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flashearamor-blog · 7 years
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Encontré amor en regalos pensados. Sin razón, simplemente "Lo busqué por todos lados porque sabía que te iba a gustar". @ungatolupa 
Hombritos y el Perro
Aunque esto que les voy a contar pasó hace mucho, quedan pedazos tan nítidos en esa especie de cuarta dimensión que es la memoria, que solo puedo decirlos en presente. Se llama Esteban y está loco, pero no como las cabras. Está loco de tristeza. No sé si él lo sabe. Yo necesité mucho dolor para entenderlo.
Mis compañeros de trabajo se encargaron rápidamente en darme una opinión sobre él. “Ojo con ese, es un Don Juan”, decían algunos. “Es loco, pero en el fondo es buen tipo”, comentaban otros buscando un término más solemne. Es muy difícil sacar una conclusión de una persona con la que solo intercambiás los protocolares buen día, hasta mañana. Y a pesar de verlo a través de este caleidoscopio de realidad fragmentada, nunca me importó demasiado lo que pensaban los demás. Me gustaba saludarlo porque tenía una voz, un modo de hablar narcotizante. Decía qué hacés, cómo estás, pronunciando las palabras pero a la vez quedándoselas. Este loco, amado y odiado en partes iguales, fue la primera persona en sentarse y dedicarme media hora a eso que le decimos “enseñar”. Me transmitió el oficio de un redactor, pero sobre todo: el oficio de aprender. Miraba los titulares con ojo clínico, tachaba, agregaba palabras, reemplaza otras. Me decía “Ves, así. Un adjetivo describe lo que un verbo te hace imaginar mucho más rápido”. Supongo que lo sabía porque él era un poco un verbo. Con Esteban siempre pasaba algo.
Mails, mensajes, llamados a la madrugada, la primera cita en La Más Querida, una pizza, dos birras. Besos. En pasillos, en autos, en camas, en veredas, en plazas. Besos y abrazos, pero uno, quizás, el más perfecto. El día que me regaló su libro y firmó: 
Para vos, Mercedes. Porque sí, porque no. Vaya uno a saber por qué.
Me acuerdo de él contándome como quien habla del pronóstico del tiempo, que su mamá lo había dejado cuando tenía tres años. A esa noche la tengo incrustada en el medio de la memoria. Dijo, mostrándome una inmensa cicatriz invisible, “mi mamá me armó un bolso con todas mis cosas y me dejó en la puerta del edificio hasta que alguien me vino a buscar”. Y siguió hablando. Siguió hablando como si nada.
Como si nada, creció todo. El tiempo se acumuló como sus palabras. Como ese poema suyo que decía:
El tiempo es difícil de calcular sin un reloj. Tiempo. Lo que todo necesita para crecer. Desde una planta, hasta el amor o el odio
Me decía Hombritos, porque camino altiva, orgullosa, meciendo los hombros en cada paso. Le decía Perro, porque se dormía en cualquier lado y me pedía que le rasque las patas o las manos. Era un perro, pero no cualquiera. Para mí él era un Boyero de Berna. Son perros compañeros, sensibles, que necesitan cariño como un nene chiquito, “y además son peludos, como vos”, le dije una de esas tantas veces almorzando en La Petanque, mientras él garabateaba en una servilleta un bichito medio bizco -por mi ojo con estrabismo- y lo titulaba “Hombritos casi contemplativo”.
Hicimos tiempo y de alguna forma, ese tiempo nos volvió a inventar. Creo que él quería con todo su corazón ser el hombre del que yo estaba tan enamorada. Pensó, como deben pensar tantos hombres, que convivir lo cambiaba. Borraba los vicios, emprolijaba las mañas.
De repente nuestros pasados pesaban menos, les cambiaba el signo. Para mí, ese es el gesto más increíble que tiene amar. No es el otro el que te cura, es lo que pasa entre los dos. Es la cotidianidad más intrascendente que nace cualquier día a cualquier hora. Como Esteban, diciéndome “mirá si nos casamos, Hombritos”, mientras lavaba los platos. “Si nos casamos, ¿podés entrar con Vuelta por el universo sonando a todo lo que da?” Era él sirviéndose del detergente como micrófono cantando: Hoy que estás espléndida, y que todo lo iluminas, demos un paseo. Era yo, que antes de llegar al estribillo ya pensaba en hijos y problemas y futuro. No eran zapatos o cenas en lugares caros. Era él saliendo de la ducha envuelto en un toallón que se sacaba rápido para hacerme el helicóptero antes de que yo pudiese pedírselo. Sólo porque sabía que me iba a reír. Con la misma sonrisa que se me escapa cada vez que lo cuento. No era ninguna concatenación de palabras huecas. Era él preparándome la bañera, sentándose en el piso del baño para charlar, a veces solo a mirarme en silencio. No eran nuestras similitudes, eran las diferencias. Como cuando se levantaba a las seis de la mañana haciendo chistes y yo no podía evitar reírme, con lo que odio que me despierten, pero él me hacía reír tanto que ya me desvelaba de una forma que no se puede explicar en palabras.
Pasaron viajes, A nos Amours, bailes en el living, Lanús, Moreno. Y después lo otro. Las desapariciones fugaces en el medio de la noche. Un teléfono que suena y suena. Su humor arriba de un subibajas.
Eran las seis de la tarde de un miércoles. Había salido antes del trabajo así que pasé por la florería de Lacroze y le compré un ramo de jazmines. Le gustaban casi tanto como a mí ser la que regalara flores. Lo veo, todavía, acostado en el sillón, tumbado frente a la tele encendida. Estaba petrificado como un muerto, con más de una botella vacía. Siento mi mano latiendo contra el celofán. En la suya un pañuelo con sangre, y en mi mente todas las piezas se unían. El hueco que dejaba en la cama a mitad de la noche, era tan profundo como todo lo que escondía. Las piezas, que siempre habían estado tan a la vista y yo no las quise mirar, caían perfectas. Encajaban tal como lo estás pensando ahora. Aunque en la habitación estaba la tele encendida, un silencio espeso atravesaba todo. Nuestra vida, igual que su disco duro, tenía una carpeta encriptada. Mientras llenaba el florero de agua, vi el rompecabezas. Fui al vestidor y en el primer cajón que abrí estaba. Como si hubiese sabido desde el primer momento dónde la escondía, a quién se la compraba, cuánto tomaba.
Lo peor no fue escuchar a los pocos días de eso, de la boca de ella sí, “yo estoy con él hace meses”. Ni tener la certidumbre tácita de que siempre iba a haber una y otra y otra mujer. Lo peor pasó esa tarde, en ese vestidor, sintiendo que a dentro de ese cajón, en lugar de una bolsa con un polvo blanco había un revólver.  
Una, dos, tres, no sé cuántas veces hice las valijas. Basta, no puedo más, me voy. Y él pidiéndome que por favor no, que voy a cambiar. En el fondo -y no tanto- yo sabía que no iba a cambiar. No podía cambiar. Pero elegí quedarme igual.
Antes de conocerlo pensaba que el amor era una fórmula perfecta. Un único camino. Pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro. El amor, creo, es eso que les pasa a las personas que no saben nada de amor. Que prolijamente, evitan llegar al corazón del alcaucil. Y sabés, Esteban, por eso me quedé. Por eso me acosté con vos a vernos partir de a poco. Sólo con el tiempo entendí que si me quedaba más, todo eso que amaba de nosotros se iba a transformar en una copia descolorida. Ya no iban a repetirse los stand ups a las seis de la mañana, las charlas en el baño, La Petanque, los mínimos rituales.
Supongo que el amor es eterno mientras persista al menos un recuerdo de esos que ni el Alzheimer puede borrar. A veces pienso en todos los que tengo al lado tuyo. A veces nos extraño. Entonces me acuerdo de ese poema de tu libro que decía:
Nada sirve aunque nunca encuentres otra persona con la que logres dormir tan cómodo ni reír tan cómodo ni pelear tan cómodo.
Eso, eso fue. Y está buena la magia pero ya se fue.
Para vos, Esteban. Porque sí, porque no, vaya uno a saber por qué.
texto: Mercedes Romero video: Magalí Huarte
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bastadeclonazepam · 7 years
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Las empecé a conocer hace 6 meses. Pasamos Año Nuevo y si no nos vemos en una semana nos extrañamos. Entre nuestros súper poderes NO está sacarnos fotos normales. Pero acá va un intento. No se pueden imaginar cuánto las quiero, @jababington y @magalihuarte. To the moon and back. #selfie #portrait #friendshipgoals #latergram #instalove #vsco #vscocam (en Palermo Hollywood, Buenos Aires)
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