Tumgik
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El dolor es constante, como una alarma que no puede apagarse. A fuerza de hábito nubla los sentidos, te vuelve incapaz de prestar atención a algo que no sea su propia existencia. El dolor se vuelve lo único que conoces, tu método de expresión, tu comodidad y tu lugar seguro. Te sientes cómodo en el dolor, consigues paz en la melancolía. Finalmente eres libre. Encadenándote eres libre.
Pero algo debo admitir: vivir sintiendo dolor no me hace tener el poder para decidir quién más sufre.
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Da miedo a veces lidiar con la depresión.
A la vez, quisiera decir que no tengo depresión. Que estoy bien. Sin embargo, la evidencia se sigue acumulando. Que es cierto, peleo y lucho ahora más que nunca. En años anteriores me dejé llevar, y lo lamento mucho. Lamento todo el daño que llegué a causar. Lamento todas las heridas que quizá aún arden en el alma de otras personas. Lamento todos los golpes que me di a mí mismo.
Ya no soy así. Ya no hago eso.
El haber mejorado no implica que estoy perfecto. Muchas noches caigo acá, al filo de la completa apatía, a un soplo de los extremos emocionales que más odio: la histeria y el llanto. No logro fluir del todo, aún no. No sé vivir mis emociones por intentar controlarlas por años. No quiero volver a bloquear las cosas, me cuesta pensar a veces, y aún así no puedo dejar de hacerlo.
A veces me odio. Por eso sé que, a pesar de toda la lucha, aún no he ganado la guerra.
No debería ser tan duro conmigo mismo. Todo es un proceso. Pero pronto cumpliré 25 y me siento en el mismo lugar que cuando empecé.
No me rendiré porque realmente quiero lograr las metas que visualicé. Pero no me voy a engañar a mí mismo - me encantaría poder rendirme.
Vivir es difícil. Vivir triste es aún más difícil. Estoy cansado.
Siempre lo estoy.
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¿Somos escobas? No realmente. ¿Está bien comparar a seres humanos con objetos inanimados?
La escoba tiene una función muy sencilla: limpiar. Quitar el polvo, el sucio, los residuos del piso. A veces se puede utilizar para limpiar el techo. Quitar telarañas. Lo que se te ocurra, la verdad: es un instrumento muy versátil. Hay un solo problema con las escobas, y es el mismo que incurre en absolutamente todas las cosas en esta vida. La escoba tiene un tiempo de vida útil.
Pero los instrumentos de limpieza son creaciones del ser humano. Si se gasta una escoba, compras otra. Es normal que de limpiar y limpiar, se desgasten las cerdas, la escoba deje de cumplir con su función como es debido, se vuelva inútil, y ¿para qué guardaríamos algo que no sirve?
Pero, nuevamente, ¿está bien compararnos con objetos? ¿Somos escobas, con una capacidad limitada de limpieza y crecimiento? ¿Hay un límite para la cantidad de sucesos adversos que podemos procesar? Y si superamos ese límite, ¿deberíamos descartarnos nosotros mismos, hacerle el favor a quienes nos rodean de conseguir un reemplazo más útil y funcional?
Quiero pensar que la analogía no aplica. Pero justo ahora no estoy seguro. Quizá el límite existe. Quizá no te das cuenta de que existe hasta que llegas a él, y luego caes en un punto de no retorno. Quién sabe... Yo aún tengo la capacidad de limpiar una que otra cosa, a pesar de todo. No puedo atestiguar algo que no he vivido.
Al menos no todavía.
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No recuerdo cuándo fue la última vez que te escribí algo.
Muchas veces quise pensar o suponer que cambiaste, o cambiamos, durante nuestra relación. Fueron muchos años de convivencia, buenos y malos ratos. La verdad, más malos que buenos. Solo que ninguno de los dos deseaba verlo o admitirlo.
Pero si ya desde los primeros meses teníamos diferencias y altercados, eso ya habla muy mal de nosotros como pareja.
Hoy día creo que ya finalmente estoy cerca de superarte por completo. Muy pocas cosas me remueven los rescoldos de cariño y afecto que me quedaron por dentro, la mayoría de recuerdos se sienten como un peso o simplemente no me afectan ya en lo absoluto. Revisar todo lo que alguna vez dije o hice por ti me hace sentir un poco extraño, como si el que hubiera vivido todo eso fuera otro. Pero sé que fui yo. Lo recuerdo.
Aún las mejores cosas de nuestra relación me abruman un poco si me detengo a pensarlas. No lo hago ya. Casi nunca. No me gusta caer en lo que yo denomino “una completa pérdida de tiempo”, menos cuando ahora trabajo todos los días y tengo metas que cumplir, tanto laborales como personales. No puedo simplemente detenerme a regocijarme en mi dolor, como alguna vez hice, porque tengo otras prioridades en la vida.
Quisiera decir que ahora soy una persona más sana, pero detesto el autoengaño; sé que no es así del todo. Hay aún muchísimas cosas que trabajar.
Contigo no fue, porque no debía serlo. Jamás debió serlo. Pero viví muchas cosas buenas contigo, y también muchas cosas necesarias, y cosas que ambos merecíamos. Parte del ser humano es afrontar nuestros errores.
No fuiste un error, no del todo.
Gracias.
Pero de verdad espero que no vuelvas jamás.
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y, por primera vez en la vida, el hecho de perder no me hace sentir mal.
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yo no te quiero olvidar, me rehúso a olvidarte.
vivo con la mente entre recuerdos, porque son mejores que mi realidad. aquí no te tengo.
y te extraño, te extraño todos los días de mi vida.
escribo esto porque ya estoy en mi límite. he aguantado meses, meses y meses. mi cabeza me está matando. ya no sé qué hacer.
ojalá bastara con querer para que las cosas salieran bien.
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Hay ciertos recuerdos que es mejor dejar enterrados.
Por otro lado, hay cosas que jamás pueden sanar si no se les hace frente.
Y en el medio, estás tú: un concepto más fuerte que las dos leyes anteriores.
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En el polígono de tiro
Recuerdo la vez que le pedí a papá que me enseñara a disparar.
Yo tenía aún puesto el uniforme de la secundaria. Él nos llevó al polígono de tiro. La idea tenía meses rondando en mi cabeza, pero hacía muy poco que me había decidido a comunicársela en voz alta. No esperaba que él accediera, pero lo hizo; era uno de esos momentos de padre e hijo que siempre quise tener con él, y que siempre deseé que sucedieran.
Papá era policía. Era normal para él tener un arma consigo. Yo siempre la veía, pero era rara la ocasión en la que de verdad la veía. Usualmente siempre estaba metida en su funda. Pero de ese día, si puedo rescatar un recuerdo, es el de él explicándome todas las medidas de seguridad; cómo debía sostener el arma y por qué; cómo podía asegurar mi propia protección en todo momento. Para él, eso solo era un ejercicio más. Años y años de práctica junto a su propia forma de ser lo habían convertido en un maestro tenaz - mi padre no tenía expresión alguna al explicarme todo eso.
No puedo recordar su cara. Es solo un borrón tapado por el sol inclemente del mediodía.
Lo que sí recuerdo claramente es que, luego de explicarme todo, me ofreció el arma. Me dijo que disparara, pues, ya que a eso habíamos ido. Tuve el arma en mis manos y quise hacerlo. Total, por eso se lo había pedido. Tenía toda la voluntad de hacerlo, podía sentir mis emociones creciendo en mi interior. Una extraña sensación de zozobra se adueñó de mi estómago, mientras el sudor corría por mi cara y me hacía sentir mareado. Febril. Deseoso de terminar ya aquello de una vez por todas. Y así, apunté a donde él me estaba señalando. Las manos me temblaban. Era un niño apenas. Pero quería hacerlo. Moría por hacerlo.
Pero no pude. No lo hice. Bajé el arma y se la devolví sin decir una sola palabra, mirándolo. Mi papá me devolvió la mirada con una expresión que jamás pude descifrar: una mezcla extraña de lástima con ternura.
Él sostuvo el arma en la mano unos 5 o 6 segundos. Luego se movió con una soltura y una rapidez que yo jamás le había visto, y disparó al blanco que me había dado. El sonido me dejó sordo y la impresión del hecho me dejó grabada como una huella imborrable la diferencia que siempre existió entre mi papá y yo.
Él era todo lo que yo hubiera querido ser, y también todo lo que yo odiaba de mí mismo.
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Aturdimiento
No siento mucho de nada.
La mayoría de cosas me están costando, sean básicas o no. Conectar dos ideas parece imposible últimamente. Me pierdo en lo que quiero decir, o pierdo las ganas de decirlo. Nada parece realmente tener sentido o propósito. Me siento pesado, muy pesado, y siempre estoy cansado.
Es importante mantenerse intentándolo, de todas maneras. Intentando sentir. Intentando volver a ser quien era, para de allí partir a ser mejor.
No recuerdo la última vez que logré terminar una discusión, que defendí lo que pienso, o que salí con una sonrisa de un altercado. El mero hecho de pensar en discutir ya me hace sentir cansado, le huyo a los problemas y me escondo de todo lo que pueda significar algo distinto. Encuentro satisfacción en la monotonía, quizá porque significa paz, y paz es todo lo que he estado buscando.
Pero por dentro, sigue hirviendo un fuego que es quizá el que me hace mantenerme vivo. Un caldero lleno de ira, rabia y rencor. Algo lleno de inmundicia que no sé ya cómo sacarme de encima, y que me da ganas de gritar, romper cosas y embriagarme con la sensación que me producen tales emociones. Pero eso es algo que no permito jamás.
Trato de seguir siendo pacífico. Trato de mantener todo en relativa calma. Aunque en el fondo, sigo sintiendo todo igual que siempre, trato deliberadamente de no sentir mucho de nada.
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¿Por qué debería quedarme con alguien que no le aporta nada bueno a mi vida y lo único que hace es dañarme?
Y si ya sé la respuesta a esto, ¿por qué no te puedo alejar?
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Qué horrible es ser inmortal, pero no invencible.
Quedé condenado a una eternidad de servidumbre a tu lado
por no poder ser más fuerte que uno de tus besos.
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Uno siempre vuelve a donde fue feliz...
...pero no siempre recuperas tu felicidad volviendo.
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quisiera volver a escribir pero cargo y manejo tanta culpa que no puedo fluir, no puedo ser sincero, no puedo sacar lo que quiero decir, y eso me está comiendo por dentro.
Espero lidiar con eso pronto.
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Polaris regresa
No es mi culpa. Sí lo es. No. Sí. Créeme cuando te lo digo. Lo es.
Esta vez no hice nada malo. Me porté bien. Fui tranquilo, dije las cosas de la mejor forma. Aunque todo haya salido mal, eso no quiere decir que sea mi culpa.
Es tu culpa. Tú lo provocaste con tus acciones. Da igual que no hayas tenido intención; sí tienes la culpa.
Si vas conduciendo muy rápido por un canal lento y no te das cuenta, y chocas por andar distraído e ignorando la velocidad máxima permitida, puede ser que no hayas tenido intención, pero el accidente lo causaste tú. El choque es tu culpa.
Pero... esa metáfora no aplica. Yo no choqué a nadie. No le hice daño a nadie.
Tú viste cómo estaba luego de lo que hiciste y dijiste. Claro que le hiciste daño a alguien. Siempre lo haces. Es tu culpa y ya.
Nunca he querido hacerle daño a alguien.
Siempre le haces daño a todos. Siempre cometes errores.
No es mi intención hacerlo. Pero lo haces. ¿Lo hago? Vives haciéndolo.
Igual seguiré intentando mejorar. ¿Para qué? Solo seguirás metiendo la pata. Ríndete y ya.
No puedo rendirme otra vez. No quiero volver allí.
Perteneces allí.
No. Me rehúso a volver a caer. Eventualmente lo harás.
No lo haré. Sí lo harás. No lo haré. Claro que lo harás. YA.
Déjame en paz.
¿En serio te estás pidiendo eso a ti mismo?
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Sobre la pérdida
La sombra de la Muerte me persigue. Sigue marcando mi vida sin hacerme nada a mí.
Puedo estar mayor ya y ser un adulto, pero me sigo sintiendo como un niño a su lado. Ella es fuerte, muy fuerte. Yo estoy indefenso, grito y lloro. Ella no se ríe, no se molesta, no se inmuta. Solo está allí.
No puedo evitar que se lleve a los que amo. Tampoco puedo hacer que me lleve a mí.
No te involucres. La sombra de la Muerte me persigue.
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“Incluso el infierno puede volverse confortable una vez que te acostumbras”
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lo único que deseo actualmente es ser capaz de ayudar a otros para que nunca tengan que llegar a donde estoy yo.
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