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Por un Mango
Así me persuadía la abuela
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"Ya va a venir el día, ponte el alma"
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El día que no gané la lotería
Es increíble. Mi amiga trabajaba en el Ministerio de la Mujer en el jirón Lampa del centro de Lima. Ese viernes fui a su encuentro, llegué puntual pero como ella iba a demorar en salir, aproveché para comprar un par de galletas como quien pasa el rato.
En la puerta de la tienda en Jr. Lampa 69X, brillaba un módulo de plástico naranja de la lotería electrónica de moda. En ese momento me sentía con una súper vibra así que me acerqué a adquirir un boleto. Ya eran más de las 6pm por lo que solo me quedaba pedir un número al azar. Antes de abrir la boca para soltar mi pedido, sonó mi celular, llamada que atendí presuroso por lo que dejé pasar al que seguía en la cola.
No pasaba nada con la llamada, ¡d'oh!, colgué y volví a tratar de hacer mi suerte.
Dos días después, llegó el momento en que una agraciada joven recolectara las seis bolillas blancas que revoloteaban en un globo transparente, con los números que cambiarían mi suerte. Me acomodé frente a la TV con el billete en la mano, como nunca, con mucha expectativa.
Las bolillas dieron un solo ganador de una millonada de soles. Con el número detectaron dónde había sido adquirido el billete, en Jr. Lampa 69X y a que hora, 6.16pm. Quedé estupefacto. Era el día y la hora en que estuve ahí, en Jr. Lampa 69X, en la que me hice de mi número competidor. Miré mi boleto, el día concordaba. La hora no, me pasaba por dos minutos. ¡Por la porra!
La suerte estuvo ahí. En ese lugar. A esa hora exacta, en que no me hice del número ganador por contestar una llamada sin suerte.
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"Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma"
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Profecía covid
El virus entró a mi casa tal y como se lo conté entre piscos, a Maca y Melchor el pasado cuatro de diciembre: "Mi suegro llegará de ver a su mamá y será recibido con alegría y abrazos por mi hijo más pequeño de 3 años. Luego empezará a toser y a los tres días lo hará el bebé".
No hubo levitación, ni giros de 360 grados de mi cabeza, ni hojas de coca, era un hecho que se caía de maduro. Esta cepa es 70 veces más contagiosa que su primera versión. Oye cholo, es como que en carnavales del 2020 te tiren un globo de agua y ahora, dos años después, te ametrallen con 70 globos al mismo tiempo.
Entonces, tal y como se vaticinó, el bebe empezó con la calentura el miércoles, esa noche lo llevamos con suma ternura a dormir con nosotros. Durante el día, se quedaba conmigo y cuando estaba bien se me colgaba y reía abriendo tanto la boca que temía se comiera todo mi rostro, es más, en uno de sus almuerzos, me estornudó en la cara.
Llegando del trabajo, su mamá se sumaba con añoranza a sus cuidados, hasta aquel domingo en que ella empezó a perder la voz. La besé al amanecer aunque ella decía que no debería hacerlo. Con el dolor de garganta llegó su resultado positivo, el que como daño colateral, me llevó a dormir a la sala.
Mi suegro también se animó a hacer su cuarentena, más de una docena de días tosiendo ameritaba mayores cuidados. ¡Bien ahí tigre!
Como cuidador tuve suerte porque los tres no la pasaron tan mal. Una de esas noches, me quedé hasta tarde editando una web y viendo películas. Casi muerto de sueño me arrastré al baño, cogí el primer cepillo que encontré, le unté la crema y empecé a pulir mis dientes. No me di cuenta que era el de mi flaca, en ese momento solo tenía en la mente la película que acaba de ver, ¿qué hacía Keanu Reeves de policía y actor secundario en esa película?
Las noches siguientes fueron de espera, ¿el virus agazapado en el cepillo la habrá chuntado? Me consolaba pensando en que ya había pasado todo, en que yo solo era la yapa para este monstruo invisible.
Pero sigo esperando, sigo siendo el tipo más negativo de la familia y ya estoy listo para volver a mi rica cama, de la que mi flaca me sacó hace siete días.
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La tóxica en casa
Me ha tocado dormir en la sala por decisión de mi esposa, es la primera vez que sucede y ha sido por otra, por la más tóxica, la pandemia.
Las comidas en esta casa de cuatro han quedado suspendidas. El abuelo lo toma como una afrenta, mi esposa como un acto de amor, yo como una estrategia, nuestro pequeño como un juego. Sin embargo, no es la primera vez que nos separa.
Al iniciar el 2020, hablé con mi hijo mayor de lo que se venía, una plaga que avanzaba con una rapidez inusual en un Perú con una sanidad perversa, donde solo podrían estar unidos físicamente los que vivieran juntos. Confieso que las proporciones de lo que llegó superaron mis temores.
Con ese conocimiento al imponerse la inmovilización social obligatoria el 16 de marzo de 2020, mi amado veinteañero decidió quedarse en la casa de sus abuelos, "Ellos me necesitan", fueron sus palabras. Dijo eso cuando muchos creían y no lo negaba la OMS, que este mal se movía como una niebla para ser aspirada o se pegaba a toda superficie a la espera de sus víctimas.
Mi hermana, la más delgada, con todos sus achaques que le dejó su primera batalla contra la muerte al nacer, decidió ser la que caminara por ese mundo hostil, gobernado ya por la Covid-19 para proteger a nuestros padres y a su sobrino. Ella también nos enviaba víveres con el fin de que no tomáramos la calle. Así fue que en los primeros meses, este brutal código de ARN entró tocando a mi padre pero con un solo objetivo, ensañarse con ella por 45 días y más.
Dice mi esposa que desde diez días antes del 16 de marzo del 2020, yo no he vuelto a ser el mismo. Qué desde aquel entonces, cada 48 horas creo que me ataca el corona y padezco sus síntomas.
Ese seis de marzo fue el día en que anunciaron el caso cero en Arequipa, justo cuando yo me encontraba en el aeropuerto rumbo a esa ciudad desde Lima. Recuerdo estar en una librería del área de embarque, apunto de coger un libro de Saramago de uno de los estantes y que no pude. Que palpé el terror que me detuvo, que se pegó a mis ideas y me congeló.
Ahora, después de dos años las cosas son diferentes, estamos revacunados ante una versión supuestamente menos maligna del corona, que ha llegado a mi casa e infectado al más pequeño y no vacunado, quién valiente como un shupelele soportó el hisopado en la garganta y fosas nasales.
Unos días después, corta más fino y nos separa más. Empezó ayer cuando la vi sobarse el cuello. Ella carraspea y con una dulce frase me saca de la habilitación. Y ahora solo espero, lo siento cerca, casi casi en mis suspiros.
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Deberían dar vueltas por mi casa, acabar con las moscas y mosquitos, yo que vivo muy cerca a su hábitat en las lomas de Mangomarca. Una de las 50 lomas costeras que se extiende desde Piura hasta Tacna.
Pero no, es casi imposible encontrarlas por acá. No es fácil, acá no se ha apreciado a la naturaleza. Se han borrado los parques, se ha cubierto de cemento y brea las calles, jardines arruinados con piedras y más concreto que incrementa el calor, sumado al ruido urbano las espanta. Esto debe ser el infierno para ellas.
Es la Microlophus tigris, mikros de pequeño y lophos por la cresta.
Cultura milenaria
Textiles y cerámicos prehispánicos por antiguas civilizaciones como los Moche, Chancay, Nazca, Paracas y Ancón hacen uso de su imagen. En Paracas se la ve bordada en los textiles. Ha estado presente en estas tierras miles de años
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“Uno puede dar lo que no tiene. Por ejemplo, una persona puede dar felicidad y no ser feliz; puede dar miedo y no estar aterrada. Y puede dar sabiduría y no tenerla. Todo es tan misterioso en el mundo…”
Borges nos lleva al mundo de lo relativo y entierra la afirmación "uno no puede dar lo que no tiene". Va más allá y nos lleva a Dar todo lo que podamos sin miramientos.
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La cabaña y el pequeño bosque
En sus mejores años de La Cabaña de Barraco, yo era un crío. Cada vez que la visitaba era para distrutar de alguna fiesta de cumpleaños.
Estaba rodeada de frondosos árboles de grandes copas y de una laguna, por lo que para llegar a ella había que cruzar un puente de madera. Su aspecto rural contrastaba con los colores estridentes con que la vestían por dentro, por lo menos, cada vez que yo asistía.
Siempre era un placer llegar y sentir el empedrado bajo los pies en cada paso. De la mano segura de mamá, yo podía abandonarme para sentir a los pájaros que se escondían entre las ramas y flotaban en las aguas. Bella sensación que se esfumaba al entrar al recinto, lleno de luces y tonos primarios, de estridente música infantil que te erizaba la piel.
Mientras te acostumbrabas, saludabas a los anfitriones que junto a gente vieja, formaban un ruedo en donde los niños quedábamos en el medio. Siempre había gente disfrazada de animales que acompañaban a un alterado tipo vestido de muchos colores vivos, con la cara pintada de blanco y labios rojos desproporcionados que reía sin sentido. Te asechaba para abrazarte o atrapar tus manos y moverte como una marioneta que baila, era el peor de los momentos.
Al rato quedaba libre de la criatura y abandonaba el ruedo e iba a los brazos de mamá, quien leía mi mente y me liberaba también de aquel lugar para ver el sol, oler la humedad del bosque y, a veces, a disfrutar un paseo en bote junto a ella.
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Mi trono, ¡detonador creativo!
Qué difícil se me hace sentarme frente al computador y escribir. Por el contrario, que fácil es ahora hacerlo en el trono y avanzar con apuntes principales.
¿Será la soledad, la ausencia de pedidos de mi pequeño o el muro que me separa del mundo?
Ante la falta de ritmo y de ideas, huyó rápido a este refugio en el que se derraman ideas y donde brotan también cosas creativas. ¡Detonador creativo!
Jamás pelearía por un trono de hierro, el mismo que es frío y duro, con muchos bordes afilados (Canción de Hielo y Fuego, George R. R. Martin), ni por el de Riddick, que la igual que Conan, el bárbaro, solo lo pueden mantener a punta de lucha.
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Quiroga, la vida a través de la muerte
Una tarde mi hermana llegó fastidiada de la escuela. El libro que tenía que leer contenía historias terribles que la deprimían. Era grave porque la dejó sin palabras: "no viejito", me dijo y movió la cabeza de lado a lado para reforzar su mensaje.
Dejó el libro tirado en un sillón, lo abrí, lo leí y lo hice mío. Tenía cuentos de Horacio Quiroga, quizá el más oscuro de los grandes escritores de Latinoamérica.
El escrito que más me gustó fue El hombre muerto. En aquel entonces yo era solo un chiquillo que ya apreciaba los titulares breves y las historias precisas. En esa primera lectura puedes sentir la soledad como dolor y lo efímera que es la vida.
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Dulce resaca
Apoyando el emprendimiento nacional, este pisco macerado ta buenazo 🤗
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Hoja navideña
Esta hoja pertenece a una planta exótica que tenemos en los jardines de la casa. Fue arrancada por un accidente que felizmente no tuvo través consecuencias.
Hoy nos acompaña en el comedor.
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Me rasgo los plastiquitos
Ansiedad que se hace notar en la puerta del auto, en especial mientras estamos atrapados en un intenso tráfico.
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Moma, polvo de estrellas
Hace un año, mi querida suegra entró en un sueño profundo de siete días, del cual no volvería a despertar en estas tierras grises.
Cuando la conocí hace unos cinco años atrás, su delgado cuerpo le pesaba, sus movimientos eran lentos y requería ayuda para moverse de un lugar a otro. Pero, al salto del tiempo, cuando arribó y crecía su Shanti, supo que para que sus manos suaves llegaran hasta este pequeño colibrí, era necesario vivir con algo de ligereza. Entonces, empezó a recoger a Cupaté (Hombre Araña) del piso, correr por la sala y a patear pelotitas saltarinas en medio de sonoras risotadas.
Así también la pasaron esa mañana del día en que ella entró en el dulce sueño por el que soltó la mano de su nieto.
Y él a sus mil días de nacido la recuerda y nos enseña que la Moma está en los cielos y que para saludarla, hay que saltar y gritar duro para que se escuche hasta la luna.
“¿Final? No, el viaje no termina aquí. La muerte solo es otro camino, uno que todos vamos a recorrer. La cortina de lluvia gris del mundo se abre, y se transforma en plata y cristal, después lo ves. Blancas costas, y más allá, un país lejano y verde a la luz de un amanecer.”, dijo Galdalf al reconfortar a Pipin frente a la muerte en El Señor de los Anillos.
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Cocovid cocompartido
El miedo recorrió el cuerpo de cada uno de nosotros mientras que Neil seguía mal. Ya pasaron 48 horas desde que dio positivo y 10 días desde que comenzó a toser 😷
Lo primero que hicimos fue salir en busca de una prueba antígena que finalmente descartó la presencia del pequeño monstruo en nuestras entrañas. Ni su esposa con quién duerme. Todos estamos sanos 🥲
No es buena suerte, es porque estamos vacunados que el coronita no se ha instalado entre nosotros. Ahora pa'lante! 💪
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La primera ocasión en la que te revisan la próstata es realmente jodida, sensación que se mantiene por toda la vida. Muchos somos los que mandamos al carajo la visita anual al urólogo a sabiendas del riesgo que eso implica. ¡Qué carajos!
* Hoy me toca cita
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