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#tatuajes de fuego
santpablo · 8 months
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Un tatuaje
Un tatuaje se me vino a la mente. Cierta frase escrita con letra cursiva y tinta negra sobre un hombro tostado. Aparece en mi memoria como tesoro oculto tras una maraña de lianas negras y brillantes. En mi nariz se encuentra el aroma a carne y sal que desprende; en mis labios el frío de la piel expuesta; en mi boca el sabor húmedo de un beso que deletrea cada palabra. Hoy mi nostalgia somatiza en saliva.
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Déjame besarte los tatuajes que te adornan, pasar despacio sobre cada uno soltando el brillo del interés, de lo mutuo, déjame invitarte a este juego donde intercambiemos roces hasta que ardamos como el fuego.
Margaritas en el mar
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entomo-maniac · 1 month
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¿Conoces ese programa de MTV que hace tatuajes a la gente sin que la otra persona lo sepa?
Suelen ser ex novios o hermanos los que participan en estos programas y elegir tatuajes suele ser un momento embarazoso.
Me imagino a Cain y Abel en este programa y supongamos que Holly Nigthmares donara su sangre para marcar la piel de Cain con un tatuaje.
Caín elige un tatuaje de la época en que Abel era un bebé y la linda Eva lo había mimado, pero Abel eligió un tatuaje muy pesado para Caín, un retrato de Caín matándolo en el pecho de Caín.
Caín:-¿Qué carajo?
Presentador:-¿Cuál es el significado de este tatuaje de Abel?
Abel: - Es una escena familiar, él me mató así y ahora está inmortalizado en tu piel, siempre que te mires al espejo verás una escena de mi muerte, siempre que tu amante quiera estar contigo verá esto. tatuarse y enojarse perder el fuego para siempre jajajajajajajajaja.
Cain se enoja al intentar atacar a Abel, pero quienquiera que lo golpee en la cara y lo golpee a él y a la señorita Swettie, ella tiene un poco de sangre de Holly Nigthmares en sus manos, por lo que el poder de Cain.
Señorita Swettie:-¡Aléjate de Abel, hijo de puta!
y fallo por unos minutos y luego golpeo a Cain, todos en la sala se sorprenden y Abel se la quita y se la lleva y todos se ríen de la escena y de Cain.
Abel intenta calmar a la señorita Swettie.
Abel:-Chica, escucha, yo soy el que está loco y enojado aquí, ¿no?
Señorita Swettie: - pero él empezó… ¡alguien tiene que ponerle las manos encima a este pedazo de mierda!
Abel: - Lo sé, pero necesito que mi colega tranquilo y sensato me acalme por mis arrebatos, no necesito que te asustes, aquí no invertimos los papeles ¿no?
Señorita Swettie:- Está bien. Se abrazan y se ríen nuevamente porque Cain está nervioso por el tatuaje.
Me acabas de desenterrar un recuerdo que había olvidado por algo
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leregirenga · 4 months
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Solo quiero que quedes envuelto en mis brazos, llenarme toda con tu dulce aroma.
Saber que entre tu y yo no hay espacio alguno que nos separe, y que en ese preciso instante nuestros cuerpos queden entrelazados por una eternidad.
Quiero impregnarme en tu ser y no borrarte de mi, que quedes grabado a fuego en mi cuerpo, o como tatuaje indeleble a mi piel, marcado en mi memoria, que seas en mis labios beso y que de mi boca brote llamarte amor.
Leregi Renga
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poet-inlove-blog · 2 years
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77 razones para no cometer suicidio
1-correr bajo la lluvia otra vez
2-escuchar un te amo
3-poder decir eso de vuelta
4-Robar un chocolate
5-pasar un día en la calle lejos de casa
6-viajar a conocer a alguien
7-tomar baños calientes
8-ver gente sonriendo
9-cambiar la vida de alguien
10-superar una decepción
11-ver pelicula con amigos
12-escuchar tu canción favorita
13-dormir en una conexión
14-encontrar fotos antiguas
15-conocer nuevas personas
16-conseguir algo de valor
17-plantar algo y ver creciendo
18-hacer un tatuaje
19-aprender a cocinar
20-tomar fotos graciosas
21-Cantar en un karaôke
22-Bailar hecho loco (a)
23-Cantar en la ducha
24-hacer la propia versión de una musica 25-tener chistes internos
26-ver rayos
27-Enamorarse
28-mirar por la ventana del coche
29-sentir el olor del mar
30-Videojuegos
31-escuchar a Chayanne
32-hacer racuerdos
33-sentir la brisa en un dia caliente
34-cambiar el corte del cabello
35-enfrentar tus miedos
36-hacer algo que valió la pena
37-ayudar a alguien
38-leer teorias de conspiracion
39-dormir
40-Despertar y oler el café
41-Chascar el cuerpo
42-Chayanne
43-sacar nota maxima en algo
44-hacer algo que realmente quieras
45-pasar el día sin hacer nada
46-ver videos durante la madrugada
47-girar la almohada hacia el lado frío
48-tener una mascota o hacer compañía a lo que tiene
49-llorar en el hombro de alguien
50-dar un abrazo apretado
51- disfrazarse en halloween
52-ver los fuegos quemando en el año nuevo
53-tu próximo cumpleaños
54-mirar las nubes
55-andar en barco
56-encontrar un lugar en el mundo donde se encaje
57-Bucear
58-ir a fiestas
59-experimentar la vida
60-cometer errores
61-el simple hecho de estar vivo cuando tantos ya no están más
62-ver a sí mismo recuperándose
63-ser una inspiración
64-Aún no has ido a un concierto de Chayanne
65-haces que otras personas felices
66-solo hay uno de ti en todo el mundo 67-sus cicatrices sanará
68-Hay una solución
69-Nunca estarás solo
70-la tendencia es mejorar
71-tus amigos
72-tus hermanos
73-tus padres
74-tus abuelos
75- pedir ayuda
76-Te quiero viva (o)
77-el mundo no sería lo mismo sin ti
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240214-sunflower · 3 months
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Tumblr media Tumblr media
El día que comencé a diferenciar tus pasos del resto, fue cuando pude darme cuenta de que ese “nosotros” era diferente a cualquier otro. Es como si cada pisada tuviese un timbre distinto, más pesado por la contextura de tu cuerpo y hasta el doble de bullicioso. Te conozco, memorizo tus tonos de voz, tu tristeza, tu felicidad y tu agonía; sé cuando me necesitas, sé cómo me quieres y sé hasta los momentos donde me sientes parte de algo que ni tú entiendes qué es. Porque nos da pánico todo lo que conlleva el tenernos de una forma que no podemos manejar, pero que aún así sabemos que es muy nosotros. Probablemente seamos quienes menos comprenden nuestros accionares o pensamientos, necesitándonos el uno al otro para poder entrar en razón respecto a las cosas que nos pasan, que suceden y que son parte de lo que juntos fuimos formando. Me pierdo en estas palabras que no dejan de decir lo mismo una y otra vez, como un ciclo del cual no puedo ni quiero salir, porque hablan de ti.
Y que lindo es hablar de ti. Eres fuerte, eres sano. Dentro de ti fluyen todas las cosas del universo porque fueron escritas puras y exclusivamente para ti, siendo mi trabajo descifrar el significado oculto de cada escritura. Eres inmortal. Sé que la forma en la que escribo no puede medirse con el compás del latido de tu corazón y que no desaparecerás como el círculo de fuego que traza mi pecho cada vez que susurras un “te quiero”. Eres sagrado. Por la forma en la que no torturas tu espíritu para que te comprendan sino para protegerte del daño que pueden llegar a hacerte a causa de tu alma de bebé.
Existes, y de la forma más bonita de todas. Con sonrisas, gritos, lágrimas y carcajadas. Con ganas de nunca volver atrás porque ahora estoy aquí para empujarte. Porque es mejor vivir con la alegría de un nosotros que llorar ante un lugar vacío. Puede que a veces te sientas vacío, acorralado, donde algunos te dirán que la vida no tiene objeto, que es un asunto desgraciado. Ahí, cariño. Ahí es cuando debes recordar que hubo un día donde yo escribí para ti, pensando en como estoy pensándote ahora. Nunca te entregues ni te apartes del camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo. No bajes los brazos, no te rindas ante nada, y no dejes que las palabras envenenadas penetren tu fuerte coraza. Esa fuerza con la que me abrazas y sostienes, úsala para quitarte de encima todo aquello que hoy día te lastima. Esos fantasmas que no quieren abandonarte porque.. vamos, ¿quién quiere dejarte? ¿quién se atrevería a soltar tu mano?
Y ahora, déjame estar.
Déjame enseñarte un lugar donde sin saberlo entraste sin tocar la puerta. Como un ladrón de medianoche, pasaste a llevarte un pedacito de alma que ahora tiene nombre y apellido. Intentaré mostrarte cada rincón, como un tatuaje sin olvido o una mirada de fuego que graba cada detalle. Déjame ser dueño de una parte de ti, y te dejaré quedarte con ese pedazo de alma que me robaste. Contigo, todo es caos y locura. Sin ti, todo es monotonía y aburrimiento. Tenemos miedo a que nos hagan daño, y somos nosotros los que nos hacemos daño con tanto miedo. No me quites tu mano y yo no te quitaré la mía. Y recuerda.. Eres demasiado arte para alguien que carece de sensibilidad.
𝐆𝐫𝐚𝐜𝐢𝐚𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐫 𝐞𝐬𝐚 𝐟𝐢𝐧𝐚 𝐥𝐢́𝐧𝐞𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐫𝐚𝐭𝐨, 𝐲 𝐪𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚.
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nayadefenix · 1 month
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¿Conoces ese programa de MTV que hace tatuajes a la gente sin que la otra persona lo sepa?
Suelen ser ex novios o hermanos los que participan en estos programas y elegir tatuajes suele ser un momento embarazoso.
Me imagino a Cain y Abel en este programa y supongamos que Holly Nigthmares donara su sangre para marcar la piel de Cain con un tatuaje.
Caín elige un tatuaje de la época en que Abel era un bebé y la linda Eva lo había mimado, pero Abel eligió un tatuaje muy pesado para Caín, un retrato de Caín matándolo en el pecho de Caín.
Caín:-¿Qué carajo?
Presentador:-¿Cuál es el significado de este tatuaje de Abel?
Abel: - Es una escena familiar, él me mató así y ahora está inmortalizado en tu piel, siempre que te mires al espejo verás una escena de mi muerte, siempre que tu amante quiera estar contigo verá esto. tatuarse y enojarse perder el fuego para siempre jajajajajajajajaja.
Cain se enoja al intentar atacar a Abel, pero quienquiera que lo golpee en la cara y lo golpee a él y a la señorita Swettie, ella tiene un poco de sangre de Holly Nigthmares en sus manos, por lo que el poder de Cain.
Señorita Swettie:-¡Aléjate de Abel, hijo de puta!
y fallo por unos minutos y luego golpeo a Cain, todos en la sala se sorprenden y Abel se la quita y se la lleva y todos se ríen de la escena y de Cain.
Abel intenta calmar a la señorita Swettie.
Abel:-Chica, escucha, yo soy el que está loco y enojado aquí, ¿no?
Señorita Swettie: - pero él empezó… ¡alguien tiene que ponerle las manos encima a este pedazo de mierda!
Abel: - Lo sé, pero necesito que mi colega tranquilo y sensato me acalme por mis arrebatos, no necesito que te asustes, aquí no invertimos los papeles ¿no?
Señorita Swettie:- Está bien. Se abrazan y se ríen nuevamente porque Cain está nervioso por el tatuaje.
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cartasalaire · 2 months
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Tatuaje
Ese tatuaje tuyo, una escena en mi mente, un recuerdo de ti
Unos ojos que me miraron, que miré, que me escucharon
Una voz en mi mente que te pertenece y resuena la forma como decías mi nombre
El recuerdo de los helados que acompañaban nuestras charlas, esas sobre cosas tan efímeras como de secretos revelados
Un corazón que al pensarte suelta todas las posibles historias de amor, donde tú y yo somos protagonistas.
Y de repente viajo al instante en que tenía por primera vez la certeza de que me gustabas y mi cuerpo recrea las mariposas y los fuegos artificiales que salían de mi pecho. 
Tú eres ese sueño que construye mi corazón y anhela se cumpla
Tú y yo como un anhelo que pido llegue a este plano donde coincidamos
Y que esa coincidencia sea eso mismo que las cartas un día me mostraron 
-V.
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pequeannita · 1 year
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Antes siempre escribía de lo que no debí haber hecho.
Hoy por primera vez quiero hablar de lo que si tenia que hacer y no hice, aunque aún me quede tiempo.
No entiendo, no entiendo por qué mis muros son tan altos y tan dificiles de romper, a veces ni yo alcanzo a saltar el muro, no te voy a pedir a ti que lo saltes.
He crecido y estoy enamorada y no se como sacarme el amor que siento, porque creo que por primera vez lo siento, en mi interior, como una llama.
Primero fue mi cuerpo el que se enamoró, después se me enamoró el cerebro, esta vez, se me enamoró el alma y la calma se me escapa  y me desploma el lomo hasta quebrarme en pedazos porque mi cuerpo ya no está para historias con finales tristes, entonces estoy escribiendo lo que debería hacer para convencerme a mi misma de que lo puedo y tengo que hacer, por mi, porque mi corazón no resiste otro final más triste que el perdernos en el espacio que queda entre nosotros y nuestro muro sin haberlo saltado para encontrarnos en la perfecta armonía, tan cándida y llena de ternura que entre mi alma y la tuya florece.
No voy a decir tu nombre ni quién eres, pero yo sé que si algún día lees esto, independiente del desarrollo que tenga nuestra historia, vas a saber que escribo de ti, vas a saber porque tu ya estás incluso en los tatuajes de mis neuronas, en la poca dulzura de mi hiel y porqué no decirlo también en mi veneno, que lleva tu fuerza, tu fuego y mi incendio.
El amor antes del amor o después del amor? esa es la pregunta o también la respuesta.
El amor de entender que mereces mas caricias de las que yo misma te puedo dar 
El amor de aceptar que tu alma es tan noble que todas quedan sin aire cuando te sienten, las abrazas con solo respirar tu calma. Pero yo he logrado descansar hasta en tu propio caos, que también es el mio acompañado por ti cuidando mi desvelo.
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greciaurbinaa · 1 year
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Te dedico esta canción cariño
No me quiero ir,1
pero, cariño, ambos sabemos
que este no es nuestro momento.
Es el momento de decir adiós
hasta que nos encontremos de nuevo.
Porque este no es el final,
llegará un día
en el que encontraremos nuestro camino.
Violines tocando y ángeles llorando;
cuando las estrellas se alineen, yo estaré allí.
No, no me importan ninguno de ellos,
porque todo lo que quiero es ser amada,
y todo lo que me importa eres tú.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
No, no me importa el dolor.
Caminaré a través del fuego y a través de la lluvia
sólo para acercarme a ti.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
Me estoy soltando el pelo.
Me lo estoy tomando bien.
Tienes mi corazón en tu mano.
No lo pierdas, amigo,
es todo lo que tengo.
Violines tocando y ángeles llorando;
cuando las estrellas se alineen, yo estaré allí.
No, no me importan ninguno de ellos,
porque todo lo que quiero es ser amada,
y todo lo que me importa eres tú.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
No, no me importa el dolor.
Caminaré a través del fuego y a través de la lluvia
sólo para acercarme a ti.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
Oh, no me importan ninguno de ellos,
porque todo lo que quiero es ser amada,
y todo lo que me importa eres tú.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
No, no me importa el dolor.
Caminaré a través del fuego y a través de la lluvia
sólo para acercarme a ti.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
Todo lo que me importa es el amor.
Oh, oh, oh.
Todo lo que me importa es el amor.
Te pegaste a mí como un tatuaje.
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love-letters-blog · 1 year
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Venimos de dos mundos diferentes,
él un exquisito diablo y yo una bruja insana...
dos seres descomunales
con vicios insanos e interminables.
No somos aprobados por la gente,
porque nuestras manías son tan exigentes...
pero eso no impidió que escribamos
un poema brutal y no tengamos límites a la hora de dominar.
Fóllame, fóllame, fóllame
amárrate a mis caderas y siénteme,
quiero que pierdas la noción del tiempo
tatúandome la piel...
Bésame, bésame, bésame
quiero recorrerte con mis labios
una y otra vez....
exhalemos esa respiración contenida
que se vuelve suspiro cuando se eriza cada
vello de nuestras pieles fundidas
a la hora de corromper.
Tengo muchas manías....
para que te empieces a correr,
y a través de mis pecados
voy a ultrajarte...
perdamos la noción del climax
palpando el deseo tras
sentir la entrega y la pasión salvaje.
Ah*rcame,
que no puedo más...
mi cuerpo pide a gritos que liberemos
nuestros demonios y nos incendiemos...
Acariciame
sedúceme...
ámame...
comencemos a lamer nuestros tatuajes
y consumamos nuestros propio fuego a la hora de arder...
somos una atracción devastadora al darnos placer.
Lo he tenido todo pero me faltabas tu,
para tener aquí plasmando tu lengua en mi ser...
y yo deslizando mis uñas por todo tu cuerpo provocandote y enloqueciendote.
Amárrame,
Fóllame,
ah*rcame,
salivame,
muérdeme,
que tu mirada me quema y nuestras pelvis entonan
unos inquietos movimientos de una sinfonía de emociones y sensaciones...
que conjugan los verbos en todas las posiciones.
Así que bésame y toma las riendas,
quemate en mi hoguera hasta el amanecer.
—-☮️
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daniegalvez · 9 months
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Eres una mujer hermosa, realmente hermosa; siempre llamas la atención, deben ser tus ojos redondos, negros y penetrantes, o talvez sean tus labios carnosos, tu sonrisa, la forma de tu rostro; has perdido las ondas de tu cabello, pero aun así combina bastante bien con tu rostro, sus hombros y espalda suaves, ese tatuaje que queda tan bien en tu piel junto a tus senos grandes, redondos y suaves, la linda forma de tu cuerpo, tus manos de mujer trabajadora y tus pies que tienen un gran camino por recorrer.
Quiza los desconocidos noten lo inteligente que eres, algunos al conocerte un poco se asustan y terminan por huir, o tu personalidad incomprensible, con esa energía contagiosa que no se de donde carajo sacaste, ese amor con que haces las cosas, con la que tratas a las personas, la pansión con la que hablas o te entregas , esa nobleza que te permite perdonar, esa fuerza con la sigues adelante, esa creatividad que a veces te sorprende hasta a ti misma, esa sencillez que en ocasiones no debes tener, ese fuego que Dios te ha dado.
El conjunto de eso y de lo que no notas es lo que te hace hermosa, en toda tu escencia, pero algunos no la comprenden, no la han conocido y no saben como apreciarla, como cuidarla y buscan hacerte dudar de lo que eres.
Eres grande y vas ha ser aún mas grande, no te asustes como los otros. Creelo, porque lo eres. Creelo porque el saber quien eres te dará el valor para que nadie pase sobre ti.
Mereces un amor, una amitad, un trato lindo, no aceptes menos, porque no eres menos.
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cwrotes · 2 years
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But the truth is I could spend my whole life getting over you ; larry au!
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pairing: louis tomlinson x harry styles
language: spanish/español
genre: angst, open ending
word count: 22,188
tags/warnings: emotional hurt, angst, broken relationships, they broke up, emotional harry styles, based on a Lauv song, Harry still love Louis, open ending, feelings realization, denial of feelings, non-famous louis tomlinson, non-famous harry styles, maybe they get back together, harry crying over louis, alternative universe
summary: “Harry se pasa las noches debajo de alguien más con la esperanza de poder superar a Louis, y cree estar avanzando con ello, pero cuando se encuentran en una reunión de ex alumnos de la universidad a la que asistieron, no puede evitar tener una recaída y querer estar con él una vez más, porque la verdad es que podría pasarse la vida intentando superar a Louis y aun así no lo lograría.”
                     .・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
                commissions | ko-fi  | wattpad | ao3
                     .・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
Un espasmo atraviesa su columna vertebral con fuerza latente. Un jadeo profundo se atora en lo más profundo de su garganta. Sus ojos se vuelcan hacia la parte trasera de su cabeza. Los brazos le tiemblan al igual que las rodillas y toda su existencia se reduce al sudor que se presenta en gotas sobre su frente, cayendo y perdiéndose entre la suavidad de sábanas que no reconoce y que se sienten tan ásperas y ajenas que es casi repugnante aferrarse a ellas.
 Sus oídos pitan durante una décima de segundo. Sus dedos se aprietan en torno a la tela en su miserable intento por soportar los latigazos el orgasmo que lo abarrota y lo domina al igual que esas manos extrañas que se aprietan en puntos específicos en su piel.
 Las yemas contra su dermis se sienten como el fuego calcinando sus esquinas. Cada apretón es una agonía. Cada marca es una memoria que no quiere. Cada roce es un tatuaje que se queda en su alma por lo que podría ser una eternidad.
 Y no lo necesita, en absoluto. Y aun así se encuentra en esta cama desconocida, esa en la que cae exhausto mientras percibe como sus músculos se tensan tan solo para quedar lánguidos y suaves dentro de su cansancio.
 Un quejido se escapa de su garganta al percibir como su interior queda desolado, provocando que un estremecimiento lo sacuda con el propósito de lidiar con el desamparo que lo gobierna.
 Respira en voz alta, por la nariz, y se pasa las manos por la cara al mismo tiempo en que unos brazos fríos y extraños rodean su costado para atraerlo a una adicción que ni siquiera sabe cómo empezó.
 Sus párpados se mantienen juntos mientras es besado en la curva de los hombros. Son besos que terminan en mordeduras, que a su vez recorren su tez con un afán que resulta ser hasta fastidioso pero que de todas formas tolera cuando finalmente llegan a su boca. Harry se deja besar.
 Permite que su boca sea poseída por milésima vez en esa sola noche y por una lengua ácida que se entromete en su cavidad para explorar cada rincón de sus esquinas como si no lo hubiera estado haciendo gran parte de la noche, desde que accedió a irse del bar con él para no regresar. 
 Se deja besar, pero en todo lo que puede pensar ahora —mientras sus brazos cansados se envuelven alrededor de unos hombros delgados que se sienten como algo que no podría describir— es en que no es lo mismo.
 No es lo mismo. No es lo mismo. No es lo mismo.
 No es él.
 No es nadie y todo lo que le queda es una repentina tristeza que vuelve a hacerse presente una vez que la neblina en su mente empieza a disiparse con lentitud.
 Quiere echarse a llorar dentro de su melancolía embriagada. Tiene ganas de lamentarse por sus acciones pasadas y por todas las cosas que ha vivido hasta ese preciso momento. Desea sufrir apropiadamente para poder simplemente superarlo y salir del fondo de ese hoyo en el que lleva desde no sabe cuánto. Sin embargo, todo lo que hace es permitir que su cuerpo colapsado ceda a esas manos ajenas.
 Este hombre sabe en dónde tocarlo, a pesar de todo. Conoce la mayoría de sus puntos más débiles y sensibles y, aun así, su tacto se las ingenia para sentirse como la caricia más helada que no ha recibido jamás. No obstante, es capaz de admitir que sus roces son bastante parecidos a los de los demás hombres con los que ha estado.
 Todos muy fríos, como pasar un pedazo de hielo sobre su piel, quemándolo dolorosamente, provocando que sus huesos se entumezcan y que su piel se agriete de la forma más despiadada de todas. Se ha congelado tantas veces, que ya casi ni recuerda lo que alguna vez fue tener el verano besando cada esquina de su anatomía.
 Un chasquido resuena en la habitación cuando su boca se aparta eventualmente de la ajena. Sus pulmones exigen una cantidad absurda de oxígeno y sus pestañas finalmente se sacuden para permitirle visualizar al hombre que tiene enfrente.
 No sabe quién es. No recuerda exactamente si le dijo su nombre y tampoco está seguro de si él sabrá el suyo. Tampoco sabe quién de los dos tiene más copas arriba y si intercambiaron la cantidad de palabras necesarias para haber acabado en esta situación.
 No es que Harry tenga una especie de límites, ni mucho menos una clase de límite que le ayude a determinar quién puede ser merecedor de una noche de descontrol con esa embriagada versión de sí mismo.
 No sabe nada, en realidad. No tiene la menor idea de nada que no sea el hecho de que este desconocido tiene el océano dentro de los ojos. Mareas influenciadas por la tranquilidad de un atardecer que ha pasado hace horas y que aun así ha quedado inmortalizado en esas cuencas que ahora lo miran con una expresión casi ilusionada que Harry otorga a la ebriedad en la que ambos se encuentran.
 También le acredita al alcohol la caricia que le dedica en la esquina del párpado, sin dejar de mirarlo directamente a esos orbes que por poco quedan atrapados entre párpados y pestañas que no pueden compararse con los del cielo. Porque Harry ha conocido el cielo en persona, y lo ha tocado con sus propios dedos incluso. Y así como lo ha tenido entre las puntas de sus dígitos, también se ha perdido de él, probablemente para siempre, pues no ha vuelto a encontrarlo en las cuencas de nadie más.
 Ha sido una búsqueda exhaustiva, y absurda en todo el sentido de la palabra debido a su constante saboteo. Lo cierto es que Harry sabe perfectamente en dónde se localiza el azul que tanto ha estado echando de menos.
 Es dolorosamente consciente del paradero de ese tono añil que ha anhelado volver a ver, tanto, que, si realmente lo quisiera, sí no fuera un cobarde con todos los miedos pegados a su piel, fácilmente podría tomar un tren que lo lleve a ese destino. Mas, sin embargo, no puede hacer algo como eso. En realidad, Harry no es capaz de hacer otra cosa que no sea perderse en camas ajenas, sábanas heladas y bocas que no saben a esa dulzura que tiene tatuada en el paladar como un recuerdo y nada más.
 Porque ninguno de esos hombres es él. Y si no se trata de él, entonces Harry solo está corriendo del mañana para chocarse con la misma pared una y otra y otra vez.
 —¿Te la has pasado bien? —pregunta de repente el extraño, con un acento irlandés que solo ahora el rizado nota, con su repentina voz gruesa retumbando en sus tímpanos y sacándolo de sus cavilaciones en un arrastre que sinceramente no se espera.
 Harry parpadea en el aire, su labio inferior es cepillado por unos ajenos en un beso que no se espera pero que tampoco rechaza —lo cierto es que lo corresponde como si estuviera sedado—. La punta de su nariz es acariciada por una que no le pertenece. Sus costados son apretados por las mismas palmas que no han dejado de recorrerlo y tontear con él en toda la noche y si no fuera porque está lejos de sus cinco sentidos se habría dado cuenta de que esto no es lo que necesita.
 Todo es demasiado denso y vacío, extremadamente pesado y casi espantoso, como sus extremidades todavía lánguidas que no han dejado de hormiguear a pesar de que se mantienen rodeando esos hombros puntiagudos que ya no tiene ganas de tocar, pero a los que aun así se aferra porque no tiene nada mejor que hacer.
 Se obliga a llenarse los pulmones de aire, a respirar con profundidad absoluta mientras sacude las pestañas y trata de organizar las palabras en su desordenada mente.
 La presión en su pecho no cesa. No lo ha hecho desde hace años.
  —No es lo mismo —susurra, y lo hace tan bajo que la oración resulta ser inaudible para una comprensión que no viene siendo la suya.
 El muchacho sin nombre echa hacia atrás la cabeza para poder mirarlo con esos ojos tan suyos que se le clavan en cada esquina del rostro.
 —¿Cómo dices? —cuestiona casi de inmediato, su entrecejo medio fruncido y una sonrisa casi incómoda estirando esas comisuras que el rizado está harto de probar.
 Su visaje es interrogativo y confuso, y es comprensible. Harry también estaría confundido si fuera él.
 Tiene que volver a sacudir las pestañas y a respirar, inseguro de si lo que está sucediendo va a ser un reflejo del resto de su vida y de si no habrá ni un solo momento de su existencia en el que pueda superar lo que sucedió hace tanto tiempo.
 La respuesta es no a pesar de que no se ha hecho ninguna pregunta y no hace más nada que sacudir la cabeza, sonreír en su estado de ebriedad permanente —si sigue así, está seguro de que desarrollará un severo problema con el alcohol, si es que no lo ha hecho ya— y tirar de esa nuca ajena para darle un nuevo beso que disipe todos los pensamientos que puedan existir en la mente de los dos.
 Debería de sentir alguna especie de remordimiento al percibir como aquel sujeto sonríe contra sus labios, como si de verdad le gustara lo que está haciendo, como si realmente creyera que lo está seduciendo a pesar de que Harry solo lo está utilizando como lo ha hecho con tantos otros.
 Podría tenerle, aunque sea una pizca de consideración, podría ser un poco más compasivo al tener la impresión fugaz de que este sujeto puede ser bueno, tal vez un tipo decente que simplemente ha decidido pasar el rato en un bar gay cualquiera para conocer a un rizado espantosamente homosexual que no ha sido feliz ni un solo instante después de su graduación en la universidad.
 Pobre de él. Es una verdadera pena porque Harry sabe muy bien que no lo volverá a ver y que una noche es solamente eso. Y es agotador, sumamente, pero es lo que hay y tiene que resignarse a besar sin realmente tener ganas, a querer sin realmente hacerlo, a correr bien lejos para no recordar que, durante las horas más altas de la noche, ninguno de esos hombres es él.
 Harry duerme a medias hasta que sale el sol. La claridad se entromete poco a poco entre las hendiduras que deja la cortina en la ventana y la habitación se va iluminando con lentitud a medida en que el rizado abre los ojos.
 Le toma unos cuantos segundos analizar el lugar en el que se encuentra, su mirada se mantiene borrosa por unos instantes mientras la somnolencia lo abandona y es capaz de percibir como las gotas de sudor frío abundan en su frente, sus costados y ciertas partes de su cuerpo cubiertas por sabanas y extremidades ajenas.
 Ha estado soñando, probablemente durante toda la noche ha estado repitiendo el mismo suceso de años, todo en forma de una pesadilla constante que no lo abandona ni siquiera en los días que en serio necesita descansar.
 Ayer ha tenido que ser uno de esos días de relajación, pues han sido muchas horas nocturnas en las que no ha podido recuperar las fuerzas que ha perdido en el transcurso de las semanas, o incluso los meses.
 Ha sido agotador y ha tenido ciertas esperanzas al haber quedado considerablemente exhausto a causa del cariño de un hombre cuyo nombre no puede recordar en estos instantes. No obstante, no ha logrado hacer más nada que dar vueltas entre esos brazos desconocidos, soñando con los que sí conoce y no puede tener, rememorando la vida que tuvo antes de que el universo decidiera que conocería la infelicidad antes de llegar a los treinta.
 Toma una larga respiración recobrando completamente la consciencia, se saborea la amargura que gobierna en su boca y solo cuando mueve la cabeza hacia la izquierda es que se da cuenta de la inmensa resaca que carga.
 Las sienes le punzan como el filo de un centenar de agujas contra su piel, el área trasera de su cráneo retumba como el golpeo de un martillo enterrando diez clavos a la vez en las profundidades de su cerebro, y toda la zona de su tabique es atacada por la molestia de una sinusitis que no necesita ahora mismo pero que de todos modos se hace presente para hacerle la existencia peor de lo que ya es.
 Un gruñido quiere escaparse desde lo más profundo de su alma. Sin embargo, se lo traga al escuchar los suaves ronquidos de un hombre que descansa a su lado como si esta fuera su rutina diaria. Harry termina arrugando un poco las cejas —no mucho, pues el solo pestañear ya le está haciendo mucho daño— y se las ingenia para incorporarse en el colchón a pesar de tener la impresión de que si lo hace se le caerá la cabeza y terminará rodando por el suelo.
 Las sábanas se acumulan en su pelvis desnuda, cubierta por un antebrazo que no se aferra a su piel pero que lo sostiene de todos modos en un gesto que podría interpretarse como cariñoso si no fuera tan absurdo hacerlo. Harry le echa un vistazo, su mirada captura una infinidad de mechones castaños, pómulos delgados, una barbilla lampiña y un sonrojo matutino que adorna facciones considerablemente encantadoras.
 Es bastante guapo y probablemente tiene una buena personalidad al rizado recordar que estuvo riéndose bastante anoche —o quizás eso solo fue gracias al alcohol. No puede recordarlo con exactitud—, pero ninguna de esas cualidades evita que se quite las sábanas de encima y el brazo ajeno también para ponerse de pie.
 Busca su ropa en completo silencio. El desconocido tiene el sueño tan pesado que ni siquiera escucha el tintineo de la hebilla de un cinturón una vez que Harry se ha puesto los pantalones, y tampoco se despierta con el ronroneo de una cremallera que resuena tan pronto como se coloca esa chaqueta que le queda un poco estrecha pero que aun así se rehúsa a dejar de usar.
 Es el único recuerdo que le queda y no va a renunciar a él. Se asegura de que no se le está quedando nada al revisar sus propios bolsillos, verificando que tanto su cartera como su móvil están en su lugar y la liga que usa para amarrar su pelo continúa estando en su muñeca como siempre.
 Sale de la habitación sin despedirse, sin avisar, determinado a no volver a ver a ese chico porque no significa nada más que esto: otra persona que no lo ha ayudado a olvidar. Han sido centenares de esos. Si Harry tuviera que hacer una lista, necesitaría por lo menos diez hojas para poder enumerar a cada uno de esos amantes que solo forman parte un castigo eterno al que el rizado se somete cada día, todos los días.
 Debería de estar desgastado a estas alturas, impotente por la irracional y constante actividad sexual a la que se somete. Sin embargo, su fuerza parece estar puesta en la tristeza y la melancolía, y Harry tiene mucho de ambas cosas en el corazón.
 Es una amargura constante que permanece en sus entrañas y que lo incita a intentarlo una vez más, hasta el punto en el que ya se ha acostumbrado a estar acompañado durante cada noche sin importar el hecho de que quizás, ahora mismo, o desde hace un tiempo, lo único que está necesitando es estar solo. Pero ese es el asunto, Harry realmente no quiere estar solo, no quiere sentirse solo y mucho menos recordarse que, de hecho, lo está, y mucho.
 Inmensamente.
 Desmesuradamente.
 Tristemente.
 Es un martirio que tiene que soportar por lo que parece ser el resto de su vida, y siendo incapaz de pensar en ello ahora mismo, prefiere enfocarse en las calles de Londres en dirección a la cafetería más cercana.
 No conoce muy bien la zona en la que se encuentra considera que tal vez debería de pedir un taxi que lo lleve cerca de su piso para poder estar en una locación que por lo menos no lo desorienta tanto como lo hace esta, pero le duele tanto la cabeza que no puede hacer más nada que seguir caminando hasta dar con algún local que venda café o le dé un enorme vaso de agua. Lo primero que aparezca.
 No está lloviendo como acostumbra durante las mañanas, lo cual es bastante conveniente teniendo en cuenta que no carga con ningún paraguas y lo último que necesita es pescar un resfriado por culpa del sombrío clima londinense. Eso, sin embargo, no significa que no haga frío, porque sí lo hace.
 No es insoportable hasta el punto de hacerle creer que morirá de hipotermia o algo por el estilo, pero las ráfagas de viento son lo suficientemente heladas como para que tenga que rodearse a sí mismo con los brazos y mantenga un ritmo apresurado por la acera.
 Exhala por la boca sintiéndose un poco molesto y definitivamente adolorido, la idea de llamar un taxi se vuelve cada vez más tentadora, y cuando está a punto de darse por vencido al no tener idea de qué direcciones es que está tomando —cosa que dejaría de ser una realidad si tan solo leyera los carteles con los nombres de las calles—, finalmente encuentra una cafetería de apariencia decente.
 Observa a través del ventanal mientras camina hacia la puerta, no tarda en halar del mango de agarre para abrirla y todos sus músculos se caen al recibir la calidez de una calefacción que no sabía que estaba necesitando hasta este preciso momento.
 Se pasa las manos por la cara como un completo trastornado. no tiene la menor idea de qué aspecto debe de tener al no haberse echado un vistazo antes de salir del departamento de su amor de una noche, pero supone que puede relajarse un poco al notar que no hay muchos clientes en los alrededores.
 La mayoría de las mesas están vacías, y solo unas cuantas personas se encuentran ocupando asientos mientras atienden sus asuntos, muy alejados y ajenos a la perturbación que gobierna constantemente la mente del rizado. Avanza hacia la barra para poder leer el menú desde allí, se limpia los ojos con disimulo esperando no tener suciedad en las esquinas y una muchacha con uniforme se termina acercando a él del otro lado de la mesada para saludarlo y preguntarle amablemente qué desea ordenar.
 Harry pide un vaso grande de café y un panecillo relleno de queso, paga con el resto del efectivo que recuerda haber sacado de su cuenta el día anterior para no tener que usar su tarjeta en el bar, y agradece sinceramente lo rápido que le entregan su orden para poder irse a sentar en una de las mesas más alejadas de la puerta, los ventanales y todo el mundo en general.
 Se desploma en la silla casi con peso muerto, la cabeza lo está matando y la tela de la chaqueta se aprieta un poco en su espalda, incomodándolo lo suficiente como para que quiera quitársela, pero rehusándose a hacerlo porque simplemente no puede dejarla ir.
 Antes, cuando todavía estaba en la universidad y su cuerpo seguía cambiando, la prenda solía quedarle un poco ancha, lo suficiente como para que las mangas le sobrepasaran las muñecas y que los bordes le llegaran hasta muy por debajo de la pelvis, casi hasta menos de la mitad del muslo.
 Le quedaba grande, esa es la verdad, pero ahora que los años han pasado y que ya no es un muchacho de dieciocho años, la chaqueta ha dejado de servirle tanto como solía hacerlo. Ahora, lejos de ser una protección para el frío constante de la ciudad, es solo un recordatorio martirizante de lo que alguna vez perdió.
 Es el único recuerdo que conserva de ese tiempo, lo único que le hace saber cuán diferente es el presente del pasado que tuvo alguna vez.
 Se endereza en el asiento sabiendo que no puede pasarse el resto de las horas allí desplomado, y vuelve a estrujarse la cara con las manos aguantando un profundo suspiro, de esos que están supuestos a robarle el aliento o a dárselo.
 Se presiona las sienes con los dedos índice y mayor de ambas manos, apoyando los codos sobre la superficie porque es lo único que puede hacer ahora. Su cabeza es un desastre y está a punto de estallar, sus ideas laten casi tanto como lo hacen las esquinas de su cráneo, agónicamente, dolorosamente, causando en él una mueca que pliega cada uno de los músculos de su rostro.
 La está pasando mal, terriblemente, y tiene que ahogarse en su bebida humeante para lavar los restos de alcohol que sobra en sus venas y que le causa el mismo malestar que ha estado guardando en su interior desde que tiene memoria. Tal vez sea momento de dejar de tomar, quizás sea tiempo de dejar atrás todos esos malos hábitos que lo están consumiendo, que lo marchitan como planta seca expuesta a la dureza de un sol que no le tiene piedad y que la vuelve cenizas.
 No es ningún fénix para renacer de todo ese polvo, así que lo mejor que podría hacer en los próximos días sería darse a sí mismo la oportunidad de sanar, finalmente, de ese corazón roto que ha estado llevando a rastras durante más años de los que es prudente contar.
 No sabe cómo hacerlo, sin embargo, porque de haberlo hecho antes ya habría abandonado esa costumbre de ahogarse en el cuerpo de otras personas y toda esa bebida que le pasa factura todos los días siguientes, sin falta. Hoy no es la excepción, y por el momento solo se propone a darle un nuevo sorbo a su café y a respirar profundamente como si eso fuera a hacer su existencia más llevadera.
 Está a punto de darle un mordisco a su panecillo antes de que se le enfríe, cuando de pronto su teléfono está vibrando en alguna esquina de su pantalón. Arruga ligeramente las cejas, termina por afincarle los dientes a la masa y se sacude las manos antes de inclinarse hacia atrás para sacar el dispositivo.
 La pantalla se ilumina al ser encendida y Harry aprecia como el nombre de Niall aparece sin muchos recelos. Es un mensaje de texto, así que no tarda en desbloquear el móvil para poder leer. Su entrecejo se pronuncia mientras sus ojos siguen el curso de las letras, más de dos veces, como si no pudiera creerlo, como si lo que acaba de escribirle es lo más absurdo que le ha visto decir y carece de tanto sentido que ni siquiera sabe cómo reaccionar al respecto.
 Podría ignorarlo, dejar el mensaje en flechas azules y fingir que realmente no tuvo la oportunidad de leerlo apropiadamente. No obstante, la mención de una reunión de exalumnos le hiela la sangre y le hace imposible la tarea de pretender que no se trata de nada, porque sí es algo.
 Es mucho más grande que algo.
 Para cuando se da cuenta, está buscando el nombre de Niall en su registro de llamadas recientes para tocar el icono y pegarse el auricular a la oreja. Ya ha tragado y le ha dado un nuevo sorbo a su café para bajar el pedazo triturado de panecillo que le baja por la garganta, y su corazón comienza a latir con rapidez absurda a medida en que los tonos en la línea van incrementando.
 No parece como si fuera a contestar a pesar de que le ha escrito hace un minuto como mucho, y Harry, con su impaciencia y su constante ansiedad que no tiene freno ni punto de partida, tiene la intención de colgar. No llega a hacerlo, pues Niall finalmente contesta y su voz resuena en toda la bocina.
 —¿Aló? —habla el hombre como primera respuesta, casual como siempre, tan familiar que Harry casi quiere derrumbarse en su asiento como si acabara de recibir la peor de las noticias y Niall fuera su único consuelo.
 Quizás sea de ese modo, tal vez su mensaje no significa nada bueno porque una reunión como esa no es algo que esté necesitando en estos momentos. No sabe lo que necesita, de cualquier forma, pero tiene la certeza de que esto no es.
 —¿Qué es eso de una reunión universitaria? —cuestiona sin dudar, con la voz gruesa por culpa del letargo y de la cruda que todavía no se le quita y que se siente como si fuera a permanecer en su sistema por el resto de su vida.
 Se aclara la garganta con la esperanza de escucharse mejor, pero solo termina sintiendo como todo se le raspa en la faringe y no se siente para nada bien.
 Se va a morir ahí mismo, puede sentirlo. No le molestaría si eso sucediera.
 —Hola para ti también, amigo —saluda Niall con la voz cargada de una ironía que Harry no puede tolerar por el momento y que en cualquier otra ocasión habría sido hasta cómica si no estuviera tan ocupado sintiéndose molesto e incómodo y muy, muy enfermo.
 —Lo siento, hola —musita, un suspiro pesado se escurre de sus labios y tiene que apoyar el codo en la mesa para cubrirse los ojos con una de las manos. Termina estrujándose el derecho con la misma incomodidad, con las sienes todavía latiendo, con un palpitar en el corazón tan denso que si de repente se le detiene no se daría cuenta de ello—. ¿Qué es eso de una reunión? —vuelve a preguntar.
 Es todo lo que necesita saber por el momento, es lo único que le interesa ahora que sabe que existe la posibilidad de reencontrarse con todas esas personas a las que compartieron con él sus años universitarios y que guardan un lugar en lo más profundo de sus memorias, a pesar de que él ha hecho casi un esfuerzo inhumano por olvidarlos a todos ellos, a cada uno.
 No ha sido su verdadera intención, pero están tan vinculados con la raíz de su sufrimiento que es la única alternativa que ha encontrado para poder sobrevivir pobremente durante todos estos años.
 La voz de Niall hace eco en sus tímpanos, y tiene que volver a beber del líquido caliente para no descomponerse.
 —La gente de nuestra promoción decidió que ya ha pasado un tiempo desde que nos vimos todos juntos —informa sin ningún tipo de percance, un poco ignorante a los sentimientos que sus palabras provocan en el rizado que ha empezado a encogerse en el asiento, hasta el punto en el que su espalda está doblada y no le falta poco para que su frente toque la superficie—. Creen que sería divertido juntarnos a tomar algo y ponernos al día.
 Ponerse al día.
 Ponerse al día.
 Harry ni siquiera sabe qué día es este y qué ha estado haciendo durante los anteriores. Bueno, en realidad sí, pero no cree que sea prudente confesar que ha estado manteniendo relaciones con hombres que no volverá a ver en las noches mientras se parte el lomo trabajando durante el día como si no tuviera ganas de seguir viviendo y no le estuviera matando sucumbir a los hábitos de una esclavitud laboral a la que él mismo se ha entregado.
 Si no está bebiendo, está trabajando, y si no está trabajando, está ocupado buscando a alguien con quien pasar la noche, o haciendo lo que sea para no quedarse solo con sus pensamientos ni un solo segundo al saber que eso sólo lo llevará a la ruina, si es que no se encuentra en ella a estas alturas.
 —¿Toda la promoción? —pregunta para confirmar.
 Se relame los labios con cierto pesar, rogando en su mente que la respuesta sea negativa por la infinidad de cosas que significa que sea todo lo contrario. tiene el corazón estrujándose en su pecho ante la expectativa, al borde de un acantilado cuyo final está repleto de todas estas agujas filosas que lo van a perforar en lo más profundo del alma.
 De algún modo, es una suerte que Niall no sea consciente de ninguna de esas cosas y que no lo haya visto en ningún estado deplorable dentro de las escasas ocasiones en las que se han encontrado.
 Harry sabe guardar las apariencias, pero no tanto en ciertos días, esos en los que se siente particularmente destrozado, como hoy.
 Hoy es un día de estos.
 La noticia no le ayuda demasiado.
 —Supongo que sí —responde y la duda en su voz casi lo lleva a imaginarlo encogiéndose de hombros con sencillez. Para él realmente es muy fácil decirlo, mientras que para Harry es una tortura escucharlo—.
 han enviado el correo a todos.
 Esta vez, el rizado no es capaz de soportarlo mucho tiempo, no puede soportarse a sí mismo más bien, pues las manos comienzan a temblarle y la sensación agridulce que alguna vez ha estado gobernando sus papilas gustativas incrementa hasta volverse ácida en su lengua.
 El dolor de cabeza parece aumentar ahora que lo ha oído confirmar lo indeseable y esa sensación nauseabunda que no ha tenido en toda la mañana finalmente se está haciendo presente, creciendo en sus entrañas, hasta el punto en el que se vuelve incapaz de tomar otro trago de café.
 Se obliga a hacerlo, de todas formas, con todo y dedos temblorosos y esa inexistente estabilidad que le pide a gritos que regrese a su piso y que no salga de allí hasta que sea lunes y tenga que ir a trabajar.
 —¿A todos? —interroga en cambio, con las cuerdas vocales igual de trémulas y una pesadez en los párpados que no le permite abrir los ojos apropiadamente.
 Deja el vaso sobre la mesa, se sostiene el tabique con los dedos y baja la cabeza en un intento por prepararse mentalmente para las próximas afirmaciones de su amigo de años, con el único que todavía sigue manteniendo una relación que no se ha hecho añicos por su propia culpa.
 —Sí, eso creo —contesta el rubio, y la extrañeza se desborda tanto de su voz que no es tan sorprendente lo que pregunta a continuación—. ¿No has recibido el tuyo?
 —No —responde antes de pensarlo, y tiene que corregirse a sí mismo casi de inmediato—. No he revisado.
 Bien pudo haberse quedado con esa negativa y fingir que no le ha llegado nada para así no tener que pensar siquiera en asistir. Sin embargo, no le apetece mentirle a nadie con respecto a nada y tampoco tiene cabeza para iniciar una conversación en torno a su propia falsedad sabiendo que su amigo crearía una especie de argumento con las personas con las que sí habla.
 Niall siempre ha tenido un espíritu impresionante y una voluntad de hierro dentro de su extroversión valiente y singular, así como también siempre ha conservado esta cualidad de solidaridad amistosa y jocosidad que le permite llevarse bien con todo el mundo, bajo todas las circunstancias.
 Es como un rayo de sol andante y prudente, de los que no queman porque es invierno pero aun así conservan la potencia suficiente como para hacerle fruncir las cejas y entrecerrar los ojos, pues su brillo continua siendo cegador y cálido y todo lo que Harry podría necesitar ahora mismo si no estuviera ocupado sintiéndose avergonzado de sí mismo, de sus propias emociones, del estilo de vida que está llevando y de todo ese rencor y esa amargura que guarda dentro de sus entrañas y que le ha puesto negro el corazón.
 No podría presentarse así de vulnerable delante de Niall aun sabiendo que todo lo que su amigo haría sería consolarlo y buscar una solución a ese problema que no parece tenerlo.
 Preferiría morirse antes de dejar que alguien, quien sea, lo viera en ese estado de decadencia en la que el vómito acecha la punta de su garganta y el café no ha sido capaz de lavar esa resaca que persiste en hacerlo añicos.
 Tal vez termine comprándose otro. Todavía tiene que comerse el panecillo.
 —¿Todos van a ir? —murmura en una interrogante, al cabo de unos segundos en los que no se imagina que puede estar haciendo el hombre de pelo claro al otro lado de la línea mientras él está teniendo una pequeña crisis mental.
 Se llena los pulmones de aire con mucho pesar y se regaña a sí mismo casi de inmediato porque no quiere saber eso. No está deseando saber si todos estarán asistiendo a esa condenada reunión que no ha podido llegar en un peor momento. Harry realmente ha estado pasando por una racha de mala suerte.
 La línea casi ruge en una respiración casi pesada.
 —No puedo confirmarte eso, amigo —dice Niall con toda la razón del mundo, logrando que el rizado se sienta más estúpido que hace un segundo, y peor. Mucho peor—. Damián va —añade, como si creyera que eso es algo que necesitara saber, como si el mencionar un nombre conocido lo alentaría a hacer algo de lo que Harry no tiene la menor idea.
 Lejos de sentirse aliviado al reconocer un nombre que no ha escuchado en años, Harry solo puede percibir cómo su corazón se encoge y los músculos de su rostro pliegan en una mueca de desagrado que refleja todo lo que hay dentro de su alma.
 Es una suerte que se encuentra sentado en la esquina más alejada del centro de la cafetería, porque así no tiene que pasar por la pena de hacerse pedazos por la sorpresa delante de otras personas que tengan la oportunidad de atestiguar lo deplorable que es su situación actual.
 La lejanía le permite, finalmente, apoyar la frente sobre la superficie y darse por vencido en su intento de mantener toda su basura junta. Sabe de primera mano que su aspecto no es el mejor de todos, y todavía no entiende por qué prefirió ir a una cafetería en lugar de ir directamente a su casa, allí en donde nadie tiene los ojos puestos en él y no se dan cuenta de lo dolido que se encuentra.
 Está a nada de echarse a llorar, así que no sabe muy bien cómo es que se las ingenia para volver a hablar.
 —¿Sigues hablando con Damián? —pregunta, una mezcla de asombro e incertidumbre brotando de sus labios y siguiendo el ritmo de su corazón.
 Recuerda a Damián vagamente. Tiene su rostro guardado en su memoria, pero ya no puede asimilar el sonido de su voz, ni la forma de su sonrisa, ni los temas de conversación que mantenían, ni mucho menos lo que se sentía pasar el tiempo con él.
 Todo forma parte de un pasado que ahora permanece en las borrosas sombras de su memoria, como si fuera una vida lejana que no entra en su reencarnación porque es imposible conservar más de una existencia dentro de ese cascarón al que llama cuerpo.
 —Si, y con Stephan, Vladimir y Beth —informa el rubio del otro lado de la llamada, nombrando a ese grupo de personas con las que solía pasar la mayor parte de sus horas universitarias y que ahora, después de casi diez años, ya no es capaz de rememorar tanto como piensa que le gustaría. Escuchar sobre ellos le hace sentir tan raro que no encuentra las fuerzas suficientes para enderezarse y prestarle atención apropiadamente—. Con la mayoría, en realidad —admite Niall en palabras innecesarias.
 Toda esta información lo es. Harry no está necesitando escuchar cómo él ha sido el único que no ha vuelto a tener información de ninguna de esas personas.
 No necesita darse cuenta de que ha sido el único que se perdió de todo eso, que no tiene sus números telefónicos, que no guarda sus correos electrónicos, que no sabe qué han estado haciendo durante todo ese tiempo y que no tiene la más mínima idea de cómo han estado porque es imposible para él preguntar sobre ello al tener la creencia de que todo volverá hacia una persona en específico. Esa de quien, sinceramente, no quiere saber tanto como, de hecho, si lo quiere.
 Es ilógico, y frustrante, y Harry de vez en cuando preferiría ni siquiera ser amigo de Niall a pesar de que lo aprecia con todas sus fuerzas. Es básicamente la única amistad que no ha roto desde la universidad, y quien no se ha ido de su lado por pura obra del cielo y esa voluntad inquebrantable que el rubio tiene de permanecer junto a él, sin excepciones, incluso aunque existen ocasiones en las que el rizado puede pasar semanas completas sin dirigirle la palabra y regresar a él como si nada hubiera ocurrido.
 Niall actúa de la misma manera, tal vez acostumbrado a su comportamiento inevitable y extraño, quizás demasiado consciente de que, de vez en cuando, hay cosas que no puede soportar.
 No hace preguntas cuyas respuestas son difíciles de dar, tampoco hace insinuaciones demasiado profundas que lo pongan demasiado incómodo o lo obliguen a volver a resguardarse en su capullo como si eso fuera a protegerlo de una agonía que está adherida a él como una sanguijuela que no sabe cómo extirparse.
 Harry no se cierra a propósito, tampoco es como si lo disfrutara. Es solo que, hay días en los que simplemente no puede consigo mismo, ni con los recuerdos, ni con todo ese dolor que lleva dentro.
 Agradece mucho que su compañero sea capaz de comprenderlo, o que por lo menos actúe como si lo hiciera.
 —¿Desde cuándo? —continúa con su interrogatorio sin sentido, sin saber exactamente a dónde es qué quiere llegar, tomándose un segundo para preguntarse mentalmente por qué de pronto quiere saber esas cosas, por qué de repente insiste en ponerse en esa situación conociendo perfectamente que no puede cargar con más peso del que ya lleva, porque de hacerlo solo logrará desplomarse hasta tocar fondo.
 No está preparado para ello. No obstante, sus oídos se abren a la espera de la contestación de su amigo.
 —Desde siempre —admite Niall, y la suavidad que adquiere su tono de voz le hace creer que le tiene más pena de la que está dispuesto a soportar. Harry tiene ganas de que un hoyo se abra en medio de la tienda y se lo trague por completo con tal de no tener que pasar por esto—. Nunca dejamos de hacerlo.
 Harry se llena los pulmones de aire antes de finalmente incorporarse en el asiento. Su mirada se enfoca en el panecillo que ha dejado por la mitad y que ahora tiene que estar tan frío como una tarde de invierno, imposible de comer.
 La resaca no se le ha ido todavía, y las náuseas que debió sufrir la noche anterior ahora están rugiendo en sus entrañas en una especie de venganza por haberse descuidado a sí mismo hasta este momento. Piensa que tal vez debió quedarse en el departamento de aquel muchacho cuyo nombre todavía sigue sin recordar, aunque no está muy seguro de para qué.
 —¿Siguen viviendo todos en Painswick? —musita, su cabeza se cae ligeramente hacia la derecha, hasta que la parte inferior del móvil le está rozando el hombro y corre el riesgo de sufrir una tortícolis en cualquier instante.
 La mención de la localidad en la que estuvo viviendo desde su nacimiento hasta los veintiún años le deja un sabor espantoso en las papilas gustativas, así como también le produce una acidez inexplicable en el centro de la garganta que no le permite tragarse toda la amargura que se le queda en la cavidad.
 Ni siquiera odia Painswick. No tiene ningún mal recuerdo de su infancia en esa casa que sus padres eventualmente tuvieron que vender y que hace años no ha vuelto a ver, sus años en la secundaria fueron bastante agradables —lo cual es mucho decir tomando en cuenta que su camino a través de la pubertad fue espantoso— gracias a ese pequeño grupo de amigos que solía tener y que ahora no podría reconocer si se los llegara a encontrar en la calle, y su tiempo en la universidad fue lo suficientemente maravilloso como para que no tuviera la necesidad de guardarle ningún tipo de rencor a ese pequeño pedazo de tierra.
 Lo cierto es que su vida en Painswick era decente, podría decir incluso que fue inmensamente feliz estando allá, y aun así, nada pudo impedir que hiciera sus maletas y tomara ese tren a Londres que marcaría el resto de una triste existencia y que se quedaría con la mitad de su corazón en la misma puerta, junto con las ganas que le quedaban de vivir porque el resto de su alma se había perdido la noche anterior, entre unas manos cálidas que lo conocían en cuerpo y espíritu, entre unos ojos azules repletos de temor y agonía que ya no puede recordar porque le lastima demasiado el siquiera intentar hacerlo.
 Todo lo que fue alguna vez lo dejó en Painswick, en un pequeño jardín a mitad de la noche, cuando la brisa de la primavera soplaba con suavidad y no era consciente de que Harry estaba tomando decisiones que no lo beneficiarían y que, al contrario, lo único que lograrían serían estancarlo por la eternidad porque él de verdad no puede olvidar casi tanto como es incapaz de recordar.
 —Bueno —la respiración de Niall lo saca de sus cavilaciones y lo obliga a sacudir las pestañas pues su mirada se ha quedado perdida en alguna esquina de la mesa, en donde la textura ha creado un patrón admirable que él no ha podido apreciar al estar rememorando cómo una sonrisa sincera podía existir en su rostro y cómo se sentía tener el cuerpo ligero—, Beth se mudó a Glouchester y Vladimir está trabajando en Stroud desde hace cinco años, creo —cuenta sin ningún orden en particular—, y Johnny, eh ¿te acuerdas de Johnny?
 El nombre le suena, más su rostro es algo que no conserva dentro de su caja de memorias. No tiene los rasgos de nadie excepto los de una persona en particular y esos ni siquiera puede tenerlos en cuenta sin que resulte ser desgarrador para él.
 —Sí —responde en cambio, queriendo saber de todas formas, anhelando escuchar cualquier cosa que no sea su propia pena.
 —Él vive aquí en Londres como nosotros —revela, y ese es el único dato que logra que al rizado se le alcen las cejas momentáneamente. El gesto no le dura demasiado, pues Niall continúa hablando—. Los demás sí han hecho sus vidas en Painswick hasta donde tengo entendido.
 Harry asiente. Bien. No es información segura, pero puede tomarla. Puede tomarla porque es lo único que tiene de los pasados diez años y no hay nada que pueda hacer al respecto.
 No tiene la menor idea de lo que está haciendo cuando sus labios se separan.
 —Y… —deja las palabras en el aire al sentir como un nudo se le forma en el filo de la garganta. Su intención es preguntar por alguien en específico, pero su nombre no encuentra el camino entre sus cuerdas vocales— ¿y…?
 Aprieta los labios, se los humedece. Se pasa la mano por el cabello, luego por la frente. Se estruja uno de los ojos, el que menos lágrimas guarda, y no puede.
 No puede hacerlo. No puede preguntar por él porque si dice su nombre se va a romper en pedazos, como una caja de cristal en manos de un niño descuidado.
 Se vuelve frágil y de papel en ese preciso momento, rayado y liviano al merced de un viento poco piadoso que parece tener la intención de llevárselo volando hasta quién sabe dónde.
 —¿Qué? —inquiere su amigo después de unos segundos en silencio, mientras Harry ha estado buscando su coraje tan sólo para fallar miserablemente.
 —Nada —se apresura en decir, su voz siendo un hilo que cuelga de un acantilado. Carraspea, sacude las pestañas, se toma el resto de un café fríamente espantoso y chasquea la lengua antes de cambiar de tema—. Eh, ¿vas a ir a la reunión? 
 —Si no tengo nada mejor que hacer, sí —pronuncia, otra vez sonando casual, completamente ignorante al hecho de que el rizado está al borde de un colapso mental. Es mejor así—. ¿Quieres que nos vayamos juntos?
 La respuesta ideal sería no, pues Harry sinceramente no quiere nada que ver con ese reencuentro generacional. Sin embargo, los dedos de la mano que le queda libre se cierran en torno al borde de esa chaqueta estrecha y ajena, y sus párpados se cierran con tanta fuerza que cuando los vuelve a separar está viendo manchas negras.
 —Seguro —acepta con toda la imprudencia del mundo, con todo ese dolor guardado comenzando a mezclarse con la curiosidad y con un quizás que ni siquiera debería de estar considerando. Puede estar tomando otra vez la peor decisión de su vida, pero honestamente ¿Qué más puede perder? Se aclara la garganta nuevamente y golpea la esquina de la mesa con el dedo índice antes de tragar saliva y hablar—. Te voy a dejar —murmura en una despedida, conociendo el cambio en su respiración y el repentino picor en las esquinas de sus ojos—. Hablamos luego.
 —Está bien —dice Niall sin ánimos de retenerlo, a pesar de que la voz de Harry se ha ahogado en la última palabra y ha sido bastante obvio que algo le está sucediendo. Pero el rubio no pregunta sobre eso, no porque no le importe, sino porque tal vez sabe perfectamente lo incapaz que es el rizado de hablar sobre ello—. Te llamaré en la semana para que coordinemos.
 Deja escapar un sonido afirmativo con la garganta y se apresura a colgar para no exponerse al suspiro tembloroso que se le escurre de todas formas y a pesar de que ha hecho hasta lo imposible por retenerlo.
 Deja el celular sobre la mesa y se cubre el rostro con ambas manos, presionando los dedos sobre sus ojos mientras una presión agónica está destrozándole el pecho hasta causarle la impresión de que lo va a matar.
 No puede creer que su día se haya arruinado de este modo. No puede creer que alguien de su promoción haya creído que es una buena idea volver a encontrarse los unos con los otros. Pero, sobre todo, no puede creer que haya aceptado ir a esa pequeña villa en el condado de Gloucestershire.
 Si se lo dijera alguien más habría estado furioso, pero ahora mismo todo lo que puede hacer es evitar ponerse a llorar.
 No sabe cómo es que va a hacer esto.
 Harry está teniendo una semana muy difícil, una que fácilmente podría confundirse con cualquier otra de las que ha estado teniendo desde que tiene memoria si tan solo no se sintiera más triste de lo habitual.
 Es miércoles, uno terrible si se lo pregunta. La noche ha caído sin remedio hace un par de horas, como de costumbre, y su malhumor ha alcanzado niveles insoportables incluso para sí mismo. Ha estado irritado desde que salió del trabajo, o quizás desde antes considerando que su rutina laboral fue insufrible e infinita dentro de su rango de consciencia, siempre robándole toda la energía, sin falta ni misericordia, sin una pizca de esa piedad que está necesitando constantemente al cargar todos los días con esta agonía silenciosa e inexplicable que se desenvuelve sin falta en sus entrañas.
 También está cansado y hambriento, y tan melancólico que, el siquiera quitarse los zapatos en la entrada para ponerse esas sandalias que acostumbra a dejar disponibles en una esquina, resulta ser una tarea sumamente complicada de realizar.
 Lo ha hecho, de todas formas, así como también se ha arrastrado hacia su habitación para despojarse de sus prendas, meterse en el baño y olvidarse de que es un lo más parecido a un inútil —desde su perspectiva— oficinista esclavizado por una empresa de ventas que podría disfrutar si tan solo no estuviera tan predispuesto a la miseria a causa del recuerdo de una persona en particular.
 Se ha tomado su tiempo en la ducha, más del que resulta ser prudente y necesario, pero necesita hacerlo, pues ese resulta ser el único momento en todo su día en el que se permite sentir las cosas del modo más apropiado posible, sin alcohol de por medio, sin cuerpos ajenos y desconocidos a su alrededor, tocando el suyo y haciendo lo que se les venga en gana porque no podría importarle menos lo que hicieran con él.
 Sabe perfectamente que nadie va a tratarlo del mismo modo en el que alguien más lo hizo alguna vez, que ninguno de esos hombres llegará a quererlo tanto como él lo hizo, en el pasado, ese que ahora es muy lejano y que a duras penas es capaz de recordar tras haberse obligado a olvidar cosas en específico con el único propósito de sobrevivir a la soledad. No importa cuantas veces lo intente, incluso si se esfuerza todos los días, todas las noches, su corazón no se abrirá al cariño de nadie más.
 Su amor está cerrado bajo candado y no tiene la llave, se la dejó a él hace mucho tiempo, antes de que sus caminos se partieran por la mitad y nunca más se volvieran a encontrar. Es un martirio constante tener que pensar en todo eso estando debajo del grifo, pero de nuevo, es algo que simplemente no puede ignorar aún si hace todo lo que está dentro de él para lograrlo.
 Eventualmente termina su ducha, con los ojos irritados, con el cuerpo adolorido por la aventura fugaz que tuvo en la oficina con un sujeto que no le quitó los ojos de encima y que obtuvo su oportunidad durante la hora del almuerzo. No fue nada importante y lo mantuvo distraído, pero duda que se vuelva a reunir con él al no ser un aficionado de mezclar su imprudencia con su labor.
 Sale del cuarto de baño con el pelo medio húmedo y una toalla alrededor de la nuca. El letargo se va desenvolviendo por sus músculos como una serpiente arrastrándose en el suelo y no hace más que deslizarse sobre el colchón para recostarse un segundo, o dos, o tres, o todos los que sean necesarios para quitarle esa tonelada que le pesa en el alma.
 No lo consigue, por supuesto, pues lo tiene adherido en el espíritu que va mucho más dentro y es más difícil de eliminar. Gira sobre su propio estómago y alcanza los pantalones que estuvo usando el día de hoy y que dejó en el suelo con la esperanza de recogerlos en algún momento del fin de semana o, en el caso más ideal, mañana.
 Busca el móvil entre los bolsillos y finalmente se digna a revisar su correo electrónico. Encuentra mensajes relacionados a su trabajo que se promete leer en otro momento y se tortura buscando ese que ha estado pendiente en alguna parte de su cabeza desde que habló con Niall al respecto el sábado pasado.
 Lo ideal habría sido que no estuviera allí, que el correo no se encontrara en su bandeja de entrada ni en el buzón de mensajes no deseados, pues eso le haría las cosas más sencillas y le afligiría menos. Sin embargo, no sucede de ese modo, porque Harry halla el correo en el siguiente segundo y en el próximo lo está abriendo.
 El corazón le late con rapidez nostálgica y la luz artificial de la pantalla le hace daño en los ojos al haber estado todo el día detrás de un monitor de computadora, pero aun así se las arregla para leer cada palabra de ese texto digitado a todos los estudiantes de una promoción universitaria de la que no ha vuelto a saber desde su graduación.
 Es una invitación bastante casual, aunque lo suficientemente respetuosa como para que el rizado pliegue ligeramente las cejas y tenga ganas de bufar. Quien lo ha redactado ha sido Stewart, un sujeto que solía ser demasiado parlanchín y extrovertido hasta la muerte, siempre hablando con todo el mundo al mismo tiempo, siempre demasiado caótico para el gusto de todos, pero lo suficientemente agradable como para que nadie pudiera detestarlo realmente.
 A Harry le caía bien Stewart, solían salir en grupo de vez en cuanto —especialmente porque Stewart pertenecía a todos los grupos y a la vez a ninguno en específico— y se reía de vez en cuando de sus ocurrencias y alguno que otro chiste cuando no estaba ocupado perdido entre los brazos de aquel que era su amor, y era divertido, y Harry no puede recordar por qué decidió perder contacto con él, con todos en realidad.
 De todas formas, le sorprende un poco la capacidad de Stewart para escribir ese mensaje que contiene un saludo amigable y general para todos los involucrados, una propuesta de reunión bien plasmada con todo y signos de puntuación incluidos, una fecha pautada para el sábado de la semana que viene, una dirección, una hora, y, por último, una solicitud de confirmación que le ayude a saber quiénes estarán presentes y quienes no para poder coordinar con el restaurante en el que se encontrarán.
 Hay una despedida tranquila y un deseo de que todos puedan asistir plasmado al final del mensaje, y Harry no puede hacer más nada que suspirar porque eso ha sido todo. Es un correo cualquiera, uno insignificante, común y corriente, y el rizado se lo habría tomado mejor si tan solo no se hubiera puesto a revisar todas las direcciones de email que están incluidas en el área del destinatario.
 Ese ha sido su gran error, no solo porque emplea una buena cantidad de minutos leyendo nombres de personas cuyos rostros ya no guarda en el registro de su memoria, sino porque también tiene esta expectativa rugiendo en alguna parte de su pecho, incomodándolo sin sentido, molestándole hasta el punto de tener ganas de meterse la mano en la caja torácica y sacarse los órganos para dejar de sentirse así.
 No es algo que puede hacer, por supuesto, y de todos modos ya ni siquiera interesa, pues se halla con el único nombre que ha estado buscando al mismo tiempo en el que esperaba no encontrarlo. Es contraproducente y doloroso leerlo, pero está ahí, y Harry lo mira fijamente como si estuviera esperando que en cualquier segundo se fuera a desvanecer o a cambiar por cualquier otro.
 No lo hace, y quizás Harry se siente un poco nauseabundo al considerar que, si decide acudir a la reunión, terminarán encontrándose por primera vez en más de ocho años. Ni siquiera sabe cómo debería de sentirse al respecto.
 No tiene la menor idea de que es lo que debería de guardar en su interior al imaginar lo que parece ser un inevitable reencuentro, principalmente porque es incapaz de visualizar cómo serían las cosas entre ellos una vez que estén cara a cara. 
 ¿Se mirarían a los ojos o evitarían los colores en sus cuencas bajo todas las circunstancias?, se pregunta Harry mentalmente, sin apartar la vista de las letras que conforman ese nombre que se repite en su cabeza todos los días, sin falta, sin descanso.
 ¿Le dirigiría la palabra o se quedaría mudo al verlo?, continúa con sus inquisiciones de la forma más inevitable de todas.
 ¿Se sentaría a su lado para saludarlo y hacerle compañía del modo más cruel posible o se mantendría en algún otro extremo de la mesa? Allí en donde sus voces no sean escuchadas y solo puedan atestiguar gestos incómodos con las manos antes de regresar la atención a cualquiera menos a ellos. 
 ¿Pretendería que no se rompieron el uno al otro o le dedicaría el mismo gesto que le dio cuando se dijeron adiós? Harry no cree poder volver a pasar por algo como eso.
 No considera que el tiempo lo haya hecho lo suficientemente fuerte como para presenciar una vez más el quebrantamiento en esos ojos azules que aparecen en sus sueños de cada noche y que lo tienen con el alma colgando de un precipicio sin fondo.
 No podría, y lo sabe, y es por esa razón qué hay una parte de su alma que le implora que no vaya a esa reunión, que se quede en casa, que le diga a Niall que algo ha surgido en su trabajo que no le permitirá asistir o que se ha comido esta carne en mal estado que le ha destrozado las tripas y que lo obliga a permanecer en casa por al menos dos noches.
 No obstante, no puede hacer eso, pues tiene esta otra parte un poco más grande que la cobarde que le dice que debería ir y ver que ha sido de él, averiguar qué ha hecho, cómo luce, qué tanto ha cambiado y qué partes de él siguen siendo iguales a como las recuerda.
 La curiosidad parece ser más grande que el dolor que ha estado habitando dentro de él desde que tiene memoria, y para cuando parpadea y se da cuenta de sus propias acciones, Harry está respondiendo el correo electrónico de Stewart para hacerle saber que puede contar con él para esa noche y que despejara su calendario para que nada pueda evitar su presencia.
 Está a punto de entrar a la boca del lobo cual, si dedo se posa sobre la opción de envío, y lo sabe, pero no puede hacer nada al respecto, pues no tiene fuerzas ni espíritu y todo lo que conserva es este doloroso y asfixiante anhelo por saber qué fue del hombre que alguna vez lo amo casi tanto como Harry todavía lo sigue haciendo.
 Duda que tenga sentimientos por él, ni siquiera está esperando que su corazón se haya congelado con el tiempo ni que lo haya estado esperando aún después de esa fatídica noche, pero, aun así, la sola idea de volver a encontrarse y de escuchar su voz y apreciar, aunque sea de lejos ese azul incesante y significativo lo encienden lo suficiente como para que cierre los ojos, presione la pantalla de su móvil y deje que el internet se encargue de hacerle saber a todos que lo verán pronto.
 Una sensación nauseabunda se desarrolla en el filo de sus entrañas, cerca de donde agoniza, allí en la proximidad de su corazón que late desbocado y se hunde igual que sus tripas.
 Se obliga a respirar con fuerza, creyendo que eso es todo lo que necesita, mucho oxígeno y una resistencia endemoniada que no sabe de dónde podría sacar porque todo lo que le queda es debilidad y mucha, mucha aflicción.
 Se remueve en la cama, hundiéndose entre las sábanas y apretando los párpados una vez más, preguntándose por milésima vez en la vida cuando será el día en el que podrá dejarlo ir o si siquiera será capaz de hacerlo.
 La respuesta siempre es negativa y Harry parece ser masoquista al seguir haciéndola. Su teléfono vibra a su lado, pero no le apetece ver quién ha sentido la necesidad de contactarlo, de modo que simplemente se queda sumergido entre su suplicio y sus cobijas y permanece en ese lugar hasta que el hambre le pica o hasta que el cansancio se posa sobre él y lo obliga a dormir sin llegar a descansar. 
 Esa noche sueña con un reencuentro que sale espantosamente mal, y se despierta con los ojos llenos de lágrimas y la sensación de que todo ese episodio ha sido una premonición a lo que probablemente no vaya a pasar.
 Intenta convencerse de que solo ha sido un sueño, pero su mente parece aferrarse tanto a esas imágenes ficticias que su semana entera se arruina ante el recuerdo de algo que nunca sucedió. Y la pasa mal, durante los siguientes días la pasa espantosamente, tanto que tiene que recurrir a la mayor cantidad de distracciones posibles.
 Se ahoga en su trabajo en la oficina, sale tarde a bares en los que no debería frecuentar con tanta insistencia y conoce a tantos hombres con orbes preciosos que no logran hacer nada por su causa, pues siempre regresa al mismo recuerdo que lo hunde y lo hace sentir como si ya no le quedara nada.
 No repite horas nocturnas con ninguno, aun cuando inconscientemente da su número telefónico a unos cuantos, no llega a contestar ni un solo mensaje porque no es lo que necesita ni mucho menos lo que quiere, a pesar de que ni siquiera sabe qué más desea aparte de eso que claramente no puede tener.
 Llega a hablar con Niall un par de veces, algo breve que consiste en pequeños recordatorios de su encuentro en la estación para tomar ese tren que los llevará a su pueblo natal.
 Harry ha estado evitando prolongar esa conversación, pero el día llega y él está delante del espejo mirando su propio reflejo como si no se reconociera. Se ha cortado el cabello el martes, se ha quitado el vello facial el día anterior y ha elegido su ropa desde esa misma mañana al haber pedido el día libre en el trabajo con la promesa de que llegaría el lunes completamente renovado.
 Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que eso no termine sucediendo, y el rizado ni siquiera intenta aferrarse al otro cincuenta porque no cree que valga la pena. Es consciente de que todo depende de cómo salgan las cosas y no puede evitar sentirse angustiado de que todo salga específicamente mal.
 Se pasa la lengua por los labios, termina de abotonarse la camisa de satín que por alguna razón le ha parecido una buena opción —conoce el motivo, pero honestamente no va a admitirlo ni siquiera para sí mismo—, y se pasa las manos por los rizos con la esperanza de no lucir como si se hubiera tomado más tiempo del necesario en su apariencia.
 Ha tenido que maquillarse las bolsas negras que han estado tatuadas debajo de sus hombros por mucho tiempo, pero ha dejado al aire ese sinnúmero de pecas que salpican el borde de sus pómulos y que se extienden por los rincones de su cuello hasta formar constelaciones en sus hombros y el inicio de su espalda ahora cubierta.
 Respira con pesar, su móvil suena en la notificación de un nuevo mensaje de texto y lo agarra para ver a través de la pantalla como Niall le avisa que ya está saliendo de casa para ir a la estación. Entra a la conversación, le escribe que él también va a salir y no espera a que lo vea para coger su billetera, sus llaves y su tristeza para dirigirse hacia la puerta sin mirar atrás y sin dudar.
 Baja las escaleras como si tuviera grilletes con pesas en los tobillos y emprende su camino hacia la estación a pesar de que le conviene tomar un taxi para no cansarse demasiado. Prefiere caminar, sin embargo, porque así aprovecha para pensar qué cosas va a decir y qué guardará para sí mismo.
 Idea preguntas para aquellos conocidos que con el tiempo se convirtieron en desconocidos, y hasta finge el tipo de sonrisa que va a dedicarle a cada uno menos a alguien en particular. No piensa en él, pues le aterra y le hiela las entrañas, le causa un malestar sin igual y tiene que detenerse porque no puede devolverse y cancelar todos esos planes que ahora mismo lo quieren matar.
 Llega a perderse tanto en sus pensamientos que ni siquiera se da cuenta del momento en que llega a la estación, y la única razón por la que sus pies regresan a la tierra es porque escucha su nombre salir de la boca de alguien más.
 Parpadea casi con cierto aturdimiento, y enfoca la vista en el castaño que ha permanecido a su lado a través de los años y a pesar de todo, aún si en realidad ha sido en la distancia de semanas y hasta meses sin verse o saber del otro. El único. Se acerca a Niall echándole un vistazo de arriba abajo, alegrándose de su vestimenta prudentemente casual pues la idea de no adecuarse a la ocasión de cierto modo lo ha angustiado lo suficiente como para sentirse así de aliviado ahora.
 Le elogia el chaleco mentalmente y se muerde ligeramente el labio inferior tan pronto como se detiene enfrente.
 —Ey —musita una vez que sus ojos se encuentran y la sonrisa del castaño se hace presente—, hola.
 —¿Qué tal amigo? —saluda de vuelta, extendiendo la mano en su dirección y tirando de él en un abrazo tan pronto como Harry la acepta.
 Se traga un jadeo cuando siente las palmadas que Niall le regala y por nada del mundo se permite sentirse incómodo con sus acciones al saber que no puede costearse perder a alguien como él.
 Le devuelve el abrazo por el tiempo que se considera necesario y se mordisquea el labio inferior antes de mirar a su alrededor.
 —¿Solo seremos nosotros dos? —cuestiona, pues ningún rostro le parece conocido y no hay absolutamente nadie acercándose a ellos con intenciones amistosas y entusiasmadas.
 Algo dentro de Harry se sacude cuando el castaño mueve la cabeza de arriba abajo, aunque no logra determinar si es de alivio o desilusión.
 Lo cierto es que no sabe qué está esperando. 
 —Sí, le escribí a Johnny para ver si nos íbamos juntos, pero me contó que su hija se enfermó y que se quedará para cuidarla —le explica, una pequeña mueca de pena deslizándose por sus facciones antes de volver a la normalidad—. Le dije que venías, así que te manda saludos. Espera que podamos juntarnos los tres un día de esta semana, si te parece bien.
 De algún modo, todo eso resulta ser demasiada información para el rizado, quien ha alzado las cejas con cierta impresión de por medio y quien ha percibido como el corazón le da una especie de vuelco al escuchar que Johnny tiene ganas de verlo después de tanto tiempo.
 Está seguro de que ni siquiera lo recuerda y que solo ha dicho eso porque Niall a lo mejor lo ha propuesto. Quién sabe. 
 —¿Johnny tiene una hija? —elige preguntar, evitando todo lo que puede el tocar el otro tema y corresponder esos saludos que no cree necesitar. 
 Niall vuelve a asentir, calmado, acostumbrado a su triste presencia y esa aura melancólica que ha emanado de él desde que se mudó a Londres. 
 ���Si, de tres años —responde, dedicándole un ademán con la cabeza para que empiecen a caminar hacia el interior de la estación—. Más o menos, sí.
 Harry lo sigue de cerca, permaneciendo a su lado y colocándose detrás solamente cuando les toca pasar por el sensor de entrada. 
 —¿Y está casado? —pregunta nuevamente, sacando su billetera para conseguir la tarjeta que registra todos sus viajes. El castaño pasa primero con la suya, y Harry cruza justo después. 
 —Sí —afirma, evitando chocar con un muchacho que aparece de la nada y que parece tener alguna especie de prisa a pesar de que los trenes no han llegado todavía. Lo mira con las cejas medio fruncidas—. ¿No lo sabías? 
 Harry aprieta los labios y se detiene en la línea de la compuerta que les toca para viajar. Sacude la cabeza sintiéndose, una vez más, como si se hubiera perdido de una vida entera. Y quizás lo ha hecho, tal vez se ha perdido cientos de vidas y esta noche será el momento perfecto para darse cuenta de que es así. 
 —No estoy seguro —termina murmurando, con la vista ahora en el suelo, con los hombros tan caídos que casi luce como si en cualquier momento se fuera a derrumbar.
 Puede sentir como su ánimo desciende a cada segundo, llevándose consigo cualquier descarga de energía que no ha tenido en primer lugar, haciéndolo sentir otra vez como que la única opción que tiene ahora mismo es el darse la vuelta y regresar.
 No quiere hacerlo, sin embargo, porque Niall ya está ahí, porque ya se encuentra con él en la estación, porque no tiene ninguna excusa para darle si de repente decide que no puede hacer esto. Y no puede, pero su consciencia y su consideración resultan ser un poco más fuertes que esa aflicción que lo abraza por detrás en todo momento.  
 —Oye —llama su amigo, inclinándose en su dirección, buscando sus ojos aun cuando Harry preferiría que no lo hiciera, pues sabe el tipo de brillo opaco que debe guardar en ellos—, ¿estás bien?
 El rizado alza la cabeza casi de inmediato y arruga las cejas como si no supiera de dónde rayos viene esa pregunta. Lo mira como si hubiera perdido la cabeza, como si la duda no entrara en contexto y hasta estuviera fuera de lugar.
 —Claro —contesta, haciendo todo lo posible por guardar una serenidad que, lejos de ser una verdad, es más una máscara que ha aprendido a utilizar con más frecuencia de la que le gustaría—, ¿por qué preguntas?
 Niall parpadea un par de veces, sin dejar de mirarlo directamente. Su capacidad para mantener el contacto visual con la gente es intimidante y Harry se ve a sí mismo en la necesidad de apartar la vista al no poder tener la misma resistencia. 
 —No te ves bien —señala en un murmullo. Se encoge de hombros como si no quisiera darle mucha importancia, aunque el modo en que su frente se pliega delata su consternación. El rizado está odiando esos segundos con todas sus fuerzas—. Sé que no es asunto mío y que no te gusta compartir ciertas cosas, pero, realmente puedes hablar conmigo si algo está sucediendo, ¿sabes?
 Harry asiente varias veces, con la vista fija en sus zapatos y un encogimiento en el corazón que le está causando mucho dolor. Es una suerte que en ese preciso instante el tren llegue, porque así tiene la oportunidad de pensar en una respuesta razonable que logre ocultar el hoyo negro que tiene en lugar de corazón.
 El estruendo del ferrocarril deteniéndose es incómodo al oído, pero pronto cesa y es reemplazado por una breve música instrumental que acompaña el anuncio de que las puertas se estarán abriendo y que todos los pasajeros deben esperar detrás de la línea sin obstruir el paso a los que vayan saliendo.
 Todo sucede muy rápido, desde la multitud escurriéndose entre ellos mismos para abandonar el vagón hasta la incomodidad del muchacho que mantiene el entrecejo fruncido mientras se las ingenia para no chocar con nadie al entrar. Ambos lo logran con éxito y se apresuran en ocupar un par de asientos corredizos que encuentran disponibles.
 —Solo estoy estresado por el trabajo —responde Harry finalmente, sosteniéndose a la barra metálica que llega al techo del tren. Niall se guarda las manos en los bolsillos de la chaqueta una vez que se acomoda a su lado—. Mis jornadas se han estado extendiendo y hay muchas cosas por hacer allá y yo solo, es estrés. No es nada.
 Una vez más, la voz femenina les comunica que las puertas se estarán cerrando y que nadie debe apoyar ninguna parte del cuerpo de ellas por motivos de seguridad.
 Harry aprieta los dedos contra la barra para evitar que su figura se incline hacia un lado por el impulso que toma el vehículo al arrancar. Niall, de alguna forma, planta los pies en el suelo para impedir esa misma inclinación. 
 —Harry… —intenta decir el castaño en un murmullo dirigido exclusivamente a él.
 Harry sacude la cabeza casi de inmediato.
 —Ser oficinista es estresante, ¿sabes? —lo interrumpe sin más, con esa declaración tan contundente que no tiene nada que ver con sus verdaderas emociones pero que pretende ocultarlas todas. No va a lidiar con esto ahora y su mejor táctica, por ahora, es evadir el asunto, como siempre—, así que me alegra que podamos salir de la rutina y juntarnos de este modo. 
 Su amigo se le queda mirando por un segundo, por dos o tres, quizás cuatro o cinco en un silencio que casi parece sepulcral pero que pronto se ve interrumpido por una suave sonrisa y un cambio de brillo en esas cuencas azuladas que no se parecen en nada a las que están tatuadas en su memoria. 
 —Sí, a mí también —corresponde con gusto, con las facciones ablandadas en una sinceridad que hace que el rizado se sienta menos tenso. Gracias al cielo, el agarrotamiento en sus músculos lo está volviendo loco, y ni hablar del malestar estomacal que permanece apretándole las entrañas—. Tengo curiosidad por saber cómo lucirá nuestro viejo grupo.
 Harry vuelve a fruncir un poco las cejas, esta vez con más confusión de por medio que otra cosa.
 —Pensé que mantenías contacto con ellos —comenta, recordando lo doloroso que fue para él enterarse de todas esas vidas que perdió, memorias que pudieron haber sido felices si tan solo hubiera hecho las cosas de un modo distinto.
 Niall asiente varias veces con una mueca dibujándose en sus labios.
 —Por teléfono y las redes sociales, sí —menciona. Alguien le choca la rodilla sin querer y se disculpa con él—, pero tengo años sin salir con alguno de ellos.
 Aunque no tanto como yo, piensa Harry automáticamente, apenado de sí mismo, con este sabor espantoso haciendo acto de presencia en su cavidad y amenazando con causarle un nuevo disgusto que no tiene ganas de explicar.
 Se queda en silencio al no saber qué contestarle al respecto y casi se alegra de que el castaño no agregue nada más sobre el tema, pues no necesita ser demasiado consciente de sí mismo y de los años que ha perdido.
 Todos parecen haber prosperado en sus existencias, mientras que él no está más que estancado en un amor que tuvo alguna vez y que se hizo trizas en una sola y miserable noche, tal vez por su culpa.
 Suspira y hace todo lo que está dentro de sus posibilidades para no deprimirse justo allí. Afortunadamente Niall inicia una nueva conversación sobre cómo han sido sus propias semanas en el trabajo, y el muchacho escucha con atención mientras el tren continúa recorriendo las vías, en dirección a ese pueblo que no pensó que volvería a visitar nunca más.
 Tampoco creyó que estaría particularmente enfermo de regresar, al menos, no excesivamente. Sin embargo, y a medida en que se acercan a la estación de Gloucestershire, sus intestinos se van apretando dolorosamente, anudándose entre sí para ocasionarle este malestar que tiene que ocultar con todo lo que tiene para no preocupar al chico que permanece a su lado y que habla con el mismo entusiasmo de siempre.
 No ha cambiado ni un poco, mientras que Harry lo ha hecho por completo, hasta no reconocerse a sí mismo, ni a sus órganos, los cuales se le quejan en voz alta en el rechazo por tener que afrontar una situación en la que su valentía no está dispuesta a hacer acto de presencia.
 Eventualmente, consiguen llegar a su destino. El tren se detiene, la misma señorita vuelve a hablar y pronto están bajándose del vagón para recorrer la estación en dirección a la salida. El aire es frío en este lado del sur a causa de las horas nocturnas, lo suficiente como para que el rizado se encoge sobre sí mismo y desee regresar pronto a su piso.
 Niall consigue un taxi para ambos con una rapidez que resulta hasta sorprendente, y durante todo el viaje en carretera hacia Painswick le va contando sobre las personas que ya se encuentran en el restaurante.
 Aparentemente Stephan ya ha llegado y ya hasta está pidiendo unos cuantos tragos con Beth al lado, y no tarda en darle una lista a Niall de la gente con la que se ha encontrado. Menciona a un tal Michael y a una tal Hayley, así como también nombra a una Heather y un Sean, y habla sobre ellos con tanta soltura que es abrumador el hecho de que Harry no pueda poner el dedo sobre ninguno de ellos.
 ¿Quiénes son?
 ¿Qué ha sido de ellos?
 ¿Lo recordarán o también habrán suprimido cualquier memoria relacionada a él con tal de sobrevivir a las melancolías del pasado?
 ¿Habrá un lugar para él en alguna de esas mesas?
 ¿Será recibido?
 ¿Será dejado de lado?
 ¿Le sonreirán con labios cerrados y no pasarán de la tediosa pregunta del qué tal?
 ¿Lo harán sentir como un forastero aun cuando ese es su lugar de nacimiento? 
 Harry tiene muchas preguntas para una sola noche, y ni una sola respuesta cuando todas permanecen dentro de su cabeza. Las palmas le sudan y mirar por la ventanilla se vuelve una tortura cuando el pasar del follaje a velocidad lo hace sentir mareado.
 Quiere pedirle al conductor que baje un poco la rapidez, pero tiene que hacerse la nota mental de que están en una carretera y que es de noche y que fácilmente podrían sufrir un accidente si va más lento de ahí. De modo que, se obliga a apretar los labios y sus propias manos y a quedarse quieto mientras Niall continúa hablando como si nada le estuviera sucediendo.
 Harry no sabe si está fingiendo ignorancia o no sabe cómo preguntarle si se encuentra bien una vez más. No tiene idea de cuándo, pero llegan al restaurante, y la única razón por la que se entera es porque el castaño comenzado a caminar se extiende incluso le toca el hombro varías veces y le notifica que ya se deben bajar. Dividen la tarifa por la mitad, y Harry se da cuenta de que de verdad no puede hacer nada de esto tan pronto como sus pies caen sobre el asfalto. 
 Alza la vista hacia la infraestructura, familiarizándose con ese estilo de construcción tan habitual en el condado que hace que todos los locales se asemejen y solo sean capaces de diferenciarse por los letreros y alguna que otra decoración exterior que lo haga destacar.
 En este lugar en particular hay muchas plantas, demasiadas, a decir verdad, en variedades que parecen extenderse incluso en el interior. Hay un carillón de viento colgando de la entrada, produciendo una melodía casi xilofónica gracias a la ternura de una brisa nocturna que se pasa de friolenta.
 El sonido pretende apaciguar las malas sensaciones que atraviesan el sistema del rizado, pero esas misma emociones son un poco más fuertes que nada y lo torturan sin piedad, asfixiándolo, descuartizándolo, convirtiéndolo en esta masa amedrentada de pura agonía y desasosiego. 
 El nerviosismo se posa sobre él como una manta en tiempos calurosos, y la ansiedad crece como un cáncer maligno que ha guardado silencio hasta devorar cada uno de sus tejidos, y sabe que no puede hacerlo.
 No puede.
 No quiere, pues tiene miedo, terror por verlo, por reencontrarse con él, con todos ellos. Le atemoriza tener que dar explicaciones, contar qué ha sido de él, reír y mentir y decir que no tiene pareja pero que su trabajo es bueno y tiene su propio piso y gana bien; escuchar como todos cuentan sobre las buenas vidas que llevan y lo encantador que ha sido el destino con todos ellos menos Harry.
 No quiere pasar por nada de eso, menos si eso significa tener que oír las anécdotas de ese hombre en específico.
 —Harry, ¿vienes? —llama Niall de pronto, quien en algún momento comenzó a caminar hacia la entrada dejándolo atrás. 
 Harry siempre se está quedando atrás.
 Con el nudo que tiene en la garganta, se le hace imposible hablar, así que opta por asentir con la cabeza y obligar a sus piernas a emprender camino.
 El bullicio de los comensales se cuela por sus tímpanos, molestándolo, irritándolo incluso más que esos bares a los que frecuenta en busca de una compañía que más que desearla, la necesita para no derrumbarse.
 Desde ya tiene la sensación de qué hay más gente de la que puede soportar, pero lo comprueba una vez que Niall le dirige la palabra a uno de los recibidores, quien les sonríe con amabilidad acostumbrada y los dirige a ambos hacia varias mesas en área abierta del restaurante.
 No podría concentrarse en el ambiente ni el estilo del local, así como tampoco podría mirar hacia las mesas repletas de personas que no tienen nada que ver con él, ni su pasado, ni mucho menos su presente, por lo menos no cuando con cada paso que da está cada vez más cerca de sus años universitarios.
 Es ahí cuando Harry los ve a todos. Un montón de caras vagamente conocidas, otras tantas completamente desconocidas, y muy pocas otras que estallan en su memoria como un torpedo dispuesto a arrasar con todo dentro de él.
 Niall llama la atención de los presentes con un saludo alto y sumamente jocoso, logrando que muchos de ellos interrumpan sus conversaciones mezcladas para girar los rostros en su dirección y devolverle la cordialidad con un entusiasmo que el rizado no comprende.
 Se queda detrás, medio contrariado, definitivamente más tímido de lo que le habría gustado, especialmente cuando Vladimir —una de las poquísimas caras que guarda en su caja de recuerdos— se pone de pie con una sonrisa y va directo a su encuentro. Se abrazan como si no se hubieran visto en años —tal vez no lo han hecho—, con palmadas en la espalda incluidas y carcajadas que no tienen sentido alguno pero que están igual de presentes que sus alegrías al reencontrarse.
 Luego aparece Beth, quien tiene el cabello negro y Harry nunca la había visto con un tono así de oscuro, rememorándola siempre rubia o del color de la miel, lo suficientemente clara como para que ahora le parezca una extraña entre una multitud de personas que nunca más volvió a ver.
 —¿Harry? —llama alguien de pronto, logrando que el hombre de ojos verdes pegue un respingo al haberse disociado y aparte la vista de cómo el castaño y la pelinegra se han fundido en un abrazo que le sacaría lágrimas a cualquiera— Harry Styles, ¿de verdad eres tú?
 Harry parpadea, encontrándose de frente con Vladimir, quien jadea tan pronto sus orbes se encuentran y quien luce tan, pero tan contento e impresionado —sobre todo— de verlo, que el rizado está a punto de vomitar.
 —¡El mismo! —exclama Niall por su lado, cayendo del cielo en el momento más adecuado porque él sinceramente no estaba encontrando las palabras en sus cuerdas vocales. 
 Tiene este nudo en la garganta que no lo está dejando respirar, y su sonrisa ahora es tan temblorosa que no sabe cómo es que todavía no se ha transformado en una mueca dolorosa que lo delate en ese mismo instante.
 —Hola, Vladimir —saluda en un murmullo una vez que se ha dicho a sí mismo que no hay marcha atrás y que no puede permitirle a nadie ese tipo de penas a sabiendas de que hay más miradas sobre él de las que le gustarían. 
 Además, este sujeto jamás le hizo daño en el pasado, si acaso, de los dos quien terminó dejándolo todo fue él, mientras que los demás solo se quedaron con la pregunta en la boca de qué sucedió para que se marchara de esa manera, para que no dijera adiós, para que cambiara su número telefónico y no se dignara, siquiera, a hacérselos saber. 
 Harry fue el que los dejó atrás y no al revés. El único que fue demasiado cruel fue él mismo y lo lleva sabiendo por tanto tiempo que le avergüenza enormemente tener que enfrentarlos tantos años después. 
 Jamás les ofreció una disculpa —e incluso ahora ni siquiera tiene una—, y aun así los tiene delante, emocionados, conmocionados de volver a verlo.
 —¡No puedo creerlo! —exclama el hombre de ojos dorados entonces, volviendo a sacar al muchacho de ese trance repleto de lamentos y arrepentimientos que bien podrían llenar un libro entero— ¡No puede ser!
 Harry pega un respingo ante su entusiasmo y de pronto, Vladimir se da a sí mismo la oportunidad de abrazarlo. Lo rodea por los hombros y la cintura con los brazos, estrechándolo contra su cuerpo antes de darle varias palmaditas que dejan al rizado tan, pero tan desconcertado que apenas es capaz de ejecutar algún movimiento.
 Sus ojos vagan por los rostros de los demás presentes, el rubor le sube a las mejillas y el bochorno llega a ser tan grande para él que tiene que apartarse por un momento. Vladimir lo deja ir, por supuesto, y su contentura no disminuye ni un poco aun cuando el semblante del oficinista no es tan generoso. Niall se acerca con disimulo.
 —Qué sorpresa que estés aquí, amigo —dice el muchacho a continuación, haciéndose a un lado para que Beth entre en el espacio murmurando un saludo bastante característico y le ofrezca una enorme sonrisa y un abrazo a Harry, quien incómodamente lo corresponde en la medida de lo posible—. Han pasado ¿cuántos años desde que no nos vemos?
 —Unos cuantos —consigue responder el rizado, el nudo en su garganta es inmenso y el abrazo que le da Damián, quien ha aparecido de la completa nada y quien ha ido primero por Niall, solo logra apretárselo mucho más—, ha sido mucho, sí.
 —¡Ha sido mucho, sí! —repite con esa enorme sonrisa que le quiere partir la cara y Harry no lo entiende.
 No lo comprende ni un poco.
 ¿Por qué está tan feliz de verlo?
 ¿Por qué todos tienen esa mirada tan nostálgica y enternecida reluciendo en sus cuencas?
 ¿Por qué todos lucen como si no lo hubieran dejado de querer ni un poco a pesar de que nunca más los volvió a ver?
 ¿Será porque recuerdan los años universitarios más que cualquier otra cosa?
 ¿Es por el pasado que vivieron?
 ¿Han sido capaces de olvidarse del presente y darle más importancia al tiempo compartido en lugar de prestarle atención a lo que sucedió después?
 ¿No le guardan la más mínima pizca de rencor por el abandono?
 El rizado tiene muchas preguntas, demasiadas, y ninguna de ellas logra ser respondida en el siguiente segundo, pues tiene a Stephan acercándose a ellos y haciendo otro nuevo escándalo en el que él y Niall son el centro de atención.
 Una nueva ola de abrazos y cuestiones referentes a su estado y lo que estaba haciendo le empiezan a llover por montones, como un chubasco inesperado que le empapa hasta el alma y lo abruma lo suficiente como para necesitar un descanso.
 Su amigo se da cuenta de ello en todo momento, de lo nervioso que se está poniendo, pues le rodea los hombros con uno de los brazos y comienza a contestar por él, haciendo bromas de aquí para allá, siendo jocoso como siempre, demasiado bueno disimulando sus conocimientos del verdadero estado emocional de un rizado que se ha forzado a sí mismo a aclararse la garantía varias veces y a contestar interrogantes como en dónde trabaja ahora y qué ha estado haciendo.
 Les cuenta con cautela sobre su empleo y su piso en Londres, y sobre cómo la comida allá es muy buena a la vez que evita mencionar el tipo de cliente frecuente que es en los bares, y su probable adicción al alcohol y al sexo, esto último siendo algo que definitivamente debe evadir a toda costa.
 Le llega a avergonzar lo alborotados que están siendo por la reunión de la banda —esas han sido las palabras de Damián, todos lo han encontrado hilarante menos Harry, por supuesto. Se ha amargado con los años, aparentemente—, especialmente cuando uno de ellos propone que continúen con la conversación en la mesa, añadiendo que les han guardado un espacio a ambos y que una nueva ronda de bebidas está por llegar.
 Harry se sienta en una de las esquinas de afuera y cree que Niall va a ocupar el asiento que queda a su lado. Sin embargo, el castaño ocupa el que está a la izquierda de Beth, dejándolo a la derecha de Vladimir y a la izquierda de absolutamente nadie. Se muerde el interior de las mejillas, pues en su mente transcurre este pensamiento de que alguien en particular podría ocupar ese mismo espacio aún sin saber cuándo.
 Ni siquiera sabe si está allí.
 A decir verdad, el recibimiento que tuvo fue tan excéntrico que no tuvo la oportunidad de ver a nadie más que a su grupo, por lo que aprovecha ese momento para hundirse el corazón y echar un vistazo por los alrededores, con el murmullo de la conversación de personas que no volvió a ver después de la graduación haciéndole cosquillas en los oídos.
 Se da cuenta entonces, de qué hay más personas en su condición, y que, de hecho, hay demasiada gente en esta parte del restaurante. Las mesas han sido juntadas para formar un enorme conjunto compartido, lo suficientemente grande como para serpentear por el terreno sin arruinar la estética del restaurante ni mucho menos obstruir el paso para los meseros que han estado yendo de un lado a otro, llevando bebidas, tomando órdenes, abriendo nuevas cuentas separadas y tratando de escuchar por encima de ese bullicios que se asemeja al zumbido de una colmena.
 Caras conocidas van y vienen. Voces que le suenan de algo colman sus tímpanos. Y son más de cinco las veces en las que hace contacto visual con alguien que le saluda con un movimiento de mano y una sonrisa que Harry solo atina a corresponder por puro acto reflejo.
 Sabe que convivió con muchas personas durante sus estudios, que sus clases le permitieron conocer un sinnúmero de individuos que seguirían saludándolo incluso cuando el semestre hubiese terminado y le tocara a cada uno continuar por un rumbo distinto. De modo que no debería sorprenderle tanto que alguien lo reconozca y le haga saber que todavía lo recuerda.
 Harry solía ser bastante amistoso en aquellos tiempos, siempre muy amable con cualquiera que le dirigiera la palabra o no. Solía saludar a todos cada vez que entraba a las aulas y tenía la costumbre de mantener pequeñas conversaciones con todo aquel que estuviera a su lado. Les fascinaba hablar y reírse y regresar al final del día con su novio para contarle qué tan aburrida o interesante había sido una clase o lo que sea.
 Harry le hablaría sobre cualquier cosa y él lo escucharía con todo el gusto del mundo, porque lo quería.
 Quería. Pasado. Ya no más. 
 Aprieta los labios reprimiendo esa mueca que quiere deslizarse por sus facciones y termina soltando un pesado suspiro una vez que sus ojos terminan de escanear el resto de la zona.
 No está.
 El hombre que ha echado de menos con cada fibra de su cuerpo y al que ha tenido volver a ver por tanto tiempo simplemente no está presente. No hay una sola esquina que no haya revisado ya, ni ningún castaño que haya pasado desapercibido por delante de él. Él sencillamente no se encuentra presente y Harry ahora tiene esta decepción abrazándolo desde atrás, rodeándolo con sus fríos brazos, ofreciéndole este vacío que le deja un nuevo hueco en el pecho que no sabe si lo matará en el siguiente segundo o al final de la noche.
 Piensa, mientras escucha como Vladimir habla sobre cómo se comprometió hace algunos meses con una muchacha sumamente encantadora, que lo mejor será someterse a la resignación y fingir que no se está desbaratando por dentro, que no pasa nada y que no importa.
 Nunca debió importar.
 Debió de dejarle de importar desde el momento en que tomó ese tren en dirección a Londres, sin despedirse, sin decir nada a nadie. 
 Sin embargo, sabe muy bien que, si le interesa, y es por esa razón que se ensombrece entre toda esa radiante emoción expulsada por la gente a su alrededor. 
 Todos brillan casi tanto como el sol, mientras que él se nubla hasta el punto de convertirse en tormenta. 
 No es una sorpresa, de todas formas. Han sido infinitas las ocasiones en las que él se ha derrumbado delante de la gente sin que nadie se dé cuenta, sobre todo en los bares. Por lo que, sabiendo mejor que nadie que la mejor manera de disimular su tristeza es pidiendo un trago y que le sigan varios, decide levantar la mano para llamar la atención de uno de los meseros.
 Lo consigue en un instante, pidiendo una cerveza de entrada en una cuenta a su nombre. Niall aprovecha la presencia del camarero, pues se suma a la bebida y a él le sigue Damián, y luego Beth, y después todos los otros menos Stephan, quien pide una soda alegando que el alcohol ya no le sienta tan bien como antes.
 Alguien pregunta al respecto, pero Harry no logra escuchar su respuesta, pues Vladimir de repente se está poniendo de pie para darle la bienvenida a alguien que Harry estaba temiendo y ansiando ver.
 Una nueva ola de alegría cae sobre el invitado. Abrazos y saludos llueven por montones, un nuevo momento eufórico de comentarios que van desde “¡cuánto tiempo, hermano!” y “¡mírate, tienes el cabello más largo!” que dejan a Harry medio desorientado y avergonzado y sintiéndose tan diminuto que ni siquiera puede sostener la mirada hacia al frente.
 Así que la baja, y se pierde de todo lo demás, y no la vuelve a levantar hasta que siente como el asiento a su lado es ocupado y el corazón se le cae en pedazos sobre las manos. 
 —Hola —saluda el hombre, con una diminuta sonrisa en las comisuras, con esos ojos tan azules que, por un momento, Harry cree haber ido de visita al cielo aún sin merecerlo.
 Son los mismos ojos que estuvo buscando en cada persona a la que se entregó y que nunca pudo encontrar, y con toda la razón del mundo. Nadie podría tener esas cuencas.
 Nadie nunca podría mirarlo de esa manera.
 ¿Por qué siquiera esperaba poder hallar algún parecido cuando ese visaje no se encuentra en ninguna otra parte del mundo? Solo allí, delante de él, justo a su lado, lo suficientemente cerca como para que el rizado esté seguro de que su memoria jamás les hizo justicia a esos ojos y que el tiempo estuvo a punto de borrarlos de su caja de recuerdos.
 Se había aferrado a ellos, sin embargo, todo el tiempo.
 —Hola —responde, aunque no tiene ni la menor idea de cómo es que sus cuerdas vocales no se han cortado a estas alturas.
 —¿Todo bien? —cuestiona, por consiguiente, su sonrisa un poco más apretada que antes, más incómoda de lo que a Harry le hubiese gustado.
 —Sí —contesta parpadeando.
 Le hace falta el aire, necesita un poco más de espacio. Pero no hay.
 —¿Y en Londres? —continúa interrogando—, ¿todo en orden por allá?
 —Eh, sí. Sí —asiente varias veces, innecesariamente.
 El nudo que alguna vez estuvo en su garganta lo único que hizo fue crecer, pasando por su faringe para dirigirse hacia su estómago y comérselo vivo.
 El dolor en sus tripas se hace presente y sabe muy bien que aquel hombre tiene la intención de decir algo más, pues sus delgados labios se separan y su pecho se hincha en su querer. No obstante, la cerveza que pidió llega junto con todas las demás, y Harry cobardemente se refugia en esos tragos que lo salvan solo durante un rato.
 Gran parte de la velada es como una mancha borrosa en su cabeza.
 Su sonrisa tensa se hizo presente en numerosas ocasiones, su cráneo se movía de arriba abajo en los momentos adecuados, cuando alguien le hacía alguna pregunta directa o pretendía escuchar lo que uno de ellos contaba entre risas y bromas que no llegó a comprender en ningún momento.
 Sus brazos permanecían pegados a su cuerpo, con las manos escondidas entre los muslos, sacando la derecha cada tanto para agarrar esas botellas de cerveza que estuvo consumiendo desde hace rato y también para degustar ese platillo de pasta en salsa blanca que en algún instante decidió ordenar tan solo para no tener que hablar.
 Nunca giró el rostro hacia él, pues sabía perfectamente que podría estar observándolo o ignorándolo, y ninguna de esas dos opciones le hacía sentir bien. Al contrario, la posibilidad de que estuviera viéndolo a la espera de cualquier interacción era igual de demoledora que la probabilidad de que estuviera pasando de él, fingiendo que la silla está vacía, que no hay absolutamente nadie a su lado y que su presencia, en conjunto a su existencia, no son más que el vestigio de una relación que ya no es.
 Harry sufre en silencio en todo momento, con el corazón vuelto loco en el pecho, saltándose latidos por montón y encogiéndose cada cinco segundos. La mención del nombre del hombre a su lado lo obliga a hacerse de oídos sordos cada tres minutos, y sus cuencas han estado al borde del llanto con tanta frecuencia, que le parece un completo logro el que el grifo no se haya abierto ya.
 En algún instante, cuando el bullicio incrementa un poco más, pues gran parte de los adultos allí presentes ya han consumido una cantidad de alcohol considerable y ahora hablan un poco más alto que hace unas horas, Harry decide que tiene que salir un momento.
 Se disculpa con un murmullo que tiene por seguro que Niall escucha, pues le regala un asentimiento con la cabeza que es más protector que cualquier otra cosa, y se pone de pie para pasar por detrás de la silla que esa persona continúa ocupando.
 Sale del restaurante a paso rápido, rebuscando en los bolsillos de su chaqueta esa cajetilla de cigarrillos que siempre lleva consigo aun cuando en ocasiones ni siquiera termina consumiéndolos.
 Como si el cielo quisiera darle alguna recompensa por esta noche, no solo encuentra la cajetilla, sino también un encendedor que jamás imaginó que podría estar allí. Sisea cuando una ráfaga de viento le quiere helar los huesos, y da la primera calada tras haber prendido la punta del pitillo.
 Exhala entre los dientes y cierra los ojos sin saber si quiere echarse a llorar ahora o le apetece reunir una tranquilidad que no posee con la esperanza de deshacerse de esos temblores que han estado atacando a su abdomen desde el primer instante.
 Tiene la opción de marcharse, de pagar en la recepción y pedir un taxi que lo lleve a la estación de trenes y tomar la línea que lo lleve directo a Londres.  Pero no puede. Anda con Niall después de todo, abandonarlo sería traicionar a la única persona que no se ha marchado de su lado, que no lo ha dejado en el olvido y que se mantiene al pendiente de él aun cuando Harry no lo necesita, o al menos, se convence cada día de que no lo hace.
 No puede marcharse. No puede escapar por más que quiera hacerlo.
 Respira en voz alta, sintiéndose atrapado en esa noche, y vuelve a darle una larga calada al cigarro antes de golpear el cilindro suavemente para deshacerse de las cenizas que sobran.
 Está a punto de inhalar una vez más cuando de pronto, el chasquido de la puerta a su espalda lo obliga a mirar hacia atrás. Los huesos se le paralizan y está seguro de que el corazón también se le detiene cuando su vista se enfoca en él, en ese azul incomparable, en ese rostro que lo ha estado persiguiendo en sueños pero que no se parece al de antes porque ha cambiado.
 Ha cambiado tanto y todo para bien, pues está mucho más guapo, mucho más llamativo. Harry no tuvo la oportunidad de observarlo bien dentro del restaurante, pero ahora es capaz de ver su rostro apropiadamente.
 Tiene una barba espléndida cubriendo su mentón y la parte inferior de sus mejillas. Su nariz está un poco más fina que antes, menos respingona y su boca sigue siendo igual de rosada que siempre.
 En las esquinas de sus ojos habitan varias líneas inofensivas provocadas por los años o por esas encantadoras marcas de expresión que solían hacerse presente cuando reía o sonreía mucho. Asimismo, tiene el pelo un poco más largo de lo que nunca se lo vio antes, pero al menos conserva ese flequillo que lo caracterizaba en ese corte de cabello que tan bien le sentaba.
 Y está guapo. Dolorosamente guapo.
 Y Harry sufre por ello, especialmente cuando el castaño se termina acercando a él con los labios apretados, hasta quedar, una vez más, a su lado. El rizado mantiene la vista sobre el asfalto. El humo del cigarro le quiere alcanzar las fosas nasales.
 —¿Desde cuándo fumas? —pregunta de pronto, antes que cualquier otra cosa, como todo un saludo que toma al hombre de ojos verdes más desprevenido de lo que le habría gustado.
 —¿Qué estás haciendo aquí? —responde en cambio, ignorando el escalofrío que le causa el sonido de su voz, atribuyéndoselo a la brisa como si su mente no fuera ya demasiado consciente.
 —También tengo el hábito —contesta con sencillez, sacando su propia cajetilla del bolsillo de su pantalón—. ¿Desde cuándo lo haces? —vuelve a preguntar.
 Harry arruga las cejas entonces, todavía con la vista clavada en la acera, en sus zapatos, en las cenizas que no dejan de caer de su cigarro. Le da una nueva calada y se encoge de hombros.
 —Qué sé yo, Louis —termina respondiendo, con la boca y la lengua cosquilleándole ante la pronunciación de un nombre que solo escuchó decir a sí mismo entre sueños.
 Ha sido un poco más tosco de lo que habría imaginado, pero intenta no culparse por ello, pues esa es la pura verdad. No tiene ni idea de cuándo fue que comenzó a fumar, ni para qué. 
 Louis asiente con cierta conformidad poco segura, y de soslayo el rizado aprecia cómo se dedica a encender su propio pitillo, colando la mano por debajo de su camisa suelta para cubrir con la tela el fuego del viento.
 Es peligroso que haga algo como eso, pero la destreza con la que se maneja deja bastante claro que es algo que ha hecho muy a menudo y que ya cuenta con la experiencia para no incendiarse en el proceso.
 Harry deja caer su cigarrillo, y lo pisa antes de guardarse las manos en los bolsillos de la chaqueta con el único propósito de esconder el temblor que se presenta en sus dedos.
 Aprieta los labios, y ya no tiene el control de su propia lengua.
 —¿Sabías que iba a estar aquí? —cuestiona de pronto, en un impulso que no sabe si se relaciona con esa ansiosa sensación que está empezando a distribuirse en una gran parte de su cuerpo o si se trata de esa necesidad por averiguar si él también ha pensado como él, sí ha querido saber de él de la misma manera en que Harry lo hizo.
 Louis parpadea varias veces.
 —Huh, ¿supongo? —responde, dándole una calada a su cigarro y dejando a Harry en una especie de limbo entre el malestar y la molestia— Te vi salir, así que…
 —No —lo interrumpe antes de que pueda terminar la oración. Lo ha malentendido y en lugar de marcharse de allí como se supone que debió haber hecho, Harry permanece en su sitio para saber la verdad—, me refiero aquí, a la reunión. ¿Sabías que iba a venir?
 Ciertamente no está demasiado seguro de cómo es que la voz no se les ha quebrado a estas alturas, pues tiene este nuevo nudo en la garganta atormentándolo y causándole la impresión de que lo va a dejar mudo por la eternidad.
 Aun así, se las está ingeniando para hablar, con el entrecejo fruncido y los ojos puestos sobre el rostro de aquel que alguna vez fue su amor.
 Louis aprieta los labios con suavidad, y hace esto de bajar la mirada hacia el suelo antes de patear levemente el asfalto sin llegar a golpear nada en realidad.
 —Ah, eso —musita y es tan bajo que si no estuvieran rodeados del silencio nocturno y el corazón de Harry no estuviera saltándose varios latidos, no lo habría escuchado en absoluto—, sí. Lo sabía.
 De algún modo, la sorpresa que escucharlo decir eso es igual de grande que el repentino rubor que le sube a las mejillas, calentando su piel, causándole este remordimiento que se lo come desde adentro y que no lo deja moverse ni un solo centímetro.
 Los huesos se le entumecen y tiene que hacer un gran esfuerzo por organizar el torbellino de pensamientos que comienza a hacerse presente.
 —¿Cómo? —interroga, aunque no debería. 
 Sabe perfectamente que debería alejarse, que lo mejor que puede hacer es darse la vuelta y marcharse, pues todo esto está siendo más difícil de lo que se pudo haber imaginado. Harry tuvo muchos escenarios en su cabeza, muchas fantasías en las que él y Louis se reencontraban después de tanto tiempo, y ninguna de ellas fue tan decepcionante como este momento. 
 Por qué está decepcionado, sin embargo, ¿acaso estaba esperando algo más de él?
 ¿Qué es lo que quería de un hombre con el que las cosas se terminaron hace más de ocho años?
 ¿Qué era lo que pretendía que iba a suceder?
 ¿Se habrá vuelto loco al pensar que Louis lo tomaría entre sus brazos desde el primer instante y le diría cuánto lo ha extrañado?
 La respuesta es sí. Claramente ha perdido la razón, pues el modo en el que el castaño lo mira no indica en absoluto que lo vaya a abrazar, mucho menos que lo haya echado de menos en absoluto.
 Si tuviera que ponerle un nombre a la expresión que habita en ese azul encantador, Harry elegiría incomodidad, pues lo conoce —o lo conocía— lo suficiente como para saber cuándo se sentía incómodo con algo o alguien.
 Lo está con él.
 Ahora lo sabe. Justo cuando Louis le echa un nuevo vistazo, Harry se entera de que no soporta estar en el mismo espacio con él y no logra determinar cómo es que eso lo está haciendo sentir.
 Su pensamiento de que debería de darse la vuelta e irse aparece una vez más, pero en lugar de hacerle caso como tendría que hacer, opta por ladear la cabeza en su dirección e insistir en esa antigua pregunta que no fue respondida.
 —¿Cómo te enteraste? —repite, esta vez entre dientes.
 El malestar que se lo estaba comiendo ahora se está transformando en una especie de fastidio que le pone la piel de gallina.
 Louis se encoge de hombros, y Harry se siente arder. 
 —Niall me comentó que vendrías con él —responde y la sencillez con la que habla antes de inhalar su cigarrillo hace que al rizado se le agriete un poco el alma.
 Así que Niall mantuvo contacto con él, pero ¿desde cuándo?
 ¿Por qué no se lo dijo? ¿Por qué no le hizo el comentario? ¿Estaba tratando de protegerlo o de hacerlo sentir peor de lo que ya lo hace?
 Y Louis, ¿por qué siquiera querría saber algo como eso? ¿Para qué? ¿Que ganaba con enterarse de su presencia en esa ridícula reunión de exalumnos a la que no debió venir en primer lugar?
 Las cejas se le arrugan automáticamente, un poco más que antes, definitivamente más que antes, y el mismo calor que inunda su rostro decide expandirse por el largo de su cuello, por su pecho, por donde su corazón late con una fuerza estupenda y terrorífica.
 Deja de soportar estar en su propio cuerpo, y allí. No soporta estar allí y en lugar de irse como se supone que tuvo que haber hecho hace unos segundos, cuando pensó en ello por segunda vez —esta es la tercera—, se queda para saber cosas que ciertamente no necesita conocer.
 —¿Le preguntaste si yo iba a venir? —cuestiona con una mueca plegando sus facciones.
 Hay un antebrazo de distancia entre ellos, por lo que es bastante fácil visualizar cómo el humo se escurre fuera de los labios de un hombre que continúa fumando como si la conversación no tuviera el pelo de cien toneladas cayendo en el hombro de ambos. O quizás solo están sobre los del rizado, lo cual tendría más sentido considerando que, aparentemente, es el único que ha estado sufriendo todos estos años. 
 Lo está detestando un poco más que hace un segundo.
 —Sí —confirma en un asentimiento, girando el rostro para verlo directamente a los ojos, chocando ese azul con el irritado verde que habita en las cuencas de un hombre que en cualquier instante se echará a llorar.
 Louis ha preguntado por él.
 ¿Se siente aliviado al respecto?
 ¿Le duele más de lo que le alegra?
 ¿Está siquiera alegre por saberlo?
 No. No lo está. La verdad es que se está muriendo, por milésima vez en una noche. Por millonésima vez en nueve años.
 —¿Por qué? —pregunta sin más, tratando de mantener ese contacto visual que le está calcinando cada esquina de las entrañas.
 Su voz está más ronca que hace unos momentos, más trémula, definitivamente inestable, y quiere echarle la culpa a todas esas cervezas que se tomó para no tener que lidiar con la consciencia de que en cualquier instante se puede echar a llorar.
 Esto está siendo un desastre, especialmente cuando el único que parece afectado por todo es Harry. No le sorprende de todas formas, él es único estancado aquí. 
 La cantidad de segundos que llegan a pasar antes de que alguno de los dos vuelva a hablar es un completo misterio para el universo.
 —Quería verte —confiesa eventualmente, después de unas cuantas caladas silenciosas, permaneciendo con la misma tranquilidad insufrible que está sacando a Harry de quicio.
 Es desolador darse cuenta de que él es el único calcinándose allí. El único que siente como todo a su alrededor de hace pedazos por segunda vez en su vida, en el mismo pueblo en donde nacieron y crecieron. 
 Louis se atreve a girar el rostro hacia el rizado una vez más y esta vez, entre sus cuencas marinas, hay cierta expresión que desconcierta al hombre de pelo achocolatado.
 Es una mezcolanza entre tristeza y pena, con una pizca de una nostalgia que nunca le había visto antes, en conjunto a una añoranza que casi parece de mentira pero que está allí. Es tan real como la dureza que se presenta en su entrecejo, como las palpitaciones de un órgano que resuena en el mutismo de la noche, como el crujido de las ramas y el cantar de cientos de grillos que no paran de intentar llenar el espacio que ahora queda entre ellos.
 Harry ha quedado perplejo en su lugar. El gesto en sus ojos y la confesión lo han tomado por sorpresa, pues es blando, casi débil, como si le conmoviera darse cuenta de sus propias palabras, como si de pronto supiera lo vulnerable que ha sonado al decir eso y no pudiera hacer nada para arreglarlo y no quisiera, ni siquiera, ocultarlo.
 Es extraño y repentino, y Harry tiene que dar un paso hacia atrás porque hace un segundo estaba jurando que Louis no lo volvería a ver con ese tipo de expresión jamás.
 Se equivocó, por supuesto. Se ha estado equivocando mucho, de eso no le cabe duda. 
 Pero ahora es diferente. Se siente distinto.
 —Ha pasado un largo tiempo desde que nos vimos, Harry —le dice en un nuevo murmullo, tan apacible que le hace daño, tan calmado y dócil que lo lastima como si de pronto le hubiera pellizcado, como si le hubiera clavado un puñal.
 Harry frunce los labios para evitar la mueca que quiere desfigurarle la cara. Le pican los ojos y tiene que estrujarse el derecho para evitar derramar las lágrimas que amenazan con salirse.
 —Nueve años —comienza a decir, sus cuerdas vocales temblando como un violín adolorido. La presión en su pecho es asfixiante y ni siquiera estar al aire libre le ayuda a que el oxígeno le llegue apropiadamente al cerebro—. Tenemos nueve años sin vernos, sin hablarnos, sin saber el uno del otro y tú… ¿de repente decides que quieres hacerlo en una reunión de exalumnos? 
 Louis menea la cabeza, con un gesto incrédulo formándose en sus facciones.
 —Bueno, no fui yo el que la planeó —puntualiza, sin comprender que el asunto va mucho más allá que quien ha sido el responsable de eso.
 No entiende que se trata más del reencuentro, de las memorias, de la vida que pudieron haber compartido y que ahora no queda en más que un miserable quizás. Un tal vez que no llega a ser probabilidad por más que Harry lo haya querido.
 —No debiste sentarte a mi lado, Louis —musita, sacudiendo la cabeza. Eso, sin embargo, no es exactamente lo que ha querido decir, pero es que tampoco sabe sobre eso pues el desorden dentro de su cerebro es inaudito y lo está mareando—. No debiste seguirme aquí.
 Por alguna razón, el castaño se muerde el labio inferior y lanza el cigarrillo consumido al suelo con más fuerza de la que es necesaria.
 —Yo sólo venía a fumar —declara en el mismo murmullo.
 Y vaya. Cielos. Si a Harry le quedaba una pieza intacta en el espíritu, lamentablemente y en ese mismo instante se acaba de quebrar por completo, dejándolo ahora con solo un cuerpo vacío, un cascarón con grietas que ni siquiera la oscuridad puede llenar. Y a él solo le queda eso, una negrura inmensa, una desolación qué pasa a ser decepción en un segundo, uno que determina la cantidad de sentimientos que se cruzan por sus entrañas y lo colman de amargura absoluta.
 —Vete al diablo —se queja entre dientes, más bien lo escupe sin pensar.
 O quizás si lo piensa. Tal vez lo ha estado pensando desde hace dos o tres años y se ha estado guardando la maldición porque en algún instante rozó la etapa del enojo y no ha salido de ella del todo. 
 La boca le sabe a vinagre, a muerto, a desolación, y el alcohol le burbujea en las entrañas a punto de causarle acidez, una indigestión insoportable que lo tiene al borde del vómito.
 Si de repente tiene que acercarse al otro lado de la calle a vaciarse las entrañas, espera morirse allí mismo.
 Louis, por otro lado, ahora lo mira como si no comprendiera cómo es capaz de decirle algo como eso. No cree que se lo merezca. Harry no cree haber merecido la soledad que le rompió el alma hace años. 
 —¿Por qué estás tan molesto conmigo? —interroga al segundo, plegando las cejas y escondiéndose las manos en los bolsillos cuando una brisa fría pretende helarle los huesos.
 El rizado respira en voz alta y menea la cabeza antes de girar el cuerpo en dirección a la calle.
 Sería sencillo tomar un taxi ahora mismo, ir a la estación y volver a Londres. No sabe por qué todavía sigue allí parado.
 —No estoy molesto —niega sin el menor de los sentidos.
 Ni siquiera tiene sentido que intente negarlo. El calor en su rostro declara su fastidio con todas las vocales de la palabra. Aun así, lo hace, pues es lo único que le queda, es lo único que tiene ahora además de toda esa tribulación infinita.
 Esta puede ser la última vez que pueda hablar con Louis, verlo, escucharlo. El cielo sabe las veces que fantaseo con este preciso instante, pero nada está saliendo como se lo había imaginado.
 —Estas molesto —repite, llano, sin escrúpulos, siendo igual de franco que antes, que siempre. Es una de las razones por las que siempre lo quiso como a nadie, su honestidad nunca le rompió el corazón. El que lo dejara sí—. No has abierto la boca en toda la noche y las pocas veces que lo has hecho, ha sido para ser un tanto grosero.
 Harry se muerde el interior de las mejillas al mismo tiempo en que se ruboriza. Más bien, hierve. Se dio cuenta de su falta de interacción en el restaurante. Notó su tensión y su evasión y ahora se lo está echando en cara. 
 —No estoy molesto —vuelve a decir, un poco más incómodo que hace un momento, bullendo desde adentro, calentándose con fiereza mientras la consciencia se lo quiere comer vivo.
 Se enfurruña en su chaqueta, en el frío de la noche, en el rumor de la calle y los susurros de su propia mente, que no deja de trotar y correr y andar con tanta velocidad que se siente mareado.
 La nariz le moquea aún sin saber por qué, y su paciencia se reduce hasta el grado en que su caja torácica se achica y le aprieta el corazón dolorosamente.
 El malestar permanece dentro de él y la idea de vomitar regresa a él como un torbellino.  
 —Harry —pronuncia, y es la forma en la que el nombre se raspa en la mención, y el modo en el que casi ronronea cada letra hace que la piedra termine de romper el vaso, que le troncha la poca tranquilidad que le quedaba en las venas, liberando toda esa rabia y ese malestar que ha estado guardando en el pecho desde que puso el primer pie en Londres y supo que todo se había terminado para ellos.
 —¡Estoy dolido! —exclama de repente. Los ojos se le llenan de lágrimas y su propia voz hace eco hacia la luna— ¡Estoy malditamente dolido, carajo!
 Y un poco ebrio, aunque eso no es algo que le apetezca añadir. No es el momento, no cuando tiene que limpiarse los párpados y evitar que el castaño tenga una vista de primer plano de lo deplorable que tiene que lucir ahora mismo.
 —Pero ¿por qué? —inquiere y su tono sigue siendo el mismo, quizás lo tinta un poco la confusión y nada más.
 Harry arruga muchísimo la cara. Le está empezando a doler la cabeza.
 —¿Por qué? —repite en la misma interrogante, más ácido que nunca, un poco tosco al no poder creerlo—, ¿me estás preguntado por qué?
 —Sí —asiente pestañeando varias veces. Su ignorancia le hace el mismo daño que el que no lo hubiera presionado a tocar el tema—. Eso hago.
 —Que por qué estoy molesto —dice con un bufido y una risa tan, pero tan amarga, que por poco no soporta escucharse a sí mismo.
 Los ojos le arden a causa de esas lágrimas que quieren escabullirse y que, de hecho, logran escapar de la prisión a la que intenta someterlas para no revelar lo vulnerable que es ahora. Lo frágil que ha estado siendo desde entonces.
 Nada de eso importa, sin embargo, no cuando se encuentra con ese color azul tan singular, tan irremplazable, tan imposible de conseguir en cuerpos distintos. Harry lo intentó, de verdad trató de hallar unos que se le asemejaran, que le hicieran justicia, y la forma en la que falló fue tan miserable que no puede evitar sentirse más molesto, más roto, más lastimado.
 Se echa el cabello hacia atrás cuando una ráfaga le despeina sin piedad y se muerde el labio inferior con un escalofrío recorriéndole la nuca pues Louis no deja de verlo fijamente. El rizado termina apartando la vista y bufando una vez más.
 —Bueno, a ver, quizás sea porque han pasado nueve malditos años en los que no he podido olvidarte —empieza a despotricar, encogiéndose de hombros, plegando la nariz, siendo tan despectivo con sus propios sentimientos que casi no parece ni él mismo. Pero es que ya ni siquiera lo es. hace tiempo que no se reconoce porque está seguro de que el pedazo de alma que tenía su vitalidad se quedó allí Gloucestershire, con Louis—, y de repente estás sentándote a mi lado en una estúpida reunión de exalumnos para hablarme como si todavía fuéramos amigos de toda la vida. ¿Qué te importa cómo estoy? ¿Qué te interesa cómo me está yendo en Londres?
 Es un poco cruel con el modo en que se expresa. No obstante, son pocas las probabilidades de que se detenga ahora, especialmente porque Louis se queda callado y Harry está aprovechando cada oportunidad que tiene para sacarse todo lo que tiene dentro, pues de ese modo piensa que va a quitarse el peso de los huesos y a encontrar una especie de cierre que lo ayude a dormir por las noches o a dejar, aunque sea, de compartir las horas de madrugada con hombres a los que nunca va a querer lo suficiente.
 Se humedece los labios con la punta de la lengua, y mira al castaño con las cuencas repletas de la misma agonía con la que se bañan las estrellas cuando solía mirarlas y les imploraba por un cambio de vida que nunca tuvo.
 —¿Quieres saber cómo me está yendo en Londres? —inquiere, ahogándose a mitad de camino con su propia saliva, con la roca que tiene atascada en la garganta, con el pesado pálpito en su pecho que se asemeja a la caída de los granos de arena dentro de un reloj. Los músculos de su rostro se tuercen en una nueva mueca de desilusión—Como la mierda, a decir verdad. ¿Y sabes por qué?, ¿sabes por qué? —repite, dando un paso hacia el frente para poder bajar la voz, para apretar la laringe y las cuerdas vocales y empezar a sollozar en ese llanto que tiene encerrado en el centro del cuello— Porque no te me sales de la cabeza, porque cada vez que intento superarte termino recordando cada momento que vivimos juntos y que no van a volver a suceder porque han pasado nueve años desde que terminamos. Nueve años.
 Con cualquier otra persona, a Harry se le habría hecho imposible soltar todo eso, dejar salir cada una de esas palabras sin sentir que se muere de la pena en el proceso. Sin embargo, y aun cuando el bochorno de hecho le tiñe el rostro de un bermellón al que se lo atribuye al helado clima de una estación tardía, no es con Niall que está hablando, ni con algún compañero de trabajo, ni mucho menos un desconocido que decidió buscarle plática en algún bar.
 Se trata de Louis.
 Aquel que solía ser su confidente, aquel con quien era sumamente sencillo abrirse las entrañas, aquel en quien confiaba con los ojos cerrados y los oídos tapados. Con él siempre fue sencillo decir todas esas cosas que en cualquier otro momento habrían sido difíciles de externar. Con él siempre fue fácil intentar ser un poco más valiente, y el hecho de que eso no haya cambiado, incluso después de tanto, está matando a Harry un poco más.
 —Y me siento como la mierda, ¿bien? —vuelve a hablar, pues el castaño continúa enmudecido, con la cabeza agachada, como si estuviera intentando buscar las palabras adecuadas para sus tímpanos o no quisiera enfrentar el desastre que es Harry ahora. El rizado es tan consciente de que el llanto le sale por montones que no puede hacer más nada que dejar el río correr y salpicarse las manos en la orilla del arroyo—, porque te he echado tanto de menos que ya ni siquiera sé qué es lo que estoy haciendo. No sé qué carajo estoy haciendo y lo odio, no tienes idea de cuánto lo odio.
 Se le gasta la voz al final de la oración y se da a sí mismo la oportunidad de llorar en silencio, de dejar que la pena le circule por las venas, que le empape los pómulos y le libere los pulmones de esa presión a la que los ha estado sometiendo al aguantar la respiración cada tanto para no terminar soltando estos hipidos que no necesita que nadie escuche, menos Louis.
 —No estás siendo justo —habla el castaño después de un rato, cuando parecía que la conversación se iba a quedar allí, cuando Harry había quedado con la impresión de que su antiguo amor iba a darse la vuelta para regresar al interior del restaurante como debió haber hecho antes de que le diera rienda suelta a su lengua. El rizado se rehúsa a arrastrar la mirada hacia él—. Tú fuiste el que terminó conmigo, Harry. Tú fuiste la razón por la que rompimos, no yo.
 —¿Y crees que no sé eso? —cuestiona en voz baja, pues el llanto que no se detiene le ha drenado las fuerzas y lo ha dejado todo encogido y diminuto y más dolido que antes. Le pesan los párpados, y no importa cuantas veces se pase las manos por la cara, continúa estando mojada—, ¿crees que se me olvidó y que no me arrepiento cada día de mi maldita vida?
 —Entonces no me culpes por lo que estuviste sintiendo —pronuncia y el modo en el que su voz se encoge le hace saber al rizado que, quizás, no es el único allí con sentimientos incontrolables que salen a flote a la luz de la luna. Le entran ganas de saber qué tipo de expresión debe estar haciendo ahora mismo, pero el asfalto y sus orbes parecen tener un trato para protegerlo—. Yo ni siquiera quería que termináramos. Quería pasar el resto de mi vida contigo y tú querías mudarte a Londres.
 Harry no necesita que lo diga de ese modo, que lo recuerde de esa manera. Él estaba ahí. Sabe cómo sucedió todo.
 —Pudiste haber ido conmigo —señala en vano, sorbiéndose la nariz, estrujándose uno de los párpados, escuchando como su corazón vuelve a romperse—. Pudiste, pudimos…
 Deja las palabras al aire cuando un quejido le atraviesa las cuerdas vocales. Aguanta la respiración para evitar el sollozo, pero el llanto no hay quien lo detenga. Hasta que no lo termine de matar no va a dejar de llorar. Harry no está seguro de si aliviarse por ello o tener miedo.
  —No, no podía, y lo sabes —toma Louis la palabra, avanzando hacia él al mismo tiempo en el que el rizado retrocede. No quiere que lo toque. Ahora mismo se siente de puro cristal y si le pone un dedo arriba se va a desmoronar y lo sabe, y espera que Louis lo sepa. El castaño, por su lado, no hace más que detenerse y chasquear la lengua, respirando antes de volver a hablar—. No podía dejar a mis hermanos solos con mi mamá estando enferma. Finn solo tenía cinco años en ese entonces y Dorian apenas estaba cumpliendo once. No podía dejarlos.
 —Y yo no podía quedarme —sentencia, condenándolos a ambos en un pasado que no tiene arreglo, que no cuenta con posibilidades de cambio, que no es más que eso: puro pasado.
 —Y no lo hiciste. No te quedaste y listo —Louis respira y suena tan cansado que Harry se pregunta cuánto tiempo estuvo con todo eso dentro. No le apetece conocer la respuesta, sin embargo—. Así fue como sucedieron las cosas.
 Le llega a doler bastante que lo que por mucho tiempo parecieron ser puntos suspensivos ahora esté a punto de convertirse en punto final. Uno inminente y sin arreglo, que lo tendrá colgando a la deriva de una página en blanco que no tiene continuación ni más desarrollo.
 Se supone que ahí es donde termina todo. Es ahí en donde cubren cualquier hendidura por la que la esperanza pueda colarse. Lo sabe, y es por eso mismo que llora un poco más y en silencio, pensando en que si esta es la última vez que se volverán a ver, entonces no debería de guardarse nada más.
 Está cansado de marchitarse y aunque sabe que después de este día ya no va a florecer, por lo menos espera poder quedarse sin raíces manteniendo la conciencia limpia.
 —Yo nunca quise terminar contigo —confiesa en un susurro al cabo de unos segundos, tras limpiarse la punta de la nariz y el borde del ojo izquierdo. Le tiemblan las manos, quizás por la agonía o el frío que no ha hecho más que entumecerlo y encogerlo en su lugar—, te quería… Te quiero más que a nadie en este mundo y yo no, todo lo que quería era estar contigo, no tener que pasarme la vida intentando superarte. 
 Una luciérnaga pasa justo delante de ellos y Harry la sigue con la mirada nublada, hasta terminar girando el cuello hacia un Louis que en algún momento desconocido ha comenzado a derramar unas cuantas lágrimas que ahora se seca mientras traga saliva y carraspea.
 —Yo tampoco quería algo como eso —dice en un susurro idéntico al del rizado. A Harry se le caen los párpados, y con ellos, dos gotas enormes que se pierden en la noche—. Yo también quería estar contigo, Harry.
 Antes que cualquier otra cosa, el muchacho de pelo rizado hace todo lo posible por encontrar consuelo en esas palabras, por buscar todo tipo de aliento que lo ayude a reparar alguna que otra grieta en su pisoteado corazón.
 No encuentra mucho, al menos no el suficiente para arreglarlo todo. Sin embargo, cree que puede sobrevivir un poco más sabiendo que Louis tenía los mismos deseos de estar juntos y que, al final de cuentas, no lo detesta tanto como imaginó que lo haría.
 Le sigue pesando el alma, pero ya no será necesario arrastrar los pies como lo estuvo haciendo todo ese tiempo.
 —De acuerdo —musita en un asentimiento tras un silencio profundo en el que los grillos se han deleitado en su propio cántico. Se humedece los labios y le echa un último vistazo—. Volveré dentro.
 Esa es la despedida. Se supone que ahí es cuando se termina todo una vez más y Harry regresa a su mal vivir con algo más que solo resignación e incertidumbre.
 No obstante, una vez que da la vuelta y empieza a andar en dirección hacia la puerta, una mano sujeta su muñeca de repente.
 —Espera —detiene el castaño, sosteniéndolo con una firmeza que no le hace daño pero que sí lo invita a sacar la mano del bolsillo de su chaqueta. Harry lo mira con las cejas fruncidas y la nariz enrojecida—, ¿te regresas a Londres esta noche?
 El rizado parpadea dos veces. Le está doliendo la cabeza.
 —No lo sé —responde en voz baja, con un escalofrío naciendo en donde Louis lo sostiene, en donde el castaño desliza la mano para encontrar su palma como si nada—. Tendría que, que preguntarle a Niall.
 De alguna manera, ambos han bajado la vista a la nueva unión de sus dedos. Dígitos que quieren entrelazarse, pero no pueden.
 Es tan extraño volver a sentir la calidez de su tacto que Harry está a punto de zafarse. Sin embargo, no se mueve un solo centímetro, no mientras Louis respira y lo mira al verde asfixiado que permanece en sus cuencas.
 —Quédate —pide de pronto, de la nada, tomando al muchacho por sorpresa.
 —¿Qué? —inquiere, naturalmente confundido.
 El giro que toman las circunstancias es desconcertante y no está seguro de si debería creérselo o despertar de este absurdo sueño de una vez por todas.
 Louis suspira en voz alta.
 —Quédate durante el fin de semana —solicita en una nueva respiración. Sus facciones se pliegan en consternación, como si le preocupara estar preguntando por demasiado. Harry conoce esa expresión. Su amor no ha cambiado mucho después de todo—. Vamos a, a ponernos al día, ¿sí? —sigue diciendo—. Yo, a mí realmente me gustaría escuchar que has estado haciendo y cómo has estado, de verdad.
 Harry sabe que el castaño no tiene muchas razones para engañarlo con esa invitación, que sus intenciones no guardan segundas ni terceras y que, a juzgar por la forma en la que ahora el azul en sus cuencas reluce en lo que podría ser un ruego mudo, él genuinamente desea saber de él y de los años en los que no se volvieron a ver.
 Podría decirle que no, que no le apetece por motivos un tanto obvios —no sería capaz de confesar cuántos amoríos ha tenido en busca de su reemplazo— y que lo mejor es que se regrese a casa y dejen las cosas como están. Sin embargo, sería tan ilógico de su parte, tan estúpido sabiendo que él también quiere saber sobre él, escucharlo, tal vez abrazarlo, volver a sentir la calidez de su cuerpo y pensar, por un momento, que nunca se fue de allí.
 No quiere volver a perderse de Louis nunca más, y si está es la oportunidad del cielo para conseguir que sean, por lo menos, alguna especie de amigos o conocidos que mantienen contacto, entonces eso será suficiente para seguir viviendo.
 Para dar un paso al frente cada día de lo que ha sido una solitaria vida.
 —Hablaré con Niall —dice entonces, una especie de promesa avalada por el contacto en sus ojos, en la mezcla del verde marchito y el azul marino.
 La manera en la que se miran no ha cambiado en nada, pero eso es algo que ninguno de los dos logra notar.
 Louis asiente conforme con su respuesta y le aprieta suavemente la mano antes de dejarlo ir una vez más.
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Nación de Azurala- La Sangrefuego
"Nuestra gente ha sido forjada en estas colinas. Isherekth, la Diosa de la Forja, agarró el duro hierroazul y creó al primero de los nuestros con las llamas de los montes de azufre, y así nacimos los Azurala. La llama de la diosa corre por nuestras venas y con ella, las ascuas del conflicto. (...)." -Diario de la Alta Sacerdotiza proscrita Amara
La tradición oral de la Vanguardia Azul establece que todos los Azurala poseen la sangre y la carne forjada por la misma diosa de la Fragua Isherekth. En el origen, este pueblo se destacó por manejar el arte de la forja antes que otros de sus contemporáneos y sus armas de Hierroazul y acero son de las armas mas preciadas en el Último Mar.
Sin embargo existe una conexión especial entre el mito de la Diosa Herrera y la naturaleza de los Azurala y es la propiedad conocida como la Sangrefuego o "Furor Azur".
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Se tienen registros que datan desde el Imperio de Gélidar que hablan de los fieros hombres del Fuego Azul, guerreros que entraban en un estado de trance y que eran capaces de canalizar las llamas a través de sus cuerpos y sus armas de filos azules. Este fenómeno es el conocido como la Sangrefuego. La Sangrefuego posee dos explicaciones, una altamente enraizada con la tradición religiosa Azurala y otra que intenta dar una explicación mas cercana a los estudios Elementalistas de la Federación.
La primera es justamente que la sangre que corre por las venas de los Azurala poseen aún la chispa divina porducto de la forja en los montes de azufre que coronan las colinas bañadas en vetas azuladas de las tierras Azurala. La otra en cambio es más complicada.
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Los Chamanes y académicos de la Federación han descubierto que el valioso metal del Hierroazul se origina en lugares con alta concentración de energía elemental producto de la convergencia de las Lineas Ley, el Hierroazul a su vez está presente en toda la superficie y se filtra su energía elemental a las cosechas y el agua de los rios, haciendo que los humanos que lo consuman prolongadamente adquieran propiedades elementales similares a las de un ardiente.
La manifestación de las llamas usa los tatuajes hechos con oxido de Hierroazul como medio de canalización, por lo que los miembros no tatuados son menos propensos de manifestar el estado conocido como el Furor Azur.
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fernandaroca · 1 year
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Tatuajes de la mitología europea: Guía de inspiración.
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Fuente: camaleontattoo.com - Recomendado por Fernanda Roca
"Los tatuajes de seres mitológicos son unos de nuestros favoritos, porque están llenos de magia y misticismo. Historias fantásticas que se han ido transmitiendo de generación en generación y que llegan a nuestros días con la misma magia que antaño. Hoy nos toca hablar de los seres mitológicos de Europa. Normalmente cuando pensamos en criaturas fantásticas nos vamos a otros continentes, pero también hay criaturas como Pegaso, Basilisco, Quimera, Fenrir o Ratatosk, entre muchos otros, que llenan de fantasía las historias de nuestro continente. 
Continuamos nuestra guía de tatuajes de la mitología con Europa. Hablaremos aquí de seres fantásticos de la mitología griega, los países escandinavos o Europa central. ¿Te encanta la mitología y quieres hacerte un nuevo Tattoo? Estás en el lugar indicado. Te lo contamos todo aquí. Si lo tuyo es el lejano oriente tampoco te pierdas nuestra guía de tatuajes de la mitología japonesa. Ahí encontrarás información de tatuajes del Dragón Ryu, entre otros.
Seres de la mitología en Europa: Guía de inspiración para hacerse un tatuaje mitológico
Europa es un continente grande con muchos países, algunos de ellos tienen muchísima riqueza cultural e histórica. Desde los extremos opuestos de Europa nos llegan grandes mitologías de los antiguos griegos y de los pueblos nórdicos, que hablan de seres mitológicos y mágicos. Los países que se encuentran en el medio también tienen muchas historias fantásticas dónde los protagonistas son los dragones y otros monstruos de la tierra y del mar.
Tatuajes de criaturas mitológicas de la antigua Grecia: Pegaso
Pegaso era un precioso caballo alado de los antiguos dioses griegos. En las antiguas leyendas se cuenta que es un caballo capaz de volar con unas enormes y preciosas plumas blancas. Su hogar está en el monte Olimpo, el hogar de los dioses también. Atenea, la diosa de la guerra y de la sabiduría, lo domesticó y cuidó.
Pegaso ayudó a Zeus, el rey de todos los dioses, pues se encarga de llevar los truenos y los relámpagos que Zeus usa como armas. Otros dioses griegos también tuvieron contacto con Pegaso, de hecho desde que nació fue un fiel servidor de todos los dioses. Al final, cuando Pegaso murió, Zeus lo transformó en una constelación del cielo nocturno que lleva hoy su nombre y que todavía se puede observar. Pegaso fue muy famoso por ayudar a los dioses a ganar muchas batallas. Por todo ello esta criatura simboliza la libertad para volar, ayudar a los demás y la sabiduría.
Quimera: tatuaje del monstruo más letal de la antigua Grecia
Quimera era un monstruo con una parte de león, otra parte de una cabra y una parte de una serpiente que escupía fuego por la boca. Es un ser letal de la mitología y se decía que vivía en una región montañosa donde aterrorizaba a todo el país. Arrasaba pueblos, granjas y aldeas… con solo ver a esta criatura las personas ya sabían que algo malo iba a ocurrir, pues muchas catástrofes naturales sucedían con su presencia. 
A lo largo de la historia muchos héroes han intentado acabar con esta criatura pero la tarea no fue fácil para ninguno. En cuanto alguien se acercaba lo suficiente esta criatura los mataba con una llamarada. Solo fue capaz de lograrlo el rey Yóbates de Licia, a lomos de la criatura Pegaso. Por toda su trayectoria podemos afirmar que la simbología de Quimera es muy fuerte. Simboliza la fuerza, el poder y es un escudo frente a cualquiera que quiera hacernos daño".
Conoce más de estos lujosos tatuajes mitológicos en el siguiente enlace...
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ivanreycristo · 2 years
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VIRGINIA MAESTRO.. este dia en sala EL SOL (donde actuaste dia de mi 44 cumple=28-11-15..yendo yo a ver a MOMO CORTES en sala BUT homenajear Lp UNA NOCHE EN LA OPERA.. xq vi un cartel en el ARMARIO ELECTRICO o de LUZ junto a la E. T. S. I. A. N. donde hice la PUTA MILI tras hacer la INSTRUCCION en FERROL donde nacio FRANCO.. pues me dio x andar hasta ahi el dia posterior al ATENTADO DE BATACLAN con EAGLES OF THE DEATH METAL a los q despidio AXL ROSE) q fotografie a un tipo con un tatuaje de EVA enroscada x la SERPIENTE en la cola del BAÑO y un tipo con camiseta de la VIRGEN d la marca SANTA-CRUZ con lema PRAY FOR ME.. vino una tipa a pedirme FUEGO y la dije q solo tenia en mi INTERIOR y q ademas para FUMAR tenia q ir al EXTERIOR y hacia FRIO.. pero q si queria un trago de mi cubata FIN-LANDIA, bebio y me la MORREE DIRECTAMENT
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