Tumgik
skazan · 4 months
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Compromiso con el reciclaje.
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Sabe Dios que no como en exceso. Eso sí: me encanta una buena mesa aunque no soy en absoluto exigente, no ejerzo la gula, y mucho menos la pompa.
Establecidas las bases, situémonos: año 2023, hemisferio norte. Barcelona, cuadrante Colau. Círculo -parece la Divina Comedia- noroeste. Hay quien lo llama Nou Barris. Es un Viernes de primavera y estoy algo contento. Teletrabajo en el apartamento, ese tan soleado y con vistas despejadas. Son ya las 14:00 y teleficho. El fin de semana ha empezado.
Mi forma de abordarlo desde que vivo ahí -y eso que mientras escribo estas líneas ya no vivo ahí- ha sido siempre la misma: un breve vermut en mi bar favorito, el de abajo. La bodega de abajo, vamos. Y afrontar la tarde del viernes bajo la incierta nebulosa de algunas cervezas, tal vez un tinto de verano, macerando dormida creatividad y danzarines lamentos.
Son las 15:12 aproximadamente, qué más da. Arremeto contra un saludable bistec, casi oculto bajo una nube de congeladas patatas bien fritas, eso sí, sabrosas, saladas, tal vez algo tostadas. Un entorno promediando 71 años me rodea. Frascas de vino y consejos médicos desoídos. Torreznos y huevos fritos. Todo un purgatorio en pleno barrio de Porta, Nou Barris, Barcelona.
Entran dos señoras. La primera, de repelente aspecto monjil. Gafotas metálicas, pelos cortos, cosa que no me importa una mierda. Pero si le añades una actitud de cierta violencia verbal -llámese buenismo de corchopán- y una mirada entre tardía virginidad en la cincuentena y el Rancho Wako, la cosa se complica. Y si sumamos la variable de una acompañante sexagenaria, negra de piel y blanca de cabello, exhibida por la monja como si fuera un souvenir recién llegado de Zambia, la situación se torna surrealista.
               -Mi amiga tiene que ir al baño.
Ningún problema por parte de los dueños, mis queridos bodegueros.
               -Y un agua para mi.
Qué rancio recurso.
Esa es la tesitura: una bodega, una monja, un bistec y una señora de áfrica en el WC.
Apenas mastico -buena carne- y observo con simetría la TV y la puerta del WC situada inmediatamente debajo. Apuesto que mis veintipico partners de bodega hacen lo mismo. Pero una liebre salta: alguien debe vaciar su vejiga. Un cuarentón como yo, sin demasiada panza como yo (me apetecía decirlo), acomete la puerta del baño.
Es un hombre prudente, de esos que sólo te hablan tras varias cervezas y con la cautela de una cobaya ante un cocodrilo. Ase con destreza la maneta, la voltea, y entorna brevemente la puerta. Pasa un segundo que parece un año. Cierra.
Retorna a base. Parece masticar con dificultad. Largos tragos de vino sin paladeo. Breve tos. Mira el aplacado de yeso, cuadriculado, en el techo.
               -Creo que…la señora…tal vez…digestivo…no sé….
Nadie observa, pero todos atendemos. Siguen los caninos triturando pinchos y bistecs, pero ya a nadie le importa lo que acaricia la lengua. ¿Qué está pasando?
Súbitamente y solemne, la señora de Lusaka, capital de Zambia, aparece con la cabeza arriba, mirada firme hacia los toneles, sólido el paso hacia Sor Bromuro, que está saldando cuentas con mi bodeguero favorito. Y se diluyen, sin despedirse, en la tarde de Nou Barris.
Y la vida sigue, y con ella las necesidades de ese cuarentón mingitorio que -sabe Dios el motivo- ha abortado la misión. Y esta vez, sí, acomete plenamente el minúsculo vestíbulo con lavamanos que separa los wc’s de hombres y mujeres a derecha e izquierda. E inmediatamente sale de nuevo, mucho más pálido. Y avisa a la bodeguera, que entre aspavientos e improperios con limitador -hay que cumplir las ordenanzas- acude con firme paso bodeguero, para regalar a los parroquianos un memorable:
               -¡La muy hija de puta!¡No te jode, cagando en la papelera!
Todos sonreímos, pero nadie rio, mientras con solemne pesadez transportaba aquella bolsa con restos de mierda humana hacia el exterior en pleno menú del día.
Y es que estamos en Nou Barris, tierra de generaciones venidas de lejos y tolerancias venidas a menos, aunque muy palpables: nadie va a reírse de una persona que ha hecho las cosas lo mejor que ha sabido. Muy diferente es ubicarse entre oreja y oreja afiladas gafas teatrales, esas sin malicia, que impelen estas líneas. Y divertirse.
S. Kazan 2023. All rights reserved.
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skazan · 4 years
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matar está mal
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matar está mal
-¡Matar está mal, lo haga quien lo haga!
Decía, a voz en grito, una buena colaboradora nuestra. Y lo decía en un contexto de mal rollo y violencia potencial, con bastante gente implicada sedienta de entregar un buen manojo de hostias, en mitad de un oscuro vagón de tren, varios metros bajo tierra, en una gris ciudad. No estaba yo allí, pero esa estampa ha escalado al Olimpo de las anécdotas –mejor dicho, reacciones- divertidas de la gente que conozco y que me mola.
Abramos nuestros bíceps y nuestros corazones: en ocasiones un par de hostias dan un resultado definitorio que favorece una justicia infinita y una paz duradera.
Tranquilo, John Lennon. Calma, hippies. QUE NO ME REFIERO A HOSTIAR AL PRÓJIMO. Lo he dicho en este santo blog muchas veces: no dispongo ni de media hostia para repartir. Simplemente, y ahora que hago equilibrios en el ecuador de mi vida, a lo largo de estos años he podido testear que en muchas ocasiones las soluciones drásticas suponen, no sólo un bálsamo para el alma y el tercio central del cuerpo humano, sino también un camino rápido a la pedagogía y la resolución de conflictos. Cierto es que no funcionan siempre y, de hecho, la ratio acierto/error es desfavorable. Pero, que cojones, cuando funcionan marcan tendencia y paquete. Y cuando resuelven, resuelven para un horizonte de generaciones. Joder, no me imagino a John Lee Hooker de mediador.
Pero entremos en harina.
Mi curro en la función pública. Gestión técnica y social –esto último no reconocido – de un distrito al norte de la ciudad de Barcelona. Que sí, joder. Que es un buen curro, como corresponde a un servidor público con mil días de vacaciones y mil tardes libres. Pero cómo me aburro, cojones. Tengo que hacer cosas como este blog o lo que a continuación se detalla para poder sentirme algo vivo en un mundo profesional de zombies asalariados.
Promoción –qué repelente forma de llamar a un edificio de viviendas mastodóntico, afeado, malcuidado, maldito y malnacido- cercana al ahora respirable río Besòs, muy  cerca de mi querida Santa Coloma de Gramanet. Hay pasta, mucha pasta pública para gastar en mis bolsillos, y quiero hacerlo bien. Quiero que la gente que vive en esa promoción esté bien. Muchos no lo merecen –hippies, vuestra opinión me da igual: venid un día conmigo a la trinchera- pero quiero que los buenos vivan con la mayor dignidad. Hay jardines –parcelas de tierra con hierbajos- en mal estado frente al edificio, como parte de las zonas de acceso, ya dentro de la finca. Falta luz por las noches. Y es que durante años algunos angelitos se han dedicado al noble arte de patear, apalear, las pilonas, esas balizas de iluminación que marcan el camino a decenas de familias cuando regresan a casa en la noche de Sant Andreu. Son una especie de bastones metálicos, unos palos al fin y al cabo, con una luz en su extremo. Los actuales, instalados allá por los lejanos años 90, están en un estado pésimo, muchos de ellos descapullados, la mayoría mudos de luz.
Los voy a cambiar. Hablo con quien he de hablar, decido lo que he de decidir. Evalúo diferentes modelos. Solicito diferentes presupuestos. Negocio a cara de perro los mejores precios. Es pasta pública, joder. No regalo ni un céntimo.
Pero no tardan en aparecer las hienas, con el hocico afilado, sedientas de billetes y de llenar el depósito de un 4x4 que nunca ha pisado tierra. Desalmados contratistas –no todos los son- halitosos, sebosos, prostáticos. Papadas colgantes. Putas y whisky caro. Quieren nuestro dinero, el de todos, y no se lo voy a regalar.
               -Ya verás, ya, este modelo. Una maravilla. Es caro, eso sí…pero pa toda la vida. ¡Y qué luz! Cuando lo veas de noche me lo encargas, fijo. El que ponen en los parques. Pasa por encima el camión de la basura y ni se mueve. Vas a flipar. Es caro, eso sí…
Puto dinero. Después de bregar con gente de este tipo a lo largo de los años he llegado a la conclusión de que tienen el culo lleno de monedas, con las lógicas dificultades para culminar el proceso digestivo. Eso siempre da mala leche o te convierte en un hijo de la gran puta. No hay alternativa.
               -Pues me instalas UNA SOLA, de prueba. Y de momento no pago. Quiero verla en funcionamiento.
A mí no me la juegas.
Así que insatisfecho, aunque con la boca de pato medio abierta, esperanzado y olisqueando ya los billetes, la instala ese mismo día. Y presiona, presiona ese homo pastosus durante días para que la evalúe, especialmente por la noche. Honestamente, poco me cuesta acudir cualquier noche a ver el resultado. Vivo cerca y, a pesar de la jodida mascarilla, los paseos nocturnos de verano siempre sientan bien. Así que un viernes de Julio, en compañía de dos buenas colaboradoras, me lanzo a realizar el ensayo. No es un día cualquiera. Es un viernes de verano macerado en cañas y más cañas desde la hora de comer. Hace un calor del infierno y una humedad más propia de un manglar que de la jodida Barcelona. He tomado miles de birras y cenado, después, con mis colaboradoras. Y venga más cañas. Y venga risas. Y venga verano. Y que nos dan las 23:00. Y que me vengo arriba y les suelto un:
               -Tengo trabajo esta noche. ¿Quién me acompaña?
Entre divertidas y curiosas, ninguna de las dos se lo piensa y los tres emprendemos el camino hacia la promoción. Un paseo breve, divertido, algo atropellado por los litros de cerveza que inundan mi anatomía. Con algo de aplomo, propongo (las funciones de mi cuerpo disponen) una última caña antes de la visita de obra.
Y allí nos plantamos. Majestuosa, la promoción parece saludarnos bajo un manto de contaminación nocturna. Se escuchan a lo lejos frenéticos ritmos latinos, esos parecidos a una batería de flotadores de playa estallando secuencialmente. Una rata gris perla parece recibirnos a las puertas de los jardines de la promoción. Me pongo serio, en modo Dr Slump.
               -Ahora actúa el técnico municipal.
Y allí está, toda regia, la baliza. Buena luz, sí señor. El de los sobacos sudados tenía razón: la luz es más que aceptable, muy adecuada en realidad. Suave, pero de largo alcance. Me gusta.
               -Procedamos con el ensayo mecánico.
Y en mitad de la noche y el vecindario arreo un par de santas hostias a aquel palitroque, que no tarda más de un segundo en doblegarse unos 45 grados, rendido ante aquel episodio de pedagógica rusticidad.
Me halagaron las expresiones de cierta sorpresa en mis compañeras y, aún más, el haber podido testear, aunque sea a base de leñazos, un producto cutre que pretendían introducirme por la retaguardia. Pero han fracasado. Tras el ensayo, y con mi ayuda, se lo ha tenido que encajar el contratista en su más negro orificio. Algunas noches, si presta uno mucha atención, aún se puede escuchar el tintineo metálico que producen las monedas alojadas en su culo al rozar con la baliza.
S.Kazan 2020. All rights reserved.
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skazan · 4 years
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The day of the Jackal
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The day of the Jackal
Para ser honestos, poco queda por contar de las experiencias de confinamiento que no se haya contado ya. Mil videos, mil memes, mil tweets, miles de muertos, mil conversaciones, mil noticias, mil cervezas. Y miles de miles de cosas más. La verdad, empiezan a cansarme más las jodidas opiniones que el confinamiento en sí.
Yo prefiero ver la parte positiva que, en mi caso, tiene  uno de sus puntales en mi antes adormilada cinefilia. Y es que me estoy poniendo las botas. Un empacho de celuloide en toda su dimensión y con todas las consecuencias. Un Grande Bouffe de fotogramas ecléctico, atropellado, en ocasiones –muchas- algo freak, no siempre con el reconocimiento deseado en este, mi hogar. Y todo ello gracias al Rey de los Proveedores: FILMIN. Alabado sea tu nombre.
La verdad es que mi cultura sobre cine ha aumentado exponencialmente desde marzo y, ahora sí, puedo ya hacer distinciones más o menos grandilocuentes sobre esta o aquellas película, éste o aquel género, ésta o aquella actriz. Incluso puedo categorizar algunos roles que aparecen en ciertos guiones. Y en esta ocasión voy a concretar mucho, muchísimo: el francotirador.
Figura no siempre reconocida por el gran público, el francotirador es un elemento esencial en la gran pantalla. Podemos recrearnos con las hazañas de estos escurridizos personajes en diversas producciones. Ya sea en el venerable cine del Oeste (esos benditos indios con melenas Heavy disparando flechas desde un risco sin más compañía que cuatro hierbajos) hasta el cine de espionaje o político (un magnicidio, si quiere ser guay, ha de ejecutarse desde un balcón), pasando por esas series americanas de acción y mediocridad interpretativa (siempre hay un SWAT en la azotea de un edificio dispuesto a freír de un disparo a un veterano de Vietnam … o de Irak, que nos hacemos mayores). Sin embargo, ninguno los anteriores es nada, repito, NADA, en comparación con el francotirador quinqui que ayer, bien entrada la tarde, disparó certeramente sobre mi persona camino de la Serra de Collserola, en Barcelona.
20:30 horas de ayer en Barcelona (18:30 hora Zulú), día 23 de mayo de 2020. Calle dels Germans Desvalls, cerquísima del inigualable Parc del Laberint, joya barcelonesa. Cierto regocijo por mi parte, ante la perspectiva de un buen paseo por el monte en esas horas en que el confinamiento baja los puños y se permite al populacho salir a caminar (hay quien lo sustituye por destrozarse los ligamentos) y respirar algo de aire fresco a través de la jodida mascarilla (¡qué sucia está la mía!). Poco a poco, y avanzando hacia el monte, la calle pierde su tímida condición de calle para parecer más un callejón de deficiente asfaltado, parcheado, ya boscoso en su vertiente sur y con un pomposo Centre Educatiu de Justicia Can Llupià al norte. ¿¿Centre Educatiu de Justicia?? Vamos, y traduciéndolo al lenguaje de la realidad, una especie de cárcel para menores, con sus vallas alambradas y todo lo demás. Me sorprendió. Joder. Hostias. Ostias sin H. Por Júpiter. Un centro de este tipo…¿allí?.
Pues sí que debía ser un centro de este tipo, sí,  porque en cuanto eché una mirada (breve, discreta, de lado, como cuando te van a hacer soplar en un control de alcoholemia) un francotirador quinqui me soltó desde una ventana todo un:
     -¡Eh, Joputa!
Para seguir con un magnífico
     -¡Tú, eh, hablo contigo, Joputa!
Y disparar su última bala con este sublime
    -¡Con esa MELENA DE PAYO que llevas!
Lo dicho, realmente sublime.
S.Kazan 2020. All rights reserved. 
 PD: a la vuelta por el mismo camino volví a buscar, sin éxito, a mi francotirador. Creí intuir su silueta en una ventana (estar, seguro que estaba, pues me soltó un “¡¡CATALÁN HIJO DE PUTA!!” que aún hoy no comprendo, justo ayer que preferí salir de casa sin barretina, por el calor) pero no puedo confirmar su identidad por el momento.
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skazan · 4 years
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Deportes Extremos
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Deportes Extremos
Confinados estamos. Desde hace ya más de tres semanas, confinados estamos. Menuda movida, joder. Todos debatiéndonos entre el acojone –generalizado, que es el mayor de los acojones- y la incertidumbre, entre la impotencia y las paredes, estas altísimas paredes del hogar que cada día y durante un rato parecen más la Gran Muralla China (lástima que no haya tramo Wuhan, que cae retirada de la muralla) que unos tabiques forrados de papel enladrillado demasiado caro.
No me aburro en absoluto y, de hecho, los días se me hacen cortos. Teletrabajo, casi más que presencialmente. Llamadas varias, aunque aún no a emergencias sanitarias. Cultura escrita, gráfica, pictórica y auditiva. En ocasiones cultura bastarda, pero es que me gusta. Orden y limpieza. La aspiradora portátil como nuevo Ídolo, cual Becerro de Oro. Y es que estamos en semana santa.
Pero de entre todas mis actividades, destacaría el deporte en sus diversas disciplinas hogareñas: desde el uso y disfrute de la odiosa, aunque eficiente, banda elástica del Decathlon, hasta la carrera en parado, por ridículo que uno se sienta corriendo los 100m sin más compañía que un revistero. Abdominales de todo tipo. Ahora cultivo mucho las de tijereta, y por las mañanas parece que me ha pasado el reparto de Carrefour por encima de la panza. Qué dolores. Y sin embargo, la guinda, el colofón, el broche de oro, la lamida de los hielos del Gin Tonic, es el BODY COMBAT, en su vertiente no-tengo-ni-puta-idea-pero-estoy-confinado-y-hago-lo-que-me-sale-de-las-pelotas.
Qué maravilla. Qué férrea disciplina. Qué manojo de hostias suministro a diario al aire de mi casa. Golpes bajos, casi al suelo. Golpes medios, en la panza de un invisible adversario. Uppercuts de manual. Codazos. Y todo ello en la comodidad de mi salón, viendo tal vez una peli, tal vez las estadísticas del puto Covid-19, tal vez una buena sesión de misa, cortesía de Canal 13. Esta última opción aviva mis fuerzas y, cual litúrgico imán, atrae mis puños hacia la pantalla.
Y claro, con tanto tiempo para pensar y tanto deporte, mi dispersa cabecita me ha llevado a episodios, nunca triunfales episodios, de mi pasado como deportista de más o menos solvencia muscular. La verdad, no son gestas de JJOO ni récords del mundo. Pero merecen medalla de lata honorífica por su singularidad, distinción e inventiva deportiva. Sería muy muy denso hacer mención de todos ellos pero uno, especialmente uno, consigue hacerme arrojar una sincera sonrisa, casi una carcajada, en esta cautiva mañana de primavera.
Año 2002. Parque Natural del Garraf, cerca de Begues, provincia de Barcelona. Sábado primaveral por la mañana en plena sesión de pedaleo montañero incesante, posiblemente con resaca y más que preocupantes niveles de alcohol en aquel cuerpo de joven ciclista de los años 50 del siglo XX, con solera y muchos km bajo mis piernas. Pinos por todas partes, orugas, arbustos tan vívidos que parecen dispuestos a la fagocitosis aleatoria de cualquier paseante invitado a aquel espectáculo natural. Polvorientas, laberínticas pistas poco transitadas en aquel momento. Piedras, serpientes. Si hubiera sonado un Winchester hubiera jurado que estábamos en el Far West.
De pronto…¿música?. Allí, en medio de la nada…¿música? Pues sí ¡Y qué música!. Sonaba aquello atronador, tanto, que las copas de los pinos parecían balancearse alocadamente de un lado al otro. No puedo asegurarlo, pero me pareció ver a una ardilla levantar un pedrusco como si fuera una mancuerna. Imposible certificarlo por la resaca pero, en cualquier caso, lo seguro es que un modesto cicloturista cruzó repentino, casi volando frente a mí como una bala de aleación grasa-músculo jadeante, cabeceando como el perro de atrás del coche. La mirada, fija hacia un horizonte situado a no más de un palmo de unas gafas de sol necesitadas de un  limpiaparabrisas. Parecían sufrir, y mucho, las costuras de un maillot de mil colores en el que se había embutido aquel fantástico hombre bala. Entre el calor, el sol, los colores y todo aquel polvo, aquello parecía más una Holi Party que una ECCM (Experiencia Ciclista Cercana a la Muerte).
Pero lo que sin duda me dejó perplejo fue un complemento poco común en la competición ciclista: dos estruendosos altavoces, a lado y lado de aquella bici bamboleante, clamaban al mundo natural y a todo trapo aquel inigualable “Eye of the Tiger”, de Survivor, banda sonora de la musculada (y adorable) saga de films Rocky. Qué motivación, qué brío, qué ímpetu repentino. El tipo parecía surcar aquellos andurriales a lomos de, no una bici, sino aquella banda sonora estimulante en toda regla. No lo digo yo: todo buen culturista se ha fisurado un bíceps propulsado por estos Himnos de la Mancuerna. Mil fisioterapeutas me avalan. Y, lo juro: vi sudar a aquellos altavoces. O al menos me lo pareció, mientras aquel tipo pedaleaba quién sabe hacia dónde inquietantemente enloquecido, cada vez más inflado y rojo, como una especie  de globo desbocado en un meeting del PSOE. Tal vez, 18 años después, sigue vagando por los vericuetos del Garraf, quizá acompañado por la misma banda sonora o actualizado a una versión 3.0Quarentine, entonando a través de aquel Disc-Man un sonoro “Resistiré” mientras trata de ser interceptado, sin éxito, por una patrulla de Mossos d’Esquadra.
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skazan · 4 years
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Pescado Azul
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Pescado Azul
¡Qué previsible contrariedad! He estado buscando la palabra merluzo en el diccionario de la Real Academia Española, sin éxito. No existe este término tan descriptivo, a la vez que extendido.
Y es que estoy motivado. Pero, ojo: no es que las cuatro, tal vez cinco cervezas que acabo de cascarme en mi venerado Bar Bodega Castells (Nou Barris, Porta) me hayan llevado al Olimpo de la Crítica Social, a la Santa Casa de la Justicia Vecinal, a la Tierra Prometida del te casco por Gilipollas: es que ayer tuve una experiencia religiosa en pleno Eixample Dret de la Ciutat De Barcelona, Catalunya, Espanya, Europa, El Mòn.
Eran las 14:36 cuando, por temas absolutamente familiares y que no vienen a cuento me personaba yo en el parque que conforman las calles Marina, Travessera de Gràcia, Lepant, en Barcelona. Tarde de extraño invierno: hace fresco de Febrero, pero no frío. Pica el sol, y me preocupa. Llevo una chaquetilla de perren forrada de borrego artificial por dentro, y estoy algo sudado. Es que vengo cagando leches en bici desde la Barceloneta. El ejercicio me hace sudar. Pasar por la maldita Sagrada Familia a las 14:20, sorteando giris colorados y flaneantes, hace que mi pìel chorree.
14:36 en el parque. Veo a quien he de ver. Resolvemos lo que había que resolver. Y, curiosidades de la vida, estoy en la salida de emergencia de una oficina de atención municipal. Oficina d'Atenció al Ciutadà. OAC. Observo, con detalle, el interior. La decoración. La farádula. El personal.
14:38. Lo huelo. Puedo olerlo. Huelo al merluzo. Y, de hecho, puedo verlo. Experiencia no me falta: una década de trabajador público municipal avala mi olfato ante esta especie tan común, asalariada por las arcas públicas, pálida, insípida, virgen y de uñas sucias.
El merluzo deambula por el back office de la oficina de atención. Brazos como recortados, diminutas manillas huesudas, de roedor, se aúnan junto a un pechamen estrecho. Un jersey granate, con lamparones, abotonado, propio de conserje de una escuela falangista, da un color desvanecido  al engendro. Unas gafas de diez kilos enmarcan un rostro relativamente equilibrado que, en brazos de otra forma de ser, hubiera resultado incluso interesante.
Pero, lo más característico: los gestos. Jesús, qué gestos. Primero, el lavado -como si de un coche se tratara- de las gafas. Qué protocolo. Qué ritual. Qué neurosis. Agarra las gafas como si acariciara un hamster, como si se escurrieran entre sus amarillos dedos de tagliatelle. Las lava no menos de 100 veces. Recorre el cristal redondo, muy grueso, con su pañuelo de tela lleno de mocos. Mira a los lados casi orgulloso, pavoneándose, celebrando esa higiene más propia de una ninfómana esclava del Señor, llámese monja. Y aúlla. No es que se escuche, pero aúlla. Abre con energía su diminuta boca esférica, y la mantiene. Parece agrandarse infinitamente el huevo de sus ojos, casi hasta disparar. Se abren algunos poros junto a la nariz aguileña. Algo de pus. Aúlla, insisto, pero nadie lo escucha. Aúlla en silencio desentumenciendo, a falta de músculo, sus pieles blancas.
Así es la función pública. Una parte considerable de gentes sin sangre, sin más alma que poder rascarse las pelotas, o los ovarios, o lo que sea, lamiendo los restos de las arcas municipales. Bocas semiabiertas salivando, como patos hambrientos en el parque, sin más motivación que los putos días de vacaciones o la recuperación de las pagas extra. Días de pantallas inmóviles, de escritorios de Windows 10, de pelar mandarinas, de voces nasales entonando un NO como bandera.  
Dinero público.
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skazan · 5 years
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El Chapo
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Lo confieso: me chapean.
Sea en la calle, el trabajo, el vecindario o por teléfono, de un tiempo a esta parte mi tendencia o, mejor expresado,  la tendencia de una parte considerable de mi entorno a darme la brasa es un hecho incuestionable y demostrable.
Ejemplos hay muchos, variados y multicolor. Sin embargo, hay un escenario que se torna, por excelencia, en un clásico del ejercicio de la brasa: los bares. Sabida es por los dos o tres lectores de este blog mi querencia por los establecimientos de hostelería y mi labor, cada vez más estática, de investigación al respecto. Abundan en mi barrio los bares y, sí, me los conozco bastante bien. Sin embargo, el braseo inclemente al que me han sometido en algunos de ellos me ha forzado a descartarlos de mi particular guía Michelín. 
Sin duda, el ejemplo madre de todo este espectáculo del plomo aplicado a pie de barra lo he sufrido en una simpática bodega situada a unas calles de mi hogar. Un lugar tranquilo, bien ubicado, coqueto, con buena política de clientes y una matraca propia de teletienda. Qué pena, haber tenido que prescindir de ese lugar. Qué felices me las prometía yo cuando, tras infames jornadas laborales, acudía tarde sí, tarde también, a echar unas cañas y unas frases -breves- con la Propiedad. Al principio me resultó simpática, la situación. Más adelante, y en directa proporción al braseo, me empezó a resultar cargante. En los últimos tiempos, tomar una caña allí era como quitarle el Wiskas a un gato hambriento y en celo: un tostón.
Por cierto, que hace algún tiempo he descubierto otra bodega, muy cercana a casa, a la que no voy a volver hasta nueva orden. Y es que una tarde -segundo día que iba- lo que empezó con un “una cerveza, por favor” acabó con una ráfaga interminable de conocimientos sobre cine y geografía italianas desde el otro lado de la barra. Y no es que no me interese esa disciplina: es que NO HE IDO ALLÍ A QUE ME BRASEEN. Y encima, pagando. Eso sí, lo que aprendí. Sin embargo, el mesonero no aprendió una mierda: parecía saberlo todo. De todos modos, tampoco ese bodeguero hecho de plomo estaba dispuesto a escuchar ni una sílaba de las pocas palabras que acerté a pronunciar.
Diferente ámbito, también peligroso, es el profesional. Mi labor es, mayormente, de cara al público y, para mayor inri, en el hogar, en los hogares de la ciudadanía. Gentes con mucho que decir y más aún que pedir, con unos derechos no siempre bien entendidos y un blanco muy fácil en forma de mi persona. Común es el caso de la gente mayor, con quienes de manera innata establezco a menudo una conexión más que sólida. Me brasean, sí, pero no es esa una brasa que me queme demasiado: incluso me gusta. Hay mucho que aprender de nuestros mayores. Diferente es el caso de las caras duras, las neuronas perezosas o los efectos de un buen carajillo de anís barato para desayunar, todos ellos parte activa de situaciones profesionales a las que a menudo me enfrento.
Aunque al menos, en este ámbito, me pagan.
Mención de honor merecen los niños que, por cierto, me encantan. Es lo que tiene no tener hijos: disfrutas de lo mejor de los más pequeños, sin responsabilidad ninguna ni apenas incomodidades. Hasta que te encuentras con algunos proyectos de chapeadores profesionales, auténticos soldaditos de plomo que son capaces de joderte una estupenda cena con tu pareja en pro de juego y la comodidad de unos padres que no ejercen sus funciones, digamos, neutralizadoras. Y sí, puedo hablar y hablo de un caso concreto, de un excelente establecimiento de comida oriental en mi barrio que frecuentamos, y mucho. Pareja joven llegada del este asiático, con muy buenas manos en las cocina y una bondad desbordante. Han montado un coqueto restaurante de barrio que ya empieza a volar a buena altura. Y es que se come genial, se paga poco y se está muy cómodo….salvo que su hijo, un cielo de niño de unos 6 años, se haya cascado un maki de más: lo que al principio eran divertidos juegos con un chiquillo super-inteligente mientras uno se apretaba un buen ramen, se ha ido convirtiendo con los meses en un auténtico concurso de las mini brasas, un chiqui park bajo el granizo, una piscina de bolas hechas de hormigón armado, en el que un mini profesor Miyagi (hola, Karate Kid) enloquecido te va ametrallando de mil formas imaginables mientras intentas sorber un jodido fideo chino.
S. Kazan 2019. All rights reserved
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skazan · 6 years
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Capítulo 3. Burroughs St.
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Estoy, esta tarde, perezoso. Así que, ante el instinto inexplicable de colgar un nuevo post, me he visto en la tesitura de buscar una solución razonable que maride la ¿calidad? con el ejercicio de la perrería.
La he encontrado en mi portátil, en un archivo de texto con un nombre sugerente: RESCATABLE_OJOOOOO.txt
Se trata de un archivo algo caótico de hace ya algunos años –lo más próximo, del 2013- y ciertamente interesante. No tanto por la calidad del contenido, que no es mucha, sino porque, subjetivamente, me ofrece una visión de mi mismo distante, bastante distante, de la actual.
De modo que, de entre tanto párrafo cubierto por una polvorienta capa de bytes, he seleccionado los que siguen. Ni me he molestado en corregir: no es tanto un tema de contenido, sino de echarle al tema pelotas y morro (no por ese orden) y marcarme una entrada de blog resultona y muy muy fácil.
Me mola leer. No es que me apasione, pero me resulta una actividad gratificante, económica, supuestamente útil. Y en esa línea, hoy mismo ha venido a  mi memoria William S. Burroughs, autor de culto para muchos, simplemente atractivo desde mi óptica. Mola su vida (o lo que se dice de su vida), su planteamiento, su forma de expresarse. El almuerzo desnudo. A muchísimos nos suena.
Por un motivo a caballo entre la curiosidad, la querencia por lo freak y la placidez de una tarde con poco que hacer, se me ha ocurrido una idea estúpida…buscar calles, en el mundo, con su nombre. San Google, mi fiel amigo, ha sido implacable.
Los resultados son curiosos:
           1.-Un café en Detroit, USA
                       https://www.facebook.com/BurroughsStCafe/page_map
           2.-Preciosa casa en venta en Conway, Arkansas, USA
                       http://www.pinterest.com/cstantonbyrd/805-burroughs-street-conway-sc-listed-and-sold-by-/
           3.-Advertencia de cortes en el tráfico por obras de suministro de agua, MorganTown, Virginia, USA
                       http://mubtraffic.wordpress.com/2013/10/08/mub-traffic-notice-burroughs-street-5/  
 Entre unos 67.000 resultados más…
           Bien, llegados  a estas alturas, es obvio que el lector está ante una descomunal estupidez, situación bastante habitual en esta sociedad de vanguardia del siglo XXI. Y no se me ocurre, a efectos de salir de este laberinto de tontería, que echar mano del surrealismo. Así que…TRES LINKS – TRES CONCLUSIONES.
           1.-El café del link nº1 es, en realidad, una tapadera. Esconde, tras el mostrador, relevantes figuras de la historia reciente USA, en apariencia muertas. Burroughs escribe su masterpiece en la etiqueta de una botella casi vacía, JFK aguarda –RIFLE EN MANO- tras la vitrina de los cupkakes la entrada del FBI, Elvis Presley vacía con asombrosa celeridad  la antes citada vitrina: ya va por los 222Kg. Hay más personajes, pero esto es un blog. Con tres basta.
           2.-Nótese la foto del salón. Dos sillones (JFK y Burroughs sentados, sin mirarse, debaten sobre contracultura funeraria en USA, y las virtudes de la CIA en cuanto a la Protección de Testigos), un sofá de dos plazas (Elvis duerme la siesta del desayuno). Quién hace la foto no se sienta. No lo merece, después de ser el artífice de la barbarie (ver, en la misma foto, el marco familiar, a la izquierda abajo)
           3.-¿Cortes de agua? Con Burroughs y Elvis, e incluso con JFK, sin duda. Eso los convierte en los operarios, los peones de la obra. El sueño americano en estado puro: cualquiera puede ser cualquier cosa, si realmente se lo proponeN.
           Poco más.
           Que se jodan las normativas estéticas, también en la escritura.
           Y en la forma de pensar.
Sergi S. Kazan 2013. All Rights reserved.
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skazan · 6 years
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terminología avanzada
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terminología avanzada
Hemos echado unos días en el sur de Francia, La France, en el entorno de la no siempre reconocida ciudad de Narbonne.
Es, Narbonne, una ciudad hermosa, breve, limpia, sosa y cara. Muy cara. No hay tregua para el cerveceo si vienes de las favorables tierras ibéricas que habito: lo más barato que conseguí pagar fueron unos terribles 3,5€ por una mísera caña de 25cl. L'horreur!
Pero no es de eso de lo que me estaba acordando. Circulando por la cercana Beziers, a las afueras y en una zona industrial, pudimos observar un almacen, gran almacen tipo industrial, que rezaba en todo lo alto una flamante marca comercial: CASTORAMA. 
Castorama. Hay que joderse. No sólo no suena demasiado a francés, sinó que los colores que presiden el enorme cartel son exactamente iguales que los de IKEA. Ese azul-amarillo que provocaría el vómito en cualquier iniciado en la teoría cromática que no adolezca de daltonismo. 
Pues bien, así las cosas, nuestras cabezas turbo alimentadas hilvanaron el resto. Que si es un plagio de IKEA. Que si es un plagio de Conforama. Que si es un bazar chino en plan Kowloon (admito que me pasé). Llegamos a creer ver letras chinas en algún lado.
Vale, pues una mierda. Buscando hoy por internet, me percato que Castorama es una institución en el mundo del bricolage francés. Llevan casi 50 años dando caña y ofreciendo un buen servicio. Fundado en Francia por un francés, llegó a tener su propio equipo ciclista y participar en el Tour de Francia en los años 90. Esto último ha sido un mazazo definitivo: vaya merluzada lo del bazar chino. Y el caso es que este falso plagio bricomercial me ha llevado de inmediato a mi archivo interno de accidentes verbales escritos, ya no sólo en la patria de lo comercial, sinó que ampliado al continente que es el día a día, las conversaciones con la gente, encuentros varios y roces sociales sin lascivia. Ahí van algunos breves ejemplos.
Año 2010. Barrio del Carmel. Centro Cívico. Señor de muy avanzada edad aparece en recepción al grito de “ME ENVÍAN DEL LABORATORIO”. Jesús. ¿De qué laboratorio?¿Nació allí, tal vez no hace demasiado?¿Es un mensajero que no se resigna a la jubilación? Tras diez minutos de conversación surrealista, la expresión “ vengo del médico” me devolvió la calma: EL AMBULATORIO. Lo enviaban del ambulatorio. Aún sonrío ante aquella muestra de ingenuidad y valentía a la vez.
En otra línea de fuego estaban, en los años 80, los plagios de marcas. Inolvidables las zapatillas deportivas MIKE, o NIKEN, que algunos lucíamos cual Michael Jordan con aquel inolvidable 23 a la espalda.
Aunque la medalla de corchopán se la lleva un establecimiento sito en el barcelonés barrio de Sant Andreu del que me fascina el salero, llámese morro doctoral, del que han hecho uso para bautizarlo: NEUMÁTICOS MIGHELIN.
Siempre, con dos cojones.
S.Kazan 2018. All rights reserved.
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skazan · 6 years
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un día de furia
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un día de furia
Hay días en los que uno no puede evitar la sorpresa. Más allá de esos momentos que, puntualmente, salpican lo cotidiano, lo previsible de cualquier jornada, existen días en los que, joder, los ojos permanecen como platos de la mañana a la noche. Como ya he contado más de una vez, dispongo de una capacidad innata para atraer ciertas situaciones descabelladas. Y el pasado jueves, día de estreno del mes de marzo del 2018, fue todo un carrusel de la locura, una auténtica pasarela por la que desfilaron, sin cita previa, conductas de todo tipo salvo las tipificadas como estadísticamente normales.
Haré una breve referencia a tres.
Barrio de la Barceloneta, 13:30 horas. Estaba yo en plena actividad laboral, entre dos visitas, acompañado de un joven colaborador. Invernal, soleada jornada. Un buen número de personas por las calles, nunca limpias, de ese barrio que un día fue auténticamente marinero y que ahora está hecho una auténtica mierda (ojo: hay excepciones) gracias a la desidia municipal. Pues bien, así las cosas, y en plena conversación profesional en una de las calles que te alejan del mar, se encontraba, bien visible aunque encuclillado, un joven que parecía ser del medio oriente. Se encontraba en esa olvidada y grisácea tierra de nadie que es el espacio entre dos automóviles allí estacionados. Culminaba con elegancia su proceso digestivo: toda una señora boñiga orientada hacia la acera (ha habido debate sobre los motivos de esa elección entre mis compañeros de trabajo) otorgaba un espléndido broche de oro a la estampa de un tipo con pinta de indio cagando en plena calle.
     -Bien, mañana quedamos a las 9:00 en punto, ¿ok? Por cierto, acabamos de pasar junto a un tipo cagando, ¿o lo he soñado?      -No es un sueño. Mañana nos vemos, pues.
Barrio de la Barceloneta, 14:30 horas. Llegada la hora de comer, para mí no hay mejor opción que un bocadillo bien calórico en un bar con solera. La Barceloneta está a años luz de lo que un día fue, pero existen todavía excepciones que no hay que despreciar. Y la revolución del este, los excelsos bares chinos, colaboran en ocasiones con éxito en este empresa. Bar Astur, ese bar en el que poder jalarte un bocata bastante decente por un precio decente en un ambiente de barrio a veces dulcemente indecente. El jueves pasado estaba en esa linea....¡y de qué manera! A parte de los parroquianos habituales, con los que empiezo a intercambiar alguna que otra palabra, había a esas horas un grupúsculo de señores recién jubilados conversando animadamente -tal vez demasiado- en la barra. Por la conversación, el tono y la velocidad a la que se cascaban la cerveza puedo afirmar que estaban algo más que borrachos. Uno de ellos, el líder, sin duda buen (aunque desafortunado) orador, se presentaba ante mis ojos como una especie de piel roja a voces que, en lugar de flechas, disparaba alaridos del tipo   -¡Que yo he disparado de todo! Pistolas, revólveres...¡hasta un Winchester! Como en el oeste. Que no me has de contar nada, tú a mi, ¡nada!. ¡Por mis nietos te lo digo!
   Y entonando un definitivo “y ahora a fumar un porro” salieron a la calle a seguir con el certamen.
Arc del Triomf, 17:45 horas. Finalizada la jornada laboral imaginé, ingenuo de mí, que la cabalgata de gente pintoresca había finalizado. Nada más lejos. Me encontraba yo tranquilamente, con mis cascos y mi rock a todo volumen, aguardando la luz verde en un paso de peatones cuando pude observar cómo un vagabundo parecía rebuscar, junto a mí, en una papelera. Empaticé inmediatamente con su situación. “Qué putada vivir de esta manera”, pensé. E inmediatamente vino a mi mente un pequeño artículo que había leído hace unos días, donde se hacía mención de que uno de los aspectos que más entristecen a este colectivo es el anonimato y, especialmente, que nadie les llame por su nombre. Paralelamente a estas cavilaciones me percataba, por el rabillo del ojo, de cómo el sujeto cesaba su actividad rastreadora para mirarme fijamente, intuí que casi afiladamente. Seguía yo con mi música, mi voluntad de que este mundo sea mejor, mis gafas de sol y mis pintas, cuando decidí acercarme a intercambiar con él unas palabras. Hacer que se sintiera una persona, parte de algo, aunque fuera por unos minutos. Pues bien, sería porque mi imagen no se correspondía ni por asomo con mis intenciones, o tal vez por aquel estúpido, chulesco (ojo: mi objetivo era diametralmente opuesto) “Qué te pasa” que emergió de mi cavidad bucal, que de pronto me vi regalando una moneda a una especie de ametralladora de insultos en algo así como alemán, una verdadera juke box del improperio. Puede decirse que tras este episodio ya se alemán. El caso es que, siguiendo mis pautas de ingenuidad marciana de aquella tarde, no tuve otra idea que responder con un “bueno, bueno...pero ¿cómo te llamas?”. Joder, aún escucho los “hijjjoo dd putta” en mi cabeza.
S.Kazan 2018. All rights reserved
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skazan · 6 years
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campana sobre campana
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campana sobre campana
No he tenido una vida profesional estable. Partiendo de una orientación académica que no supe seleccionar con absoluta certeza, continué disfrutando de ciertas dosis de fortuna que me llevaron a vivir situaciones profesionales hilarantes para llegar, finalmente, al golpe en las pelotas que supuso la crisis económica, que me catapultó sin avisar a patrias profesionales -dulces patrias, mayormente - situadas a años luz de lo previsible. 
 Y, curiosamente, ha habido siempre un hilo conductor en todas estas experiencias: surrealismo en dosis no siempre moderadas. Cierto es que mi tendencia natural es a vivir este tipo de situaciones, generarlas, y atraer a gente afín a todo ello. También es cierto que me encanta dar suaves pinceladas de surrealismo allí donde no lo hay. Uno es como es. 
 Pues bien, hace ya unos meses ha habido un nuevo giro profesional, en parte imprevisible. Y, en la discontinua linea habitual, he sido agraciado con una de las actividades que más me agradan: el trato con las personas. Y, en este caso, debo confesar que me ha tocado el Gordo de Navidad, el Bola-Plus del Bingo, el Boleto Dorado de Charlie y la Fábrica de Chocolate: gente, personas, en sus casas. Ese es mi terreno de juego. 
 Y no, no voy allí a vender nada. Voy, cual Sr. Lobo de la función pública, a solucionar problemas. Vamos, que en la mayoría de casos el entendimiento y la armonía son el hilo conductor de mis visitas, amén de pequeñas charlas y la observación del mundo real en la ciudad de Barcelona. 
 Mil y una anécdotas podría disparar en esta entrada, y mil y una más podría explicar ante unas cañas. Pero, de todas ellas, hay una que me produjo especial sonrisa a la vez que cierta alarma. 
 Pronto, muy pronto por la mañana, me disponía yo a realizar mi primera visita del día: un pequeño apartamento donde un señor con muchas, muchísimas décadas a sus espaldas parecía tener ciertos problemas de fontanería. Por teléfono me pareció un amable anciano con evidentes dificultades auditivas y gran voluntad de colaboración. Así que quedé con él para poder gestionar una posible reparación. Al llegar a la vivienda, me sorprendió encontrarme la puerta entreabierta. Tampoco era nada del otro mundo: habíamos acordado, de hecho, la hora de visita. 
Tras el preceptivo “TOC-TOC” y el irrenunciable "PASE", me adentré en un apartamento limpio, singular y relativamente repleto de libros y objetos varios.
 -¡Pase, pase! Salgo de inmediato 
 La que parece ser su voz emerge de un más que probable wc 
 -Me ha pillado usted en la ducha. 
 Mi ceja derecha se arqueó leve e inmediatamente. ¿No habíamos quedado? ¿Está en la ducha? Precisamente es ahí dónde he de echar un vistazo...confieso que en parte me resultó gracioso y, qué leches, el señor está en su casa, ha vivido una vida entera y si quiere ducharse en ese momento, pues que se duche. No seré yo quien se lo cuestione. 
 Sin embargo, algo más cuestionable nos pareció, a mí y a mi ceja derecha (que parecía querer despegar como un cohete), que aquel señor apareciera en escena empapado cual pollito jubilado, únicamente ataviado con un abierto y fluorescente albornoz color Increíble Hulk y evidenciando, involuntariamente y sin la fortuna de quien se ha atado con firmeza el cinturón, la santísima trinidad del sexo masculino en versión 2.0: un auténtico campanario testicular con su correspondiente badajo parecía repicar alegremente frente a mi, como de domingo a misa o incluso a Fiestas Mayores, mientras el señor, ajeno al espectáculo, me explicaba, solemne, la avería.
S.Kazan 2018. All rights reserved
PD: Sí. A Laura Pausini le pasó lo mismo.
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skazan · 7 years
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i’m in love with sataaaaan
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i’m in love with sataaaan
Sigo últimamente con la dinámica de colgar un post cada mes. Es realmente poco, visto que ganas no me faltan y me siento moderadamente inspirado. Sin embargo, entre lo mal que llevo los rigores del verano -cada vez me cuesta más- y otros proyectos que cuestan salir como si del corcho de un vino centenario se tratara, el promedio que actualmente puedo abarcar es este: un post cada mes. Estoy seguro de que vendrán tiempos de mayor, y si es posible mejor, producción.
Y es que, además, mi caótica agenda se ha llenado en los últimos días de eventos que, aunque únicos, resultan absorventes cual esponja negra, del rock: me estoy refiriendo al RockFest 2017, evento cumbre del año, que se ha celebrado el fin de semana pasado (30 de junio, 1 y 2 de julio) en Santa Colma de Gramanet, Santako, NO BARCELONA CIUDAD. Hago mención del dato en clave de justicia, solidaridad y reconocimiento hacia un municipio tan auténtico como divertido.
Hemos pasado unos días brutales. Brutales por todo: por la música, por el ambiente, por disfrutarlo a tope con ella, por ir con colegas, porque son tres días, porque está al lado de casa, porque está relativamente organizado, porque es de las pocas cosas a las que el verano le sienta la mar de bien....por todo eso y mucho más el RockFest representa para mí uno de los super eventos del año. Y todo ello a pesar de las consecuencias: me he ganado, y a pulso, un supremo resfriado que ha derivado en infección de oído (y mira que lo cuido con buena música) desde la madrugada del lunes pasado, día 1 D.C. (Después del Certámen), y que me tiene recluido en casa desde hace dos días, atiborrado de antibióticos y con la sensación de que uno de los camiones que atienden la gira de Aerosmith me ha pasado por encima. Me muero de rock.
A nivel de música, poco se puede decir del RockFest que no aparezca ya en decenas de recientes crónicas musicales. Rock, rock duro del bueno en diversas variantes. Desde rock clásico, de masas (Aerosmith molaron mucho) hasta hiper-específicos afluentes del rock que desconocía, profano de mi: “pirate metal” (gran concierto de Running Wild), “fantasy metal” (Gloryhammer dieron un show divertido y correcto en lo musical). Incluso me percaté de una especie de variante que los Carcass (death metal, que no es nada nuevo) han inventado, una especie de “medical metal”, con alusiones continuas a cosas chungas del cuerpo humano y/o medicina, cirugía, en sus canciones. Más de un metalero con mascarilla quirúrgica había entre el público.
Y es que el ambiente era de lo más entregado. El público de estos saraos en general no va disfrazado, por mucho que parezca lo contrario. Allí te encuentras con autenticidad a toneladas, y la imagen, en realidad, es lo de menos: la gente viste así porque les mola, porque representa lo que les mola, todo ello a años luz de lo que piensen los demás y/o causar buena impresión estética. Tatuajes, algunos verdaderas obras de arte andantes, en abundancia. Colegas, grupos de colegas pasándolo como nunca. Familias, niños (con sus protecciones auditivas). Gente joven, pero promedio de 35 para arriba (joder, cómo pasa el tiempo). Y peña con camisetas sorprendentes como el tipo que ilustra la portada. Joder, “Satan is real” atravesado por unas excelentes greñas...¿hay algo más auténtico? Difícil encontrarlo. Es innegable: el 99% del RockFest ha sido escuchar la música que a uno le mola y disfrutar a lo bestia, sin más. Intenta igualarlo, Festival Cruïlla (por cierto, que está empezando mientras escribo). Al maldito Primavera Sound ni se lo planteo: tengo la impresión de que la mitad de la peña de allí no va por la música. Va por poder contar que “he estado en el PUTO Primavera Sound”, lucir días después la jodida pulserita como si fuera el jodido cáliz de la última cena y pasar como de la mierda de quién toca o quién no toca. Ojo, que esta crítica es en realidad una opinión. Que cada uno haga lo que le parezca si no jode al prójimo. Además, que no me lo han contado: yo he estado allí, como parte del 50% de melómanos que van por la música. La verdad es que más allá de un ambiente que detesté, vi conciertos muy muy laudables. Strokes, Interpol, entre otros. No solo de metal vive el hombre.
Volviendo al RockFest2017, y para terminar, una nota negativa, bastante negativa de hecho, imputable a la organización: han cambiado de ubicación el acceso, el que estaba junto a la petanca. Qué putada, qué gran putada. Era el jodido paraíso, el Club de Petanca Santa Coloma. Situado junto al parque de Can Zam estaba, literalmente, a la salida del RockFest. Salías de ver al grupo que te molaba y te metías allí, rodeado de una mermelada imposible de abueletes jugando a la petanca y un montón de rockeros de negro tomando birras en el bar y en la terracita bajo los árboles, a pie de pistas. Ambientazo. Cerveza muy fría, y muy barata. La plancha echando humo y el personal haciedo bocatas de puta madre y a mitad de precio que dentro del recinto. Risas, buen rollo. Y el sonido atronador de los conciertos, que salía de allí al ladito, sonando a todo trapo. El año pasado nos marcamos el concierto de Twisted Sister desde la terraza. No digo más.
Pues bien, con el cambio de ubicación del acceso, donde hubo una solemne pancarta de bienvenida ahora hay una valla, altísima valla provisional, galvanizada, de cierre del recinto. Desolador fue acudir allí antes de entrar, el viernes, a tomar una cervecita previa y ver todo montado, tiradores de cerveza extra en la terraza incluidos, estando aquello casi vacío, sin nadie. Pero más desolador aún fue darnos cuenta, al preguntar al dueño, de la cruda realidad. “Mirad qué nos han puesto”. Fue como una hostia bien dada en toda la cara. Aunque a buen seguro que menos dolorosa que la que se llevaron los del bar: las cajas de frankfurts y panecillos se acumulaban en el interior por decenas, bien precintadas, a la espera, quién sabe, de llenar los buches y disparar los niveles de colesterol de muchos experimentados petanqueros a lo largo de los próximos meses.
© S.Kazan 2017. All rights reserved.
PD: el título es un giño a una gran troupe de humoristas. Este es, posiblemente, uno de sus mejores sketch:
https://www.youtube.com/watch?v=EWHvnHhRfVw
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skazan · 7 years
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god save the queen
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god save the queen
Hace bastante que no publico nada. ¡Y no por falta de ganas! El caso es que, una vez más, aterrizan en mi vida cambios sustanciales -el grande está aún por llegar- que desvían, por un breve tiempo, mi atención y energías. Pero ideas y situaciones no faltan. Situaciones absurdas a veces, surrealistas otras, pintorescas en muchos casos. Y, ojo, cuando hablo de "pintorescas" no me refiero en exclusiva a colorido y buena composición, sino a la condición de pintoresco desde lo peculiar, sobre todo en las actitudes de las personas, algo que, por otro lado, aparece mil veces en este blog porque me fascina. Y eso que este mes de Mayo no ha dado una gran cosecha pero, lo poco que ha dado, ha sido bueno.
El segundo fin de semana, Viernes incluido, nos marcamos una salidita a Ses Illes, esas islas Baleares que no tenía yo en absoluto pateadas y que hace mucho habitaban mi lista de asuntos pendientes. La excusa era, sin duda, rotunda: Live Festival 2017, con la presencia de GRUPAZOS de la talla de Placebo. Joder, la primera vez que los vi fue teloneando a U2 en Barcelona (véase entrada en este blog http://skazan.tumblr.com/post/90835807811/asuntos-musicales-1997) y me moló la parte que vi de su concierto. Me gusta su estilo, han conseguido crear un sonido propio que resultó atronador, contundente, a la vez que dulce, en el Live Festival. Pero no era el único platazo de aquella deliciosa carta melómana: bandas irrepetibles como Lori Meyers ofrecieron shows de primera (sin duda el mejor concierto, junto con los mencionados Placebo), incluso unos extraños Amaral sonaron bien, aunque no son santos de mi dominical devoción. La Mala Rodriguez (oye: muy bien). The Charlatans (no llegamos a verlos) y muchos más. Un festival de rechupete por cuatro duros. Ah, y con un ambiente espectacular, genuino.
Pero igual que hay cara, hay cruz. Y QUÉ CRUZ. Celebrábase el festival en Calvià, hacia el suroeste de Mallorca, inigualable -en lo chungo- municipio, paladín de la especulación turística sin concesiones. Y, bien, las prisas nos empujaron a pillar hotelete en el nada despreciable circo party-urbanístico que es Magaluf. Si, me refiero a ese Magaluf de balconing, mamading y mil ing más. Y estando, como estábamos, en temporada baja, flipé. Flipé bastante. Yo, que me considero bregado en mil batallas nocturnas a base de copeteo, y que ahora ostento el humillante cargo de Coronel de la Juerga en la reserva , flipé lo mío.
De entrada, el idioma. Joder, en mi putísima vida en un establecimiento público no me han entendido en el idioma autóctono. La camarera no hablaba NI JOTA de castellano. Me plateé intentarlo en català, con article salat incluido en homenaje a Ses Iles, pero ya vi que hubiera sido en vano: aquella camarera venida de quién sabe dónde no hablaba más que inglés.
Ojalá todo fuera eso. La fiesta brava seguía en las calles de Magaluf. Centenares de hooligans adolescentes, como mucho veinteañeros recién cumplidos, vagaban por las calles regalando etílicos alaridos. Agresividad. Insultos. Miradas amenazantes. Maneras deslenguadas más propias de un burdel caminero de hace décadas que del siglo XXI. Barras libres. Puestos de pienso para humanos con los que llenar la panza. Y algunas excepciones muy muy honrosas: una señora cercana a los 50 años se autoderramaba sobre la cabeza -poca cabeza parecía tener- toda una jarra de sangría, sí, de esa dulzona que al día siguiente te persigue en clave de aghhh...AGHHHH. Sus amigas aplaudían la gesta, diríase que aguardando su turno de ducha. Y yo, que me veo sumergido en aguas de abstinencia etílica tan involuntaria como constructiva, arrastrándome por los bares en busca de una alcohol-free-beer.
Mucho, mucho más sucedió en las calles de Magaluf, casi siempre hasta bien entradas la 7 AM cuando, tras un breve parón para las obligadas y oníricas paja-naúseas, se volvía a fichar de nuevo sobre las 12 AM. Receso más que insuficiente como para que los servicios de limpieza de la localidad (visto lo visto, podrían venir también los servicios sociales) hicieran lo que pudieran para fulminar los kilos de colillas, vasos, dignidad, vómitos, preservativos, meadas, cagadas y corridas desparramados por los suelos.
Así que sobre ese escenario de locura se representó la obra de nuestro weekend en Mallorca. Era mi intención hacer mención de honor a las anécdotas, actitudes, de un ejército de británicos señores de edad al borde de la muerte en las orgías que a veces parecían ser los desayunos -barra libre- del hotel. Pero no. Mejor no. Al fin y al cabo, y a pesar de tanto exceso de fondo y formas, su comportamiento era el de Sir Thomas Sean Connery, Sean Connery, en comparación con el de sus resacosos paisanos 50 años más jóvenes que maldormían unas plantas más arriba.
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PD1: en la foto, el lugar de los hechos que atiende al vertido de sangría supra-cefálico.
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skazan · 7 years
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last night on Earth
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last night on Earth
Ayer por la tarde nos dejamos caer por la 22a FIRA PER EL DIA DE LA TERRA, que se viene celebrando cada año, por estas fechas, entre el Arc del Triomf de Barcelona y el Parc de la Ciutadella (incluido). No es que este tipo de ambientes me apasionen y, de hecho, despiertan en mí evidentes dudas sobre su honestidad, a la vez que otros sentimientos más relacionados con los sentidos propios del cuerpo humano. Pero fui y, de buenas a primeras, confieso que la impresión inicial fue más que aceptable. Desde Arc del Triomf, y hacia abajo, a lado y lado del passeig Lluis Companys uno se iba encontrando con decenas de propuestas comerciales de toda índole: moda, gastronomía, algún que otro artículo del hogar, servicios para la salud, cosmética....eso sí, todo ello en estricta clave de hippismo y voluntad de “alternativo”, algo que, insisto de nuevo, no es mi rincón exquisito pero que en esta ocasión me pareció agradable e incluso interesante.
Pero no todo es colorido en el mundo alternativo. Mis conclusiones acerca de gran parte de estas movidas (ojo: hablo de conclusiones. Me baso en la más estricta experiencia previa y propia) se iban materializando a medida que nos acercábamos al Parc de La Ciutadella. Las paradas comerciales iban mezclándose con las de asociaciones, algunas de ellas disfrazadas de ONG, que pretendían, a base de martillearte el tímpano con frases en proporción 1-1-1 (1 palabra con sentido – 1 palabra hueca – 1 palabra que une las dos anteriores), conseguir el prescrito donativo.
Pero eso no era nada. Ojalá se hubiera quedado ahí, el certamen. Una vez entrados en el Parc de La Ciutadella la cosa se complicaba...¡y de qué manera! Una especie de asentamiento repleto de paradas de asociaciones imposibles, mostrando pancartas con afirmaciones imposibles, intentando interceptarte de maneras imposibles. Desaliñados francotiradores del verbo trataban de hacer blanco en tu persona. Nombres extraños. Batucadas. Polvo por todas partes. Degustación gratuita de dudosos dulces veganos en bandejas a ras de suelo. Y a morder el polvo quién tenga hambre. Stands de masajes, alguno que otro con nomenclaturas más propias de salon relax que de una “”””””feria solidaria””””””, a 1€/minuto. Me llamó especialmente la atención el masaje coreano, con la estampa inverosímil de un tipo barrigudo tumbado sobre una toalla sucia, en pleno suelo, a quien una masajista le rompía una costilla con el puño bien cerrado.
Y para colofón, o guinda para ese bizcocho de borrillas, la calle de atrás: tras las paradas oficiales, y ya en pleno parque, encima del césped, la feria alternativa de alternativas. Mil y un vendedores ambulantes, a cañón, sin licencia, vendiendo lo que se antojara, fuera o no alternativo. Un carrito de niño estilo vintage me engañó como a un chino. Pensé, ingenuo de mi: “mira, qué chulo ser niño y que te paseen ahí”. Mierda para mí: el niño gateaba por el suelo arenoso, mientras que el carro albergaba una especie de panes caseros, sin control de ningún tipo, de venta al público. Otros iban más allá: hummus, tortillas, salsas...CON DOS COJONES. A la mierda la higiene. Siddhartha garantiza la salubridad. Ommm para todos y al ruedo. Y de postre, a pimplar: dos Sres.  del  lejano Oriente habían montado una estupenda barra de bar con una caja de cartón y, como si se tratara de la peli “Cocktail” en versión Bolliwood, preparaban espesos Mojitos. Que no pare, que no pare la fiesta!
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PD1: Me acojonó, y mucho, el folleto que nos dieron en la parada de la “Asociación Edipo Rey“. El nombre en sí ya acojona un poco. Pero, joder, el contenido me puso la entrepierna por corbata. Vale, de acuerdo, es un hecho que durante siglos la mujer ha estado desprotegida, infravalorada y mucho más, en relación al hombre. Y sí, es verdad que se ha de luchar a muerte por la igualdad. Admitamos también que hay ciertos grupos feministas que buscan venganza y señalan, hacia los muchos hombres que anhelamos la igualdad, con injustos dedos de dolor. Todo esto es cierto. Pero, al final, lo que todos queremos es respeto, justicia e igualdad de oportunidades (oportunidades para ser feliz).Y eso no se va a conseguir desde la rabia y, ni por asomo, desde planteamientos como el que ofrece la foto que ilustra esta entrada, correspondiente al folleto de “Edipo Rey”. Hay que joderse. HAY QUE JODERSE. Con la que está cayendo en esta sociedad sin brújula, sólo faltaba que un hatajo de impresentables repartieran estas payasadas sin un poco de pudor. Ni me he molestado en que la foto del papelito salga enfocada. No lo merece. QUE NO PARE LA FIESTA.
PD2: https://www.youtube.com/watch?v=uDoLskUQvb8.
Genial canción, de un gran disco, en la época dorada de esta gran banda que navega a la deriva por océanos edulcorados desde hace ya mucho. El título, genial. Incluso ciertos momentos de la Fira me recordaron las imágenes apocalípticas de este vídeo.
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skazan · 7 years
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cinco J
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cinco J
Las personas tenemos, a veces, ocurrencias surrealistas. Y eso resulta, desde mi perspectiva de buscador de emociones, vaso de agua fresca en un desierto de normas de comportamiento que tienden a robotizarnos. No es que haya demasiados ejemplos, pero a menos que uno salga un poco por ahí y sea algo observador, se encuentra con perlas como la que preside esta entrada: todo un SR. JAMÓN, con el diente bien hincado, jamonero incluido, apostado sobre un armario eléctrico en plena calle. Sucedió el pasado sábado 8 de Abril a mediodía, a la vuelta de un examen, en plena calle Marina de Barcelona. Faltó tiempo para hacer la foto expuesta y el selfie con mis compañeros (ambas fotos descansan ya en mi archivo de freakadas urbanas), entre risas y admiración. Si, admiración. Tres OLES por el/los ejecutor/es de tal gesta de la guasa que, aun entrando en conflicto –breve conflicto- con la normativa municipal de residuos, no deja de tener una dosis extraordinaria de burlona ironía.
Al día siguiente, mientras observaba la foto en el teléfono, seguía sonriendo. Y me acordé de una situación bastante absurda que, esta vez sí, me tocó protagonizar junto a mi irrenunciable compañera de aventuras. Logroño. Verano de 2016. Agosto. Calor, mucho calor y humedad incluso bien superadas las 22 horas aunque, bien pensado, seguro que los mil y un vinos tintos (en ese momento me resultaba imperdonable no disfrutar de ciertos placeres etílicos) que habitaban mi organismo tuvieron algo que ver. El caso es que de pronto nos topamos de frente, y en pleno casco antiguo, con un colegio profesional con el que, históricamente, he mantenido cierto conflicto y antipatía. Una placa breve, bastante alta, de mármol, que reza “Colegio de *********** de La Rioja”, se convierte en mi objetivo de aquella noche. Descartadas la pedrada y/o la meada (uno intenta siempre moverse dentro, aunque cerca, de los límites del civismo), no se me ocurrió mejor opción que la ocultación, el humillante enmascaramiento, como medio de –absurda- venganza de ese colectivo de bandidos. Una vendetta disparatada que se tornó materia mediante un buen pedazo de cartón mugriento cortesía de un container, de esos azules. Así las cosas, y con las dificultades propias de los vinazos, me sometí a una dura batalla contra la altura (la mía propia y la de la placa) y el equilibrio, un duelo a muerte contra ese gremio de indeseables, declarándome finalmente incuestionable vencedor al colgar, con firmeza pero sin causar daño material alguno (salvo el tímido renacer de una antigua tendinitis en mi hombro) una genial cortina de cartón polvoriento ante la placa de marras, algo que en aquel momento tuvo en mí el mismo efecto visual que cerrar la tapa del WC antes de tirar de la cadena. O, en otras palabras: quitar aquella mierda de mi vista. Aunque lo más grande fue presenciar, al día siguiente, día laboral, cómo la tapa del WC seguía cerrada: la placa continuaba oculta mientras el colegio ejercía su breve actividad estival.  
Aún nos reímos al recordar aquella imagen (no la muestro, no sea que alguien la reconozca).
Y aún me dan nauseas al recordar la resaca.
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skazan · 7 years
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¿¿de cine??
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¿¿de cine??
Sin ser un cinéfilo digno de Oscar, confieso que la mitomanía me conduce a menudo al cine clasificado como “del bueno”. Me refiero a esos clásicos bien seleccionados. Ciertos títulos de culto. Freakadas con necesaria mesura. Alguna que otra europea.
Pero hay algo que me irrita profundamente en materia de celuloide: la gratuidad. Da lo mismo que se trate de un film clasificado por la crítica como bueno, o malo, o lo que sea. Me da exactamente igual. En cuanto aparece una escena fastidiosa gratuita, sin sentido, mi tendencia es al exabrupto e inmediata presión sobre el botón “off” del mando a distancia o, en su caso, cabreo mayúsculo en la sala de cine.
Me explico a través de un buen ejemplo. Viernes pasado, 31 de marzo. “La Cinetika”, cines okupados (no opino de lo que allí he presenciado las veces que he acudido) en el barrio de Sant Andreu. Cine europeo, gratuito, y en sala de cine (obvio, es un cine okupado). No parece un mal plan. “Fóllame” es el título de la peli. Ni siquiera consulto las críticas. Allá vamos.
No es que la peli en sí fuera claramente insuficiente, que lo era. No es que el entorno fuera **** ** *** ****, que lo era (ya he dicho que no opino). No es que en la película hubiera violencia en exceso, que la había. No es que me viera sumergido en una mermelada de contradicciones, en un lugar donde se promueve la “no agresión” y alguien aplauda ante disparos (ficticios, en la peli) a bocajarro en plena frente. No es nada de eso. Lo que no es para nada admisible es que una película, como en este caso, muestre con absoluta crudeza y en primer plano explícitas, sangrantes escenas de, por ejemplo, violaciones, al estilo de una snuff movie.  Por ahí no paso, ni en La Cinetika ni en el Teatro Real. Lo mismo me da. No es, moralmente, admisible.
Un director de cine, un guionista, puede hacer perfecto uso de esas terribles situaciones desde la inteligencia, la creatividad, la genialidad, desde una sutil puesta en escena. Nos ha tocado vivir en un mundo agresivo y el cine, el arte en general, es en muchas ocasiones reflejo de toda esta barbarie. Sin embargo, debe quedar en eso: un reflejo. La emulación del salvajismo, incluso tras la pantalla, no es para mí una opción. Aún cumpliendo la premisa del entretenimiento (es, al fin y al cabo, una desafortunada escena de un film), desatiende uno de los tótems de toda expresión artística: la enseñanza. Nada, absolutamente nada, aporta la acritud de una escena en la que un tipo abofetea a una mujer indefensa hasta hacer de su rostro un sudario empapado en sangre mientras es forzada sexualmente. Plano corto de la cara ensangrentada. Primer plano de los genitales. Gritos desoladores. JODER, ¿ES NECESARIO? Alguien dirá que sí. Yo digo NO. Mi límite, esa frontera entre lo educativo, lo que aporta algo, y el morbo afilado, metálico, la estoy mostrando yo en este párrafo. Uno puede describir, puede incluso golpear brevemente con palabras, o imágenes, a la vez que aportar opiniones, puntos de vista, resultados. Pero jamás herir, conmocionar a hostia limpia, sin más ni más.
Extrapolable es todo esto a la mayoría de telediarios en TV. En este caso hay una labor, a menudo deficiente, informativa. Pero, insisto de nuevo, de nada sirve ver los cuerpos mutilados por un fatal atentado en tal lugar. O víctimas infantiles de tal evento atmosférico. Nada de eso es necesario desde un punto de vista estrictamente visual. Basta con informar de manera rigurosa, a la vez que cercana, con palabras, imágenes comprensibles que, a veces y con savoir faire, pueden incluso mostrar cierta ferocidad. Contextualizar de manera pedagógica, productiva. Motivar al receptor a profundizar, por poco que sea, en la materia en cuestión. Educar al fin y al cabo. ¿De qué nos sirve condenar  las diferencias económicas en este mundo de locos, si no conocemos los motivos? Tal vez cuando votas, cuando ejerces tu derecho democrático más significativo, lo haces en una dirección que no corresponde a tu ideario, sin ni siquiera habértelo planteado. Unas mínimas pinceladas sobre lo que pasa, lo que ha pasado en el mundo, son necesarias para poner un poco de orden en todo este caos. Sin duda debería existir un marco legal al respecto, un filtro, un patrón común que, bajo el prisma de las libertades, marcara el norte en este desierto de datos a discreción. Una ley educativa, al fin y al cabo.
Y es que la educación no acaba, ni por asomo, en las aulas o en los hogares: continúa, día a día, en la calle, en el arte, en los medios de comunicación.
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skazan · 7 years
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un adosado en la ciudad
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un adosado en la ciudad
Cada día hay menos terrazas adosadas en Barcelona. Ojo: no me refiero a esa terraza cualquiera, que cada día abunda más en número, incivismo e incomodidad, sea bajo configuración de invierno o verano. No, no hablo de esas, que ya me empiezan a cansar (y estamos aún en Marzo…¡no nos queda ná!). Hablo de esas breves, acogedoras, deliciosas extensiones de local que muchos bares ofrecían hace ya algunas décadas y que, hoy en día, se han convertido en añorado objeto de deseo para muchos románticos.
Se trataba de rincones únicos. Perfectamente anclados en plena acera, a modo de República Dependiente del establecimiento en cuestión, acostumbraban a estar completamente acristalados y constituían, en la mayoría de casos, el acceso principal al local. A menudo estaban cubiertos por  material metálico, en algunos casos modestos con uralita, de esa que ya apenas queda (para gloria de nuestra siempre amenazada salud de urbanitas).
Confieso que siendo pequeñito ya pillé el inicio del fin de estos “refugios”, de modo que el auge no lo viví ni en la barriga de mi madre. Pero es verdad que, en cuento tuve mi primera experiencia al respecto con muy pocos años, me di cuenta que esos rincones únicos serían, para mí y para siempre, símbolo de sosiego, de paz, de acogimiento, de hogar, de calidez.
Uno de mis más añorados bares con esa mágica configuración era el Bar Amigó, en un chaflán junto al Mercat de Sant Antoni. Qué pasada, que indiscutible pasada. Si ya, de por, sí, era un gustazo acudir allí los Domingos por la mañana, con mi familia, a comprar libros usados y otros objetos con solera, el vermut posterior en Bar Amigó era un ritual en toda regla. Eran tiempos de niñeces felices y grandes proyectos a corto, muy corto plazo, a horas vista, que permitían al niño que un día fui disfrutar sin distracciones internas de aquel ambiente bullicioso aunque recogido, en alguna mesa maravillosamente ubicada en aquella acristalada extensión. Indescriptible era ver, desde allí, los ires y venires de sonrientes compradores, escuchar las conversaciones, a menudo sobre las preciadas adquisiciones recién efectuadas o el trasiego de sifones shhhhh.
Durante años, y ya de mayor, continué con el ritual, venerando especialmente los días otoñales, con lluvia, que me regalaban el comienzo de un libro recién comprado, gotas de lluvia junto al cristal, con la dulce tentación de observar a las gentes bajo los paraguas o protegidas por los voladizos del mercado. Y allí, a salvo de cualquier, cualquier mal del mundo exterior, estaba yo, sonriendo, como dueño y señor del preciado universo de la dicha. Sigo, hoy en día, regalándome de vez en cuando el mismo ritual, aunque con la lagrimita que implica el que, ya hace años, una despiadada reforma del Bar Amigó dio al traste con lo auténtico de aquel espacio tan singular. Bajo mi criterio, Bar Amigó ya no es lo que era y, de hecho, ya apenas voy: me parece un reflejo -digno reflejo, eso sí-  de esa Barcelona post olímpica que tan poco va conmigo.
Por fortuna, existen otros locales que aún conservan esa configuración, aunque contados con los dedos de la mano. Uno de ellos está en calle Aribau con Rosselló y, aun siendo un bar más moderno, tiene una solera, un carácter que lo diferencia de muchos. Y las sensaciones son muy cercanas a las originales, aunque no las mismas…
Por cierto, hace unos días, de paseo solitario por el barrio de la Alta Esquerra de l’ Eixample, casi lloro al ver el bareto cuya foto ilustra esta entrada: aunque mínima, la extensión es una verdadera exquisitez y una especie en extinción para los auténticos amantes (me incluyo) de los bares con nombre propio.
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skazan · 7 years
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obligación vs devoción
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obligación vs devoción
Estando, como estamos, en pleno mes de Febrero, he decidido tomarme unas vacaciones. Sin entrar en demasiados detalles, hace unos días, al levantarme y mirar ese cielo del invierno –suave invierno- barcelonés, reflexioné. Y me percaté de algo: tengo la devastadora costumbre de elegir en base al deber, no tanto al placer o, quizá más acertado, a la pasión.Y no me refiero a reflexiones del tipo “debo tener un trabajo”. Joder, estamos en un mundo que funciona con pasta, y es imperativo tener una fuente de ingresos que, para la mayoría de los mortales, se materializa en un curro. Así que, no. No voy por esa línea. Hablo de esas cosas que uno se plantea una vez aseguradas las necesidades que impone este mundo de locos. Hablo de Ocio. Amor. Ubicación geográfica en el mundo. Y más.
De modo que, ante un panorama de nubes matutinas poco, muy poco definidas, una temperatura entre el fresco y el frío y un Tibidabo aún por desperezar, me adentré en la patria de mis parámetros existenciales, de mis patrones de conducta, para ver qué se cocía. Y me di cuenta de cuán esclavo había sido, durante demasiado tiempo, de un pensamiento que ahora se me antoja ridículo: “si soy bueno en algo, debo ejercerlo”.
Menuda gilipollez. Es como decir a un sacerdote tardío que, si en su anterior vida mundana fue bueno en las artes amatorias, se dedique con plenitud de entrepierna a beneficiarse a la corte catedralicia. Si el tipo ha elegido el celibato –por otro lado, vaya ruina de opción- pues adelante, joder. Es su decisión, por encima de sus habilidades, sus dones. Otro ejemplo sería el de la gente superdotada o, como se dice en estos tiempos de lenguaje circense, con altas capacidades: si una persona con ese perfil decide dedicarse a la plantación  furtiva del perejil salvaje, pues a por ello. La más alta capacidad del ser humano es la libertad de elección.
Así que, abanderado por las conclusiones de este momento de lucidez dominical –era domingo- me apeé voluntariamente del tren bala de mis imposiciones conmigo mismo para aguardar, con paciencia, cómodamente acurrucado y bien ligero de equipaje, en la acogedora, cálida, mínima estación de mi persona. Aguardando la llegada de otro tren, tal vez mucho más lento, pero de mayor recorrido. Con muchas más paradas y, aunque a veces algo incómodo, confortable. Limpio. Con viajeros de todo tipo. Un tren que te regala la oportunidad de disfrutar del paisaje, por no avanzar, enloquecido, hacia su destino. Con una enorme cafetería, de varios vagones, donde encontrarte, rozarte, con otros viajeros. O estar solo, qué más da. Ese es el tren que aguardo, y ya casi puedo escuchar, desde la distancia, el lejano chirriar de las ruedas de acero contra las vías.
Al hilo, y hace unos días, de visita a la galería VALID FOTO BCN (C/Buenaventura Muñoz 6, Barcelona…lugar muy recomendable) pude reconfortar mi alma fotográfica con la exposición de alguien muy singular: Gilbert Garcin. Un artista de la fotografía que eclosionó una vez jubilado, tras una vida profesional ajena a estos asuntos. Su obra se mueve entre el arte y la artesanía, aportando al mundo collages fotográficos hechos a mano que evocan, que agitan, que incitan. Su fotografía, a la vez que sus reflexiones, es reflejo de la experiencia que aporta una vida bien nutrida culturalmente, un don indiscutible para la creación y las ganas, la predisposición, de construir algo con todo ello. Me fascinó una de sus ideas, tan limítrofe a mi dulce destino vacacional: “no lo hago por dinero, sino por pasión, y la pasión no tiene límites”.
A por ello.
Text © S.Kazan 2017. All rights reserved.                                                   Picture © Gilbert Garcin. All rights reserved.
PD1: la foto es de Gilbert Garcin y estaba en la exposición. Me pareció única.
PD2: ya que hablamos de vacaciones, un guiño a esos destinos vacacionales casposos que estos rockeros (rockeros que hacen rumba, pero rockeros al fin y al cabo) han sabido convertir en himno.
https://www.youtube.com/watch?v=YNIHz8g4eKg
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