Love Is a Verb
Aunque nunca festejé San Valentín junto a alguien, desde hace un tiempo tengo una especie de tradición: Comparto en Twitter la canción «Love is a verb» de John Mayer.
Busqué en Google «¿Qué es el amor?». Según su definición, el amor es:
Claro que es son definiciones demasiado simples, someras, sin embargo, soy demasiado ansiosa (y, para qué mentir, vaga) como para continuar ahondando sobre esta difícil pregunta, de modo que me quedaré con eso por ahora y me dedicaré a expresar mi opinión (aún con mi ignorancia al respecto) sobre este importante sentimiento humano: Para mí el amor es el reconocimiento de nosotros mismos en los demás; es la comprensión inconsciente de que todos provenimos y nos dirigimos al mismo lugar. La aceptación de que somos un solo ente, cuyas partes han olvidado que para ser felices deben buscar la armonía y no lastimarse entre ellos, pues es lo mismo que lastimarse a sí mismos. Lo sé, puede sonar cursi, pero así lo veo.
Para mí, el amor es el estado más elevado de energía al que podemos aspirar. Es lo que le da muerte absoluta y permanente del ego, a todo lo terrenal y mundano, que de pronto no ansiamos como antes.
Cuando ese amor se concentra en una persona, entonces tienes junto a ella una súbita oleada de paz, de tranquilidad. Tienes la seguridad —imagino— de que comparten el color del alma, y su forma, que con nadie más podrías sentir esa seguridad, esa libertad para ser uno mismo, porque el exterior, la apariencia, es tan solo una circunstancia. Es el alma la que ama a otra alma. Es el amor lo que sana, lo que guía, lo que nos convierte en la mejor versión de nosotros mismos.
Puedes sentirte atraído emocionalmente, y en especial sexualmente, por muchas personas, confundiendo aquello con amor. Pero, el amor verdadero no se da muchas veces en la vida.
El amor es un verbo, sin dudas. Las palabras nunca son suficientes ni parámetro de nada. Sin acciones, las palabras pierden todo su valor. Quien ama no hace sufrir, no rompe un corazón y luego pide perdón ni llama luego al otro de «mi amor» como si nada hubiera pasado. Quien ama de verdad lo demuestra y lo mantiene en el tiempo, porque el amor verdadero no se acaba, no termina de acuerdo a las circunstancias o cuánto cambie el ser amado. El amor que muere no es amor.
Quien ama de verdad no abandona, no miente, no engaña, no traiciona.
La mayoría de las personas, sin importar la edad que tengan, no saben realmente amar. Tal vez aman a su manera, pero sobre todo permanecen en ese estado superficial de atracción física, dejando que se interponga el ego y lo que aprendieron de sus padres o de la sociedad, y entonces normalizan, entre otras cosas, lastimar cuando son lastimados o intentando protegerse de un posible daño. No pueden vivir solos, y les falta el amor primordial: el amor propio. No se conocen a sí mismos lo suficiente, culpan siempre a los demás por lo que no pueden ver como su propio reflejo. No procuran cambiar ni ser mejores.
Solía afectarme pasar sola San Valentín, como creo que debe sucederles a muchas personas, pero por fortuna comprendí a tiempo que el amor se celebra todos los días, que festejar uno con alguien no significa ser conocedor o conocedora de ese amor con el que todos soñamos, el que nos transforma, consuela, eleva y potencia todo lo bueno en nosotros.
Personalmente, solía ver con algo de envidia a las parejas que se ven por la calle, paseando felices tomadas de la mano, llamándose con apodos cariñosos, mostrando eso que llaman amor. Pero me pregunto cuántas de aquellas parejas tendrán una relación sana, profunda. Seguramente no muchas. La mayoría pasarán de ex en ex, sufriendo con cada ruptura, buscando a la persona adecuada o a su «tipo ideal», cuando en realidad a quienes deben buscar es a sí mismos.
Cada persona por la que sentimos atracción es muestro reflejo. Tarde o temprano, nos enfrentaremos a esa parte de nosotros que no queremos ver, que hemos convenientemente enterrado en lo profundo de nuestra conciencia, por lo que para nosotros el problema es del otro, no nuestro. Y discutimos, y rompemos corazones y ellos rompen el nuestro. Hasta que volvemos a estar solos, sanamos, y desenterramos ese «muerto» al que no deseábamos verle la cara.
Pero si vuelves a echarle tierra con tal de no verlo, la historia se repite. Lo hace una y otra vez, hasta que todos nuestros «cadáveres del placard» sean puestos en exhibición, hasta que comprendamos que, si no los aceptamos, si no sanamos, si no nos reconocemos lo más fielmente posible en el otro, ninguna de nuestras relaciones será sana, y ese amor no será más que de cartón.
Todos, supongo, soñamos con conocer al «amor de nuestra vida», pero existe un amor que tenemos siempre a mano, el amor que nos acompañará a la fuerza para siempre: el amor propio. Para amarnos primero debemos conocernos, y conocernos es tan fácil —y tan endemoniadamente difícil— como abrazar la soledad y no buscar que nadie nos complete, sino sentirnos completos por cuenta propia. Aceptar que siempre estaremos solos, que nadie puede caminar nuestro camino por nosotros. Podrán comprendernos, apoyarnos, pero el trabajo interior sólo depende de nuestro esfuerzo y sacrificio.
¿Por qué a veces nuestro corazón se encapricha con alguien? Todavía me es difícil saberlo. Pero nunca ese capricho debe ser más grande que nuestro bienestar, que nuestra felicidad o seguridad. Tampoco que la felicidad, el bienestar ni la seguridad de alguien más. Debemos encontrar siempre un equilibrio y nunca abandonarnos.
Si te dice que te ama, pero te hiere, ya sea físicamente o con sus palabras, con abandono o manipulación, entonces no lo hace realmente. El amor no se dice, se demuestra.
No deberías cambiar nada de tu esencia o apariencia con el fin de agradarle a alguien, porque perderás la oportunidad de encontrar a esa persona que amará cada una de tus imperfecciones porque son parte tuya, porque es lo que hace quien eres, y como te ama lo amará también.
Debe existir un equilibrio entre dar y recibir, entre aceptar y poner límites, entre ser firme y ceder. Se debe comprender por completo al otro, a veces hacer sacrificios y poner el sufrimiento o la dificultad del ser amado por encima de nuestra comodidad o preferencias. Amar de verdad debe ser demasiado difícil, pero, al mismo tiempo, sabemos que el otro tolera tanto como uno. Cuando amamos, no elegimos, en definitiva, belleza, talento o virtud (que cualquiera puede amar), sino ese lado oscuro que todos poseemos porque somos en seres humanos, después de todo, y nadie es perfecto. Si no nos tomamos el trabajo de conocer esos aspectos negativos, dejando a un lado la idealización que nos llevó al enamoramiento inicial, tarde o temprano se hace intolerable y el «amor» termina.
Sanar para tener una relación sana y crecer juntos, ayudarse mutuamente en ese crecimiento, ese debe ser el objetivo. Creo que cuando uno ve parejas que de algún modo «tienen sentido» es que puedes notar aquel reflejo, aquel amor incondicional que nace sin esfuerzo, sin pensarlo ni quererlo. Ves a dos personas con valores y objetivos en común, dispuestas a superar los avatares de la vida juntos, comunicando sus sentimientos, respetando los tiempos, dificultades y limitaciones del otro.
Si lees esto y también pasarás solo/a el día de hoy, créeme que no es tan malo. El amor debería celebrarse todos los días. Las flores, los peluches, las tarjetas, nada de eso es necesario ni representa de verdad al amor. Cuando comprendes lo superficial de este día y de la mayoría de las relaciones, descubres que no tienes por qué sentirte mal. Aprovecha al máximo tu soledad. Desentierra sin ayuda de nadie todos esos muertos, afróntalos y haz que desaparezcan; busca a tu niño/a interior y ayúdale a sanar todas las heridas que sus padres le dejaron casi siempre sin querer. Enfoca tu vista y nota cada detalle de ti mismo/a (¡el amor no es ciego, sino que ve como una lupa!), cada poro, arista, hasta que la imagen sea lo más nítida posible, superando el miedo a lo que puedas ver. Cambia lo que puedas cambiar, acepta lo que no. Entonces, te sentirás completo/a sin necesidad de estar en pareja; no te dolerá la soledad y podrás reconocer con mayor facilidad a esa persona que te comprenda porque recorrió ese mismo camino de auto reconocimiento; también se siente completa, y espera que llegues a su vida, para amarte como se ama a sí mismo/a: incondicionalmente, con su cuerpo, su alma, su corazón y toda su vida, (con suerte) por toda tu vida.
El amor es un verbo, entonces ama, pero ama bien: ámate a ti mismo, ama demostrando (sin abandonar, lastimar, ni engañar ni siendo egoístas), ama confiando, dejando el ego de lado, ama sin esperar nada a cambio, mucho menos que te amen.
Este día les deseo entonces que amen con el cuerpo y el alma, por entero, sin miedo a la soledad, dándole al otro lo que merece, o dejándolos libres para encontrar quien pueda dárselos. Con o sin alguien a su lado, sean felices, hoy y siempre.
Caro.
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