa noche, muda y torrencial, bajo un cielo negro que tempranamente empezó a estremecerse de relámpagos electrizantes. Tomó el tren que de Coimbra lo llevaría a Sagres. Y precisamente ahora que la máquina se había puesto en marcha tenía una imperceptible sensación de desánimo, como una desalentadora constatación de algo que definitivamente no se recupera, la socarrona burla del azar diciendo a mi maraña de confusión no la detiene es nada. Temió estar desorientado sin saberlo, que la multiplicidad de los instantes hubiese desdibujado lo esencial en su interior, la caída de la estantería, se dijo, y la angustiante posibilidad de haber perdido el hilo de las cosas lo atenazaba; así, el salto a la hora próxima quedaba suspendido. En ese momento el futuro no era para él más que un punto borroso, el loco extravío de un eslabón en la interminable cadena llamada destino.
Para empezar este frío aguacero que ahora fustigaba la ventana nada tenía que ver con la oleada de calor que venía agobiando a la ciudad desde la semana pasada
–qué cambio tan repentino del clima –dijo la mujer que venía en frente.
La lamparita de mesa del vagón arrojaba una tenue luz que contrastaba con la oscuridad exterior. La mujer podía tener más o menos su misma edad. Pelo largo negro, dócil, que caía con sensual ondulación de su sombrero de ala estrecha; apenas maquillada; llevaba una blusa de manga larga de mezclilla con estampado florido, ni muy ajustada ni muy holgada.
–nos está salpicando el huracán –respondió él, a quien le pareció sencilla pero evidente su belleza.
–imagínese –replicó amablemente la mujer– si así es tan lejos… ¡Pobre gente allá, al otro lado! –y ofreciendo su mano bajo una suave sonrisa dijo–: me llamo Julieta
–Encantado –respondió él– Antonio, Antonio González, para servirle
Las circunstancias se habían reunido como un mal presagio, debió haberlo previsto, como heraldos perniciosos de un porvenir malsano, en todo caso, no como llamados a la memoria de lo planeado. Lo que había sucedido era inapelable, al menos Antonio lo veía así, claramente una seguidilla de similitudes, algo menos simple que el azar, tres augurios que llamaban a su puerta inequívocamente. Había conocido Ishtar Bar la noche que lo citaron, en la noche también hizo suya a aquella mujer del tren. <<Y…>> se quedó buscando algo en la memoria con la mirada perdida en el vacío. <<y si el clima de estas últimas noches es tan raro, por algo será>> se dijo. ¡Cómo no atender aquella carambola de extrañeces nocturnas! Por eso se decía que todo había sucedido en la noche.
Por eso todo sucedió a esas apartadas horas, porque para empezar la noche en que lo citaron era fresca, con rumor de invierno, rara en comparación a las calurosas del resto del mes, impregnada de una temperatura menos húmeda de lo habitual, hasta misteriosa, pensó luego, a solas en su vagón, contemplando a través de la ventana el paisaje afantasmado de aquella noche.
Para esa ocasión, cuyo recuerdo no lo quemaba como debía esperarse, había parado en una caseta a comprar cigarrillos. Colgaban a la venta algunas revistas y periódicos. Uno de los titulares anunciaba: Irma y Victor, tras Florence, con el mapa de meteorología de fondo, en el que supo leer los intrincados indicadores geológicos de las coordenadas, meridianos y paralelos que mostraba la infografía sobre la tormenta que se avecinaba.
–Debe ser lo más pronto posible –le había dicho su contacto, Enrique.
La opacidad del lugar no impedía ver a este hombre curtido en los comercios de la vida, caradura de esquina, marginal con guantes de seda, mayor turbiedad creaba la música. Unos gruesos lentes lo hacían parecer un topo pero todos sabían que era zorro. Trabajaban juntos en el despacho de investigaciones, pero no era propiamente científico como Antonio. Era el empresario, el efectivo contante y sonante, la cara visible del respaldo: la costura de la Operación Coimbra.
–¿Está usted seguro que él tiene los bonos en su poder?
–Sí –le respondió el topo con determinación –por eso debe ser lo más pronto –y apartando el vaso con wisky puso sobre la barra la foto de un hombre blanco vestido de frac, barba tupida, cabello engominado y gafas estilo piloto.
–Lo más pronto posible – dijo martillando con su dedo la indeseable cara. Terminó su wisky de un trago largo. Concluyó:– no se preocupe, es un hombre de conductas inmodificables, sus costumbres son casi inalterables. Será presa fácil.
Antonio no habría caminado una cuadra cuando quiso comprar un cigarro. A la altura del parque se dio cuenta que había olvidado su encendedor, un Zippo cromado con una cachemira persa grabada a laser en la parte delantera. Su ex esposa se lo regaló para una navidad. Un grupo de personas que hacían yoga discutían si continuar o no. <<si el cielo está rojo es porque va a llover>> dijo alguien. Al regresar sintió alivio al ver que el encendedor aún estaba allí, de modo que lo recogió y dio media vuelta, atrapado por el musical hechizo de un bolero que tocaba la orquesta.
–hey, hey– le pareció escuchar que lo llamaban.
<<Qué raro>> pensó Antonio, otro colega del Instituto de Hidrología y Meteorología. Desechó su alarma al comprobar que el tipo estaba medio borracho.
–A fe mía –dijo el conocido, tambaleante y hablándole fastidiosamente casi en la cara –usted tendrá más estilo que muchos de ellos. ¡No se por qué piensan despedirlo!
–gracias, gracias –respondió un tímido y azorado Antonio –no se preocupe por eso
–¡Cretinos! –dijo el hombre, con el vaso en una mano y otra en el hombro de Antonio – ¡Cretinos! ¡Eso es lo que son! Hablaba yo con el viejo Keegan, el portero de la empresa. ¿Y qué tal el nuevo jefe, pa?, le dije. ¿No hay mucho movimiento ahora? ¡Movimiento!, me dijo, ¡es capaz de vivir del aire que le da un abanico! ¿Y entonces sabe que me dice?
–¿Qué?
–<<¿Qué pensarías de Antonio, si te digo que viene en las noches con permiso del jefe?...>> Ayyy papá –exclamó el borracho– todo el mundo sabe que te echaron a la boca del lobo
Al salir, una ráfaga de viento frío golpeó su rostro. Para encender su cigarro tuvo que intentarlo de nuevo, esquiniado y haciendo una barrerita con la mano. Debo apresurarme, se dijo, alzando el cuello de su gabán, no sea que se suelte el aguacero y termine echándome para atrás. Sabía que tenía que ponerse en marcha o caería en un vacío fatal, se expondría a una inercia que marcaría el principio del fin. La decisión estaba tomada. De modo que cogió el teléfono.
-Aló –dijo Antonio –¿hablo con el doctor Enrique? ¿Enrique Lua?
–Sí, con él –dijo el otro con voz ronca– ¿Es usted? ¿Antonio?
–Sí, doctor. Viajaría ahora mismo si fuera posible
Enrique en persona fue quien lo recogió. En la puerta de su casa, 402 calle terranova. Condujeron un buen tramo por la autopista nororiental, cruzaron la calle 15, doblaron por la avenida pasoancho y al llegar a la estación por una de las entradas laterales parquearon frente al edificio principal, un antiguo palacio barroco de piedra y mármol cuya exuberante torre de granito estaba coronada por un enorme reloj circular incrustado en el alto dosel. Los rodeaba el enorme parque central de los eucaliptos, flanqueado de verdes pinos que el ventarrón zarandeaba.
–El último tren saldrá en la madrugada –le dijo Enrique cuando volvió con los boletos en la mano y se los pasó a través de la ventana de su camioneta land rover color marrón.
Antonio bajó y, tras abrir el paraguas, tomó su maleta de los asientos traseros. La luna estaba más alta. La tormenta estaba por desatarse. Antonio se puso los guantes y se frotó sus manos. Hacía frío.
–Para cuando todo esté terminado me das una llamada –y Enrique cara de topo le alcanzó una tarjeta, señalando con el dedo un número telefónico: –como te dije, en dos días parto a Lisboa.
Estrecharon las manos.
A mitad de trayecto la lluvia hab��a arreciado y Antonio se apoltronó cómodamente en el vagón, echándose su chaqueta encima. Notó que su compañera leía una revista vanifarándula y pudo ver en la portada la foto de Helenita, estrella del éxito televisivo yo canto mejor. Envuelto en medio de la oscuridad rural, ese tren parecía una flecha de fuego atravesando la serpenteante colina.
–Seguro que no parará pronto de llover –fue entonces cuando dijo Julieta.
Habían estado conversando, bebiendo una botella de vino que Antonio pidió cuando pasó el carrito de la cena. El calor del cavernet hizo su efecto y pronto estuvieron trabados en un tremendo beso tras las cortinas cerradas del vagón. Cuando llegaron a su parada él le dio una tarjeta
–Llámame –dijo Antonio, tomándola de la mano –creo que esta noche alcanzo a estar por aquí.
La mujer se despidió desde el andén cuando el tren se puso en marcha. Antonio se quedó viéndola a través de la ventana, y habiéndose desplazado un tramo considerable se dio cuenta que de continuar lloviendo, sería lógico que Mr. Henchy no saldría en la mañana de su casa, impedido por la lluvia y en cambio sí lo haría en la noche, pues durante el resto de día los trámites personales lo tendrían ocupado. <<Es un hombre de conductas inmodificables>>. Si sus costumbres son casi inalterables como se me ha dicho, pensó, debe tratarse de un hombre al que rige la lógica, no la monotonía. Seguro lo guían el sentido del orden, la proporción y el límite, no un vulgar impulso de repetición.
Y lo habría hecho esa noche si no hubiese contestado la llamada en la tarde. La lluvia había menguado pero el sol no se decidía a salir y el clima aún era frío. Los charcos sobre el pavimento replicaban el color grisáceo del cielo. Había quedado con Julieta, la mujer del tren, y al despertar al otro día en medio de las sábanas y ver que ella no estaba se maldijo por el tiempo perdido. Un día se había aplazado el plan. En la mesita junto a un vaso que contenía restos de vino estaba una nota: <<fue fantástico. No quise despertarte. Quizás podamos vernos más tarde>>.
Pero Antonio sabía que no había más tarde. En el camino decidió parar en una cafetería de la calle João Gonçalves “para pensarse las cosas un poco más detenidamente”. Pidió una aguapanela caliente, y la mezcló con el jugo de un limón exprimido. Sería esta noche. Fue por eso que ya no quiso contestar la llamada de la mujer, ni siquiera la de su hijo, que lo hizo recordar que aun no había comprado el regalo que le prometió al muchacho, el telescopio Vixen.
No dejaba de sorprenderle aquel chico, en plena rebeldía de la adolescencia. Cuando aún era niño, y Antonio lo llevaba de paseo se quedaba mirándolo y pensaba que su futuro carecería de los sobresaltos típicos del destino pueril y al menos que la catástrofe se cruzara en el camino, la vida de ese niño sería cumplidamente aburridora, dado su carácter solícito. Podía imaginárselo con perfecta nitidez afrontando la pubertad, la adolescencia e incluso la mayoría de edad, en fin, en su comercio con el loco mundo, obviando descaradamente las inciertas sendas por las que puede optar una vida, e independientemente de si lograba ser un profesional o no, lo proyectaba siempre tal cual como era ahora, obediente, acatando órdenes, callado y solícito.
Aducía en gran parte esa conducta a la crianza que le había dado su madre. Cuando ellos se separaron, y a despecho suyo le dio la custodia del niño a la exesposa, estaba convencido de que lo confinaba al estrecho mundo de una mujer vana y superficial, que vivía en función de frivolidades y sin ningún tipo de intereses trascendentales. Y de alguna manera era justificable aquella desazón porque desde que Antonio empezó a trabajar, primero en el Observatorio Municipal y luego en el Instituto de Hidrología y Meteorología, siempre quiso inculcarle el amor por el universo, abismarlo en los misterios planetarios y más allá de eso encender en su espíritu la curiosidad por el conocimiento. Pero nada de esto atrajo nunca a aquel retraído niño, siempre inclinado hacia el ala sobreprotectora de la mamá y atenazado por una pasividad sobrenatural. Por eso cuando fue a despedirse y le preguntó qué quería que le trajera de su viaje quedó sorprendió al escuchar la respuesta.
–Lo que tu quieras papá – había dicho el muchacho –y luego de pensárselo un poco, dijo:–
pero lo que más me gustaría es un telescopio.
Antonio había pensado en un tipo preciso de aparato. En realidad, uno sencillo, sin exagerada tecnología, quería que fuera como los primeros que él probó cuando empezó en la dependencia nocturna como jefe director de Ciencias Planetarias, cargo que dicho sea de paso, consiguió por concurso y a decir verdad con honores. Y pensar que nada de esto había servido. Aquel borracho tenía razón, lo habían echado a la boca del lobo para luego dejarlo abandonado. Ninguno de sus méritos lo tuvo en cuenta el Comité y de repente había salido lo de este enjuiciamiento que lo tenía a puertas del despido. Además la Junta Directiva no veía con buenos ojos el hecho de que en los últimos años viniera amparando sus investigaciones científicas con citas tomadas de un corpus teórico perteneciente a la cosmología, a la astrología y al tarot.
–por ese tipo de artículos –dijo el Presidente –es que somos el hazmerreír de la Comisión de Física y Robótica
–Es cierto –dijo otro miembro sentado en aquella larga mesa –no se imaginan los rumores que corren por los pasillos
–Sí, esto es bochornoso. La astronomía no es astrología –terció un hombre con cara de topo que se encontraba al lado del ventanal –además es una magnífica oportunidad de sumar nuevos talentos, cambiarlos por los empleados antiguos, necesitamos gente más capacitada en adelantos tecnológicos para levantar esta dependencia tan caída y venida a menos.
Por supuesto había hablado Enrique. Doctor Enrique Lua Nunes, el mismo que había citado a Antonio aquella noche en el bar Ishtar, el mismo que se encargó de sacar adelante el proyecto Coimbra, cuya primera movida fue trasladar a Antonio a la dependencia de Investigaciones Aurora, dependencia en la que, en últimas, lo que se hace es atender Quejas y Reclamos, ínfima tarea en comparación con el desarrollo investigativo que Antonio lideraba desde hacía una década. Era Enrique quien ahora ocupaba el cargo vacante que dejó Antonio tras su salida. Era Enrique quien le había filtrado lo dicho en aquel Comité. Y Era Enrique quien le había sugerido a quién eliminar, era él quien ahora precisamente le daba las coordenadas de un macabro plan diseñado para patear esa piedra en el camino, para que Antonio pudiera enderezar su rumbo.
Esa misma noche, después de hablar con Enrique en el bar, sonó el teléfono, justo al entrar a su casa
–tres días para la fecha fijada
–aló –alcanzó a decir Antonio –¿Quién habla? –preguntó, pero colgaron del otro lado.
Antonio se quedó escuchando el repiquetear continuo del timbre telefónico en su habitación. Rápidamente salió del pasmo y se propuso identificar la voz, asemejarla con alguna conocida, tenía la sensación que aquel tono había quedado atrapado en su mente como mariposa en red. A pesar de la rapidez, aquello no significaba que no hubiera alcanzado a tener una percepción más o menos confiable como para alcanzar a describirla. Era la voz de un octogenario, había hablado pausado, seguramente un perro viejo. <<¿Y si hubiese sido el borracho del bar?>> pensó, tal vez había estado actuando, cumpliendo un rol secundario, de escudero o algo así, y había estado siempre ahí para espiarlo y cuando lo vio regresar se sorprendió.
En fin, se dijo con preguntas algo más confusas que claras, cargado de paranoia, atenuada por la prevención, que para qué este método de…..¿Acaso era una suerte de intimidación? Descorrió las cortinas de su habitación y se asomó por la ventana. ¿Suponían que él se echaría para atrás? La calle estaba quieta y vacía. Solo un viejo Cadillac parqueado en la esquina. Sacó un revólver del cajón de su mesa de noche, lo cargó y terminó de empacar. Bueno, era normal si pasaba esto, es decir, si recibía llamadas o tenía gente tras de sí. Antonio ya no desandaría el camino. La muerte llegó en tren. Asesinado reconocido empresario: fue un tiro de gracia, titularon los periódicos de Coimbra al día siguiente. La noticia iba acompañada de la foto de un hombre con gafas abaleado adentro de un Land Rover color marrón en el parqueadero de la terminal de trenes.
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