Tumgik
#Athan ver Alice
wwindbell · 7 months
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—Oye, si estás saliendo favorecido indirectamente con esto quiero que te hagas cargo de mantener esta imagen también. —dejó caer su pequeño trasero sobre una de las bancas del parque central, se cruzó de piernas y empezó a contar un montoncito de billetes. Estaba tranquilo porque aparte de ellos dos, no había nadie más —Deberías comprarme un vestido lindo, de marca. O no sé... ¿quizás ropa interior? Encajes muy lindos han sido brutales victimas de tu manos y dientes, pedazo de bruto.
@malaeartes
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loshijosdebal · 7 days
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Capítulo XX: La Guardia de Myr
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Caminó hasta el establo, cabizbajo y arrastrando los pies. Después de lo que acababa de pasar con Alicent, lo único que le daba fuerzas era la posibilidad de encontrar alguna evidencia lo bastante sólida como para desenmascarar a Seth y ganar así el perdón tanto de ella como de su hermana. Se encontró allí a Gorm, el edecán de la familia. Además de velar por su seguridad, Gorm cuidaba del Salón de la Luna Alta y también de los animales que poseían.
—¿A qué viene esa cara larga muchacho? —saludó el nórdico. 
Joric se limitó a encogerse de hombros. No tenía ganas de dar explicaciones. 
—Un mal día. Voy a dar una vuelta con Tiber, a ver si se me pasa —se justificó mientras se acercaba a su caballo, al cual saludó con una caricia en la crin. 
Gorm lo miró vacilante, pero, por suerte, quizá motivado por su mala cara, no puso demasiadas pegas. 
—Está bien. Pero vuelve antes de que anochezca o los dos estaremos en un lío. 
Joric lo miró y asintió. Se sintió algo mal por él, pero se aferró a la convicción de que, para cuando anocheciera, ya habría regresado a Morthal con las pruebas que necesitaba contra Athan. Al pensar en él cayó en la cuenta de algo que había obviado hasta la fecha; el establo era pequeño y allí solo estaban los caballos de su familia.
—Oye, Gorm, ¿y el caballo de Athan?
El nórdico se rascó la barbilla y luego se encogió de hombros.
—Nunca lo ha dejado aquí. 
Joric frunció el ceño. Menudo capullo. Con el frío que hacía, dejar a un animal a la intemperie durante horas no era lo más humano. Como fuera, todavía tenía una misión que cumplir, así que montó sobre Tiber, su purasangre bayo, y tras asegurarle a Gorm que volvería pronto, partió rumbo al Cerro Pedregoso.
Don Dogma tenía razón. La niebla aquel día estaba mucho más dispersa y permitía ver el camino lo suficiente como para poder cabalgar sin miedo a estamparse contra algún risco o terminar perdido en el bosque. Siguió la carretera y en menos de una hora llegó al Cerro. El lugar lo componían tres casas que formaban entre sí una pequeña plaza, frente a la cual estaba la entrada a la mina. Una era una choza de madera y tejado de paja, Joric dedujo que ahí vivían los trabajadores. Luego estaba la casa del matrimonio que regentaba las minas, de piedra y madera, y por último estaba la casa de Seth, la cual había estado en ruinas hasta ese mismo año, pero que ahora se destacaba sobre las tres.
Joric llevó al caballo hasta la plazoleta y, donde desmontó. Los hijos de Sorli y Pactur dejaron de jugar tan pronto lo vieron y un par de ellos salieron corriendo hacia la casa familiar. Los niños lo miraban curiosos, pero no se acercaron aunque él alzó la mano para saludar. Sorli, la mujer de la casa, no tardó en salir a su encuentro.
—Joven lord, ¿ha ocurrido algo? No esperábamos visita.
Joric la miró a los ojos. Sorli tenía exactamente la mirada que esperaba no tener que ver nunca en el rostro de Alicent, cargaba un bebé consigo y tenía una tripa de embarazada tan grande que le dio apuro pensar que podría ponerse de parto en cualquier momento. No recordaba la última vez que había visto a Sorli sin estar encinta.
Apretó los labios mirando a su alrededor, con rabia. Cuatro críos de edades dispares lo miraban con curiosidad. Jesper, que era un par de años mayor que él, se apostó en la entrada de la casa y observó la escena desde allí. Seth había dicho que el Cerro estaba vacío para convencerlos de que su plan era el mejor. ¿Cómo puede ser tan egoísta? Exponer a aquella familia al peligro de los nigromantes solo por hacerse el protagonista parecía muy propio de él. 
—Está todo bien, Sorli. Tengo asuntos que tratar con Athan —dijo, relajando la expresión para no preocupar más a la mujer. Sin embargo, notó que ella se tensaba. 
—Lord Athan está en las minas con mi marido en este momento, joven lord. Pero… lo puedo hacer llamar. 
Notó los nervios en su voz. Mentía. Claro que lo hacía, Seth estaba en Morthal con Idgrod y con Falion. ¿Por qué miente? Casi sintió alivio al darse cuenta del detalle. Durante todo el trayecto se había sentido angustiado ante la posibilidad de no encontrar nada y haber hecho todo aquello en vano, pero la actitud de Sorli era un buen indicio; allí había gato encerrado.
Joric asintió. Miró en dirección a la casa de Seth y se frotó los hombros, dando a entender que tenía frío.
—Gracias, Sorli. Vive ahí, ¿verdad? Lo esperaré en la casa, ¿puedo? Aquí está helado. 
La mujer asintió sin pensarlo demasiado. 
—Por supuesto, joven lord. Espere un minuto, enseguida vuelvo con la llave. 
Sorli se ausentó y Sirgar, que había salido de la casa, se acercó a donde estaba. La chica tenía su misma edad y Joric tenía la sensación de que ella intentaba flirtear con él cada vez que se cruzaban.
—¡Joric! ¿Has venido a visitarnos? No deberías viajar tú solo entre la niebla. Dicen que este año no hiciste tu ofrenda.
—Sirgar —saludó. Encogió un solo hombro, restándole importancia a su comentario—. Athan hace este trayecto casi a diario y él tampoco hizo sus ofrendas.
Ella asintió, con la boca semiabierta, y luego se balanceó sobre sí al mismo tiempo en que apretaba los labios formando un puchero, sin quitarle la mirada de encima pero sin saber qué decir. Sirgar era una muchacha dulce, pero tenía un problema: no era Alicent. Además, tenía la clase de padre que azuzaba a sus hijas para casarse con otros nobles. Se preguntó cómo habría cambiado su vida la llegada de Seth. 
—¿Qué tal es vivir con él? Con Seth.
La pregunta pareció cogerla desprevenida.
—Las cosas siguen igual que siempre. Seth no pasa…
Enmudeció tan pronto Joric sintió una presencia a sus espaldas. Se giró y allí estaba el mayor de los hermanos, con la vista clavada en él. 
—No pasa demasiado tiempo con nosotros. Está ocupado en las minas con nuestro padre —zanjó. 
Joric se dio cuenta de la dureza con la que miró a su hermana. Le recordó a la forma en la que Idgrod le miraba a él cuando estaba a punto de decir algo que no debía. Le hubiera gustado indagar más, pero Sorli salió de la casa con las llaves y se dirigió hacia la casa de Seth. Joric la siguió tras despedirse de los hermanos. 
—Póngase cómodo, joven lord. Nuestras minas son amplias y es posible que lord Athan tarde un poco.
Hizo un esfuerzo por parecer neutral y asintió. Tras eso, Sorli volvió a su casa y Joric saboreó la victoria de tener un rato para husmear entre las cosas de Seth. Entró a la vivienda y cerró la puerta tras de sí. Le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que algo no cuadraba. Conociendo a Athan, cabría esperar que viviera en una casa tan ostentosa como lo era él mismo. Sin embargo, por dentro estaba desnuda. Ni una biblioteca, ni un tocador, ni una bañera. Nada. Las estanterías estaban casi vacías, a excepción de un par de libros viejos y algunos frascos de pociones apilados. Cuando se acercó para verlo mejor, se dio cuenta de que el polvo lo cubría todo. Abrió un par de cajones, descubriendo que también estaban vacíos. Lo mismo pasaba con el armario, donde solo encontró unas ropas ajadas que, a juzgar por el tamaño, no podían pertenecer a Seth. Era como si la casa fuera de atrezo. Por descontado, la empuñadura no estaba por ninguna parte. 
Aquello no tenía sentido. No había ninguna otra casa deshabitada por la zona; como hijo de la jarl, lo sabía bien. Entonces, ¿dónde vives? La incógnita le empezó a palpitar en la cabeza. Ansioso, se dio cuenta de que había desvelado algo y, sin embargo, no tenía más prueba que su palabra de aquello. Viendo lo indulgentes que podían ser Alicent y su hermana con Seth, tuvo la seguridad de que no darían crédito a lo que él les dijera, y menos en la situación en la que se encontraban. 
Con el ceño fruncido siguió buscando algo, casi de forma desesperada. Solo unos minutos más tarde escuchó afuera los cascos de un caballo. Se asomó a la ventana a tiempo de ver a Jesper salir al galope del Cerro. Decidido como estaba a resolver aquel misterio, no dejó pasar la oportunidad. Salió de la casa a paso acelerado y, sin avisar de que se iba, avanzó a zancadas hasta Tiber, montó al animal y siguió la misma ruta que había tomado el chico. 
Jesper había seguido el camino que conectaba el Cerro con Morthal. Joric se desanimó al creer que se dirigía rumbo al pueblo para avisar a Seth, pero más o menos a la mitad del trayecto, este se desvió por un nuevo sendero. El camino estaba mal escondido entre dos árboles desnudos que tal vez en otra época del año tendrían las hojas suficientes como para ocultar la vereda que, supuso, llevaría a la auténtica casa de su rival. Te tengo, Athan. 
Al poco de seguir el camino, una ola de niebla más espesa que el resto lo envolvió, jugándole una mala pasada y haciendo que perdiera la pista al chico. Siguió avanzando, mucho más despacio que antes, mirando a su alrededor y tratando de buscar alguna pista de por dónde podría haber ido. Fue entonces cuando vio al caballo de Jesper atado al tronco de un árbol cerca del nuevo camino. 
Joric desmontó de Tiber y examinó los alrededores. Pronto detectó unas huellas en la nieve. Huellas que se adentraban en el bosque. Respiró hondo, pensando en qué debía hacer. Si aquello no tenía nada que ver con Seth, estaría poniendo en riesgo su vida para nada. Pero, ¿y si sí que lo hacía? Miró al cielo. No quedaba demasiado para el atardecer e, incluso con la niebla dispersa, era peligroso estar a la intemperie cuando cayera la noche. La posibilidad de descubrir el secreto de Athan volvió a su mente y, pese a todos los motivos que encontró por los que no debía hacerlo, siguió las huellas. 
Se internó en el bosque. En él, sus botas se hundían en la nieve virgen y la densidad de los árboles hacían que la luz que llegaba fuera mucho menor. No obstante, los pasos por donde Jesper había pasado estaban bien marcados y no tuvo dificultad en seguirlos. Después de varios minutos caminando llegó a una nueva vereda entre los árboles, con la nieve pisada y sin maleza. Era como si hubieran dejado así el tramo previo a propósito para ocultar aquel sendero. 
Casi sin darse cuenta, avanzó aferrado a la empuñadura de la espada que colgaba de su cinturón. Las arañas gigantes y los osos eran frecuentes en la comarca. Cuando un cuarto de hora más tarde llegó al final del camino, se sentía afortunado por no haberse cruzado con ninguna bestia salvaje. Pero también sorprendido, pues reconoció el lugar. 
Frente a él se encontraba el nacimiento del río Hjaal. Allí, la nieve que bajaba de la montaña se derretía y formaba un gran lago, en cuyo centro había un islote aislado. En dicho islote todavía estaban los restos de la Guardia de Myr, la torre que en su día ocupó el mago legendario que había sido elegido por Magnus para combatir a las fuerzas de Molag. Pero, aunque la torre estaba en ruinas y el islote era inaccesible, Joric comprobó que los pasos salían de la vegetación y se dirigían hacia el lago. 
Se quedó agazapado entre la maleza, sin saber qué hacer. No estaba tan loco como para sumergirse en las aguas heladas del Hjaal con aquel frío; se congelaría antes de llegar a Morthal. Además, aunque afinó el oído, no escuchó ningún ruido proveniente del islote. Decidió esperar a que Jesper regresara por donde había venido y, entonces, confrontarlo para que le dijera la verdad. Era la alternativa más viable. 
Esperó en la misma posición, aguantando el frío gracias a que se distraía imaginando cómo enfrentaría a Jesper a su regreso cuando, de pronto, sintió una mano sobre el hombro. Se giró como un resorte por el susto y desenvainó la espada como un acto reflejo. Entonces vio a Alva frente a sí y suspiró sonoramente, echando el aire por la boca. 
—Alva, no te había escuchado llegar— reprochó con la voz ahogada. 
Resopló varias veces hasta recobrar la compostura y la miró. Ella lo contemplaba de un modo extraño. Parecía disgustada, pero no era el disgusto característico de siempre, sino que tenía otro matiz. Uno que no supo entender.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al ver que no decía nada. 
Alva alzó ambas cejas con una expresión de cinismo.
—Qué curioso, eso mismo te iba a preguntar yo —replicó. 
Una vez recuperado del susto se puso firme, sin perderla de vista. Volvió a envainar la espada y frunció el ceño, recordando las veces que la había visto hablando con Seth en susurros entre las casas de Morthal. También pensó en Benor, en cómo el nórdico había seguido disgustado aún después de que Alva hubiera vuelto de su viaje. Desde entonces no los había vuelto a ver en pareja, como era frecuente antes de que ella se fuera y enfermase. 
—Tienes algo con Athan, ¿no es así? Debí suponerlo, tiene sentido. Por eso Benor y tú habéis roto. 
La mirada de Alva se endureció. Se tocó el interior de la mejilla con la lengua. Ahora estaba enfadada y, sin embargo, su mirada seguía teniendo el mismo deje indescifrable de antes. Parecía culpa, pero no era exactamente eso.
—Ojalá fuera tan simple, Joric. Ven, sígueme —dijo de pronto, con voz cansada. 
Alva siguió los pasos de Jesper y se acercó a la orilla del lago. Joric la siguió de cerca, sin entender nada. Tenía tantas preguntas que formular que se le estaban amontonando en la garganta y, sin embargo, en su pecho nació una sensación de peligro que lo dejó mudo, como si su instinto intentara avisarlo de algo. Si no fuera porque la conocía desde que era un crío, habría salido corriendo.
—Creo que deberíamos volver… —empezó, arrepintiéndose de haber hecho todo aquello. 
Alva ladeó la cabeza y negó. Alzó ambas manos en dirección al lago y de las aguas del Hjaal brotó un puente natural de piedra. Alva esperó al pie de este y le hizo una seña para que avanzara él primero. 
—Debes haberte tomado tus molestias para encontrar este sitio, ¿no tienes curiosidad por saber qué es? 
Joric titubeó, pero Alva tenía razón. Había llegado demasiado lejos para echarse atrás ahora. Fuera lo que fuese que había en aquellas ruinas, pretendía descubrirlo. El hecho de que Alva estuviera al tanto le hizo relajarse, pensar que fuera lo que fuese, debía de haber alguna explicación lógica.
Tan pronto cruzó el puente, ocurrió algo magnífico. Como si hubiera cruzado un velo de ilusión, la imagen de las ruinas antiguas que se veían desde fuera del islote cambió por completo. Ante sí, la Guardia de Myr se alzaba en todo su antiguo esplendor. Era una torre redonda bastante elegante, de varios pisos de altura.
Alva cruzó tras él. Una vez ambos estuvieron en el islote, las piedras que les dieron acceso volvieron a hundirse en el lago. 
—¿Ha reconstruido las ruinas?
Alva asintió. Una vez se le pasó la fascinación, no pudo evitar rodar los ojos. 
—Típico de Athan. No podía vivir en una casa normal y corriente como todo el mundo —farfulló.  
El muy imbécil había tenido que restaurar una torre mítica para convertirla en sus aposentos. Pues él no estaba dispuesto a consentirlo. La torre tenía un valor histórico demasiado importante como para que ese relamido la usase para su propio  beneficio. Además, no podía apropiarse aquellas ruinas así como así, ya que pertenecían a su familia.
—Pronto lo entenderás todo, Joric —se limitó a decir ella, dejándolo confuso.
Alva se acercó a la puerta y la abrió. Una vez más, le cedió el paso. Joric entró a la torre, mirando todo con curiosidad. El interior era mucho más amplio de lo que parecía desde fuera, supuso que por obra de la magia. Joric intentó quedarse con los detalles de cuanto veía. Había una pared redonda concéntrica a los muros exteriores de la torre que dividía el espacio en una zona exterior y otra interior. En la pared un arco de piedra daba lugar a una sala donde se escuchaba la voz de varias personas. Apenas pudo ver lo que había en el círculo exterior al avanzar hacia la sala, ya que Alva lo azuzó para que avanzara hasta el salón central, pero distinguió una mesa de encantamientos y también otra que no supo reconocer, pero que parecía de bastones de mago. 
Joric cruzó el arco de piedra. La sala central estaba iluminada por una esfera azul misteriosa que flotaba sobre las cabezas de los allí presentes, a quienes pudo ver bien por primera vez. Uno era Jesper, había otro hombre al que no conocía y se le heló la sangre al reconocer a la desaparecida Lalette. 
 —¿Lalette? ¿Qué haces aquí? Se supone que tú estabas con los Capas… —enmudeció de pronto, al imaginar una nueva teoría. Se giró, lanzando una mirada acusatoria a Alva —¿Así que de esto va todo? ¿De política? ¿Athan apoya a Ulfric?
 La sorpresa de su voz era sincera, nunca hubiera imaginado que Athan estaba en el bando de Ulfric. Si hubiera tenido que posicionarlo en la guerra, probablemente lo hubiera imaginado del lado de los imperiales. Joric conocía a bastantes nórdicos como para saber que a él le considerarían un bebedor de leche entre sus filas. 
Miró nuevamente a Alva, que se pellizcaba el puente de la nariz y negaba, como si hubiera dicho una tontería. Luego volvió a mirar a Lalette, molesto porque nadie le estuviera dando ni una sola respuesta, solo nuevas dudas que sumar a todas las que ya tenía. Vio que Lalette se quedaba mirando al hombre desconocido, quien se levantó de la mesa con parsimonia. 
Debía ser de la edad de sus padres, pero era mucho más fuerte y, además, estaba completamente calvo.
—Lo pillé husmeando entre la maleza —explicó Alva—. Debe de haber seguido al chico.
Jesper clavó la mirada en la mesa de forma sumisa.
—Se suponía que esperaría en el Cerro… —se justificó. Luego lanzó a Joric una mirada. Aunque esta contenía una acusación, se parecía un poco a la de Alva—. ¿Por qué tuviste que seguirme? 
El desconocido se acercó hasta él y le puso una mano sobre el hombro. Era una mano pesada, y le dedicó una mirada tan amenazante que Joric se tensó. 
—Así que el joven hijo de la jarl ha decidido hacernos una visita —se rió. 
Aunque tenía una risa gutural que le puso la piel de gallina, Joric se obligó a mantener la compostura y, aunque estaba intimidado, fingió no estarlo y le mantuvo la mirada.
—¿Nos conocemos? No me suena tu cara —dijo Joric. 
—¿Debería? 
—Todas las personas que estén viviendo en Morthal necesitan la aprobación previa de la jarl… —apuntó sin demasiada convicción, intentando mantener la fachada de seguridad. 
 El hombre estiró una sonrisa apretada. 
—En ese caso, supongo que nunca es tarde para una presentación formal. Mi nombre es Movarth. Movarth Piquine. 
Parpadeó un par de veces tras escucharlo, reprimiendo las ganas de rodar los ojos. Como si fuera estúpido. Ya conocía ese nombre: Movarth Piquine era el protagonista de Sangre Inmortal, un libro bastante popular en la Marca de Hjaal. Joric se lo había leído hacía un par de años, cuando tuvo que pasar una semana sin andar por culpa de una mala caída del caballo. Contaba la historia de Movarth, un entrenador del Gremio de Luchadores que se dedicaba a cazar vampiros y que acabó cayendo en la trampa de un vampiro cyrodiílico.
—Si, claro —bufó, molesto ante la broma—. Y yo soy la reina Barenziah. 
En ese momento la sonrisa de Movarth se ensanchó y sus dientes se alargaron, volviéndose puntiagudos. Joric sintió cómo la sangre se le congelaba. Quiso gritar, pero hasta su voz se paralizó ante el miedo que sintió al ser consciente de que estaba ante un vampiro. No, ante un nido de vampiros. Como explicaba el libro de Sangre Inmortal, los vampiros cyrodiílicos se caracterizaban por su capacidad para pasar desapercibidos entre los humanos. Miró a Lalette y luego a Alva, reparando por primera vez en que están más pálidas que de costumbre. Volvió a mirar a Movarth, quien le devolvió la mirada con burla. 
—Es todo un placer, su majestad.
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wwindbell · 7 months
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—¡No soporto este viento! —protestó en alto. Caía la noche y con ella también la temperatura, un acontecimiento natural que ocurría todos los días pero aquella jornada era acompañada por unas inusuales ráfagas de viento que si bien no eran violentas, si cargaban un frío que calaba por su ropa, particularmente por la falda; pésimo día para haber escogido medias negras hasta el muslo y un vestido que le exponía como si estuviese disfrutando de la plena primavera.
Abrazaba su propio cuerpo y frotaba sus brazos, miraba de un lado para a otro buscando donde refugiarse o alguien a quien acercarse y sacarle provecho con una bebida caliente.
@s-theunknown
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loshijosdebal · 17 days
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Capítulo XVII: El amuleto de Mara
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—¿Qué preferís? —preguntó Joric, rompiendo el silencio—. ¿Que algún erudito escriba sobre nuestra hazaña o que la cante un bardo? 
Alicent lo miró desde la cama de Idgrod, donde estaba recostada sobre su amiga. 
—Libro —replicó Idgrod sin pensarlo demasiado, mientras dejaba a un lado sobre el colchón el que estaba leyendo hasta ese momento. 
—Nunca lo hubiera imaginado —replicó Joric, tras una risa breve—. ¿Y tú, Ali?
Alicent se encogió de hombros. 
—Depende del bardo, supongo.
Joric frunció el ceño ante su respuesta, haciendo que Alicent se sonrojara, temerosa de haber dicho algo estúpido. 
—Es un buen punto. Yo iba a decir que bardo pero, claro, si va a ser Lurbuk quien componga la canción…
Alicent e Idgrod se rieron. Lurbuk ostentaba el título de ser el peor bardo de toda Skyrim por algo.
Después de eso Idgrod volvió a coger su libro y Joric volvió a concentrarse en la carta que estaba escribiendo antes de hacer aquella pregunta. Alicent lo observó en silencio, repentinamente interesada. Joric no solía escribir cartas a nadie, y menos con tanta concentración. 
—¿A quién le escribes? 
Joric alzó la mirada del papel y apretó los labios. Saltaba a la vista que no quería responder. 
—Oh, al parecer él y Hugo se hicieron buenos amigos cuando visitamos Soledad —aclaró Idgrod. 
¿Hugo? Alicent se irguió en la cama, quedando sentada. Miró a Joric y después a Idgrod con los ojos muy abiertos. La sonrisa contenida de su amiga y la expresión de apuro de Joric respondieron su pregunta antes de que la formulara. 
—¿Hugo Athan? —preguntó, haciendo especial énfasis en el apellido. 
Joric suspiró resignado, asintiendo. Alicent lo miró con incredulidad pero, de inmediato, se le encogió el corazón al recordar a Seth. Hacía una semana que no lo veía; la noche de su último encuentro había caído una gran tormenta de nieve que no había parado en los siguientes tres días, dejando la villa totalmente incomunicada. Cada día sin noticias de Seth y con la promesa de la conversación pendiente había sido una auténtica tortura para ella. Por su parte, el humor de Joric había mejorado indudablemente esa misma semana. 
—No hay privacidad en esta casa —dramatizó él, cruzando los brazos encima del papel, como si temiera que alguna se levantara en cualquier momento para ver qué había escrito en él—. Te sorprendería lo poco repeinado que es. Parece mentira que sean mellizos. Hoy me llegó una carta suya y, Ali, te prometo que es la cosa más graciosa que he leído nunca. 
—Debo reconocer que no le falta ingenio —asintió Idgrod, tras reír brevemente—. Nunca imaginé que la venta de tres coles pudiera dar tanto juego. 
Joric se sumó a su risa, asintiendo con euforia. 
—¿Verdad que sí? Le estoy contando sobre nuestros planes. Si alguien escribe nuestra historia, debería ser él. 
—Hugo… —empezó Idgrod. 
Su expresión divertida había sido sustituída por otra muy diferente, preocupada. Pero Alicent la cortó en el acto. 
—¿¡Cómo que hoy te llegó una carta suya!? —exigió saber, en un tono más alto de lo que pretendía. 
Joric la miró con confusión, sin entender por qué se ponía así.
—Pues eso, que el mensajero llegó hoy con… 
El sonido de unos nudillos chocando contra la puerta dejó a Joric a mitad de la frase. Con renovadas esperanzas, Alicent se levantó de un salto de la cama antes de que ninguno de los hermanos pudiera reaccionar. Abrió la puerta y allí estaba Seth, como si lo hubieran invocado. Quiso abrazarlo, decirle lo mucho que había pensado en él y lo preocupada que había estado esos días pensando en cómo estaría en el Cerro, pero volver a tenerlo en frente la enmudeció; seguía tan abrumadoramente guapo como siempre. Y eso que está lloviendo a cántaros. Cualquier persona que hubiera cabalgado desde el Cerro hasta Morthal con aquel tiempo horrible estaría empapada y hecha un desastre, pero Seth estaba impoluto. 
Él la miró con calidez y su corazón se aceleró por un momento, hasta que abrió la boca. 
—Ali, ¿me dejas pasar?
Sintió el calor en sus mejillas y se hizo a un lado, muerta de vergüenza. Seth cerró la puerta tras de sí y los saludó a todos con una mirada. Fue hacia Joric para dejar su capa sobre la silla que había junto a la que ocupaba él. 
—He venido tan pronto como he podido. He aprovechado estos días de aislamiento para seguir avanzando en el plan pero… —Su mirada se clavó en la carta que Joric había estado escribiendo. Parecía contrariado por lo que consiguió leer, a pesar de sus esfuerzos por taparlo—. ¿Le estás escribiendo a mi hermano?
Joric, cuya expresión se había amargado tan pronto como Seth entró a la habitación, bufó. 
—Está claro que en cuestión de hermanos, uno sale repelente y otro bien agradable y majo. 
Aunque Idgrod lo miró con desaprobación por su comentario, a Alicent se le saltó la risa. Seth por su parte alzó ambas cejas, y terminó por palmear brevemente la espalda de Joric. 
—Yo también me alegro de verte, Cuervo Imberbe ���replicó con cierto sarcasmo. 
Joric lo miró con cara de malas pulgas por un instante.
—Déjate de tonterías y cuéntanos eso que estuviste pensando para que pueda decirte de una vez que no te vas a llevar el mango.
Como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que se reunieron, volvieron a discutir con vehemencia sobre cuál era la mejor estrategia para poner a salvo Morthal. Una vez más, todos salvo Joric estuvieron de acuerdo en que llevar la empuñadura al Cerro era la mejor estrategia posible. Pero, en esta ocasión, Alicent se posicionó en el debate y defendió la propuesta de Seth. Seguía sin gustarle ni un poco la idea de separarse de la reliquia familiar, pero menos le gustaba la posibilidad de que los nigromantes pudieran dañar a la gente a la que quería, o a cualquiera. Además, el reencuentro había sido tan frío que no pudo evitar intentar llamar la atención de Seth, que la trataba como si no hubiera cambiado nada.
—Que no me vas a convencer, que no te vas a llevar el mango —repitió Joric por enésima vez, cuando ya llevaban casi dos horas de debate. 
Idgrod resopló a su lado junto a ella. 
—¿Puedes ser racional por una vez en tu vida, Joric? —pidió.
Seth, que se pellizcaba el puente de la nariz, terminó por encogerse de hombros. 
—Tiene razón, Idgrod. No lo vamos a convencer.
Todos los presentes lo miraron con sorpresa. Seth no parecía el tipo de persona que se echara atrás por la terquedad de nadie. A Alicent incluso le pareció tierno que él estuviera dispuesto a ceder si con eso Joric se quedaba más tranquilo, pero Seth la sorprendió una vez más. Bajo la mirada triunfal de Joric, el brujo sonrió de medio lado, mirándolas a ambas.
—Pero aunque no lo podamos convencer, hay tres votos contra uno, ¿verdad?
Idgrod y ella intercambiaron una rápida mirada antes de asentir. Joric, por su parte, apretó un puño y lo estampó contra la madera del escritorio, haciendo temblar el tintero. 
—De eso nada, si no estamos todos de acuerdo, no os pienso ayudar con el plan —espetó. 
—Tampoco es que lo hayas hecho demasiado hasta ahora. De hecho, ya habríamos podido avanzar mucho más si no lo estuvieras obstaculizando —replicó Seth con un tono calmado. 
Aquello fue la gota que colmó la paciencia de Joric, que se puso de pie gruñendo. 
—Muy bien, ¡pues llévatela! Cuando os traicione y se quede la empuñadura no digáis que no os lo avisé —protestó mientras se dirigía a la puerta, momento que aprovechó para darle con el hombro a Seth, quien ni se inmutó. 
Alicent miró a Seth y luego a Idgrod con incredulidad. Era como si se estuviera repitiendo lo de la semana pasada. Idgrod se levantó de la cama mirando a Seth con una expresión de disculpa.
—Pues está decidido. Voy a hablar con él, ¿vale? 
—Claro. Yo debería irme antes de que oscurezca. ¿Qué os parece si me llevo ya la empuñadura? Mientras estaba en el Cerro incomunicado, no podía dejar de pensar en lo que podría pasar si los nigromantes atacaban la villa. 
Idgrod se paró a unos pasos de la puerta, pensativa. Finalmente asintió. 
—Cuanto antes, mejor. 
Alicent se levantó también, con el corazón en un puño. Por un lado, aquello significaba tener un rato a solas con Seth, para retomar la conversación que quedó pendiente. Pero, por otro, no se esperaba tener que desprenderse de la empuñadura tan pronto. La angustia por lo último le amargó el humor por completo. 
—Entonces, nos vamos. ¿Ali? 
Alicent bajó la mirada al suelo al darse cuenta de que Idgrod y Seth la miraban, extrañados.
—Vale… —accedió por presión, sin atreverse a pedir unos días más para hacerse a la idea. 
Cogió su capa, aun sin mirarlos, y los tres jóvenes salieron de la habitación de Idgrod y bajaron en fila por la escalera que daba al hall principal del Salón de la luna Alta. 
Caminaron hasta la Cabaña del Taumaturgo sin intercambiar una palabra, sin que a Seth pareciera molestarle el silencio. Alicent agradeció ese rato para poner en orden sus sentimientos. No quería romper a llorar una vez más delante de él.
Ya en su casa, sacó la empuñadura de la daga del cajón de su mesita de noche, donde la había guardado durante los últimos años. Allí, de espaldas a él y con el recuerdo entre las manos, no pudo contener un par de lágrimas. Apretó el objeto contra su pecho, todavía envuelto en el trozo de tela vieja que lo envolvía, y se concedió unos segundos para despedirse. No pasó mucho tiempo hasta que Seth la llamó. 
—Ali, ¿pasa algo?
Se limpió las lágrimas con el antebrazo antes de girarse, conteniendo un sollozo. 
—Estoy bien… —dijo con la voz ahogada, acercándose a él con pasos cortos. Cada uno se sintió como un abismo. 
Se dio cuenta de que Seth también sostenía algo, una pequeña bolsa de un verde escarlata. La miró con curiosidad antes de levantar la vista a sus ojos, buscando respuestas. Seth sonrió con cariño y acarició su mejilla, como limpiándole las lágrimas que poco antes habían estado allí. 
—Sé lo mucho que te duele desprenderte de la empuñadura, así que me pareció justo darte algo a cambio. 
Desató el fino lazo de la bolsa con delicadeza. Por un momento, la curiosidad y la intriga hicieron a un lado el sentimiento de tristeza que la inundaba. Cuando al fin sacó el collar de la bolsa, Alicent sintió que se le paraba la respiración. Reconocía la forma de aquel colgante: era un Lazo de Mara, símbolo de eterna unión y compromiso entre dos personas. Cada mujer casada de Morthal tenía el suyo propio, pero ninguno era tan lujoso como el que estaba viendo. Ni siquiera el de la madre de Idgrod, que era la jarl. Lo miró con sorpresa, sin creerse que fuera real. Tenía que ser una broma.
—¿Es… para mí?
Seth asintió, estirando una sonrisa melancólica. 
—Era de mi madre. Una reliquia familiar por otra.
Le costó hablar. Sentía como si se atragantara con las palabras.
—Pero debe significar… significa mucho… —dudó una vez más—. ¿Significa algo? Quiero decir, es un… Ya sabes. Y tú y yo… 
Seth rió brevemente, de garganta. Lo cogió por ambos extremos de la cadena, dejando que lo viera bien. El oro del collar brillaba a la luz de los faroles que iluminaban la estancia; en el centro del colgante, también de oro y adornado por el símbolo de Mara, la diosa madre, había una turquesa. 
—No he dejado de pensar en lo que me dijiste el otro día, sobre tu preocupación ante mis intenciones. No quiero que te sientas así, que creas que solo te veo como a un juguete. Espero que esto aclare lo que realmente deseo, Alicent.
Alternó la mirada entre él y el collar, con los nervios a flor de piel. Aunque tenía claro lo que quería, que era decir que sí, de pronto tuvo demasiado miedo a las consecuencias de hacerlo. Seth malinterpretó su silencio; su ceño se frunció y su mirada se volvió fría. La expresión de su rostro se parecía demasiado a la que le dedicó aquel día, en el Cerro. 
—Ya veo. Lo había traído con la intención de demostrarte que sigo interesado en ti. Pero, si no crees ser capaz de poder estar conmigo, entonces… —dejó la frase a medias para volver a guardar el amuleto en su bolsa—. Tal vez solo estoy perdiendo el tiempo. Si tú no lo quieres, quizás alguien más lo haga. 
Alicent se quebró. Estiró la mano con la que no sostenía el mango y empujó el colgante con fuerza contra el pecho de Seth, para que no lo guardara, pero él se zafó de su mano con facilidad y lo metió en la bolsa. Una vez más, se le saltaron las lágrimas. 
 —Yo… yo sí quiero ser tu novia Seth. Lo quiero más que nada en este mundo. Pero… —Lo miró, nerviosa—. No sé si… No creo que… —Seth agrió el gesto—. ¿Por qué tenemos que hacer eso para ser novios? —Rompió a llorar de angustia, con los sollozos cortando cada palabra—. ¿Por qué no podemos serlo sin más? Sí quiero cogerte de la mano, besarte, pero todavía no estoy preparada para más y me da mucho miedo, Seth.
Seth abrió mucho los ojos cuando pareció darse cuenta de lo que había entendido. Guardó la bolsa con el colgante en uno de los bolsillos de su pantalón de cuero negro y luego tiró de ella hacia sí, abrazándola para calmarla. Ella se refugió en su pecho, donde tuvo un momento para tranquilizarse mientras sentía sus dedos enredarse entre su pelo, mientras acariciaba su cabeza en silencio. Cuando su respiración se calmó un poco, la separó de sí, tomándola por los hombros para mirarla. 
—Ali, ¿seguro que lo que me dijiste el otro día no lo hiciste por celos después de verme con Alva? 
Lo miró con sorpresa y se apresuró a negar. Aunque, tras pensarlo, decidió ser honesta. 
—S…sí que sentí celos. Pero no te lo dije solo por eso. Yo estaba asustada y… —su voz se perdió ahí, al no saber cómo expresar lo que sabía que quería decir. 
—Puedo entender que estuvieras celosa —musitó Seth—. Creo que yo también lo estaría si te viera con otro. A veces incluso me siento un poco así cuando te veo con Joric. Pero al mismo tiempo… No sé, Alicent. No puedes tenerme esperando toda la vida. No quiero sentirme como un juguete que no te gusta, pero que tampoco quieres compartir con otra persona.
—¡No eres ningún juguete Seth! —se defendió. Intentó separarse, pero él no la dejó—. Pero… después de lo que pasó en el Cerro... 
Seth le dedicó una mirada dura.
— Lo… lo siento, no quería decir eso. Pero me asusté tanto, y luego tú me hablaste tan feo que yo… yo me asusté mucho. Y… me da miedo que vuelva a pasar algo así… Creo que si me vuelves a mirar así me moriré de pena —reconoció, antes de volver a agachar la cabeza. 
Lo escuchó suspirar antes de notar sus dedos bajo su barbilla, obligándola a alzar la mirada.
—Algo así no volverá a pasar, Ali. Te lo prometo. —Él mantuvo su mirada en silencio hasta que ella asintió—. Cuando te dije que temía no gustarte de verdad y me respondiste que sí que lo haría, en el fondo sabía que no. Comprobarlo fue tan doloroso que por eso reaccioné mal.  
— No... No digas eso. Claro que me gustas de verdad, pero yo…
—Lo sé, Ali. Créeme que lo sé —la interrumpió, con la voz quebrada— También era mi primera vez, ¿sabes? Y pensé que era lo normal. Ya te he hablado de mi padre, pero sigues sin entenderlo. Me educó para tomar lo que quisiera cuando quisiera, sin importarme las consecuencias. Pero yo no quiero ser ese hombre y creo que tú... tú puedes enseñarme a ser mejor, Alicent. Como persona y… como novio. Si me rechazas, te prometo que no te molestaré más. Pero si estás dispuesta a comprometerte conmigo, esperaré todo el tiempo que necesites hasta que estés lista. Te lo prometo.
Ahora fue ella quien quiso consolarlo. Adelantó las manos hacia él. La intensidad de la conversación hacía que, en ocasiones, olvidara que seguía teniendo la empuñadura encima, como en aquel momento. Seth, que se dio cuenta, puso su mano sobre la reliquia sin tirar del objeto, dejando que fuera ella misma quien lo soltara. En el torbellino de emociones de aquel instante, el gesto fue más indoloro de lo que había esperado. 
—Si acepto el amuleto… ¿de verdad me prometes que esperarás? —preguntó al fin, con el corazón en un puño. Seth asintió—  No quiero perderte. Me moriré de pena si te pierdo Seth. 
—Y no lo harás, si tú no quieres. 
Se acercó a ella lentamente y le limpió las lágrimas, con ternura. Hasta ese momento, Alicent no se había dado cuenta de que había vuelto a llorar. Seth se quedó mirando su boca y se inclinó brevemente, sin llegar a besarla. En su lugar, la tomó de la cintura y le sonrió con calidez. 
—Alicent, ¿quieres ser mi chica?
Era la misma pregunta pero en un contexto completamente diferente. En esta ocasión las palabras no la traicionaron, sino que se alinearon con sus sentimientos. 
—Sí. Sí quiero, Seth. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. 
Escuchar aquello le arrancó una sonrisa satisfecha. Con suma delicadeza, Seth sostuvo su rostro y la besó con ternura, sin voracidad. Volver a sentir sus labios sobre los propios desencadenó una explosión de euforia que nubló las emociones negativas que la habían acosado hasta el momento. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió feliz. Correspondió al beso, e incluso persiguió sus labios para alargarlo cuando él hizo el amago de separarse. 
 El crujido de la puerta en el piso de abajo, seguido del saludo de Lami, rompió el momento y ambos se separaron, apurados. Seth hurgó en el bolsillo y sacó la bolsa, dándosela. Cuando ella la cogió, él se llevó un dedo a los labios.
—Será mejor que esto sea un secreto entre nosotros hasta tu próximo cumpleaños —susurró sobre su oído.  
Alicent asintió, aliviada por escuchar aquello. Si su madre se enteraba de lo que acababa de pasar, los mataría a ambos.
Los pasos de Lami subiendo las escaleras fueron como una cuenta atrás. Alicent guardó la elegante bolsa en el cajón de su mesita, donde antes estaba la empuñadura, y luego fue hasta la ventana. La abrió al mismo tiempo que él terminó de colocarse la capa. Seth la miró con complicidad una última vez antes de repetir la operación del último encuentro; invocó una luz blanca que arrojó al suelo y saltó tras ella por la ventana. Alicent se asomó, fascinada por verlo hacer magia. Pudo distinguir cómo él miraba en su dirección antes de darse la vuelta y perderse en la niebla, justo cuando sintió la voz de su madre a sus espaldas. 
—Pero ¿qué haces asomada a la ventana, hija? Cierra eso anda, que vas a coger un catarro.
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loshijosdebal · 3 months
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Capítulo VIII: La caída de los Athan
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En la mesa más apartada del Brezal, Alicent rompió otro pedacito de su bollo de crema y se lo llevó a la boca. Fingió mordisquearlo antes de volver a dejarlo en el plato tras asegurarse de que Benor no miraba. El mercenario había tenido el bonito detalle de invitarla a merendar aquella tarde, pero ni su dulce favorito había conseguido abrirle el apetito. Aunque pensó que pasar la tarde con Benor la ayudaría a despejar la mente, seguía sintiendo como si tuviera un enjambre de avispas zumbando en el estómago. Le costaba respirar cada vez que pensaba en Seth, y no podía sacarlo de su cabeza. Tanto así que no pudo reprimir un sollozo ahogado al recordar lo que había ocurrido esa mañana en la tienda.
—Bueno, ¿no me vas a contar qué te pasa?
Alicent cogió su jarra de zumo de calabaza y lo miró de reojo. Benor se cruzó de brazos, esperando, y la tela de su camisa se estiró sobre sus músculos. Tenía el ceño fruncido bajo su pelo largo y desaliñado, algo que acentuaba su aspecto recio y rudo.
Ella dio un par de tragos en silencio y tomó aire. Se sentía algo ridícula por molestarlo con sus problemas, pero él la había visto tan triste en la tienda que había intentado animarla con aquella invitación. Y ahora allí estaba, sentada en silencio, malgastando la comida que le había pagado. No era justo dejarlo sin respuesta. No cuando se había portado tan bien.
—Es Seth. Ya no me hace caso...
—No sabía que os habíais hecho amigos —comentó despreocupadamente, dando un trago a su aguamiel.
Alicent asintió vagamente, volviendo a posar la mirada en su propia bebida aún entre sus manos.
—Nos veíamos bastante desde el Festival de la Bruma. Creí que... Tal vez... —suspiró, sin saber cómo seguir. De normal solo hablaba de aquellos temas con Idgrod—. Pensé que me pediría ser su novia —confesó al fin—. Pero ahora no me hace ni caso.
Benor carraspeó, incómodo.
—Bueno, mujer. Estará ocupao —concluyó con simpleza, como si eso fuera todo y ella estuviera haciendo una montaña de un grano de arena.
—Eso dijo Idgrod. La echo de menos —se lamentó, inflando las mejillas—. Y a Joric. No sabía lo mucho que me estaban ayudando con mi pena hasta que se marcharon a Soledad.
—A lo mejor no pue venir mucho por Morthal —intentó animarla Benor—. Viviendo donde vive... El camino hasta el pueblo en esta época es complicao.
Pero Alicent negó.
—Qué va, no es eso. Hoy vino a la tienda. Me preguntó por los huevos de cabro, puso cara de fastidio cuando le dije que todavía no los teníamos y se fue sin decir nada. Está muy raro desde... Desde la última vez que estuvimos juntos —dijo, recordando aquella última tarde con Seth e Idgrod tras el aserradero.
—¿Discutisteis por algo?
Alicent volvió a negar. Había repasado cada detalle de esa última tarde en su cabeza una infinidad de veces y seguía sin tener una pista de qué había dicho o hecho mal para ganarse su indiferencia.
—Ya veo...
En ese momento Lurbuk, el bardo de la taberna, empezó a recitar su última pieza. A su corta edad, Alicent no había escuchado a muchos bardos pero le costaba imaginar uno peor que el orco quien, para colmo, tenía la fea costumbre de narrar las desventuras de los aldeanos del pueblo. En aquella ocasión le tocó a Benor, que gruñó al escuchar cómo Lurbuk empezaba a cantar sobre su relación con Alva. Incluso aquello la hizo pensar en Seth.
Para Alva sí que tiene tiempo, protestó para sí al recordar lo que le había contado Joric antes de partir hacia la capital. Su amigo los había visto hablando a escondidas entre dos casas y, según él, no había sido la primera vez.
—Benor —lo llamó, haciendo que volviera a mirarla—. ¿Puedo preguntarte algo? —él asintió y tuvo que detenerse un segundo para escoger bien sus palabras—: ¿No te molesta que Alva hable siempre con otros chicos?
Benor entendió a la primera qué quería decir con aquello y desvió de nuevo la mirada, otra vez incómodo.
—Alva nunca superó lo que le pasó a su familia —respondió al fin.
—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó ella, con el ceño fruncido.
—Esta vida es dura y a tos nos forja distinto —explicó—. Alva vivía muy bien en Markarth y siempre odió Morthal. No la pueo culpar por querer recuperar lo que perdió. Y ya sabes lo que dicen, siempre hay un roto para un descosío.
Alicent dio algunas vueltas a las palabras de Benor, hilándolas con lo que Idgrod le había contado el día del festival, antes de la ceremonia.
—Ahora que estamos hablando de esto... ¿Qué fue lo que le ocurrió a su familia?
Benor se tensó en el asiento.
—No sé si... —empezó él.
—Sus padres murieron durante la revuelta en la que también lo hizo el padre de Seth, ¿verdad? —interrumpió Alicent.
Benor asintió con reticencia.
—Sí, Alva estaba allí ese día. Tenía un año menos que tú cuando pasó. Aún...
Benor dejó la frase a medias y ella se inclinó un poco hacia él.
—¿Aún qué? ¿Estaba allí? O sea que, ¿lo vio? ¿Pasó el mismo día? ¿Por qué los mataron? ¡Benor! —el nórdico carraspeó y la miró de una forma muy extraña por un momento, antes de desviar la vista. Movida por la curiosidad, trató de llamar su atención zarandeando su brazo—. ¡No puedes dejarme así! —protestó—. ¿Sabes cómo murieron sus padres o n...? ¡Ay! —gritó al sentir un pisotón en su pie derecho—. ¿Por qué me pisas?
—Para que lo dejes de interrogar sobre mi pasado, niña —dijo Alva tras ella.
Alicent se sintió palidecer y, casi al instante, se puso roja de la cabeza a los pies.
—A-Alva, yo...
Alva la ignoró y arrastró una silla, sentándose entre ella y Benor. Alicent bajó la cabeza y dejó la mirada fija en la mesa mientras Jonna, la posadera, les tomaba la comanda. Alva pidió una botella de vino de Alto y Benor otra jarra de aguamiel; él pagó ambas consumiciones por adelantado. Cuando Jonna los volvió a dejar a solas, Alva fue la primera en hablar.
—¿Te han pagado ya el último encargo? —preguntó directamente a Benor.
Aliviada porque Alva estuviera más preocupada por la economía de Benor que por pedirle explicaciones, Alicent se animó al fin a levantar la mirada. Alva tenía el cuerpo orientado hacia Benor y ni siquiera la miraba. Benor asintió con orgullo.
—Y muy bien. ¡Mil septims! Qué me dices, mujer, ¿hacemos el viaje ese que querías por Saturalia?
Alicent no pudo ver la cara de Alva, pero se dio cuenta de que cerró el puño con rabia sobre la mesa.
—En realidad tengo que irme a otro viaje —se excusó en un tono de disculpa raro para ella.
—¿Cómo que a otro viaje? —preguntó Benor con decepción.
—Me ha escrito mi tío Harkon. Quiere que los visite. —Alva no parecía muy entusiasmada.
—¿Harkon? —Benor la miró con sospecha— Nunca me hablaste de ningún Harkon.
En ese momento Jonna volvió con las bebidas y en la mesa se hizo un silencio que se prolongó hasta que volvieron a estar solos.
—Nunca tuvimos mucha relación. —Alva llenó su jarra de vino—. No sé qué querrá, pero supongo que lo sabremos pronto.
—Podría acompañarte —propuso él.
Alva tensó los dedos alrededor de la jarra antes de vaciar casi la mitad de un solo trago. Entre tanto, Alicent se preparó para dar una excusa e irse de allí. Desde que ella había llegado tenía la sensación de estar de más, por no hablar de lo incómoda que se sentía aún porque la hubiera pillado preguntando algo tan personal. Como si pudiera oler sus intenciones, Alva la encaró.
—Ya lo hablaremos esta noche, Beni —cortó secamente mientras se giraba sobre la silla, quedando ahora en su dirección—. Al parecer aquí hay alguien que tiene demasiado interés en mi familia.
Alicent se intentó esconder tras su jarra bebiendo un trago.
—Déjala —la defendió Benor—. Tiene mal de amores.
—¿Mal de amores? —Alva alzó una ceja, y miró de reojo a Benor—. Bueno, me extraña que Joric haya tardado tanto en conocer a alguien más.
—¿¡Qué!? Joric y yo... —Alicent suspiró y dejó la bebida sobre la mesa, aceptando que Alva no iba a dejar pasar aquello así como así, de modo que decidió sincerarse—. No era por ti Alva, te lo prometo. Solo quería saber qué le pasó a la familia de Seth.
—¿De Seth? —Alva achinó los ojos hasta que la comprensión la atravesó como un rayo y los abrió de par en par—. Ah, ya veo. Así que el mal de amores es por él.
La bretona vació el líquido que quedaba en su jarra y la volvió a llenar hasta arriba. Hasta ese momento Alicent no se dio cuenta del mal aspecto que tenía. Seguía estando más guapa que cualquier otra mujer de Morthal, pero no parecía tan arreglada como de costumbre y las ligeras manchas oscuras bajo sus ojos daban a entender que llevaba varios días sin dormir demasiado.
—Si yo fuera tú, me mantendría alejada de él —dijo de pronto.
Alicent parpadeó sorprendida, y recordó una vez más lo que le había dicho Joric sobre ella y Seth. Aquello sumado a sus palabras la consiguió enfadar.
—Seguro que eso te encantaría —espetó a la defensiva.
A Alva se le escapó una risa seca, irritada.
—Deja de montarte teatrillos en la mente y acepta el consejo, niña. Aléjate de Seth Athan. Te lo estoy diciendo por tu bien.
—¿Por mi bien? —repitió sin creerla—. ¿Por qué por mi bien?
Alva apretó los labios antes de volver a beber, ahora un trago más moderado.
—Ya sabes lo que dicen. La manzana nunca cae muy lejos del árbol.
Por algún motivo, Benor lanzó una mirada de advertencia a Alva. Este gesto avivó la curiosidad de Alicent, que insistió.
—¿Y eso qué significa?
—Pues que el chico se parece a su padre.
—Alva —advirtió Benor.
El tono negativo con el que Alva se refirió al padre de Seth sorprendió a Alicent. Por cómo había hablado Seth de él, el señor Athan parecía una persona bastante respetable.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Porque lo es —gruñó Alva. Estaba claro que algo la irritaba. Benor la miró con desaprobación, pero ella dio un nuevo trago de vino y siguió—. Seth no te ha contado nada de nada, ¿no es cierto? —Alicent negó y ella sonrió con cinismo, con los labios apretados—. ¿De verdad quieres saber lo que pasó aquel día, Alicent?
Aunque la pregunta sonó como una amenaza, ella asintió. Benor se inclinó sobre la mesa, hacia Alva.
—¿Es necesario? —preguntó, en un susurro mosqueado—. Es una niña.
Alva lo calló con la mirada.
—¿Sabes quién era también una niña? Yo, cuando vi cómo mataban a mis padres por culpa de los suyos. —Alva apretó su jarra con fuerza—. Lord Athan era un monstruo. Y Seth, su ojito derecho. El único al que trataba bien.
—¿Cómo...? —empezó Alicent. Pero Alva la cortó.
—¿...lo sé? —la sonrisita ácida de Alva desapareció y a Alicent le dio la sensación de que la pena apareció en sus ojos—. De aquella era muy amiga de Parker Athan, el mayor de los tres hermanos.
—¿Tres? —preguntó, confundida. Alva arqueó las cejas, sin entender la pregunta—. Seth me dijo que eran cuatro —rebatió con desconfianza.
Alva frunció el ceño y negó. 
—Eran tres: Parker, el mayor, y los mellizos, Hugo y Seth. Pasé muchos días en aquella casa, lo recuerdo bien. Lord Athan solo trataba bien a Seth. Al otro, Hugo, lo ignoraba. Hacía como si no existiera. Y entre nosotras, era lo mejor que le podría haber pasado, viendo cómo trataba a Parker. Le daba igual que hubiera invitados en casa; cualquier cosa que Parker hiciera, una tontería como dejar un plato sucio sobre la mesa o arrugar una alfombra al pasar, servía de excusa para ponerle la mano encima.
Alicent abrió los ojos con sorpresa. Ni siquiera la manera pastosa con la que Alva hablaba por culpa del vino consiguió quitar hierro al asunto. Alicent miró de reojo a Benor, entendiendo ahora su actitud. Incluso ella sabía que contar cosas así de una familia tan importante no era muy buena idea, pero Alva siguió su historia.
—Un día Parker desapareció durante semanas. Lo intenté visitar muchas veces, pero no me dejaron. Un mes después su madre me dejó entrar en la casa. Él estaba destrozado. Su ojo... —su voz tembló y quedó pensativa por un instante, tras el cual volvió a beber—. No sé si al final lo perdió. Tenía las costillas rotas y cortes por todo el cuerpo. Por lo que él me contó, sobrevivió de milagro. Después de eso huyó y no he vuelto a verlo.
—Es horrible —consiguió susurrar Alicent. 
Alva tenía la mirada perdida, pero asintió.
—Después de que Parker huyera, las cosas entre Lord Athan y su mujer se fueron al traste. No era algo que saltara a la vista, pero yo lo sabía porque mis padres lo sabían y hablaban de ello cuando estábamos solos en casa. Aunque Lady Athan siempre había frecuentado la corte del jarl, empezó a pasar más tiempo allí que de costumbre. Puede que ella me salvara la vida —añadió con una amargura que desconcertó a Alicent—, pero sé lo que vi. Ella estuvo tras el ataque.
Ese último detalle terminó por sacarla de la historia. Había algo en aquello que no terminaba de encajar.
—Pero... al padre de Seth lo mataron los Renegados —replicó, repitiendo lo que tanto él como Idgrod le habían contado.
—¿Y qué sabes tú de los Renegados? Dime —exigió Alva con desdén.
Alicent se encogió de hombros, sin tener nada que aportar. Lo cierto es que no tenía muy claro lo que era un Renegado.
—Los Renegados gobernaban en la Cuenca hasta que Ulfric Capa de la Tormenta los conquistó, antes de traicionar al Imperio —explicó Alva. En ese momento parecía más concentrada en el poco vino que quedaba en su copa que en cuanto la rodeaba—. Después de eso, los Renegados que no fueron ejecutados fueron tratados como delincuentes y condenados como tal. Entre ellos estaba su rey, Maddanach, que terminó volviéndose un títere del jarl.
Alicent frunció el ceño. Aquella explicación le había dado más dudas que respuestas.
—Pero si quien los conquistó fue Ulfrid... ¿Qué tienen que ver los Athan?
Alva tornó los ojos, supuso que estaba irritada por tener que dar tantas explicaciones. Aquello le generó una punzada de inseguridad.
—Tras la reconquista, los Athan se convirtieron en los dueños de la mina de plata de Cidhna, la principal fuente de riqueza de la Cuenca. Esa mina es una bestia inmensa y peligrosa, y hacen falta muchos hombres para explotarla. Por supuesto, pagar a tantos trabajadores supondría repartir el botín, así que Lord Athan ideó una manera ingeniosa de conseguir mano de obra barata. Cuando cometes un delito en Markarth, no te llevan a prisión, sino que te envían a las minas. Y, créeme, nadie sale nunca de esas minas.
Los labios de Alicent se separaron hasta formar una "o". Si lo que Alva decía era cierto, ¿por qué querría Seth heredar ese legado?
—El problema está en que nunca hubo tantos delincuentes como mano de obra se necesitaba. Así que cada cierto tiempo, muy oportunamente, los guardias descubrían que algún puñado de hombres jóvenes en edad de trabajar se habían unido a los Renegados. Aunque las familias jurasen que era mentira, poco podían hacer para salvar a sus hijos de la condena. Irónicamente, algunos de los familiares de estos hombres acabaron uniéndose a ellos de verdad movidos por el resentimiento.
»El día que pasó todo mi familia había asistido a una cena privada organizada por Lord Athan. Todavía no habíamos llegado al postre cuando irrumpieron en la casa. Eran seis y llevaban una espada dentada en cada mano. Mataron al edecán de la familia y arrojaron a mi padre por la ventana. Mi madre intentó impedirlo y corrió la misma suerte que él. —Alva hizo una pausa—. La casa de los Athan estaba en la zona más alta de la ciudad, fue como si los hubieran tirado desde un barranco. Con Lord Athan no fueron tan clementes. No hubo una espada que no desgarrara su carne.
»Cuando terminaron con él fueron a por mí, pero Lady Athan se interpuso; se metió entre nosotros y empezó a gritar a los atacantes que me dejaran en paz, que solo era una niña. Pensé que tendría que verla morir a ella también. Uno de ellos levantó su arma, pero...
Alva dejó la frase a medias y vació su copa.
—Si hubieras visto el odio en su mirada... No creo que pueda olvidar nunca esos ojos. No me conocía de nada, pero quería verme muerta. Por suerte, el que debía ser el líder lo detuvo. Les recordó a los demás que tenían órdenes de Maddanach de no dañarla ni a ella ni a sus hijos. Después de eso, se fueron. No mucho después llegó la guardia.
—¿Pero cómo podría haber planeado eso la madre de Seth? —preguntó Alicent, aún llena de dudas—. Ella no era amiga de Maddanach. En realidad, a él ni siquiera debería caerle bien, ¿no?
Alva soltó un bufido.
—Ya te lo dije antes, niña. Maddanach era un títere del jarl. Olivia era íntima del jarl. Ella fue el cerebro tras el ataque, estoy segura.
En ese momento Benor se puso en pie, llamando la atención de ambas.
—Me parece que ya has bebío demasiao, mujer. Y hablao también. Mejor será que vayamos a casa.
Alva se quedó mirando a Benor unos segundos antes de rodar los ojos perezosamente hacia ella. La analizó, como buscando algo en su rostro. Algo que no encontró. Soltó un último resoplido de resignación y se puso en pie con un ligero tambaleo.
—Sí, será lo mejor —aceptó—. Pero antes, niña, —Alva señaló a Alicent con un dedo—, No olvides mis palabras. De tal palo tal astilla. Debe haber algún motivo por el que de sus tres hijos, solo Seth le pareció lo suficientemente digno ¿no crees?
—¡Que ya está bien por hoy! —zanjó el mercenario.
Benor la tomó de la cintura para alejarla de la mesa. Antes de irse, le revolvió el pelo a Alicent con cariño como despedida.
 —Enana, no le hagas mucho caso, ¿vale? Y si no hablas de esto, mejor. Nos vemos.
Tras eso abandonaron la posada, pero Alicent se quedó allí sentada todavía un rato más, dando vueltas a todo lo que acababa de escuchar. Si la historia era cierta, ¿por qué Seth querría que alguien como su padre se sintiera orgulloso de él?
De tal palo tal astilla. Aquello no tenía ningún sentido. Seth no podía ser malo, ninguna persona malvada haría lo que él: la había consolado cuando más miedo tenía y, además, prometió protegerla de la bruma. Vale que ahora no le estaba haciendo caso, pero como Idgrod y Benor habían dicho, a lo mejor estaba muy ocupado. Igual hasta lo que lo tenía tan ocupado era algún plan para proteger al pueblo de los nigromantes. Así que, aunque Alva había ahondado en detalles y parecía honesta, no podía creerla. Además, ella había negado la existencia de Eve, la más pequeña de los hermanos. Si había mentido en eso, ¿por qué no podría haberlo hecho en todo lo demás?
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