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flashearamor-blog · 6 years
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Que el otro esté bien, aunque eso no nos incluya en la foto. @potitiva
Una sonrisa espástica 
Sus sonrisas eran como espasmos autoimpuestos. Parecía que de repente, mientras le hacía frente a ese vacío que la perseguía, recordaba dónde estaba, qué estaba haciendo, con quién. Y en ese momento volvía a sonreír. Tenía los dientes perfectos y un poco envidié esa capacidad de autoimponerse la felicidad. Era algo que yo no había sabido hacer. Y por eso yo estoy acá, y ella ahí.
Cuando el tipo para el que trabajo me entregó el disco rígido con el material, lo recibí como los recibo siempre, con alegría infantil. Editar sociales es mi trabajo preferido: moldearle la memoria a familias que no conozco, convertir sus eventos en noches memorables, transformar fiestitas y ceremonias y rituales en recuerdos conmovedores, divertidos. No mostrar los platos tristes con comida triste de catering triste. Ni mostrar al tío borracho, ni al nene que vomitó porque comió demasiado, ni a los padres discutir porque la quinceañera está chapando con un compañero en una esquina del salón. Editar sociales es una forma de eternizar la felicidad. Lo que no está en el video, no sucedió. Es editarle la vida a cualquiera. Por eso me gusta.
Qué casualidad, pensé, cuando vi el nombre de la pareja. Abrí el primer clip de video y lo vi: el padre de mi ex le acomodaba a mi ex un moño y yo sentí que las manos me temblaban. Mi ex miraba a cámara y levantaba el pulgar. Mi ex decía hola, hoy es sábado diez de octubre y me estoy por casar. Mi ex sonreía. Mi ex se miraba al espejo. Mi ex le pedía al editor che, cuando edites esta parte no muestres la panza. Mi ex se agarraba la panza. Mi ex volvía a sonreir. Ella también se miraba al espejo. Se acomodaba el pelo. Se alisaba el vestido con las manos. Se abrazaba con amigas. Se volvía a mirar al espejo. La incomodaba la cámara. No le regalaba una sonrisa, ni una declaración, ni un mensaje para su futuro marido. Yo seguía temblando. Sabía del casamiento, sabía cuándo había sido, sabía qué había hecho yo ese sábado, lo que no sabía era que iba a terminar editándoles el video.
Cuando se abrieron las puertas de la iglesia, ella suspiró y dio el primer paso y frenó. Ese segundo que frenó fue eterno. El padre la miró, ella miró al piso. Se acomodó el vestido. Lo corrió, lo movió, hizo algo casi imperceptible. Después levantó la cabeza y empezó a caminar. A cada paso miraba a un costado y en algún momento tuve que acelerar porque temí que nunca iba a llegar al altar. Nunca había visto una caminata tan lenta. Lloraba un poco aunque hacía fuerza para no llorar. Hacía fuerza para sonreír, y el resultado era una sonrisa ajustada, dura. Él estaba hipnotizado. Entraron al salón corriendo y saltando, esas entradas modernas que hacen ahora los novios. Hubo una explosión de papeles metalizados.  En el vals, que en realidad fue un standard de jazz que estoy segura eligió él, terminaron abrazados y alrededor la gente aplaudía y ella cerró los ojos y se apoyó en el hombro de él y se dejó llevar. Se escapaba de la pista de baile, la cámara la buscaba y ella aparecía en un rincón, siempre en un rincón. Él también la buscaba. La perseguía, la agarraba de la cintura, le hablaba al oído. Ella decía no me gusta bailar, lo sabés, él la arrastraba igual, ella le daba el gusto. La cámara era despiadada. Los seguía por el salón, eran el gato y el ratón y la cámara la policía juzgona. Los espiaba, los ponía en evidencia, ella siempre yéndose. Yo me hacía la que no veía nada e incluso por momentos también cerré los ojos, también corrí la mirada, también adelanté el video.
Cuando me dejó, me dijo: no puedo estar con alguien que no me quiere. No tenía razón, pero sí. Yo lo quería, pero no tanto. Y no podía disimularlo. Había pasado poco más de un año desde aquella charla y no había pasado un día sin que yo pensara que íbamos a terminar juntos. Que en algún momento yo lo iba a querer como él me quería a mi. Que en algún momento, de casualidad, nos íbamos a volver a encontrar. Que ese día iba a ser diferente, perfecto. Pero ahora él estaba ahí, en mi monitor, lejos, pero feliz. Rodeado de un desamor del que todavía no era consciente. Entonces lo edité. Hice lo que pude. Elegí las canciones que le gustan, las melosas pero no tanto. Armé un video más corto que de costumbre: sabía que le aburrían los videos largos. Busqué las sonrisas de ellas, rarezas; y las de él, abundantes. No la mostré escondiéndose, ni diciendo que no, ni sola en el rincón, ni con la mirada esquiva. La mostré bailando, contenta, simulando ser feliz. Porque lo que no está en el video, no sucedió. Al fin y al cabo, para eso me pagan.
texto: Maru Leonhard ilustración: Azul Portillo
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flashearamor-blog · 6 years
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Hay un gesto de tregua después de pelear que aparece con los años de estar en una pareja y es peculiar de cada una, ese. @no_no_rogov_no ‏
Curitas
Siempre pensé que cuando te morís debés sentir algo característico, algo distinto. No creo que sea confundible con otra cosa, Lore. Algo, no tengo idea qué porque todavía no me morí, va a dejar claro que es el final. ‘Apa, está pasando’. Y chau. Lo sabés y se acabó la vuelta. ¿Cómo será? Se me ocurre que algo parecido a cuando todo se te va de control, como un tropezón y perdés referencias, manoteás aire y no sabés de qué lado está qué cosa. El cuerpo sí sabe, y va para abajo, para el único lugar para donde puede ir porque hay leyes, hay reglas, las cosas se caen, no vuelan, y somos cosas. Ya sé, es recurrente. Lo que se va de control se rompe y se muere. Nunca se va de control y pega el Quini, una casa en Malibú (no sé dónde queda Malibú. Estados Unidos, creo. Miami debe ser. O California. No sé. Qué importa, ¿no? ¿A quién le puede importar Malibú?). Y sí, Lore. Recurre esta cuestión, vuelve, llega a la esquina, gira en u, acelera y otra vez me la pega en la frente. Se va de control y se pudre. Así debe ser cuando te morís, cosas raras que le pasan al cuerpo, cosas que nunca sentiste porque el cuerpo nunca se te había apagado (porque el hijo de puta te lo hace a vos). Ojalá sean lindas. Explosiones, no sé. Que se vaya todo a la mierda bien.
Dos o tres veces me corrías el hombro, ¿te acordás? A veces más, pero casi nunca. Un par y después lo dejabas, te lo acariciaba un rato con dos dedos, círculos cada vez más amplios, hasta la tira de tu camiseta de dormir. La enganchaba y la traía, la devolvías al lugar, otra vez yo, otra vez vos, hasta que la dejabas, los círculos más amplios, el cuello, el pelo, los costados de la boca, el pecho, las tetas, otra vez el cuello y listo, besos, ya está. Siempre igual. Años igual. Era lindo.
Ya sé que no te gusta que te pregunte, Lore. Que es estúpido. Lo re sé. Pero igual. ¿Por qué? ¿Por qué carajos? Anda y no anda más. Es así. Pasa siempre y les pasa a todos. Me pregunto si no será que el amor es una cosa que se puede armar una o dos veces y si fallás, después ya se rompe siempre. Algo adentro tuyo se falsea. Ya sabés lo que pasa. Y cuando sabés lo que pasa perdés algo que es necesario, estás tratando de jugar a los palitos chinos sin palitos ni chinos. ¿Y entonces? Entonces probás igual, una y otra y otra vez. Pero después de un par, ya sabés. Y jugás sabiendo que no se gana, que más acá o más allá se rompe todo. Y es lindo jugar, está bien. Pero ya perdiste algo que era importante. Y con cada vez perdés más y más. Y, para mí, cuando perdiste lo suficiente, cuando ya no te da ni para arrancar porque no te creés nada, porque ya no sentís ni una conmoción mínima, porque la montaña de pifies te aplastó, ahí te morís.
Te acaricié el hombro y no lo sacaste. Estabas enojada, quería que lo saques. Pero ni una vez. Entonces no hice un círculo con dos dedos. Te abracé de atrás. Me dijiste que no estabas enojada, que no era eso, que estabas triste, que no sabías, que había cosas que no sé, no escuché más. No sé qué más me dijiste esa noche, Lore. No tengo idea. Porque cuando no corriste el hombro un poco fue eso. Lo sabés y se acabó la vuelta.
texto: Esteban Soler ilustración: Eugendibuja
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flashearamor-blog · 6 years
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Que te caigas al piso en un lugar lleno de gente y en vez de reírse se siente al lado tuyo a hablarte como si nada. @Esmeechi 
Caída libre Sobre las ocho letras de la libertad te sentás y este cuerpo  ya no tiembla.
Mi torpeza triste se aliviana con el abrazo que nace de tu sonrisa entre pestañas de invierno. Con una caricia suave tus dedos de caverna se escurren en mis hoyuelos para borrar la timidez de un alma herida.
Este es el instante en que no temo al cuidado extranjero del amor.
Somos esa planicie de la montaña en donde -cada día- nace una flor violeta, radiante. Ahí no existe la súplica.
texto: Agus Iacoponi ilustración: Jazmin Batisti
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flashearamor-blog · 6 years
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Que te digan "no puedo dejar a una chica enamorada en Baires, te voy a tener que llevar conmigo" @sofiapartu
LA SUSTANCIA DORADA
nadie está armado para vos
no sé por qué me gusta el aire
la verdad está ahí pegada y no la vemos
lo que puede el cuerpo el salvaje
cometa que pasa
nunca se sabe
50 millones de rayos caen a la Tierra en
un año
   mi mente es una favela paradisíaca una
nave aterradora para el limonero real
por los muros de la fábrica del
prado se puede correr y escuchar
cómo se ríen
las criaturas primaverales
los fogonazos que
enciende el peligro y el pudor
semillas de la creación plantadas en millones de personas
  ¿y si nos quedamos elevados en
alguna dimensión sobre esta ciudad?
solo un buen
sueño funciona para aminorar el descenso
con tus manos repasá
las paredes
pero trepate a un árbol y
quedate ahì
te voy a dar un beso
una turba de claveles
  luz aventón del final
todo el mar duerme para vos
me perdono
me perdono
la bandera de la incertidumbre enroscada entre los pies y yo
rompo televisores y
creo: mi destino como una llovizna infinita
santo vos santa yo santo vos
mal
  karma volar
texto: Lupita Rolón ilustración: Silustra
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flashearamor-blog · 6 years
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En navidad nos regalamos exactamente el mismo libro. @sangarufa
¿Por qué será que algunos recuerdos se evaporan apenas soplándolos en el aire, y otros quedan plastificados a uno, tatuados, inyectados, o prendidos a la mente en el minuto cero de lo que pareciera haber sido una lobotomía? Me acuerdo poco y nada de ese 24. Fue la primera y última Navidad juntos. Las luces parpadeaban de balcón en balcón, la noche estaba negrísima y la estrellas estaban tan cerca que parecía que nos querían besar. Me habías dicho que no cocinara, por eso te encargaste del delivery, de comprar un champagne Cristal y de abrir esa botella de vino que dejamos. A lo nuestro sí que no le dimos chance de que mejore con el tiempo. Pero el vino estaba riquísimo. Vos pasaste la tarde releyendo a Oscar Wilde mientras yo había ido a la peluquería a ponerme rubia. “Quiero esa fragilidad de las rubias”, te dije. Y te mandé una foto con los papelitos de las mechas puestas. Vos te reíste y me dijiste que qué linda que estaba. Recuerdo que esa noche estaba melancólica, incluso llegué a preguntarme qué sucedería si alguna vez nos separáramos, si seríamos capaces de enviarnos un mensaje de felicidades después de las doce. También pensé si lo nuestro, que parecía obra del destino, servía o no como historia para mi próximo libro. Con vos no puedo ser objetiva. “Seamos un libro” me habías dicho apenas me conociste. Creo que más que un deseo, fue lectura del futuro. Mientras te escribo lo recuerdo con lujo de detalles. Habíamos puesto una playlist de canciones navideñas que incluían a Johnny Cash y Elvis Presley, que armamos la noche anterior después de tener sexo. Esperamos las cero horas en el balcón y después de ensayar unos pasos, nos besamos bajo los fuegos artificiales. ¿Por qué recuerdo que fue amor? Porque nos regalamos exactamente el mismo libro, El mapa y el territorio de Houllebecq. Y seguramente si las revisáramos a ambas copias tendrían subrayados los mismos fragmentos. Esos en los que nos hallamos y que de algún modo nos pertenecen. No importa cuan cerca o lejos estemos. Mientras estés en mi mente, siempre estás por volver.
texto: Karina Noriega ilustración: Tornado Rodríguez
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flashearamor-blog · 6 years
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Cuando te echan del bar porque están cerrando y al toque te dice "Vamos a otro, ¿no?" @julietahbf
El discurso
Saúl se mira por cuarta vez la uña del pulgar derecho. Toda la vida se las cortó al ras, como le enseñó su abuela, para que la mugre no se asiente entre la carne y la piel dura. La uña está mala, amarilla y dolorida. No hay suciedad pero sí pueden verse las secuelas de un golpe y el color morado apretado como en una cápsula.
Hace frío y los parroquianos del bar se adormecen ante sus vasos de cerveza con las camperas inflables puestas y las bufandas haciéndoles más redondas las cabezas. Cada tanto se escucha alguna risa ahogada entre el siseo de las cartas que se reparten sobre las mesas. También se oyen las puteadas que llegan cuando se canta “flor”. El televisor en la altura transmite un festival de doma en silencio. Hay olor a empanada frita que reconforta. 
Saúl no come porque no tiene ni un peso más hasta que le paguen por el trabajo en el campo. No le gusta pedir fiado. Y Fabio prometió que el fin de semana cobraban después de deslomarse cercando con alambre de púas. Saúl se acomoda en la silla de plástico; prefiere concentrarse en el Fernet que le invitaron y en el aullido de la espuma que se desvanece.
Carlos sale detrás de la cortina de canutillos grasosos y se acoda en la barra. Es enorme y se ve más grande con el delantal blanco manchado con aceite. Mira a sus clientes y se escarba los dientes con la lengua. El rostro se le desfigura cuando mueve la mandíbula. Carraspea la garganta llena de flema para avisar que tiene sueño y que quiere cerrar.
Saúl apura el trago y escucha la voz oscura que sale del vaso. Lo seduce, le abraza los músculos de la garganta, lo excita. El alcohol le promete que la noche todavía está abierta, que no baje la persiana.
texto: Kozodij
ilustración: El Mato
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flashearamor-blog · 6 years
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¿El amor absoluto no tiene algo que ver con que uno use crocs y el otro igual lo ame? @janokis
Un mail en Word
Si pienso no te escribo, Juan. Entonces te escribo y listo. Acá falta un ratito para las tres de la tarde, es martes y hace un frío insulso. Hay viento y llovizna de forma horizontal, como el día que se murió Guerrita. Te cuento qué hora y qué día es porque estoy escribiendo en Word. Me parece tristísimo escribir un mail en Word, porque significa que no sé cuándo voy a tener el coraje de mandarlo, porque tiemblo ante cada palabra, porque abro la posibilidad de editar el texto final, porque la distancia se me va de las manos, porque la incertidumbre. Es algo para tener muy en cuenta: los mails que primero se escriben en Word siempre son una patada en la sien. Qué paja. Cuestión que me pedí el día. Me siento débil, me duele la cabeza, me molesta la garganta. Básicamente: te extraño, Juan. Otra paja, sí, una gran sucesión de pajas: escribirte un mail en Word, decidir si enviarlo o no, extrañarte, no saber si vos me extrañás o si te chupa soberanamente un huevo. Con respecto a esto último, ojo, está lejos de ser un reproche, que te chupe soberanamente un huevo entra dentro de la lógica, además, también es un mecanismo de defensa válido y efectivo. Lo de la efectividad es relativo. A mí nunca me funcionó, pero a vos capaz que sí. Quién sabe. Nadie sabe un carajo, Juan. Lo único que sé es que desde el día que te fuiste de casa me siento un papel glasé. Ayer a la noche lloré un montón, estaba leyendo una novela de Bizzio y de repente me puse a llorar heavy. Me acordé del día que te dije que necesitaba estar sola mientras miraba el parquet. Seca como una almendra, parecía mi abuela eligiendo verduras, una seguridad total. Cuando levanté la vista y vi tu parpadeo, tus ojos sin consuelo, ni siquiera sentí lástima o culpa. Me comí el viaje de ser práctica y me metí en el papel a pleno. Consideré que ser práctica con vos, la persona con la que compartí mi vida durante seis años, era lo más honesto que podía hacer. Lo sigo considerando. De una, al hueso, sin vueltas, sin dejarte abierta ni siquiera la ventana de la cocina por el mambo negro del gas. Nada abierto, nada. Un “se terminó el amor, capo” en la frente. Así, sin más. Y ahora, cuatro meses después, le doy un gran valor a tu gesto. Entre tanta intensidad que nos excede, ese domingo caluroso amortiguaste el dolor, respetaste mi decisión de cuajo, nunca me juzgaste, mantuviste un silencio honradísimo y juntaste tus cosas con una velocidad perfecta, sin espamentos ni poses. Te admiro, Juan. Yo sigo acá, arrastrándome en la ausencia que construí. ¿Está mal? ¿Está bien? ¿Está mal decirte que te extraño? ¿Está bien que me lo guarde? Lo peor es que esas preguntas me las estoy haciendo a mí, con toda la impunidad de mi ombliguismo emocional. No las puedo contestar y me siento una miserable. Tampoco sé si vos podés contestarlas y quizás sentís bronca. Aunque no creo, a vos la bronca te queda fea. No te sale, Juan, tenés un corazón más hondo que la pileta del Sindicato. Y ahora, a cuatro meses de haber dormido conmigo por última vez, te extraño y me duele, y me duele que te duela que te extrañe y que no sepa qué hacer con eso. Pero es así. Te puedo caretear lo que sea, menos las ganas de abrazarte. Ayer, volviendo del laburo, me encontré con tu mamá en el tren. Ni bien la vi me paralicé. Cuando pude reaccionar, intenté hacerme la boluda. Fue imposible. Se acercó y me agarró las manos. Yo sonreía nerviosa, con unas ojeras de otro planeta. Me acarició y me preguntó cuarenta y cinco veces cómo estaba. Le dije que bien, que ahí. La situación no sólo fue incómoda, fue triste. Un combo espantoso. Hablamos de cualquier cosa. En el transporte público no te queda otra que hablar. Hice lo que pude. Me contó lo de Berlín. Es un flash que estés en Alemania. Sos talentosísimo y ningún carita de ario debe sentir el instrumento como vos. Negro y pianista. Suena parecido a negro y peronista. Son giladas que descubro sólo cuando escribo. Ojalá te vaya recontra bien. Estuve una hora googleando a la cantante uruguaya que te llevó de gira. No voy a emitir opinión, Juan. Ojalá te vaya recontra bien en lo musical y en lo profesional. Que aprendas mucho, que ganes experiencia. Fueron muy difíciles esas cuatro estaciones con tu mamá. Ni me dijo ni le pregunté cuándo volvés, si es que volvés. Me bajé antes, le mentí, le inventé que iba a cenar a lo de mi hermano. Antes de bajarme, me dio un abrazo largo y apoyó su cabeza en mi hombro. Eso me recordó al día que enterraste a Guerrita. Tuve ganas de llorar pero aguanté. Fue impresionante ese día, cómo te pusiste el desastre al hombro. Levantaste a Guerrita del pavimento bañada en sangre mientras tu familia gritaba desesperada, la limpiaste, la pusiste en una bolsa, saliste al patio y la enterraste al lado de los malvones. Todo eso en silencio y en menos de una hora. Sos eso. Vivís así. Sos una máquina de brindarte. Nunca para la hinchada, nunca para el aplauso. Te admiro, Juan. Y bueno, acá estoy, acurrucada en la silla, con los dedos que me avanzan de manera automática sobre el teclado y con los ojos rotos sobre el Word que titila. Para colmo, después de almorzar me puse a buscar las zapatillas de correr y encontré tus crocs. Es lo único tuyo que quedó acá. O por lo menos que yo encontré hasta ahora. Me acordé del día que te las compraste. Te dije que parecían ballenitas de juguete cagadas a tiros. Te reíste fuerte. Y me abrazaste. Y nos tiramos en el sillón. Y chapamos. Y cogimos. Fue una de las veces que mejor la pasé con vos. De paso te lo confieso. Fue maravilloso. Fue un sábado. Cogimos toda la siesta, después nos dormimos, nos despertamos cerca de las ocho y pedimos empanadas desde la cama. No sé cómo hacer para ser mejor sin nosotros. A veces tengo terror de no poder ser mejor sin nosotros. Y lo digo en primera del plural porque vos siempre me hablaste en primera del plural. Nosotros. Cada vez que decías nosotros se te prendía un farol en el pecho que iluminaba el pasado, el presente y el futuro, de punta a punta, de orilla o orilla. Y te quiero agradecer, eso también me pasa, que te quiero agradecer. Aprendí tanto de vos, tanto, de lo más mínimo hasta lo descomunal. Incluso, tu ausencia no para de enseñarme. Gracias. Posta. Ahora no queda otra que hacerme cargo. La soledad es un pedazo de glaciar que se derrumba justo en el momento que nadie lo está filmando.
texto: Leandro Gabilondo ilustración: Anna Escobar
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flashearamor-blog · 6 years
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El "noooo" a coro y posible armonía cuando Netflix te frena la reproducción en el tercer capitulo de algo. @fragilejunkie
Ensayo de cómo decirte que te amo
Pará, ¿ya te vas? No, dale, uno más. No, ya sé que es tarde. Sí bueno, pero siempre decís que no estudiaste nada y después te sacas diez. Sos de esa gente que odiaba en la secundaria. No, no te estoy diciendo que te odio, te diría todo lo contrario pero… ¿ves? Revoleaste los ojos. Siempre revoleás los ojos.
Son 42 minutos más, yo te llevo después. Ya sé que no tengo auto, me refiero a que te acompaño en el taxi. No, no me estoy invitando a dormir en tu casa. Es viernes, quizás haga algo. No sé, ir a bailar, qué se yo. No, no voy a ir a ese lugar, ya no voy más. Lo sabrías, te darías cuenta. Te podes hacer cargo si querés, desde que volviste ya no tomo. Estás revoleando los ojos de nuevo.
Si querés vemos uno de esas mierdas que te gustan a vos. No, no te lo voy a permitir, Grey’s Anatomy va por su décimo tercera temporada, avísame cuando alguna de las que te gustan a vos duren tantos años. ¿Y eso que tiene que ver? Ah, si lo ven los pelotudos de Twitter está bueno. Geniales tus parámetros. Cómo me embola toda esa mierda de dragones y magos incogibles. Pará, ¿jugabas a las Magic? Me estás jodiendo. Definitivamente te hubiera odiado en la secundaria. No, pará, vení, no te vayas, es un chiste. Volvé acá. Dale.
Cómo te gusta que te suplique, eh. Si al final te vas a terminar quedando. Siempre te terminas quedando. En realidad, ahora que lo pienso, no, el que siempre se termina quedando soy yo. Me quedo esperando. Me quedo esperando que tengas ganas. ¿Te das cuenta que siempre dependemos de tus ganas? No, en serio, no revolees los ojos. Hablemos. Bueno, andá a estudiar. Dale, sí, tenés razón, es más importante. Cualquier cosa es más importante.
¿No te ibas? No, no estoy enojado. Tenes que estudiar, me parece perfecto. No estoy haciendo caritas. Ah, ¿viste lo molesto que es? Posta, andá. Te abro y aprovecho para salir yo también. No dije eso, ¿qué flasheás? No te tendría que haber dicho que te hagas cargo de eso, lo hago por mí, no por vos. No sos mi acompañante terapéutico ni mi clínica de rehabilitación, forro. No sé qué sos. ¿Vos sabés qué sos? Me parece bárbaro que no te gusten los títulos pero en algunos casos son útiles, ¿sabés? Cuando hablas de mí, si es que lo hacés, ¿qué decís? ¿Mi chico? ¿Mi amigo? ¿Mi chongo? ¿El pelotudo? Dale, andate, huí, es lo que mejor te sale. Estás de espalda y aún así siento como revoleás los ojos.
¿Por qué la cago si la estábamos pasando bien? Vos la estabas pasando bien. Siempre sos vos el que la está pasando bien. ¿No te das cuenta que estamos así hace siete meses y hacemos vida de matrimonio de siete años? Siempre va a ser tu casa o la mía. Siempre va a ser Netflix. Nunca ir a tomar algo, nunca salir a bailar, nunca compartir con tus amigos o los míos porque si lo hiciéramos nos empezarían a preguntar si esto es en serio. “¿Pero cómo? Si están hace mil así”. Nuestros amigos lo volverían real y vos no podés con lo real ahora.
Ya sé que me querés, no digo que no. Vos necesitás más tiempo pero a mí no me queda en stock. Sorry. No, no me hago el superado. Todo lo contrario, ¿sabés lo que va a ser superarte? Pasaron seis años de la primera vez que cortamos y estamos acá, como el primer día. Bah, yo estoy como el primer día. Esto es mi culpa en realidad, no tendría que haber vuelto a pasar. La tendríamos que haber dejado en esa charla donde fingimos madurez. Tendríamos que haber tenido una relación amistosa, no ser amigos. Volvió a pasar lo mismo. Yo me confundo, te cofundo a vos. No lo puedo creer, volví a hacer lo mismo.
No, pará, no es lo mismo. En aquel momento no me daba cuenta y te decía que estaba todo bien, te dejaba hacer lo que quieras, ahora no, este soy yo diciéndote que no está todo bien. Soy un hombre, antes era un pibe y vos ya eras un hombre comportándote como un pibe, sin hacerte cargo de nada. Y seguís igual. Yo cambié, yo me hago cargo: te amo, pelotudo.
Pará, no revoleaste los ojos.
texto: Zabo ilustración: Guaschetti
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flashearamor-blog · 7 years
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Mirar dibujitos desayunando en la cama un sábado a la mañana. @jota_darko 
Cambiar la cama de lugar ¿Sabés qué pasa con esto de escribir sobre el amor? Que no le podés esconder un monstruo bajo la alfombra a la historia. No, no podés. Todo lo contrario. No hay nada para ocultar. Tenés que desarmar el corazón, desplegarlo arriba de la mesa y mostrarlo por partes, ahí, adelante de todos.
Hace un año nos sentamos en el sillón ese verde oscuro que elegimos juntos en esa ciudad inmunda que tanto te gusta. Estábamos apoyados de costado, mirándonos de frente, con el codo en el respaldo y la mano sosteniendo la cabeza. Se nos tocaban las rodillas y yo atiné a entrelazar mis piernas con las tuyas, pero enseguida me arrepentí. Sabía lo que te iba a decir y pensé que no, que mejor dejarlas donde estaban. 
Se me rompió el cosito de amarte, Matías, y me parece que vos no me lo querés arreglar. También me parece que se te rompió a vos el cosito de amarme y no lo querés decir. 
No ibas a decir nada, lo sabía. Las decisiones difíciles siempre las tomé yo. Eso sí que lo decías siempre. Abrías la valija, hacías una pila de remeras, otra de camisas, cuatro jeans distintos y dos pares de zapatillas. Elegime vos, yo no sé qué llevar. Diez años viajando juntos por el mundo y nunca fuiste capaz de armarte la valija solo. El gran dilema es que yo tampoco sabía qué llevar porque no me gustaba nada, pero como algo había que elegir, entonces señalaba, esto sí, esto no, y la verdad era que no me daba cuenta, que pensaba que me gustaba todo, que estaba eligiendo entre lo mejor que había, ¿entendés? Sí, de entre la ropa, sí. 
Ayer te llamé y te dije que había que firmar. Te dije: “Me parece que ya es hora, Mati… pasó un año, hay que firmar”. Te quería decir algo así como “Quiero el divorcio”, haciendo fuerza en la R, arrastrándola un poco,  como en un culebrón colombiano pero no me salía decirte esa palabra. Divorrrrcio. Cuando me contestaste que no podías, reconozco que me sorprendí. -¿Cómo que no podés? ¿Querés volver? -No, tampoco. -Entonces firmemos de una vez -Sí, tenés razón, gracias por tomar siempre las decisiones más difíciles. #unaremeraquediga El duelo del amor eterno sólo se sufre una vez en la vida o, si sos un negador, no lo sufrís jamás. Suele ser ese el mismo porcentaje que separa a la población entre los que se preguntan qué quieren realmente en la vida y se proponen lograrlo, y los que viven por inercia, así, sin más. A mí, lo del amor eterno, me duró diez años. Una edad clave, según mi analista, desde los 20 hasta los 30. “Son diez años de entrenamiento para un samurai, vos ahora podés hacer lo que quieras, tenés la experiencia de una señora de 60 en un cuerpo de 30”. Siempre me dijeron que tengo un aire a Uma Thurman y sí, creo que el amarillo me sienta genial. Diez años adormecida, creyendo que nunca más ibas a usar el filo de la katana más que para cortar verdura cuando de repente te encontrás con una realidad ensangrentada de la que tenés que escapar porque eso de que el amor lo puede todo es mentira y que coger una vez al mes no es nada normal.
Pará, sigue. Una madrugada te lavantás de la cama, desorientada. La noche anterior se te ocurrió moverla de lugar porque pensaste que estaba bueno cambiar –porque qué se yo, te dieron ganas- y entonces te tropezás con unas zapatillas suyas mal guardadas y te rompés el labio de un mordisco cuando te das la cara contra el suelo. Y ahí, mientras te limpiás la sangre mirándote en el espejo del baño, te das cuenta que amás más a la gata que te está mirando sentadita en la tapa del inodoro que al pibe con quien compartís anillo y que sigue roncando en la habitación. –Hay que firmar acá y acá – dijo la abogada que es amiga nuestra, bah, ahora, amiga tuya, porque en la repartija siempre salí perdiendo yo. –Seguís teniendo una firma de mierda – te dije y sonreí mientras dibujaba la mía sin mirar el papel, mientras te miraba fijo, mostrándote cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, cómo te estaba entregando mi corazón desarmado, desplegado arriba de esa mesa, por partes, ahí, adelante de todos. 
texto: Gabi Valenti video: Mariana Horno
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flashearamor-blog · 7 years
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Encontré amor en regalos pensados. Sin razón, simplemente "Lo busqué por todos lados porque sabía que te iba a gustar". @ungatolupa 
Hombritos y el Perro
Aunque esto que les voy a contar pasó hace mucho, quedan pedazos tan nítidos en esa especie de cuarta dimensión que es la memoria, que solo puedo decirlos en presente. Se llama Esteban y está loco, pero no como las cabras. Está loco de tristeza. No sé si él lo sabe. Yo necesité mucho dolor para entenderlo.
Mis compañeros de trabajo se encargaron rápidamente en darme una opinión sobre él. “Ojo con ese, es un Don Juan”, decían algunos. “Es loco, pero en el fondo es buen tipo”, comentaban otros buscando un término más solemne. Es muy difícil sacar una conclusión de una persona con la que solo intercambiás los protocolares buen día, hasta mañana. Y a pesar de verlo a través de este caleidoscopio de realidad fragmentada, nunca me importó demasiado lo que pensaban los demás. Me gustaba saludarlo porque tenía una voz, un modo de hablar narcotizante. Decía qué hacés, cómo estás, pronunciando las palabras pero a la vez quedándoselas. Este loco, amado y odiado en partes iguales, fue la primera persona en sentarse y dedicarme media hora a eso que le decimos “enseñar”. Me transmitió el oficio de un redactor, pero sobre todo: el oficio de aprender. Miraba los titulares con ojo clínico, tachaba, agregaba palabras, reemplaza otras. Me decía “Ves, así. Un adjetivo describe lo que un verbo te hace imaginar mucho más rápido”. Supongo que lo sabía porque él era un poco un verbo. Con Esteban siempre pasaba algo.
Mails, mensajes, llamados a la madrugada, la primera cita en La Más Querida, una pizza, dos birras. Besos. En pasillos, en autos, en camas, en veredas, en plazas. Besos y abrazos, pero uno, quizás, el más perfecto. El día que me regaló su libro y firmó: 
Para vos, Mercedes. Porque sí, porque no. Vaya uno a saber por qué.
Me acuerdo de él contándome como quien habla del pronóstico del tiempo, que su mamá lo había dejado cuando tenía tres años. A esa noche la tengo incrustada en el medio de la memoria. Dijo, mostrándome una inmensa cicatriz invisible, “mi mamá me armó un bolso con todas mis cosas y me dejó en la puerta del edificio hasta que alguien me vino a buscar”. Y siguió hablando. Siguió hablando como si nada.
Como si nada, creció todo. El tiempo se acumuló como sus palabras. Como ese poema suyo que decía:
El tiempo es difícil de calcular sin un reloj. Tiempo. Lo que todo necesita para crecer. Desde una planta, hasta el amor o el odio
Me decía Hombritos, porque camino altiva, orgullosa, meciendo los hombros en cada paso. Le decía Perro, porque se dormía en cualquier lado y me pedía que le rasque las patas o las manos. Era un perro, pero no cualquiera. Para mí él era un Boyero de Berna. Son perros compañeros, sensibles, que necesitan cariño como un nene chiquito, “y además son peludos, como vos”, le dije una de esas tantas veces almorzando en La Petanque, mientras él garabateaba en una servilleta un bichito medio bizco -por mi ojo con estrabismo- y lo titulaba “Hombritos casi contemplativo”.
Hicimos tiempo y de alguna forma, ese tiempo nos volvió a inventar. Creo que él quería con todo su corazón ser el hombre del que yo estaba tan enamorada. Pensó, como deben pensar tantos hombres, que convivir lo cambiaba. Borraba los vicios, emprolijaba las mañas.
De repente nuestros pasados pesaban menos, les cambiaba el signo. Para mí, ese es el gesto más increíble que tiene amar. No es el otro el que te cura, es lo que pasa entre los dos. Es la cotidianidad más intrascendente que nace cualquier día a cualquier hora. Como Esteban, diciéndome “mirá si nos casamos, Hombritos”, mientras lavaba los platos. “Si nos casamos, ¿podés entrar con Vuelta por el universo sonando a todo lo que da?” Era él sirviéndose del detergente como micrófono cantando: Hoy que estás espléndida, y que todo lo iluminas, demos un paseo. Era yo, que antes de llegar al estribillo ya pensaba en hijos y problemas y futuro. No eran zapatos o cenas en lugares caros. Era él saliendo de la ducha envuelto en un toallón que se sacaba rápido para hacerme el helicóptero antes de que yo pudiese pedírselo. Sólo porque sabía que me iba a reír. Con la misma sonrisa que se me escapa cada vez que lo cuento. No era ninguna concatenación de palabras huecas. Era él preparándome la bañera, sentándose en el piso del baño para charlar, a veces solo a mirarme en silencio. No eran nuestras similitudes, eran las diferencias. Como cuando se levantaba a las seis de la mañana haciendo chistes y yo no podía evitar reírme, con lo que odio que me despierten, pero él me hacía reír tanto que ya me desvelaba de una forma que no se puede explicar en palabras.
Pasaron viajes, A nos Amours, bailes en el living, Lanús, Moreno. Y después lo otro. Las desapariciones fugaces en el medio de la noche. Un teléfono que suena y suena. Su humor arriba de un subibajas.
Eran las seis de la tarde de un miércoles. Había salido antes del trabajo así que pasé por la florería de Lacroze y le compré un ramo de jazmines. Le gustaban casi tanto como a mí ser la que regalara flores. Lo veo, todavía, acostado en el sillón, tumbado frente a la tele encendida. Estaba petrificado como un muerto, con más de una botella vacía. Siento mi mano latiendo contra el celofán. En la suya un pañuelo con sangre, y en mi mente todas las piezas se unían. El hueco que dejaba en la cama a mitad de la noche, era tan profundo como todo lo que escondía. Las piezas, que siempre habían estado tan a la vista y yo no las quise mirar, caían perfectas. Encajaban tal como lo estás pensando ahora. Aunque en la habitación estaba la tele encendida, un silencio espeso atravesaba todo. Nuestra vida, igual que su disco duro, tenía una carpeta encriptada. Mientras llenaba el florero de agua, vi el rompecabezas. Fui al vestidor y en el primer cajón que abrí estaba. Como si hubiese sabido desde el primer momento dónde la escondía, a quién se la compraba, cuánto tomaba.
Lo peor no fue escuchar a los pocos días de eso, de la boca de ella sí, “yo estoy con él hace meses”. Ni tener la certidumbre tácita de que siempre iba a haber una y otra y otra mujer. Lo peor pasó esa tarde, en ese vestidor, sintiendo que a dentro de ese cajón, en lugar de una bolsa con un polvo blanco había un revólver.  
Una, dos, tres, no sé cuántas veces hice las valijas. Basta, no puedo más, me voy. Y él pidiéndome que por favor no, que voy a cambiar. En el fondo -y no tanto- yo sabía que no iba a cambiar. No podía cambiar. Pero elegí quedarme igual.
Antes de conocerlo pensaba que el amor era una fórmula perfecta. Un único camino. Pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro. El amor, creo, es eso que les pasa a las personas que no saben nada de amor. Que prolijamente, evitan llegar al corazón del alcaucil. Y sabés, Esteban, por eso me quedé. Por eso me acosté con vos a vernos partir de a poco. Sólo con el tiempo entendí que si me quedaba más, todo eso que amaba de nosotros se iba a transformar en una copia descolorida. Ya no iban a repetirse los stand ups a las seis de la mañana, las charlas en el baño, La Petanque, los mínimos rituales.
Supongo que el amor es eterno mientras persista al menos un recuerdo de esos que ni el Alzheimer puede borrar. A veces pienso en todos los que tengo al lado tuyo. A veces nos extraño. Entonces me acuerdo de ese poema de tu libro que decía:
Nada sirve aunque nunca encuentres otra persona con la que logres dormir tan cómodo ni reír tan cómodo ni pelear tan cómodo.
Eso, eso fue. Y está buena la magia pero ya se fue.
Para vos, Esteban. Porque sí, porque no, vaya uno a saber por qué.
texto: Mercedes Romero video: Magalí Huarte
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Que cuando están comiendo afuera y llega el pan con manteca, te unte primero uno a vos sin preguntarte y después el de él. @chapelca
Frío
MARIANO
Cuatro años de luces de colores y, en este último tiempo, todo está tornando gris. No se puede predecir el momento justo de la explosión donde algo con belleza armónica se transforma en una odiosa deformidad. De años y costumbres se arma una relación. La mía, ahora, está llegando a ese punto donde el hábito, los años, la rutina, los desvaríos y las acusaciones derivan en la no predicción del estallido. Preguntas hay varias pero la amplitud y ambigüedad del tema las dejan inconclusas. Hoy es, supuestamente, una de las tantas conmemoraciones de nuestro aniversario. Siento que estamos donando ganas que podríamos aprovecharlas por separado. Las luces dicroicas le exaltan los pómulos que solía apreciar pero hoy los encuentro resbalosos y con grasitud. El condicionamiento que ejercen sus manos al untar manteca en las tostadas, sin que se lo haya pedido, me está empezando a irritar. El mirar hacia la nada, en lugar de mis ojos, como le gustaba hacerlo, se transforma en un aporte más a la monotonía. —Está rico el pan, ¿viste? —dice mientras señala con la mirada esa tostada que untó para mí. —Después pruebo, no tengo muchas ganas de llenarme con pan, prefiero comer. —Bueno pero es una tostadita, no te vas a llenar con eso —insiste. —Bueno, pero no quiero, comela vos —escapo. —Dale, fijate, es saborizado como los panes que te gustan a vos. —¿Qué sabor tiene? —Fijate. Sostiene la tostada entre sus dedos índice y pulgar, abre la boca y al tiempo que me apunta dice "Aaaa". Gestos. De eso se construye la rutina, gestos sin sentido con la falsa amabilidad dictada por la idiosincrasia. "¿Querés?", aunque no quieran convidarte. "¿Cómo está tu mamá?", aunque no le importe. "Voy al kiosco, ¿te traigo algo?", aunque nunca esperen un sí como respuesta. Gestos que te hacen ver como educado aunque no lo seas. Abro la boca y mastico, sin ganas, el bocadillo. —¿Y? —¿Qué? —¿Está rico? —Ajam. —¿Viste? Yo te dije. Tener la razón porque sí. Otra forma de hacerse detestable. Ahora falta una discusión con el mozo y ya puedo saber cómo termina todo. —Chicos, ¿ya eligieron? —Sí —dice ella. Y el monólogo futurista de entrada-plato principal-postre sale de sus adentros. ¿Lo hace para delimitar el campo de juego o para darle tiempo al cocinero de ir a comprar lo que falta? Jamás lo sabré pero me limito a asentir al unísono con el mozo mientras veo de fondo como la televisión repite una goleada del Arsenal ante un aburrido Everton. No comprendo todavía cómo existen matrimonios que celebran bodas de plata.
ESTEBAN
El frío es filoso. El que se siente en la temperatura y también el del corazón. Ambos causan la sensación de estar cortando y soy el tipo de persona que le cuesta soportarlos. Lentamente me acostumbro a la nueva vida, pero se torna difícil la supervivencia en una ciudad así. Noches enteras sin sueño adecuado, añorando mi pasado y envidiando el presente de otros. Todavía me acuerdo de aquella familia. Hoy, en cambio, siento cómo el frío mármol, sobre el que estoy sentado, corta mis piernas, pero no me importa porque tengo la fortuna de pasar horas mirando a la gente tras el ventanal del bar. Interpretar sus gestos, aunque no los escuche, se transforma en mi trabajo. Armar historias sobre desconocidos para sentirlos más cerca es lo que mejor me sale. Al menos eso dijo José cuando se llevó la manta que le había prestado.
¿Disculpe seniorita, sin ofender, tiene una moneda pa comer?
Es la ignorancia en la que estamos sumidos la que nos permite tener memoria selectiva. Es la forma en que destruimos la compasión lo que nos hace seguir viviendo. Nadie tiene la culpa y todos tienen la culpa. Sin embargo me gusta imaginar qué piensan, qué dicen, cómo viven, qué hacen un sábado a la tarde, dónde se cortan el pelo, si ese esmalte es nuevo, si la corbata fue regalo de un aniversario, en qué gastan sus ahorros y de qué color son las fundas de su almohada. Ahí estoy yo y ahí estamos todos, en los gestos que nada significan pero mucho contienen.
¿Disculpe cabashero una monedita pa comer?
Ella es bonita y él también lo es. De revista e ideales en sociedad. ¿Serán novios? ¿Marido y mujer? ¿Amantes? ¿Amigos? Ella acaba de untarle manteca en una tostada y se la da en la boca. Ese gesto no es de amigos. Es amor. El tipo de amor que extraño y necesito.  El sentimiento que te da el calor del abrazo y la humedad del beso. La necesidad de olerle el cuello y apretar tu mano en su espalda. El de rozarle el lunar con la yema de los dedos y hacerle saber cómo te late el corazón cuando está con vos. La sensación de querer llevarte el mundo por delante cuando te agarra de la mano. La caricia en la mejilla cuando apenas te despierta. Del amor a la calidez hay un conjunto de gestos que adorna el día a día.
Seniora, ¿tiene una monedita? Gracias que dios la bendiga.
Hace días que no sé nada de José. Prometió que iba a devolverme la manta.
Muchacho, ¿una monedita?
El mozo sonríe y se acerca. Ella gesticula mucho. Parece que le gusta hacerse entender por todos los medios. El corte carré acompaña el movimiento de brazos y devela aritos de perla que brillan al igual que la tersura de sus pómulos. Tiene brazos finos y dedos engalanados por anillos. Lo rosado de sus labios me da indicio de una experta en el arte del besar. Las piernas cruzadas y en parsimoniosa caída señalan al ser amado. Pienso que su voz podría servir de rescate en mi asquerosa realidad.
¿Disculpemé senior, tendría un pesito?
La cena se torna un momento parco pero, aún así, se nota el disfrute en los ojos de ella. ¿Qué harán después de comer? Seguro disfrutarán una película en el cine o acompañarán la delicia del vivir con unos tragos. Él le propondrá matrimonio y ella aceptará. Ambos se merecen.
¿Una monedita, por favor?
El frío se me hace insoportable y los veo hablando mientras se miran, serios, a los ojos. Ella tiene los brazos cruzados y la espalda posada de manera perezosa sobre el respaldo. Él, los codos apoyados en la mesa, al costado del plato vacío. Sus manos realizan pequeños movimientos oscilatorios. El reloj pulsera se le cae de a ratos sobre el antebrazo y lo vuelve a colocar sobre la muñeca.
¿Disculpe no me daría una monedita? Chagracia.
Sobre la mesa está la comida que sobró, envuelta en una bolsa. Mientras tanto él busca algo dentro del saco. ¿Será el anillo? Espero que se venga la proposición, como en las películas. Aunque ella siga de brazos cruzados mientras mira el televisor. Los veo juntar todo y salir por separado. Él primero con unas llaves en la mano y luego ella con la bolsa de las sobras. No muestra más la encantadora sonrisa de hace unos minutos. Aprieta los brazos por delante del cuerpo. Tiene frío, como yo. Él camina delante, con la mirada en alto y acercándose a un auto. Ella va detrás, con pasos lentos, lágrimas caen de sus ojos y llegan al borde de los labios. Me observa y cambia su rumbo. Viene hacia acá.
—Muchas gracias seniorita. Dios la bendiga.
Me regala la comida que sobra y sigue rumbo al auto. Ya no tengo tanto frío.
texto: Gastón Solís video: DIBE
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flashearamor-blog · 7 years
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Dejar pasar el bondi aunque esté vacío y esperar el próximo que seguro viene lleno para quedarte con esa persona un rato más. @indiadecuba
Para Beto sin pensar
En verdad no le di mucha vuelta, Beto. Un poco quizás, y no sabría cómo medir bien cuánto. Pasa que si lo pienso mucho después no paso a la acción y Noemí me dijo que cuando pienso mucho me protejo y me olvido de sentir y que me tengo que quedar con lo verdadero. Lo verdadero seríamos nosotros Beto, nosotros y nuestros momentos, nuestros momentitos, nuestro todo.
Entonces no lo pienso, lo siento, vengo y te lo transmito: yo venía muy dispersa antes de conocerte, como un celular estampado en el piso con todas las partes sueltas, como que antes yo hacía medio triki triki por acá, triki triki por ahí y bueno algo de esto, de esta actividad de vernos con regularidad, como que me organizó, me puso más línea recta decidida. Ahora sé a dónde voy, sé a qué hora te encuentro, sé que hay un momento para ir a comer, otro para ir al cine, ya sé cuándo voy a dormir en mi casa, cuándo en la tuya… Se me armó un esquema como quien dice, todo ahora es como si tuviera un esqueleto donde voy situando mi carne, ¿ubicás? Así, taca taca, el amor me concentró de una manera que hacía fácil, dos, tres, no sé, cinco años no se me encausaba. Y no lo digo solo yo, Noemí también me lo hizo notar, igual para ella tenemos que seguir trabajando, y yo no sé cuanto más voy a poder evolucionar con mi emocionalidad, cada sesión es mucha energía, una clase de spinning casi. Me dice que no estoy lista para ponerle títulos a las cosas porque cuando les pongo títulos las enfrasco y enfrascar me pone reglas y si algo se sale de ahí, entonces no lo percibo. Como si te dijera que somos una mermelada de ciruelas. No, ciruelas no, duraznos. Bueno, ponele que consensuamos eso. “Somos una mermelada de duraznos” y capaz que a vos un día te sale ponerte más como una mostaza y como nosotros quedamos en ser duraznos, yo no voy a querer mostaza y no te voy a poder percibir y en vez de bancarme la pelusa te voy a anular o te voy a querer transformar en algo que no sos. Es tan genial Noemí, me lee al voleo. Y es re lindo todo esto que estamos haciendo, pero yo no sé bien qué es lo que te gusta de mí. A mí no me parece que yo sea tan única y genial como me estás diciendo que soy. ¿Viste esa vez que nos quedamos a dormir en lo de tu mamá y tuvimos que hacerlo medio en mute porque estaban todos ahí en el living esperando el parte médico de tu abuela? Bueno, esa vez vos me dijiste que te encantaba cómo yo te comprendía las ideas, que te encantaba ver cómo yo me quedaba pensando para adentro y en vez de reaccionar y decir algo porque sí, te comprendía la idea. Claro, bueno, a mi me pareció tierno el concepto, tu mirada, tu intención, pero cuando yo me callo no sé si es porque te comprendo realmente. 
Para mí es difícil, todo es difícil. Y cuando algo me parece difícil, como que me sale poner cara de comprensión, lo sé porque me lo dijeron en clases, yo no me doy cuenta, traté de mirarme al espejo pero no la veo, y capaz algo de esa cara, mi cara, se te mezcló a vos, porque vos empezás diciendo una cosa, después es otra y no sé si es literal o si es una metáfora, usás mucho la metáfora Beto y esa imagen de abrir mundo, decís “Hablar me abre mundo, me abre mundo” y a mí se me viene un globo terráqueo partido al medio y ahí me trabo, me empasto, yo necesito todo más concreto, mas pim pum pam , taca taca, quiero esto, azul, verde, auto, casa, chimenea, asado, domingo, fútbol, casamiento, parto. Dejame leer un poco más para entenderte, dos, tres libros más, una sesión con Noemí y te respondo, pero así al toque no tengo recursos, me cuesta y me sale mutearme, solo me sale eh, como si mi cuerpo lo manejara otro y me pone pausa, así. Y siento que tenía que sincerarme en esta, porque yo me siento muy feliz, tan, tan feliz, que se me sale el corazón, el pezón se me fue más para adelante y todo, ¿ves? Estoy tan feliz que es como que me tiemblan músculos que no sabía que tenía en el cuerpo, tan feliz que abro más la boca, me veo más los dientes, largo temas, Tengo tanta sed de ti que me cuesta respirar, ese me sé, lo habré escuchando una, dos veces, esperarte es mi delirio, te amo más y más. Están lloviendo estrellas en nuestra habitación. Es tan metódica esa imagen que me abruma, me parece una papa frita pero me sale, me sale cantarla y sentirla, cierro los ojos, frunzo el ceño, me pongo un puño en el pecho. Si me preguntabas de acá, un año para atrás, yo no pensaba que fuese a ser tan cliché, pero sí. ¿Ves? No soy especial, ni única, te digo que hasta me podrías perder en un shopping, o antes, en la vereda de Pringles y Sarmiento ahí nomás, hasta en un baño público, en un ascensor me perdés Beto, en un ascensor roto. Igual sé que me encontrarías porque vos sos así, fumás abajo del agua, podés ver aunque no estés mirando. Yo no sé qué me viste pero sé que mejoré mucho, creo que avancé cinco años en estos meses que estuvimos juntos. Y yo no sé si te veo mejor que cuando nos conocimos Beto. A mí, estar enamorada, me aleja de la gente. Todas mis amigas están solteras, no tengo tema de conversación cuando nos juntamos, me hablan de Tinder y yo ni idea, me quedo callada, miro el celular, les cuento alguna receta que nos preparó tu mamá el fin de semana y ya me da culpa, me anestesio la boca antes de ir porque se me sale la sonrisa sino. Yo antes con ellas tenía la sensación de unión, éramos un grupo y ahora me desencajé, no sé bien a qué grupo pertenezco, porque los enamorados no tienen grupo, ¿O sí? ¿Tienen? Yo los veo que se juntan en duplas y ya está, se acabó, es muy duplista el enamorarse. No sé, no sé cuánto me sirve esto de estar enamorada porque en la obra… ¿viste?, en la obra tengo que actuar de deprimida y no me sale, te juro que lo intento y no me sale. El director me dice que no, que no lo intente que me va salir solo cuando le saque el deseo, “No tenés que hacerlo sino serlo” me dice. Okay, le confío pero me pongo ansiosa, porque hay otro actor, un señor de 60, el Tito, que me dice que él tiene una técnica para deprimirse y pensé que necesito algo así, yo puedo entregarme a actuar pero necesito estrategias, una sola al menos, como jugar a las escondidas, para  ser la escondida tengo pasos: esconderme lejos, espiar la piedra, acercarme lento, ver cuándo es que no hay nadie cerca y correr a librarme. No es solo entrega, es un miti miti, y el Tito hace esa, lleva un tupper al camarín, se manda a comer arroz blanco frío antes de la función, al toque se le eriza la piel, se le encorva la espalda y se pone pálido pálido, es como que la mirada se le petrifica, la voz le sale como una lechuga deshidratada, es perfecto. Le dije que me parecía perfecto y me contó que él cuando era estudiante iba a Abogacía por la mañana y a la noche a clases de teatro, pero a escondidas de su familia. Cuando lo descubrieron se tuvo que ir de su casa a una habitación en Once que se pagaba con un trabajo de ocho horas en un negocio de cremas en el centro. En todo ese período cenaba arroz blanco frío, “¡Imaginate!” me decía. Su papá no le hablaba y veía a su mamá y a su hermano muy de vez en cuando. Al tiempo empezó a trabajar en una obra, el día del estreno fue a su casa a invitar a su familia, les dejó una carta, tocó el timbre y salió corriendo. Estuvo cuatro fines de semana esperando que fueran a verlo, los espiaba desde el escenario pero nunca los encontraba. Hasta que a la salida de una función le llegó una carta que decía: “Te admiro, sé que mamá y papá también, te lo digo porque se los vi en la mirada” la firmaba su hermano, que también tenía aspiraciones artísticas, quería tocar el piano pero aún no había dado el paso, o los pasos. La cosa es que el padre empezó a ir a verlo en secreto, iba función de por medio, la obra duró medio año en un teatro de Corrientes y Ayacucho, pero el padre tuvo un infarto en el medio y ahí fue cuando el Tito se enteró que había ido a verlo tanto, se lo contó su hermano también, que lo seguía al salir de la casa y lo veía entrar al teatro. Entonces ahora él se manda el arroz blanco frío y se come ese viaje, esa tragedia, su cuerpo lo recuerda, la novela está en su piel. Necesito eso en mi vida Beto, no puedo ser normal, común, necesito un extremo u otro, tragedia, comedia, algo. Dame novela, Beto, novela. Abandoname ya, ahora, así, abrupto, dame un abrazo y andate, vete, dejame por otra, por dos a la vez, por mi hermana, eso, andate con mi hermana, escápense juntos, está la casita de Moreno libre, te doy mi llave, váyanse un finde ahí, decime que no me amás más, que fue todo una mentira. ¿Sabés como lloro con eso? Me desangro, se me desgarra la córnea, quedo echa una ampolla, una sardina quedo. Se me ocurrió también que podemos probar con algo más convencional, decime que me amás, sí, y que descubriste la felicidad máxima conmigo pero sentís que me merezco algo mejor y te vas. Me abrazás y te vas, sí, sí, está bien el abrazo, porque para abrazar no hace falta que yo lo responda, vos podes usar tus brazos y ya está, se forma el abrazo. Un abrazo fuerte tiene que ser el tuyo, yo no voy a levantar nada, me quedo fija. Actuemos eso, probémoslo, es peor cuando abandonás a alguien porque “está todo bien”. 
Abandoname Beto, sí, ahí me deprimo, respiro depresión, duermo depresión, amanezco depresión, me hundo Beto, no me toques, me hundo sola, camino sola, camino deprimida, tomo el colectivo deprimida, se me tiñe la mirada de tristeza, llego al ensayo sumergida en esa y actúo directo. ¡Trá! ¡Ya está! Abandoname porque te juro que ahora no me sale actuar bien, mirá que intento y dejo de intentar, pero me consume muchísimo más tiempo, todos los demás ya están sumergidos en la emoción y yo ahí con la sonrisa clavada cantando llueven estrellas, llueven, llueven, no, no me sirve, yo tengo que estar desgarbada, pálida. “Probá bajando de peso” me dijo el director, dos, tres kilos nomás, y eso me da más ansiedad, no puedo parar de comer palta, la palta me infla los cachetes, parezco sana, sana y feliz parezco. También me dijeron que corte con lo del Vick Vaporub para llorar, que es peligroso, que me puede afectar a la vista. Ciega y enamorada me voy a quedar, no me sirve, necesito actuar la obra, de última puedo quedarme con todo el amor que siento por vos, con vos, los dos, pero para mí misma, para escribirlo en poemas, hacerte canciones. Porque, digo ¿De qué me sirve amarte y que lo sepas? ¿De qué sirve nuestro amor si queda entre nosotros dos? Necesitamos testigos, yo quiero a los testigos, si no hay nadie más que vos y yo, queda finito, se extingue y ¿Qué? ¿Qué hacemos? ¿Vos sabés? Yo no sé. Prefiero amarte y que te vayas, así te denuncio y les digo a todos lo mucho muy buena que sería amándote, prefiero eso, compartirlo, multiplicarlo a que quede en nuestra hermosa correspondida y sana relación amorosa de pareja. No, no. No entiendo Beto. No entiendo para qué nos encontramos, no entiendo para qué me hablaste, no entiendo ni para qué dejaste pasar los colectivos vacíos la noche que salimos del recital de El Mató, no entiendo cómo fuiste ese miércoles helado al recital sabiendo que el jueves tenías que estar para la Visa a las siete y media de la mañana, no entiendo para qué te hiciste el que te gustaba El Mató, ni cómo te aprendiste las canciones en una semana. No sé como hiciste para saber que mi álbum favorito era la Dinastía Scorpio, ni cómo me encontraste por Facebook sabiendo sólo mi nombre. No entiendo cómo la verdulera te dio mi nombre, no entiendo qué hacías vos en esa verdulería, que queda como a 50 cuadras de tu casa, ahí atrás mío en la fila comprando paltas cuando sabemos que odiás la palta Beto, vos odiás todas las verduras verdes. No entiendo si está bueno esto, que te advierta las cosas, tampoco sé qué es lo que podría pasar, ni tampoco sé cómo saberlo, tampoco sé cómo resolver saberlo, ni tampoco sé si sabiéndolo y todo podría hacer algo con mejor aporte. Es eso, no sé si puedo aportarte algo a lo que venís proponiendo, por eso es mejor si me voy, para llorar un poco el sábado sin ayuda de la pastita mentolada. Actuemos nuestra separación Beto. Si nos va bien quizás nos vamos de gira con la obra, entonces no sería una separación definitiva, es un tiempo que te pido, es un tiempo que te propongo, es un perímetro espacial y temporal que trazo hoy desde mí hacia vos, yo necesito este tiempo, nos va a hacer bien extrañarnos, sos hermoso, lo más lindo que me pasó en la vida, todo lo que imaginé de un amor, eso sos vos Beto, y más, mucho más. Gracias, gracias por alentarme sin adularme, gracias por el helado cuando se me paspó la encía, gracias por seguirle la corriente a mi papá con sus monólogos de budismo, gracias por acercarte, sos la definición de la alegría, del optimismo sostenido, sos la fragancia de las ganas de vivir, imaginarte es todo lo que ahora, por lo menos un mes, o dos, necesito lejos. 
texto: Jazmín Carballo video: Nahuel Ugazio
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flashearamor-blog · 8 years
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Esperar al otro para ver capítulos de una serie que arrancaron juntos. @mararomero_ 
Si no me esperás
Martín se preparó un té, como todas las tardes. En realidad no como todas las tardes, pero los hechos que acontecieron luego fueron tanto más relevantes que realmente no importa si fue un té, un café, o un mate.
La esperaba a Flor, ansioso. Habían quedado en que ella salía del trabajo y compraba un vino, y que él bajaba, apenas llegaba, el capítulo de Game Of Thrones. La temporada había arrancado el día anterior, y él tuvo que resistirse varias veces a verlo. "Si no me esperás es porque no me querés", le decía ella, que realmente no creía en eso pero lo conocía muy bien.
Con el capítulo minimizado para no tener que perder demasiado tiempo cuando ella llegara, Martín le daba golpecitos al escritorio mientras pensaba en cómo Flor iba a tener atado el pelo, y en qué iba a tener puesto, y a qué iba a oler. Porque claro, si se había puesto la colonia con olor a lavanda que se había comprado por setenta pesos en Farmacity, era una cosa. Pero sí de casualidad había usado el perfume importado que le había dado su mamá en navidad, ese que solo usaba para las ocasiones importantes, era otra. Le daba golpecitos al escritorio, sin poder hacer más que pensar en ella. Ansioso. Como todas las tardes.
Esa mañana Flor había tenido una entrevista en un lugar que no la entusiasmaba demasiado, pero como pagaban bien se había puesto el importado. Para las dos de la tarde cualquier rastro de perfume se había desvanecido, así que para el caso daba igual si se ponía la colonia con olor a lavanda de Farmacity. Pero de nuevo, los hechos que sucedieron después fueron mucho más importantes que el olor de la bufanda de Flor.
Martín miró el reloj a las ocho menos cuarto. Ella generalmente llegaba y media, y los veintisiete minutos que llevaba sin conexión en WhatsApp no cooperaban mucho con el estado de ansiedad que manejaba en ese momento.
Gago, el perro que antes era de ella pero ahora era de los dos, corría de una punta a la otra del departamento. Nunca hacía eso Gago.
Martín empezó a ponerse más y más inquieto. Casi que histérico. Se hizo otro té. Miró el celular. Treinta y cuatro minutos sin conexión.
Un ladrido agudo salió del hocico de Gago, al mismo tiempo en que su celular empezó a sonar.
Nunca supo por qué la mano le temblaba tanto al atender.
Del otro lado, la mamá de Flor, a la que solo había visto dos o tres veces, lloraba y gritaba palabras que no se entendían. Un accidente, decía.
Cuando Martín finalmente llegó al hospital, Flor ya no respiraba. No tenía puesto el jean clarito que él había imaginado, pero a quién le importaba.
Algunos días pasaron hasta que Martín volvió a su casa. Algunos días para la mayoría de la gente. Para él, una nube de recuerdos oscuros, bien podrían haber sido minutos, o años.
Se sintieron como años.
La computadora seguía prendida. Movió el mouse, y el capítulo de Game Of Thrones le recordó que ya no tenía que esperarla más. Lo que no sabía es cómo iba a hacer para dejar de quererla.
Lo borró.
Quizás porque había pasado algunos días fuera de su casa, o quizás lo imaginaba, pero el olor a lavanda invadía toda la casa.
texto: Lía Copello
video: Tomi Azzola
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flashearamor-blog · 8 years
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Cuando te parece que es el mejor compañero imaginable para todo. Desde la cola de Rapipago hasta tener un pibe. @pauchinpum
Los dos
Cuando no estoy con vos, armo una lista mental de todas las cosas que te voy a decir cuando te vea. Tengo 3 videos para mostrarte y 2 series que quiero que empecemos juntos. Te quiero preguntar si no te molesta la gente que se cambia todo el tiempo de asiento en el bondi, porque a mí me molesta bastante, y si también pensás que todos somos un poco más lindos en invierno.
Supe que me gustabas de verdad el día que te imaginé en cada escena de mi vida y encajabas tan perfecto como si el guión hubiera sido escrito para vos. Te imaginé haciéndome reír cuando estoy a punto de llorar, nos imaginé a los dos conociendo una ciudad nueva juntos. No importa a dónde vamos, importa que voy con vos.
Quiero que me enseñes nuevos gustos de helado y encontrarme un día en el supermercado comprando los postrecitos que comés vos. Quiero que me sostengas la mochila cuando entro a cualquier local a mirar ropa, que catemos la comida de todos los bares que hay en mi barrio. Te quiero seguir a todos lados como hincha fanático de un club.
Con vos no me da vergüenza equivocarme la respuesta en un programa de preguntas de la tele, ni que me escuches jugar al recital cuando me baño. Estar con vos es sentirme tan cómoda como si fuera por la vida en pantuflas.
Es que al final, lo mejor de gustar de vos, es gustar de mí cuando estamos juntos.
texto: Mili García
video: Tuti Garro
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flashearamor-blog · 8 years
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“Pidamos Whisky” dijo y me conquistó. @vacomotrompada
Tandil
Se está haciendo de noche y veo
el color ámbar del campo al costado de la ruta.
Ámbar,
como la miel como el trigo como el whisky
que ahora saco de la mochila para tomar con ella.
Desde la parte de arriba del micro de larga distancia
las luces de los autos y las camionetas
se convierten en manchas desenfocadas.
Con este sol que cae
parecen obra de un pintor impresionista.
Y pienso que el whisky es un poco como este micro
es un poco como este conductor que lo maneja
es un poco como esta ruta.
Cuando tomás sos todas estas cosas juntas:
sos el camino y sos el auto
sos el conductor y sos la máquina.
Sos el pavimento y las rayas pintadas de blanco
que te indican cuándo podés
cambiarte de mano.
Y nuestro amor es lo contrario de un amor espumante
de un amor vistoso.
Es un amor para volverse grande.
Es de color ámbar como este whisky, como el trigo y como la miel.  
texto: Silvina Giaganti
video: Julián Lona
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flashearamor-blog · 8 years
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Que te enjabone cuando se bañan juntos sin que se lo pidas. Y no un poquito para hacer de cuenta que. Todo, bien. @beibiscui
Si Fito Páez hubiera conocido esta historia
Cuando eran chicos, la mamá de Camilo los bañaba a los dos juntos. En verano llenaba el fuentón con agua fría abajo de la parra y los dejaba jugar un rato hasta que la piel de los dedos se les arrugara. A veces se dejaban la bombacha y el calzoncillo puestos porque hacían de cuenta de que estaban en un balneario; otras, preferían quedarse desnudos, gritar y jugar al carnaval. Cuando estaba más fresco, la mamá de Camilo calentaba el baño con una estufa a gas y después, poniendo un trapo rejilla hecho un torniquete en el desagüe, llenaba la bañadera hasta la mitad. Los llamaba, los desvestía y los metía en el agua. Si veía que estaban alborotados, les pegaba un grito y los amenazaba con no juntarlos a jugar nunca más. El reto servía y el rato que pasaban a solas encerrados en el baño era un momento de exploración. Ella se pasaba apenas el jabón por el cuello y el pecho, después él por las axilas como alguna vez lo habría visto hacer a su papá. Tiraban un poco de shampoo en el agua, se hacían formas de espuma sobre el cuerpo y, por turnos, hacían la peinadita. Camilo le preguntaba a Luchita por qué no tenía pito. Ella levantaba los hombros y a veces se ponía colorada y le preguntaba a él por qué no tenía catalina. Se miraban, con los ojos bien grandes, sin decirse nada y se tocaban cada uno sus diferencias. Pasaban algunos segundos así, hurgando en los pliegues debajo del agua tibia, tratando de disipar las dudas de la curiosidad. A veces Camilo le preguntaba a Luchita si la podía tocar y acercaba su mano gordita y blanca y ella lo guiaba. “Es ahí”, decía ella. “¿Y no te duele?”, él le preguntaba. “No, no duele. Lo que sí duele es cuando el bebé sale por acá”, respondía Luchita, y le apoyaba la mano sobre su pupo. Camilo, algo tembloroso, no podía llegar a comprender y no sabía qué, de todo eso, le gustaba tanto. Era un ritual que ambos sospechaban era de peligrosa intimidad, donde siempre quedaban flotando con el jabón más preguntas que respuestas. Después de investigarla, Camilo le ofrecía a Luchita, sin excepciones, un beso. Ella a veces lo aceptaba y a veces lo despreciaba sin metáforas, cuestión que para él se transformaba en otro más del conjunto de todos sus enigmas. “¿Porqué hoy no me querés dar un beso?”, le preguntaba. “Porque no quiero”, ella le decía mientras fruncía la trompa. “A que yo aguanto más que vos abajo del agua”, él la desafiaba y cuando ella salía a la superficie, él aprovechaba que ella se refregaba los ojos distraída para besarla de prepo. 
La mama de Camilo cada tanto abría la puerta para ver qué estaban haciendo y, alguna que otra vez, los encontró con las manos entre las piernas o dándose un beso de lengua. Esas interrupciones no lograrían nunca que Camilo olvidara su curiosidad, su devoción, su pequeño romance rosado al momento de tomar el siguiente baño. Ambos se hacían los tontos y se aprovechaban de que la mujer nunca decía nada, o porque estaba ocupada pensando en la comida que había dejado en el fuego o, muy probablemente, porque no sabría qué decir sobre esos juegos de chicos. Les enjuagaba rápido el jabón de la cabeza y los envolvía a los dos con el mismo toallón. Los vestía con el uniforme y, mientras miraban Los Tres Chiflados, les daba de comer. Camilo y Luchita caminaban juntos las dos cuadras que los separaban de colegio, pero una vez en el portón, él salía corriendo a encontrarse con sus amigos y la dejaba a su merced, sin imaginar que Luchita se sentía abandonada cada vez.
texto: Paula Puebla
video: Axel Millar
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flashearamor-blog · 8 years
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Que sea la última cara que ves antes de entrar a un quirófano, y la primera cuando volvés a la habitación. @AnaNovatti
Alguien que me despierte
Las horas previas a la intervención tuve mucho tiempo para pensar. En cómo sería la rehabilitación si todo salía bien o quiénes irían a mi funeral si no. Simplifiqué los posibles escenarios para engendrar una ficticia calma que me devolviera la seguridad. Me dijeron que la anestesia actuaría rápido. Quizás unos tres o cinco minutos. Los médicos y enfermeros llevaban puestos unos ambos verdes en distintas tonalidades, a los que miraba obstinado para distraerme del miedo que me generaban todas las luces, artefactos y sonidos que esa mañana inundaron el quirófano del hospital. Los veía e intentaba descifrarlos: se movían vertiginosos pero ordenados, como cumpliendo una coreografía visualmente imposible de predecir. Un instante antes de cerrar los ojos, traje la imagen de la cara atemorizada de Agustina alejándose cuando los enfermeros me sacaban en la camilla. Las dos puertas de la habitación pivoteaban hacia ambos lados por la inercia, dejándonos entrever por unos brevísimos lapsos. Horas antes, ella me decía que todo iba a salir bien, pero el miedo le brotaba por los ojos. Yo la escuchaba y asentía, pensando más en su tranquilidad de verme calmo, que en mí. Nadie sabe cómo van a ir las cosas. De eso se trata. Los párpados se me desplomaron. Los sonidos continuaron, pero me era difícil enhebrarlos y darles sentido. Aún así lo intenté, pero no pude. La consciencia, invisible. Recobré el sentido cuando me llevaban de vuelta a la habitación. Las cansadas ruedas me hacían vibrar junto con la camilla. El ruido de ellas contra el piso de cerámica fue lo que definitivamente me despertó. Las luces pasaban. Doblamos en dos pasillos y me entraron a la habitación. Recién cuando Agustina apoyó su palma nerviosa, fría y transpirada sobre mi mejilla, me di cuenta que mi funeral se había suspendido.
texto: Mathiaschu
foto: Rodrigo Piedra
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