Tumgik
brokenghost-me · 4 years
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Arde la vida; Magali Tajes (Frágil)
—Maga, vos no entendés la vida porque lees muchos libros. —Lo poco que entiendo de la vida es por leer libros. —No, pero la vida no es como en los libros, Maga. Mirá, vos no sos… fea. Pero no tenés onda. Te falta onda, ¿entendés? —Sí. Eran épocas de secundario, y mi mejor amiga intentaba explicarme los códigos adolescentes para no quedar marginada. —Si te hablan, tardas en contestar. —¿Aunque me guste la persona que me habla? —Más si te gusta. Y la pollera del colegio… ¿Por qué la usas tan larga? —Porque es junio, hace frío. —Bueno, le hacés un dobladillo urgente. Si no sabés coser, le digo a mi mamá. El frío no importa. Y esa campera enorme… Donala. Parecés Michelin. —No tengo otra campera. —¿Preferís una gripe o morir virgen? —No sé. ¿Una gripe? —Obvio que una gripe. En las películas de Hollywood, el cambio de la protagonista sin onda a la protagonista con onda, se da vertiginosamente. Pero la vida es otra cosa, y yo empecé a cambiar despacito, y cagándome de frío. En la secundaria no era popular. Era graciosa, pero no popular. Era amiga de las populares, pero no popular. No pertenecía, del todo, a ninguna secta. No terminaba de ser nerd, ni linda, ni simpática, ni tonta, ni mala en los deportes, ni rateadora profesional, ni marginada. No terminaba de ser, porque siempre me gustó más estar que ser. Más viajar que quedarme. No terminaba de ser porque era adolescente. Pero en ese entonces no lo entendía, y me molestaba muchísimo no pertenecer. Hacía cosas para pertenecer, a veces. Iba a los cumpleaños de quince, y actuaba que me encantaba llevar botas de taco alto, y sonreía en el odioso momento del carnaval carioca, donde nunca faltaba el que te decía, si te quedabas sentada en la mesa: EHH, QUE AMARGA. Fue en esos tantos carnavales carioca donde me di cuenta que los hombres tienen una manera de decirte que sos fea, y es agarrándote los hombros en el trencito en vez de la cintura. Fue en esos cumpleaños donde aprendí que las mujeres podemos fabricar lágrimas sin sentirlas, que la gente puede gritar que te quiere mucho, y al otro día susurrar que deberías morirte por hacer una fiesta tan mala, y que lo mejor de tener quince años… es que algún día vas a dejar de tenerlos. Hacía cosas para pertenecer, a veces. En serio. Leía los consejos de la Cosmopolitan, y los citaba como si realmente fueran útiles. Me sacaba algunas malas notas. Cuando la profesora de Literatura hablaba de Harry Potter fingía no tener la más mínima idea de quién era. No abría los tupper que mi mamá me mandaba con comida. Gustaba del que gustaban todas. No corría en gimnasia. Pero no alcanzaba. Porque algunos días me aburría tanto de ese mundo gélido que se notaba. La máscara se caía a pedazos. Y yo me enojaba conmigo. Pero también me quería un poco por la misma razón. —El sábado hay una matineé acá. Te voy a presentar a Pelusa, y vas a estar con él. —¡Pero no lo conozco! —Él sí te conoce y le gustás. Aprovechá, Maga. —¿Por qué le dicen Pelusa? —Porque tiene 19 años y no tiene bigotes, tiene como pelusa. —Ah. Y ahí estaba yo, unos días después, sentada en el mástil del colegio, sonriéndole incómoda a Pelusa, que además de no tener bigotes, no hablaba una palabra. El me miraba tímido, con sus ojos grises. De fondo estaban pasando una canción de «El original». —Me dijeron tus amigas que de grande vas a ser monja. —¿Qué? —¿Creés mucho en Dios? —No. No voy a ser monja. Te lo habrán dicho porque uso larga la pollera del uniforme.
—Ah… ¿Y entonces qué vas a hacer cuando seas grande? —Buscarme amigas más copadas. Pelusa sonrió de compromiso. —¿Cómo te llamás? —Pelusa. —No, así te dicen. —Gabriel. —Como el ángel. —… —Hubiera sido gracioso que se llamara el ángel Pelusa. —… —¿Querés bailar, Gabriel? —No sé bailar. —Yo tampoco. Pero estamos en un baile. Vamos, dale. Después de algunas canciones, Pelusa me dio un beso. No me gustó. Pero no se lo demostré. Quizás porque bailando lo había pisado varias veces, y él me había perdonado todas. Llegué a mi casa, me saqué los zapatos, el jean, la remera, y me acosté a mirar el techo de mi cuarto. Había una fórmula para encajar y yo no la tenía. O me rebelaba, o me unía. La opción más deseada era rebelarme, pero estaba muy sola para ser rebelde. Y a mí las personas, incluso las que me parecían patéticas, todavía me hacían falta. Llegó el verano, nos fuimos de vacaciones a Santa Teresita con mi familia como todos los años. Allá, valga la ironía, me había hecho amiga de varios pueblerinos y era la porteña líder del grupo. Mi hermano Emmanuel me odiaba: «Siempre hacemos todos lo que vos querés. Yo digo playa, vos decís fichines, y vamos a los fichines. ¡Videojuegos se dice, nena!». Yo me reía. Eran mis únicos quince días de popularidad y no podía resignarlos. En Santa Teresita todo era felicidad. Gustaban de mí los que a mí me gustaban, andaba en bicicleta todo el día y me bañaban el helado con chocolate. «Me dan bola porque soy la más grande, Emma. Y no van a la playa, porque viven acá, están hartos de la playa». Y él refunfuñaba: «No me importa lo que me digas. No quiero ser más de tu grupo, me corto solo». Y se iba. Y a los días volvía a juntarse con nosotros, y a jugar a los fichines. El verano de mis quince años decidí que no tenía el coraje de rebelarme. Me iba a unir a lo que se tenía que hacer. Y entonces, como todas mis amigas, empecé una dieta. Pesaba 49 kilos. 48. Voy al cumpleaños de Luciana, y por primera vez en la vida, la tana no logra ciarme de comer. 47. La profesora de Gimnasia me dice que me ve más linda. 46. Aprendo a cocinar para saber las calorías de lo que como. 45. No pruebo más una galletita dulce. 44. Tomo cuatro litros de agua de corrido. 43. No juego más al fútbol con Emma. Tengo sueño todo el día.42. Un linyera me pide una moneda para comer. Pienso que él no come porque no puede. Y yo no como porque estoy enferma. 41. No me vuelvo popular. Me vuelvo anoréxica. Llega un cumpleaños de quince. Me saco la ropa del colegio, y me pongo un pantalón ajustado y una remera negra. Mi mamá me ve de camino al baño. Abre los ojos como una lechuza y me frena. —Magalí, ¿hace cuánto que no comes? Me quedo callada. —Emmanuel, vení para acá. ¿Hace cuánto que no almorzás con tu hermana? «No sé», le dice él. Me mira y frunce las cejas: «Ella me dice que come después. Nunca pensé por qué come después que yo». Mi mamá se queda muda. «¿Vos estás tirando la comida?», me pregunta. «Con lo que a mí me cuesta comprarla, ¿vos estás tirando la comida?». No le respondo. «¿Vos estás vomitando?». «No, mamá, cómo voy a vomitar, te queda el gusto y te sale comida por la nariz, no». La perra sale de abajo de la mesa y en un segundo las piezas se acomodan solas en el rompecabezas. «¡¿Le estás dando la comida a Salomé?!». Mi perra, gorda como un chancho, escucha su nombre y mira a mi mamá. «Levantate la remera, Magalí». «No». «Levantate la remera, hija». «No». «¿Cuánto pesas?». «No sé». «¿Cuánto pesás?». «41». «Mañana llamo a la nutricionista». Un mes después, estoy sentada en un consultorio. «¿Y está comiendo?». «Sí, la controlo». «Tiene que subir ocho kilos más. Le voy a hacer una lista de las cosas a comer. Magalí, ese es tu nombre, ¿no?». «Sí». «¿Ves el pájaro que está en la baranda de mi balcón?». «Sí». «Bueno, está en la cornisa. Vos también estás en la cornisa. ¿Vas a saltar, o vas a volver?». Quiero decirle que es una bruta. Pero le digo: «Voy a volver». La nutricionista sonríe. «Bueno, vas a venir acá una vez cada quince días y te voy a pesar». «¿Cuánto tiempo?». «Hasta que vuelvas a tu peso. Tu estómago está cerrado, te va a doler llevarlo a su tamaño. Tené paciencia, Magalí. Tenés un principio de anorexia», determina. Y yo digo: «Ah». Y pienso: «Ni siquiera pertenezco del todo a la secta de la anorexia». 43. La comida me desgarra el estómago y me quejo, sacándome las lágrimas de la cara: Es muy difícil engordar. 44. Odio las lentejas y las tengo que comer hasta en ensaladas. 45. Una vecina me dice que parezco un cadáver. 46. Me doy cuenta que a mi mamá no le gusta el dolor. Cuando ve dolor, se enoja. Y la entiendo. Mucho dolor junto desde muy chica. No le gusta el dolor ni en las películas. Si le recomendás un drama te dice: Para drama está la vida. 47. Vuelvo a comer galletitas dulces. 48. Una compañera me escribe con birome celeste «Magalí» en la remera del uniforme. Le pregunto porqué hizo eso y me dice que porque es divertido. La amenazo: «No llega a salir y te cago a trompadas». 49. Me llama mi mejor amiga y me dice que tiene alguien para presentarme, se llama Gerardo. Le pregunto si tiene setenta años y me dice riéndose que no, que tiene dieciocho y un nombre de mierda. 50. Estoy acostada en mi patio, al lado de Salomé, que adelgazó unos kilos desde que no le doy platos enteros de ñoquis y milanesas napolitanas, leyendo el tercer libro de Harry Potter. El sol de octubre me hace transpirar. Es mi cumpleaños número dieciséis. —Che, cu, ¿sabés de qué me di cuenta este último año? —¿De qué, Maga? —De que es verdad que si no te querés vos, no te puede querer nadie. Pero hay algo peor que no quererte, y que no te quieran, y es no poder querer a nadie. No querer a nadie es un bajón. Estaba muy enojada con el mundo. —Sí, estabas muy enojada. —¿Vos sabés por qué sos mi mejor amiga? Porque yo pienso que a vos te preocupan cosas superficiales, y vos pensás que yo soy rara y medio boluda. Pero vos aceptás que yo quiera ser diferente, y yo acepto que vos quieras ser igual. Y cuando viajamos en colectivo, nos podemos quedar calladas y está bien. A veces no nos bancamos, casi nunca estamos de acuerdo, y está bien. ¿Entendés? —Mmm… Más o menos. —Bueno. No importa. Encima fui recursi. Que te quiero mucho. —Ja, ja. Yo también te quiero mucho, Maga. Nos quedamos calladas. —Che… ¿al final te puedo presentar a Gerardo? —No. Ni en pedo. Nos reímos.
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brokenghost-me · 4 years
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oh shit, here we go again :v
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brokenghost-me · 4 years
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Chicas! tenemos un grupo en telegram para apoyarnos mutuamente, sean bienvenidas a un click, Ana y Mia: https://t.me/Reinasmia
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brokenghost-me · 4 years
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¡Algún día verás que tus sueños se harán realidad!
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